Los personajes de Pokémon no me pertenecen, son propiedad de su creador y me deslindo de ellos. La canción en la que está basada esta historia tampoco me pertenece, a partir de hoy 7 de julio le pertenece a Taylor Swift.
Nota de Cer: Stream SPEAK NOW (TAYLOR'S VERSION)
Superman
"Y en otras noticias: ¿habrá problemas en el paraíso? ¡Tenemos nuevos rumores sobre el Campeón! Estos dicen que Paul Shinji no ha abandonado la Isla Del Valle Lily ¡en casi una semana! ¿Será acaso que nuestro querido Maestro Pokémon esté ignorando sus obligaciones como padre de familia? ¡No le cambien! ¡Todo esto y mucho más, regresando de la pausa!"
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Dawn presionó con más fuerza de la habitual el botón de apagado del mando del televisor, un regusto amargo le subió por la garganta de tal modo que casi le provoca vomitar. Estaba enojada, se sentía enojada. No soportaba los rumores sobre Paul.
Arrojó el aparatito muy descuidadamente al sofá, importándole poco si por la furia este terminaba golpeándose contra la alfombra, y optando por regresar a la cocina para continuar con sus quehaceres matutinos.
Habían pasado años desde su primer viaje Pokémon, aquella aventura con múltiples experiencias valiosas que atesoraba preciadamente en su corazón. Lo aprendido y vivido le había servido en gran medida para la formación del futuro que vivía hoy en día, sobre todo, el hecho de haber conocido a Paul Shinji en el Laboratorio del Profesor Rowan.
Una sonrisa enamoradiza se dibujó en el rostro de Dawn, rememorando la primera vez que lo vio: de brazos cruzados y una pierna posada en el árbol sobre el que se recargaba. Por algún motivo se había emocionado y pensó que él era genial. Algo en su actitud misteriosa le había atraído inmediatamente, y al finalizar esa batalla contra Ash, ella no sintió más que curiosidad hacia él y su forma de pelear. A partir de que se dio cuenta de que Paul realmente era un patán, fue más cautelosa con él, pues no quería meterse en problemas. Mas esto no sirvió de mucho, porque a Paul no le importó meterse con ella olvidando su nombre.
Aunque el recuerdo en la actualidad no era más que hilarante.
Paul podría ser muchas cosas, pero no era un estúpido, y este le había aclarado en algún momento que la intención de "¿Dime tú, quién eres?" era precisamente para conocer su identidad. Por supuesto que Paul la había notado detrás de Ash y Brock todo el tiempo, no era ciego, pero estos jamás se dieron el tiempo de presentarla como su amiga.
Razonando la situación, tenía sentido. Empero, ella siendo una mocosa emocional y frustrada porque el chico genial y que le gustaba no la recordara, inconscientemente la hizo saltar a insultarlo, solo para llamar su atención a como diera lugar.
Una estrategia funcional, al parecer, pues ellos en la actualidad estaban casados.
Muchas cosas tuvieron que pasar, pero finalmente culminó en la gran boda cuando tenían 20 y 22 años respectivamente. Paul se había convertido en Campeón de Sinnoh pocos meses antes de casarse, siendo conocido como la persona más joven en lograrlo hasta la fecha; asimismo, Dawn se había convertido en madre nueve meses después.
Con apenas veinticinco años, Dawn ya no "Coordina" profesionalmente. Aunque en un inicio ella sentía una profunda pasión arraigada por los Concursos Pokémon, los vestuarios, los circuitos, las actuaciones; con el pasar de los años, y su paso constante por diversos escenarios, la hicieron dar cuenta de que quizá no era algo a lo que quisiese dedicarse toda su vida. Cuando Dawn se embarazó y posteriormente dio a luz, entendió que quizá ser madre era su verdadera vocación.
No era para todas, pero sí para ella, y claro que fue únicamente su decisión.
Aunque su vida y su carrera no habían resultado como ella lo imaginó siendo una niña, Dawn no se arrepentía de nada, ni de cada paso ni experiencia vivida. Es difícil dejarlo cuando has invertido tanto tiempo y energía en ello, sí, pero la maternidad hace que valga la pena.
Vivía bien, había amor, no le hacía falta nada, tenía la casa perfecta, una hija preciosa que adoraba, un marido casi perfecto. Lo que no soportaba eran los comentarios negativos que últimamente cargaban contra él.
Hace un par de meses un programa de chismes había sacado a la luz un "reportaje" acerca de la trayectoria del Campeón, donde se había desvelado "en exclusiva" la crueldad desmedida e inapropiada que este cometía contra sus Pokémon.
La reportera había hecho bien su tarea, recabando datos de aquella sombría época.
Claro que estos detalles sucios, como lo explicaba la presentadora, Dawn ya los conocía. Dawn había presenciado de primera mano la nula empatía e indiferencia de antaño con que su esposo trataba a sus Pokémon cuando era un niño. Cómo no los felicitaba o agradecía, los llamaba patéticos, buenos para nada, cómo los sometía a rigurosos entrenamientos sin mucho descanso, cómo solo buscaba capturar al más fuerte liberando a los débiles. Sin embargo, en la actualidad también conocía los miedos e inseguridades más profundos de Paul. Sus sentimientos y su corazón ya no eran un secreto para ella. Sabía la historia de su familia, la historia de su hermano, y el tamaño de la decepción disruptiva que causó que este se rindiera después de perder una mísera batalla.
Dawn también sabía que no era justo condenar y juzgar a Paul por su ignorancia del pasado con la sabiduría del presente.
Su esposo ya no era el mismo de antes, había cambiado para bien. Lo cual era una aseveración demasiado estúpida, porque resultaba evidente que una persona no era la misma que su yo de hace quince años.
La gente crece y madura durante las etapas de su vida, volviéndose inadecuada para continuar con la vida que tenía antes de esa drástica transformación.
Pero a la prensa sensacionalista esto no le importaba, solo velaban por sus sucios intereses, los números de ventas, la atención, el dinero, y el escándalo en que estaban metiendo a Paul.
