Jeff, my bloody love

Angel12killer

Angélica, Angélica Harrison. ¿Ese es mi nombre? ¿Yo soy Angélica Harrison?

¿Quién...? ¿Quién soy? ¿Dónde estoy?

Mi cabeza me duele, todo está oscuro. ¡No puedo abrir mis ojos! ¡Necesito abrir mis ojos! ¡¿Qué demonios está pasando?! ¿Qué es este lugar?

Mi cuerpo, no puedo mover mi cuerpo... ¡Maldita sea, tampoco puedo mover mi cuerpo! ¿Qué pasa? ¡Necesito ayuda! ¡No puedo mover mis labios, quiero gritar! ¡Necesito gritar! Necesito que alguien me ayude... ¿Qué es lo que sucede?

¿Por qué... ¿Por qué estoy así?

Mis ojos se iluminaron de repente. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo y un dolor punzante se sentía en mi espalda baja. Intente moverme, pero no podía. Sólo vislumbraba algo frente a mí, una especie de mueble de metal color gris, de esos que estaban en los hospitales. Mis ojos comenzaron a acostumbrarse a la luz, una habitación blanca era lo que me rodeaba. Estaba en un hospital.

Uno de mis brazos tenía insertado un catéter y en el otro podía ver una especie de aparato. Mi cabeza aún daba vueltas, intenté levantar una de mis manos y pero al hacerlo pude ver cicatrices en estas. Mi nariz me dolía, tenía un tubo atravesando que parecía ir a mi estómago.

Un sonido chillón hizo que mi mente se estremeciera, por un segundo dejé de analizar mi entorno y cerré mis ojos abruptamente de nuevo.

Un grito se escuchó, alguien llamaba al doctor. Lo escuchaba lejano, muy lejano, pero sabía que estaba cerca de mí.

Un par de personas entran a la habitación. Un hombre alto y de cabello castaño claro me mira impresionado, usaba bata, parecía ser el doctor. Me hablaba, no sabía que decía, mientras la mujer anotaba en una hoja quién sabe que tantas cosas. Me sentía aturdida, extraña, no sabía que pensar.

Pasó el tiempo, un par de minutos y pude escuchar de nuevo. El doctor me hizo quien sabe cuántas preguntas, todas en relación con cómo me sentía en aquellos momentos. Pude responder casi todas.

—¿Recuerdas...? ¿Recuerdas por qué estás aquí?.— Fue la última pregunta que salió de su boca. Algo nerviosa, con una voz rasposa, distinta a la que había utilizado antes.

Mi mente intentó recordar una y otra vez. Mi mirada se tornó de total desesperación por un segundo. No recordaba absolutamente nada sobre qué había pasado.

—Y—yo...— Dije torpemente, mientras veía al doctor angustiada. — No recuerdo... No recuerdo por qué estoy aquí. — Mis ojos se llenaron de lágrimas. Me acababa de dar cuenta, yo no tenía idea de cómo siquiera pude acabar en esa situación.

—Tranquila, está bien si no puedes responder; pero necesito que respondas algo más. — El doctor se puso de pie y acarició mi cabello suavemente, intentando calmarme evidentemente. — ¿Recuerdas algo? ¿Recuerdas quién eres? ¿Cuál es tu ultimo recuerdo?—

Mi cara angustiosa se precipitó todavía más. El doctor se dio cuenta de esto, quizá él iba muy rápido.

—Muy bien, tranquila. Empecemos con lo básico. Dime tu nombre, edad, de dónde eres, algo de ti, lo que sea. Después, si puedes recordar algo necesito que me lo digas. — El doctor se veía precipitado, algo me hacía sospechar que estaba buscando información porque algo terrible había pasado.

Por un momento intenté tranquilizarme. Mi mamá siempre me enseñó que si algo estaba mal y podía ayudar debía hacerlo y muy seguramente era el caso.

—Yo... Yo soy Angélica Harrison. Tengo trece años, vivo con mis padres y mis hermanos en Wisconsin. Yo... Tengo una colección de fotografías de artistas variados y me gusta dibujar. Lo último que recuerdo es que... Fui a dormir después de una fiesta a tres manzanas de mi casa.— Me costaba recordar, pero mi mente estaba intentando hilar cada uno de aquellos recuerdos.— Llevaba un vestido rojo, mamá llevaba uno tinto bastante largo y Felicia uno verde. Hablamos un poco antes de irnos las tres a la cama y... Bueno... E—es todo lo que recuerdo. no sé... No hay más.—

Casi al instante el doctor se puso de pie. Agradeció la información y salió de la habitación, no sin antes comunicarme que prontamente un familiar vendría a verme.

