El príncipe de Ninjago era sin duda una persona bastante ocupada para permitirse a sí mismo un momento de distracción.

Cuando su mente no estaba zambullida en su meditación de mediodía y su respiración relajada en un suave compás de inhalaciones y exhalaciones, sus pies estaban ocupados tratando de no enredarse entre sí a medida que sus manos maniobraban torpemente con el sable de madera que se le fue entregado con el fin de mejorar su técnica de combate.

—Espalda derecha, muñecas firmes, mirada al frente. Siempre al frente—la ronca y autoritaria voz de su instructor se escuchó dentro del campo de entrenamiento, su mirada jurídica analizando cada inexperto movimiento.

—Tío Wu, estoy cansado—dejó salir de sus pensamientos, enderezándose y liberando la tensión de sus hombros, aflojando el agarre de su espada —¿Podemos descansar?—

—Tonterías—bufó el viejo, llevándose una mano a su larga barba blanca, cerrando un puño sobre el antiguo bō de madera de bambú, ayudándose de el para caer sobre sus pies, abandonando el pequeño colchón donde yacía inmóvil y aproximarse a su joven alumno—Debes concluir el dominio de la katana antes de la cena de hoy, órdenes del rey.—

Dejó escapar un pesado suspiro de fastidio. Su padre solía insistir en que debía tener el óptimo conocimiento de la defensa personal, algo muy importante para un monarca, sobretodo si eras el legítimo heredero del poder dorado, la sagrada bendición del Primer Maestro del Spinjitzu.

Pero para él, resultaba agotador recibir horas de entrenamiento y meditación con el único propósito de dominar dicho poder.

Algo innecesario, pensó, desde que la paz reinaba en Ninjago hace siglos como fruto de las hazañas de su abuelo; insistir en que debía ser capaz de sentir y controlar la luz en su interior lo más pronto posible le parecía simplemente absurdo y una malversación de tiempo.

Tiempo que podría utilizar en tareas con mayor prioridad para él; cosas no propias de un joven sucesor al trono pero sí de un joven de diecisiete años.

—Desde el principio. Alinea los pies y las rodillas, levanta el mentón, fuerza en el agarre, gira la cadera—el maestro Wu golpeó cada uno de sus flancos, sosteniendo su mirada, encontrándose con un ceño fruncido y dos brillantes esmeraldas parcialmente cubiertas con mechones de cabello rubio ocre empapados por el sudor de su frente—Comienza—

Tensó la mandíbula, inhaló.

Uno, dos, tres.

Dejó salir el aire de sus pulmones, apretando sus dedos hasta que estos tomaron un tono blancuzco ante la fuerza aplicada sobre el mango.

Con determinación, elevó sus brazos a la altura de su rostro, comenzando a hacer cortes en el aire. Fuertes, coreografiados.

Sus pies dieron pasos hacia el frente, dejando su cuerpo fluir en lo que era la simulación de un combate, ataque y defensa, su mirada se mantenía al frente, clavada fuertemente en su enemigo imaginario.

Había llegado el momento, la parte en la que debía girar.

Tragó saliva y tomó impuso, su pie izquierdo hacia atrás, el derecho su punto de apoyo. Se impulsó sobre si mismo girando por su espalda, llevando la mano que sostenía la espada cerca de su cuerpo, preparándola para hacer un corte perfecto cuando se encontrara rotando en el aire; en su lugar, se encontró con la sensación del fino tapete en su espalda y un dolor recorriendo su nuca.

Había vuelto a fallar.

Sus ojos se mantenían cerrados, una mueca de rabia o dolor quizá, se dibujaba en sus facciones. Sus dientes apretados conteniendo un hilo de maldiciones amenazando salir de su boca.

Un roce sobre su pecho lo hizo abrir los párpados, reuniéndose con la dura mirada de su tío, otra vez. Un ceño fruncido muy parecido al suyo, con arrugas evidentes por el paso del los años. Tomó la punta del bō entre sus dedos y la alejó de su cuerpo, apoyándose sobre su codo libre dispuesto a ponerse de pie y comenzar de nuevo, por enésima vez.

—Suficiente—la impostada e inconfundible voz de su padre gobernó en la sala de adiestramiento, tono digno de un rey.

—No he dominado el uso de la katana, padre—informó ariscamente—aún quedan algunas horas para la cena—concluyó con cierta molestia en su hablar.

—De eso ya me he dado cuenta, Lloyd—el monarca se abrió paso bajando por los pequeños escalones, entrando al área donde se encontraban su hermano y su hijo, aún en el suelo—Ya he visto suficiente—hizo hincapié.

—¿Cuánto tiempo has estado aquí?—indagó el adolescente, sosteniendo su peso aún con sus extremidades superiores, cruzándose con los orbes plomizos del imponente hombre.