Siendo la comidilla de los chismosos por un tiempo, él simplemente ignoró el tema y todo cuestionamiento que pudiese haber al respecto. Paul no acostumbraba a estar frente a las cámaras o ruedas de prensa tan a menudo, y por eso Dawn tuvo la intención de defender a su marido, fuese en público o en redes, pero desistió al entender que hacer caso a los malos comentarios también significaba confirmarlos y darles un valor que no merecían.
Y aunque Dawn sabía de la certeza, seguía pareciéndole injusto rechazar la negativa. Pero Paul tenía razón en hacer lo que hacía. Al fin de cuentas, sus acciones hablaban mejor que cualquier discurso o comunicado que se pudiese emitir mediante el portavoz oficial de la Liga.
Si bien cuando apenas venció a Cynthia muchas personas en Sinnoh se manifestaban dudosas, y hasta en contra del ascenso de alguien demasiado joven; con el tiempo, Paul gradualmente fue ganándose al pueblo de Sinnoh y fue capaz de demostrar lo contrario. Aún cuando unos cuantos expresaran de manera contundente que el puesto de Cynthia le quedaba demasiado grande a un mocoso como él, Paul se encargó de llenarlo poco a poco.
Se convirtió en un buen Campeón; un tipo apto y adecuado.
Siempre que se le necesitaba, acudía al rescate. Fuese lo que fuese, problema al que se enfrentase, Paul encontraba solución. Ella era testigo. También, se mostraba fuerte y noble, defendiendo siempre a los más débiles.
Si la región de Sinnoh se viese amenazada por algún peligro o inminente banda criminal, Paul los salvaría sin dudarlo.
Paul estaba ahí para ti incluso si solo fuera para bajar a un patético Glameow de un árbol.
La ola mediática de aquella vez había mermado mucho más rápido de lo esperado, por eso no le parecía tan extraño que quisieran traer la carta de Campeón a la mesa una vez más.
Y el nuevo y jugoso chisme los involucra a ellos como familia.
Su familia.
Dawn frunció el ceño recordando la nota televisiva con disgusto.
Para empezar, ¿esta gente no tenía nada mejor qué hacer? ¿Por qué insistir en meter las narices donde no les importa? ¿Qué sabían ellos del rol de Paul como padre? El entorno familiar de una persona era sagrado e intocable, por más famoso y público, sobre todo cuando involucra a un menor. ¿De verdad que no tenían un deje de escrúpulos? ¿No les importaba para nada manchar una reputación? ¿Qué pensaría su pequeña de su padre si se entera de lo que vomitaban los medios sobre él?
Como ex Súper Coordinadora, ella sabía de los peligros de ser una figura de alto poder, gente que te tira odio iba a existir siempre pues no se podía complacer a todo el mundo, aún si estos solo se manifestaran en redes sociales, protegidos por el anonimato que otorga el internet. Siendo Campeón, eras prácticamente una celebridad, por supuesto que se hablaría de ti más a menudo. Serías excesivamente notado, criticado, solicitado, juzgado. Pero Paul y ella no tenían que aguantar ningún tipo de acoso a su intimidad. Y por supuesto que jamás permitirían que su preciada bebé saliera lastimada.
Supuso que Paul y ella hablarían al respecto para poder decretar alguna solución, mientras, le tocaba lidiar con la polémica a boca cerrada.
Habían pasado algunas horas y la mañana se había desvanecido rápidamente dando paso al medio día. Dawn se hallaba en el patio trasero, había terminado de colgar la ropa a secar, cuando escuchó la puerta principal abrirse y de repente tenía a Lizzie fuertemente abrazada a su cadera.
Se sintió relajar al instante. Inconscientemente, Dawn había mantenido su cuerpo en una postura tensa desde la mañana.
Sin embargo, en ese fugaz instante de satisfacción, se daba cuenta de que no importaban las vicisitudes que a diario la atormentaran, la sonrisa inocente de su hija era tan reconfortante, como una súbita oleada de dulce alivio, como si nada más en el mundo realmente importara.
—Hola mi amorcito, ¿te divertiste hoy?
—¡Sí! —expresó con ese entusiasmo burbujeante que heredó de ella. Aunque Dawn ya no era así integralmente, pues creció, le agradaba verse a sí misma reflejada de vez en cuando en Lizzie, disfrutando su niñez, incluso con ese color de cabello tan característico que heredó de Paul.
—Bueno, vayamos a comer, y me contarás qué hicieron hoy en tu salón.
Ella asintió fervientemente con la cabeza.
Antes de regresar dentro de la casa, Dawn giró medio cuerpo en dirección al vehículo que se alejaba. Con su mano derecha hizo un gesto de saludo hacia el conductor. Reggie vivía a unos metros de su hogar, y comúnmente le hacía el favor de ir a recoger a Lizzie a la guardería. Reggie además de ser su cuñado era su vecino, aunque en realidad vivían en la misma zona. Al morir, los padres de Paul y Reggie les habían heredado hectáreas enormes de campo a las afueras de Ciudad Veilstone, por lo que ambos hermanos tomaron la decisión imparcial de dividirse la mitad para cada uno. Al comprometerse, Paul y Dawn comenzaron la construcción de una casa en el terreno que ahora les pertenecía.
Aunque a Paul no le entusiasmaba tanto la idea de mantener a Reggie como un molesto vecino, le parecía un alivio para cuando sus deberes como campeón se intensificaran. Se sentía menos preocupado y más seguro con alguien de confianza a unos pasos de Dawn y su hija en su ausencia. Además, los separaba una distancia prudente, tanto para que Reggie tuviera espacio suficiente para los Pokémon que criaba, cuidaba y entrenaba; asimismo, Paul y ella poseían un jardín enorme y cercado para sus propios Pokémon, quienes se la pasaban andando libremente por toda el área. Incluso Prinplup la abandonaba por irse a nadar al lago privado.
Después de que Reggie se estacionó frente a su propio hogar, Dawn se agachó para cargar a su hija, llevándola a la cocina.
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Habían comido entre alegres conversaciones, risas burbujeantes y radiantes sonrisas. Lizzie no era exactamente muy vocal, pero siendo una niña de cinco años, rezumaba esa energía característica de alguien de su edad.
