Ni la historia ni los personajes me pertenecen.


Capítulo 13

El hielo me llegó hasta la mismísima médula. Aspiré una breve y comedida bocanada de aire mientras lo observaba dar un trago de su bebida. Sabía que tenía que elegir mis palabras con sumo cuidado. No cambiarían lo que se avecinaba, pero sí podrían determinar su severidad.

—Siento haberlo decepcionado —empecé— Yo…

—¿Sabes siquiera lo que has hecho para decepcionarme?

Todos los músculos de mis hombros se pusieron rígidos y mis ojos volaron del lord silencioso a la esquina de la suite, donde varias varas estrechas de madera marrón rojiza estaban apoyadas contra una estantería. Las habían fabricado a partir de un árbol que crecía en el Bosque de Sangre. Cuando volví a mirar a lord Shimura, vi que sonreía. Empezaba a pensar que le había contado algo al duque, pero si me equivocaba, eso solo aumentaría mis problemas. Y lord Shimura también lo sabía, atento a todas mis reacciones. No dio ninguna pista sobre el papel que desempeñaba en esto. Quizás fuese a actuar solo de testigo. Rara vez hablaba cuando asistía a estas lecciones y, aunque su silencio solía ser un alivio para mí, hoy solo aumentaba mi ansiedad.

Me forcé a seguir hablando, aunque las palabras salieron por mi boca todas embarulladas.

—No lo sé, pero estoy segura de que, sea lo que fuere, es culpa mía. Jamás se siente decepcionado por mí sin motivo.

Eso era una gran mentira. Había ocasiones en que daba la impresión de que mi forma de caminar o la manera en que cortaba mi comida durante la cena eran suficiente para desilusionar al duque. Estaba segura de que la cantidad de veces que respiraba por minuto podría suponer una ofensa para él.

—Tienes razón. No estaría decepcionado sin razón —convino— Pero esta vez, lo que me han contado me ha pillado totalmente desprevenido.

Me dio un vuelco al corazón mientras el sudor empezaba a perlar mi frente. Por todos los dioses, ¿se habría enterado de mi visita a la Perla Roja? Había temido que Indra dijera algo, esa posibilidad me había obsesionado y estresado. Sin embargo, una parte de mí no debía de haber querido creer que fuese posible, porque la repentina sensación de traición me supo a comida podrida en el fondo de la garganta. Lo más probable era que Indra no tuviese ni idea de lo que sucedía en esta habitación, pero tenía que saber que habría consecuencias. ¿O no? Supongo que pensaba que no recibiría nada más que un sermón serio. Después de todo, era la Doncella, la Elegida. Recibiría una buena bronca y ya está. No obstante, dudaba de que Indra supiera que las lecciones del duque no eran… normales.

Teerman dio un paso hacia mí y todos mis músculos se pusieron tensos.

—Quítate el velo, Sakura.

Vacilé solo unos segundos, aunque no era raro que el duque o la duquesa me pidieran algo así cuando estaba en su presencia. No les gustaba hablar con media cara. No podía culparlos por ello, pero por lo general el duque me hacía dejármelo puesto cuando lord Shimura estaba presente.

—No te interesa poner a prueba mi paciencia.

Apretó la mano en torno a su vaso.

—Lo siento. Es solo que… no estamos solos y los dioses me prohibieron mostrar el rostro —dije, muy consciente de que ya lo había hecho otras veces, aunque en situaciones muy diferentes.

—Los dioses no encontrarán ningún motivo de queja hoy —me interrumpió el duque.

Por supuesto que no.

Rezando porque no me temblaran las manos, las levanté y abrí los elegantes broches que sujetaban el velo cerca de mis orejas. El tocado se soltó de inmediato. Mantuve la mirada baja, como sabía que prefería el duque, y me lo quité por encima del sencillo moño que recogía mi pelo en la nuca. Sentí un cosquilleo en las mejillas y en las cejas recién expuestas. Teerman vino hasta mí, me quitó el velo y lo dejó a un lado. Crucé las manos y esperé. Odié hacerlo. Pero esperé.

—Levanta la vista —me pidió con suavidad e hice justo eso. Su mirada de ébano recorrió mis facciones, centímetro a centímetro, no se perdió nada, ni siquiera los finos rizos de pelo cobrizo que notaba rozando contra mi sien. Su escrutinio duró una eternidad— Estás más hermosa cada vez que te veo.

—Gracias, Excelencia —murmuré, aunque una intensa repugnancia burbujeó en mi estómago.