—Acabo de llegar—gruñó tajante; un pequeño enfado naciendo en él, que se confirmaba con la ligera tensión en su mandíbula y nariz arrugada; sus cejas se encontraron, arrastrándose hacia abajo, mirándolo con cierta decepción.—Puedes retirarte.—

Bufó, llevando su vista y la dirección completa de su cabeza hacia al piso, mordiéndose el labio y dejando escapar una risilla de total incredulidad, para después borrarla del todo, mordiéndose el interior de la mejilla conteniendo el impulso de desafiar al rey.

Con dura resignación, se las arregló para ponerse de pie, llevando sus manos a su fina túnica, removiendo todo rastro de suciedad que podía yacer sobre ella.

Con dos pasos al frente, cara a cara con el rostro expectante de El Rey Garmadon, cortando un poco la distancia para que fuera capaz de escuchar el fastidio en su voz, cerrando sus muñecas en puños, se rindió ante sus órdenes.

Bien—espetó, obligando a sus piernas a ceder y retirarse de la manera más cortés y serena posible.

Pero ¿por qué debía hacerlo? Él era el príncipe; y estaba enojado. Oh, claro que estaba enojado.

Al carajo.

Fastidiado, dirigió su pie a la espada de madera inmóvil en el suelo, pateándola lo más lejos que pudo mientras se abría paso a la salida, abandonando la habitación con un gran azote en las puertas.


Eventualmente halló la manera de escabullirse fuera del castillo.

No fue una tarea muy difícil, tampoco era la primera vez que lo hacía cuando necesitaba un momento fuera de ese extenuante lugar.

Se enorgullecía de sí mismo por sus habilidades para el sigilo y su gran capacidad de no ser visto por los guardias.

"Eres como un ninja " le habían dicho una de las pocas veces que fue atrapado entrando por una ventana.

Se encontraba lejos, pero no tan lejos. Lo suficiente para librarse del ambiente monárquico y de sus evidentes responsabilidades.

Frente a él, un campo lleno de brillante vegetación y formas de vida; pequeñas casas a lo lejos; paz y tranquilidad, la refrescante y gentil brisa acariciando sus mechones y la suave luz del atardecer bañando su cuerpo.

Tomó aire en un largo suspiro, llenando sus pulmones y cerrando los ojos, relajándose, entregándose a los sonidos de la naturaleza. Apagando sus pensamientos, centrándose en sí mismo, tal y como se lo habían enseñado hace algunos años en su primera clase de meditación.

Algo realmente útil, consideró.

Fue interrumpido por el sonido de voces y risas haciéndose cada vez mas fuertes, más cercanas. Abrió los ojos para encontrar a los causantes de dicha intermisión.

En el campo ahora podían apreciarse a dos personas evidentemente pasando un rato de diversión, quiso pensar, una más pequeña que la otra.

Un chico y una chica, corriendo el uno detrás del otro, lanzando palabras que no alcanzaba a comprender por la aún lejanía entre ellos.

En un momento, el chico estaba sobre la hierba y la fémina había inmovilizado sus brazos tomándolo por las muñecas.

—¡Te dije que no tomes mis cosas sin permiso!—reclamó, intensidad en su voz a pesar de su evidente todo chillante, sin duda alguien con quien no querrías tener una discusión, pensó.

—¡Solo fue por un segundo!—la segunda voz respondió, juguetona y varonil—Aquí lo tienes de vuelta ¿ves? Sin un rasguño.—alcanzó a ver como se zafó el agarre de la chica y de su bolsillo sacó lo que parecía ser una pequeña peineta.

Ella arrebató con ferocidad el pequeño objeto de sus manos y sin pensarlo, lo lanzó lejos de ellos, pero cerca de donde él se encontraba mirando la pequeña discusión.

—No lo quiero si ya fue usado por ti—refutó, alejando su cuerpo del hombre tirado en el suelo, negándose a brindarle su ayuda para ponerse de pie—Me debes uno nuevo, y lo quiero pronto—finalizó cruzándose de brazos y dando la media vuelta, regresando al lugar de donde venían.

Al chico no le dio siquiera la oportunidad de objetar; tan pronto como él se había puesto de pie, ella ya estaba fuera del panorama.

Lloyd rió para sus adentros ante la escena, preguntándose cómo el uso compartido de un pequeño accesorio podía resultar en tal conflicto. Problemas de la gente común, pensó.

Problemas sencillos, con soluciones sencillas. Problemas que se resolvían con disculpas y alguna muestra de consolación.

Problemas que a él le gustaría tener, problemas que no estaban ni cerca en tamaño y gravedad a los que le esperaban de vuelta en el palacio.