Dawn mentiría si alguna vez no se había sentido intranquila sobre si su hija heredaría el temperamento difícil de Paul. Ella amaba a Paul, pero no quería para Lizzie esa melancolía en su niñez. Esa crueldad. Reggie una vez mencionó que Paul siempre había sido un poco cruel, un rasgo que incluso hoy era inherente a su personalidad. Sin embargo, la personalidad de Paul también se había vuelto más flexible con el tiempo, más variable conforme su ambiente y las interacciones a lo largo de su vida. A su relación amorosa con ella.
Su carácter había evolucionado, adquiriendo una actitud menos hostil y cada vez más accesible. No dejaba de ser un poco frío y rudo. Tampoco dejaba de ser un entrenador muy disciplinado, consigo mismo y con sus Pokémon.
Se tomaba muy en serio su trabajo como Campeón de Sinnoh.
Y esa característica no lo hacía mala persona, ni mucho menos un mal padre, como versaban los malos comentarios.
—Mami, ¿puede Lizzie hacer pasteles contigo?
Dawn salió abruptamente de sus pensamientos, y desviando su mirada (algo anonada) hacia su hija quien la miraba con un brillo decidido en sus ojitos azules y las manos en puños pegadas a su pecho. No la había oído acercarse. Hasta hace unos minutos, Lizzie se ubicaba frente a la mesita de la sala dibujando con sus crayones, pero a veces demostraba ser tan sigilosa como su padre.
—Por supuesto cariño, yo encantada de recibir tu ayuda. ¿Ya terminaste tus deberes?
—Síii, ¡no te preocupes!
La expresión de Dawn inmediatamente se transformó en una de diversión ante su eslogan copiado. Con ese entusiasmo, no sabía si ella estaba mintiendo solo para enfocarse en otra cosa, tampoco sabía si debía preocuparse.
Una ligera carcajada abandonó sus labios.
—Muy bien, ¿qué quieres hacer primero? —colocó sus manos en su cintura, esperando una respuesta.
Desde que Lizzie era una bebé, Dawn se había dedicado a la venta de Puffins para distraerse, pero dado a su sorprendente éxito entre los pokémon de entrenadores visitantes, estableció una Panadería Pokémon en el centro de Ciudad Veilstone, agregando al "menú" la opción de venta de pasteles, magdalenas, cupcakes y demás (para que los entrenadores compartieran con sus Pokémons). En un principio ella —junto a Lizzie en un portabebé— se encargaba de atender su pequeño negocio, pero conforme Lizzie fue creciendo, y debido a la alta demanda, contrató tres personas para que la ayudaran a mantener el orden, y ella mejor se dedicaba tranquilamente a hornear y decorar los pedidos desde casa; asimismo, evitando ser molestada al ser la esposa del Campeón.
—¡Los copkeis!
Dawn, enternecida por la actitud de su hija, tomó dos mangas pasteleras de la encimera y le pasó una. Ambas se giraron frente a la bandeja de esos pastelitos desnudos que previos diez minutos Dawn había sacado del horno.
—Muy bien, sé que me has visto hacerlo antes, pero igual observa con atención —la mujer de cabello azul tomó el pequeño cupcake con una mano, mientras que con la otra le vertía suave y delicadamente la colorida crema, demostrando soltura y precisión en sus movimientos. Con tres simples giros de su mano creó un acabado perfecto.
Lizzie observó detenidamente la asombrosa técnica de su madre, e intentando imitarla, tomó emocionada su propio cupcake, mas la niña no fue capaz de medir su fuerza, apretando muy fuerte y esta pronto se desbordó, rompiendo el acabado de estrella de la manga.
Lizzie frunció el ceño, haciendo un puchero ante esto.
—Tranquila, no pasa nada —posó una mano reconfortante en el hombro para consolarla, y le quitó el pequeño panecito. Dawn se deshizo del exceso de crema con los dedos, arrojándolo a un bowl cercano y volvió a pasarle el cupcake—, hazlo de nuevo. Recuerda que la práctica hace al maestro —señaló con una sonrisa, animando a su hija.
Lizzie le copió la expresión, sin darse por vencida. ¡Su papá era El Campeón, por lo que no estaba en su sangre ser una perdedora! Se dijo a sí misma. Respirando hondo, cerró los ojos por un momento. Cuando los volvió a abrir estos estaban llenos de renovada determinación.
Pasó alrededor de una hora, y por fin habían terminado de decorar todo un lote de cupcakes. Lizzie aún lo hacía con torpeza, pero Dawn se había encargado de ayudarla y guiarla como solo una madre lo haría, por lo que no se veían tan mal. Claro, no eran perfectos, pero lo bastante bien para una niña de cinco años. Sin decirle, Dawn guardaría los cupcakes decorados por Lizzie y se los daría de comer a Paul.
—¡Ahora quiero hacer este! —señaló un par de gruesos bizcochos circulares, empalmados uno encima del otro—, enséñame hacer este, mamá.
—Bien, presta atención —Dawn ahora tomó una espátula larga de sus utensilios de repostería, y tendiendo una cantidad decente de crema al bizcocho, procedió a expandir con cuidado. Posteriormente, le pasó a Lizzie otra manga rellena de crema de mantequilla—, escucha Lizzie, ¿has visto la forma de decorar pasteles, cierto? —la peli lavanda asintió—, en teoría es lo mismo que un cupcake, pero, se coloca sobre este platito giratorio por practicidad, y dependiendo del decorado, vas realizando un patrón usando el mismo procedimiento. ¿Ves?
Dawn explicó con dulzura y lo más sintetizado posible haciendo una pequeña demostración. Mas Lizzie no parecía convencida. Algo distinto se procesaba en esa calculadora cabecita morada suya, lo intuía.
—¿Y si yo lo hago con las manos?
—¿Qué?
—¡Sí, como con la plastilina!
—Lizzie, esto no es plastilina, es crema de mantequilla, también podría usar fondant… pero es demasiado pesado para ti. Además no puedes manosear tanto el pastel de un cliente, no es educado, cariño.
—Hnnnn. Bien.