Sabía lo que venía a continuación.

Las yemas de sus dedos se clavaron en la piel de debajo de mi barbilla para inclinar mi cabeza a la izquierda, luego a la derecha. Chasqueó la lengua.

—Es una lástima. Ahí estaba.

No dije nada. Enfoqué la mirada en el gran óleo de los templos, en el que unas mujeres con velo se arrodillaban delante de un ser tan brillante que rivalizaba con la luna.

—¿Tú qué opinas, Danzo? —le preguntó al lord.

—Como has dicho, es una lástima.

Me importaba un bledo de Demonio lo que opinara lord Shimura.

—Las otras cicatrices son fáciles de ocultar, pero ¿esto? —El duque suspiró, casi compasivo— Llegará un tiempo en que no habrá ningún velo para ocultar este defecto tan desafortunado.

Tragué saliva y me resistí a la tentación de apartarme cuando sus dedos dejaron mi barbilla para deslizarse por los dos surcos irregulares que empezaban en mi sien izquierda y continuaban hacia abajo, esquivando mi ojo para terminar justo al lado de mi nariz.

—¿Sabes lo que ese nuevo guardia suyo dijo? —El lord no respondió, pero supuse que había negado con la cabeza— Dijo que era preciosa —continuó el duque— Es verdad que la mitad de ella es despampanante —Hubo una pausa— Te pareces tanto a tu madre…

Estupefacta, mis ojos volaron hacia él. ¿Había conocido a mi madre? Hasta entonces, jamás, ni una sola vez, había dicho nada al respecto.

—¿La conoció?

Me miró a los ojos y me costó no apartar la vista de esa oscuridad interminable.

—Sí. Era… especial —Antes de que pudiese cuestionarlo siquiera, siguió hablando— Eres consciente de que el guardia no podía decir otra cosa, ¿verdad? Que jamás hubiese dicho la verdad.

Me encogí un poco y sentí un vacío en el pecho. El duque, como es obvio, se percató de mi reacción y la sonrisa volvió a su cara.

—Supongo que es una pequeña bendición. Los daños a tu rostro podrían haber sido peores.

Los daños podrían haber incluido perder un ojo, o peor aún, la vida. Pero no dije nada.

Mis ojos volvieron al cuadro, mientras me preguntaba cómo era posible que sus palabras siguieran escociendo después de tantos años. Cuando era más joven, dolían. Sus palabras se clavaban en lo más profundo de mi ser, pero durante los dos últimos años no había sentido nada más que una resignación entumecida. Las cicatrices no eran algo que pudiera cambiar. Ya lo sabía. Pero hoy, sus palabras me hirieron como cuando tenía trece años.

—Es verdad que tienes unos ojos preciosos —Apartó los dedos de las cicatrices y apoyó uno sobre mi labio inferior— Y una boca bien formada —Hizo una pausa y hubiese jurado notar cómo sus ojos bajaban por mi pecho, por mis caderas— La mayoría encontrará tu cuerpo agradable —La bilis me atoró la garganta y reptó por mi piel como un millar de arañas. Solo por pura fuerza de voluntad fui capaz de mantenerme totalmente inmóvil— Para algunos hombres, esas cosas serían suficientes —Teerman arrastró el dedo por mi labio antes de bajar la mano— La sacerdotisa Analia ha venido a verme esta mañana.

Espera… ¿Qué?

Mi corazón empezó a latir más despacio a medida que la confusión afloraba. ¿La sacerdotisa? ¿Qué podía tener que decir de mí?

—¿No tienes nada que añadir? —preguntó Teerman, arqueando una ceja pálida.

—No, lo siento —Sacudí la cabeza— No sé lo que le ha podido decir la sacerdotisa Analia. La vi por última vez hace una semana, en el saloncito del primer piso, y todo parecía en orden.

—Estoy seguro de que sí, ya que pasaste solo media hora ahí antes de marcharte de manera inesperada —comentó el duque— Me han informado de que no dedicaste ni un segundo a tus labores de bordado y no entablaste ninguna conversación con las sacerdotisas.

La irritación bulló en mi interior, pero sabía bien que no debía ceder ante ella. Además, si esto era lo que le había disgustado, era mucho mejor de lo que había temido.

—Mi mente estaba ocupada con el Rito que se avecina —mentí. La verdadera razón de que no participara en la conversación era que las mujeres habían pasado todo el tiempo despotricando de las damas en espera y comentando cómo no eran dignas de la Bendición de los dioses— Estaría soñando despierta.

