Ni la historia ni los personajes me pertenecen.
Capítulo 10
Reprimí un bostezo mientras Matsuri ayudaba a fijar mi velo en su sitio.
Tenía la sensación de no haber tenido ni un momento de descanso.
Anoche, mi cerebro se negaba a apagarse. No podía dejar de pensar en Malessa y Kankuro, la amenaza del Señor Oscuro y lo que había ocurrido con la familia Tulis. La desoladora impotencia que había inundado el rostro de la madre mientras su marido la conducía fuera de la sala me había atormentado, igual que la imagen de la gente, que se apartó de ellos a su paso. Fue como si la petición de los Tulis los hubiese dejado con una enfermedad contagiosa. Mientras se marchaban, acunando a su bebé, su congoja se había proyectado hasta convertirse en una entidad tangible y duradera. Pero esa no era la única parte del asunto que rondaba por mi mente.
La expresión que había velado el rostro de Indra mientras contemplaba a la destrozada pareja también se me aparecía una y otra vez. La ira había endurecido su mandíbula y apretado sus labios en una línea fina e inamovible. Y él no era el único de los presentes que había mostrado lo que podía muy bien interpretarse como resentimiento. Pensé en el hombre rubio que había visto y lo que había sentido procedente de él. Tenía que ser alguna forma de dolor, pues esa era la única cosa que podía sentir de otras personas. Solo que me había recordado a la ira que se había instalado en las facciones de Indra y de otros. Hombres y mujeres de distintas clases que no habían mirado a los Tulis con desagrado, sino que habían mantenido los ojos clavados en el estrado, incapaces de disimular su disgusto y amargura. ¿Alguno de ellos habría entregado a terceros hijos e hijas a los sacerdotes? ¿O tendrían que ver pronto cómo sus segundos hijos e hijas eran entregados a la Corte después de su Rito? ¿Habían notado el duque y la duquesa esas miradas? Dudaba que lo hubieran hecho, pero estaba segura de que los guardias reales sí las habían percibido.
Como había dicho Yamato, estábamos en una época de agitación y se estaba extendiendo. No podía creer que todo se debiera a los Descendentes. Parte de la culpa podía atribuirse al orden natural de las cosas. Al Rito, que empezaba a parecer antinatural cuando circunstancias atenuantes como la desgracia de los Tulis eran ignoradas. ¿Podía cambiarse la manera de hacer las cosas? Ese era otro tema que me había mantenido despierta. Seguro que los dioses tenían suficientes hijos e hijas para servirlos. Tenían al reino entero, y quizás podía empezar a estudiarse caso a caso el tema de los que servirían a los dioses desde el momento de su Rito. Muchos padres se sentían honrados de que sus hijos lo hiciesen y, para algunos, una vida entera de servidumbre a los dioses era una vida mucho mejor de la que tendrían si se quedaran en casa. ¿Podría yo cambiar el orden de las cosas cuando volviera a la capital antes de Ascender? ¿Tenía siquiera ese tipo de poder? Desde luego que tenía más que los lores y damas en espera; era la Doncella. Podría hablar con la reina en nombre de los Tulis y, si al final volvía de entre los dioses como una Ascendida, podría seguir abogando por el cambio.
Al menos podía intentarlo, que era más de lo que estaban dispuestos a hacer el duque y la duquesa. Eso es lo que había decidido antes de por fin dormirme, solo para despertarme pocas horas después para mi habitual cita con Yamato.
—Suenas como si necesitaras una siesta —comentó Matsuri mientras aseguraba la última cadenita del velo.
—Ojalá pudiese hacer justo eso. —Suspiré.
—No puedo entender que no puedas dormir durante el día —Se puso a mi lado para remeter los bordes del velo de modo que la parte de atrás cayera por el centro de mi espalda— Dame cualquiera silla cómoda y…
—Te quedarás inconsciente en cuestión de minutos. Me das una envidia tremenda —Deslicé los pies dentro de unas bailarinas blancas con las suelas demasiado finas— Una vez que sale el sol, ya no puedo dormir.
—Eso es porque no soportas estar ociosa —respondió— Y dormir requiere cierto grado de ociosidad, que es algo que a mí se me da fenomenal.
Solté una carcajada.
—A todos tiene que dársenos bien algo.
Me lanzó una mirada de fingida indignación justo antes de que llamaran a la puerta. Al instante, sonó la voz de Yamato. Me dirigí hacia la puerta con un gemido, aunque ya lo esperaba. Tenía que reunirme con la sacerdotisa Analia para rezar, aunque en realidad la sacerdotisa solía dedicar el tiempo a criticarlo todo, desde mi postura hasta las arrugas de mi vestido.