Los labios de Lizzie se apretaron en una expresión de disgusto muy típica de Paul, pero este era más un puchero infantil. Dawn jamás podría evitar fascinarse por estos pequeños gestos símiles entre padre e hija.
Cuando finalizaron con ese pastel, pasaron a otro más pequeño, y luego otro. Así hasta terminar tres. En el cuarto, Dawn dejó a Lizzie decorar a su gusto e ingenio mientras ella se encargaba de acomodar unos puffins recién horneados en las respectivas canastas transportadoras, pronto uno de sus ayudantes pasaría por todos los postres para abastecer la panadería y entregar pedidos a entrenadores. Cuando dejó todo listo, volvió su atención a su hija, dándose cuenta de que esta tenía crema pastelera en su carita, su cabello y su mandil. Se llevó una mano a la boca tratando de reprimir una carcajada, pues no quería romperle la concentración.
Sin embargo, algo vibrando en su bolsillo la distrajo. Extrayendo su teléfono, pudo leer que se trataba de un mensaje nuevo: era de Paul.
Los ojos de la mujer de cabello azul se abrieron como platos, y sus rosadas mejillas se ensancharon aún más si era posible. Sonreía más que feliz.
—¡Lizzie, tu papá llegará pronto! Será mejor que te dé una ducha si no quiero que te encuentre toda embarrada de betún —esto lo dijo frotándole una de las manchas en gesto cariñoso, solo logrando extender más la crema en su mejilla.
Lizzie la miró de soslayo, mostrando una emoción parecida a la de su madre.
—¡En serio! ¡Hurra! —exclamó levantando las manos y aventando la manga sin cuidado—, pero mamá, el pastel…
—Yo creo que está perfecto, cariño —Dawn dejó de lado su ojo crítico—, anda, vamos a la ducha o a tu papá le va dar un ataque al verte.
A regañadientes Lizzie obedeció.
Luego de ayudar a su hija a bañarse y vestirse, ambas regresaron a la sala de estar. Lizzie volvió su atención a su libreta y sus crayones, mientras Dawn terminó de arreglar y entregar su mercancía. Una hora después, la cocina estaba limpia, y no había indicios de que hubiese pasado algo ahí.
No obstante, ya casi eran las siete de la tarde, y aún tenía que preparar la cena para su familia.
Se había pasado toda la tarde tan dulcemente entretenida con ayuda de Lizzie, que se olvidó por completo del meollo del asunto que tanto la acongojaba. Aunque no era su intención mantenerse pensando y dándole vueltas todo el día, porque solo le provocaba espantosos dolores de cabeza e inquietudes innecesarias. Siempre era así al principio. Y si iba a ser así cada ocasión que los medios arremetieran en su contra, solo le quedaba aceptar y vivir con esa ansiedad.
Dawn no quería vivir con ansiedad, y quizá estaba viendo el panorama de la manera menos favorecedora.
Como un absoluto.
Como desde arriba.
Como mera espectadora.
Y Dawn no era una espectadora, era la protagonista.
De repente, oyó girar la perilla y el ruido de la puerta abrirse y luego cerrarse.
—¡Papá! —Lizzie gritó, y el sonido de los golpeteos de sus piecitos contra la madera del suelo invadió cada rincón de la casa, mientras se dirigía velozmente hacia el recién llegado.
Asomándose, Dawn vio cómo su esposo cruzaba el recibidor y se ponía a la altura de su hija, abriendo los brazos para recibirla en un fuerte y cálido abrazo de oso, escena extremadamente tierna para sus ojos.
Por este tipo de cosas es que Dawn no puede escuchar nada de lo que los demás dicen de él.
—¿Cómo estás, pequeña? —él sonríe y le pregunta.
—Estoy bien, papá —respondió, y siguieron una charla que Dawn ya no alcanzó a escuchar.
Lo que ellos no sabían, es que en realidad Paul no era tan malo como dicta su antigua reputación.
En primera, los haters jamás podrían saber a ciencia cierta lo que ocurría dentro de su núcleo familiar. Probablemente ni se lo imaginaban. Segundo, sí, Paul era un hombre demasiado serio y centrado, tenía lugares en donde estar e iría sin dudarlo. Últimamente pasaba días ocupados, encerrado en asuntos internos de la Liga en la Isla del Valle Lily —porque el siguiente torneo de la Liga Pokémon estaba próxima a celebrarse—, y muy poco "tiempo de calidad" con ella y con Lizzie. Mas aquello ocurría cada año, no era un evento permanente, y siendo este campeón.
Mientras tanto, ellas estarían bien.
Las críticas exageradas y sin contexto suficiente salían sobrando cuando se maravillaba con Paul repartiendo besos de adoración en las mejillas de su pequeña.
—¿No viste mi mensaje?
Jadeando, la mujer dio respingo en su lugar, su corazón acelerado al ser una vez más tomada por sorpresa. Cuando enfocó su mirada en el dueño de la voz, este se encaminaba a ella con Lizzie cargada entre sus musculosos brazos.
—Es que pareces sorprendida —Paul enarcó una ceja, con la mirada puesta en ella y un suave amago de sonrisa traviesa formándose en sus labios.
Dawn parpadeó repetidas veces seguidas, todavía paralizada casi a media sala.
—Ah, sí. Sí lo vi. Es solo que… me asustaste.
Paul inmediatamente notó una especie de actitud esquiva poco usual en su esposa, pero lo dejó pasar por ahora, centrándose en Lizzie continuando su anterior charla.
Dawn igualmente notaba la mirada perspicaz de Paul yendo y viniendo de ella a su hija a ratos, pero lo ignoró y continuó ensimismada en su faena.
Ya había sacado todo del refrigerador, tenía la sopa al fuego y verduras medio troceadas, solo le faltaba introducir el pescado a asar. De pronto se le ocurrió reproducir un poco de música en su celular para relajarse un poco, en ocasiones solía hacerlo cuando estaba sola, o cuando no quería estar rodeada de silencio, y para acompañarse. No es que odiara el silencio. O la calma. Paul era un amante empedernido de la tranquilidad, y honestamente, cuando te acostumbras a ello ya no quieres lidiar con el ruido de nuevo. Pero a Dawn la música le encantaba, sobre todo al cocinar.
