Ni la historia ni los personajes me pertenecen.
Capítulo 7
—¡Kankuro! —Corrí a su lado y pasé un brazo a su alrededor justo cuando sus piernas cedían. Su peso fue demasiado para mí y, cuando él cayó, yo caí con él. Me hice sendas heridas en las rodillas cuando golpearon el suelo, un impacto que no registré mientras apretaba las manos en torno a la herida de Kankuro, tratando de cortar la hemorragia. Abrí mis sentidos a él. Esperaba sentir dolor— Kankuro…
Lo que fuera que estaba a punto de decir murió en mi lengua. Me supo a ceniza.
No… no sentí nada, y eso no estaba bien. Kankuro tenía que sentir muchísimo dolor y yo podía ayudarlo. Podía quitarle el dolor. Pero no sentí nada y cuando miré su cara, no quise ver lo que vi. Tenía los ojos abiertos, la mirada fija pero sin ver el cielo en lo alto. Sacudí la cabeza, pero debajo de mis manos su pecho no se movía.
—No —susurré. La sangre se me heló en las venas— ¡Kankuro!
No hubo contestación, ninguna respuesta. Debajo de él, un charco de sangre se extendía por el sendero y empezaba a filtrarse por los símbolos tallados en la piedra. Un círculo con una flecha atravesada en el centro. Infinito. Poder. El escudo real. Presioné contra su pecho, mis manos temblorosas empapadas de sangre. Me negaba a creer…
Una pisada retumbó como un trueno detrás de mí. Me giré por la cintura. Había un hombre de pie a pocos metros, un arco a su lado. Una capa con capucha ocultaba su rostro.
—Vas a hacer lo que te diga, Doncella —dijo el hombre, con una voz que sonaba como el rechinar de la gravilla bajo los pies— Y entonces nadie saldrá herido.
—¿Nadie? —exclamé.
—Bueno, nadie más saldrá herido —se corrigió.
Miré al hombre y… y el pecho de Kankuro seguía sin moverse debajo de las palmas de mis manos. En algún rincón de mi mente supe que no volvería a hincharse nunca más. Había muerto antes de tocar el suelo siquiera. Se había ido.
Un dolor muy intenso y muy real cortó a través de mí. Algo caliente inundó mis venas e invadió mi pecho para llenar el espacio vacío. Mis manos dejaron de temblar. La tenaza del pánico y la conmoción se aflojó, y fue sustituida por una ira ardiente.
—Ponte de pie —me ordenó el hombre.
Me levanté con cuidado, consciente de cómo mi vestido, pegajoso por la sangre de Kankuro, se pegaba a las rodillas de las finas mallas que llevaba debajo. Mi corazón se ralentizó mientras mi mano se deslizaba por la raja del lateral del vestido. ¿Sería esta la misma persona que había matado a Malessa? Si era así, se trataba de un atlantiano y tendría que ser rápida si quería tener alguna opción.
—Vamos a salir caminando de aquí —me informó— No vas a hacer ruido y no me vas a causar ningún problema, ¿verdad, Doncella? —Mis dedos se cerraron en torno al suave y frío mango de la daga. Sacudí la cabeza para decir que no— Bien. —Dio un paso hacia mí— No quiero tener que hacerte daño, pero si me das una sola razón, no dudaré.
Me quedé completamente quieta. El calor de mi furia bullía en mi interior y amenazaba con rebosar. Kankuro había muerto por mi culpa. Era su deber como mi guardia personal, pero estaba muerto porque este hombre creía que podía secuestrarme. Lo más probable era que Malessa hubiese sido agredida y luego asesinada, y todo ¿para qué? Si era un atlantiano o un Descendente, no me utilizaría para pedir un rescate. Me utilizaría para enviar un mensaje, igual que los tres Ascendidos que habían sido secuestrados en Tres Ríos. Los habían devuelto cortados en pedazos.
