Ni la historia ni los personajes me pertenecen.
Capítulo 11
Había habido un puñado de veces en mi vida en las que la realidad había parecido más bien un sueño.
La noche que oí los chillidos de mi madre y los gritos de mi padre para que huyera fue una de ellas. Todo había parecido brumoso, como si estuviese ahí pero de algún modo desconectada de mi cuerpo. Que asesinaran a mis padres fue mucho más grave y traumático que lo que estaba a punto de suceder, pero aun así, estaba a segundos de que quizás me descubrieran. Y si Indra le contaba al duque adónde había ido…
Se me secó la boca al tiempo que un puño se cerraba muy hondo en mi pecho.
Tal vez hubiera algo de verdad en lo que Yamato había dicho de que quería que me encontraran indigna. Sin embargo, aunque eso fuese cierto, querría estar lo más lejos posible del duque cuando ocurriera, si es que ocurría. Indra no había visto mi cara entera la noche de la Perla Roja, pero había visto lo suficiente como para reconocerme. Antes o después, se iba a dar cuenta. Seguramente cuando me oyera hablar. No obstante, no se me había ocurrido que ese momento pudiera tener lugar delante del duque y la duquesa.
—Sakura. —El tono del duque iba cargado de amenaza. Estaba tardando demasiado— No tenemos todo el día.
—Dale un momento, Dorian —La duquesa se giró hacia su marido— Ya sabes por qué duda. Tenemos tiempo.
No estaba dudando por la razón que ellos creían, la razón por la que el duque sonreía con tal satisfacción. Por supuesto que me sentía incómoda al revelar mi cara, mis cicatrices, delante de Indra. Solo que, en este momento, esa era en realidad la menor de mis preocupaciones, aunque el duque debía de estar dando gritos de retorcida alegría por dentro. El hombre me odiaba a muerte.
Dorian Teerman fingía que no era así, que pensaba que yo era un milagro viviente, una Elegida, igual que lo pensaba su mujer. Pero yo sabía bien que eso era mentira. El tiempo que me había visto obligada a pasar en su otra oficina demostraba bien a las claras lo que sentía por mí. No estaba segura de qué era lo que odiaba de mí, pero tenía que haber algo. Por lo que sabía, se mostraba más o menos decente con los lores y damas en espera. Pero ¿conmigo? No había nada que le gustara más que descubrir algo que me hacía sentir incómoda, solo para explotarlo después. Y si de verdad quería arreglarle el día, le daría algo por lo que sentirse decepcionado, una razón para continuar con sus lecciones.
Con la cara roja como un tomate, de ira y frustración más que de bochorno, levanté la mano hacia los cierres de las cadenitas al mismo tiempo que Matsuri se ponía de pie; estuvo a punto de romperlas mientras yo las desenganchaba. El velo se soltó, pero antes de que cayera Matsuri agarró los extremos y me ayudó a quitarme el tocado. El aire fresco besó mis mejillas y mi nuca. Miré al duque a los ojos. No estaba segura de lo que vio en mi cara, pero su sonrisa se desvaneció y sus ojos se volvieron esquirlas de obsidiana. Apretó los dientes y, aunque sabía que no debía, no pude reprimirme.
Sonreí.
Fue solo una sugerencia de sonrisa, una que era probable que nadie hubiese notado excepto el duque. Pero la vio. Me di perfecta cuenta. Estaba segura de que pagaría por ello más tarde, pero en ese momento, me daba igual.
Alguien se movió a mi derecha. Eso puso fin a mi épica batalla de miradas con el duque y me recordó que no éramos las únicas dos personas en la sala. Él no era el único que me miraba. El lado derecho de mi rostro era visible para Indra, el lado que el duque decía a menudo que era precioso. El lado que yo suponía que era igual que el de mi madre.
Aspiré un poco de aire y giré la cabeza hasta quedar de frente a Indra. Nada de perfiles laterales. Nada de ocultarse. Ni de antifaces para cubrir las dos cicatrices. Llevaba el pelo recogido en una trenza, enroscada a su vez en un moño, así que tampoco me proporcionaba una cortina. Indra vio todo lo que había estado a la vista en la Perla Roja y mucho más. Vio las cicatrices. Me preparé mentalmente, justo como el duque sabía que haría, porque en el fondo, supiese o no supiese Teerman por qué, la reacción de Indra me afectaría. Me dolería más de lo que debería. Aunque no estaba dispuesta a dejar que se notara.