El crujido del pasto lo hizo reaccionar, sacándolo de sus pensamientos y obligándolo a subir la mirada.

Frente a él, aquel hombre de antes, con la vista perdida entre las hojas verdes debajo de sus pies y una mano reposando en su nuca. Ojos inquietos mirando cada centímetro cuadrado.

Ahora podía apreciarlo mejor. Un joven castaño chocolate, delgado pero con la suficiente masa muscular que no dejaba pasar desapercibido su fornido cuerpo bajo la camiseta roja holgada que vestía. Mechones erizados y salvajes; pequeñas hojas incrustadas en ellos, debido a su reciente estancia sobre la tierra.

De un momento a otro, había levantado la cara; lejos, pero lo suficientemente cerca para analizar sus atributos. Cejas pobladas y anchas, mandíbula bien definida, una nariz celestial que parecía delicadamente diseñada a la medida y unos profundos cautivadores ojos ámbar.

Un chico atractivo, no lo podía negar.

Parpadeó rápidamente, apartándose cuando cayó en cuenta que habían estado mirándose fijamente; un pequeño calor creciendo en su rostro al ser atrapado observando. En su interior, rogó que aquel muchacho no se haya dado cuenta.

El destino pareció reírse cuando el castaño parecía estar cada vez más cerca del lugar donde se encontraba descansado, podía sentir su presencia y alguna que otra vez, esos ojos puestos sobre él.

Repentina vergüenza se apodero del joven príncipe, quien rogaba fuertemente no tener que empezar un incómoda conversación con aquel apuesto extraño debido a su estúpida curiosidad.

Una vez más, el destino lo recibió con una cachetada en la cara.

—Uhm…¿Disculpa,—sus oídos se afinaron y su corazón se detuvo con terror al escuchar esa voz de antes, esa voz áspera pero melódica. Ronca pero dulce—…viste caer por aquí un pequeño peine?—su vista aterrizó sobre él nuevamente, rebuscando en su memoria el lugar en donde el objeto había sido depositado hace no más que solo unos minutos antes.

Se las arregló para tragarse su bochorno y reunir una pizca de valor, intentando arduamente que sus palabras no temblaran y lo delatasen.

—Ahí—apuntó con un suave movimiento en su cabeza; a unos metros de él, se encontraba lo que el chico buscaba. La pequeña pieza plateada fue recogida del suelo, anidada ahora entre sus grandes y definidas manos.

—Gracias,—dijo cuando el accesorio estaba de vuelta en su bolsillo—Me ahorras un gran problema.—dejó escapar un diminuto bufido acompañado de una pequeña sonrisa.

Él solo se pudo concentrar en las pequeñas arrugas El que se formaban de la comisura de sus ojos y el como eso lo hacía lucir extrañamente bien.

—Eh, bueno, te dejo con lo tuyo—el extraño añadió después del raro silencio que se había formado después de no haber recibido una respuesta. Lentamente, giró sobre sus talones, a punto de dar un paso para encaminarse a su destino, pero en un movimiento brusco y repentino, se encontraba de nueva cuenta encarándolo—Espera, espera ¿te conozco?—

Solo entonces pareció reaccionar del trance al que había entrado hace solo unos segundos antes, aclarando su garganta y sacudiéndose los nervios que amenazaban con asfixiarlo, se manejó para reunir palabras para formar una propia contestación.

Pero nada se le vino a la cabeza.

No se conocían; esa era, de hecho, la primera vez que veía aquel rostro en toda su vida y vaya que estaba agradecido.

Un par de razones se le ocurrían del porqué podría resultarle familiar a aquel joven, razones que desearía no existieran.

—No lo creo—fue todo lo que pudo salir de su boca, en el tono seco e indiferente que era tan familiar.

—No, n-espera. Déjame recordar—el chico cerró los ojos y se llevó un dedo a la sien, en un gesto que a Lloyd le pareció raramente encantador; un zumbido salía de su garganta en señal del "esfuerzo" que el castaño estaba haciendo por acreditar de dónde había sido capaz de encontrarse con su cara—¡Aha! ¡Lo tengo!—repentinamente expresó, levantando el mentón y las cejas, dejando apreciar el bonito color de sus ojos en todo su esplendor bajo la luz del atardecer—¡En el palacio! Te he visto rodeado de la guardia real, también hablando con el re-espera…—se detuvo a sí mismo a la par que la sonrisa que había estado adornando su agraciado rostro se desvanecía, siendo remplazada por una expresión de cierto asombro—Espera, espera, espera ¿p-príncipe Lloyd?—

Sus sospechas fueron confirmadas a medida que la lengua del chico parecía batallar para permanecer quieta y dejar de soltar balbuceos, en su mirada la determinación parecía ser reemplazada por ciertos toques de vergüenza.