En ese momento, me importaba un bledo la misión de ese hombre. Lo único que importaba era que había matado a Kankuro, que creía que las rosas de floración nocturna eran tan bonitas como creía yo. Y puede que fuese el mismo que había matado a Malessa y había dejado su cuerpo a la vista de un modo tan descuidado e irrespetuoso.
—Así está bien —me dijo con voz melosa— Te estás comportando. Estás siendo muy lista. Sigue siendo lista y esto será indoloro para ti.
Alargó una mano hacia mí… Aproveché para desenvainar la daga y saltar hacia delante para pasar por debajo de su brazo.
—¿Qué demon…?
Resurgí detrás de él, agarré la parte de atrás de su capa y clavé la daga en su espalda, apuntando adonde Yamato me había enseñado. Al corazón.
Aunque lo pillé desprevenido, el hombre fue rápido y saltó hacia un lado; aun así, no fue bastante rápido como para esquivar la daga del todo. Un chorro de sangre caliente brotó cuando la daga se incrustó bien hondo en su costado. No llegó al corazón por centímetros. Soltó un gemido de dolor, y el sonido me recordó a un perro. Al extraer la daga de su cuerpo, brotó un sonido completamente distinto de su garganta. Un gruñido retumbante que me puso los pelos de punta y activó de golpe todos mis instintos. Fue un sonido… inhumano.
Apreté los dedos en torno a la daga y arremetí para volver a incrustarla en su espalda. El hombre giró en redondo y no vi su puño hasta que el dolor explotó en mi mandíbula y en la comisura de la boca. Eso afectó mi puntería. Noté un sabor metálico. Sangre. La daga le hizo un tajo en el costado; cortó hondo, pero no lo suficiente.
—Zorra —gruñó, mientras estampaba otra vez el puño contra mí, contra el lado de la cabeza esta vez.
El impacto fue repentino y aturdidor. Me tambaleé hacia atrás, unas lucecitas bailotearon por delante de mis ojos mientras la periferia de mi visión se oscurecía. Casi me caigo, pero conseguí mantenerme en pie por pura fuerza de voluntad. Si caía, sabía que no volvería a levantarme. Yamato también me había enseñado eso.
Parpadeé deprisa para intentar despejar las lucecitas de mi visión mientras el hombre se giraba hacia mí. Se le había caído la capucha. Era joven, supuse que solo unos cuantos años mayor que yo, y tenía el pelo oscuro desgreñado. Apretó una mano contra su costado. Vi la sangre resbalar entre sus dedos. Salía deprisa. Debía de haberle dado a algo vital.
Bien.
Retrajo los labios en un gruñido salvaje mientras levantaba los ojos hacia mí. Incluso a la luz de la luna, pude verlos. Eran del color del agua helada. Un azul pálido y luminoso.
—Pagarás por esto —gruñó, su voz era incluso más abrasiva ahora, como si tuviese la garganta llena de guijarros.
Me preparé, con todos los músculos en tensión. El instinto me decía que si huía, me perseguiría como haría cualquier depredador. Así que si lograba acercarme de nuevo, más me valía apuntar bien.
—Da un paso más hacia mí y no fallaré por tercera vez. Te apuñalaré en el corazón.
El hombre se rio, y un escalofrío me recorrió de arriba abajo. Sonó demasiado profundo, demasiado cambiado.
—Voy a disfrutar al arrancar la piel de tus frágiles y débiles huesos. No me importa lo que él tenga planeado para ti. Voy a bañarme en tu sangre y a darme un festín con tus entrañas.
El miedo amenazó con arraigar en mí, pero no podía rendirme ante él.
—Eso suena delicioso.
—Oh, lo será —Entonces sonrió, con los dientes manchados de sangre, y dio un paso hacia mí— Tus gritos…
Un silbido agudo y cortante brotó de algún sitio profundo entre los árboles. El hombre guardó silencio y se paró, tenía las aletas de la nariz muy abiertas. Nos volvió a llegar el sonido y mi atacante pareció vibrar de rabia. La piel en torno a su boca adquirió un tono blancuzco mientras daba un paso atrás.
