Shuumatsu no Valkyrie y todos sus personajes pertenecen enteramente a sus respectivos autores y son usados aquí con meros fines de entretenimiento.

Fanfic intento de Jesús x Belcebú. En mi enferma imaginación, la cosa tiene sentido(?)


Se trató de un encuentro fortuito, nada del otro mundo: nada predispuesto por la mano de Dios, mucho menos la del Diablo. Después de su pelea con Tesla, el Señor de las moscas intentó alejarse cuanto antes de la arena, al menos hasta que escuchó la voz:

—Belcebú.

Lo conocía. Reaccionó al instante, deteniéndose y alzando la mirada… frente a él estaba ese humano, el que alguna vez predicó en las antiguas regiones de Galilea: Jesús de Nazaret.

—Aléjate —ordenó Belcebú con debilidad. Dentro de él, Satanás se agitó: siempre reaccionaba así ante la presencia del hombre. Sólo se encontraron un par de veces en los treinta y tres años que Jesús tuvo de vida, pero fueron lo suficientemente intensos como para que se quedaran grabadas en la mente de Belcebú. Primero durante el largo ayuno en el desierto, donde Satanás lo obligó a ir. No entendía cuál era su necesidad de tentar a Jesús para que desistiera de su misión (una misión a la que tampoco le encontraba sentido), pero no lo consiguió.

La segunda y última ocasión fue en el Gólgota: ante la cruz ensangrentada, Belcebú contempló su agonía con indiferencia mientras Satanás reía como jamás lo hizo. Poco le duró el gusto cuando el nazareno ascendió… pero esa era ya otra historia.

Ahora, Jesús se presentaba en el más inapropiado de los momentos. Satanás se removió a tal grado que Belcebú hizo una mueca de dolor. No era en vano: en el pasado, Jesús expulsó de la Tierra a tantos demonios que el Infierno perdió la cuenta. ¿Sería que Satanás tenía miedo?

Quizá, él…

Belcebú deshizo el pensamiento. Elevó el bastón por lo que tuvo que sujetarse al muro, casi enterrar las uñas con tal de no caer. Jesús hizo el ademán de acercarse pero Belcebú colocó el bastón en medio de ellos, apuntándolo.

—A un lado. Apártate de mi camino —jadeó. Estaba muy herido después del combate y, a pesar de resultar ganador, no se sentía bien. Nunca nada se sentía bien.

Extrañamente, Jesús le hizo caso. Belcebú resopló y volvió a apoyar el bastón en el suelo para seguir su camino. Debía llegar a su laboratorio, ahí se curaría él mismo… lamería sus propias heridas como un perro, en soledad, como lo hizo siempre. Apenas avanzó unos pocos pasos frente al otro cuando volvió a escucharlo:

—Espera —fue la orden de Jesús. De la misma manera en que alguna vez ordenó a los demonios salir de cuerpos poseídos, en ese instante exigía a Belcebú que se quedara. Se sintió humillado, si es que se podía más. Gruñó entre dientes.

—¿Qué? —bufó prácticamente. No tardó en escuchar la respuesta de Jesús:

—Permíteme curarte —dijo con suavidad. Su tono de voz probablemente tranquilizaría a cualquiera, pero no a Belcebú, menos con aquella propuesta. ¿Lucía tan mal que el mismo Jesús sentía lástima por él y había acudido únicamente para ayudarlo? Vaya molestia.

—No necesito tu piedad —atinó a decir —Sólo… vete, déjame en paz.

—Pero no estás en paz —fue la firme respuesta de Jesús. Belcebú apretó los dientes: a pesar de su debilidad, volteó a ver a Jesús con el ceño fruncido y una expresión de enfado en su rostro. Él no se dejó amedrentar y permaneció en silencio, sin retroceder pero tampoco acercándose.