—Si quieres escaquearte, le diré a Yamato que has saltado por la ventana—se ofreció Matsuri.
Solté un bufido.
—Eso solo me conseguiría cinco segundos de ventaja.
—Cierto.
Matsuri llegó a la puerta antes que yo. La abrió de par en par y, en el mismo instante en que vi la cara de Yamato, me puse tensa. Profundas arrugas de tensión enmarcaban su boca.
—¿Qué ha pasado? —pregunté.
—Te han citado para reunirte con el duque y la duquesa —anunció.
Se me hizo un nudo de temor en el estómago. Matsuri me lanzó una rápida mirada de nerviosismo.
—¿Para qué?
—Creo que tiene algo que ver con la sustitución de Kankuro —dijo Yamato y, en lugar de sentirme aliviada como supe que se sentía Matsuri, por cómo se relajaron sus hombros, mi inquietud aumentó.
—¿Sabes quién va a ser?
Lo seguí hacia el pasillo. Yamato negó con la cabeza y un mechón de pelo pajizo cruzó su frente.
—No me han informado.
Eso tampoco era inusual, pero hubiese imaginado que, puesto que Yamato iba a trabajar mano a mano con quien fuese que sustituyera a Kankuro, él hubiera sido el primero en enterarse
—¿Qué pasa con la sacerdotisa Analia? —pregunté, haciendo caso omiso de las cejas levantadas que me dedicó Matsuri al llegar a mi altura y empezar a caminar a mi lado.
Y sí, era sorprendente que lo preguntara, dado que saltar por una ventana casi sería preferible a pasar una tarde escuchando todas las cosas que estaban mal en mí. Pero una desagradable sensación de ansiedad había echado raíces en mi estómago.
—Ya le han avisado que no habrá sesión esta semana —contestó él— Estoy seguro de que sientes mucho oírlo.
Matsuri reprimió una risita mientras yo le sacaba la lengua a la espalda de Yamato. Llegamos hasta el final del ala cuasi desierta del castillo y entramos en el estrecho pasillo por el que se accedía a la escalera principal. Los anchos escalones de piedra daban a un gran vestíbulo donde varios sirvientes quitaban el polvo a sendas estatuas de Sakura y Rhain. Las estatuas de piedra caliza de casi dos metros y medio de altura se alzaban en el centro del espacio circular y las limpiaban todas las tardes. Cómo lograban que no hubiera ni una mota de polvo o suciedad sobre alguna parte de ellas era una incógnita para mí.
El vestíbulo conducía a la parte de delante del castillo, donde estaban situados el Gran Salón, las salas de estar y el atrio. Sin embargo, Yamato nos condujo hacia la derecha de las estatuas, por debajo de un arco decorado con una frondosa guirnalda verde. La gran mesa de banquetes diseñada para sentar a varias docenas de comensales estaba totalmente despejada, excepto por el jarrón dorado del centro que contenía varias rosas de floración nocturna con sus largos tallos. Se me quedó el aire atascado en la garganta, los ojos clavados en las rosas mientras caminábamos por al lado de la mesa en dirección a una de las puertas de la derecha que habían dejado abierta. La imagen de esas flores, ese olor… Casi podía oler la sangre.
Matsuri me tocó el hombro con suavidad para llamar mi atención. Solté el aire y esbocé una sonrisa forzada. Su mirada de preocupación perduraba cuando Yamato abrió la puerta a una de las muchas oficinas de los Teerman en el castillo, esta utilizada para reuniones menos íntimas. Miré a mi alrededor y se me paró el corazón. No fue porque el duque estuviera sentado detrás de su escritorio pintado de negro, su pálida cabeza agachada mientras escudriñaba algún documento que tenía entre las manos. Tampoco fue porque la duquesa estuviese de pie a la derecha del escritorio, hablando con el comandante Akatsuki. Lo que provocó mi reacción fue el joven moreno que esperaba al lado del comandante, vestido de negro, con armadura de cuero y hierro.
Me quedé boquiabierta mientras mi corazón caía todo el camino hasta la boca de mi estómago y Matsuri se paraba en seco y parpadeaba a toda prisa como si acabara de entrar en la habitación para toparse con uno de los dioses. Se giró despacio hacia mí y las comisuras de sus labios se curvaron hacia arriba. Parecía curiosa y divertida y yo estaba segura de que, si hubiese podido ver mi cara, lo más probable era que habría dado la impresión de que estaba a cinco segundos de salir corriendo de la habitación.
En ese momento, deseaba de todo corazón haberle contado lo de Indra y la Perla Roja.
