Ni la historia ni los personajes me pertenecen.
Capítulo 18
Tardé menos de veinticuatro horas en, una vez más, hacer algo de lo más insensato. Esta vez, sin embargo, podría acabar arrepintiéndome de ello. De todas las maneras en las que había imaginado que podría morir, jamás se me había ocurrido que pudiera suceder mientras tomaba prestado un libro en el Ateneo.
Había hecho cosas mucho más peligrosas a lo largo de mis dieciocho años de vida, momentos en que hubiese tenido más opciones de morir en el proceso. Un montón de ejemplos en los que me había sorprendido un poco incluso de salir del trance con mis extremidades y mi vida intactas. Pero ahí estaba, a un mísero paso de caer al vacío e ir al encuentro de mi muerte, aferrada al supuesto diario de una tal Srta. Shizune Colyns, el libro del que habían estado hablando Loren y Dafina. Era obvio que el libro constituía el tipo de material de lectura que la sacerdotisa Analia prohibiría de manera expresa. Y si me pillaran con él en mi poder, sería otra razón más para que creyera que no era respetuosa con mi deber como Doncella. Así que, por supuesto, tenía que leerlo. Había pasado un día aburridísimo. Ya había leído por lo menos tres veces todos los libros que Matsuri había conseguido pasarme a escondidas y era incapaz de obligarme a leer otra página repetida ni una sola vez más. A ella la habían vuelto a convocar la duquesa y las institutrices, y sabía que era probable que no la viera ni siquiera a la mañana siguiente. Así que me esperaba otro día de mirar a cuatro paredes de piedra, interrumpida solo por mi entrenamiento con Yamato. Y cuanto más tiempo pasaba dentro de mi habitación sin nada en que ocupar mi mente, más pensaba en lo que había dicho Indra acerca de todos los derechos que me habían arrebatado. No era como si no lo supiese ya, pero no era algo que los demás pareciesen percibir siquiera. A lo mejor era porque estaban conmigo todo el rato y esas cosas se habían convertido en costumbre. Pero para Indra, que era nuevo, nada de esto era normal. Y eso fue lo que me empujó a recorrer sin compañía la Arboleda de los Deseos hasta el Ateneo mientras Indra montaba guardia a la puerta de mi habitación, convencido de que estaba en el interior. Yamato estaba… bueno, no tenía ni idea de dónde estaba. Por el cansancio y la tristeza que había visto en sus ojos esa mañana, tenía la sensación de que la noche anterior lo habían llamado para encargarse de uno de los malditos y no me había invitado.
También tenía la sensación de que ya no iba a contar conmigo, lo cual me irritaba. Por supuesto, pensaba hablar del tema con él en cuanto tuviese la oportunidad. No permitiría que me dejara al margen cuando podía ayudar a gente. Y él simplemente tendría que aguantarse. Aunque ahora mismo, tenía que concentrarme en evitar morir, o peor aún, que me pillaran.
El frío aire nocturno soplaba a mi alrededor mientras me mantenía pegada como una lapa a la pared de piedra, rezando a cualquier dios que quisiera oírme por que la cornisa de poco más de veinte centímetros de anchura no se hundiera bajo mi peso. Dudaba de que cuando la construyeron alguien hubiese tenido en cuenta que, en algún momento, una Doncella de una estupidez suprema se encontraría de pie sobre ella. ¿Cómo se había torcido aquello tantísimo? Colarme en el Ateneo no había sido difícil. Con mi informe capa negra, mi fiable máscara en su sitio y el rostro oculto debajo de la capucha, dudaba de que nadie en las calles de Masadonia hubiese sido capaz de distinguir si era hombre o mujer, no digamos ya la Doncella, mientras recorría a toda prisa el callejón hacia la puerta de atrás de la biblioteca. Moverme por la maraña de estrechos pasillos y escaleras sin ser vista también fue fácil. Sabía cómo deslizarme como un fantasma cuando era necesario, silenciosa y discreta. El problema empezó cuando encontré el diario encuadernado en cuero de la Srta. Colyns. En lugar de marcharme y volver al castillo como sabía que debía hacer, me colé en una salita vacía.
En verdad… me había estado volviendo loca encerrada en mi habitación y me espantaba la idea de volver. Y esos sofás tan mullidos parecían llamarme. El aparador lleno de bebidas, sin embargo, algo que me pareció raro encontrar en una biblioteca, me desconcertó. Aun así, me había sentado al lado de los grandes ventanales que daban a la ciudad en lo bajo y había abierto el viejo libro. Al final de la primera página, mis mejillas estaban escaldadas, tras descubrir lo que ocurre cuando alguien besa a otra persona no en la boca o en el pecho… como había hecho Indra antes de saber quién era yo, sino en un sitio mucho más íntimo. No podía parar de leer, prácticamente devoraba las páginas color crema. La Srta. Shizune Colyns había vivido una vida muy… interesante con muchas, muchas otras… personas fascinantes. Había llegado a la parte en la que hablaba de su breve aventura con el rey, cosa que no podía ni empezar a imaginarme, aunque tampoco quería, cuando oí voces a la puerta de la salita… una en concreto que jamás pensé que oiría en el Ateneo. La del duque. Oír su voz significaba que había estado tan absorta en el diario que no me había dado ni cuenta de que se había puesto el sol.
No me había hecho llamar la noche anterior, hoy tampoco. Con los preparativos del Rito, me habían dado un respiro temporal, y supuse que a Indra también puesto que seguía siendo mi guardia. Pero ese respiro terminaría de un plumazo si el duque me descubriera ahí. Y esa era la razón de que ahora estuviese encaramada en una cornisa por fuera de lo que resultó ser la salita privada del duque en el Ateneo. La única bendición que se me había concedido era que la ventana por la que me escabullí no fuera la que daba a la calle, sino la que miraba hacia la Arboleda de los Deseos.
Solo los halcones podían verme… o ser testigos de mi caída.