Mi mano sujetaba la daga con firmeza, pero mis piernas empezaron a temblar mientras lo observaba, decidida a no pestañear. El hombre recogió el arco caído e hizo una mueca al enderezarse. Sus ojos se cruzaron con los míos de nuevo.
—Te veré otra vez, muy pronto.
—Estoy impaciente —escupí entre dientes.
Él sonrió con suficiencia.
—Te prometo que me aseguraré de que esa boca tuya tan insolente sea recompensada.
Dudaba mucho de que fuese el tipo de recompensa que querría recibir.
Entonces empezó a retroceder hasta más allá de las rosas, dio media vuelta y se alejó a grandes zancadas. Enseguida desapareció entre las oscuras sombras proyectadas por los árboles. Me quedé donde estaba, resollando, preparada, por si esto era algún tipo de truco en el que él esperaba a que le diera la espalda. No estaba segura de cuánto tiempo pasé ahí de pie, pero para cuando me convencí de que no iba a volver, los temblores se habían extendido a mi mano.
Despacio, bajé la daga, los ojos perdidos en la sangre salpicada donde había estado el hombre. Otra pequeña bocanada de aire salió por mi boca cuando levanté la vista hacia las rosas. Gotas de sangre brillaban en los pétalos color ónix. Un escalofrío me recorrió de la cabeza a los pies. Forcé a mi cuerpo a dar media vuelta.
Kankuro seguía donde había caído, los brazos laxos a los lados, los ojos apagados. Abrí la boca para decir algo, pero las palabras no quisieron salir, aunque tampoco tenía ni idea de lo que hubiese dicho.
Bajé la vista hacia mi daga y sentí que un grito se acumulaba en mi interior, arañaba mis entrañas.
Cálmate. Cálmate.
Tenía que encontrar a alguien que ayudase a Kankuro. No debía quedarse ahí tirado y nadie debía verme con una daga ensangrentada. No podían saber que había ahuyentado al atacante. Me temblaban los labios cuando los apreté.
Cálmate.
Entonces, como si hubiese presionado un interruptor, los temblores pararon y mi corazón se ralentizó. Seguía sin poder respirar suficientemente profundo, pero fui hasta el cuerpo caído de Kankuro, me agaché y limpié la hoja de la daga en sus pantalones.
—Lo siento —susurré. Mis acciones despertaron una culpabilidad que hormigueó por toda mi piel, pero tenía que hacerlo. Con la cabeza y el rostro palpitantes, envainé la daga— Voy a buscar a alguien para que te atienda.
No hubo respuesta. Jamás la habría.
Empecé a recorrer el camino de vuelta sin darme cuenta de lo que hacía. Una especie de estupor había invadido mi cuerpo, se había colado por todos los poros y se había asentado en mis músculos. Las luces procedentes de las ventanas del castillo guiaron mis pasos alrededor de la fuente. Me paré en seco al oír unas pisadas delante de mí. Mi mano se deslizó de nuevo hasta la daga, cerré los dedos en torno a…
—¿Doncella? Hemos oído gritos —llamó la voz que se acercaba. Era un guardia real que a menudo vigilaba a los lores y damas en espera. Abrió los ojos como platos al verme— ¿Es…? Por todos los dioses, ¿qué te ha pasado?
Abrí la boca para contestar, pero no conseguí que mi lengua formara palabras. Otro guardia maldijo y vi a una figura más alta, de pelo dorado, pasar por al lado de los dos primeros, con una expresión estoica en su rostro curtido. Yamato. Me miró de arriba abajo, se demoró un poco más en mis manos y rodillas, y luego en la parte de mi rostro que ya no estaba oculta por el velo.
—¿Estás bien? —Me agarró de los hombros, sus manos suaves, su voz aún más— Saku, ¿estás herida?
