I

Alguien que me salve.

El viaje a los Estados Unidos no fue lo que Ross había imaginado ni mucho menos su regreso a Cornualles.

Joshua, su padre, le había propuesto viajar a Norteamérica para que estudiara la carrera de Derecho y encausara su vida pero Ross no estaba convencido de marcharse. Ocurría que recientemente había empezado a salir con Elizabeth Chynoweth, una chica bella y distinguida, proveniente de una de las familias más antiguas y aristocráticas de la región. Algo que a Ross no le interesaba en absoluto. Sin embargo, a la madre de Elizabeth, que había enviudado hacía poco tiempo, sí le importaba y creía que a Ross también, por lo que no aprobaba esa relación. Temía, que además de no tener nada para ofrecerle, también malgastase el dinero que había heredado su hija, en apuestas y mujeres como hacía el libertino de su padre. Aspiraba a otro tipo de candidato, uno que pudiera mantener el estatus social y el nivel de vida que le había brindado su difunto marido. Por lo cual Ross Poldark no cumplía para nada con sus expectativas.

Si bien, su padre y él, también provenían de una familia bien, pero, desde el fallecimiento de Grace, la madre de Ross, que se había venido a menos en fortuna y reputación. Joshua derrochaba gran parte del dinero que ganaba, en juegos, apuestas clandestinas o en mujeres y Ross, lamentablemente, que había seguido su ejemplo, también había comenzado con las apuestas. Entre los dos habían empezado a contraer deudas y serios problemas financieros. Por eso su padre lo enviaba a América. En primer lugar porque quería que cambiara radicalmente de vida y porque quería protegerlo de las malas compañías. Para ello había pensado en que fuera a Virginia, porque allí vivían familiares de su difunta esposa dispuestos a ofrecerle hospedaje. Entonces Ross por su parte, sólo tenía que trabajar para costear sus estudios. Si en cambio se quedaba estudiando en Reino Unido, el cambio no sería tan radical y se le dificultaría todo aún más porque también tendría que pagar un lugar donde vivir.

Por otra parte, Joshua, estaba muy enfermo y no quería decírselo a pesar de que sabía, sus últimos días estaban contados. Si Ross, llegaba a sospechar algo siquiera, no se iría a ninguna parte. Estaba tan arrepentido de las consecuencias de sus actos, de no haber pensado en el bien y en el futuro de su hijo, en las deudas que le dejaría junto con su casa hipotecada, que prefirió obligarlo a viajar. Además, el hecho de alejarlo de su lado en ese momento tan difícil de su vida era, inconscientemente, un autocastigo a causa de la culpa que sentía.


Hacía poco que Elizabeth se había recibido de Contadora Pública. Con una madre controladora como la de ella, la joven se había visto obligada a estudiar esa carrera para continuar con la misma profesión que su padre. En otras palabras, lo había hecho más por mandato y tradición que por propia convicción. En realidad, todo en la vida de Elizabeth era por mandato pero como ella era tan obediente, llevaba una vida cómoda. De esta manera no tenía que tomar serias decisiones, ni tenía demasiadas preocupaciones, excepto aquellas cuestiones triviales de su rutina diaria; trabajar, estudiar, ir al gimnasio, de compras o al salón de belleza, salir con sus amigas y con Ross, uno de los chicos más guapos y populares de Redruth, la pequeña ciudad donde vivían.

Ross era de esos chicos que solían emborracharse en sus salidas nocturnas con amigos y terminar involucrado en alguna que otra gresca cuando de defender los derechos de los más desfavorecidos se trataba. Pero por sobre todo, era auténtico; vivía como quería vivir, algo que tenía muy en claro pero que más tarde, a causa de su testarudez, debería replantearse.

Era digno de admiración y no solo por lo guapo que era físicamente: alto, moreno de ojos color avellana, cabello negro y rizado y con una sonrisa intensa. También lo admiraban por su determinación y su carácter. Era rebelde y audaz. Y eso lo hacía aún más atractivo.

"¿Entonces es verdad que te vas a los Estados Unidos?" Preguntó Elizabeth con una sonrisa.

