Ecos de Sociedad de Lady Whistledown, 14 de abril de 1824.
Dos días después, Sakura se encontró atravesando nuevamente la parte norte de Berkeley Square, de camino a la Número Cinco, a encontrarse con Eloise. Pero esta vez era a última hora de la mañana, el día estaba soleado y no se encontró con Sasuke en el camino.
No supo decidir se eso era bueno o malo. La semana anterior habían hecho planes con Eloise para ir de compras, pero decidieron encontrarse en la casa Número Cinco para poder salir juntas y evitar el acompañamiento de sus doncellas. Y el día era perfecto, más parecido a un día de junio que a uno de abril, le hacía ilusión la corta caminata hasta Oxford Street.
Pero cuando llegó a la casa de Eloise, se encontró ante la expresión perpleja del mayordomo.
—Señorita Haruno—dijo él, pestañeando varias veces en rápida sucesión, tal vez para buscar unas cuantas palabras más en su repertorio—. No creo que la señorita Eloise esté aquí en estos momentos.
Sakura entreabrió los labios, sorprendida.
—¿Adónde ha ido? Hicimos nuestros panes hace más de una semana.
Wickham negó con la cabeza.
—No lo sé. Pero salió con su madre y la señorita Hyacinth hace unas dos horas.
—Comprendo. —Sakura frunció el ceño tratando de decidir qué hacer—. ¿Podría esperarla, entonces? Tal vez simplemente se ha retrasado. No es propio de Eloise olvidar una cita.
Él asintió amablemente y la condujo al salón informal de la primera planta, prometiéndole traerle una bandeja con refrigerios y pasándole el último número del Whistledown para que se entretuviera leyendo mientras esperaba.
Sakura ya lo había leído, lógicamente; lo pasaban a dejar a su casa por la mañana temprano y había tomado la costumbre de echarle una mirada durante el desayuno. Al tener tan poco en qué ocupar la mente, atravesó el salón y se allegó a la ventana, a contemplar el paisaje urbano de Mayfair. Pero no había mucho de nuevo que ver; eran las mismas casas que había visto miles de veces, incluso las mismas personas caminando por la calle.
Tal vez se debió a que estaba reflexionando sobre la monotonía de su vida que se fijó en el único objeto nuevo que tenía a la vista: una libreta encuadernada en piel abierta sobre la mesa. Desde los varios palmos que la separaban de la mesa se veía al instante que no era un libro impreso, pues se distinguían claramente las líneas escritas a mano.
Avanzó unos pasos y se inclinó a mirar, sin tocar las páginas. Parecía ser una especie de diario, y más o menos a la mitad de la página derecha destacaba un título, escrito hacia el margen derecho, separado del resto del texto por un espacio arriba y otro abajo.
22 de febrero de 1824 Macizo de Tróodos, Chipre.
Se llevó una mano a la boca. ¡Eso estaba escrito por Sasuke! Sólo unos días atrás le había contado que fue a Chipre en lugar de Grecia. Ella no tenía idea de que llevaba un diario.
Levantó un pie para retroceder un paso, pero el cuerpo no le obedeció. No debería leer eso, se dijo. Ese era el diario personal de Sasuke. Tendría que alejarse, de verdad.
—Caminad —masculló, mirándose los recalcitrantes pies—. Caminad.
Los pies no se movieron.
Pero tal vez no sería un acto tan malo. Al fin y al cabo, ¿se podía decir que invadía su intimidad si sólo leía lo que estaba a la vista, sin volver la página? Él lo había dejado abierto sobre la mesa, a la vista de todo el mundo.
Pero claro, Sasuke tenía todos los motivos para suponer que nadie se toparía con su diario si se ausentaba de ahí un rato. Lo más seguro era que sabía que su madre y sus hermanas estarían fuera toda la mañana.
Normalmente a las visitas las hacían pasar al salón formal de la planta baja; que ella supiera, Felicity y ella eran las únicas personas no Uchiha a las que hacían pasar directamente al salón informal de arriba. Y puesto que Sasuke no la esperaba (o, mejor dicho, no había pensado en ella de una ni otra manera), se imaginaría que no corría ningún peligro al dejar su diario ahí mientras salía a hacer algún recado.
