Ni la historia ni los personajes me pertenecen.


Capítulo 12

Poco después del mediodía del día siguiente, me encontraba sentada en el espacioso y soleado atrio cubierto en compañía de Matsuri y, no una, sino dos damas en espera, sin dejar de preguntarme cómo había acabado en esa situación.

Mis excursiones fuera de mis aposentos siempre estaban bien calculadas para que no hubiese nadie más presente, sobre todo cuando iba al atrio. Al llegar, hacía una media hora, estaba desierto, como de costumbre. Pero la situación había cambiado a los pocos minutos de sentarme y empezar a picotear de los pequeños sándwiches que había confiscado Matsuri de otra habitación. Llegaron Loren y Dafina y, aunque me quedé ahí sentada como me habían enseñado a hacer (con las manos cruzadas con delicadeza en mi regazo, los tobillos también cruzados y los pies remetidos detrás del dobladillo color marfil de mi vestido), no debería estar en la sala.

No con damas en espera presentes, que además habían optado por ponerse cómodas en la mesa que habíamos ocupado Matsuri y yo. La situación podía muy bien interpretarse como que estaba interactuando con ellas, que era una de las muchas cosas que tenía expresamente prohibidas por los sacerdotes y sacerdotisas. La interacción era, según ellos, demasiado familiar. Sin embargo, no estaba interactuando. Había intentado convertirme en la viva imagen de la serenidad bien educada. O hacerme pasar por una de las estatuas de las Doncellas con velo. Tal vez podía parecer tranquila por fuera, pero por dentro no era más que una madeja de nervios exhaustos y deshilachados. En parte se debía a mi falta de sueño y descanso la noche anterior; bueno, para ser sincera, durante varios días ya. También se debía a que sabía que me culparían por la presencia de Dafina y Loren. Ni siquiera estaba segura de si tenía permiso para estar en el atrio. Hasta entonces jamás había sido un problema y nadie me había dicho nunca nada al respecto. Aunque claro, jamás había aparecido nadie por ahí mientras estaba yo, aparte del ocasional sirviente o guardia. De todos modos, ellas no eran la única razón de que fuese un caos de energía ansiosa e inquieta.

La razón principal estaba en diagonal a mí, una mano apoyada en la empuñadura de su espada, ojos oscuros en alerta constante.

Indra.

Se me hacía raro mirar hacia un lado y verlo ahí de pie. Y no se debía solo a que solía ser Kankuro el que vigilaba estos brunches tardíos que Matsuri y yo celebrábamos a veces en el atrio. Era por lo diferente que era todo con Indra ahí. Kankuro solía dedicarse a contemplar el jardín o pasaba la mayor parte del tiempo charlando con alguno de los otros guardias reales presentes, mientras esperaba con discreción cerca de la entrada. Indra no. Encontró el único punto de la sala desde el que tenía una vista diáfana de todo el luminoso espacio y de los jardines en el exterior. Por suerte, las ventanas no daban hacia las rosas.

Por desgracia, a menudo me descubría mirando la fuente de la Doncella con velo.

En solo un día, se había hecho casi dolorosamente patente lo laxo que se había vuelto Kankuro en cuanto a la seguridad. De acuerdo, no había habido ningún intento de hacerme nada hasta entonces, pero sí que se había relajado. Odiaba tener que reconocerlo. Era casi como si traicionara su memoria, aunque eso no era lo único que hacía este brunch tan diferente de los interiores.

Otra cosa que lo hacía tan diferente era la aparición de las dos damas en espera. Sospechaba que era la primera vez que iban al atrio desde su llegada al castillo de Teerman después de sus Ritos.

Dafina, la segunda hija de un comerciante rico, agitaba un abanico de seda de tono lila como si tratara de acabar con la vida de un insecto que solo ella veía. A pesar de que el sol de última hora de la mañana entraba a raudales por las ventanas, el atrio seguía fresco y dudaba mucho de que Dafina se hubiese acalorado solo comiendo sándwiches de pepino y bebiendo té. A su lado, Loren, la segunda hija de un próspero hombre de negocios, prácticamente había renunciado a coser los cristalitos de la máscara que llevaría durante el inminente Rito, para dedicarse en cambio a observar cada movimiento del guardia de pelo oscuro. Pensé que debía de saber con exactitud cuántas veces respiraba Indra por minuto.

