Fanfic originado de una actividad en "El Club de lectura de Fanfiction" (FaceBook), como resultado del promt que Sthefynice propuso y que yo reclamé para escribir; en resumen: Fanfic GoYuu ambientado en el universo de Harry Potter.

Aquí les presento el resultado de mi esfuerzo. Espero les guste (´。• ᵕ •。`)


VULNERA SANENTUR

«Ya casi, ya casi» pensó Yūji, corriendo con toda la velocidad que sus extremidades de hurón le permitían.

Había pasado la hora de volver a los dormitorios y si alguien lo descubría lejos de su sala común, se metería en graves problemas, así que optó por la opción más sensata: transformarse en su forma animal, un hurón rojizo de ojos marrones.

De ese modo, no sólo podía ver mejor en la oscuridad, ahorrándose el uso de la varita para iluminar los pasillos de Hogwarts, sino que su pequeño tamaño le permitía pasar desapercibido por todo el lugar.

Faltaban pocos metros para llegar a las mazmorras donde se encontraba la entrada a la sala común de Slytherin, la casa donde lo colocó el Sombrero Seleccionador a los once años, cuando escuchó un chasquido y todo terminó para él.

—Immobilus —pronunció Gojō, tronando los dedos en el proceso—. Atrapado —canturreó mientras se acercaba con pisadas lentas—. ¿Acaso pensabas que podrías burlar eternamente al todopoderoso jefe de la casa Slytherin? —cuestionó en tono altanero y con ambos brazos abiertos, antes de adoptar una actitud más juguetona—. Que no te engañe mi juventud y belleza, también fui auror en mi adolescencia y actualmente soy Caballero de la Orden de Merlín de Primera Clase, jefe de magos del Wizengamot y papá soltero, aunque mi muchacho está en una edad rebelde y ni siquiera me reconoce como tal.

En alguna parte del dormitorio Ravenclaw para chicos, Megumi estornudó.

Luego de limpiarse una lágrima imaginaria y acomodar sus cabellos blancos como la nieve, Gojō se puso en cuclillas frente al animalito congelado en plena carrera.

—Tú… ¿no eres la mascota de Nobara? —Tenía algunos recuerdos de la chica y sus amigos acompañados por un hurón—. ¿Qué haces aquí? —Levantó el hechizo impuesto sobre la criatura.

Yūji, por mucho que deseara correr por instinto, razonaba como humano y los nervios de que su profesor descubriera quién era en realidad le carcomía por dentro, en especial porque, sin contar a Nobara y Megumi (sus mejores amigos), nadie sabía que era un animago, ni siquiera el Ministerio de Magia.

Se encogió en su lugar.

Gojō acercó la mano. Al no ser mordido o ver una reacción agresiva del animal, lo tomó de la parte superior del pellejo para levantarlo.

—Se reirán de mí si te presento como la pequeña bestia peluda que cacé durante mi hora de vigilancia, así que vendrás conmigo y mañana llamaremos la atención de tu dueña.

Utilizó un brazo como soporte, pegándolo a su torso para colocar ahí al hurón. La mano contraria la dejó encima para detenerlo por si intentaba escapar.

El corazón de Yūji parecía estar a punto de estallar. Nunca esperó ser atrapado por la persona más poderosa —probablemente— de todo el mundo mágico, quien además era su profesor, su jefe de casa y el hombre del que se había enamorado años atrás mientras observaba una de las tantas capturas móviles de un periódico que aún conservaba entre las gastadas hojas de una vieja libreta.

Las manos de Gojō eran tan grandes y cálidas, que se sintió afortunado de ser pequeño y que éstas lo cubrieran casi en su totalidad.

Cerró los ojos. En verdad necesitaba dormir.

Levantó los párpados con pesadez cuando Gojō lo depositó sobre un escritorio.

Escrutó el lugar con la mirada, descubriendo que se hallaba en la habitación de su profesor.

—A ver, levanta una pata. —Gojō levantó una mano y Yūji imitó la acción, cayendo sobre uno de sus costados.