La ex Súper Coordinadora no era de aquellas personas que presumía de deleitarse con pistas de géneros clásicos. A ella le gustaba perderse en las pegajosas melodías del pop y del rock; en las sensaciones intensas que otorgaban las letras repetitivas, pero con significado profundo o supremamente sentimentales que hablaban de rompimientos dolorosos o de un amor eterno.
En ese momento Dawn se movía al ritmo, tarareando una canción, preguntándose por qué nos preocupamos tanto por el amor, si nunca dura.
Era solo la letra de una vieja canción, claro.
Después de sazonar los tres trozos de pescado, metió cada uno para asar, terminó con las verduras para la ensalada, mientras la sopa de miso también terminaba de cocerse en la estufa. El arroz en la arrocera ya tenía unos cinco minutos que estaba listo.
Aparte de la repostería, a Dawn le gustaba mucho cocinar. Había aprendido ese arte culinario tanto de su mamá como de su propia experiencia, experimentando con un viejo libro de recetas en sus muchos ratos libres estando embarazada. Durante ese lapso problemático de antaño, fue donde ella consideraba que se había convertido en una cuasi experta "ama de casa". Incluso ya solía tener los típicos "placeres de señora", a veces estos resultando algo obsesivos, buscando como loca en el supermercado y comprando un montón de utensilios y toda clase de artilugios decorativos que hicieran falta para el hogar y muchas veces de acuerdo a la época, todo para que este se viera esencialmente armonioso y a su gusto.
Cuando la parrilla sonó, la abrió para dejar salir el vapor. Ya tenía algo de hambre, así que se apresuró a servir los alimentos.
Dawn sonrió para sí con orgullo. Ella siempre se esmera tanto en la cocina, pues le gusta decorar detalladamente la comida que prepara, tanto como sus pastelillos como los almuerzos/comidas, ¿y qué pasa cuándo algo te gusta o te gusta como queda? Lo admiras.
Eso era lo que Dawn hacía, apreciaba con cariño su "obra creativa" de comida. Incluso le sacó un par de fotografías.
—Paul, ¿podrías poner la mesa, por favor? —mencionó distraídamente, parando la música.
El de cabello lavanda asintió, levantándose del sofá rápidamente para realizar lo que su esposa le demandaba. Lizzie, imitando la acción de su papá, corrió detrás de él para ayudar.
Como a Paul no le causaría gracia que su hija se lastimase por un error suyo, se limitó a permitirle colocar los manteles de plástico y servilletas. Le indicaba cómo hacerlo, mientras él se encargaba de los utensilios y lo que fuere de vidrio.
Por último, Dawn fue colocando los platillos en la mesa frente al lugar correspondiente de cada uno.
—¡Buen provecho! —dijo ella, tomando asiento al lado derecho de Paul, quien estaba a la cabeza.
—¡Juntemos las manos y demos gracias por la comida! —Los padres observaron a su pequeña hacer su infaltable ademán de oración que su abuela le había enseñado a recitar siempre antes de comer, y la imitaron; esos buenos modales llenaban de cierto orgullo a Paul quien, pese a toda su mala fama, cuando niño siempre había sido respetuoso con sus mayores.
—¿Está rico, mi amorcito? —se refirió Dawn dulcemente a su hija luego de un rato.
—Sí mami.
—Qué bueno, coman mucho por favor.
Dawn asintió contenta por la expresión complaciente en el rostro de su hija, y continuó con su propio plato, Paul también comía con ánimo y avidez, aunque no lo pareciese dado su cara de seriedad. Era cierto ese dicho de que se puede llegar al corazón de un hombre por el estómago, hasta a el de Paul. Él había amado su cocina desde el primer día.
—¿Viste la televisión esta mañana? —preguntó él de repente, sin emociones.
La mujer contuvo un respiro, luego, tuvo que exhalar lentamente para no terminar estallando de coraje.
—Sí —frunciendo el entrecejo, y recordando ese desagradable sinsabor—, ni siquiera pude terminar de ver ese asqueroso programa, solo hablaban puras patrañas acerca de ti ¡no me parece justo!
—La vida no es justa.
—Sabes a lo que me refiero Paul, no empieces de filósofo.
—Mmh —gruñó.
Los labios de Dawn se torcieron en una breve mueca indignada.
—No es justo que hablen así de ti en tv abierta, ¡eres el campeón! —aunque mentiras no sean, pensó con angustia, pero sin justificarlo de ningún modo—. Y sí, puede que seas un personaje público y toda la cosa, pero eso no les da el derecho a invadir nuestra intimidad. A Cynthia nunca la trataron así.
Paul le lanzó una mirada severa, pues ella se estaba exaltando demasiado. Dawn, dejando fluir su frustración, se olvidaba de que aún tenían a Lizzie enfrente, y aunque a esta se le veía distraída disfrutando de su cena, muchas veces los niños solían ser más listos que los adultos.
—Lo siento —murmuró agachando la cabeza, sintiéndose acalorada.
Paul suavizó su mirada al notar la leve tensión que invadía el frágil cuerpo de su esposa. Sabía que en estas fechas podía estar pasándola mal, aunque Dawn se mostrara fuerte, y él por dentro le agradece la infinita paciencia que demostraba con él y su trabajo.
De repente, Paul posicionó su mano sobre la de ella dándole un confortable apretón, y mirándola directamente a los ojos.
—Hablaremos de esto en otro momento.
Él terminó entrelazando sus dedos con los de ella a modo de cariño, y tratando de transferir su apoyo y amor mediante esa ínfima pero poderosa unión. Dawn exhaló el aire que no sabía que había estado conteniendo, y asintió.
Continuaron cenando, con Lizzie aun ensimismada en terminar sus vegetales con arroz. A Dawn no le gustó mucho el pesado ambiente que se había implantado, y decidió traer otro tema de conversación más ameno a la mesa.
Aún así Paul no era el más conversador, pero escuchaba atentamente lo que su escandalosa esposa tenía para decir. Lizzie terminó poco antes que ellos y se volvió a la sala para jugar un rato y ver televisión antes de su hora de dormir, ahora ignoraba a su padres quienes se habían quedado solos y en un silencio que no era incómodo.