En el fondo, sabía por qué no me había levantado y había abandonado la sala como se suponía que debía hacer, como sabía que Matsuri esperaba que hiciera. Entendía por qué estaba tan dispuesta a arriesgarme a ser censurada solo por quedarme ahí sentada sin hablar con nadie. Estaba fascinada por los ridículos truquitos de las dos damas en espera. Loren ya había hecho varias cosas para captar la atención de Indra. Había dejado caer su bolsita de cristales (que Indra, galante, le había ayudado a recuperar), mientras fingía estar absorta en un pájaro de alas azules que saltaba por las ramas de un árbol cerca de las ventanas. Eso había provocado que Dafina fingiera un desvanecimiento, debido a qué, no tenía ni idea. De algún modo, el escote de su vestido azul se había abierto tanto que me pregunté cómo la chica conseguía mantenerse dentro de él. Yo no podría librarme del mío ni aunque estuviese en llamas. Mi vestido era todo largas mangas, diminutas cuentas y un corpiño que casi me llegaba al cuello. La tela era demasiado fina y delicada como para poder llevar la daga pegada al muslo, pero en cuanto tuviera ocasión de ponerme otra cosa, el arma volvería a su sitio.

Como un perfecto caballero, Indra había acompañado a Dafina al diván y le había llevado un vaso de agua de menta. Para no ser menos, Loren se había lamentado de un repentino e inexplicable dolor de cabeza del que se recuperó al instante cuando Indra le dedicó una sonrisa, la que revelaba el hoyuelo en su mejilla derecha.

No había habido ningún dolor de cabeza, igual que no había habido ningún desvanecimiento. Había abierto mis sentidos a ellas y no había notado ningún dolor o aflicción, aparte de un pelín de tristeza. Pensé que a lo mejor se debía a la muerte de Malessa, aunque ninguna de las dos habló de ella.

—¿Sabes lo que he oído? —Dafina cerró su abanico de golpe y deslizó los dientes por su labio inferior, sin dejar de mirar a Indra— Que alguien —dijo la palabra y luego bajó la voz— ha visitado con cierta frecuencia uno de esos… —Sus ojos saltaron hacia mí— Uno de esos tugurios de la ciudad.

—¿Tugurios? —preguntó Matsuri, renunciando a fingir que no estaban ahí.

Tampoco es que pudiera culparla. Era su amiga y, aunque las damas en espera sabían bien que no debían de estar sentadas conmigo, Matsuri parecía igual de cautivada que yo por sus truquitos. Dafina le lanzó una mirada significativa.

—Ya sabes, esos sitios donde van hombres y mujeres a jugar a las cartas y

otras cosas.

—¿Te refieres a la Perla Roja? —preguntó Matsuri con las cejas arqueadas.

—Intentaba ser discreta —Dafina suspiró e hizo un gesto sutil en mi dirección— Pero sí.

Casi me echo a reír ante el intento de Dafina de protegerme de la existencia de semejante sitios. Me pregunté lo que haría si supiera que había estado ahí.

—¿Y qué has oído que hace en un sitio así? —Matsuri me dio un golpecito con un pie por debajo de la mesa— Supongo que irá a jugar a las cartas, ¿no? ¿O crees que…? —Se llevó una mano al pecho, se dejó caer en la silla y suspiró. Se le escapó un rizo del elaborado recogido que intentaba, sin mucho éxito, sujetar su pelo— ¿O crees que se dedica a otros juegos más… ilícitos?

Matsuri sabía muy bien lo que hacía Indra en la Perla Roja. Sentí ganas de darle una patada… como una Doncella, por supuesto.

—Estoy segura de que solo juega a las cartas. —Loren arqueó una ceja mientras presionaba su abanico amarillo y rojo contra el azul marino de su vestido. El contraste del abanico y el vestido era… atroz y al mismo tiempo interesante. Bajé la vista hacia su máscara. Ya había cristalitos de todos los colores cosidos a la tela. Estaba segura de que, cuando estuviera terminada, daría la impresión de que un arcoíris había vomitado en su cara— Si eso es todo lo que hace, sería una… desilusión.

—Supongo que hace lo que hace todo el mundo cuando va ahí —comentó Matsuri; el tono provocador goteaba como sirope de sus palabras— Encuentra alguien con quien pasar… tiempo de calidad. —Su mirada pícara se deslizó hacia mí.

Decidí que iba a cambiar los terrones de azúcar que a Matsuri tanto le gustaba echar en su café por sal gorda. Sabía que yo no intervendría, que no podía. No se me permitía hablar con las damas y todavía no le había dirigido la palabra a Indra ni había hablado en su presencia. Y aparte de cuando Indra me preguntó si quería hacer algo después de la cena la noche anterior, a lo cual le había respondido con un gesto negativo de la cabeza, él tampoco me había hablado.

Como antes, no estaba segura de si sentirme aliviada o desilusionada.

—No deberías sugerir tales cosas en nuestra actual compañía —sugirió Dafina.

Matsuri se atragantó con su té y, detrás del velo, yo puse los ojos en blanco.