Gojō suprimió una risa.

—Párate en dos patas.

Yūji así lo hizo, sin saber qué rayos pasaba por la cabeza ajena.

—Bien, es una ventaja que estés adiestrado, de lo contrario habría tenido que meterte en una caja o algo así.

.

—Entonces, en resumen, pasaste la noche con el profe Gojō. —Nobara interrumpió el relato, casi decepcionada de que Yūji no hubiese tenido una loca aventura animal.

—Conozco a un par de personas que morirían por vivir algo así —agregó Megumi, previo a pegar un bocado a su sándwich.

—Pero ¿averiguaste lo que necesitabas?

Yūji asintió, captando la atención de ambos chicos.

Quizá averiguó más de lo que necesitaba. ¿Por qué nadie sabía que Gojō era padre soltero? ¿O lo habría dicho para despistar al enemigo y hacerle perseguir una pista falsa?

Sin mencionar que, al haber presenciado cómo el profesor se desnudaba para colocarse el pijama, vio una monstruosa e imponente cicatriz que le recorría el torso en diagonal, iniciando en un hombro y terminando en la cadera.

¿Cómo terminó así? ¿Habría sido durante sus misiones como auror? ¿O tendría que ver con su nombramiento como Caballero de la Orden de Merlín?

Cada vez tenía más preguntas relacionadas con aquel gran mago, que no llegaba ni a los treinta años de edad.

—¡¿De verdad?! —exclamó Nobara, sacándolo de su ensimismamiento.

—Sí, aunque entrar es un poco más difícil que salir.

—Vaya, yo pensaba que sería al revés.

—Y yo que no era posible ninguna de las dos —declaró Megumi.

Ambos sabían que la incursión de Yūji era para encontrar un camino que le permitiera entrar y salir de Hogwarts sin ser descubierto.

Semanas atrás, Wasuke, el abuelo de Yūji, le había mandado una carta en la que daba instrucciones precisas sobre ciertos insumos que llegarían al callejón Knockturn en fechas específicas, encargando a su nieto que los recogiera y como los alumnos no tenían permitido salir de clases entre semana —mucho menos hacia sitios peligrosos y sin vigilancia—, le ordenó encontrar una ruta de escape antes de la primera entrega, de paso lo amenazó de muerte si dejaba perder un solo pedido.

—¿Estás seguro de esto? —Megumi seguía pensando que era una pésima idea.

—No tengo alternativa. No conoces al abuelo, pero si lo hicieras, sabrías por qué no puedo negarme.


Por la mañana del primer día de entrega, Yūji escapó de Hogwarts convertido en hurón mientras sus amigos lo excusaban diciendo que algo le había caído mal al estómago y se encontraba en el baño, con la promesa de acudir a la enfermería apenas pudiera levantarse de la taza.

Yūji conocía bien el callejón Knockturn. Desde niño solía acompañar a su abuelo a recoger todo tipo de insumos extraños. No sabía para qué los usaba, pero no podía ser para nada malo, de seguro se trataba de ingredientes descomunales que costaban un riñón fuera del mundo mágico.

La zona en la que ellos vivían y sus alrededores no tenían ni un solo reporte en el Ministerio por un uso indebido de la magia; si Wasuke causaba estragos, era su carácter, pero Yūji prefería no ahondar en el tema.

El callejón era como recordaba: una imagen lúgubre y desgastada varada en el tiempo. Todos pasaban de largo unos de otros, cual fantasmas encapuchados y, aunque un muchachito solitario por esos lares era una presa fácil, la realidad era que nadie deseaba cruzarse en su camino por temor a las sombras de su linaje.

Él lo desconocía, pero todos en aquel sitio sabían que su abuelo era un magnífico asesino, en extremo sanguinario y eficaz. En el bajo mundo había un nombre o, mejor dicho, un título que se pasaba de generación en generación entre los sicarios, del cual, Wasuke era portador. A muchos les causaba curiosidad si el chico lo había heredado, mas nadie se atrevía a preguntar.