—Es Kankuro. Está…
Levanté la vista hacia Yamato, pero me callé de pronto cuando lo que había dicho Indra sobre la muerte me vino a la mente sin previo aviso. Era algo que ya había sabido, pero aun así consiguió conmocionarme.
"La muerte es como una vieja amiga que viene de visita, a veces cuando menos se la espera y otras cuando la esperas".
Desde luego que la muerte había hecho una visita inesperada.
—¿Cómo ha podido ocurrir algo así? —exigió saber la duquesa de Teerman. La flor enjoyada que sujetaba su pelo castaño centelleó bajó la lámpara de araña mientras caminaba arriba y abajo por la sala que solía reservarse para recibir invitados— ¿Cómo ha podido alguien colarse en el jardín y haber estado tan cerca de llevársela?
Seguramente del mismo modo en que alguien había entrado en el castillo y había matado a la dama en espera el día anterior.
—Los otros están revisando el muro interior en estos momentos —optó por decir Yamato en cambio. Estaba de pie detrás de donde yo medio levitaba al borde mismo del sofá de terciopelo, temerosa de ensuciar de sangre los cojines dorados— Pero supongo que el culpable entró por la sección que ha sido dañada por los jacarandás.
La misma sección que Yamato y yo solíamos utilizar para salir del recinto del castillo sin ser vistos. Los ojos de la duquesa centellearon de ira.
—Los quiero todos arrancados de cuajo —ordenó.
Tuve que ahogar una exclamación.
—Perdón, mi señora —murmuró el curandero, mientras limpiaba mi labio con un trapo húmedo y luego se lo entregaba a Matsuri, que lo cambiaba por uno limpio. La habían llamado en cuanto me instalaron en el saloncito.
—No pasa nada —tranquilicé al hombre de pelo plateado. Lo que había provocado mi reacción no era lo que él estaba haciendo. Vale, el astringente escocía, pero había sido por lo que había exigido la duquesa de Teerman— Esos árboles llevan ahí cientos de años.
—Y han vivido una vida larga y saludable —La duquesa se giró hacia mí— Tú no, Sakura —Vino hacia mí. Las faldas de su vestido carmesí se arremolinaron en torno a sus tobillos. Me recordaron a la sangre que se había extendido alrededor de Kankuro. Tuve la tentación de apartarme de ella, pero no quería ofender— Si ese hombre no se hubiese asustado, te habría secuestrado y tu última preocupación serían esos árboles.
En eso tenía razón. Solo Yamato sabía lo que había pasado: que había logrado herir al hombre antes de que alguien le indicara que se retirara. Aunque no podíamos compartir los detalles porque quedaríamos expuestos, Yamato les diría a los curanderos de la ciudad que estuvieran ojo avizor por si aparecía alguien con heridas similares. Pero los árboles… Puede que fuesen los causantes del deterioro del muro, pero llevaba así desde que lo había visto por primera vez. No tenía ni una sola duda de que el duque y la duquesa sabían cómo estaba el muro y simplemente no habían ordenado que lo repararan.
—¿Algo grave? —le preguntó la duquesa al curandero.
—Solo heridas superficiales, Excelencia. Tendrá unos cuantos magullones y ciertas molestias, pero nada duradero —El largo y oscuro abrigo del anciano curandero colgó de sus hombros encorvados cuando se levantó sobre sus articulaciones renqueantes y agarrotadas— Ha tenido una suerte increíble, joven Doncella.
No había tenido suerte. Había estado preparada. Y por eso estaba ahora ahí sentada solo con una sien dolorida y un labio partido. Me limité a asentir.
—Gracias por su atención.
—¿Puedes darle algo para el dolor? —preguntó la duquesa.