—Supongo que si la Srta. Shizune estuviese viva hoy en día, lo habría atrapado en sus redes —dijo Loren. Eso picó mi curiosidad. ¿Se refería a la Shizune Colyns?— Y luego habría escrito sobre él en su diario.

En efecto. La Srta. Shizune Colyns era una mujer que había vivido en Masadonia hacía unos doscientos años. Según se decía, había tenido una… vida amorosa muy activa. La Srta. Colyns había detallado sus aventuras más bien escandalosas de manera bastante explícita en su diario, que ahora estaba archivado en el Ateneo de la ciudad como una especie de relato histórico. Tomé nota mental de pedirle a Matsuri que buscara ese diario para mí.

—Alguien me dijo que solo escribía sobre sus parejas más… hábiles — susurró Dafina con una risita ñoña— O sea que si lograra llegar a esas páginas, ya sabes lo que significaría.

Yo sí que sabía lo que significaba... Por culpa de Indra.

Mi mirada se deslizó hacia donde montaba guardia. La túnica y los pantalones negros se amoldaban a su cuerpo como una segunda piel, y no podía culpar a Dafina y Loren por cómo sus ojos parecían encontrar el camino de vuelta a él cada par de minutos. Era alto, musculoso, y la espada que llevaba envainada a la cintura, junto con la que llevaba pegada al costado, sugerían que estaba preparado para algo más que damiselas mareadas. La capa blanca de la guardia real era un añadido reciente sobre la parte de atrás de sus hombros. Además, llenaba el aire con una especie de tensión incuantificable, como si la sala estuviese cargada de electricidad. Todo el que estuviera a su alrededor tenía que percibirlo.

Mis ojos se pasearon por su pecho, y el recuerdo de lo duro que lo había notado, incluso sin la armadura, hizo que me sonrojara sin querer. Una pesadez que me empezaba a resultar familiar se instaló en mi pecho, hizo que la seda de mi vestido pareciera áspera contra mi piel de pronto sensible y acalorada.

A lo mejor uno de esos estúpidos abanicos tendría su utilidad.

Reprimí un gemido y sentí ganas de abofetearme, pero como eso no era exactamente una opción, bebí un traguito de té en mi intento de aliviar la inexplicable sequedad de mi garganta. Me concentré en Dafina y Loren una vez más. Estaban hablando del Rito, su emoción era como una especie de zumbido mareante. Quedaba solo una semana para la celebración. Sería en la Luna de la Cosecha. Su emoción era contagiosa. Este sería mi primer Rito, y acudiría enmascarada y no vestida de blanco. La mayoría no tendría ni idea de que era la Doncella. Bueno, los dos guardias que permanecerían a mi lado todo el rato seguro que me delatarían ante aquellos que prestaran atención. Aun así, una oleada de incertidumbre teñida de anticipación se abrió paso a través de mí mientras mis ojos regresaban de puntillas con Indra.

Se me hizo un nudo en el estómago. Si me veía con un antifaz, ¿se daría cuenta de que había sido yo la que estuvo en esa habitación con él? ¿Acaso importaría? Para cuando llegase el Rito, ya tendría que saber que era la misma persona, ¿verdad? Si es que no se había percatado aún.

Estaba ahí plantado, con los pies separados a la anchura de los hombros, los ojos fijos en nuestro grupito. Los rayos del sol casi parecían atraídos por él, acariciaban sus pómulos y su frente como una amante. Su perfil era impecable, la línea de su mandíbula tan cincelada como las estatuas que adornaban el jardín y el vestíbulo del castillo.

—Sabes que eso tiene que significar que está cerca —estaba diciendo Loren— El príncipe Sasuke.

Giré la cabeza hacia ella, alucinada. No tenía ni idea de qué estaban hablando ni de cómo había surgido el tema, pero no podía creer que de verdad Loren hubiese dicho su nombre en voz alta. Entreabrí los labios. Nadie aparte de los Descendentes se hubiese atrevido a pronunciar su verdadero nombre y dudaba que ninguno de ellos hablara de él siquiera en el castillo. Llamarlo «príncipe» estaba considerado traición. Era el Señor Oscuro.

Dafina fruncía el ceño.

—¿Debido a…? —Me miró de reojo, las cejas muy juntas— ¿Debido al ataque?

Solo entonces me di cuenta de que debían de haber estado hablando del intento de secuestro mientras yo… Bueno, mientras yo había estado haciendo justo lo que ellas habían estado haciendo antes: mirar a Indra como una tonta y pensar en él.

—Entre otras cosas —Loren retomó la costura de un cristalito rojo sangre en su máscara— Oí a Britta comentarlo esta mañana.

—¿La sirvienta? —preguntó Dafina con desdén.

—Sí, la sirvienta. —La dama en espera de pelo oscuro levantó la barbilla— Ellas lo saben todo.

—¿Todo? —se burló Dafina con una carcajada.