No se me ocurría ningún otro motivo para que Indra estuviera ahí con el comandante, pero me aferré desesperada a la esperanza de que Yamato estuviese equivocado y esto no tuviese nada que ver con la sustitución de Kankuro. Pero ¿qué otro motivo podía haber? Un repentino temor se arraigó en mi interior. ¿Y si Indra había descubierto que era yo la de la Perla Roja? Oh, que los dioses se apiadaran de mí. Parecía improbable, pero ¿no era igual de improbable que Indra fuera a convertirse en mi guardia? Dio la sensación de que mi corazón se reiniciaba y ahora echaba una carrera contra sí mismo.
El duque levantó la vista de su papel. Su rostro apuesto y frío no me dio ninguna indicación de lo que estaba a punto de suceder.
—Por favor, cierra la puerta, Yamato.
Todos los detalles de la majestuosa sala destacaban de un modo demasiado vistoso mientras Yamato se aprestaba a obedecer la solicitud. El escudo real dorado pintado sobre una pared de mármol blanco detrás del duque era cegador y las paredes desnudas suponían un marcado contraste con las guardasillas negras que se extendían por todo el ancho y largo de la sala. Solo había un asiento aparte del que ocupaba el duque y era una lujosa butaca de orejones color crema que solía utilizar la duquesa. Las únicas otras opciones para sentarse eran bancos de caliza pulida dispuestos en tres pulcras hileras.
La sala estaba tan fría como el duque, aunque era mucho mejor que la oficina que solía preferir. La que yo tan a menudo había tenido que visitar.
—Gracias —Teerman hizo un gesto afirmativo en dirección a Yamato y dejó el papel sobre la mesa con una sonrisa de labios apretados. Sus insondables ojos negros saltaron hacia donde estaba yo, todavía en el umbral de la puerta. Su boca se tensó al indicarme que me adelantara— Por favor, siéntate, Sakura.
Con las piernas extrañamente entumecidas, me obligué a cruzar la corta distancia, plenamente consciente de la mirada de Indra, que seguía cada uno de mis pasos. No necesité mirar para saber que me observaba. Su mirada era siempre igual de intensa. Me senté en el borde del banco del medio y crucé las manos sobre el regazo. Matsuri se sentó en el banco de detrás de mí, mientras que Yamato se colocó a mi derecha, de modo que quedó entre yo misma, el comandante y Indra.
—Espero que te encuentres bien, Sakura —dijo la duquesa a modo de pregunta al tiempo que se sentaba en la butaca de al lado del escritorio. Con la esperanza de que me hicieran solo preguntas de sí o no, asentí— Me alegro. Me preocupaba que asistir a ese Consejo de la Ciudad tan pronto después de tu ataque fuese demasiado para ti —comentó.
Por una vez, me sentí más que agradecida de llevar el velo, porque si mi cara hubiese sido visible no habría habido manera de ocultar lo ridícula que era esa preocupación. Había resultado magullada. No herida de gravedad ni disparada en el pecho con una flecha como Kankuro. Estaría bien. Estaba bien. Kankuro, en cambio, no volvería a estarlo nunca.
—Lo que ocurrió en el jardín es la razón de que todos estemos aquí hoy — intervino el duque, con intención de tomar el mando de la conversación. Se me empezaron a agarrotar los músculos del cuello y la espalda— Con la muerte de… —Sus cejas rubias se fruncieron y me invadió una oleada de incredulidad—. ¿Cómo se llamaba? —le preguntó a la duquesa, cuya frente se frunció a su vez— El guardia.
—Kankuro Keal, Excelencia —contestó Yamato antes de que yo soltara su nombre.
El duque chasqueó los dedos.
—Ah, sí. Kanuro. Con la muerte de Kanuro, se ha producido una baja en tu guardia personal —Cerré los puños con fuerza. Kankuro. Se llamaba Kankuro. No Kanuro. Nadie lo corrigió— Otra vez —añadió el duque después de una pausa. Una leve contorsión de sus labios formó una pantomima de sonrisa— Dos guardias perdidos en un año. Espero que esto no vaya a convertirse en una costumbre —Lo dijo como si de algún modo fuese culpa mía— De todos modos, con el Rito que se aproxima y a medida que te acercas a tu Ascensión, no podemos esperar que Yamato sea el único en ocuparse de tu protección —continuó Teerman— Tenemos que sustituir a Kanuro.
Me mordí el carrillo por dentro.