De pequeña, su madre le había enseñado a no demostrar jamás sus sentimientos por lo que siempre respondía con una sonrisa, tanto cuando recibía una noticia triste como una feliz. Era tan inexpresiva ella y tan ambigua su sonrisa que fácilmente la otra persona podía interpretarla como el cumplido de una chica tímida y educada o como el optimismo de una joven adorable y risueña. A nadie se le ocurría pensar, mucho menos a Ross, que en realidad, esa sonrisa, para él enigmática, no era la de una joven que en el fondo ocultaba su dulzura. Por el contrario, era el espejismo de un hombre enamorado de una mujer que carecía de tal naturaleza.

"No será por mucho tiempo, dos cuatrimestres nada más. Regresaré antes del verano y luego buscaré la posibilidad de continuar estudiando aquí"… Respondió él, aquel atardecer en la costa de Nampara

"No será fácil la ausencia ni la distancia"...

"Al menos, para algo bueno sirve tanta tecnología, ¿no?". Contestó algo escéptico.

"Me olvidarás".

"Nunca".

"¿No te casarás con ninguna norteamericana, no?"

"Desearía casarme contigo cuando regrese. ¿Qué me dices?..."

"Entonces desearía que regreses pronto".

Ross tomó su mano y como no tenía un anillo de compromiso para entregarle ante su propuesta, le quitó el de ella y se lo colocó en su dedo meñique como señal de que asumiría tal compromiso.

Luego la besó. Sin saber que ese beso sería el último de los dos.


Los familiares de su madre, sus tíos y primos eran todos muy buenos anfitriones, no reparaban en atenciones pero una vez avanzado el año, Ross solo los veía a la hora de la cena. Apenas tenía tiempo de mirarse al espejo: por la mañana iba a la Facultad, por la tarde trabajaba y por las noches buscaba un tiempo para estudiar. Aunque los días y los meses parecían transcurrir lentamente, Ross se había propuesto aprovechar su tiempo al máximo para volver cuánto antes a Cornualles.

La echaba mucho de menos…

Al principio se hablaban por videollamada todos los días pero con el pasar del tiempo las conversaciones se fueron haciendo cada vez más esporádicas.

Por su parte, en Cornualles, la madre de Elizabeth aprovechó la situación, para poner en práctica todo su poder de persuasión sobre su hija y encontrarle un mejor partido:

"¿Elizabeth?"

"Sí, madre".

"He notado que cada vez hablan menos con Poldark."

"Sí, es que trabaja y estudia mucho"…

"Cualquiera diría que se la pasa en Las Vegas."

"Madre, por favor…"

"¿Recuerdas lo que nos contó George Warleggan la otra tarde cuando nos reunimos a tomar el té?"

"Es que entre ellos siempre hubo asperezas. Incluso con Francis, el primo de Ross."

Además de Francis, George era otro admirador de Elizabeth, aunque ninguno de los dos se había atrevido jamás a competir por ella con Ross. George era un muchacho frío, calculador y cruel. Envidiaba a Ross profundamente por su manera de ser. A él que tanto le había costado ganarse un lugar entre la gente de la alta sociedad, hasta le parecía ofensivo la rebeldía de Ross. Esa tarde que fue a tomar el té con Elizabeth y su madre difamó a Ross sin escrúpulos, inventándoles que le habían llegado rumores acerca de que estaba en Las Vegas y salía con otras mujeres.

"Y ahora que mencionas a Francis, al menos, te hubieras fijado en él. Ya es abogado, es atento contigo, tiene una familia respetable y un porvenir en la vida. ¿Por qué no le das una oportunidad cuando salen todos juntos? Por lo que sé, está interesado en ti…"

Elizabeth se quedó callada. No se sabía, si creía o no lo que le contaban sobre Ross.

¿Acaso dudaba de él o ponía a consideración la sugerencia de su madre?


Una mañana de abril Ross estaba muy entusiasmado, le faltaba poco para regresar a Cornualles. Solo debía rendir un par de materias más dentro de un mes y pronto estaría nuevamente en su casa de Nampara, haciéndole el amor a Elizabeth en su habitación o donde fuera.