—Estoy seguro de que estás muy nerviosa por lo del Rito y, si esto hubiese sucedido solo en una ocasión, habría pasado por alto tu mala conducta con facilidad —Era mentira. El duque jamás pasaba por alto ninguna mala conducta— Pero acabo de oír que ahora mismo estabas en el atrio —continuó.

Dejé caer los hombros en señal de derrota.

—Sí, lo estaba. No sabía que no debía estar ahí —me defendí, y no era mentira— No voy demasiado a menudo, pero…

—Que pases tiempo en el atrio no es el problema y tú eres lo bastante lista como para saberlo. No te hagas la inocente conmigo —Abrí la boca, pero lo pensé mejor y la cerré de nuevo— Estabas hablando con dos de las damas en espera —continuó— Sabes que no está permitido.

Sabía lo que se me venía encima, así que guardé silencio. Jamás hubiera pensado que se enteraría tan pronto. Alguien debía de haber estado observando la escena. Quizás su secretario, o uno de los otros guardias reales.

—¿No tienes nada que decir? —me preguntó.

Agaché la cabeza y miré al suelo. Podría decirle la verdad. Que no había dicho más que una frase a las damas y que esta era, por lo que yo sabía, la primera vez que habían ido al atrio. Sin embargo, no serviría de nada. La verdad no funcionaba con el duque.

—Una Doncella tan tímida… —murmuró el lord.

Casi pude sentir cómo se me afilaba la lengua, pero suavicé mis palabras todo lo posible.

—Lo siento. Debí marcharme cuando ellas llegaron, pero no lo hice.

—¿Por qué no?

—Tenía… curiosidad. Estaban hablando del Rito —le dije, levantando la vista.

—Eso no me sorprende. Siempre fuiste una niña activa con una mente curiosa que saltaba de una cosa a otra. Una costumbre que ya le advertí a la duquesa que te costaría quitarte de encima —continuó, sus facciones cada vez más tensas, un repentino destello de anticipación en los ojos— La sacerdotisa Analia también me ha informado de que teme que tu relación con tu dama de compañía se haya vuelto demasiado familiar.

Enderecé la columna mientras él se daba la vuelta y estiraba el velo que había colgado del respaldo de una silla. La parte de atrás de mi cabeza empezó a hormiguear cuando hablé.

—Matsuri ha sido una dama de compañía maravillosa y, si mi amabilidad y gratitud se han confundido con cualquier otra cosa, entonces me disculpo.

El duque lanzó una larga mirada en mi dirección.

—Sabía que quizás fuese difícil mantener unos límites claros con alguien con quien pasas tanto tiempo, pero una Doncella no busca intimidades del corazón ni de la mente con aquellos que la sirven, ni siquiera con aquellos que se van a convertir en miembros de la Corte. Jamás debes olvidar que no eres como ellos. Fuiste Elegida por los dioses en el momento de tu nacimiento y ellos son elegidos en su Rito. Jamás seréis iguales. Jamás seréis amigas.

Las palabras que forcé a salir por mi boca arañaron mi corazón.

—Lo entiendo.

Teerman bebió otro trago.

¿Cuánto habría bebido ya? Mi corazón empezó a latir al triple de su velocidad habitual. Una vez de las que había disgustado al duque, me había impartido su lección después de deleitarse con lo que oí a los guardias llamar «Ruina Roja», un licor elaborado en los Acantilados de Hoar. El lord también había estado presente. Aquella vez me dio tal paliza que tardé varios días en poder volver a entrenar con Yamato.

—No creo que lo entiendas —Su tono se endureció— Fuiste Elegida cuando naciste, Sakura. Solo una persona más ha sido Elegida jamás por los dioses. Es la razón de que el Señor Oscuro enviara Demonios a por tu familia. Es la razón de que tus padres fuesen asesinados.

Me volví a encoger y noté un gran vacío en el estómago.

—Eso duele, ¿no? Pero es la verdad. Esa debió de ser la única lección que necesitaras jamás —Dejó el vaso sobre la mesa y se giró hacia mí mientras el lord descruzaba las piernas— Pero entre tu falta de conciencia en cuanto a cruzar límites, tu falta de atención con la sacerdotisa Analia, tu descarada desconsideración por todo lo que se espera de ti y… —alargó la palabra, disfrutando del momento— la actitud que mostraste ayer hacia mi persona… ¿Qué? ¿Creías que no te iba a decir nada acerca de tu comportamiento cuando estábamos hablando de la sustitución de Kanuro?