Levanté la barbilla y esperé a ver su cara de sorpresa o de asco, o peor aún, de compasión. No esperaba menos. La belleza era algo muy codiciado y venerado, la perfección aún más. Porque la belleza era considerada propia de los dioses.
Los ojos oscuros de Indra recorrieron mi rostro, su mirada era tan potente que la sentí como una caricia por mis cicatrices, mis mejillas y luego mis labios. Un escalofrío bailoteó por mis hombros cuando sus ojos volvieron a posarse en los míos. Le sostuve la mirada. Y él a mí. Dio la impresión de que succionaban todo el aire de la habitación y me sentí acalorada, como si hubiera estado sentada al sol demasiado tiempo. No tuve claro lo que vi mientras le devolvía la mirada, pero no había ninguna sorpresa grabada en su expresión, ningún asco y, sobre todo, ninguna compasión. Tampoco era que su rostro estuviera en blanco. Había algo ahí, en sus ojos y en la actitud de su boca, pero no tenía ni idea de lo que era.
Entonces el duque habló, con una amabilidad engañosa.
—Es realmente única, ¿no crees? —Me puse tensa— La mitad de su cara es una obra maestra —murmuró el duque. Noté que la piel de mi cara se enfriaba de golpe, solo para volver a arder al instante mientras se me hacía un nudo en la boca del estómago— La otra mitad, una pesadilla.
Un temblor surcó mis brazos, pero mantuve la barbilla levantada y me resistí a la tentación de agarrar algo, cualquier cosa, y tirársela al duque a la cara.
La duquesa habló, aunque no pude distinguir lo que decía. Los ojos de Indra seguían fijos en los míos cuando se adelantó.
—Ambas mitades son tan preciosas como el conjunto.
Entreabrí los labios para aspirar una brusca bocanada de aire. No pude ni mirar al duque para ver su reacción, aunque estaba segura de que debía de estar a punto de sufrir una apoplejía.
Indra apoyó una mano en la empuñadura de su sable e hizo una leve reverencia ante mí, sin que sus ojos se apartaran de los míos en ningún momento.
—Con mi espada y con mi vida, juro mantenerte a salvo, Sakura —dijo, su voz grave y suave. Me recordó a un delicioso chocolate de sabor intenso— Desde este momento hasta el último, soy tuyo.
Cerré la puerta de mi dormitorio a mi espalda, me apoyé contra ella y solté todo el aire acumulado. Había dicho mi nombre al hacer su juramento. No lo que era, sino quién era, y eso… No eran las palabras tradicionales.
"Con mi espada y con mi vida, juro mantenerte a salvo, Doncella, la Elegida. Desde este momento, hasta el último, soy tuyo".
Así es como había hecho su juramento Yamato; también Hannes y luego Kankuro… ¿Acaso no había informado el comandante a Indra de las palabras correctas? No podía imaginar que las hubiese olvidado. La expresión en la cara del duque cuando Indra se enderezó podría haber hecho que la hierba mojada ardiera en llamas.
Matsuri se volvió hacia mí, el vestido azul pálido que llevaba susurró en torno a sus pies.
—Indra Ōtsutsuki es tu guardia personal, Saku.
—Lo sé.
—Oh, Saku, ¡Saku! —repitió mi nombre, casi a gritos— ¡Ese —exclamó, mientras señalaba hacia el pasillo— es tu guardia!
Mi corazón tropezó consigo mismo.
—Baja la voz —Me aparté de la puerta y la tomé de la mano para arrastrarla hacia el fondo de la habitación— Lo más probable es que esté justo al otro lado de la puerta…
—Como tu guardia personal —repitió por tercera vez.
—Ya lo sé.
Con el corazón acelerado, tiré de ella hacia la ventana.
—Sé que esto va a sonar fatal, pero tengo que decirlo. No me lo puedo callar —Tenía los ojos abiertos como platos por la emoción— Es una gran mejoría.
—Matsuri —la regañé, al tiempo que escurría mi mano de la suya.
—Lo sé. Reconozco que es algo horrible de decir, pero tenía que hacerlo.
—Se llevó una mano al pecho mientras volvía a mirar hacia la puerta—. Es bastante… fascinante de mirar.
Pues sí.
—Y ha quedado claro que está interesado en trepar en el escalafón.
—¿Por qué dices eso? —preguntó Matsuri volviéndose hacia mí con el ceño fruncido.
La miré unos segundos y me pregunté si había prestado algo de atención a lo que había dicho el duque.
—¿Alguna vez habías oído de un guardia real tan joven? —Matsuri arrugó la nariz— No, ¿verdad? Eso es lo que ganas cuando te haces amigo del comandante de la guardia real —señalé, el corazón aún acelerado— No me puedo creer que no hubiese ningún otro guardia real igualmente cualificado.