Aquel honorífico era sinónimo de muerte y desesperación, y si conservaban algún apego por la vida o sus seres queridos, lo mejor era no cruzar, no ver y no hablar con el descendiente de los Itadori: aquel de cabello rosado. Las malas lenguas decían que esa tonalidad se volvió característica de su familia como resultado de infinitos baños de sangre a los que se exponían día con día y, en la actualidad, era un mito que nadie pretendía corroborar.

Yūji tardó más en adentrarse a la tienda, que en salir. Apenas se acercó al mostrador, el vendedor le puso en las manos un pequeño objeto redondo envuelto en lo que parecían ser vendas gastadas y comenzó a hacerle señas para que se retirara.

El chico le dijo que iba a revisar su contenido, pero el vendedor dio vuelta a la barra de madera que los separaba y comenzó a empujarlo hacia la salida diciendo: la tienda no se va a ir a ningún lado, muchacho, y nadie es tan suicida para engañar al viejo Itadori.

Yūji no se sobresaltó tanto de que le cerraran la puerta casi en la cara, como de analizar la espesa niebla que le rodeaba; ésta le cubría los pies, ocultándolos de su mirada y le impedía ver lo que se hallaba al otro lado de la calle.

No parecía haber gente y, aunque no era un sitio bullicioso, los susurros provenientes de los postes y las coladeras también se habían esfumado.

Avanzó a paso lento, utilizando los recuerdos como guía, pero al ignorar la distancia que recorría con cada pisada, no supo qué tan lejos se hallaba de la tienda en la que estuvo. Al dar media vuelta, sus ojos ya no daban con ella.

Al girar sobre sus talones, una figura se hallaba de pie frente a él: un hombre con cicatrices de suturas en la cara y una cabellera gris desaliñada, que vestía prendas negras desgarbadas.

Se sorprendió de distinguirlo con tanta nitidez entre la bruma.

El hombre sonrió de oreja a oreja, levantando su varita. Yūji no lo pensó dos veces para indicarle a sus piernas que usaran un estímulo inhumano para huir.

—¡Sectumsempra! —gritó el hombre.

Yūji logró escapar gracias a haberse movilizado una milésima de segundo antes e intentó perderse entre las calles, usando la neblina a su favor.

Al sentirse un poco menos inseguro, detuvo su andar para revisar su condición física, advirtiendo un profundo corte sobre la pantorrilla derecha.

Se transformó en hurón, cosa que no curaría su pierna, pero sí disminuiría el sangrado de manera significativa y, al desconocer hechizos de sanación, también era su única alternativa para intentar ocultar su rastro y no morir desangrado.

En el hocico cargó la cosa con vendas de su abuelo y, una vez más, echó a correr, quejándose cada tanto por la herida que le escocía cada que flexionaba la pata trasera.

A la distancia escuchó algo similar a un trueno, seguido de destellos verdosos, azulados y lilas. Quizá la persona que lo atacó creyó encontrarlo y algún inocente había pagado el precio. De ser así, debía volver. No podía permitir que alguien más sufriera lo que él…

«¡No! No… Ese tipo no lucía bien. Tal vez se desesperó y comenzó a lanzar hechizos a lo loco» se convenció.

No obstante, sus patas volvieron sobre el camino recorrido y, a los pocos metros, la bruma comenzó a disiparse.

Algo en su interior se alivió al imaginar que el hombre desgarbado se desesperó por no verlo cerca y levantó su hechizo para localizarlo.

«Ahora sí, tengo que irme».

Sin dejar de moverse, aprovechó los restos de niebla y la ausencia de gente para retomar su forma humana mientras doblaba por una esquina; sin embargo, las constelaciones parecieron ponerse de acuerdo para jugar en su contra, pues la persona que lo interceptó a media transformación no fue nada más ni nada menos que Satoru Gojō.