—¡Sólo lárgate! Desaparece de mi vista, human… —no terminó de hablar: la cabeza comenzó a darle vueltas y contempló borrosamente el rostro de Jesús. Satanás le exigió que se recuperara enseguida, que no se le ocurriera perder la conciencia delante del nazareno, pero Belcebú no pudo hacerlo. Una mancha sin forma que lo llamaba por su nombre se acercó a él y lo tomó entre sus manos. Percibió un aroma fresco a madera, a incienso, un aroma que le agradó. Una voz le dijo que todo estaría bien y unos dedos acariciando suavemente su frente lo hicieron caer en un sueño profundo y, curiosamente, tranquilizador. Por su adormecida mente pasaron recuerdos felices: los encuentros con Lucifer y sus amigos, los viajes con Lilith, Hades… los instantes donde estuvo a gusto se contaban con los dedos de una mano. Escuchaba sus voces llamándolo, recordaba sus juegos, sus palabras, todo lo que significó algo para él. Satanás estaba lejos, adormecido… más bien, en ese momento ni siquiera existía. Belcebú era libre, totalmente libre.

No supo cuánto tiempo pasó, pero fue despertando de a poco: abrió y cerró los párpados con pereza. Volver a la realidad le provocó dolor no sólo del alma sino del cuerpo, las heridas de su pelea le golpearon como martillos, todas a la vez. Se apoyó en una superficie blanda para incorporarse un poco. Observó a su alrededor: una habitación de paredes blancas y varias camas vacías alrededor. Él también estaba en una.

La enfermería… ¿Cómo llegó ahí? Se llevó la diestra a la cabeza, ahogando el dolor.

—Qué bien, despertaste. ¿Cómo te sientes?

Oír de nuevo esa voz no le extrañó. Más bien, lo hizo sentirse resignado: a sus espaldas, Jesús había entrado por la puerta y se acercaba a él.

—¿Cómo crees? —fue la respuesta de Belcebú. Jesús ahogó una risita.

—Fue una pregunta tonta.

Belcebú alzó la vista hacia él. Notó que traía entre sus manos una jofaina y eso le hizo alzar una ceja.

—¿Qué..?

Jesús sonrió y de manera silenciosa, apoyó una rodilla en el suelo. Belcebú lo miró sin entender: ¿Por qué un hombre santo se arrodillaba frente a un demonio? Tal vez porque Jesús hablaba en serio cuando predicó la misericordia. Y entendía que en ese momento, Belcebú la necesitaba más que a nada en el mundo.

—Si no deseas ser curado por mí, lo respeto. Aquí te atenderán bien. Pero, al menos… —esa pausa provocó que Belcebú tragara saliva, sin saber porqué — . Déjame hacer algo por ti.

Jesús tomó su pie derecho con delicadeza. Belcebú sintió un escalofrío bajarle por la columna vertebral, pero no dijo nada. Cuando Jesús le desabrochó las botas y las deslizó a lo largo de sus piernas, soltó un suspiro. Sintió sus manos subiendo lentamente para arremangar el pantalón, dejando al descubierto su piel pálida.

Supuso que Jesús tomaría tal silencio como una invitación a continuar, y lo que Belcebú sintió enseguida fue el agua cayendo lentamente sobre sus pies. A pesar de que estaba fría, la sensación no era desagradable. Tardó unos segundos en percatarse de la realidad: Jesús estaba lavando sus pies.

Yo no soy digno…

Belcebú tuvo miedo, por primera vez desde que se encontraron.

—Basta —dijo con voz temblorosa —.No es necesario…—pero lo era. En lo más profundo de su alma podrida, sabía que lo era. Necesitaba eso más que a la muerte misma: necesitaba una muestra de piedad —.Satanás, él… él te matará si pasas mucho tiempo conmigo —atinó a pronunciar. Pero Jesús, pese a ser un simple humano, nunca temió a Satanás, y lo reafirmó al escucharlo:

—No lo hará, así que puedes estar tranquilo… déjame estar contigo.

Sus palabras lo estremecieron. Jesús pidiéndole al Señor de las moscas que lo dejara estar a su lado… qué ironía. Satanás no estaba cómodo y puso en la mente de Belcebú una imagen en especial: Jesús y él a solas, como en ese instante. Él poseído completamente por el rey demonio, lanzándosele rápidamente para tirarlo al suelo. Cerrando las manos alrededor del cuello de Jesús, y apretando… pero no podría: Jesús sólo sonreiría, alzaría la diestra para acariciar su mejilla… y le soltaría una fuerte bofetada. A Satanás no le gustó el pensamiento, porque se removió.