Matsuri abrió la boca para contestar, luego la cerró y entornó los ojos.
—Estás teniendo una reacción muy extraña e inesperada.
—No sé a qué te refieres —me defendí, con los brazos cruzados.
—¿Ah, no? Lo has observado mientras entrenaba en el patio…
—¡No es verdad!
Claro que lo era. Matsuri ladeó la cabeza.
—He estado contigo más de una vez mientras observabas a los guardias entrenar desde el balcón. Y no te dedicabas a observar a un guardia cualquiera. Lo observabas a él. —Cerré la boca de golpe— Pareces casi enfadada por que lo hayan nombrado tu guardia y, a menos que haya algo que no me has contado, no tengo ni idea de por qué. —Había muchas cosas que no le había contado. La suspicacia en sus ojos no hizo más que aumentar mientras me miraba— ¿Qué es lo que no me has contado? ¿Te ha dicho algo alguna vez?
—¿Cuándo crees que hubiese tenido una oportunidad para que me dijese algo? —pregunté sin mucha convicción.
—Con todas las veces que andas a hurtadillas por este castillo, estoy segura de que oyes muchas cosas que no requieren que llegues a hablar con alguien —comentó. Entonces dio un paso hacia mí y bajó la voz— ¿Lo oíste decir algo horrible? —Negué con la cabeza— Saku…
Lo último que quería era que Matsuri pensara que Indra había hecho algo malo. Por eso farfullé lo que farfullé. O tal vez fue porque tenía que decir algo.
—Lo besé.
Matsuri se quedó boquiabierta.
—¿Qué?
—Él me besó a mí —me corregí— Bueno, los dos nos besamos. Fue un beso mutuo…
—¡Vale, vale, lo pillo! —chilló entusiasmada. Luego respiró hondo— ¿Cuándo pasó? ¿Cómo pasó? ¿Y por qué me estoy enterando ahora?
Me dejé caer en una de las butacas de al lado de la chimenea.
—Fue… la noche en la que fui a la Perla Roja.
—Lo sabía —Matsuri dio un pisotón con sus finas bailarinas— Sabía que había pasado algo más. Actuabas de un modo muy extraño. Demasiado preocupada por haber podido meterte en un lío. ¡Oh! Tengo ganas de tirarte algo. No me puedo creer que no hayas dicho nada. Yo lo estaría pregonando a gritos desde el tejado del castillo.
—Tú lo pregonarías a gritos porque podrías. No te pasaría nada. Pero ¿a mí?
—Lo sé. Lo sé. Está prohibido y todo eso —Fue corriendo hasta la otra butaca y se sentó. Se inclinó hacia mí— Pero yo soy tu amiga. Se supone que a las amigas les cuentas cosas como esa.
Amiga. Me moría de ganas de creer que lo éramos. Que lo seríamos también si no estuviese obligada a estar conmigo.
—Siento no haberte dicho nada. Es solo que… he hecho un montón de cosas que no debía hacer, pero esto… esto es diferente. Pensé que si no decía nada, no sé…
—¿Sería como si no hubiese pasado? ¿Que los dioses no lo sabrían? —Matsuri sacudió la cabeza— Si los dioses lo saben ahora, también lo sabían entonces, Saku.
—Lo sé —susurré.
Me sentía fatal, pero no podía decirle por qué me lo había guardado para mí misma. No quería hacerle daño y percibía que esto se lo haría. No necesitaría mis sentidos para saberlo.
—Te perdonaré por no contármelo si me cuentas lo que pasó con pelos y señales —dijo.
Sonreí de oreja a oreja e hice justo eso. Bueno, casi. Mientras desenganchaba poco a poco mi velo y lo dejaba sobre mi regazo, le conté cómo había acabado en aquella habitación con él y cómo Indra pensó que era Britta. Le conté que se había ofrecido a hacer lo que yo quisiera una vez que se dio cuenta de que no era ella y que me había pedido que esperara a que volviera. Pero no le conté cómo me había besado en otros sitios.
Matsuri me miró con una expresión aún más alucinada que la de Agnes cuando se dio cuenta de que era la Doncella.
—Oh, madre mía, Saku —Asentí despacio— Cómo desearía que te hubieras quedado.
—Matsuri —suspiré.
—¿Qué? Es imposible que digas que no desearías haberte quedado. Ni por un momento —No podía decirlo, no— Apuesto a que ya no serías una Doncella si te hubieses quedado.
—¡Matsuri!