—¿Yūji? —Abrió de par en par los ojos, sin creer lo que veían. Conocía lo suficiente a ese chico como para saber que no poseía la capacidad necesaria para cambiar de forma, a no ser que…—. ¿Qué haces aquí? —inquirió con un tono de voz más serio, no severo o molesto, pero a juzgar por la zona y el sujeto con el que acababa de batirse en duelo minutos atrás, no podía bajar la guardia.

Existía la remota posibilidad de que el sujeto de antes hubiese tomado la apariencia de uno de sus estudiantes, porque si había logrado escapar de un duelo en su contra, no dudaba que tuviera algunos trucos más bajo la manga y que ese fuera uno de ellos.

Si bien, él no era conocido por dudar en mitad de un enfrentamiento o dejar vivos a sus objetivos, pero desde que se volvió profesor, su instinto de pelea dejó de ser el mismo.

—No te lo repetiré otra vez. Responde. —Levantó una mano, juntando el pulgar con el dedo medio.

A la fecha se desconocía si necesitaba de ese movimiento para ejecutar encantamientos, pues varias personas aseguraban haberlo visto prescindir de ello, mas era innegable que cuando lo veían a punto de tronar los dedos, algo grave estaba a punto de ocurrir.

—¡Vi-vine a recoger algo que me encargó mi abuelo! —habló de forma rápida, temiendo que el otro no le creyera.

Acto seguido, buscó en sus bolsillos la bola con vendas, sin éxito. Al bajar la vista la encontró cerca de su pie derecho, recogiéndola del suelo.

Gojō advirtió el sangrado y con ello corroboró que, si ese chico resultaba no ser Yūji, tampoco era al que estaba persiguiendo, pues huyó en peores condiciones.

—Date la vuelta.

Yūji obedeció.

—Vulnera sanentur. —Chasqueó los dedos y repitió—. Vulnera sanentur.

La hemorragia se redujo al momento y la herida de Yūji comenzó a cerrarse. En su rostro era evidente la fascinación. Quería pedirle que le enseñara ese hechizo, pero cerró la boca al encontrarse en un pésimo momento para hacerlo.

—Necesitará algo de díctamo para no dejar cicatriz. Terminaré de tratarte en cuanto volvamos a la escuela.

—S-sí —tartamudeó ante la sorpresa de que su profesor no lo cuestionara más.

—Parece que escapó.

—¿El chico desaliñado de pelo gris?

—¿Lo viste?

Yūji asintió.

—Fue sólo unos momentos. Si no hubiera corrido, bueno… —Volvió la mirada hacia su pierna, flexionándola hacia atrás.

Gojō se debatió entre rastrear al sujeto de antes, dejando a su estudiante a su suerte, o volver a la escuela. Si se iba ahora perdería una pista importante, pero no lo suficientemente valiosa. Lo mejor sería reportar el incidente y dejar que el Ministerio se encargara del resto.

—¿Por qué te atacó?

—No lo sé. Cuando salí de la tienda todo estaba lleno de bruma —comenzó el relato, elevando la mirada y señalando hacia arriba, como si los sucesos fueran visibles encima de su cabeza—; caminé un poco para buscar la salida, pero como no logré ver nada, me sentí perdido y luego apareció ese tipo, así que corrí lo más rápido que pude.

—¿Dónde está la parte en la que te vuelves hurón? —Señaló la línea imaginaria trazada por su alumno.

—E-eso… yo… —Un rubor de vergüenza le coloreó las mejillas, evitó en lo posible la mirada opuesta—, la verdad es que… eh…

—Te daré tiempo para pensar mientras volvemos a la escuela. La próxima vez que te lo pregunte no quiero que tartamudees.

—Entendido —agregó, cabizbajo. No había visto a su profesor tan serio antes. No se sentía como un regaño, tan sólo temía haberlo decepcionado de alguna manera, ya que la actitud risueña y despreocupada que le conocía parecía haberse esfumado.

