Disclaimer: Black Clover y sus personajes pertenecen a Yūki Tabata.
-Recuerdos del futuro-
Si alguna vez le hubieran encargado la tarea de definirse con una sola palabra, sin duda alguna habría dicho «insignificante». No consideraba que se estuviera menospreciando, sino simplemente describiendo. Todo su entorno se había encargado de repetírselo durante sus primeros años de vida con tanta intensidad y frecuencia que se le había terminado grabando a fuego en la mente. Su magia no servía para nada, su apariencia era horrible, su carácter, soso e insustancial y toda ella era un cúmulo de defectos que no podía soportar. Se veía como alguien completamente reemplazable, que nadie valoraba ni apreciaba, que siempre estaba a la sombra de la luz radiante que los demás proyectaban. Así que, con el tiempo y cuando logró escapar del yugo infernal de sus hermanastras, decidió que jamás volvería a ser ella. De todos modos, se odiaba profundamente, así que para qué revelar su identidad, para qué enseñar su rostro, su pelo azul o su cuerpo, para qué mostrarle a nadie su insoportable personalidad, si nadie la iba a aceptar.
Vagaba sola, sin propósitos en la vida y sin un camino fijo hasta que se unió a los Toros Negros. Llamaba la atención con su nueva apariencia, pero ya no le importaba, porque ese no era su verdadero ser, así que estaría bien.
Cuando conoció a sus compañeros, se quedó atónita ante la presencia del chico que la había salvado mientras huía, cuando tomó la apariencia de una de sus hermanastras. Quería darle las gracias, pero eso significaría, en cierto modo, revelarle su identidad, así que jamás lo hizo, porque su debilidad le daba vergüenza.
Con el paso del tiempo, fue observándolo, aunque no conociéndolo verdaderamente. Era una persona fría, apática y que no parecía estar integrada en el grupo porque sus compañeros no le importaban. Su mente estaba ocupada constantemente con su hermana y eso le resultaba extremadamente raro, pero también intrigante. Algunas veces, le daba por pensar que la niña había estado en peligro y por eso él estaba tan obsesionado, pero no podía confirmarlo porque no solía hablar con los demás.
Todo cambió con la entrada de los novatos aquel año inusual en el que su vida se transformaría para no volver a ser la misma. El hecho trascendental que hizo que su relación se afianzara mucho más con los Toros Negros fue sin duda que todos sus compañeros vieron su verdadera apariencia; su ridículo pelo azul, sus grandes ojos grises, su corta estatura y su sonrojo permanente. Todo estaba mal. Sin embargo, con el tiempo, aprendió que aunque le dieran vergüenza ciertas cosas, debía afrontarlas para superarlas, así que acabó enfrentándose a sus miedos y decidió no esconderse nunca más en el cuerpo de otro.
El tiempo fue pasando, el vínculo afianzándose y su mirada tímida posándose cada vez más en Gauche, que era la persona del grupo que, paradójicamente, más confianza le inspiraba. Se acabó enamorando perdidamente de sus cuidados y atenciones —que se centraban mucho más en ella que en cualquiera y que no siempre estaba dispuesto a mostrar, pero ahí estaban—, de su bondad a regañadientes, de la forma en la que la impulsaba para ser mejor y de su entrega y lealtad.
Pero claro, ¿cómo iba la insulsa Grey a confesarle a uno de los chicos más apuestos que jamás había visto que lo amaba en silencio desde hacía mucho tiempo? Simplemente no podía. Había observado, cuando salía a la calle en su compañía, que la mayoría de las chicas se volteaban a verlo, lo señalaban sin pudor e incluso cuchicheaban. Se sentía minúscula al lado de ellas y, aunque Gauche no parecía prestarles atención, una voz tenue en su cerebro le susurraba a diario que no era competencia para esas bellas jóvenes que suspiraban a su paso.
Incluso después de casi perderlo no se atrevió a decírselo. Lo vio con el pecho atravesado, sangrando a borbotones y perdiendo la vida, y ni bajo esas terribles circunstancias pudo verbalizar sus sentimientos.