Luego de terminar, Dawn se disponía a levantar los platos sucios para llevarlos al fregadero, pero Paul se lo impidió.
—Yo me encargaré, tú vete a dormir.
—No tienes qué… —titubeó, sorprendida.
—Sí, tengo qué —le lanzó su firme mirada, comenzando a caminar a la cocina llevando un par de platos.
—¡Te ayudo!
—No.
Dijo pacíficamente de espaldas a ella, y dando media vuelta, continuó para despejar la mesa. Dawn solo veía, anonadada, las acciones indiscriminadas de su marido.
—Bueno, si tu vas lavar los trastes, yo iré a arropar a Lizzie —cruzó los brazos sobre el pecho y estuvo a punto de retirarse.
Pero Paul la volvió a mirar, deteniéndose y negando con la cabeza.
—También yo lo hago.
—Pero…
—Dawn —su mirada era insistente y cautivante, en especial cuando pronunciaba su nombre—, esta casa también es mi responsabilidad, campeón o no. Déjame a mí y mejor tú duérmete temprano. Se te nota el cansancio en la cara.
Paul tenía sus brazos en jarra, una posición (de señora) extraña en él y que le recordaba a la de su madre cuando la regañaba.
Cuando Dawn comprendió que Paul realmente estaba preocupado —aún no captando del todo el motivo—, su expresión se suavizó levemente para restarle importancia.
—No te preocupes por mí.
Con eso, el hombre cerró los ojos encogiéndose de hombros, y de sus labios escapó un suspiro cargado de resignación.
—Cuando me dices que no me preocupe por ti, es cuando más lo hago.
Dawn por poco suelta una risilla inadvertida ante el comentario tópico hacia ella.
—Siempre que me dicen eso me hacen sentir como si fuera una niña —su semblante se tornó un tanto juguetón, alivianando su postura.
—Eres una niña.
Su expresión divertida cayó, y de inmediato su mejilla se hallaba hinchada por el enojo y el tono ligeramente pedante que usó para llamarla de esa manera.
Paul, ahora de brazos cruzados, dibujó una leve sonrisa que pretendía ser maliciosa.
—¡Ush! No te soporto.
Si el objetivo de Dawn era escucharse hostil, no lo estaba logrando, Paul sólo se estaba metiendo con ella de broma debido a su actitud infantil, pero aún así era inevitable exasperarse.
Y eso solo provocaba que Paul la provocara más.
Por segundos, el ambiente se tornó tenso, y frente a frente, sus ojos se enfrascaron en un duelo de miradas que pronto obtuvo un ganador, pues Paul rápido se rindió.
—Ve a la cama Dawn, yo me ocupo de todo por hoy.
Ella vaciló, congelada ahí de pie, como si su facultad de elección se viese sesgada, o quizá estaba siendo terca, como siempre le habían dicho que era parte férrea de su problemática personalidad. No había tensión en el aire, mas en su razonamiento no quería dejar a Paul todo "su" trabajo. Las ocupaciones de ama de casa eran su responsabilidad. Paul no merecía cargar siempre con todo, ya tenía demasiado con la Región, los Gimnasios, los medios; prácticamente toda la Liga, como para también delegar el suyo. ¡No era justo!
Pero por otra parte, razonó, Dawn tampoco quería inutilizar a Paul como padre y como esposo. Él dijo que su familia también es su responsabilidad, y es cierto. Son un equipo. Sin importar que solo él tuviese un trabajo formal, Paul siempre había sido muy responsable cuando se trataba de ella y Lizzie, ¿no era eso lo que negaban los medios de comunicación basura? Entonces, ¿por qué ella insistía? Quizá Paul solo quería sentirse útil, por hoy, en otro ámbito de su vida.
Quizá, lo que estaban diciendo de él lo estaba dejando a la deriva, perdiendo el rumbo.
Lo cual era extraño y al mismo tiempo no lo era, a Paul nunca le había importado lo que la gente opinara, pero ahora era diferente.
O no, quizás simplemente todas esas ideas negativas ya se estaban atascando en su mente, obligándola a sobrepensar.
—Está bien Paul —se relajó, masajeando suavemente su sien izquierda—, iré a darme un baño, te espero en la habitación.
Él asintió.
—Descansa.
—Ah… casi lo olvido —parte de su rostro se asomó, la línea curveada de sus labios no era visible debido a la puerta de la cocina—, recuerda activar la seguridad y contarle un cuento a Lizzie, no dejes comida fuera, alimenta a tus pokémon antes de que te acuestes y también quita la ropa del tendedero. No la dobles, ya lo haré yo mañana, la dejas en el cuarto de lavado en la canasta de la derecha, por favor.
Paul gruñó por lo bajo, no de enojo, sino de confirmación y como para que de una vez se fuera a bañar.
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Ella llegó casi corriendo a su habitación. No porque estuviera apurada o emocionada, aún era temprano como para ducharse, por lo general solía ser la última (y de paso lavaba la tina) pero Paul le estaba brindando esa oportunidad. Normalmente haría lo último del quehacer de forma nocturna, porque en parte le apetecía pasear por su casa de noche. Era una sensación mágica y extrañamente reconfortante, como si todos los demás no existieran, excepto ella.
Cuando dio un vistazo a su reloj se dio cuenta de que apenas eran las ocho y cuarenta y tres de la noche.
Muy temprano para ella, quien gustaba de tomarse su tiempo para terminar su día lo más tranquila y rutinario posible, lo demás ya era un extra.
"Pues esta noche también me tomaré mi tiempo, salvo que en otra cosa mucho más relajante".
Ya había salido de la ducha, ¡y por Arceus! no se había dado cuenta de lo mucho que le hacía falta destensar sus músculos hasta que estuvo dentro de la tina con burbujas; la región de Sinnoh era lo suficientemente helada la mayor parte del año como para poder disfrutar de un cálido baño como si de aguas termales se trataran.
Dawn se había puesto su pijama, se había secado el cabello con la secadora, y por último aplicó su rutina de cuidado de la piel.