El tintineo de unos cubitos de hielo contra el cristal hizo que me tragara un quejido. El duque llevaba en la salita al menos media hora ya, y calculé que ese sería su segundo vaso de whisky. No tenía ni idea de lo que estaba haciendo. Con el Rito a punto de empezar en cuestión de horas, hubiese imaginado que estaría ocupado recibiendo a los nuevos lores y damas en espera, y a los padres que iban a entregar a sus terceros hijos e hijas a los templos. Pero no. Estaba ahí, bebiendo whisky a solas…
Llamaron a la puerta. Cerré los ojos y la parte de atrás de mi cabeza chocó con suavidad contra la pared. ¿Compañía? ¿Iba a recibir visita? A lo mejor los dioses me habían estado observando todo este tiempo y este era otro castigo más.
—Adelante —lo oí decir, y oí la puerta cerrarse con un leve chasquido unos instantes después— Llegas tarde.
Oh, vaya. Reconocí ese tono frío e inexpresivo. El duque no estaba contento.
—Mis disculpas, Excelencia. He venido en cuanto he podido —fue la respuesta.
Era una voz masculina, una que no reconocí de inmediato, lo cual significaba que podía ser una de muchas personas. Lores Ascendidos. Secretarios. Comerciantes. Guardias.
—No lo bastante pronto —repuso el duque, y sentí lástima de quien fuera el destinatario de lo que a buen seguro era una mirada muy desaprobadora— Espero que tengas algo para mí. Si es así, haría mucho por restaurar mi fe en ti.
—Así es, Excelencia. Tardé un poco, ya sabe que el hombre no era muy hablador.
—No, nunca lo son cuando los sacas de la vista pública, donde no pueden crear un espectáculo con sus palabras —comentó el duque— Supongo que has tenido que ser extremadamente convincente para conseguir que hablara.
—Sí. —Se oyó una risa hosca— No es atlantiano. Eso hemos podido confirmarlo.
—Es una lástima —dijo el duque.
Fruncí el ceño. ¿Por qué sería eso una mala noticia?
—He averiguado su nombre. Lev Barron, hijo primogénito de Alexander y Maggie Barron. Tenía dos hermanos. El segundo murió de una… enfermedad antes de su Rito, y el tercero fue entregado a los templos hace tres años. No había nada que indicara que fuese una persona de interés y su comportamiento en la asamblea fue inesperado.
Estaban hablando del Descendente, el que había tirado la mano del Demonio mientras el duque y la duquesa se dirigían a la gente después del ataque.
—¿Has investigado a su familia? —preguntó el duque.
—Sí. El padre murió. La madre vive sola en el Distrito Bajo. Fue útil para hacerlo hablar.
El duque se rio entre dientes y el sonido me revolvió el estómago.
—¿Qué más has averiguado?
—No creo que tuviese demasiadas conexiones dentro de la comunidad de Descendentes. Dice que nunca ha visto al Señor Oscuro y no cree que esté en la ciudad.
Una oleada de alivio bulló y se extendió por mi interior, aun cuando una ráfaga de viento levantó los bordes de mi capa.
—¿Y le creíste? —preguntó el duque.
—Le di buenas razones para no mentir —contestó el hombre, que supuse que era uno de los guardias. Pensé en la madre del hombre.
¿Habría sido ella una de las razones para que empezara a cantar? Si así fuera, la idea pesaba como una losa sobre la boca de mi estómago. Había que tratar a los Descendentes con dureza, pero no estaba segura de cómo me sentía acerca de utilizar a familiares para sonsacar información.
—¿Y te dijo algo sobre lo que había dicho? ¿Lo de los terceros hijos e hijas?
—Todo lo que dijo fue que sabía la verdad: que no estaban al servicio de los dioses y que todo el mundo se enteraría pronto.
—¿No dijo cuál creía que era la verdad?
Giré la cabeza hacia la ventana, prácticamente sin respirar. Me encantaría saber qué creía ese hombre que estaba pasando.
—No, Excelencia. La única otra información que logré sacarle fue cómo había conseguido una mano de Demonio —explicó, y eso era, bueno… algo útil de saber— Parece ser que la cortó del cuerpo de uno de los guardias que había resultado infectado y había vuelto a la ciudad. Ayudó a la familia a acabar con el guardia después de que cambiara.
—Muerte con dignidad —se mofó el duque. Abrí los ojos como platos. ¿Lo… lo sabía? ¿Sabía eso? ¿Sabía de nuestra existencia?— Esos blandengues serán la muerte de la ciudad entera un día de estos.
Esa afirmación fue un pelín excesiva, pero no se me había ocurrido que pudiese haber Descendentes en la red.
—No te diría por casualidad quién estuvo implicado en matar al Demonio recién convertido, ¿verdad? —preguntó.
—No. No quiso hacerlo.
—Eso también es una lástima. Me hubiese encantado saber quién no se puso en contacto con nosotros y por qué. —El duque suspiró, como si esa fuese la peor cosa de no saber— ¿Tienes algo más que informar?
—No, Excelencia.
No hubo una respuesta inmediata, pero entonces el duque preguntó:
—¿El Descendente todavía respira?
—Por ahora, sí.
—Bien —Sonó como si se levantara y recé por que eso significara que se marchaba. Por favor, dioses, que signifique que se va— Creo que le haré una visita en persona.
Arqueé las cejas. Eso sí que me sorprendió.
—Como desee —Hubo un momento de silencio— ¿Habrá un juicio para el que tengamos que prepararnos?
Casi me eché a reír. A los Descendentes no se les concedía un juicio de verdad. Se los exhibía en público, momento en el cual se les leían sus cargos. A continuación, se los ejecutaba.
—No habrá ninguna necesidad después de mi visita —dijo el duque. Me quedé boquiabierta.