Pero ya no podía más. No dormía tranquila desde hacía meses, pensando que ya no quería guardarse un sentimiento tan puro como el del primer amor, pasaba tardes enteras sola, tratando de articular en su cabeza un discurso coherente para confesarse pero nunca le convencía el resultado y tenía charlas interminables con Gordon, que era la única persona que conocía sus sentimientos y que intentaba animarla día tras día con ese tema, que sabía que era tremendamente complejo para ella.
Así que, cuando los Toros Negros se fueron a buscar a Asta, decidió que, cuando finalizara la guerra, le diría a Gauche que lo quería. En cuanto supiera que todo había acabado se lo contaría, sin importarle el lugar, la situación o la gente que hubiera alrededor. Su amor era su sustento, su soporte y era una emoción tan bella que no tenía sentido seguir encerrándola entre las rejas de la inseguridad de su corazón.
Sin embargo, todo se truncó. Tratando de devolver a Asta al Reino del Trébol, Damnatio, al que Lucius había convertido en su paladín, la puso en su punto de mira. No sabía cómo, pero probablemente conocía su habilidad de cerrar heridas insalvables, así que la atacó.
Sintió un miedo irracional. No quería morir, no había cumplido la promesa que se había hecho a sí misma y no estaba preparada para pensar que Gauche nunca conocería sus sentimientos.
De repente, sintió una mano en su pecho, empujándola. La vista se le nubló, el ataque le dio de lleno y, cuando pudo enfocar su mirada gris en el cuerpo ensangrentado que estaba justo delante de ella, se dio cuenta de que era Gauche, que se había interpuesto en el ataque, haciendo que ambos resultaran heridos gravemente.
Sentía la boca llena de sangre, un dolor punzante y agónico en el vientre y cómo las fuerzas la iban abandonando poco a poco, así que, con su último aliento y mucho esfuerzo, se arrastró hasta tumbarse al lado del chico. Posó la mano en su estómago y, con la vista perdida en la nada porque casi no veía, le habló.
—¿Qué has hecho, Gauche-kun?
—Te lo debía. Tú… me salvaste —susurró con la voz entrecortada. No la miraba—. En cambio, yo soy tan inútil que ni siquiera he podido salvarte. Lo siento, Grey.
—No eres inútil. Eres increíble. Yo… Gauche-kun, yo… te quiero…
Los ojos se le llenaron de lágrimas, que comenzaron a caer rápidamente por sus mejillas y a mezclarse con la sangre que manchaba su rostro. No esperaba ninguna respuesta, no era su cometido saber que sus sentimientos eran correspondidos, sino quedarse tranquila, estar en calma antes de partir, saber que había sido valiente por una vez en toda su insustancial vida y que el motivo de ese arrojo había sido el hombre que amaba.
—Cuando he visto que ese desgraciado te iba a atacar, mi cuerpo se ha movido solo. No puedo soportar vivir en un mundo en el que tú no estés.
Grey, entre lágrimas, sonrió levemente. No le hacía falta más. Ni siquiera le había dicho que la quería, pero lo conocía bien, así que aquellas palabras le hicieron sentir una felicidad tan desorbitada que el dolor de las heridas se marchó, sus miedos se esfumaron y su mente y las pocas fuerzas que aún tenía se pusieron en marcha.
Vio a Gauche tosiendo sangre, así que actuó lo más rápido que pudo. Se concentró totalmente y, con su último resquicio de energía, dejó que su magia envolviera su cuerpo, para sanarlo todo lo que pudiera, antes de que la vida se le agotara definitivamente. Lo volvería a salvar de nuevo, aunque eso significara no poder volver a estar a su lado jamás.
Despertó, pero los ojos le pesaban tanto que no pudo abrirlos. Le dolía cada centímetro de su cuerpo, así que maldijo en voz baja. Se suponía que estaba muerto, ¿por qué carajos sentía tantísimo dolor? Notó un peso ligero encima de su abdomen y empezó a entreabrir los ojos como pudo. Su vista no lograba enfocar, pero cuando fue capaz, vio la mano pequeña y empapada en sangre de Grey inerte sobre su cuerpo. ¿Él estaba vivo y ella...?