Miré al techo, todo era muy extraño. Si alguien estaba investigando algo que pasó, ¿Por qué el doctor había sido quien preguntaba y no algún investigador o algo parecido? era demasiado procesamiento para una chica de trece años, diría yo. Por el momento, sólo quería ver a mi familia.

Horas más tarde, mientras una amable enfermera me traía medicamentos, pude ver como a la habitación entraba una de mis tías.

—Oh, disculpe enfermera, me dijeron que ya podía pasar a ver a mi sobrina.— Musitó haciéndose para atrás algo apenada.

—Tranquila, solo suministraba medicamentos. Usted ya puede pasar, está estable y se ve que prospera. — La enfermera tomó todos sus materiales y se dio prisa a salir con la misma sonrisa con la que la había recibido antes.

—Tía Marianne, me alegro de verla.— Saludé a mi tía con mucha alegría, más, no esperaba que el primer familiar que pudiera ver fuera ella.

—Mi niña, me alegro de que estés bien.— Mi tía se acercó a mí y me abrazó muy fuerte.— Tantos acontecimientos malos rondando a la familia últimamente, pero por fin una buena noticia, estás bien.—

Me quedé atónita por un momento.

—¿Qué acontecimientos malos? ¿Ha ocurrido algo fuera de que yo esté aquí?.— Sentí un breve escalofrío recorrer mi espalda mientras hacía aquellas preguntas.

—Ay, mi dulce angelito. Pensé que lo sabías. — Mi tía se secó las lágrimas de los ojos.— Hablaremos de eso cuando sea el momento, por ahora, quiero hablarte de Marco, está muy preocupado por ti y no para de preguntar por su hermana pequeña, pero no lo dejan pasar por ser menor de edad y tu saber...—

Mi tía comenzó a hablar sin parar, un poco emocionada, hablando de como toda la familia estaba preocupada y las cosas buenas que habían ocurrido desde aquellos acontecimientos "malos". Más, nunca mencionó a mi madre, a Felicia o a mi padre. Me daba mucho miedo, mi mente comenzó a formular cosas extrañas que pudieron haber pasado.

Pasaron los días, aburridos, muchos muy solitarios en el hospital. Apenas pude ver a mi tía, la cual me hablaba de múltiples cosas, pero jamás de mi familia, como podía recordar sólo había mencionado a Marco, mi hermano, una o dos veces. Claramente me preguntaba porque había tanta ausencia de mis padres en sus relatos, pero tenía miedo, por eso prefería no preguntar.

Estoy segura de que una parte de mi tía tenía la sospecha de que yo vivía con aquella incertidumbre.

Llegó el día de mi alta. No hubo más, sólo despedidas por parte de las enfermeras y algunos pésame por otras. Mi mente había comenzado a formular lo que había pasado, o por lo menos, podía imaginármelo, pero necesitaba la confirmación de mi tía.

Como de esperarse, ella vino a recogerme. Subí al carro con la bolsa de ropa que me otorgaron en la recepción en los brazos.

En el camino se puso a llover, y yo miraba atenta por la ventana mientras esperaba que mi tía dijese algo, porque después de salir del hospital sus palabras se habían acallado por completo.

—Tu mamá y Felicia...— Dijo rompiendo el silencio por completo, pero mientras lo hacía un par de lágrimas salían de sus ojos.— Ellas, bueno... ellas... y—ya no... Ya no están con nosotros. Bueno, mi niña, ¿T—tu entiendes?—

Me lo suponía. Algo malo tenía que haber pasado. Me tragué el nudo en la garganta que sentía que me dolía de sobremanera ya que inútilmente estaba intentando aguantar las lágrimas desde el momento en que mencionó el nombre de mi hermana y a mi madre.

—¿Cómo fue?.— Pregunté con la voz un poco rota, pero aún firme, lo suficiente para una niña de trece años.