En el palacio, él había dicho. ¿Era acaso parte del personal real? Quizá un caballero o aprendiz, pero era imposible. Alguien como él no podía pasársele desapercibido. Si viviese en el palacio, él ya estaría al tanto de ello.

Asintió lentamente.

—¡L-lo siento mucho! Uhm…¿como debería dirigirme? Su…M-Majestad?—el ahora evidente nerviosismo se había apoderado completamente del muchacho, de una manera que le parecía incluso deleitante.

Soltó una risilla, ablandando por primera vez en esa tarde la dura expresión de seriedad que dominaba sus facciones.

—En realidad, no—soltó divertido, al ver como la preocupación del chico solo parecía crecer más—Hoy…soy solo Lloyd—admitió con seguridad, tratando de no incomodarlo más.

—¿Solo Lloyd?—respondió casi inmediatamente—¿Por qué?

Eso lo tomó por sorpresa, y a decir por la instantánea señal de arrepentimiento que mostró justo después de haber formulado esa pregunta, a él también.

Pero no era una molestia responderle.

—Lo he decidido así,—confesó—hoy no quiero ser parte de nada de eso—desvío su mirada por un instante para observar el hermoso campo frente a ellos, sintiendo el fresco rozar del céfiro sobre su piel—Me di a la fuga, solo por hoy—sus ojos volvieron a encontrarse con dos orbes ámbar abiertos como platos—O a menos por ahora, antes que el rey ordene a toda la ciudad mi busca y captura—

Eso pareció relajarlo, a decir por la pequeña risa que se le escapó y la manera en que sus hombros parecían destensarse poco a poco.

—Bueno, seré un afortunado entonces, por reclamar tu rescate—bromeó llevando la vista a sus pies, apocado ante el atrevimiento de su comentario.

—Oh ¿me delatarás? Creí que nos estábamos llevando bien—de nueva cuenta, pequeñas risas salían de sus labios, y el verde se encontraba con el naranja.

Después de una breve pero eterno momento mirándose, el castaño se aclaró la garganta, parpadeando un par de veces para recuperar su compostura.

—Uhm..¿p-puedo,—de nuevo, la agitación parecía nacer en su voz—¿Puedo preguntar por qué?—

Lo tomó por sorpresa, tanta que no pudo evitar arquear una ceja y dejar escapar un sonido de grata confusión.

—¿Disculpa?—trató de no sonar tan aterrador.

—E-el palacio, me refiero…—Otro carraspeo, a este punto podría jurar que su garganta estaba dolorosamente seca—¿Por qué escapaste del palacio?—finalmente formuló, mordiendo con fuerza su labio inferior, ligeramente rojos por la fuerza que había sido aplicada sobre ellos.

No le importaba realmente contestar, era la primera ocasión en mucho tiempo en la que alguien mostraba real interés por platicar con él; desde que no mucha gente de su edad habitaba en el palacio de Ninjago. Su día a día era estar rodeado por políticos estirados, su padre, su madre y su tío. Algunas veces entablaría conversaciones triviales con los guardias y asistentes, quienes respondían de una forma casi predeterminada la mayoría del tiempo al tratarse del príncipe a quien le dirigían la palabra.

No tenía muchos amigos, no verdaderamente. Y era humillante de admitir.

Los pocos a los que tenía la dicha de acreditar como tal habitaban a reinos de distancia, y no era muy fácil lograr comunicaciones estables.

—Tuve una discusión con mi padre, después de no dominar el arte de la espada—No era la verdad absoluta, pero él no tenía porqué saberlo—Entonces quise estar solo por un momento. Y aquí estoy.—se encogió de hombros, pensando en las posibilidades de que un general se le apareciera justo al frente y lo arrastrara de vuelta a casa.

—La espada, eh—un brillo pareció iluminar sus ojos, una pícara sonrisa naciendo—Tienes que estar de suerte—

Evidentemente confundido, frunció su entrecejo mirando expectante al chico aún frente a él, no dijo nada esperando una explicación.

—Puedo ayudarte con eso, ya sabes,—un carraspeo más y un brazo elevándose para descansar sobre su nuca, su mirada perdida en algún lugar del césped—como agradecimiento por encontrar la peineta de mi hermana—

Parpadeó dos veces, incrédulo y sorprendido por tal propuesta.

—¿Qué sabes sobre el manejo de la espada?—indagó sobre los conocimientos del desconocido, quien había empezado a reír vacilante.