El aire que aspiré no hizo nada por llenarme los pulmones.

No se llamaba así.

—Me devolviste la mirada como si desearas hacerme daño físico —Se rio entre dientes, divertido por la idea de que pudiese hacer tal cosa— Esa reunión habría terminado de manera muy diferente si no hubiese habido otras personas presentes y no hubiésemos estado ahí para hablar de que Indra ocupara el puesto de Kanuro …

—Kankuro —espeté—. Su nombre es Kankuro, no Kanuro.

—Ahí está —Lord Shimura repitió las palabras que había dicho la noche que habían encontrado a Malessa muerta. Se rio bajito— Ya no eres tan tímida.

Le hice caso omiso.

—Querrás decir que su nombre era Kankuro —dijo Teerman, con la cabeza ladeada. Volví a aspirar un aire que no pareció llegar a ninguna parte— ¿Y de verdad importa? No era más que un guardia real. Se hubiese sentido honrado de que me acordara de él siquiera. —Ahora sí que tenía ganas de infligirle daño físico— Sea como fuere, acabas de demostrar que debo redoblar mis intentos por cumplir mi compromiso de lograr que estés más que preparada para tu Ascensión. Parece que he sido demasiado benévolo contigo —El brillo de sus ojos se avivó— Por desgracia, eso significa que requieres otra lección más. Esperemos que sea la última. Aunque por alguna razón, lo dudo.

Mis dedos se quedaron agarrotados donde los estaba retorciendo. La ira brotó tan deprisa que me sorprendió no echar fuego por la boca cuando solté el aire. Eso era justo lo que esperaba Teerman. Si no encontraba una razón para darme una lección, le daría un ataque de nervios absoluto.

—Sí —Escupí la palabra, a punto de perder el control— Esperemos que así sea.

Me fulminó con la mirada, y pasó un momento largo y tenso.

—Creo que cuatro latigazos deberían bastar.

Antes de que pudiera recordarme a mí misma quién era yo y lo que era Teerman, la furia bulló en mi sangre y tomó el control. Nada de lo que me había echado en cara importaba. Ninguna de esas cosas tenía nada que ver con que los Descendentes y el Señor Oscuro estuviesen detrás de mi intento de secuestro y el asesinato de Kankuro. Los dioses bendecían a los Ascendidos con algo cercano a la inmortalidad y una fuerza inimaginable, y ¿pasaban el tiempo preocupándose de con quién hablaba yo? No pude reprimirme.

—¿Está seguro de que bastarán? No querría que se quedara con la sensación de no haber hecho lo suficiente.

Los ojos del duque se endurecieron.

—¿Qué tal suenan siete? —La aprensión se apoderó de mí, pero ya había recibido diez alguna vez—. Veo que ese número te gusta más —comentó el duque— ¿Tú qué opinas, Danzo?

—Creo que será suficiente.

Era imposible pasar por alto el ansia en su tono. El duque me miró de nuevo.

—Ya sabes dónde ponerte.

Mantuve la barbilla bien levantada, aunque me costó un mundo pasar por su lado sin agarrarlo del cuello. Eso fue lo peor mientras me dirigía a la reluciente superficie despejada de su escritorio. Los Ascendidos eran más fuertes que el más dotado de los guardias, pero ni Teerman ni Shimura habían movido ni un dedo en combate desde la Guerra de los Dos Reyes. Podía noquearlo con facilidad. Pero ¿después qué? Habría más lecciones y, al final, la reina Ileana se enteraría. Se sentiría decepcionada, realmente decepcionada, y a diferencia del duque, lo que la reina pensara y sintiera sí me importaba. No porque yo fuese su favorita, sino porque había sido ella la que se había ocupado de mí cuando era una niña herida y aterrorizada. Sus manos habían cambiado mis vendajes y me habían consolado cuando gritaba y lloraba por mi madre y mi padre. Y había sido la reina Ileana la que se había sentado conmigo cuando no podía dormir y me aterraba la oscuridad. Había hecho cosas que ninguna reina tenía por qué hacer. Sin que ella se hubiese preocupado por mí como habría hecho mi propia madre, me hubiera sentido perdida de un modo del que dudaba que hubiese podido recuperarme jamás.

Me detuve delante del escritorio, me temblaban las manos con una rabia apenas contenida. Estaba convencida, en el fondo de mi corazón, de que si la reina Ileana supiese lo que el duque hacía en esta habitación, las cosas no acabarían bien para el Ascendido.