Loren asintió y bajó la voz.

—La gente habla de cualquier cosa delante de ellas. Da igual lo íntimas o privadas que sean. Es casi como si fuesen fantasmas en una habitación. No hay nada de lo que ellas no se enteren.

Loren tenía razón. Yo misma lo había visto con el duque y la duquesa.

—¿Qué dijo Britta?

Matsuri dejó su taza sobre la mesa. Los ojos oscuros de Loren saltaron hacia mí un instante, luego volvieron a Matsuri.

—Dijo que habían visto al príncipe Sasuke en Tres Ríos. Que fue él quien provocó el incendio que acabó con la vida del duque de Everton.

—¿Cómo puede alguien decir eso? —exigió saber Matsuri— Nadie que haya visto jamás al Señor Oscuro quiere hablar del aspecto que tiene o ha vivido el tiempo suficiente como para dar una descripción.

—Eso no lo sé —se defendió Dafina— Oí a Ramsey decir que es calvo y tiene las orejas puntiagudas y que es pálido, igual que… ya sabes.

Reprimí el impulso de soltar una risotada. Los atlantianos tenían el mismo aspecto que nosotros.

—¿Ramsey? ¿Uno de los secretarios de Su Excelencia? —Matsuri arqueó una ceja— Debí ser más precisa. ¿Cómo puede alguien creíble decir eso?

—Britta afirma que los pocos que han visto al príncipe Sasuke dicen que, de hecho, es bastante guapo —añadió Loren.

—Oh, ¿en serio? —musitó Dafina.

Loren asintió mientras anudaba bien el cristal a su máscara.

—Dice que así es como tuvo acceso a la mansión Goldcrest. —Bajó la voz— Que la duquesa de Everton entabló una relación de naturaleza física con él sin darse cuenta de quién era y que así es como podía pasearse con libertad por la mansión. —Daba la impresión de que Britta decía muchas cosas, ¿no?— Casi todo lo que dice acaba siendo verdad —Loren se encogió de hombros y empezó a coser un cristalito verde esmeralda al lado del rojo— Así que… tal vez tenga razón acerca del príncipe Sasuke.

—De verdad que deberías dejar de decir ese nombre —le advirtió Matsuri— Si alguien te oyera, te enviarían a los templos antes de que pudieras arrepentirte siquiera.

Loren se rio con desenfado.

—No me preocupa. No soy tan tonta como para decir ese tipo de cosas donde puedan oírme oídos indeseados y dudo que ninguno de los presentes vaya a delatarme. —Sus ojos saltaron hacia mí, una mirada breve pero confiada. Sabía que yo no podía decir ni una palabra porque eso significaría tener que explicar cómo había llegado a tomar parte en esa conversación.

Lo cual, dicho sea de paso, no era cierto. Yo solo estaba ahí sentada.

—¿Y si… si fuese verdad que está por aquí? —Loren se estremeció con delicadeza— En la ciudad ahora mismo. ¿Y si ha sido también así como ha tenido acceso al castillo de Teerman? —Se le iluminaron los ojos— ¿Y si ha trabado amistad con alguien aquí, incluso con la pobre Malessa?

—No suenas demasiado preocupada por el tema. —Matsuri recuperó su taza— Para ser sincera, pareces entusiasmada.

—¿Entusiasmada? No. ¿Intrigada? Es posible —Dejó la máscara en su regazo con un suspiro— Algunos días son tan espantosamente aburridos.

Lo escandaloso de su afirmación hizo que me olvidara de quién era y dónde estaba. Todo lo que conseguí fue mantener la voz baja al hablar.

—O sea que una buena rebelión podría animar las cosas para ti, ¿no? ¿Hombres, mujeres y niños muertos son una fuente de entretenimiento?

Un fogonazo de sorpresa cruzó el rostro tanto de Loren como de Dafina. Era probable que fuese la primera vez que cualquiera de las dos oía mi voz. Loren tragó saliva.

—Supongo que… quizás he dicho algo equivocado, Doncella. Me disculpo.

No dije nada.

—Por favor, ignora a Loren —suplicó Dafina— A veces habla sin pensar, pero no lo dice en serio.

Loren asintió con energía, pero yo no tenía ninguna duda de que había querido decir exactamente lo que había dicho. Una rebelión acabaría con la monotonía de su día a día, y no había pensado en las vidas afectadas o perdidas porque le importaban un comino.