El significado estaba claro. Si no había juicio, significaba que no habría ejecución pública, y la única razón para que ocurriera eso sería que el Descendente ya estuviera muerto. Ya había ocurrido antes con Descendentes encarcelados. Por lo general, se creía que habían puesto fin a sus propias vidas o habían muerto a manos de un guardia demasiado contundente, pero ¿podía ser que el duque estuviese impartiendo justicia por su cuenta?¿El mismo Ascendido que yo dudaba de que se hubiese manchado las manos de sangre desde la Guerra de los Dos Reyes? Tampoco debería sorprenderme tanto. El hombre tenía una vena cruel y una maldad en su interior de un kilómetro de ancho, pero siempre las mantenía bien ocultas bajo una máscara de urbanidad. Tampoco debería molestarme la idea de que mataran al Descendente sin la farsa de un juicio. Los Descendentes apoyaban al Señor Oscuro, y aunque algunos de ellos no hubiesen participado en las revueltas y el derramamiento de sangre, sus palabras sí que habían sembrado las semillas que habían causado esas desgracias en más de una ocasión. Pero… me molestaba la idea de que alguien fuese asesinado en una celda oscura y húmeda, a manos de un Ascendido que apenas era mejor que un atlantiano.
Por fin, la puerta se abrió y se cerró y no quedó nada más que silencio. Esperé. Agucé el oído para ver si detectaba algún sonido, pero no oí nada. Me pregunté por qué el duque había decidido celebrar esa reunión ahí; asimismo, me sorprendía lo mucho que sabía de la red. Empecé a avanzar por la cornisa a paso de tortuga, aferrando el diario contra mi pecho con los dedos entumecidos. Me acerqué a la ventana… Oí un pequeño clic dentro de la habitación. Me quedé paralizada. ¿Había sido la puerta que se cerraba de nuevo? ¿O era el pestillo? Oh, por todos los dioses, si la habían cerrado con pestillo tendría que reventarla. Espera… el pestillo solo podía echarse desde dentro. ¿Había entrado otra persona en la salita? ¿Sería el duque? No había forma de que supiera que estaba ahí fuera, a menos que de repente pudiera ver a través de las paredes. ¿Quién más…?
—¿Sigues ahí, princesa?
Me quedé de piedra. Alucinada de oír su voz. Indra. Era Indra. En esa sala. No podía creerlo.
—¿O ya te has estampado contra el suelo? —continuó. Por un breve instante, me planteé los méritos de saltar— De verdad espero que ese no sea el caso, pues estoy bastante seguro de que me dejaría en mal lugar, puesto que había dado por sentado que estabas en tu habitación. —Una pausa— Comportándote. Y no sobre una cornisa a bastantes metros de altura, por razones que no puedo ni empezar a imaginar pero que me muero por saber.
«Maldita sea», susurré.
Miré a mi alrededor en busca de una ruta de escape. Lo cual era una estupidez. A menos que de repente me salieran alas, la única salida era a través de la ventana. Una décima de segundo más tarde, Indra asomó la cabeza y levantó la vista hacia mí. El suave resplandor de la lámpara de aceite se reflejaba en su pómulo mientras levantaba una ceja.
—¿Hola? —dije, con un hilillo de voz.
Me miró un momento.
—Entra —No me moví. Con un suspiro tan exagerado que debería haber hecho temblar las paredes, estiró una mano hacia mí— Ahora.
—Podrías decir por favor —mascullé. Entornó los ojos.
—Hay un montón de cosas que podría decirte que deberías estar contenta de que me esté guardando para mí mismo.
—Lo que tú digas —refunfuñé— Aparta.
Esperó, pero cuando vio que no tomaba su mano, desapareció dentro de la habitación sin dejar de quejarse entre dientes.
—Si te caes, te vas a meter en un gran lío.
—Si me caigo, estaré muerta, así que no sé muy bien cómo estaría también en un lío.
—Saku —espetó, cortante, y no pude evitarlo: sonreí.
¿Era la primera vez que me llamaba así? Eso pensé, mientras avanzaba con tiento por la cornisa. Me agarré al dintel de la ventana y me agaché para entrar. Indra estaba de pie al lado del sofá, pero en cuanto me vio, se movió a la velocidad del rayo. Sobresaltada, di un respingo hacia atrás, aunque no caí. Indra había pasado un brazo alrededor de mi cintura. Un segundo después, estaba dentro de la sala, mis pies en suelo firme y el diario sujeto entre su pecho y el mío. Aun así, casi todo nuestro cuerpo estaba en contacto. Mi estómago y mis piernas estaban apretados contra los suyos y, cuando aspiré una bocanada de aire, casi pude saborear su aroma a especias oscuras y a pino en la lengua. Antes de que pudiese decir ni una palabra, levantó la mano y agarró la parte de atrás de mi capucha.
—No lo… —empecé.
Demasiado tarde. Me quitó la capucha de un tirón.
—Una máscara. Esto me trae viejos recuerdos.
Sus ojos recorrieron mi rostro, se deslizaron por los mechones de pelo que habían escapado de mi trenza y ahora rozaban mis mejillas. Me sonrojé mientras intentaba liberarme. Él no me soltó.
—Entiendo que es posible que estés enfadado…
—¿Es posible? —se rio.
—Vale. Es seguro que estás enfadado —me corregí— Pero te lo puedo explicar.
—Eso espero, porque tengo muchísimas preguntas —afirmó, sus ojos oscuros centelleantes mientras miraba los míos— Empecemos por cómo has salido de tu habitación y terminemos con por qué demonios estabas sobre esa cornisa.
Lo último que quería era contarle lo de la entrada de servicio. Intenté poner un poco de espacio entre nosotros.
—Puedes soltarme.
—Puedo, pero no sé si debería. Quizás hagas algo aún más imprudente que trepar a una cornisa que no puede medir más de veinte centímetros de anchura.
—No me he caído —protesté, con los ojos entornados.
—Como si eso mejorase de algún modo toda esta situación.
—No he dicho eso. Solo estoy señalando que tenía la situación completamente bajo control.
Indra parpadeó y luego se echó a reír. Soltó una carcajada desde lo más hondo de su ser y el sonido retumbó a través de mí, provocándome una repentina oleada de intensos y ardientes escalofríos. Por suerte, no pareció percatarse de mi reacción.
—¿Tenías la situación bajo control? No me gustaría saber lo que ocurre cuando no la tienes.