—Que no sé, querrás decir—cerró los ojos sonriendo ampliamente esta vez, alardeando, llevándose ambas manos a las caderas. Y la imagen de él justo así causó algo en su interior. Después de un breve segundo, uno de sus brazos se estiró ofreciéndole su mano, observó el movimiento fugaz de sus párpados abrirse para volver a encontrarse con él—Kai Smith, hijo de Ray Smith, herrero de la Guardia Real y maestro de la espada—un atisbo seductor fue lanzado hacia él como una flecha, con esa curva que formaban sus labios en una manera que no podía explicar el porqué le resultaba tan hipnotizante.

Conocía bien a el Sr. Ray. Era el herrero del palacio y presuntamente el mejor de toda Ciudad Ninjago. Llevaba años sirviendo a la familia real, diseñando armas para la guardia y distintos otros artilugios que pudieran ser requeridos.

Poseía cierta cantidad de joyería hecha por él, diseñada a la medida. Su trabajo era admirable, así como lo era su dominio de las armas.

Si bien el Sr. Smith fungía como herrero, en sus tiempos libres podía vérsele dando rondas por el área de entrenamiento, danzando con sus propias creaciones; y debía admitir que al hombre se le daba muy bien, casi como si él y el sable fueran uno solo, unidos por la empuñadura.

No le sorprendería que, dichas habilidades, fuesen transmitidas a su hijo, quien pacientemente aún mantenía su brazo en el aire.

Sus manos se encontraron. Palmas callosas recibieron la piel suave y gélida en un estrecho apretón y un breve balanceo. Olas de electricidad recorrieron su cuerpo ante el nuevo tacto, esparció una pequeña sonrisa tras el correr del tiempo.

—¿Vamos?—preguntó Kai con diversión, ladeando su cráneo en dirección al vasto campo que los esperaba justo al frente.

Con un bufido de diversión, asintió y se adentraron en él.

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Varios minutos después, se encontraban en su casa.

En su patio.

Una pequeña pero lo suficientemente amplia área había sido despejada por el chico para que ambos pudieran tener una pequeña práctica con el arma.

Ante él, la susodicha. Una espada.

Grande, metálica , afilada y real.

Muy real.

—Uhm…¿Kai?—recibió un zumbido como respuesta del hombre frente al él acomodando las últimas pertenencias que se encontraban en su camino—No creo que esto sea una buena idea—

—¿Qué?— dejó la última maceta en un lugar estratégico donde no sería un obstáculo y giró sobre sus pies, encarándolo—¿Por qué?—

Había arqueado una ceja mientras frotaba sus manos despojándose de los pequeños rastros de tierra en ellas.

—Solo he practicado con espadas de madera, estrictamente de madera—dirigió su mirada a la hoja que yacía a unos pasos de él—y esa es una espada de verdad—

Una carcajada le hizo devolver su atención a la persona que tenía delante.

—Pfff ¿madera? Somos herreros, el metal es nuestro elemento—vaciló—Además…es lo único que tenemos—resopló nerviosamente, encogiéndose de hombros. Pareció notificar el miedo creciente en sus ojos cuando dio dos pasos más cerca de él—Estarás bien, confía en mi.—lo vio contener el impulso de postrar la mano en su hombro y aclararse la garganta en su lugar.

Se apoyó sobre una pierna y balanceó su peso para alcanzar la empuñadura, levantándola y extendiéndola a su dirección.

Dudoso, estiró la mano, rozando la de Kai, quien cedió el agarre del arma que ahora se encontraba completamente entre su palma.

Evidentemente más pesada que una espada de madera, evidentemente más grande.

Evidentemente más hermosa.

Evidentemente más peligrosa.

Sus ojos recorrieron toda la hoja, apreciando el destello en la afilada punta.

—Bien, empecemos con la posición—la voz de Kai llenó sus oídos sacándolo de su pequeño trance, aún no estaba del todo seguro sobre si mover frenéticamente una katana filosa en el aire muy cerca de ambos fuese lo mejor para aprender—Tienes que separar un poco las piernas y plantarte un poco, ven, déjame enseñarte,—su respiración pareció entrecortarse cuando observó al chico caminar hacia él, cerca.

Con sus pies, posicionó sus piernas a una distancia adecuada y sus manos habían aterrizado en sus hombros, situándolos en linea recta. Los separaba solamente la longitud de sus brazos, literalmente.

En el medio, dedos temblorosos sostenían una espada, con la punta al cielo.

Kai levantó la vista para encontrarse con la suya ya puesta sobre él. Exaltado.

Se miraron por unos segundos, ninguno dispuesto a abandonar al otro. Y por Dios rogaba que pronto le quitara los ojos de encima o el arma caería al suelo, tajando a alguno de los dos en el trayecto.

El destino pareció apiadarse de él cuando después de una serie de frenéticos parpadeos, el castaño se relamió los labios y tragó saliva; desviando la vista y dando largos pasos hacia atrás.