Y entonces ocurrió, otra vez sin previo aviso: mi cuerpo dio una sacudida y mi columna se tensó. Mi don se estiró por voluntad propia y, antes de que me diera cuenta siquiera, ese vínculo invisible se formó entre Loren y yo. Me llegó una sensación a través de la conexión, una mezcla que me recordó a aire fresco en un día cálido y luego algo acre, como melón amargo. Me concentré en las sensaciones mientras mi corazón martilleaba contra mis costillas. Las percibí como… emoción y miedo, mientras Loren me miraba como si deseara decir algo más. Pero no podía ser eso lo que estaba detectando en Loren. No tenía ningún sentido. Esas emociones tenían que estar viniendo de mí y, de algún modo, estaban influyendo sobre mi don.

Dafina agarró a su amiga del brazo.

—Vamos, deberíamos irnos ya.

Sin darle demasiadas opciones, Dafina arrastró a Loren fuera de su asiento y se apresuró a acompañarla afuera. Por el camino, le iba susurrando al oído.

—Creo que las has asustado —dijo Matsuri. Levanté una mano temblorosa y bebí un rápido trago de limonada dulce. No tenía ni idea de lo que acababa de suceder— Saku. —Matsuri me tocó el brazo con suavidad— ¿Estás bien?

Asentí mientras dejaba la taza en la mesa con cuidado.

—Sí, es solo…

¿Cómo podía explicarlo? Matsuri no sabía lo del don, pero aunque lo supiera, no estaba segura de habérselo podido explicar con palabras. Ni siquiera estaba segura de que nada de aquello hubiese ocurrido en realidad.

La miré y abrí mis sentidos. Igual que al principio con Dafina y Loren, todo lo que percibí fue un asomo de tristeza. Ningún dolor ni nada que no debiese sentir. Mi corazón se apaciguó y mi cuerpo se relajó. Me eché hacia atrás, preguntándome si sería solo el estrés el que hacía que mi cuerpo se comportara de manera tan extraña.

Matsuri me miró, la expresión cada vez más preocupada.

—Estoy bien —le dije, aún en voz baja— Solo es que no puedo creer lo que ha dicho Loren.

—Yo tampoco, pero siempre le han… fascinado las cosas más morbosas. Como ha dicho Dafina, no lo dice en serio.

Asentí, pero sin dejar de pensar que era irrelevante que lo dijera en serio o no. Bebí otro sorbito, aliviada de descubrir que mi mano no temblaba. Ya me sentía muchísimo más normal, así que achaqué mi extraña reacción al estrés y la falta de sueño. Mi mente divagó de vuelta con el Señor Oscuro. Tal vez estuviese detrás de los ataques y podía muy bien ir tras de mí, pero nada de eso significaba que de verdad estuviera en la ciudad. Sin embargo, si lo estuviera…

La inquietud se fue extendiendo por mi interior mientras pensaba en la mansión Goldcrest. No era imposible que algo así ocurriese aquí, sobre todo si teníamos en cuenta que un atlantiano y un Descendente ya se habían infiltrado en el recinto del castillo.

—¿Qué vas a hacer? —susurró Matsuri.

—¿Sobre lo de que el Señor Oscuro pueda estar en la ciudad? —repuse, confusa.

—¿Qué? No —Me dio un apretoncito en el brazo— Sobre él.

—¿Él? —Miré a Indra de reojo.

—Sí. Él —Me soltó el brazo con un suspiro— A menos que haya algún otro tipo con el que te hayas liado mientras ibas de incógnito.

—Sí. Hay muchos. De hecho, han montado un club —respondí con sequedad. Matsuri puso los ojos en blanco— No hay nada que pueda hacer.

—¿Has hablado con él, siquiera?

Se dio unos golpecitos en la barbilla y lo miró con disimulo.

—No.

—Sí eres consciente de que tendrás que hablar delante de él en algún momento, ¿verdad? —comentó, ladeando la cabeza.

—Ya estoy hablando delante de él —señalé, aunque sabía que no se refería a eso. Matsuri entornó los ojos.

—Estás susurrando, Saku. Yo misma apenas te oigo.

—Me oyes muy bien —rebatí.

Puso cara de querer darme una patada por debajo de la mesa.

—No tengo ni idea de cómo puedes no habérselo preguntado todavía. Comprendo el riesgo que conlleva, pero yo necesitaría saber si me ha reconocido. Y si lo ha hecho, ¿por qué no ha dicho nada?

—No es que no quiera saberlo. —Miré a Indra por el rabillo del ojo— Pero hay…

Me puse tensa cuando los ojos de Indra conectaron con los míos y se quedaron ahí. Me miraba directamente a mí y, aunque sabía que no podía verme los ojos, tenía la sensación de que sí podía. No había forma humana de que pudiese oírnos a Matsuri y a mí, no desde donde estaba y con nosotras hablando tan bajito, pero su mirada era penetrante, como si pudiese ver no solo a través de mí, sino también en mi interior. Intenté sacudirme de encima esa sensación, pero cuanto más me aguantaba la mirada, más aumentaba. Tenían que ser sus ojos y su color. Un tono negro tan extraño e impactante. Una podía imaginar todo tipo de cosas mirando esos ojos.