Por otro lado, lo dejó abierto.
¡Abierto, por el amor de Dios! Si hubiera algún secreto valioso en ese diario, seguro que Sasuke habría tenido más cuidado, dejándolo escondido, al salir de la sala. No era ningún estúpido, después de todo.
Se inclinó a mirar.
Vaya incordio. No alcanzaba a leer desde esa distancia. El título era legible porque estaba rodeado por un buen espacio en blanco, pero el resto eran líneas bastante juntas, que hacían difícil leer desde tan lejos.
Por algún motivo desconocido, se había hecho la idea de que no se sentiría tan culpable si no se acercaba más para leerlo. Total, qué más daba que ya hubiera atravesado toda la sala para encontrarse donde estaba en ese momento.
Se dio unos golpecitos con un dedo en la mandíbula, cerca de la oreja. Ése era un buen argumento. Había atravesado el salón hacía un rato, lo cual podía significar que ya había cometido el peor pecado que iba a cometer ese día. Un paso más no sería nada comparado con todo el largo de la sala.
Avanzó unos palmos, decidió que eso sólo contaba por medio paso, se inclinó a mirar nuevamente, y empezó a leer la página izquierda, que comenzaba justo al final de una frase.
en Inglaterra. Aquí la arena forma ondulaciones que hacen variar su color entre tostado y blanco, y su textura es tan fina que se desliza por el pie descalzo como un susurro de seda. El agua es de un azul inimaginable en Inglaterra, verde esmeralda transparente como el reflejo del sol, azul cobalto oscuro cuando las nubes se apoderan del cielo. Y es cálida, sorprendente, asombrosamente cálida, como el agua para el baño que se ha calentado tal vez media hora antes. El oleaje es suave; las pequeñas olas rompen y avanzan a lamer la playa formando un delgado encaje de espuma, haciendo hormiguear la piel y transformando la arena perfecta en un delicioso cojín de polvillo mojado que se desliza por entre los dedos hasta que llega otra ola y los limpia.
Es fácil comprender por qué se dice que éste es el lugar de nacimiento de Afrodita. A cada paso casi espero verla surgir del mar, como en el cuadro de Boticelli, perfectamente equilibrada sobre una gigantesca concha, sus largos cabellos dorados cayendo en cascada alrededor.
Si alguna vez nació una mujer perfecta, seguro que éste es el lugar donde sucedió. Y sin embargo…
Y sin embargo, cada cálida brisa y cada cielo sin nubes me recuerdan que ésta no es mi tierra, que nací para vivir mi vida en otra parte. Esto no apaga el deseo, no, la imperiosa necesidad, de viajar, de ver, de conocer. Pero sí atiza un extraño anhelo de tocar hierba mojada, o sentir una fría neblina en la cara, o incluso recordar la alegría de un día perfecto después de una semana de lluvia.
22 de febrero de 1824 Macizo de Tróodos, Chipre.
Es extraordinario que sienta frío. Es febrero, claro, y como inglés estoy muy acostumbrado al frío e febrero (como cualquier mes que leve una r en su nombre), pero no estoy en Inglaterra; estoy en Chipre, en el corazón del mediterráneo, y sólo hace dos días estaba en Paphos, en la costa suroeste de la isla, donde el sol golpea fuerte y el mar es saldo y cálido. Aquí se ve la cima del Monte Olympo, todavía coronada por una nieve tan blanca que uno queda temporalmente cegado cuando se refleja el sol en ella. La subida a esta altitud fue traicionera, acechaba el peligro en más de un recodo. El camino es rudimentario y cuando subíamos nos encontramos
A Sakura se le escapó un suave gruñido al ver que la página terminaba a mitad de la frase. ¿Con quién se encontró? ¿Qué ocurrió? ¿Qué peligro? Contempló el diario, absolutamente muerta de ganas de volver la página para ver qué ocurrió. Pero cuando comenzó a leer se las había ingeniado para justificarlo diciéndose que en realidad no invadía la intimidad de Sasuke; al fin y al cabo él lo había dejado abierto. Sólo iba a mirar lo que estaba a la vista. Pero volver la página era algo totalmente diferente.