—Tuvieron un accidente en el automóvil, ellas no sobrevivieron. Tu sí, por otro lado.— Se escuchaba un poco más seria, estaba intentando contenerse.

—Hay... ¿Hay algo más que deba saber?.— Pregunté, pero ya sentía como mi garganta iba a explotar.

—No, sólo eso, el fallecimiento de tu hermana y tu madre.— Pausó sus palabras cuando escuchó mi voz quebrarse.

No pude dejar de llorar en todo el camino. ¿Cuánto tiempo había estado dormida? ¿Por qué todo esto había pasado precisamente a mi familia? ¿Era una terrible casualidad o es que el mundo nos odiaba a todos?

—Quiero ver a Marco.— Dije entre lloriqueos, pensando e intentando encontrar una explicación a todo.

—No puedes ver a Marco, él está con tu padre.— Mi tía un poco molesta se orilló, ya que no podía seguir manejando en esas condiciones.

—¡Quiero ver a mi hermano!.— Exclamé, para ser callada por mi tía al instante.

—¡No puedes verlo ahora!.— Intentó calmarse, respiró profundo y me miró fulminante de nuevo.— Tu padre no está estable emocionalmente con todo esto. Vendrás a vivir conmigo, ya hemos hablado con el juez. —

—¡¿Y qué pasará con Marco?! ¡¿Por qué él no viene conmigo?!.— Estaba exaltada, eran demasiadas noticias para alguien que acababa de salir del hospital.

—Cálmate, él irá a visitarte constantemente, sabes que vivo en un pueblo a unas horas de aquí. Pero no pude llevarme a Marco, tu padre no lo quiso así, pero accedió contigo. Él es tu padre, él tiene el poder en estas cosas. Pero no está bien y temo por la seguridad de ustedes. Es lo que Béatrice habría querido, que los cuidara. — La mujer apoyó su cabeza con el volante del automóvil. Estaba devastada.

—¿Entonces no puedo verlos?.— Pregunté, para concluir.

—No creo que sea lo conveniente. Hasta que tu papá no esté estable, creo que lo mejor es que estés lo más alejada posible.— Ambas quedamos calladas después de aquellas palabras.

Hubo un silencio largo entre nosotras. También por qué no, pequeños lamentos y lloriqueos, supongo que era un desahogo por todo lo que había pasado, para mí, de lo que recién me había enterado.

En los días consiguientes, preparé mi maleta para irme a vivir con mi tía. En ningún momento vi a mi padre, quien sabe en dónde estaba metido. Despedirme de mi hermano Marco fue la cosa más difícil que jamás había podido hacer, no paramos de llorar desde que supimos que esa mañana me iría de la ciudad. Nuestra separación no mejoraba la situación en lo absoluto, nuestra familia de cinco se había reducido a una de tres y ahora eran dos de dos personas.

No me fui de la ciudad sin antes ir a ver la tumba de mi madre y hermana, evidentemente. El viaje al cementerio fue una de las cosas más duras que puedo recordar. No había podido despedirme de ellas adecuadamente, ya que no había podido asistir a su funeral por obvias razones. Lo único que lamentaba en ese momento era no recordar nada de aquél accidente, ni siquiera que fue lo que lo provocó, estoy segura de que esa información quizá habría servido de algo.

Llegamos a las tumbas.

"Béatrice y Felicia Harrison,

madre e hija,

queridas y ahora extrañadas

La casualidad quiso que así fuera

Ahora están en el manto de dios"

Una inscripción que parecía puesta por mi padre, puesto a que él creía en dios.

Mis ojos se llenaron de lágrimas una vez más, y mi tía me dejó sola con mi familia un momento. Sola era más complicado, pero mi mente se detuvo de pensamientos extraños cuando pude notar una pequeña hoja de papel mal acomodada cerca de una maceta de rosas puesta sobre la tumba.

La tomé en mis manos y la abrí.

"Algún día sabrás la verdad, no creas nada de lo que te dicen. Sólo yo puedo recordar qué ocurrió"

Ponía.

Escuché a mi tía dar unos cuantos pasos detrás de mí y rápidamente puse la tarjeta en mi bolsillo. Era tiempo de irnos. Para ese momento, la historia se reescribió para mí. No tenía idea de que esa sería la última vez en pisar aquel sitio en un lapso mayor a cuatro años.