Indra apartó la mirada y se giró hacia la entrada. Solté todo el aire en una bocanada temblorosa, el corazón acelerado como si hubiese estado corriendo por el Adarve otra vez.

—Eso ha sido… intenso —murmuró Matsuri.

Parpadeé y sacudí un poco la cabeza mientras me giraba hacia ella.

—¿El qué?

—Eso —Tenía las cejas levantadas— Tú y Indra mirándoos de ese modo. Y no, no puedo ver tus ojos, pero me di perfecta cuenta de que los dos estabais enzarzados en un cruce de miradas bastante acalorado.

Sentí cómo el calor trepaba por mis mejillas.

—Él solo está haciendo su trabajo y yo… solo perdí el hilo de lo que estaba diciendo.

—¿Ah, sí? —preguntó Matsuri, las cejas aún más arqueadas.

—Por supuesto. —Apoyé las manos abiertas sobre mi regazo.

—Así que solo se estaba asegurando de que sigues viva y…

—¿Respirando? —sugirió Indra, sobresaltándonos a las dos. Estaba a apenas un par de centímetros de nosotras. Se había movido con el sigilo de un guardia bien entrenado y el silencio de un fantasma— Puesto que soy responsable de mantenerla con vida, asegurarme de que respira sería una prioridad.

Mis hombros se agarrotaron. ¿Cuánto habría oído de lo que habíamos dicho? Matsuri hizo un pobre intento de sofocar una risita con una servilleta.

—Me alivia saberlo.

—Si no, estaría siendo negligente con mi deber, ¿no creéis?

—Ah, sí, tu deber —Matsuri bajó la servilleta— Entre proteger a Saku con tu vida y con tu espada y recoger cristalitos caídos, estás muy ocupado.

—No olvides ayudar a damiselas mareadas a llegar hasta la silla más cercana antes de que se desvanezcan —añadió. Esos extraños e hipnóticos ojos centellearon con un toque de picardía y yo me quedé… tan fascinada con él como lo había estado con las damas en espera. Este era el Indra que había conocido en la Perla Roja. Un pozo de dolor escondido detrás de una personalidad burlona y encantadora— Soy un hombre con muchos talentos.

—Estoy segura de que lo eres —repuso Matsuri con una sonrisa mientras yo pugnaba con la tentación de estirar mis sentidos hacia él.

Los ojos de Indra se posaron en ella y apareció el hoyuelo de su mejilla derecha.

—Tu fe en mis habilidades me colma el corazón —comentó. Luego me miró a mí— ¿Saku?

Abrí los ojos como platos detrás del velo, pero cerré la boca con fuerza. Matsuri suspiró.

—Es su apodo. Solo sus amigos la llaman así. Y su hermano.

—Ah, ¿el que vive en la capital? —preguntó, todavía mirándome a mí. Asentí— Saku —repitió, de un modo que lo hizo sonar como si mi nombre estuviese envuelto en chocolate y lo estuviese paladeando— Me gusta.

Le dediqué una sonrisa tensa, a juego con cómo sentía de pronto los músculos del bajo vientre.

—¿Hay alguna amenaza de cristalitos despistados de la que debamos ser conscientes o es que necesitas algo, Indra? —preguntó Matsuri.

—Necesito muchas cosas —repuso él, y volvió a deslizar la mirada hacia mí. Matsuri se inclinó hacia delante como si no pudiese esperar a oír qué eran esas cosas— Pero tendremos que hablar de ello más tarde. El duque te ha hecho llamar, Sakura. Debo llevarte con él de inmediato.

Matsuri se quedó tan quieta que me entró la duda de si seguía respirando. Una sensación gélida inundó todo mi ser. ¿Citada por el duque tan pronto después de ayer? Supe que no era para hablar del tiempo. ¿Habría cumplido lord Shimura su amenaza de acudir al duque? ¿O sería por cómo le había devuelto la mirada y había sonreído cuando me quité el velo? ¿Habría averiguado que había apuñalado al hombre que intentó secuestrarme? Aunque la mayor parte de la gente se alegraría de que hubiese podido impedir el rapto, el duque de Teerman se centraría solo en el hecho de que yo llevara una daga. ¿Podía haberme visto alguien aquí y haberle informado ya de ello? ¿Habría averiguado lo de la Perla Roja? Se me cayó el alma a los pies. Levanté la vista hacia Indra. ¿Habría dicho él algo?... Por todos los dioses, las opciones eran realmente ilimitadas y ninguna de ellas era buena.

Con el estómago tan revuelto como si hubiera bebido leche cortada, conseguí plantarme una sonrisa en la cara y me levanté de la silla.