Alargó la mano y la retiró bruscamente. No, eso no era correcto. No debía leer su diario. Bueno, no más de lo que ya había leído. Por otro lado, estaba claro que ése era un escrito que valía la pena leer. Era un crimen que Sasuke se lo guardara para él. Los escritos deberían celebrarse, compartirse. Deberían…
—¡Anda, vamos, por el amor de Dios! —masculló en voz baja.
Alargó la mano y la puso en el borde de la página.
—¿Qué haces?
Ella se giró bruscamente.
—¡Sasuke!
—Yo mismo —ladró él.
Sakura retrocedió. Nunca lo había oído hablar en ese tono. No se lo había imaginado capaz.
Él atravesó la sala a largas zancadas, cogió el diario y lo cerró.
—¿Qué haces aquí?
—Estoy esperando a Eloise —logró decir ella, con la boca repentinamente reseca.
—¿En este salón?
—Wickham siempre me hace pasar aquí. Tu madre le dijo que me tratara como si fuera de la familia. Eh… yo… él… eh… —cayó en la cuenta de que se estaba retorciendo las manos y se obligó a parar—. Hace lo mismo con mi hermana Felicity, porque ella y Hyacinth son tan buenas amigas. Eh… lo siento. Creí que lo sabías.
Él arrojó despreocupadamente el diario sobre un sillón y se cruzó de brazos.
—¿Y tienes la costumbre de leer las cartas personales de los demás?
—No, desde luego que no. Pero estaba abierto y… —se interrumpió y tragó saliva al darse cuenta de lo fea que sonaba la disculpa nada más salir de su boca—. Este es un salón —masculló, pensando que de alguna manera tenía que acabar su defensa—. Tal vez deberías haberlo llevado contigo.
—Donde fui —dijo él entre dientes, todavía visiblemente furioso con ella— normalmente uno no lleva un libro.
—No es muy grande —dijo ella, pensando por qué, por qué, por qué, seguía hablando cuando era tan evidente que había obrado mal.
—Por el amor de Dios —explotó él—. ¿Quieres que diga la palabra «orinal» en tu presencia?
Sakura sintió arder las mejillas; las tendría de un rojo subido, seguro.
—Será mejor que me vaya. Por favor, dile a Eloise…
—Me iré yo —dijo él, prácticamente en un gruñido—. Me voy a mudar esta tarde, en todo caso. Igual podría irme ahora mismo, ya que es tan obvio que te has apoderado de la casa.
Sakura nunca había pensado que las palabras pudieran causar dolor físico, pero en ese momento habría jurado que acababan de enterrarle un cuchillo en el corazón. Hasta ese momento no había comprendido lo mucho que significaba para ella que lady Uchiha le hubiera abierto su casa.
Ni cuánto le dolería que a Sasuke le molestara su presencia ahí.
—¿Por qué tienes que hacerme tan difícil pedir disculpas? —soltó, siguiéndolo cuando él fue al otro lado e la sala a recoger el resto de sus cosas.
—¿Y por qué, dime, debería hacértelo fácil? —replicó él.
No la miró al decirlo, ni siquiera detuvo sus pasos.
—Porque eso sería lo que siempre haces.
Eso le captó la atención. Se giró a mirarla, sus ojos tan relampagueantes de furia que ella retrocedió un paso. Sasuke era el simpático, el acomodadizo. No se enfadaba, no se descontrolaba. Hasta ese momento.
—¿Porque sería lo simpático? —tronó—. ¿Eso pensabas mientras leías mi diario? ¿Que sería simpático leer los escritos privados de alguien?
—NO, Sasuke, yo…
—No hay nada que puedas decir —dijo él, enterrándole el índice en el hombro.
—¡Sasuke! Tú… Él se giró a recoger sus cosas, dándole groseramente la espalda al hablar:
—No hay nada que pueda justificar tu comportamiento.
—No, claro que no, pero…
—¡Aaay!
Sakura sintió que la sangre le abandonaba la cara. El grito de Sasuke era de verdadero dolor. Se le escapó su nombre en un aterrador susurro y corrió a su lado.