—Muy bien, enséñame qué sabes hacer—por unos momentos, quedó estático. Inmóvil. Olvidando todas y cada una de las cientas clases y técnicas que su tío Wu se había encargado personalmente de que se le quedaran grabadas en su cerebro. Miró sus propios puños que sostenían la espada en un agarre muy tenso, sus nudillos comenzaban a tornarse blancos.

Ahora fue su turno de tragar saliva, cosa que era inexistente en la sequía de su garganta.

Lo primero que se le vino a la mente era quizá la técnica más inapropiada para iniciar su primera demostración con un sable auténtico; aquella maniobra que había fallado tantas veces y no existía posibilidad alguna de completarla con total éxito. Sin embargo, él lo estaba esperando, podía sentir la impaciencia en su mirada, así que cediendo totalmente y tirando la última gota de razón a la basura, hizo el agarre más firme, cerró los ojos y rogó que esto no terminara tan mal.

Una pierna atrás, otra al frente. Centro de apoyo, brazos hacia el pecho, vuelta por la espalda y-

—¡Espera!—Lo último que pudo ver fue a Kai correr hacia él con pasos agigantados, justo en el momento cuando se encontraba a medio girar, perdiendo el equilibrio y su sentido de orientación.

Después, él estaba en el suelo. Pero no sobre el suelo.

Le tomó unos cuantos segundos asimilar su posición, reaccionando inmediatamente a las ásperas manos que se habían posado sobre su cintura.

Estaba en el suelo. Había aterrizado sobre Kai y este, lo sostenía firmemente de sus costados.

Le llevó unos cuantos segundos más darse cuenta que, la espada seguía separándolos, peligrosamente cerca del rostro del castaño.

—¡Mierda!—apoyó todo su peso sobre un brazo, separándose del muchacho debajo de él, alejando con su mano libre el pedazo metálico que le impedía ver con totalidad su faz—Kai, ¿estás bien?—llevó sus dedos inconscientemente a la cara del chico una vez estuvieron libres de la hoja, la cual había caído al suelo con un chillido.

Kai abrió lentamente los ojos y se apoyó sobre sus codos; elevando el torso, quedando aún más cerca de él. Su vista se alejó de sus dedos y bajó para encontrarse una vez más con un brillante y hermoso color ámbar. Perdiéndose en las profundidades de sus ojos, se encontró escuchando el latido de su propio corazón retumbar contra su pecho, rogando que él no pudiera percibirlo.

Pupilas enormes, devorándose; ignorando la gran cercanía que ahora existía entre sus narices. Luchó con todas sus fuerzas contra los impulsos que lo querían obligar a bajar aún más y admirar sus labios.

El repentino calor y humedad en uno de sus dedos fue el causante de que reaccionara y que por fin, por fin, saliese de su trance.

Sus ojos esmeralda viajaron a una de sus cejas, en donde un color carmesí comenzaba a brotar, empapando la pálida yema que aún se encontraba ahí. Lo sintió estremecerse debajo de él cuando accidentalmente rozó la herida.

—Mierda, Kai, estás sangrando—la preocupación en su voz era de esperarse, acercó su rostro aún más para examinar que no fuera más profunda de lo que le gustaría.

—Estoy bien—lo sintió moverse debajo hasta quedar totalmente sentado, dejándolo a él posado encima suya. Lo tomó por la muñeca de la mano que inspeccionaba su ceja, un agarre gentil y delicado.

Suave

No el tipo de reacción que esperas cuando acabas de cortarle la cara a alguien.

—Maldición, cuanto lo siento—se zafó del agarre y se maldijo a sí mismo por hacerlo, pero la impulsividad de llevársela a la boca para cubrirse de la vergüenza y culpa que sentía en ese momento fueron mas grandes—De verdad, yo-¡mierda!, en serio lo siento Kai—tensó la mandíbula y ahora se llevó ambas manos para esconder su enrojecido rostro.

En respuesta, sintió como dejaba escapar una risilla y un peso agradable sobre su hombro.

—No pretendas que fue tu idea—dijo con una voz calmada y cantarina—Además, es solo un rasguño—concluyó con esa característica sonrisa cautivadora pintada en su rostro.

¿Un rasguño? ¿Como podía este hombre tener rastros de sangre que caían por sus mejillas y decir que solo era un rasguño?

¿Como podía ser tan encantador incluso después de invadir su espacio personal y causarle una herida así?

Comprobó de nuevo la gravedad. Era pequeña, pero sin duda dejaría una cicatriz.

En la cara, además. Él ya estaría perdiendo los estribos.

Después de un largo momento analizando, cayó en cuenta que seguía sobre su regazo; y de nuevo un intenso sonrojo comenzaba a colorearle hasta la punta de las orejas.