—¡Pero antes vayamos a Honeydukes a hacer las compras de mi despensa personal! —exclamó con tono desenfadado y juguetón, tomando al chico por los hombros para hacer que avanzara—. Como castigo voy a decir que te escapaste por dulces y te traje de regreso como el buen profesor responsable que soy. Así nadie cuestionará el por qué no di mis clases de la mañana —dijo eso último entre dientes.

—¿Por qué presiento que dejó un montón de tarea para justificar esa ausencia? —No era la primera vez que pasaba.

—¡Bingo! ¡Diez puntos para Slytherin!

Yūji emitió una risa cansada y resignada. Ya se podía imaginar metido en la biblioteca durante horas junto a Megumi y Nobara.

Tras volver a la escuela, el director Yaga amonestó a Gojō por sonsacar a un estudiante para usarlo de escudo. Dada la cantidad antinatural de dulces y el eficaz escape sin testigos, nadie creyó que un alumno hubiese sido el responsable. Gojō tenía antecedentes de ello, aunque era la primera vez que llevaba a alguien consigo y le advirtieron de las consecuencias del favoritismo.


La oficina de Gojō estaba casi vacía: una mesa redonda con un par de sillas a los pocos pasos de entrar y un escritorio al fondo, sobre el que reposaban algunos papeles, cartas y tinteros; los laterales eran adornados con libreros que no contenían lo que se suponía, sino dulces resguardados tras pequeñas portezuelas de madera para que el sol no los arruinara; una alfombra roja de extremo a extremo y las altas ventanas eran lo que iluminaba y brindaba sensación de calidez al sitio.

Yūji se encontraba sentado de lado en una silla. Gojō, con una rodilla en el suelo, untaba ungüento de díctamo en la pantorrilla del chico, previo a proferir una vez más el encanto que terminaría de curarlo.

—Vulnera sanentur.

—Suena más como una canción que como un hechizo.

—Y mi melodiosa voz le da un toque aún más mágico. —Acostumbrado a lidiar con el rostro indiferente y hastiado de Megumi cuando hacía ese tipo de comentarios, el corazón se le aceleró al ver a Yūji asentir efusivamente con una sonrisa que, de no estar usando gafas oscuras, podría dejarlo ciego.

«¿Qué? ¿Otra vez esta sensación? Por favor, no me hagas esto, Yūji».

El año pasado, el muchacho lo atrapó robando panecillos rellenos de crema en las cocinas del castillo. Yūji pretendía hacer lo mismo porque perdió una apuesta con Nobara.

Al final, ambos fueron atrapados con las manos en la masa por los elfos y tuvieron que huir, aunque no con los bolsillos vacíos.

Corrieron entre los pasillos y compartieron carcajadas en su sala común. Gojō se sintió como un adolescente de nuevo y, desde ese momento, experimentó una conexión especial con Yūji, que no hizo más que incrementar cuando se encontraban mientras el «adulto responsable» hacía travesuras para matar el rato.

Por otro lado, Yūji también visitaba su oficina seguido, más por asesorías particulares para nivelar sus calificaciones, que por el gusto de pasar el rato allí.

De todos los años que Gojō consideró la asesoría estudiantil como un maldito fastidio, era la primera vez que agradecía a los cielos ser el jefe de la casa Slytherin y tener que velar por sus alumnos.

Desvió la mirada hacia su mano, que en algún momento se posó sobre el muslo de Yūji. La retiró al advertir cierta incomodidad en los ojos contrarios y se puso en pie.

—Por hoy eres libre.

—¡Viva! —Alzó los brazos.

—Pero mañana tienes que volver.

—Sin problemas. —Mostró un pulgar en alto, creyendo que sólo sería para revisar la condición de su herida. Nada más alejado de lo que en verdad ocurriría.

Cuando Yūji abandonó la oficina no dejó de pensar en aquella mano recorriéndose de la pantorrilla al muslo. Por un instante, sus pensamientos más salvajes y lascivos se apoderaron de cada rincón de su ser. Tuvo que hacer un esfuerzo inhumano para disimular el goce y evitar que su cuerpo se excitara de más o no sabría cómo explicar lo que su entrepierna amenazaba con hacer.