Posiblemente, la única razón por la que Jesús se acercaba a él era por causa de Satanás: jamás se llevaron bien, y Belcebú podía sentir un dejo de lástima en Jesús cuando se dirigía a él. Era claro: sentía pena hacia el receptáculo del Rey demonio.

—Tú… —comenzó a decir. Jesús no descuidó su tarea, pero supo que lo escuchaba — .Tú sólo haces esto porque quieres molestar a Satanás. ¿No es así? Sólo él te interesa…

—¿Quieres que me interese por ti?

Belcebú chasqueó la lengua. No se esperó esa respuesta por parte del nazareno, así que prefirió quedarse callado. Jesús no insistió: si existía algo que le gustara remotamente de él, era que sabía cuándo hablar y cuándo guardar silencio.

Las manos de Jesús no eran suaves sino ásperas, callosas. Manos acostumbradas al trabajo duro. A pesar de eso, su tacto era delicado: lavaba sus pies con caricias finas, toques y apretones suaves. Era extrañamente cómodo… reconfortante. Como si con el simple toque de sus manos lograra transportar a Belcebú, de nuevo, a ese instante de tranquilidad efímera que tuvo durante su sueño. El silencio era agradable, al grado que cerró los párpados y de buena gana se habría quedado dormido. No pensó que el nazareno fuera capaz de algo así… mejor dicho, jamás creyó que alguien pudiera hacerlo sentir de esa manera.

Satanás se mantuvo en paz durante los pocos minutos que duró el acto. Jesús, usando su propia túnica, le secó los pies.

—Listo. Me retiro. Espero que te sientas, al menos, un poco mejor.

Pero ahora Belcebú no quería que se fuera. Por extraño que le pareciera, ahora deseaba que el otro permaneciera a su lado aunque fuera sólo un poco más. Un poco más cerca de Jesús… Sintió sus ojos castaños posarse en él. Deseó tomarlo del rostro y acercarlo más, a diferencia de la fantasía de Satanás, lo que Belcebú añoró en ese momento fue sentir el vello fácil entre sus dedos, acariciar su túnica… el simple toque de Jesús lo hacía sentirse salvo. La presencia de Jesús, sus gestos, su voz…

Pero una palabra tuya bastará para…

—¡Ah! ¿Qué tenemos aquí?

La voz los tomó desprevenidos a ambos. Frente a ellos estaba nada menos que Buda, con un parche en el ojo y una paleta entre sus labios. Se la apartó, mientras miraba al Señor de las moscas. Belcebú hizo una mueca: si las miradas mataran, Buda ya lo habría asesinado con ese único ojo. Sabía que lo culpaba por la muerte de aquel chiquillo imperfecto. Y, aunque en otro momento hubiese estado feliz de ser asesinado por quien fuera, ahora mismo reaccionó de manera diferente:

—Me tengo que ir —dijo, poniéndose los zapatos y levantándose. El bastón de Hades estaba junto a él, recargado en la pared y lo usó para apoyarse en su, para su gusto, lenta huida. Aun con sus heridas, se apresuró a salir de la habitación. Jesús quiso decir algo, pero Buda lo tomó del hombro con inesperada firmeza.

—Déjalo que se vaya.

Jesús tan sólo lo miró y después volteó hacia la puerta. No quiso comentarle a Buda nada de lo que había sucedido en esa habitación, y él no le hizo preguntas: la jofaina entre sus manos era la más que clara respuesta. Suspiró al pensar que su querido nazareno tenía un corazón demasiado noble para su propio bien.

Afuera, lo más lejos que su lastimado cuerpo le permitió, Belcebú se apoyó contra una pared, tomando aire. Estaba cansado, le urgía llegar a su laboratorio lo más pronto posible. Quería estar solo… Solo, recordando. Recordando únicamente el olor de Jesús y la imagen de su sonrisa, que se aferraron a él. Dentro, Satanás se burló.

Belcebú ya estaba condenado. Pero jamás olvidaría ese momento en el que, por las manos de Jesús, había conocido el Paraíso.


No sé cómo surgió esto, pero quería escribirlo. Espero les haya gustado y gracias por leer.