No respondí porque dudaba de que pudiera decir nada que me beneficiara. Nuestra proximidad tampoco me beneficiaba lo más mínimo. Como en el Adarve, la forma en que me sujetaba contra él me recordaba a cuando estuvimos juntos en la Perla Roja, y eso era algo que no necesitaba ayuda para recordar. Era difícil pensar con claridad cuando me sujetaba tan cerca. Me contoneé para intentar escurrirme de su agarre, pero solo conseguí que nuestros cuerpos estuviesen aún más en contacto. El brazo de Indra se apretó a mi alrededor y su actitud parecía haber cambiado. Como si ya no me estuviese inmovilizando, sino… sino estrechando entre sus brazos. Abrazando. Me dio un vuelco al corazón mientras levantaba despacio la vista hacia él. Indra me miró, las líneas de su boca tensas como el silencio que se alargó entre nosotros. Sabía que debería exigirle que me soltara. Mejor aún, debería obligarlo a hacerlo. Sabía cómo escapar de una llave así, pero… no me moví. Ni siquiera cuando levantó la otra mano y puso los dedos debajo de la máscara. Estar ahí de pie, permitiendo esto, era quizás la tortura más dulce a la que me había sometido jamás. Vaciló un instante y me pregunté si estaba esperando a ver qué hacía yo, lo que diría. Cuando seguí sin hacer nada, sus ojos cambiaron a un ámbar fiero y ardiente. Sus dedos resbalaron de la máscara y recorrieron despacio la curva de mi pómulo. Me hormigueaba toda la piel mientras sus ojos seguían el camino que recorrían sus dedos. Los deslizó por mi cara y por encima de mis labios entreabiertos. Inspiré con esfuerzo. Notaba el pecho demasiado comprimido de pronto.
Indra bajó la barbilla y se me cortó la respiración cuando empezó a agachar la cabeza. Cada músculo de mi cuerpo pareció ponerse en tensión con una embriagadora mezcla de pánico y anticipación. Había una intención en la manera que aletearon sus pestañas, en cómo se inclinó hacia mí. Me iba a besar. Los latidos de mi corazón empezaron a bailar cuando deslizó los labios por mi mejilla, dejando un rastro de fuego a su paso. Sabía lo que debía hacer, pero no lo hice. A lo mejor Indra había tenido razón cuando dijo que podía tener todo lo que quisiera cuando, con una máscara, podía fingir que nadie sabía quién era. Tenía que tener razón. Porque mis ojos se cerraron y no me moví. Indra había sido mi primer beso, pero si me besaba ahora… este sería nuestro verdadero primer beso. Ahora él sabía quién era yo. Me había visto sin velo. Lo sabía.
Y yo quería que ocurriera.
Le quería a él.
Mi corazón me aporreaba el pecho cuando sus dedos llegaron a mi barbilla. Echó mi cabeza hacia atrás y sentí como si me cayera. Su boca se movió hacia mi oreja y su aliento tibio me produjo un cosquilleo cálido por todo el cuerpo.
—Saku —murmuró, la palabra sonó ronca, gruesa.
—¿Sí? —susurré yo, y apenas reconocí mi propia voz.
Sus dedos se deslizaron por mi cuello.
—¿Cómo saliste de la habitación sin que yo te viera?
Abrí los ojos de golpe.
—¿Qué?
—¿Cómo saliste de tus aposentos? —repitió.
Tardé un momento en darme cuenta de que no intentaba besarme. Solo estaba tratando de distraerme. Me sentí como una idiota de siete tipos diferentes. Maldije en voz baja y tiré para zafarme. Esta vez, me soltó. Con la cara al rojo vivo, di un paso atrás, luego varios más. Bajé el diario mientras aspiraba una temblorosa bocanada de aire.
Qué… estúpida era, madre mía.
Desesperada por no dejarlo ver lo cerca que había estado de permitir que me besara o el hecho de que hubiera pensado que iba a hacerlo, levanté la barbilla. Sin embargo, la situación aún escocía y no sentí ningún alivio.
—A lo mejor salí caminando delante de tus propias narices.
—No, no lo hiciste. Y sé que no saliste por una ventana porque eso habría sido imposible —repuso— Así que ¿cómo lo hiciste?
La frustración se avivó y me giré hacia la ventana. Agradecí la brisa fresca que se colaba por ella. Quizás fuese lo bastante tonta como para que me hubiese pillado, pero no era tan tonta como para creer que podría no contarle la verdad.
—Hay un viejo acceso de servicio a mis aposentos —Apreté las manos en torno al diario— Desde ahí, puedo llegar a la planta baja sin ser vista.
—Interesante. ¿Y dónde desemboca en la planta baja?
Solté un bufido al girarme otra vez hacia él.
—Si quieres saber eso, tendrás que averiguarlo por tu cuenta.
—Muy bien —aceptó, con una ceja arqueada.
Le sostuve la mirada y no pude evitar reconocer que seguía sin sentir ningún alivio. Solo quedaba… por todos los dioses, solo quedaba desilusión por que no me hubiera besado. Y si eso era indicativo de algo, era de que necesitaba recuperar el control de mí misma.
—Así es como llegaste al Adarve sin que te vieran —dedujo. Me limité a encogerme de hombros— Supongo que Yamato lo sabe. ¿Lo sabía Kankuro?
—¿Acaso importa?
—¿Cuánta gente sabe de la existencia de esa entrada? —preguntó, la cabeza ladeada.
—¿Por qué lo preguntas? —pregunté a mi vez.
Indra dio un paso hacia mí.
—Porque es un problema para la seguridad, princesa. Por si lo has olvidado, el Señor Oscuro te quiere atrapar. Una mujer ya ha sido asesinada y ya ha habido un intento de secuestro que sepamos. Ser capaz de moverse por el castillo sin que lo vean, directo hasta tus aposentos, es el tipo de información que encontraría de lo más valiosa.
Un escalofrío recorrió mis hombros.
—Algunos de los sirvientes que más tiempo llevan en el castillo de Teerman conocen la entrada, pero la gran mayoría no. No es un problema. La puerta se cierra por dentro. Alguien tendría que tirarla abajo y yo estaría preparada si eso sucediera.
—Estoy seguro de que sí —murmuró Indra.
—Y no he olvidado lo que le pasó a Malessa, ni que alguien intentó secuestrarme.