Al mediodía, al terminar de cursar, fue como de costumbre a tomar el autobús que lo trasladaba del campo universitario a la ciudad y lo dejaba justo en frente de su lugar de trabajo. Era un viaje de unos veinte minutos aproximadamente. Ese día estaba tan cansado que cuando el chofer tomó la carretera que separaba el bosque de Virginia en dos para unirlo con la ciudad, Ross que iba mirando los tupidos árboles verdes a través de la ventanilla, no tardó en quedarse dormido. El asiento que estaba a su lado estaba disponible y enseguida fue ocupado por un joven que al verlo dormido, aprovechó la ocasión para, sutilmente y sin que nadie se diera cuenta, arrebatarle el teléfono móvil que tenía entre sus manos y la billetera que se asomaba a través de uno de los bolsillos de su campera. Luego se cambió nuevamente de lugar. Muchas veces sus familiares habían alertado a Ross acerca del cuidado que debía tener con sus pertenencias, puesto que Virginia no era como Redruth para que llevara toda su documentación encima.

El autobús continuó su trayecto habitual hasta que al girar en una curva, no tuvo forma de ver que un camión venía de frente por su mismo carril. El impacto fue terrible.


Francis y su hermana Verity eran los primos de Ross. Charles, el padre de ambos, era el hermano mayor de Joshua. Si bien era un buen administrador, había recibido la mejor parte de la herencia de la familia porque al parecer le había jugado una mala pasada a su hermano con la mansión de Trenwith, donde vivían. Estaba enojado con su hermano menor a causa de la vida que llevaba desde que había enviudado. Grace, había sido una mujer encantadora y Joshua la amó y la amaba profundamente. Nunca pudo aceptar su partida, de ahí su comportamiento. Para Charles esa vida era inadmisible pero también era la excusa perfecta para no sentirse obligado a cederle nada de lo que tenía demás. Por ende, no supo nada de su enfermedad hasta que murió y no a causa de la misma sino porque se enteró de la trágica muerte de su hijo. La noticia había sido replicada por casi todos los medios del mundo. Su corazón no resistió tanta tristeza, ni tanta culpa.

A diferencia de la relación que tenían sus padres, los primos sí se frecuentaban, gracias la tía abuela Agatha que también vivía en Trenwith y se encargaba de juntarlos cada vez que invitaba a Ross, su sobrino predilecto.

La conmoción fue muy grande y aunque nadie viajó por Ross, los Poldark de Trenwith se hicieron cargo del entierro de Joshua como los familiares de Grace lo hicieron con Ross.

Todos habían quedado consternados. Para Elizabeth fue la segunda vez que la muerte le asestaba un golpe duro.

Pasaron los días, las semanas y Francis se acercaba cada vez más a ella para contenerla como George Warleggan se acercaba más a él.

Más allá del hecho de que Francis siempre estuvo enamorado de Elizabeth, nunca pensó que podía aspirar a ella, más cualquier posibilidad quedó descartada cuando se enteró que había empezado a salir con su primo pero ahora que Ross no estaba sentía la necesidad de contenerla. En cambio al acercamiento de George era movilizado por la ambición de conseguir más poder.

La que estaba algo inquieta era la madre de Elizabeth que al ver el acercamiento de Francis Poldark puso todo su empeño por acelerar el duelo de su hija y hacer que esa amistad que había nacido recientemente entre ellos se transformara en algo más.


De la tragedia de Virginia solo sobrevivieron diez personas, de las cuales una fue identificada semanas después cuando al Hospital Virginia, llegó una mujer, madre de un pasajero desaparecido desde el accidente. La mujer estaba desesperada. Llegó al nosocomio con la esperanza de encontrar a su hijo con vida.

"Venga, pase por aquí". Le indicó un enfermero.

El joven ingresó a una sala y le pidió a la mujer que aguardara afuera.

"Sí, que pase". Se escuchó decir al médico, un hombre de unos treinta años, alto apuesto, rubio y de ojos azules.

"¡Buenos días!" Dijo con una sonrisa esperanzadora. Carraspeó:

"¿Es usted familiar de algún paciente?"