—P-perdona—musitó y torpemente le ordenó a sus piernas reaccionar y ponerse de pie. Luego obligó a uno de sus brazos extenderse para ofrecerle su ayuda, la cual aceptó sin queja alguna.

Ambos ahora de pie y en un incómodo silencio, se resistían ante las ganas de juntar sus miradas de nuevo.

—¿Tienes primeros auxilios en casa?—fue lo primero que se le vino a la mente para romper con el creciente mutismo.

—¿Qué?—

—Un botiquín—aclaró—Permíteme curarte eso, aunque sea—ofreció. Era lo mínimo que podía hacer por él en ese momento, pero le enviaría a casa al mejor medico de Ciudad Ninjago si eso podía si quiera compensar el fruto de su torpeza.

De nuevo él solo dejo escapar una risilla en respuesta, negando con la cabeza.

—En serio, no te preocupes por esto, no es nada—pudo notar como él se dio cuenta de que no estaba convencido del todo cuando ablandó la mirada y enterneció su voz—Estoy bien, Lloyd, de verdad.—Su amplia sonrisa casi lo hace rendirse y abandonarlo por la paz, pero sus principios no lo dejaban simplemente dejarlo pasar.

—Déjame compensarte, cualquier cosa,—comenzó a hablar deprisa, pensando en distintas soluciones para enmendar su error—Lo que quieras. Dinero, cuidados especiales, disculpas públicas. Dime y lo tendrás—

Ahora fue una carcajada lo que salió de su boca. Sus mejillas elevándose, casi tocando sus párpados; negaba con la cabeza incrédulamente.

—Deja de decir tonterías, ya te dije que no pasa nada—lentamente se detuvo la melodía que había conquistado sus oídos y maldijo para sus adentros.

Por no escucharla más y por la impotencia de no poder hacer algo al respecto.

Estaba a punto de darse por vencido y vivir con la pena de haberle causado al hombre más apuesto que había visto una marca que lo acompañaría de por vida.

Pero un zumbido le devolvió la esperanza.

—¿Sabes? Creo que sí hay algo que quiero—y ahí estaba, su oportunidad de limpiar su conciencia y alcanzar la paz mental. Con mucha prisa, levantó el mentón y lo miro atentamente, a la espera de su petición. Él dibujó una sonrisilla más y estaba seguro que no soportaría otra sin que su corazón saliera disparado de su caja torácica.

Ante el repentino silencio, no soportó un segundo más en la incertidumbre

—¿Y bien?¿Qué es?—trató de disfrazar lo mejor que pudo la ansia en su voz.

De repente, Kai pareció dudarlo, a decir por la tensión que podía notarse en su mandíbula, pero tras una gran bocanada de aire, finalmente habló.

—Otra tarde contigo—soltó casi con alivio, incapaz de mirarlo a los ojos ahora, su mirada anaranjada se había clavado en la punta de sus zapatos—Tú y yo, sin espadas esta vez, solo…tú y y-yo en…donde sea c-con…una merienda ¿quizá?—

Pestañeó dos veces. Lentamente. Tratando de asimilar el deseo del castaño.

Dentro de todas las posibilidades que se le habían abierto, entre todas las cosas que pudo haber pedido y tener la certeza de que lo recibiría, había solicitado volverlo a ver.

A él, ellos dos, otra vez.

No es como si no se le hubiera pasado por la mente la posibilidad de encontrarse nuevamente, su encanto lo había ganado hace unas cuantas sonrisas atrás, pero ahora esa posibilidad era real.

Él mismo se lo había pedido.

Y él no estaba en posición para negarse.

Incluso si eso significaba que tendría que escapar del palacio, estresar a su padre y tener a una orden de guardias en su búsqueda. Por el Primer Maestro, claro que lo iba a hacer.

—Muy bien—trató de esconder la emoción traicionera en su voz—Si eso es lo que quieres, estaré encantado de hacerlo—fue él ahora quien le dedicó una de sus más sinceras sonrisas. Una de verdadera satisfacción.

Kai en una tarde había logrado devolverle lo que una vida como el "príncipe Lloyd" le había arrebatado.

Humanidad.

Le había hecho navegar por sensaciones propias de un niño de diecisiete años.

Esa tarde, él era solo Lloyd.

Y Kai era la primera persona en conocerlo.

Sonreía de una manera que no podía explicar, de una forma en que sus ojos parecían sonreírle también. La manera en que aquella expresión engalanaba su imagen hacía que se encontrase a sí mismo perdido en su encanto, aturdido por un hechizo que no fue necesario si quiera pronunciar.

Era simplemente fascinante, la forma en que despertaba todas esas nuevas y repentinas emociones dentro de él.