—Sí, por supuesto —Arrastró los pies hasta la mesita en la que había dejado su cartera de cuero— Tengo la cosa perfecta —Rebuscó en el interior hasta que encontró lo que quería: un vial de polvo blanco rosáceo— Esto aliviará cualquier dolor pero también la dejará soñolienta. Tiene un efecto un poco sedante.
No tenía ni la más mínima intención de tomarme lo que sea que hubiera en ese vial, pero se lo entregaron a Matsuri, que lo guardó en un bolsillo de su vestido.
Una vez que el curandero se hubo marchado, la duquesa se volvió hacia donde yo estaba sentada.
—Déjame ver tu cara.
Con un suspiro cansado, hice ademán de soltar las cadenitas, pero Matsuri se acercó para ayudar.
—Déjame a mí —murmuró.
Estaba a punto de impedírselo cuando mis ojos se posaron en mis manos. Las habían lavado en cuanto me instalaron en el salón, pero la sangre se había colado debajo de las uñas y aún tenía los dedos salpicados de gotitas. ¿Estaría el cuerpo de Kankuro todavía en el jardín al lado de las rosas? Al cuerpo de Malessa lo habían dejado tirado en esa habitación durante horas antes de retirarlo. Me pregunté si la habrían devuelto a su familia o si su cuerpo habría sido incinerado por precaución.
Matsuri desenganchó el velo y lo retiró con cuidado de que no se enredara en los mechones de pelo que habían escapado del moño que me había hecho esa mañana.
La duquesa de Teerman se arrodilló delante de mí, sus dedos fríos rozaron la piel de alrededor de mi labios y luego la sien derecha.
—¿Qué estabas haciendo en el jardín?
—Admiraba las rosas. Lo hago casi todas las noches. —Levanté la vista— Kankuro siempre va conmigo. Él no… —Me aclaré la garganta— Ni siquiera vio a su atacante. La flecha se le clavó en el pecho antes de que se diera cuenta siquiera de que había alguien ahí.
Los ojos insondables de la duquesa buscaron los míos.
—Suena como si no hubiese estado tan atento como debía. Jamás debieron pillarlo desprevenido.
—Kankuro era muy profesional —lo defendí— El hombre estaba escondido…
—¿Tu guardia era tan profesional que cayó de un solo flechazo? —preguntó con suavidad— ¿Acaso ese hombre era en parte fantasma, como para no hacer ni un ruido? ¿Para pasar desapercibido?
Todos los músculos de mi espalda se pusieron en tensión al pensar en el sonido que había hecho el hombre y cómo no había parecido humano en absoluto.
—Kankuro estaba alerta, Excelencia…
—¿Qué te he dicho? —Sus delicadas cejas arqueadas treparon por su frente. Hice un gran esfuerzo por no perder la paciencia. Respiré hondo antes de continuar.
—Kankuro estaba alerta, Jacinda —me corregí, usando su nombre de pila. La duquesa me lo pedía de manera esporádica, pero yo nunca sabía cuándo quería que lo utilizara— El hombre… era silencioso. Y Kankuro…
—No estaba preparado —terminó Yamato por mí. Mi cabeza giró tan deprisa que un fogonazo de dolor cruzó mi sien. No podía creer lo que había dicho. Los ojos azules de Yamato se cruzaron con los míos— Kankuro disfrutaba de vuestros paseos vespertinos por el jardín. Jamás pensó que habría una amenaza y, por desgracia, se volvió demasiado confiado. Lo de ayer por la noche debería de haber cambiado eso.
Lo de ayer por la noche sí que había modificado eso. Kankuro no había dejado de mirar a nuestro alrededor todo el tiempo. Dejé caer los hombros y entonces mi cerebro cambió de tema. Sasori.
—Por favor, no se lo digáis a mi hermano —Mis ojos volaron de la duquesa a Yamato— No quiero que se preocupe, y lo hará aunque esté bien.