Por el rabillo del ojo, vi al lord inclinarse hacia delante cuando Teerman agarró la fina vara roja. Deslizó la mano por toda su longitud.

Pero la reina no lo sabría. Las cartas enviadas a la capital siempre se leían y yo no la vería hasta que regresara. ¿Y entonces? Entonces le contaría todo. Porque si el duque me hacía esto a mí, estaba segura de que se lo debía de hacer a otros. Aunque nadie hablara de ello jamás.

El duque se situó a mi lado, ese destello de ansia convertido ahora en un auténtico fulgor en sus ojos.

—No estás preparada, Sakura. A estas alturas, ya deberías saberlo.

Apreté los dientes y aparté la mirada mientras levantaba las manos hacia la hilera de botones. Mis dedos solo temblaron una vez y luego se aquietaron mientras desabrochaba el corpiño, muy consciente de que Shimura había escogido su asiento a sabiendas de lo que venía a continuación. No había nada que se interpusiera en su vista.

El duque permaneció a mi lado. Contempló cómo el corpiño de mi vestido se abría para dejar al descubierto la finísima ropa interior de debajo. Todo ello resbaló por mis hombros hasta que la tela quedó arremolinada en mi cintura. El aire frío se deslizó por mi espalda y mi pecho, y deseé poder quedarme ahí de pie como si nada de aquello me afectara lo más mínimo. Deseé poder ser fuerte y valiente e inalterable. No quería que vieran lo humillante que era aquello, lo mucho que me molestaba que me vieran así, que no fuese alguien de mi elección, alguien que se lo mereciera. Pero no pude.

Con las mejillas rojas como un tomate y los ojos escocidos, crucé un brazo por delante del pecho.

—Esto es por tu propio bien —dijo Teerman, su voz ronca y áspera cuando se puso detrás de mí— Esta es una lección necesaria, Sakura, para garantizar que te tomas tu preparación en serio y te dedicas a ella en cuerpo y alma, de modo que no deshonres a los dioses.

Casi sonaba como si se creyera lo que estaba diciendo, como si no estuviese haciendo aquello solo porque le excitaba infligir dolor. Pero yo conocía la verdad. Sabía lo que haría Shimura si pudiera y había visto la expresión en los ojos del duque. La había visto muchísimas veces en el pasado, cuando había cometido la equivocación de mirar. El tipo de mirada que me indicaba que, si no fuese la Doncella, me infligiría un tipo de dolor muy diferente. Igual que haría Shimura. No pude evitar el estremecimiento que siguió a ese pensamiento.

Un segundo más tarde, noté su mano sobre mi hombro desnudo y todo en mi interior se replegó sobre sí mismo. No era solo el tacto de su piel demasiado fría contra la mía, sino también lo que no percibía de él. No percibía nada. Ni asomo de la tenue aflicción que todo el mundo llevaba en su interior, sin importar el tiempo que hubiese transcurrido desde que la fuente de ese dolor hubiese causado su daño. No había dolor de ningún tipo, y era así para todos los Ascendidos. Y aunque eso debería producirme cierto alivio, porque era seguro que no sentiría dolor alguno, solo me dejaba con la carne de gallina.

Era un recordatorio de lo diferentes que eran los Ascendidos de los mortales, lo que hacía la Bendición de los dioses.

—Prepárate, Sakura.

Planté la palma de la mano sobre el escritorio.

La habitación estaba en silencio, excepto por el sonido de las profundas respiraciones del lord. Entonces oí el suave silbido de la vara cortar a través del aire un segundo antes de que impactara contra mis riñones. Todo mi cuerpo dio una sacudida cuando el intenso dolor recorrió mi piel. El primer golpe siempre era una sorpresa, daba igual cuántas veces hubiese ocurrido antes ni que supiese lo que se avecinaba. Otro golpe aterrizó sobre mis hombros, solté una brusca bocanada de aire mientras un fuego ardiente se extendía por ellos.

Cinco más.

Recibí otro azote y mi cuerpo tembló cuando levanté la mirada. No haré ni un ruido. No haré ni un ruido. Mis caderas golpearon contra el escritorio con el siguiente impacto.

El sofá crujió cuando lord Shimura se levantó.

Con la piel al rojo vivo, me mordí el labio hasta que sentí el sabor de la sangre. Miré entre la bruma de las lágrimas hacia el cuadro de las devotas con velo y me pregunté cuán horribles debían de ser los atlantianos para que hombres como el duque de Masadonia y lord Shimura recibieran la Bendición de la Ascensión por parte de los dioses.