—¿Qué? —se rio— Estoy de broma, pero apuesto a que apenas serías una Doncella. Dime, ¿te… gustó? ¿Lo de besaros?
Me mordí mi propio labio. Casi deseaba poder mentir.
—Sí.
—Entonces, ¿por qué estás disgustada por que ahora sea tu guardia?
—¿Por qué? Tus hormonas deben de estar nublando tu buen juicio.
—Mis hormonas siempre están nublando mi buen juicio, muchas gracias. Solté un bufido.
—Me va a reconocer. Tendrá que hacerlo cuando me oiga hablar, ¿no crees?
—Supongo.
—¿Qué pasa si acude al duque y le cuenta que estuve en la Perla Roja? Que dejé… que me besara —Y hacer más cosas. Aunque llegados a ese punto, lo de los besos ya sería bastante malo— Tiene que ser uno de los guardias reales más jóvenes, si no el más joven. Está claro que está interesado en ascender y ¿qué mejor forma de hacerlo que ganarse el favor del duque? ¡Ya sabes cómo trata a sus guardias y empleados favoritos! Los tratan casi mejor que a los miembros de la Corte.
—No creo que tenga ningún interés en ganarse el favor de Su Excelencia —protestó— Dijo que eras preciosa.
—Estoy segura de que solo estaba siendo amable.
Me miró como si acabara de admitir que merendaba pelo de perro.
—En primer lugar, eres preciosa. Ya sabes…
—No lo he dicho para que me hagas cumplidos.
—Lo sé, pero sentí la abrumadora necesidad de recordártelo —Me dedicó una rápida y radiante sonrisa— Indra no necesitaba decir nada en respuesta al hecho de que el duque fuera un patán —Mis labios quisieron sonreír— Podía haberse limitado a ignorarlo y pronunciar sin más el juramento de la guardia real, que, dicho sea de paso, hizo sonar como… sexo.
—Sí —admití, pensando que no me hubiese dado cuenta de eso antes de la noche en la Perla Roja— Sí, es verdad.
—Casi tuve que abanicarme, solo para que lo sepas. Pero volvamos a la parte más importante del asunto. ¿Crees que ya te ha reconocido?
—No lo sé —Dejé caer la cabeza hacia atrás contra el respaldo del asiento— Aquella noche llevaba un antifaz y él no me lo quitó, pero creo que yo sería capaz de reconocer a alguien con y sin antifaz.
Matsuri asintió.
—Me gustaría pensar que yo también, y desde luego esperaría que un guardia real lo hiciera.
—Entonces, eso significa que eligió no decir nada —No había dicho ni una palabra mientras Yamato y él nos habían escoltado de vuelta a mis aposentos— Aunque también es posible que no me reconociera. Aquella habitación estaba poco iluminada.
—Si no lo hizo, supongo que lo hará cuando hables, como dijiste antes. Tampoco vas a poder guardar silencio siempre que estés cerca de él —constató— Eso sería sospechoso.
—Por supuesto.
—Y raro.
—Exacto —Jugueteé con las cadenitas del velo— No sé. O no me reconoció o sí lo hizo y eligió no decir nada. A lo mejor planea utilizarlo para restregármelo o algo.
—Eres una persona increíblemente suspicaz, ¿sabes? —me acusó, con el ceño muy fruncido.
Empecé a negarlo, pero me di cuenta de que no podía. Opté por dejarlo pasar.
—Supongo que lo más probable es que no me reconociera —Sentí una extraña mezcla de alivio y desilusión, combinados con un estremecimiento de anticipación— ¿Sabes qué?
—¿Qué?
—No sé si estoy aliviada o desilusionada por que no me reconociera. O si estoy nerviosa por que pudiera haberlo hecho —Sacudí la cabeza y me eché a reír— Simplemente no lo sé, aunque tampoco importa. Lo… lo que ocurrió entre nosotros fue una vez y no más. Fue solo algo… excepcional. No puede volver a suceder.
—Claro —murmuró Matsuri.
—Tampoco es que piense que Indra querría volver a hacer algo así jamás, sobre todo ahora que sabe quién soy. Si es que lo sabe.
—Ajá.
—Lo que quiero decir es que es algo que no podemos ni siquiera plantearnos. Lo que él haga con esa información es lo único que importa —terminé, con un asentimiento. Matsuri parecía casi a punto de aplaudir.
—¿Sabes lo que pienso yo?
—Casi me da miedo oírlo.
Sus ojos castaños centellaron.
—Que las cosas están a punto de ponerse mucho más emocionantes por estos lares.