"En realidad busco a mi hijo desde el día de la tragedia. Me han dicho que posiblemente se encuentre aquí"…

"El único joven que aún no pudimos identificar, aún se encuentra en terapia intensiva, es decir, no ha despertado todavía".

"¿Podría verlo?"

"Sí. Venga. Sígame, por favor."

La mujer siguió al doctor Enys como decía en el bolsillo de su chaqueta.

"Es el joven de la cama número dos."

Se acercó y no tuvo que examinarlo demasiado para darse cuenta que no era su hijo.

"¡No es él! ¿Dónde está mi hijo?" Comenzó a gritar desesperada.

El doctor Enys tuvo que sacar a la mujer de allí con la ayuda de dos enfermeros. Tuvieron que suministrarle un calmante y esperar a que se tranquilizara para indagar sobre el caso.

"Dígame el nombre completo de su hijo, señora". Le pidió un oficial de policía.

"Jesse White".

"¿Edad?"

"Veintiún años".

"¿Es estudiante, trabaja?"

"Estudiante universitario".

Las preguntas continuaron en la jefatura de policía donde rastrearon algo de información del desaparecido a través de su nombre. El joven hasta donde se sabía viajó en el autobús de la tragedia. Era de contextura delgada, tez clara, cabellos rubios y ojos claros. Todo lo que se sabía de él hasta entonces era que en una oportunidad había sido detenido por tenencia de estupefacientes y que no había rastros desde aquel día que salió de la universidad y subió al autobús. Por lo cual existía la posibilidad que haya sido una de las víctimas fatales. ¿Pero cuál? No había un fallecido sin documentos. Claro estaba que había un error de identidad con alguno de ellos y que pudo deberse a que muchos de las cuales fueron irreconocibles en el momento del rescate. El inspector mandó a cotejar todas las fotos de los fallecidos con el joven no identificado que yacía en el hospital.

En principio no podían determinar con exactitud si se trataba o no de un joven oriundo de Cornualles, Reino unido, porque tenía la cara desfigurada. Su rostro presentaba muchos hematomas y un profundo corte debajo de su párpado izquierdo pero fue cuestión de días. En cuanto su cara se desinflamó pudo comprobarse que se trataba de Ross Poldark, quien habría sobrevivido de milagro pero aún permanecía inconsciente.

La madre de White terminó declarando que su hijo tenía problemas de adicción y que en varias oportunidades había delinquido para comprar droga. Todo parecía indicar que el fallecido era él y que habría robado la billetera de Poldark. Solo restaba esperar unos días a la exhumación del cadáver para comprobar el móvil policial.

Una tarde mientras el doctor Enys examinaba a Ross como de costumbre, este despertó:

"¡Buenas tardes!" Dijo con voz tranquila, con esa mansedumbre que lo caracterizaba. "¿Es usted Ross Poldark?" Preguntó.

"¿Quién es usted? ¿Dónde estoy?" Preguntó Ross, tratando de reincorporarse en la cama.

"Tranquilo, despacio… usted se encuentra en el Hospital Virginia. Soy el doctor Dwight Enys.

"¿Qué hago aquí?"

"¿Recuerda qué le pasó?"

Ross intentaba recordar pero no lo conseguía.

"No lo sé".

"Usted se llama Ross Poldark, y ha sufrido un grave accidente".

Seguía sin recordar nada. Solo tenía vagos recuerdos de una mujer, la cual no sabía quién era".

El proceso de recuperación de su memoria fue duro y lento.

En todo ese tiempo el doctor Enys se había transformado en algo más que su médico. Era su única compañía en la soledad de aquel laberinto que atravesaba su mente.

Un día todo cambió cuando Dwigth le entregó lo único que pudo rescatarse de entre sus pertenencias el anillo de Elizabeth… Ross empezó a recordar lentamente la tarde que se despidieron en la costa de Nampara y en la que le propuso matrimonio hasta recordar por completo todo lo demás.

El doctor Enys le tenía gran estima y ya lo consideraba un amigo del que debía despedirse porque ya era hora que se marchara a Inglaterra.

Seis meses después de la tragedia, se despidieron y abrazaron como lo hacen los amigos entrañables.