—¿Ah, no? Entonces supongo que simplemente no tuviste nada de eso en cuenta cuando decidiste darte un paseíto por la ciudad hasta la biblioteca.
—No me he dado un paseíto por ningún sitio. Vine por la Arboleda de los Deseos y estuve en la calle menos de un minuto —le informé— También llevaba la capa bien ceñida y esta máscara puesta. Nadie podía ver ni un solo centímetro de mi cara. No estaba preocupada por que pudieran secuestrarme, pero también vine preparada, solo por si acaso.
—¿Con tu pequeña daga de confianza? —El hoyuelo reapareció.
—Sí, con mi pequeña daga de confianza —espeté, a unos dos segundos de tirarle la cosa a la cara. Otra vez— No me ha fallado nunca hasta ahora.
—¿Así es como evitaste que te secuestraran la noche que mataron a Kankuro? —conjeturó— El hombre no huyó al oír que se aproximaban los guardias.
Solté un resoplido sonoro. No servía de nada mentir acerca de esto ahora.
—Sí. Lo corté. Más de una vez. Estaba herido cuando le indicaron que se retirara. Espero que haya muerto.
—Qué violenta eres —comentó Indra, casi como un ronroneo.
—No haces más que decir eso, pero en realidad no lo soy.
Indra volvió a reírse, el sonido profundo y real.
—Lo que pasa es que no eres consciente de ello.
—Lo que tú digas —musité— ¿Cómo te diste cuenta siquiera de que me había marchado?
—Fui a ver cómo estabas —explicó, al tiempo que deslizaba una mano por el respaldo del sofá— Pensé que a lo mejor querías compañía y parecía estúpido que yo estuviese ahí plantado en el pasillo, aburrido como una ostra, mientras tú estabas dentro de tu habitación, seguramente tan aburrida como yo. Cosa que es obvio que era cierta, puesto que te fuiste.
Lo que dijo me pilló por sorpresa.
—¿De verdad? —Levantó las cejas— Quiero decir, ¿de verdad fuiste a verme para preguntarme… si quería compañía?
Indra asintió.
—¿Por qué mentiría sobre eso?
—Yo… —No sabía cómo explicarle que ni siquiera Yamato hacía eso cuando le tocaba turno de vigilancia. Mis guardias no lo tenían permitido, pues el duque lo consideraría una relación demasiado familiar. Aunque nadie iba nunca a ver qué pasaba en el ala vieja. Aun así, Yamato se quedaba fuera y yo me quedaba dentro, pero Indra era diferente. Eso lo había demostrado desde el primer momento. Negué con la cabeza— No importa.
Indra se quedó callado y, cuando lo miré, vi que se había acercado. Estaba apoyado contra el sofá.
—¿Cómo acabaste en la cornisa?
—Bueno, esa es una historia graciosa…
—Supongo que lo es. Así que, por favor, no te guardes ni un detalle. —Cruzó los brazos. Yo suspiré.
—Vine a buscar algo que leer y me metí en esta salita. Yo… no quería volver a mi cuarto tan pronto y no pensé que esta habitación fuera especial en nada —Miré de reojo el armarito de los licores; debía de haberme servido de advertencia— Estaba aquí dentro y oí al duque en el pasillo. Así que esconderme en una cornisa era una opción muchísimo mejor que dejar que me pillara.
—¿Qué habría pasado si te hubiera pillado?
—No lo hizo —dije, encogiéndome de hombros otra vez— y eso es todo lo que importa —Me apresuré a seguir hablando— Tuvo una reunión aquí con un guardia de la prisión. Al menos, creo que era un guardia. Hablaron del Descendente que tiró la mano de Demonio. El guardia había conseguido hacer hablar al hombre. Dijo que el Descendente no creía que el Señor Oscuro estuviera en la ciudad.
—Bueno es saberlo.
Algo en su tono llamó mi atención. Lo miré.
—¿No le crees?
—No creo que el Señor Oscuro haya sobrevivido tanto tiempo dejando que se sepa su paradero, ni siquiera por parte de sus más fervientes seguidores —respondió.
Por desgracia, ahí tenía razón.
—Creo… creo que el duque va a matar al Descendente él mismo.
—¿Eso te molesta? —preguntó, la cabeza ladeada de nuevo.
—No lo sé.
—Creo que sí lo sabes pero no quieres decirlo.
Qué irritante era que tuviera razón… y tan a menudo.
—Es solo que no me gusta la idea de que alguien muera en una mazmorra.
—¿Y crees que morir en una ejecución pública es mejor?
—No exactamente. —Lo miré— Pero al menos entonces se hace de un modo que parece…
—¿Parece qué?
Aspiré una gran bocanada de aire.
—Al menos entonces no parece que lo estén escondiendo.
—Interesante.
Indra me devolvió la mirada, casi con curiosidad. Las comisuras de mis labios se curvaron hacia abajo.
—¿El qué?
—Tú.
—¿Yo?
Asintió, y entonces se movió. Alargó la mano a la velocidad del rayo y, antes de que me diera cuenta siquiera de lo que estaba haciendo, había agarrado el libro.
—¡No!
Pillada por sorpresa, mis dedos resbalaron por la cubierta de cuero y se me escapó de las manos. ¡Indra tenía el libro! Oh, por todos los dioses, tenía el diario y eso era peor que caer de la cornisa y matarme. Si veía de qué iba…
—¿El Diario de la Srta. Shizune Colyns? —Frunció el ceño mientras le daba la vuelta— ¿Por qué me suena el nombre?
—Devuélvemelo —Estiré la mano, pero Indra se alejó con ademán burlón— ¡Devuélvemelo ahora mismo!
—Lo haré si lees para mí. Estoy seguro de que esto tiene que ser más interesante que la historia del reino.
Abrió el libro. A lo mejor no sabía leer.
Por favor, que no supiera leer.
La sonrisa se borró despacio de su rostro. Por supuesto que sabía leer. ¿Por qué era tan injusta la vida?
Sus cejas oscuras treparon por su frente mientras pasaba las páginas. Sabía que estaba leyendo la primera página. La Srta. Shizune Colyns había sido extremadamente detallista sobre el beso íntimo.
—Qué material de lectura tan interesante.