A veces ni siquiera tenía una fantasía activa, pero ya contaba con una reacción inmediata. Recordó que tenía celular y aprovechó las maravillas del Internet para indagar sobre si era normal lo que le ocurría, aliviándose de que, en efecto, era algo bastante natural en un completo quinceañero.

Gojō era muy apuesto y no era un secreto que en la escuela existía un club de fans en su nombre. Yūji no se unía a él porque sería el único miembro masculino y porque el entrenamiento de quidditch acaparaba sus únicos ratos de ocio.

Además, sabía que lo suyo era imposible. Uno de los mejores magos que el mundo ha tenido en siglos y él, un mago más del montón. Uno de sangre pura —que no sabía que lo era hasta que el Sombrero Seleccionador lo mandó a su casa actual—, aunque uno más a fin de cuentas. Incluso Megumi, que era mestizo, era mucho mejor que él en todos los sentidos. ¿Cómo podría alguien así siquiera soñar con estar en el radar sentimental de alguien como Gojō? Sin mencionar que eran profesor y alumno.

Yūji podía ser despistado en ocasiones, pero sabía que lo único que podría tener con Gojō lo conseguiría en sueños y en sus más ocultas fantasías.


—Lumos —dijo Gojō, iluminando una habitación sumergida en la oscuridad con la punta de su varita.

—Es la primera vez que veo que la usa para algo —comentó Yūji, sentado frente a él, sin despegar los ojos de aquel instrumento que su profesor utilizaba como bastón lumínico, pues ya jugueteaba con ésta al girarla con los dedos.

—Es poco práctica, salvo que quieras tocar algo con lo que no quieres ensuciarte.

—¿Usa su varita como un vil palo?

—Bueno, en realidad… ¡Hey! ¡Yo soy quien hace las preguntas aquí! —Chasqueó la lengua con fastidio y encendió todas las luces agitando la varita—. Felicidades, arruinaste mi interrogatorio policial. Espero estés feliz. —Cruzó los brazos, elaborando un mohín adecuado para un infante molesto.

Yūji sofocó una risilla.

—Lo siento, lo siento. Podemos repetir.

—¡Me niego! No somos una película barata de Hollywood.

—No creo que una película producida allí sea barata —dijo más para sí mismo, que para el otro.

—En todo caso —guardó la varita dentro de su túnica—, imagino que sabes por qué quiero hablar contigo. —Si dejó descansar al chico luego de lo sucedido el día anterior, fue para que se relajara y meditara sobre el riesgo al que se expuso; no pretendía dejarlo pasar.

Yūji agachó la cabeza, fijando la vista en sus manos entrelazadas.

—¿Qué estabas haciendo ayer en el callejón Knockturn?

—Fui a recoger un pedido que hizo mi abuelo. —Levantó el rostro, ya se imaginaba a Gojō indicándole que lo mirara a los ojos (lentes) mientras hablaba.

—¿Qué era lo que pidió?

—No lo sé. No revisé.

—¿Tienes el objeto contigo?

Yūji negó.

—Lo mandé ayer con mi lechuza.

Hmm, ya veo. ¿A qué se dedica tu abuelo? Vive en el mundo muggle, ¿no es cierto?

—Sí. Él prepara tónicos como una especie de remedios caseros. Los muggles lo llaman «medicina homeópata». —Hizo comillas con los dedos.

—¿Sabes si utiliza sus conocimientos como brujo al hacer esas preparaciones?

—No, no lo hace. Usa las plantas que hay por allá: mejorana, tomillo, lavanda; cosas así.

—Entonces ¿en qué emplea lo que solicita en el callejón Knockturn?

Yūji se encogió de hombros.