"Bueno, al fin ha llegado el momento de recuperar tu vida. Recuerda que ante cualquier síntoma puedes o mejor dicho debes llamarme.

"Por supuesto mi buen amigo. Y tu recuerda que si algún día decides aventurarte en el viejo continente, mi casa será la tuya"...

"Algún día iré, amigo. Lo prometo".

"Gracias por todo. Estoy en deuda contigo".

"Nos hablamos pronto. Escríbeme cuando llegues".

Lo primero que hizo Ross fue buscar a los familiares de su madre para contarles lo ocurrido y luego terminar de hacer unos últimos trámites en la embajada para tomar el avión que lo llevaría a casa.

Fue allí donde se enteró de la lamentable noticia sobre su padre.

Si creía, que después de haber sobrevivido a aquella tragedia y enterarse de la muerte de su padre, había tocado fondo, estaba equivocado y pronto la sabría. El viaje fue largo, duro y su llegada aún peor.


Ross llegó a Trenwith para avisar en persona que había sobrevivido.

No tenía idea si estaban enterados de su situación, de todo lo que le había ocurrido porque como no había tenido forma de comunicarse con alguno de ellos, no sabía si estaban informados.

Al parecer estaban de fiesta aunque no tenía la menor idea qué celebraban.

La mansión estaba delicadamente ornamentada, con flores, luces y velas y la gran sala armoniosamente acompañada de música chill out.

Los invitados se encontraban todos de pie conversando, comiendo y bebiendo en distintos sectores del salón.

Cerca de la chimenea se encontraban: Ruth Teague, amiga de Elizabeth, junto a su madre, el doctor Choake y George Warleggan, el nuevo amigo de Francis. En otro sector se hallaban: Verity junto a su tía Agatha y el reverendo Odgers y al final de la sala estaban: Charles que no hacía más que insistirle a Elizabeth que en su estado comiera un poco más pero como ella se negaba, su madre apelaba a que Francis la convenciera pero él, que quería complacerla en todo, no hacía más que decirle cumplidos al oído.

Cuando Ross ingresó todos los presentes creyeron ver un fantasma.

"¿No fue dado por muerto?" Cotilleaba Ruth Teague con su madre.

"¿Ahora aparece vivo? Seguramente lo hizo por las deudas de juego que las que habrá tenido. ¡Mejor si se hubiese ido junto con su padre! Dos libertinos menos. Bastante honor le han quitado a esta familia".

Tras escuchar la conversación y a medida que iba adentrándose en la sala se daba cuenta que nadie sabía nada. Entonces anunció:

"Disculpen haber llegado de esta manera pero no pude avisarles…"

"¡Oh, Ross!" Lo interrumpió su prima Verity que fue la primera en correr a abrazarlo y a la que no le importaban las explicaciones. Ella era tan genuina como él y no tenía nada que esconder por su regreso.

El segundo en ir a saludarlo, fue Francis con una mezcla de alegría y preocupación a la vez: "¡Qué alegría primo! Exclamó. "Estuvimos desesperados, ¿no es así, Elizabeth?"

A lo que ella respondió con un sí. Por el gesto de su cara parecía que iba a llorar de la emoción en cualquier momento pero de sus ojos no se escapó una sola lágrima.

A Ross le pareció extraño que ella estuviera allí y tan elegantemente vestida pero estaba tan feliz de verla que no reparó en nada de lo que estaba ocurriendo.

"¡Elizabeth!" Dijo acercándose a ella que permanecía en su lugar.

"No podría haber deseado una mejor bienvenida".

"Debo hablar contigo". Le respondió con la misma sonrisa de siempre. La que nunca cambiaba pese a las circunstancias.

"Sí, por supuesto". Contestó él acariciando suavemente su brazo.

"Te creímos muerto". Acotó su tía Agatha.

"Me alegro tanto de verte tía".

Le extrañaba que no preguntaran demasiado sobre lo sucedido pero pensó que no era el momento puesto que estaban en medio de una fiesta.

Se acercó a la mesa y probó uno de esos exquisitos bocadillos que preparaba su prima, quien le sirvió una copa de champaña.