Mis mejillas ardían con el fuego de un millar de soles y me pregunté cuánto se enfadaría Indra si le tirara la daga a la cara. Otra vez.
La sonrisa regresó a su cara, igual que el hoyuelo.
—Sakura. —Pronunció mi nombre con un tono tan escandalizado que hubiese puesto los ojos en blanco de no haber estado tan increíblemente abochornada— Esto es… un material de lectura muy escandaloso para la Doncella.
—Cállate.
—Eres una niña muy mala —me regañó, mientras sacudía la cabeza.
Eso sí que me indignó. Levanté la barbilla.
—No hay nada malo en que lea sobre amor.
—No he dicho que hubiera nada malo —Indra me miró— Aunque no creo que las cosas de las que escribe tengan nada que ver con el amor.
—Oh, ¿eres un experto o qué?
—Más que tú, me parece.
Cerré la boca de golpe. La verdad de esa afirmación picaba, así que me revolví.
—Es verdad. Tus visitas a la Perla Roja han sido la comidilla de muchas sirvientas y damas en espera, así que supongo que tienes una tonelada de experiencia.
—Alguien suena celosa.
—¿Celosa? —me reí, mientras ponía los ojos en blanco— Como he dicho antes, tienes una noción demasiado inflada de tu implicación en mi vida —Indra soltó una risotada burlona y volvió a hojear el libro. Irritada, me giré hacia el armarito de las bebidas. Un vaso pequeño se había quedado fuera— Solo porque tengas más experiencia con… lo que pasa en la Perla Roja, no significa que sepas lo que es el amor.
—¿Has estado enamorada alguna vez? —preguntó— ¿Alguno de los secretarios del duque ha llamado tu atención? ¿Uno de los lores? ¿O quizás un guardia valiente?
—No me he enamorado nunca —dije, negando con la cabeza.
—Bueno, ¿cómo lo sabrías?
—Sé que mis padres se querían mucho —Jugueteé con la tapa enjoyada del decantador— ¿Y tú qué? ¿Has estado enamorado, Indra?
No había esperado recibir una respuesta, así que cuando me dio una después de unos momentos, me quedé más que sorprendida.
—Sí.
Noté un extraño retortijón en el pecho que no entendí del todo. Giré la cabeza para mirarlo y entonces me di cuenta de que el frío doloroso se había aliviado. No tenía ni idea de qué había en él que tenía ese efecto sobre mí. Era probable que tuviese que ver con el hecho de que me irritaba.
—¿Alguien de tu región?
¿Todavía la quieres?
Esa era la segunda pregunta que bulló hacia la superficie, pero por la gracia de los dioses conseguí reprimirme de hacerla.
—Así es —Seguía absorto en el libro— Pero fue hace mucho tiempo.
—¿Hace mucho tiempo? ¿Cuando eras qué? ¿Un niño? —pregunté, consciente de que solo podía tener unos pocos años más que yo, a pesar del modo en que lo dijo, que lo hizo sonar como si fuese hace una eternidad.
Se rio y sus labios se curvaron hacia arriba en una medio sonrisita. El hoyuelo hizo acto de aparición en su mejilla derecha. El retortijón aumentó en mi interior.
—¿Cuánto de esto has leído?
—Eso no es asunto tuyo.
—Supongo que no, pero tengo que saber si llegaste a esta parte. —Se aclaró la garganta.
Espera.
¿Iba a leerlo en alto? No. Por favor, no.
—Solo he leído el primer capítulo —dije a toda prisa— Y parece que tú estás por la mitad del libro, así que…
—Bien. Entonces esto te resultará fresco y nuevo. Déjame ver, ¿por dónde iba? —Deslizó un dedo por la página y entonces dio un golpecito en el centro— Oh, sí. Aquí. «Fulton había prometido que cuando acabara conmigo no sería capaz de caminar erguida durante un día entero, y tenía razón». Uf. Impresionante.
Abrí mucho los ojos.
—«Las cosas que el hombre hacía con su lengua y sus dedos solo habían sido superadas por su sorprendentemente grande, intensamente palpitante y maliciosamente habilidosa…» —Indra se rio— Esta mujer tiene buena mano para los adverbios, ¿verdad?
—Ya puedes parar.
—«Virilidad».
—¿Qué? —exclamé.
—Ese es el final de esa frase —explicó y, cuando levantó la vista, supe de inmediato que lo que fuese que estaba a punto de salir por su boca me quemaría viva— Oh, puede que no sepas lo que quiere decir con virilidad. Creo que está hablando de su pene. Verga. Pija. Su…
—Oh, por todos los dioses —susurré.
—Su… aparentemente… super-grande, palpitante y habilidoso…
—¡Lo pillo! Lo entiendo a la perfección.
—Solo quería asegurarme. No querría que te diese demasiada vergüenza preguntar y creyeses que se refería a su amor por ella o algo.
—Te odio.
—No, qué va.
—Y estoy a punto de apuñalarte —le advertí— De un modo muy violento.
Un destello de preocupación cruzó su rostro mientras bajaba el libro.
—Vaya, eso me lo creo.
—Devuélveme el diario.
—Pues claro —Me lo ofreció y lo arranqué de sus manos a toda velocidad para estrecharlo contra el pecho— Todo lo que tenías que hacer era pedírmelo.
—¿Qué? —Me quedé boquiabierta— Ya te lo había pedido.
—Lo siento —No parecía sentirlo en absoluto— Tengo un oído selectivo.
—Eres… lo peor.
—Te has equivocado de palabra —Pasó por mi lado y me dio una palmadita en la parte de arriba de la cabeza. Le lancé un manotazo, pero fallé por poco— Quisiste decir que soy el mejor.
—No me he equivocado para nada.
—Vamos, tengo que llevarte de vuelta antes de que algo más que tu propia imprudencia te ponga en riesgo —Se paró al lado de la puerta. Y no olvides tu libro. Espero recibir un resumen de cada capítulo mañana.
Él y yo no íbamos a volver a hablar de ese diario jamás. Pero sí que me lo llevé conmigo cuando lo seguí hasta la puerta. Alargó la mano hacia el picaporte y solo entonces se me ocurrió algo.