—Te esperaré en tus aposentos —dijo Matsuri y yo asentí.

Indra esperó a que pasara por delante de él para empezar a caminar a mi lado, aunque un pelín por detrás, una posición que le permitía reaccionar a amenazas procedentes de cualquier dirección. Me dirigí al vestíbulo, donde rutilantes tapices blancos y dorados colgaban de las paredes, y sirvientes con túnicas y vestidos marrones correteaban de acá para allá, afanados en las múltiples tareas domésticas que mantenían al gran castillo en funcionamiento.

Indra no me condujo hacia el salón de banquetes, sino hacia las escaleras, y me hundí aún más en la miseria. Cruzamos el vestíbulo y casi habíamos llegado al pie de la amplia escalinata cuando preguntó:

—¿Estás bien? —Asentí— Ha dado la impresión de que tanto a ti como a tu doncella os ha inquietado esta llamada.

—Matsuri no es una doncella —solté, y me arrepentí de inmediato.

Era absurdo intentar no hablar con él, pero hubiese sido mejor que ocurriese cuando no estábamos en el vestíbulo, rodeados de un montón de personas. Y me hubiese gustado aguantar un día entero.

Me preparé para lo peor mientras lo miraba de reojo.

Indra se limitó a mirarme, su expresión del todo indescifrable. Si había reconocido mi voz, no dio muestras de ello. Volvió a invadirme esa extraña mezcla de desilusión y alivio, pero mantuve la vista al frente. ¿De verdad no sabía que había sido yo la de esa habitación? Aunque tampoco sabía por qué me sorprendía. Al principio, Indra había creído que era Britta, pero luego no había tenido ningún problema en continuar cuando se dio cuenta de que no lo era. Quién sabe con cuántas mujeres desconocidas había…

—¿Ah, no? —preguntó— Puede que sea una dama en espera, pero me dijeron que estaba obligada a asistirte. A ser tu acompañante.

—Lo está, pero no es… —Lo miré cuando la escalinata empezaba a curvarse. Llevaba una mano apoyada sobre la empuñadura de la espada de su cintura— Es… —Estaba obligada a ser mi acompañante— Da igual, no importa. No pasa nada.

En ese momento, giró la cabeza hacia mí; bueno, más bien bajó la cabeza hacia mí. Aunque yo estaba un escalón más arriba que él, seguía siendo más alto que yo, lo cual parecía bastante injusto. Levantó una ceja oscura, su mirada inquisitiva.

—¿Qué? —pregunté, el corazón en un puño. Levanté el siguiente pie, pero no lo suficiente, y tropecé. Indra reaccionó a toda velocidad, cerró la mano por encima de mi codo y me sujetó. El bochorno se extendió por todo mi ser— Gracias —murmuré.

—No requiero ni necesito ningún agradecimiento poco sincero. Es mi deber mantenerte a salvo —Hizo una pausa— Incluso de escaleras traicioneras.

Respiré hondo.

—Mi gratitud no era poco sincera.

—Entonces, me disculpo.

No tuve que mirarle para saber que estaba sonriendo y hubiese apostado que ese estúpido hoyuelo estaba haciéndole un honor al mundo con su presencia. Indra se quedó callado y llegamos al rellano del segundo piso en silencio. Un pasillo conducía hacia el ala vieja; hacia mis aposentos y las habitaciones de gran parte del personal. A la izquierda estaba el ala más nueva. Con el estómago lleno de bolitas de plomo, giré hacia la izquierda. Mi mente estaba ahora tan obsesionada con lo que me aguardaba que dejé de pensar en la aparente falta de reconocimiento por parte de Indra o lo que significaba que sí me hubiese reconocido y simplemente no hubiera dicho nada.

Indra llegó a las anchas puertas de madera del final del pasillo, su brazo rozó mi hombro al abrir una de las hojas. Esperó a que entrara en la estrecha escalera de caracol, iluminada por los rayos de sol que se colaban por las numerosas ventanas ovaladas.

—Ten cuidado. Si te tropiezas y caes aquí, lo más probable es que me arrastres en tu caída.

—No me voy a tropezar —dije con un bufido.

—Bueno, acabas de hacerlo.

—Eso ha sido una excepción.

—Bueno, pues entonces me siento honrado por haber sido testigo de ella.

Me alegré de que no pudiese ver mi rostro en ese momento, y no por miedo a que me reconociera, sino porque estaba segura de que tenía los ojos tan abiertos que ocupaban la mitad de mi cara. Me hablaba de un modo en que ningún otro guardia lo hacía; aparte de Yamato. Ni siquiera Kankuro se había mostrado tan… familiar. Era como si nos conociésemos desde hacía años, en vez de desde hacía solo unas horas… o días. Lo que fuese. El desenfado con el que me hablaba era desconcertante.