"¿Qué celebran?" Preguntó con total ingenuidad.

Verity tragó saliva y Francis también. Charles que lo único que hacía era beber optó por decir la verdad:

"El compromiso de mi hijo. Pronto seré abuelo".

"¡Eso es fantástico! ¿Y quién es ella?" Preguntó dubitativo. La única chica que veía allí era a Ruth Teague y la otra era Elizabeth pero ella no podía ser... Al menos eso era lo último que podía llegar a pensar y lo último que podía llegar a pasarle. Pero podía pasarle y su madre lo confirmó:

"Elizabeth". Dijo a secas y con aire triunfal.

"¿Elizabeth?" Preguntó con la esperanza de que alguien le dijese que había entendido mal. Pero nadie se atrevió a decir nada más. Entonces la miró con más detenimiento y para ser honesto con el mismo, la recordaba mucho más delgada. Todo parecía indicar que era verdad. Otro golpe más.

Se había quedado sin aliento. Tragó saliva y se dirigió a su tío:

"¿Mi padre murió solo? Quería averiguarlo para luego huir de allí cuanto antes.

"Fue un fin lamentable pero no estuvo solo. Estaba al cuidado de los Paynter porque ya estaba enfermo, chico. Lo sabía desde antes que te fueras solo que no te lo dijo porque sabía que no te irías".

"De haber sabido todo lo que sucedió, su enfermedad en primer lugar, seguramente que no me hubiese marchado. Bueno tengo que irme. Solo vine para hacerles saber que he regresado, pero antes propongo un brindis". Y alzando su copa dijo:

"¡Por los novios! ¡Para que encuentren la felicidad!"

Y todos brindaron por ellos mirándose unos a otros.

"¿Para cuándo esperan el bebé?" Preguntó mirándola a ella con un nudo en la garganta.

Su madre que no la dejaba meter bocado, le respondió socarronamente: "Dentro de cinco meses".

Acto seguido cambió de tema, "¿Tío, te molestaría prestarme un coche? Mañana a primera hora te lo devuelvo. Necesito llegar a Nampara y descansar El viaje ha sido demasiado largo".

"Sí, ven. Acompáñame".

Ross lo siguió hasta la cochera. Su tío le dijo que se llevara un Nissan Qashqaig gris oscuro que había allí.

"Mañana te lo devuelvo". Volvió a decirle.

"No. ¡Quédatelo! Tómalo como un regalo de nuestra parte, por tu regreso. Más lo de tu padre, lo necesitarás". Le entregó las llaves. "Tiene sus años y algunos detalles que deberás hacerle. Mañana mismo mandaré a hacer los papeles a tu nombre".

Charles, que no se caracterizaba por ser generoso con sus bienes pero temía que su sobrino arruinara la boda de su hijo por eso decidió regalárselo. Además no era un automóvil cero kilómetro y para tal fin era más que suficiente. Quería mantenerlo al margen, callado para que no reclamara nada ni hiciera ningún escándalo.

Qué poco lo conocía. Ross no se estaba dejando sobornar. En primer lugar había madurado y siempre y a pesar de las circunstancias, había sido un hombre de principios, dotado de cierta dignidad, con un orgullo superior a su rencor, por lo que jamás se interpondría a ese matrimonio y menos con un hijo en camino.

Si había aceptado el vehículo lo había hecho para comenzar una nueva vida allí en Nampara, en su tierra, junto a la gente que lo quería de verdad y para buscar la manera de abrirse camino solo, frente a los problemas financieros que sabía, debería afrontar.

Subió al auto y salió de allí a toda velocidad.

Sentía rabia, angustia, impotencia. Al parecer su primo y ella no habían perdido el tiempo para estar juntos apenas lo dieron por muerto. Podía entender perfectamente que ella había encontrado consuelo en él, pero no podía aceptar que ya esperaban un hijo juntos.

Era de no creer, el mundo que le había ofrecido a su regreso se le había vuelto en contra...

Al llegar a Nampara se encontró con una vivienda prácticamente inhabitable.