—¿Cómo supiste dónde estaba?
Indra giró la cabeza para mirarme, una leve sonrisa danzaba por sus labios.
—Tengo una habilidad increíble para seguir rastros, princesa.
—Una habilidad increíble para seguir rastros —musité entre dientes a la tarde siguiente.
—¿Qué? —Matsuri se volvió hacia mí con el ceño fruncido.
—Nada. Hablo conmigo misma —dije. Respiré hondo y desterré todo pensamiento sobre Indra de mi cabeza— Estás preciosa.
Y era verdad.
Llevaba el pelo recogido, con unos cuantos rizos apretados para enmarcar su cara. Sus labios iban a juego con su máscara y su vestido, todos ellos de un rojo intenso y vibrante. El ceñido vestido sin mangas abrazaba su enjuto cuerpo. Cuando caminó hasta donde yo estaba, al lado de la chimenea, no solo estaba preciosa, lucía confiada y a gusto con su cuerpo y consigo misma. Me tenía fascinada.
—Gracias —Estiró la tela que cubría sus hombros y luego dejó caer la mano— Tú estás despampanante, Saku.
Un revoloteo brotó en mi pecho y se extendió a mi tripa.
—¿Tú crees?
—Por los dioses, sí. ¿Todavía no te has mirado al espejo?
Negué con la cabeza y Matsuri me miró alucinada.
—O sea que te has puesto el vestido… este preciosísimo vestido hecho a medida, y ¿no te has mirado al espejo siquiera? No solo eso. Has dejado que te peinara. Podía haber hecho que pareciera un nido de pájaros.
—Espero que no lo hicieras —apunté, con una risita nerviosa.
Matsuri sacudió la cabeza.
—Eres tan… rara a veces.
Lo era. No tenía problema en admitirlo. Pero era difícil explicar por qué no me había querido ver todavía. Era muy excepcional que me viera con cualquier otra cosa que no fuese blanco, e incluso cuando me vestía de otra manera para escaparme del castillo, no me miraba realmente. Y esto también era diferente porque me estaba permitido. Porque algunas personas que me conocían me verían… Indra me vería.
El revoloteo se convirtió en grandes aves de presa que empezaron a picotear mis entrañas. Estaba tan… nerviosa.
—Vamos —Matsuri me agarró de la mano y me arrastró a la sala de baño, donde estaba el único espejo de mis aposentos, uno grande, casi de cuerpo entero. Me condujo directa hacia donde estaba apuntalado contra el rincón— Mira.
Estuve a punto de cerrar los ojos, por tonto que pueda parecer, pero al final miré. Contemplé mi reflejo, no muy segura de si me reconocía, y no tenía nada que ver con la falta de velo y el antifaz rojo que había llegado con el vestido.
—¿Qué opinas? —preguntó Matsuri, y su reflejo apareció detrás del mío.
¿Qué opinaba? Me sentía… desnuda.
Mi vestido era precioso. De eso no había ninguna duda. Las mangas de gasa carmesí, del tono justo para ocultar las cicatrices de la cara interna de mis brazos, eran largas y sueltas, con un delicado reborde de encaje en los puños. La finísima tela era opaca en el pecho y hasta los muslos, se amoldaba a mis curvas y ocultaba todas las zonas pertinentes. La falda era suelta y una franja de gasa más gruesa creaba la ilusión de volantes cada pocos centímetros, pero todo lo demás era tan traslúcido como un camisón. La verdad es que tenía que haberme probado el vestido antes. Llevaba días colgado en mi armario. No tenía ni idea de por qué no lo había hecho.
Mentira. Sabía que si me lo hubiese probado, lo más seguro es que lo habría devuelto.
Matsuri me había convencido para dejarme casi todo el pelo suelto. Solo había retirado los laterales de mi cara, recogidos con pequeñas horquillas. El resto caía hasta la mitad de mi espalda en ondas suaves.
Indra me vería con ese vestido.
—A lo mejor podría usar el pelo como capa —sugerí.
Separé la melena en dos secciones y me las eché por encima de los hombros.
—Oh, por todos los dioses —se rio Matsuri, quitando mis manos de en medio. Cepilló las espesas ondas otra vez— No se ve nada.
—Lo sé, pero… —Me puse las manos frías contra las mejillas arreboladas.
—Nunca te habían dejado ponerte algo así —terminó ella por mí— Lo comprendo. No pasa nada por estar nerviosa. —Dio un paso atrás y rebuscó en la pequeña bolsa que había traído consigo— Pero estás preciosa, Saku.
—Gracias —murmuré, mirando mi reflejo. Sí que me sentía preciosa con ese vestido. Cualquiera lo haría.
Matsuri volvió a mi lado, un botecito en una mano y un fino pincel en la otra.
—Mantén los labios separados y no te muevas.
Hice como me había ordenado y me mantuve completamente quieta mientras me pintaba los labios del mismo tono que mi vestido. Cuando terminó, dio un paso a un lado. Mis labios estaban… brillantes. Jamás me había pintado los labios o los ojos hasta entonces. Como es obvio, no me estaba permitido. ¿Por qué? Se suponía que mi piel debía ser tan pura como mi corazón, o algo así. No tenía ni idea. Una vez, la duquesa me lo había explicado, pero puede que desconectara a mitad de esa conversación.
—Perfecta —murmuró Matsuri. Devolvió el botecito y el pincel a su bolsa— ¿Estás lista?
No. Para nada.
Pero tenía que estarlo. El Rito empezaría al anochecer y el sol ya se estaba poniendo.
Con el pulso acelerado, asentí. Matsuri me sonrió y creo que le devolví la sonrisa. O al menos esperé haberlo hecho mientras la seguía hacia la habitación principal. Me sentía un poco mareada cuando alargué la mano hacia la puerta para abrirla. Indra estaría ahí fuera con Yamato, y tenía ganas de dar media vuelta y echar a correr. Adónde, no tenía ni idea. Quizás a la cama, donde podría envolver la manta alrededor de…
Yamato estaba solo.
Miré a un lado y otro de la puerta, esperando ver a Indra, pero el pasillo estaba desierto.