—Yūji…

—¡E-estoy diciendo la verdad! Sé que quizá parece que lo estoy intentando cubrir, pero, desde que era niño, nunca lo he visto utilizar nada extraño. Y, es curioso, porque tampoco tenemos libros sobre pociones en casa. Todo lo que he visto aquí lo conocí cuando llegué a Hogwarts.

—O sea que antes de estudiar aquí, ¿no habías tenido contacto con la magia?

—Ah, no. Sí se usaba magia en casa; no mucha, pero sí.

El caso de Yūji era excepcional para Gojō: un mago de sangre pura —como él mismo—, que tuviera poco contacto con la magia y cuyo dominio sobre la misma fuera apenas promedio.

—Y, ¿tu abuelo se llama…?

—Wasuke. Itadori Wasuke.

Gojō se llevó una mano al mentón, intentando recordar si el apellido alguna vez figuró en registros criminales. Al no poder sacar nada más del chico, lo mejor sería que investigara su linaje.

—En cuanto a tu transformación… —Esperó que el muchacho respondiera, pero sólo vio como éste agachaba la cabeza y apretaba los labios en una fina línea, casi afligido—. Eres un animago, ¿verdad?

Yūji asintió débilmente, con sutileza y pesar.

—¿Sabes la clase de problemas que tendrás por no avisar de esto al Ministerio de Magia?

Yūji, preocupado, se encogió sobre su lugar.

—Supongo que también sabes de mi estrecha relación con el Ministerio.

—Megumi dijo que es el jefe del Wizengamot —pronunció en un hilo de voz.

—Entonces, ¿qué tienes que decir al respecto?

Tras unos minutos en silencio, Yūji decidió que era mejor decirle la verdad.

—Mi abuelo me advirtió de no transformarme aquí… D-dijo que en el peor de los casos podría terminar en Azkaban así que…

«Tienes un abuelo que sabe mucho de este mundo como para haberte mantenido tan ignorante. ¿Qué estará ocultando de su propia familia? ¿Algo peligroso en lo que no quiere involucrar a su querido nieto? Al menos te estima. Eso es bueno».

Un sentimiento de protección nació en su pecho. Le dieron ganas de tomar a Yūji entre sus brazos y… y…

—Muéstrame tu forma animal.

—¿Perdón? — Yūji levantó la cabeza, consternado y confundido a la vez.

—Me da curiosidad verte. —Se inclinó hacia adelante, esperando analizar a detalle la transformación.

—Ah, uhm…

—Vamos, vamos. No te voy a encerrar en una jaula. ¿Ves alguna por aquí?

Yūji escrutó la habitación con la mirada. Por la confianza que le tenía a su profesor, lo hizo. En cuestión de segundos un hurón rojizo se hallaba sobre la silla.

Gojō le acercó la mano para acariciar su pelaje, el cual, era demasiado suave pese a ser tan corto.

—¡Está decidido! Guardaré el secreto sólo porque eres bastante lindo. Puedes retomar tu forma humana. —Al ver a su alumno más relajado ahora, le dieron ganas de molestarlo—. Por cierto, hace unos días me topé con un pequeño hurón escurridizo que corría hacia la entrada de nuestra sala común. ¿Tienes algo que decir sobre eso?

—¡N-no sé nada! ¡Tal… tal vez fue la mascota de Nobara! A veces juego con ella. Quizá recuerda el camino —se excusó, evidenciando la mentira.

—¿De verdad? Porque llevé al pequeño a mi cuarto y el pequeño me miraba fijamente mientras me cambiaba. —Se acercó demasiado al rostro contrario, divisando a la perfección el sonrojo que le llegaba hasta las orejas—. Eso no lo puedo dejar pasar, Yūji: es acoso.

—Hubiera sido acoso si yo me hubiera metido a su habitación, pero me llevó por su cuenta.

—Ah, entonces sí eras tú.

Yūji se cubrió la boca con ambas manos, negándose a soltar una sola palabra más que pudiera incriminarlo.

Gojō rio, al tiempo en que llevaba los dedos hacia el cabello del muchacho, para despeinarlo con efusividad.