—Tendré que informar a la reina de lo sucedido, Sakura. Ya lo sabes —repuso la duquesa— Y no puedo controlar a quién se lo dice ella. Si cree que Sasori debe saberlo, se lo dirá —Me hundí más en mí misma. Los dedos fríos de la duquesa tocaron mi mejilla, la izquierda. Me volví hacia ella— ¿Entiendes lo importante que eres, Sakura? Eres la Doncella. Fuiste Elegida por los dioses. Las Ascensiones de centenares de lores y damas de todo el reino dependen de la tuya. Será la mayor Ascensión desde la primera Bendición. Kankuro y todos los guardias reales saben lo que habría en juego si te pasara algo.
Me gustaba la duquesa. Era amable, nada que ver con su marido, y por un breve instante había pensado que de verdad estaba preocupada por mí como persona, pero resultó que lo que más le preocupaba era lo que significaba como símbolo. Lo que se perdería si me ocurriera algo. No era solo mi vida, sino el futuro de los centenares que estaban a punto de Ascender.
Lo peor fue la punzada de tristeza que sentí. ¿Cómo podía ser tan tonta?
—Si los Descendentes lograran de algún modo impedir esa Ascensión, sería su mayor triunfo —La duquesa se levantó. Deslizó las manos por su vestido— Sería un golpe muy cruel para la reina, el rey y los dioses.
—Entonces, ¿cree… que era un Descendente? —preguntó Matsuri— ¿No alguien que tratara de secuestrarla para pedir un rescate?
—La flecha utilizada contra Kankuro estaba marcada —contestó Yamato— Llevaba la promesa del Señor Oscuro.
Su promesa.
El aire se me quedó atascado en la garganta mientras mis ojos volaban hacia Matsuri. Sabía cuál era esa promesa.
"De sangre y cenizas. Resurgiremos".
Era la promesa del Señor Oscuro a su gente y sus partidarios, a todos los que había desperdigados por el reino: que resurgirían una vez más. Una promesa que habían pintarrajeado por los escaparates vandalizados de todas las ciudades y tallado en el cascarón de piedra de lo que había quedado de la mansión Goldcrest.
—Debo ser franca contigo —dijo la duquesa, mirando a Matsuri— Y confío en que lo que diga no se convertirá en susurros en labios de otras personas.
—Por supuesto —prometió Matsuri al tiempo que yo asentía.
—Hay… razones para creer que el asaltante de ayer por la noche fue un atlantiano —empezó, y Matsuri contuvo el aliento de golpe. Yo no mostré reacción alguna, puesto que Yamato y yo ya habíamos sospechado eso— No es una noticia que queramos que se sepa. El tipo de pánico que provocaría… bueno, no le haría ningún favor a nadie.
Miré a Yamato de reojo y lo encontré observando a la duquesa con atención.
—¿Cree que es el mismo que vino a por mí esta noche? ¿El mismo hombre responsable de la muerte de Malessa?
—No puedo decir si era el mismo hombre, pero creemos que la persona responsable del vergonzoso tratamiento de nuestra dama en espera formaba parte de un grupo que vino de visita ayer —explicó. Se dirigió al aparador de la pared del fondo y se sirvió una bebida clara del decantador de cristal— Después de registrar el castillo en busca de personas que no pertenecieran a él, creíamos que el atacante se había marchado y que el objetivo de su acto había sido demostrar lo fácil que les resultaba entrar aquí. Creíamos que la amenaza inmediata había pasado. —Bebió un sorbito y sus labios se fruncieron al tragar— Es obvio que estábamos equivocados. Quizás no estén ya en el castillo, pero sí están en la ciudad —Se giró hacia mí, su habitual piel de alabastro estaba aún más pálida que de costumbre— El Señor Oscuro ha venido por ti, Sakura —Me estremecí y mi corazón trastabilló— Te protegeremos —continuó— pero no me sorprendería si, una vez que el rey y la reina se enterasen de lo ocurrido, dieran algún paso drástico para garantizar tu seguridad. Podrían ordenar que volvieras a la capital.