—¿Qué pa…? Ay, Dios mío.
Le manaba sangre de una herida en la palma.
Ella, que era poco elocuente ante una crisis, consiguió decir:
—Uy, uy, la alfombra.
De un salto fue a coger una hoja de papel que vio en una mesa cercana y volvió a ponérsela debajo de la mano para que recogiera la sangre antes que ésta estropeara la valiosísima alfombra.
—Siempre la enfermera atenta —dijo Sasuke con voz temblorosa.
—Bueno, tú no te vas a morir —explicó ella—, mientras que la alfombra…
—Está bien —le aseguró él—. Sólo quería hacer una broma.
Sakura le miró la cara. Estaba muy pálido y alrededor de ella boca se le marcaban unas arruguitas blancas.
—Creo que es mejor que te sientes.
Él asintió lúgubremente y se dejó caer en un sillón.
A Sakura se le revolvió un poco el estómago. Nunca había soportado muy bien la vista de sangre.
—Creo que es mejor que yo me siente también —masculló, sentándose en la mesita delante de él.
—¿Te vas a poner bien? —le preguntó él.
Ella asintió, tragando salvia para combatir una oleada de náuseas.
—Tenemos que encontrar algo para vendar esto —dijo.
Hizo una mueca al mirar el ridículo arreglo que había hecho; el papel no era absorbente y la sangre iba rodando precariamente por la superficie, por lo que intentó doblarlo para impedir que cayera por los lados.
—Tengo un pañuelo en el bolsillo —dijo él.
Con sumo cuidado ella dejó abajo el papel y metió la mano en el bolsillo de la chaqueta, procurando no notar los latidos de su corazón al hurgar para coger su pañuelo.
—¿Duele? —preguntó mientras se lo ponía en la mano—. No, no contestes. Está claro que duele.
Él logró hacer una sonrisa algo insegura.
—Duele.
Ella miró la herida, obligándose a observarla bien, aun cuando ver sangre le revolvía el estómago.
—No creo que necesites puntos.
—¿Sabes mucho sobre heridas ?
—Nada. Pero me parece que no es grave. Bueno, aparte de… toda la sangre que has perdido.
—Se siente peor de lo que se ve —bromeó él.
Ella le miró la cara horrorizada.
—Otra broma —la tranquilizó él—. Bueno, en realidad no. Es cierto que se siente peor de lo que se ve, pero es soportable.
—Lo siento —dijo ella, presionando más sobre la herida para restañar la sangre—. Todo esto es culpa mía.
—¿Que me haya cortado la mano?
—Si no hubieras estado tan enfadado…
Él negó con la cabeza y cerró los ojos un momento para aguantar el dolor de la presión.
—No seas tonta, Sakura. Si no me hubiera enfadado contigo me habría enfadado con cualquier otra persona en otro momento.
—Y sin duda habrías tenido un abrecartas listo al lado cuando ocurriera eso —musitó ella, mirándolo a través de las pestañas, al estar inclinada sobre su mano.
Cuando él la miró a los ojos vio humor en los ojos de él, y tal vez un pelín de admiración.
Y otra cosa que jamás se imaginó que vería: vulnerabilidad, vacilación, e incluso inseguridad. Él no sabía lo bien que escribía, comprendió sorprendida. No tenía ni idea, y se sentía avergonzado de que ella hubiera visto su escrito.
—Sasuke —le dijo, presionando más fuerte sobre la herida al apoyar la mano en ella—. Tengo que decirte…
Se interrumpió al oír pasos, bien fuertes, en el corredor.
—Ése tiene que ser Wickham —dijo, mirando hacia la puerta—. Insistió en traerme algo para comer. ¿Puedes mantener la presión sobre la herida? Sasuke asintió.
—No quiero que sepa que me hice una herida. Se lo dirá a madre y esto no se olvidará jamás.
—Bueno, coge esto entonces. —Fue a coger el diario y se lo tiró—. Simula que estás leyendo.
Sasuke acababa de abrir el diario y ponerlo sobre la mano herida cuando entró el mayordomo con una enorme bandeja.