Su casa no era ni un tercio de lo que era Trenwith pero era una vivienda digna, de doble piso que por encontrarse en zona rural, tenía un fresco estilo campestre, con ladrillos vistos, techo a dos aguas y una chimenea propia del hogar a leña.

El piso de arriba constaba de dos dormitorios y un baño y el de abajo, otro dormitorio, cocina, living comedor, baño y una biblioteca.

El patio que alguna vez había tenido un jardín lleno de flores había quedado reducido a un montón de maleza y de hierba crecida. A los alrededores alguna vez hubo campos sembrados de cebada y algunos animales de granja, como, vacas, cerdos y gallinas ponedoras.

Pero de todo eso solo quedaba el recuerdo de lo que alguna vez fue su hogar. No sabía si era por la ausencia de su padre, la tristeza y la angustia que sentía o la combinación de todas esas sensaciones juntas que notaba su casa tan diferente. Pero la falta de higiene, el desorden y el abandono en general de la propiedad eran responsabilidad absoluta de Jud y Prudie Paynter, que siempre fueron un par de inútiles.

Mañana a primera hora revisaría detenidamente cada rincón de la casa y pondría a trabajar a esos dos holgazanes que escuchaba roncar desde el dormitorio de arriba donde alguna vez durmieron sus padres. Le daba ganas de subir a echarles un bote de agua fría para aleccionarlos pero estaba exhausto. Además eso no lo haría sentir mejor. Ese tema lo solucionaría mañana, bastante tenía ahora con enfrentarse a la oscuridad de esa noche y a la soledad de su alma.

Ya sentado sobre su cama, frotaba el anillo que le había quitado a Elizabeth aquella tarde. Sentía que estaba hundiéndose y que no había nadie para salvarlo. Tan pronto como lo había invadido la tristeza debía encontrar algo en qué ocuparse o realmente se volvería loco.


Una semana después, Ross había encontrado una manera de no pensar. Trabajaba desde que se levantaba hasta que se acostaba. Y a fuerza de amenazarlos con castigos, había logrado poner a los Paynter a trabajar la tierra junto con sus amigos, Zacky Martin, Jim Carter, los hermanos Paul y Marck Daniel y algún que otro vecino que se había sumado a la propuesta de formar una cooperativa de horticultores.

Con todas las deudas que tenía que afrontar y su único capital, un pedazo de tierra, necesitaba ayuda para trabajarla y la única forma que tenía de pagarles era dividiendo las ganancias.

Cierto día, Ross viajó a Truro para reunirse con Harris Pascoe, abogado y muy amigo de su padre, para ver si existía alguna posibilidad de refinanciar la hipoteca de su casa y además pedirle consejo para llevar adelante la cooperativa.

Salió apurado pensando en todo lo que tenía que hacer aun y en la charla que había tenido con Pascoe, hasta que vio a Elizabeth y a Verity salir de una tienda de novias.

Maldito el momento que los cruzó nuevamente.

"¡Ross!" Le gritó su prima.

No tuvo más remedio que acercarse.

"Hola." Dijo secamente.

"Hola". Dijeron las dos.

"Yo tengo que pasar por la tienda de zapatos que está enfrente. ¿Vienes o me esperas aquí?" Preguntó Verity a su futura cuñada.

"Ve mientras. Luego te alcanzo"

Ross la miraba fijamente a los ojos. Estaba tan bella como siempre. Para ella el tiempo no pasaba. Incluso el embarazo parecía sentarle bien.

"Tú dirás."

"Me alegré tanto de verte la noche que regresaste".

Ross la observaba atento sin decir una palabra.

"Y como no tuvimos oportunidad de hablar pensé que vendrías a verme".

"¿Por qué debería haber hecho eso?"

"Para explicarte, para pedirte disculpas."

"Pero nuestro compromiso se rompió desde el momento en que quedaste embarazada de Francis."

Ella pareció sollozar.

"Mejor me voy no quiero disgustarte y menos en el estado en que estás".

"No es que me disgustes".

"¿Qué, entonces?

"Me duele pensar que debes odiarme".

"¿Odiarte? Quizás deberías recordar nuestras charlas mientras estuve lejos, cuando te decía que solo pensaba en regresar aquí contigo".