Varias cremas por aquí, en el rostro, otros menjunjes reafirmantes por allá, piernas, muslos, busto y brazos. Y listo. Perfecta para irse a dormir.
No es que ella dependiera de tratamientos excéntricos para ser bonita, pero su calidad de Diva seguía manteniéndose latente, era mamá joven después de todo y era bien sabido que la maternidad solía sumar años a las mujeres, por lo que un poco de embellecimiento nocturno no estaba de más.
Cuando se recostó en su mullida cama Dawn seguía pensando en Paul y en su comportamiento.
Era extraño, y no es como si Paul únicamente suela contribuir en lo económico. No, por lo general evitaba caer en estereotipos machistas y no se creía superior por ser el principal sustento del hogar, tampoco era partidario de sobreexigir a Dawn por no trabajar al mismo ritmo de él; sin embargo, en estos días saturados no era necesario que hiciese nada. Dawn lo sabía y comprendía. Por eso le sorprendió que desistiera a retirarse inmediatamente a descansar.
—Me pregunto cómo le estará yendo a Paul.
Susurró entrecerrando los ojos lentamente, siendo vencida gradualmente por el sueño.
No había luz de luna que se filtrara a través de la habitación esa noche. A su alrededor, todo estaba oscurecido, gobernaba la calma, pero ligeramente y a la lejanía podía percibir repiqueteos constantes como de agua corriendo.
¿Sería lluvia acaso?
No, no estaba pronosticada por la mañana, no podía ser.
Tras espabilarse, Dawn se incorporó lentamente entre el revoltijo de sábanas buscando a tientas su celular, encendió la pantalla, y en pocos segundos, pudo reconocer que se encontraba en su habitación. Observando la hora, comprobó que apenas eran las 11:31 pm. Ni siquiera era media noche, había dormido poco más de una hora.
Se enderezó con pesadez, apoyando sus pies desnudos contra la alfombra del suelo. Talló sus ojos, sin conseguir apartar del todo el sopor.
Comprobando que el ruido se trataba solo de la ducha abierta —su marido ocupándola— resolvió salir de la habitación con rumbo a la de su hija.
No lo dudó mucho y no es como si no confiara en Paul, aprovecharía que despertó por casualidad para echarle un vistazo a Lizzie, y de paso "tomaba un vaso con agua", alias: revisaba que toda su cocina estuviera en orden.
Al asomar por la habitación de su hija atisbó que esta se hallaba coloreando apoyada sobre la superficie de su cama.
¿Qué demonios? ¿Paul no se iba a asegurar de que estuviera arropada? Un rayo de disgusto la atravesó por un instante, pero este se fue tan rápido como llegó.
La mujer de cabello azul se limitó a envolver a su hija con cariño para colocarla devuelta sobre la cama, la niña hizo un tarareo alegre ante esto, y Dawn depositó un dulce beso encima de su cabellera lavanda.
—Mamá.
—¿Mm?
—¿Papá es un supermán?
Dawn parpadeó deprisa, tomada con la guardia baja. Si bien Lizzie era pequeña, y suponía que ser la primogénita de alguien tan importante como el Campeón podría ser algo difícil de asimilar a una edad tan temprana, Dawn sabía que su hija era inteligente, además del acuerdo de mantenerla fuera del foco de popularidad. Si sus padres eran famosos ella no tenía por qué sufrir consecuencias de ser súper conocida. Tampoco iba ni tendría por qué saber cada aspecto relacionado con el trabajo de su padre en la Liga, eso era cosa de adultos, pero aún así ella podía entender la infantilidad de la confusión que podría llegar a invadirla.
—No mi amor, tu papá solo es el entrenador más fuerte de la región.
—Pero es lo mismo mamá, ¡Si es el más fuerte es porque es un supermán! —replicó la niña entusiasmada.
—Bueno, en teoría podría ser así, pero tu papá no…
Dawn reflexionó antes de terminar esa oración. ¿Que significaba realmente ser Campeón? ¿Ostentar un título? ¿La presunción? ¿Dinero, poder, pokémons? No. ¿Un teatro, un show? Tal vez. ¿Salvar al mundo? ¿Estar ahí para defender a los débiles? Probablemente. Aunque más bien, ¿que significaba para Paul serlo? Sabía que derrotar a Cynthia era una de sus metas más ambiciosas desde joven, y lo había conseguido, con esfuerzo, tiempo y entrenamiento. Además, Paul siempre había demostrado ser supremamente talentoso, astuto, y poderoso. El puesto le pertenecía legítimamente. Pero ¿era solo por el título? ¿Lo disfrutaba de verdad? ¿O había habido alguna vez algo más maquiavélico subyaciendo en sus propósitos? ¿Era un caso similar para todos los campeones?
Dawn no lo sabía a ciencia cierta, y ahora se sentía metida en un lío. Posicionándose más cerca de Lizze, en silencio, se acostó a la orilla de la cama para pasar su brazo izquierdo por sus pequeños hombros y atraerla a su propio cuerpo.
Meditó un poco más.
—Bueno, pues si tú quieres, tu papá podría ser considerado un "supermán", Lizzie, cada día que sale a trabajar, es como si saliera a salvar al mundo. Es lo mismo para todos. El deber del campeón es mantener a salvo a cada pokémon y entrenadores de la región, cariño.
"Además de pelear, entrenar, pelear contra el mal y soportar las malas lenguas".
—¡Por eso digo que mi papá es un supermán!
Dawn rio quedito.
—Sí, bebé, tu papá es un supermán que vuela por el cielo.
—En Honchruu.
—Sí, con Honchkrow —le aclaró el difícil nombre del tipo volador. Paul normalmente lo utilizaba para desplazarse más rápido y evitar retardos innecesarios. No había hecho correlaciones, pero honestamente, si parecía aquello que Lizzie decía, por más inocente—. Sin olvidar a los demás Pokémon de papá.
—¡Todos son como héroes! ¡Mis héroes! Los niños de mi salón siempre dicen que también son sus héroes, pero mi papá es mío y de mamá.
Soltó otra breve carcajada por el tinte de celos en esa oración.