—Estáis preciosas las dos —dijo Yamato.
Era… extraño verlo vestido con ropa que no fuese negra y sin la capa blanca de un guardia real. Iba vestido para el Rito, con una túnica sin mangas de un tono carmesí oscuro y pantalones a juego.
—Gracias —dijo Matsuri, y enroscó un brazo con el mío mientras yo murmuraba lo mismo. Yamato esbozó una sonrisa al mirarme.
—¿Estás segura de que estás lista, Saku?
—Lo está —contestó Matsuri por mí, y me dio unas palmaditas en el brazo.
—Lo estoy —dije, al darme cuenta de que Yamato no empezaría a andar si no decía nada.
Asintió y los tres emprendimos el camino pasillo abajo. ¿Indra no trabajaba esta noche? Había dado por sentado que los dos estarían de guardia hoy que yo estaría en el Rito, pero ¿y si me había equivocado? Pero él había dicho que sentía… curiosidad por verme. ¿No significaba eso que, aunque no estuviera de guardia, asistiría a la ceremonia?
Noté los intensos latidos de mi corazón mientras bajábamos las escaleras hacia el primer piso. No debería importarme que estuviera aquí, ni lo que había dicho. No me había vestido para él. Pero ¿dónde estaba?
Me dije que no debía preguntarlo. Me lo recordé una y otra vez, pero lo solté de todos modos.
—¿Dónde está Indra?
—Creo que tuvo que ir a ver al comandante. Se reunirá con nosotros en el Rito.
Sentí un gran alivio y, tras él, la casi dulce emoción de la anticipación. Solté el aire con fuerza. Si mi pregunta o mi reacción habían extrañado a Yamato, no lo demostró. Matsuri, en cambio, me apretó el brazo. La miré de reojo. Me sonrió y, a pesar de que el antifaz cubría sus cejas, sabía que una de ellas estaría levantada.
Seguimos nuestro camino hasta el vestíbulo, donde encontramos a mucha gente. Plebeyos y lores y damas, tanto ya Ascendidos como los que aún estaban a la espera, y trabajadores… Todos formaban un mar carmesí. Colonias y perfumes se mezclaban con los sonidos de risas y conversación. Era… mucho para asimilar mientras pasábamos por delante de una de las estatuas. Lo primero que hice fue cerrar mi don a cal y canto, fortificar mis muros. Pero mi corazón seguía acelerado cuando entramos en la sala de estandartes. El imponente arco del Gran Salón se abría delante de nosotros, iluminado con gran brillantez.
El aire parecía entrar y salir de mis pulmones sin ningún efecto. Y entonces llegamos al Gran Salón. Por todos los dioses… Había tantísima gente… Cientos de personas merodeaban por delante del estrado elevado, entre las columnas y en los recovecos formados por los ventanales. Por lo general, yo estaría en el estrado, apartada de la muchedumbre, pero esta noche no. Todavía me sorprendía que el duque y la duquesa no hubiesen exigido que me reuniera con ellos, pero simplemente no había sitio suficiente. No cuando había al menos media docena de miembros del templo en el estrado, incluida la sacerdotisa Analia, y el mismo número de guardias reales.
Miré a mi alrededor e intenté controlar mi respiración. Los estandartes blancos y dorados que solían colgar entre las ventanas y detrás del estrado habían sido sustituidos por los estandartes carmesíes del Rito, bordados con el sello real. Flores de un intenso tono rojo brotaban de las urnas, variantes de rosas y otras flores del mismo color. Al lado del estrado había una interrupción en el color, un manchurrón de blanco en medio de tanto rojo. Por una vez, no era yo la que destacaba. Ataviados con túnicas y vestidos blancos, los segundos hijos e hijas esperaban con sus familias. Detrás de ellos, estaban congregados los padres de los terceros hijos e hijas, sus niños en brazos. Todos ellos, incluso los padres, llevaban guirnaldas de rosas rojas e hilo de bramante sobre la cabeza.
—Si no vuelvo a ver una rosa jamás, viviré feliz —comentó Matsuri, siguiendo la dirección de mi mirada— No tienes ni idea de la cantidad de espinas que he tenido que quitarme de los dedos mientras hacía esas coronas.
—Sí, pero son preciosas —le dije, mientras Yamato escudriñaba a la multitud que seguía entrando.
La mayoría no nos prestaba atención alguna mientras paseábamos entre ellos. Solo unos pocos nos miraron dos veces al vernos. Se les abrían mucho los ojos detrás de sus antifaces cuando reconocían a Matsuri o a Yamato, conscientes de que tenía que ser yo la que iba entre ambos. Me sonrojé, pero casi nadie se percató. Para todos los demás, era solo… una más, igual que ellos. En gran medida, me confundía con ellos. No era nadie.
La presión se aflojó en mi pecho a medida que mi pulso se apaciguaba. Respirar empezó a resultar mucho más fácil y los muros mentales que bloqueaban mi don ya no parecían a punto de desmoronarse. No era la Doncella ahora mismo. Era Saku.
Cerré los ojos un instante, mis músculos tensos como la cuerda de un arco se relajaron. Esto… esto era lo que había estado deseando… poder ser solo Saku. Y eso hacía que estos momentos, esta noche, fuesen un poco mágicos.
Abrí los ojos y levanté la vista hacia el estrado otra vez, aunque hice caso omiso del extremo izquierdo, donde estaba la sacerdotisa. Vi a la duquesa, que hablaba con un guardia real al que reconocí porque solía estar a la puerta de la oficina del duque. Miré por todo el estrado, pero no vi al duque. Me preguntaba dónde estaría, cuando uno de los sacerdotes se reunió con la duquesa y el guardia real. Mis ojos se deslizaron hacia los que estaban delante del estrado y mi emoción se diluyó un poco al recordar a la familia Tulis. Debían de estar ahí con su hijo, preparándose para despedirse de otro hijo más. Esta noche no sería una celebración para ellos, ni…
—Doncella.
Se me pusieron de punta los pelos de la nuca al mirar hacia atrás, aunque ya sabía a quién vería.
Lord Danzo Shimura.