Elizabeth miraba para otro lado por si llegaba Verity o si alguien lo oía.

"¿Recuerdas lo que nos decíamos? ¿Ya no queda nada de todo aquello?"

"Quisiera que fuéramos amigos".

Ross estaba ofuscado. El hecho de esperar una respuesta que fuera más convincente lo ayudaría a seguir adelante. En cambio así lo hería aun más.

"Respóndeme primero".

"¿Cómo puedes preguntarme cosas que sabes, no puedo contestar?"

"¿Por qué no puedes responder?"

Entonces recordó que no debía demostrar sus sentimientos que estaba esperando un hijo de otro hombre y ese hombre era su primo.

"Ya no hay nada Ross, amo a Francis. Debes olvidarme".

Ross tragó saliva y con la frente en alto le respondió:

"Puedes estar segura de ello". Y se fue en busca de su automóvil que se encontraba estacionado a una cuadra de allí, dejándola sola.

Lleno de ira, llegó en un santiamén. Subió al coche y salió rumbo a Sawle. Tenía que vender un reloj de oro de su padre y unas joyas que eran de su madre, las únicas pertenencias de valor que Joshua no se había atrevido a empeñar si quería pagar las deudas más urgentes.

Estaba roto. No es que siempre había sido muy expresivo pero la situación lo superaba y se negaba a hablar con alguien más. Su amigo el doctor Enys, aunque a la distancia, hubiera estado encantado de conversar al respecto. Era un convencido de que las palabras son sanadoras.

Luego de vender las joyas, pasó por una cafetería. Era una costumbre que le había quedado de América, que al salir de la facultad, encargaba un café bien negro y lo bebía camino al autobús solo que esta vez lo hacía rumbo a su coche. Quería probar si ese café, allí en su tierra, también sabía a esperanza, a esa esperanza que lo animaba a enfrentar la distancia. La que ahora necesitaba para que lo impulsara a seguir adelante.

Bebió el primer sorbo.

"¡Maldición! ¡No es mi día hoy!" Exclamó. Abrió la tapa para comprobar si era café. En efecto, no lo era. Entonces pegó la media vuelta para ir a reclamarlo. Era el día perfecto para buscar un buen pleito y sacarse la bronca con alguien pero no reparó que detrás caminaba otra persona y le derramó el capuchino encima.

Pensó que era un muchacho, porque llevaba puesto un suéter con capucha y unos jeans que le quedaban grandes.

"¡Ay! ¡Me quemé!" Dijo con vos muy suave y se quitó la capucha.

Cuando miró pudo comprobar que era una chica de melena cobriza toda despeinada, de cabellos maltratados y ojos aguamarina. A juzgar por su aspecto parecía una joven de clase muy baja.

"El problema es que no sé cómo ocultaré la mancha y el suéter es de mi hermano". Se atrevió a decir.

"Ven." Le dijo Ross quien comprendió perfectamente que no tenía otra prenda. "Sígueme".

Era algo desconfiada pero enseguida lo siguió hasta una lavandería. En principio se negaba a quitarse el suéter pero tuvo que ceder si quería limpiar la única prenda que tenía por haberse marchado de la casa de su padre.

Con mucha vergüenza, al fin se lo quitó. Debajo tenía una musculosa blanca que dejaba al descubierto las magulladuras de su piel.

"¿Quién te hizo eso?" Preguntó Ross indignado.

"Mi padre". Contestó cabizbaja y encogiéndose de hombros como queriendo ocultarlas con sus delgados brazos.

"¿Cómo te llamas?"

"Demelza Carne"

"Ross Poldark, mucho gusto".

"Gracias señor".

"¿Tienes adónde ir?"

"No. Me marché de mi casa, temprano, esta mañana".

"¿Qué sabes hacer aparte de escapar?"

"Limpiar, cocinar, cuidar animales, jardines".

"Si aceptas, puedo ofrecerte hospedaje en mi casa, ropa, comida, a cambio de trabajo".

No lo pensó dos veces. No tendría una oferta mejor en el mismo día.

"Lo que sí, tengo un perro señor, y adonde yo vaya, va él".