Giró su rostro bruscamente, provocándose un mareo que hizo que todo le diera vueltas, pero luchó contra su deplorable estado y entonces logró ver su rostro sin vida, sus ojos abiertos, grandes, grises, preciosos, completamente vacíos, su piel más pálida que nunca. El miedo le estrujó el corazón, se lo redujo a cenizas, haciendo que sintiera un hueco enorme e insalvable en el centro del pecho.
Se incorporó, sin importarle todo el dolor que sentía, todas las heridas que aún tenía abiertas y sangrando y las contusiones que cubrían todo su cuerpo.
La sujetó entre sus brazos mientras la abrazaba y lloró. Ni siquiera recordaba si alguna vez en su vida había sido capaz de expulsar lágrimas por sus ojos, pero ese día no lo pudo reprimir. Y sabía que sería el primero de muchos, de interminables días en los que la falta de Grey haría que su vida careciera de sentido para siempre.
—¿Por qué has hecho esto, Grey? Te lo he dicho, que no puedo vivir sin ti. ¿Por qué me has dejado solo? —sollozó contra su cabello, apretándola cada vez más entre sus brazos.
Cuando Gauche se dio cuenta de que estaba enamorado de Grey, pensó en actuar pronto. De todas formas, él era directo y no le gustaba posponer los asuntos importantes. Pero las batallas se fueron sucediendo, las guerras no parecían dar tregua al reino y las múltiples misiones que se les encomendaban a los Toros Negros parecían nunca acabar, así que finalmente se distanciaron un poco y nunca encontró el momento.
No había mentido: en el momento en el que vio a Damnatio dirigiendo su ataque hacia Grey, su cuerpo se movió por inercia. No podía soportar vivir sin verla sonreír tenuemente, sin escucharla hablar de sus inseguridades, sin estar a su lado. Y realmente quería agradecerle que le hubiera salvado, quería que fuera feliz, que siguiera su camino, aunque fuera sin él. Pero su intervención no había servido para absolutamente nada.
Mientras la abrazaba y lloraba con desconsuelo, pensó en todas las veces en las que le podría haber dicho que la amaba genuinamente y no lo hizo. Pensó en sus ojos llenos de vida que ya no brillaban, en sus sonrojos hermosos que nunca volverían y en su cada vez menos pronunciados balbuceos, que se quedarían para siempre en su mente, pero que jamás escucharía de nuevo. Pensó en aquellos recuerdos del futuro que a veces aparecían en sus sueños o incluso en sus momentos de vigilia, cuando se perdía en sus pensamientos; en ese hogar feliz de cuatro personas, en ese niño de cabello azul oscuro y esa niña pequeña con el pelo morado, que se parecía tanto a su hermana Marie.
Pensó en la forma en la que Grey, con su bondad infinita y su altruismo, lo convertía en mejor compañero, en mejor hermano, en mejor persona.
Y entonces se dio cuenta. Jamás volvería a ser el mismo, jamás volvería a ser feliz, porque su alma se había quebrado de forma irreparable. Porque sin Grey, no había luz que iluminara el sendero de su lúgubre existencia.
FIN
Nota de la autora:
Ni siquiera ha salido el capítulo entero traducido, pero es que yo necesitaba imperiosamente escribir de este momento, porque es que soy la loca del angst. Lo dejé aquí porque no soy capaz de escribir más allá de la muerte de Grey, me duele demasiado. Sé que esto es Black Clover y que hasta que no veamos los grimorios desapareciendo no es nada seguro, pero eso no hace que el capítulo no esté lleno de significado. Gauche protegiendo a Grey con su vida es una de las cosas más hermosas que he visto en este manga y todo lo que supone para su desarrollo como persona es maravilloso.
En fin, nada más que decir, aparte de que la semana que viene por fin estoy de vacaciones, así que nos veremos muuuucho más.
Gracias siempre por leer mis historias.