—¿Por qué hiciste eso de antes?—soltó sin aviso, mordiéndose la lengua tras haber actuado por su propia voluntad. Lo vio alzar las cejas en sorpresa, rápidamente bajándolas y haciendo una mueca de dolor que le hizo recordar el trayecto de sangre que aún le recorría la sien—Me refiero, a cuando estaba con la espada, ¿por qué corriste hacia mí?—quiso saber el motivo de las acciones que lo habían llevado a tal corte en la frente.

Reaccionó con un "oh" y una mano en la nuca, cosa que empezaba a asociar como un pequeño tic nervioso.

—Uhm…eso—tardó unos pocos segundos en continuar—No giraste la cabeza.—confesó.

—¿La cabeza?—cuestionó, no parecía estar entendiendo demasiado.

—Sí, la cabeza—dijo firmemente esta vez, relajando los músculos—Cuando giras, lo primero que se mueve es tu cabeza, así tu cuerpo no se enredará consigo mismo.—

Oh.

Ahora fue su turno de asombrarse. Nunca en sus incontables lecciones y entrenamientos con su tío Wu había sido acreedor de tal conocimiento.

Se preguntaba el porqué. ¿Acaso disfrutaba de ver sus caídas? O quizá estaba esperando el momento en que lo descifrara por él mismo.

O quizá, Kai estaba equivocado.

De cualquier forma, solo había una forma de averiguarlo.

Sin espada esta vez.

De repente, llevó una de sus piernas hacia atrás, haciendo fuerza con la delantera. Dio vuelta por su espalda, asegurándose que lo primero fuera su cabeza.

Un segundo después, tomó impulso y su cuerpo entero giró en el aire, aterrizando de manera exitosa.

No podía creérselo. Había aterrizado. Y sobre sus pies.

Se tomó su tiempo para asimilar lo que había sucedido. El chico que tenía delante parecía tan sorprendido como él.

—Wow—jadeó debido a la adrenalina que no paraba de crecer en su interior.

—¡Wow!—recibió estruendosamente—¡Giraste!—

Sí, había girado. En el aire. Y gracias a él.

—Sí…—comenzó apagado—¡SI!, Giré, Kai, ¡lo logré!—una nueva ola de entusiasmo comenzaba a apoderarse de él, una mezcla de alegría, orgullo y agradecimiento—¡Oh, por el Primer Maestro! ¡Podría besarte ahora mismo!—

Su corazón cayó a sus pies al darse cuenta inmediatamente de lo que había dicho.

—¿Qué?—fue lo primero que escuchó de parte del castaño casi en un ahogo, observó como su rostro ahora era casi del mismo color de su camisa.

Y a decir por el calor que sentía dentro de su cuerpo, él no podría decir que estuviese mucho mejor.

—Eh-y-yo, quiero decir…—balbuceó incapaz de formar propias palabras y maldijo a su lengua por ser tan patosa—Quiero decir, O-o sea—

Fue interrumpido por un estallido de pequeñas carcajadas, que le hicieron tragarse la poca vergüenza que le quedaba y ceder ante las risas.

Se quedaron así por un momento, sonrojados y nerviosos, riendo por aquel pequeño desliz que ambos debían admitir, no fue del todo malo.

—Bueno, debo ser un suertudo—Kai dijo cuando pareció recobrar la compostura y reunir el suficiente valor—el príncipe Lloyd acaba de confesar querer besarme—soltó travieso.

—No seas tonto, tu sentido común parece estar drenándose por tu ceja—apuntó acusatorio en un intento de defenderse, logrando que nuevas risas hipnóticas abrazaran sus oídos—Fue la emoción del momento— se excusó, cruzando los brazos frente a su pecho y llevando su mentón a una dirección en donde no se encontrara con el semblante orgulloso del castaño.

Por dentro estaba muriéndose de pena. Y debía admitir que sí había actuado por impuso, pero Kai no estaba equivocado del todo.

Estaría mintiendo si dijera que por su cabeza no había pasado la duda de cómo se sentirían esos bonitos y delgados labios sobre los suyos.

Pero él definitivamente no tenía por qué saber eso.

Volvió a mirarlo para encontrarse con que él ya lo estaba haciendo primero, ojos titilantes puestos sobre su vacilante cuerpo que luchaba por permanecer firme.

—Entonces…—de nuevo, fue Kai quien se encargó de romper el vacío entre los dos—¿Mañana al atardecer?—

"Mañana" rebotó hacia todas partes dentro de su cráneo, su corazón latiendo fuerte. Lentamente esbozó una de sus más veraces sonrisas.

—Mañana al atardecer—finalizó sumergiéndose nuevamente en el ámbar y entregándose al dulce cantar de risillas nerviosas.

Si esto era la vida fuera del palacio, por el amor del Primer Maestro que escaparía todos los días.