—¡Wickham! —exclamó Sakura levantándose de un salto y girándose a mirarlo, como si no hubiera sabido que iba a entrar—. Como siempre, me has traído mucho más de lo que podría comer. Por suerte, el señor Uchiha ha estado haciéndome compañía. Seguro que con su ayuda podré hacerle justicia a tu comida.
Wickham asintió y quitó el paño que cubría las fuentes. Era comida fría, lonchas de carne, queso, un poco de fruta y una gran jarra de limonada.
Sakura sonrió alegremente.
—Espero que no pensaras que yo podría comerme todo esto sola.
—Lady Uchiha y sus hijas llegarán pronto. Pensé que podrían tener hambre también.
—No quedará nada cuando yo haya dado cuenta de esto —dijo Sasuke con una jovial sonrisa.
Wickham hizo una leve inclinación hacia él.
—Si hubiera sabido que estaba aquí, señor Uchiha, habría triplicado las raciones. ¿Quiere que le prepare un plato?
—No, no —repuso Sasuke haciendo un gesto con la mano sana—. Iré enseguida, eh… tan pronto como acabe este artículo.
—Dígamelo si necesita algo más —dijo el mayordomo y salió del salón.
—Aaaaahh —gimió Sasuke tan pronto como dejaron de oírse los pasos de Wickham por el corredor—. Maldic… perdón, caramba si duele.
Sakura cogió una servilleta de la bandeja.
—Ten, vamos a reemplazar ese pañuelo. —Le quitó el pañuelo, fijando los ojos en la tela para no mirar la herida; no entendía por qué, pero eso no le afectaba tanto el estómago—. Me parece que tu pañuelo ha quedado inservible.
Sasuke se limitó a cerrar los ojos y negar con la cabeza. Sakura fue lo bastante lista para entender que eso quería decir «no me importa». Y también tuvo la sensatez de no decir nada más sobre el tema. Nada peor que una mujer hablando sin parar acerca de nada.
Siempre le había caído bien Sakura, pero ¿cómo era que nunca antes se había dado cuenta de lo inteligente que era? Ah, sí, si alguien se lo hubiera preguntado habría dicho que era inteligente, pero la verdad es que nunca se había tomado el tiempo para pensarlo.
Pero le estaba quedando claro que era muy, muy inteligente. Y creyó recordar que su hermana le dijo una vez que Sakura leía muchísimo. Y probablemente sabía discernir también.
—Creo que ya sale menos sangre —estaba diciendo ella envolviéndole la mano con la servilleta limpia—. De hecho, estoy segura, aunque sólo sea porque ya no me siento tan mareada al mirar la herida.
Ojalá ella no hubiera leído su diario, pensó, pero puesto que ya lo había leído…
—Ah, Sakura —dijo, le sorprendió el titubeo que notó en su voz.
Ella levantó la vista para mirarlo.
—Perdona, ¿te estoy apretando muy fuerte?
Por un momento Sasuke no hizo otra cosa que pestañear. ¿Cómo era posible que nunca se hubiera fijado en lo grandes que tenía los ojos? Sabía que eran verdes, claro, y… No, pensándolo bien, si quería ser sincero consigo mismo, tendría que reconocer que si esa mañana se lo hubieran preguntado no habría sido capaz de decir de qué color tenía los ojos.
Pero algo le dijo que no lo volvería a olvidar.
Ella le aflojó un poco la venda.
—¿Está bien así?
Él asintió.
—Gracias. Lo haría yo, pero es la mano derecha y…
—No digas nada más. Esto es lo mínimo que puedo hacer después de… después de…
Miró ligeramente hacia un lado y él comprendió que iba a volver a disculparse.
—Sakura —empezó otra vez. —¡No, espera! —exclamó ella.
Sus ojos claros relampagueaban de… ¿podría ser pasión? No la clase de pasión con la que él estaba más familiarizado; pero había otros tipos de pasión, ¿verdad? Pasión por aprender. Pasión por… ¿la literatura?
—Debo decirte esto —dijo ella, apremiante—. Sé que fue una intrusión imperdonable la mía al mirar tu diario. Simplemente estaba… aburrida… esperando… y no tenía nada que hacer, y entonces vi la libreta y sentí curiosidad.