—Así es cariño, y nosotras siempre estaremos aquí en el suelo para recibir a papá con un abrazo y un beso. Porque lo amamos.
—Yo amo mucho a papá y a veces se me olvida decírselo. Y que lo extraño a veces.
"Yo también, pero así es nuestra vida, y está bien. Porque incluso en sus días más ocupados, yo siempre estaré aquí".
—Descuida, puedes decírselo mañana —la reconfortó.
—¿Él no se olvidaría de mi verdad?
Pese a sus palabras, la pequeña continuaba muy entusiasta, haciendo ademanes con sus manitos y elevando sus piernitas debajo de la sábana que la cubría.
—¿Por qué piensas eso?
—Porque los supermans salvan a muchas chicas.
Dawn casi se atraganta, pero terminó pareciéndole gracioso el comentario, y el puchero que formaron los labios de Lizzie.
—Cariño, por supuesto que no, él te ama. Jamás se olvidaría de ti… Ni de mi —Dawn sentía su corazón apretujarse de amor y algo parecido a un nudo en la garganta. Algo en las palabras de Lizzie le rememoraba a la época muy oscura en la vida de Paul, esa que involucra a Ash, Chimchar y su viaje por Sinnoh, y que estaba en boca de todos últimamente. Tuvo que apapacharla lo suficiente como para recordar que el pasado en el pasado está, y no volverá. Por más que se esmeren en traerlo de vuelta.
Se quedaron así unos minutos, hasta que Dawn por fin se despegó de su hija sin sentir que se iba a echar a chillar como un tímido pokémon bebé.
—Por cierto Lizzie, ¿a qué viene todo esto? ¿Te leyeron un cuento de fantasía, o te contaron una historia? —Lizzie apenas estaba aprendiendo a leer como para haberlo averiguado por sí misma. Tampoco solía ver series de televisión que no fueran caricaturas o animé.
—Lo escuché de una canción mamá.
Dawn quedó perpleja, ¿cómo una niña pondría atención a la letra de una canción?
Decidió que ya no cuestionaría más, o mejor lo haría hasta mañana —ya se le había pasado por demás su hora de dormir, y por dentro temía que no se quisiera levantar mañana para ir al kínder—. Dawn sospechaba un poco, pero ahora se hallaba más vencida por el cansancio que la curiosidad, además ya se estaba tardando y ni siquiera había ido por su vaso con agua.
—Buenas noches, Lizzie.
La miró a sus enormes ojos azules, le dio otro dulce beso y la arropó. Después de asegurarse de que esta vez estuviera dormida y no se fuese a levantar, salió de la habitación rosada en dirección a la suya.
Al volver, se topó con la sorpresa de que su esposo yacía metido en la cama. Lucía agotado. Derrotado como nunca antes, y tenía qué estarlo.
Repentinamente la conversación que había compartido con Lizzie hace unos instantes retornó a su memoria: era cierto, Paul era supermán.
Quizá no encajaba en el estereotipo, como Ash —también Campeón y renombrado héroe muchas veces—, pero era lo que lo hacía ser él. Sombrío, frío, sin emociones: su marca personal. Era irracional, complicado y hermoso. Y no lo cambiaría por nada en el mundo.
Sus penetrantes ojos oscuros se enfocaron en ella justo cuando se acomodó a su lado.
—Lo siento, no quise despertarte.
—No lo hiciste.
—Bueno.
La mujer volteó su cuerpo hacia su lado izquierdo, queriendo dejarlo en paz, su rostro dando de frente a la ventana con las persianas totalmente cerradas. Por eso no había luz nocturna penetrando esa noche, ella no las había cerrado, debió haber sido Paul antes de ducharse, y ella ni siquiera se había dado cuenta. A veces Dawn todavía era una total despistada.
Entonces, sintió unos fuertes brazos envolverla desde atrás.
Como le daba la espalda a Paul, este tenía plena libertad de abrazarla de su cintura y atraerla posesivamente hacia sí, apegándola hacia su cálido y musculoso cuerpo.
Al mismo tiempo, Dawn daba un respingo pudoroso, ya estaba acostumbrada a las demostraciones de afecto en la intimidad por parte de su marido, quien no demostraba serlo frente al mundo entero, su amor iba dedicado expresamente para su familia, pero esto era especial y placentero.
—Paul… —susurró. Él la apretujó un poquito más, sintiendo sus formas.
—Shhh, no digas nada escandaloso. Hay que descansar.
Sonrió debido al adjetivo. Ya debía haberse adaptado a los comportamientos atípicos de este ceñudo hombre.
—Sí, Paul.
Sí, Dawn identificaba ese tipo de abrazo de Paul, un abrazo anhelante, un abrazo que la hacía sentir necesitada. Afortunada.
Muy afortunada, porque aunque Paul pudiese estar ausente durante el día, por el resto de la noche él dormía abrazado a ella, demostrando que la amaba con aquellos mínimos pero grandiosos gestos.
Ambos y juntos, quedaron arrullados bajo los celestiales brazos de Cresselia.
Mañana sería un día muy ocupado, otra vez.
Nota 2 de Cer: AMO esta canción, AMO Speak Now, y estoy más que feliz porque por fin vuelva a los brazos de Taylor. La historia de Superman la tenía planeada desde hace meses, y había iniciado a escribirla como en febrero, nada más no la terminaba (por pereza), pero cuando Taylor anunció la Taylor's Version para hoy 7 de julio, yo dije vavava! tengo que publicar después de esa fecha, y que mejor que haber terminado para el mero día del estreno!
La verdad estoy muy feliz con el resultado, aunque siento que la canción da para más, y tenía varias ideas entremezcladas en mi cabecita.
Por último, Lizzie es un nombre que personalmente me agrada para una hija de Dawn y Paul, este nombre aparece originalmente en el universo Down the line, (OJO, no me basé en ese universo para escribir este fic, mi historia es totalmente indepentiente y no tiene nada qué ver con los acontecimientos que suceden en DOWN THE LINE), para los que deseen pasar a leer esas maravillosas historias! las recomiendo demasiado!
Esperen más de mi, bai.
Gracias por leer.