Pasó por mi lado al llegar al rellano del tercer piso.

—Ya te había visto antes, ¿sabes? —Se me quedó el aire atascado en los pulmones y solo la gracia de los dioses me libró de tropezar de nuevo— En los balcones del piso de abajo —Abrió la puerta para mí y me hizo una indicación para que pasara— Observándome entrenar.

Me ruboricé al instante. Eso no era lo que había esperado que dijera.

—No te observaba a ti. Estaba…

—¿Tomando el aire? ¿Esperando a tu doncella que no es una doncella? —Indra me agarró del brazo cuando pasaba por su lado y me detuvo. Bajó la cabeza hasta que sus labios estuvieron a apenas unos centímetros de mi oreja cubierta por el velo— A lo mejor me equivoqué y no eras tú —susurró.

Envuelta por su olor silvestre y boscoso, me quedé sin respiración. No estábamos para nada tan cerca como la noche de la Perla Roja, pero si inclinaba la cabeza solo unos centímetros a mi izquierda, su boca tocaría la mía. Esa sensación serpenteante volvió y esta vez se instaló incluso más abajo en mi estómago.

—Estás equivocado.

Me soltó el brazo y, cuando levanté la mirada, vi que las comisuras de sus labios estaban curvadas hacia arriba. Mi corazón hacía cosas raras en mi pecho mientras entraba en el amplio recibidor, con el pulso acelerado.

Me topé con dos guardias reales apostados a la puerta de las dependencias privadas del duque y la duquesa. En ese piso había varias habitaciones, que se utilizaban para recibir a diversos miembros de la casa y la Corte. Los duques tenían sus propios espacios y suites que se conectaban con dormitorios, pero, por dónde se encontraban los guardias reales, supe que el duque estaba en la suite principal. Esa sensación de inquietud volvió a colarse en mis venas. Por un breve instante, había olvidado todos los motivos por los que podía haberme hecho llamar el duque.

—¿Sakura? —dijo Indra desde detrás de mí.

Solo entonces me di cuenta de dos cosas. Uno, me había quedado completamente inmóvil en el pasillo, lo cual seguro que le había resultado extraño. Y dos, me había llamado ya dos veces por mi nombre, en lugar de decir Doncella. No era Yamato. No era Matsuri. Y ellos solo me llamaban por mi nombre cuando estábamos a solas.

Sabía que debía corregir su uso de mi nombre de pila, pero no pude. No quería hacerlo y eso me daba tanto miedo como lo que me aguardaba en la oficina del duque.

Respiré hondo, crucé las manos, cuadré los hombros y eché a andar.

Los guardias reales evitaron mirarme a los ojos e hicieron una reverencia cuando nos acercamos. El de piel morena dio un paso a un lado, la mano sobre el picaporte de la puerta. Empezó a abrirla.

Por alguna razón, me giré para mirar a Indra. Por qué, no tenía ni idea.

—Te esperaré aquí mismo —me aseguró.

Asentí y me volví hacia delante de nuevo. Obligué a mis pies a avanzar, uno tras otro, e intenté convencerme de que me estaba agobiando sin ninguna razón.

Entré en la suite y lo primero que noté fue que las cortinas estaban echadas. El revestimiento de madera oscura de las paredes y los muebles de caoba y terciopelo carmesí parecían absorber el suave resplandor de las varias lámparas de aceite. Mis ojos se posaron en el gran escritorio y luego en el aparador detrás de él, donde varias botellas de cristal de diversos tamaños estaban llenas de un líquido ámbar. Y entonces lo vi.

El duque estaba sentado en el sofá, un pie sobre la mesa que tenía delante y un vaso de licor en la mano. Un escalofrío me recorrió de arriba abajo mientras me miraba con unos ojos tan oscuros que la pupila apenas se distinguía. Me hizo pensar que la próxima vez que viese a Sasori, sus ojos ya no serían verdes como los míos. Serían como los del duque. Negros como el carbón. Insondables. Pero ¿serían igual de fríos?

De repente, me di cuenta de que el duque no estaba solo. Frente a él estaba lord Shimura, sentado en una postura arrogante. No tenía ninguna bebida en las manos, pero sus dedos tamborileaban sobre su rodilla izquierda como quien no quiere la cosa. Sus labios bien formados mostraban una sonrisilla de suficiencia y todos mis instintos me gritaron que huyera, porque no había forma alguna de evitar lo que se me venía encima.

La puerta se cerró a mi espalda y me hizo dar un respingo. Odié mi reacción y recé por que el duque no la hubiera visto, aunque supe que no era así en cuanto lo vi sonreír.

Teerman se levantó del sofá en un movimiento suave y fluido, como si no tuviera huesos.

—Sakura, me has decepcionado de un modo increíble.