Él abrió la boca para interrumpirla, para decirle que lo hecho ya estaba hecho, pero a ella le salían las palabras a borbotones y curiosamente se sintió impelido a escuchar.
—Debería haberme alejado tan pronto como vi qué era, pero en el instante en que leí una frase tuve que leer otra. ¡Sasuke, fue maravilloso! Fue como si yo estuviera allí. Sentí el agua, supe exactamente a qué temperatura estaba. Fuiste muy ingenioso al describirla así. Todo el mundo sabe exactamente cómo está el agua en la bañera media hora después que se ha llenado.
Por un momento Sasuke no pudo hacer otra cosa que mirarla. Nunca había visto tan animada a Sakura, y era extraño, y estupendo, en realidad, que toda esa animación se debiera a su diario.
—¿Te… te gustó? —preguntó al fin.
—¿Si me gustó? ¡Sasuke, me fascinó! Me…
—¡Aaay!
En su exaltación, ella le había apretado con demasiada fuerza la mano.
—Ah, perdona —dijo ella sin inmutarse, y continuó—: Sasuke, de verdad tengo que saberlo, por favor. ¿Cuál era el peligro? No soportaría quedarme con ese suspenso.
—No fue nada —dijo él, modestamente—. La página que leíste no era una parte muy emocionante.
—No, era principalmente descriptiva —convino ella—, pero la descripción es muy elocuente y evocadora. Lo veía todo. Pero no… ay, Dios, cómo explicar esto.
Sasuke descubrió que estaba impaciente por saber qué intentaba decir ella.
—A veces —continuó ella por fin—, cuando uno lee una descripción, ésta es… ay, no sé… objetiva, fría aséptica, incluso. Tú haces cobrar vida a la isla. Otras personas podrían llamar cálida o tibia al agua, pero tú la relacionas con algo que todos conocemos y entendemos. Me hizo sentir como si estuviera allí, con los dedos de los pies metidos en el agua, a tu lado.
Sasuke sonrió, ridículamente complacido por el elogio.
—¡Ah! Y antes que lo olvide, hay otra cosa brillante que quería comentarte.
Bueno, él ya sabía que estaba sonriendo como un idiota. Brillante, brillante, brillante. Qué palabra más bonita.
Sakura se inclinó ligeramente hacia él y continuó:
—También comunicas al lector cómo te relacionas con el paisaje o entorno y cómo éste te afecta. Se transforma en algo más que simple descripción porque vemos cómo reaccionas.
Sasuke sabía que era buscar cumplidos, pero no le importó mucho y preguntó:
—¿Qué quieres decir?
—Bueno, si miras… ¿puedo ver el diario para refrescarme la memoria?
—Sí, claro —dijo él, pasándoselo—. Espera, déjame buscar la página.
Cuando él la encontró, ella pasó la vista por las líneas hasta encontrar la parte que buscaba.
—Aquí. Mira esta parte sobre cómo te recuerda que Inglaterra es tu tierra.
—Es extraño cómo viajar le hace eso a una persona.
—¿Le hace qué a una persona? —preguntó ella, con los ojos agrandados por el interés.
—Hace valorar la propia tierra —contestó él en voz baja.
Ella lo miró a los ojos, los de ella serios, interrogantes.
—Y sin embargo sigues deseando marcharte.
Él asintió.
—No puedo evitarlo. Es como una enfermedad.
Ella se rió, y su risa sonó inesperadamente musical.
—No seas ridículo. Una enfermedad es dañina. Está claro que tus viajes te alimentan el alma. —Bajó la vista a su mano y con sumo cuidado le levantó la servilleta para examinarle la herida—. Está casi mejor —dijo.
—Casi —convino él.
En realidad sospechaba que ya se había detenido la sangre, pero no quería que acabara la conversación. Y sabía que en el instante en que ella hubiera acabado de atenderlo se marcharía.
No creía que ella deseara marcharse, pero sabía que lo haría. Pensaría que era lo correcto, y tal vez creería también que eso era lo que él deseaba.
Nada podía estar más lejos de la verdad, le sorprendió comprender.
Y nada podría haberlo asustado más.