No deseaba cortar esa cercanía, sin embargo, no podría justificar el mantenerse a tan pocos centímetros durante más tiempo. Sus labios casi rozaban las manos ajenas.

Cuando retomó su asiento, el corazón de Yūji experimentó una pesadez inusitada. Por un instante deseó que el tiempo se congelara para no dejar de admirar la sonrisa de su maestro y así conservar la cercanía durante horas.

—Profesor —llamó su atención apenas reunió la valentía de descubrirse los labios—, quizá no deba preguntarlo, pero ¿cómo se hizo la cicatriz? —Señaló su propio torso en diagonal para que el otro supiera a lo que se refería. Ahora que se reveló su espionaje imprevisto, debía sacarse mínimo una de las dudas que le carcomían, el resto estaban relacionadas a gustos y preferencias.

—Ah, eso. —Pese a que no lo esperaba, tampoco pretendía ocultarlo. Echó la cabeza hacia atrás y resopló con cansancio—. Hace unos diez años me encontré con un hombre llamado Toji; era conocido como el Asesino de Magos, así que me tuve que deshacer de él.

Los ojos de Yūji, comúnmente oscuros por su tonalidad almendrada, parecieron un destellar de emoción.

—Se creía que ese hombre portaba el título de Ryomen Sukuna, que es una especie de pseudónimo heredado entre los de su calaña para designar al homicida más sanguinario y eficaz; por eso me dieron el nombramiento de primera clase como Caballero de la Orden de Merlín, porque los asesinatos atroces y en masa cesaron después de eso.

«Pero yo no creo que ese sujeto haya sido el dichoso Sukuna» fueron palabras que nunca salieron de su boca. Tenía motivos para pensarlo, mas no las pruebas suficientes para exponerlo.

Luego de ese suceso se descubrió que Toji tuvo un hijo con una muggle y tras verificar el potencial del niño con mucha cautela, se lo enjaretaron a Gojō o, al menos, así resumía él el acontecimiento que lo convirtió en papá soltero.

Los profesores sabían de su conexión con Megumi, pero el chico decidió mantenerlo en secreto desde su primer día en Hogwarts para evitar las preguntas curiosas de estar vinculado legalmente a una celebridad.

De repente, en las instalaciones del castillo sonó una alarma vespertina, que indicaba la hora de inicio de las actividades extracurriculares.

—¡El entrenamiento! —exclamó Yūji, levantándose de un brinco para correr hacia el campo de quiddtch.

Antes de abandonar la oficina, volvió hacia Gojō, quien recién se había levantado para acomodar las sillas con un chasquido de dedos.

—¿Olvidaste al…? —calló sus palabras al instante en que el chico lo rodeó con ambos brazos, recargando la cabeza sobre su pecho.

—Gracias por mantener el secreto. —Levantó la mirada, descubriendo cómo las facciones de su amor platónico comenzaban a suavizarse.

Gojō llevó una mano hacia la espalda opuesta.

—¿Cómo que gracias? Más te vale mejorar tus calificaciones o te reportaré como un animago no identificado en el Magisterio.

—¡Es una promesa entonces!

Acto seguido, Yūji partió hacia el campo de práctica, dejando solo a Gojō con el corazón retumbando cual tambor de barco vikingo.

«¿Lo habrá escuchado?». Se llevó una mano al centro del pecho.

Por más que pudiera controlar a la perfección sus expresiones faciales y sus palabras, el resto de órganos causaban estragos.

Sabía que estaba mal ver a un estudiante de la forma en que comenzaba a hacerlo, mas no podía evitarlo.

Ese chico despertaba en él más que una simple necesidad paternal de protección; despertaba los sentimientos de un hombre a punto de ingresar a un mundo donde ninguna magia era efectiva.


Aunque este fic fue resultado de una actividad en FaceBook, terminé planeando toda una historia de más de 60 capítulos, así que este oneshot es como una especie de "Capítulo 0" para un longfic que vendrá más a futuro (*´▽`*)

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