—Lo cual explica la presencia del comandante Akatsuki y el guardia Ōtsutsuki; aunque estoy seguro de que eso ya lo habías deducido —Podría haberme caído muerta ahí mismo— El guardia Ōtsutsuki ocupará el puesto de Kanuro, desde este mismo momento —dijo el duque para confirmar lo que ya había adivinado en cuanto entré en la habitación. Sin embargo, oírle decirlo en voz alta era algo muy distinto— Estoy seguro de que esto es una sorpresa, puesto que es nuevo en nuestra ciudad y bastante joven para un miembro de la guardia real —Yo me estaba preguntando exactamente lo mismo. El duque sonaba como si también se lo estuviera cuestionando— Hay varios guardias del Adarve que esperan un ascenso y nombrar a Indra por delante de ellos no pretende ser un menosprecio. —El duque se echó hacia atrás, cruzó una pierna sobre la otra— No obstante, el comandante nos ha asegurado que Indra se adaptará mejor a esta tarea.
No podía creer que estuviera pasando esto.
—Puede que el guardia Ōtsutsukisea nuevo en la ciudad, pero esa no es una debilidad. Será capaz de analizar posibles amenazas con nuevos ojos — intervino el comandante Akatsuki. Casi repitió palabra por palabra lo que había dicho Yamato—. Muchos guardias hubiesen pasado por alto la posibilidad de que se produjese un ataque en los Jardines de la Reina. No por falta de habilidad…
—Debatible —murmuró el duque.
El comandante fue bastante sensato como para continuar sin hacer caso del comentario.
—Sino porque estar en la misma ciudad demasiado tiempo puede producir una falsa sensación de seguridad y complacencia. Indra no tiene semejante familiaridad con el entorno.
—También tiene experiencia reciente con los peligros del exterior del Adarve —apuntó la duquesa. La miré inquisitiva— Queda poco menos de un año para tu Ascensión, pero si ordenan tu regreso a la capital antes de lo esperado, o incluso en el momento de la Ascensión, tener a alguien con ese tipo de experiencia es inestimable. No tendremos que recurrir a nuestros cazadores para garantizar que tu viaje a la capital sea lo más seguro posible. Los Descendentes y el Señor Oscuro no son las únicas cosas a las que temer ahí fuera, como bien sabes.
Sí, lo sabía muy bien. Y lo que la duquesa decía tenía sentido. Había pocos cazadores, y no muchos guardias estaban cualificados para viajar fuera del Adarve. Los que lo estaban tenían que tener una habilidad sobresaliente para… Matar.
¿No era justo eso lo que había dicho Indra que se le daba muy bien?
—La posibilidad de que te hicieran regresar a la capital de manera inesperada desempeñó un papel importante en mi decisión —declaró Akatsuki— Los viajes fuera del Adarve los planeamos con al menos seis meses de antelación y podría ocurrir que cuando la reina requiriera tu presencia en la capital tuviéramos que esperar al regreso de los cazadores. Con Indra como guardia personal, seríamos capaces de evitar esa situación en gran medida.
Los dioses me odiaban. Aunque eso tampoco era demasiado sorprendente, si pensaba en todas las cosas que solía hacer y me estaban prohibidas. A lo mejor sí que me habían estado observando y este era mi castigo. Porque ¿cómo podía ser que el comandante creyese que no había ni un solo guardia en el Adarve más indicado o cualificado para protegerme? ¿Acaso era Indra tan bueno?
Mi cabeza se movió sin que mi cerebro se lo ordenase. Miré hacia donde estaba Indra y encontré sus ojos fijos en mí. Un escalofrío bajó en espiral por mi columna. Inclinó la cabeza a modo de saludo y juraría haber visto un tenue brillo en sus ojos ambarinos, como si todo aquello lo divirtiera un montón. Aunque seguro que era mi propia paranoia.
—Como miembro de la guardia real personal de la Doncella, es probable que surja alguna situación en la que la veas sin velo —La voz de la duquesa sonó suave, incluso un poco compasiva, y entonces me percaté. Supe lo que iba a suceder— Puede ser una distracción ver el rostro de alguien por primera vez, sobre todo el de una Elegida, y eso podría interferir con tu capacidad para protegerla. Esa es la razón de que los dioses autoricen esta transgresión.
Por alguna razón, había estado tan sumida en el miedo a que me descubrieran que había olvidado lo que había pasado cuando trajeron a Kankuro para trabajar con Yamato.
—Comandante Akatsuki, si no te importa, sal de la habitación, por favor —pidió el duque.
Lo miré con los ojos muy abiertos. Una amplia sonrisa iluminaba su cara, una que reflejaba un gran placer, no una forzada y seca. Ni siquiera me di cuenta de que el comandante se había marchado hasta que el chasquido de la puerta al cerrarse a su espalda me devolvió a la realidad.
—Estás a punto de ser testigo de algo que solo unos pocos elegidos han visto: una Doncella sin velo —le anunció Teerman a Indra, pero lo dijo sin apartar la vista de mí, de mis manos temblorosas cruzadas en el regazo. Esbozó una sonrisa de verdad, una que me revolvió el estómago— Sakura, por favor, descúbrete.
