Ni la historia ni los personajes me pertenecen.
Capítulo 19
Aparte del duque y del Señor Oscuro, él era la última persona a la que quería ver de pie detrás de mí. Como la de Yamato, su túnica no tenía mangas, y detrás de su antifaz, sus ojos negros como el carbón parecían brillar. Conseguí mantener la voz neutra al responder.
—Milord.
Una sonrisa sardónica de labios apretados retorcía su boca, mientras deslizaba los ojos por mi cuerpo, con una lentitud y una actitud que me hicieron desear ir enfundada de la cabeza a los pies en un saco. Al cabo de un rato, apartó la vista y asintió en dirección a Matsuri y a Yamato. A continuación, volvió a centrarse en mí.
—He oído que cierta sacerdotisa está muy descontenta contigo —La tensión volvió e hincó sus rígidas garras en mi cuello mientras lo miraba. El lord se acercó; demasiado para considerarse correcto— Creo que te espera otra lección, querida.
Ahogué una exclamación, casi mareada por su extraña colonia densa y almizcleña. Mis ojos volaron hacia los del lord cuando el aroma despertó un recuerdo. El hombre no había olido a colonia la noche en que me había arrinconado en aquella salita, la noche que habían asesinado a Malessa. Había olido a otra cosa… a algo dulce y almizcleño. Jazmín. Había olido a jazmín.
Mi cabeza volvió de inmediato al pétalo que encontré debajo de la butaca en la habitación donde habían encontrado a Malessa. No había habido jazmín en esa habitación, a menos que lo hubiesen sustituido por los lirios, pero ¿no había dicho Matsuri…?
—Perdone —intervino Yamato. Puso una mano sobre mi brazo— Tenemos que…
—No hay ninguna necesidad de que huyáis —Los ojos de Shimura seguían fijos en los míos— Seguiré mi camino. Disfrutad del Rito.
Y con eso, pasó por nuestro lado y bajó las escaleras hacia la planta principal del Gran Salón.
—¿De qué iba eso? —preguntó Yamato en voz baja.
—No ha sido nada —Mis pensamientos iban a toda velocidad. Me giré hacia Matsuri— Me dijiste que habías visto a Malessa el día que murió. Por la mañana, ¿verdad?
—Sí. La vi —afirmó Matsuri, los labios fruncidos.
—¿Llevaba un ramo de flores? ¿Te acuerdas del tipo de flores?
—Yo… —Parpadeó, dubitativa— No lo sé. Sé que eran blancas —El pétalo de la habitación había sido blanco, y seguro que era jazmín. Se me revolvió el estómago. Matsuri buscó mis ojos con su mirada— ¿Por qué lo preguntas?
—Eso —apuntó Yamato.
—No lo sé…
Miré entre la masa de gente, incapaz de encontrar al lord. Recordé cómo se había quedado en el umbral de la puerta, mirando a Malessa sin moverse. Había estado ahí cuando Kankuro me acompañó de vuelta a mis aposentos. Y antes había salido de una de las salitas. De cuál, no estaba segura, aunque ¿qué significaba nada de eso en cualquier caso? Podía haber estado con Malessa antes de que muriera, o podía ser solo una coincidencia, pero la había matado un atlantiano. Eso estaba claro. Ninguna otra criatura hubiese podido hacer semejante herida sin llenarlo todo de sangre.
—Saku —Yamato me tocó el brazo con suavidad mientras la sacerdotisa iba hacia el centro del estrado— ¿Va todo bien?
Asentí.
Hablaría con él más tarde sobre el tema, aunque ni siquiera estaba segura de lo que estaba pensando.
—¿Dónde está el duque? —susurró Matsuri— El Rito va a empezar.
Era verdad que seguía sin aparecer. La duquesa no hacía más que caminar hacia su izquierda, una zona del estrado a la que se podía acceder por la puerta de atrás.
—Estamos aquí reunidos esta noche para honrar a los dioses —empezó la sacerdotisa, acallando a la multitud congregada en la sala—. Para honrar al Rito.
—Perdón —sonó una voz suave desde detrás de nosotros.
Me giré al mismo tiempo que Yamato y me topé con otra sorpresa al reconocer a la mujer que estaba ahí de pie. Era Agnes.
Oh, por todos los dioses…
Abrí mucho los ojos cuando la mujer miró con nerviosismo de Yamato a mí. Iba vestida de rojo, como todos los demás, una falda y una blusa teñida a juego. Tenía mejor aspecto que la última vez que la había visto, pero había oscuras sombras bajo sus ojos que me indicaban que su luto no había sido fácil.
—Siento interrumpir —se disculpó. Mantuvo los ojos bajos— Te he visto… y he tenido que acercarme.
—No pasa nada —Yamato me lanzó una mirada— ¿Quieres hablar conmigo en algún sitio más privado? —La mujer asintió sin levantar la vista, aunque no creí ni por un segundo que no se diera cuenta de quién era yo. Yamato me miró a los ojos— Vuelvo enseguida.
—De hecho, querría hablar con ella —dijo Agnes, al tiempo que la sacerdotisa se enfrascaba en una oración— Si fuera posible —Levantó la vista un instante hacia mí— Será solo un momento.
Yamato amagó con denegar su petición, pero la gente empezaba a fijarse en nosotros y lanzaban airadas miradas de reprimenda en nuestra dirección.
—Está bien —me apresuré a decir— Podemos hablar afuera.
"¿Quién es esa?", articuló Matsuri sin hacer ni un ruido. Me forcé a encoger los hombros con actitud casual.
—Os espero aquí —me dijo.
Yamato se apresuró a conducir a Agnes al pasillo casi desierto, donde unos cuantos rezagados corrían hacia el Salón. Nos llevó hasta una salita cerca de uno de los arcos abiertos que daban al jardín.
—Ha sido muy inapropiado que te acercaras a nosotros —empezó casi de inmediato.
—Lo sé. Lo siento. No he debido hacerlo, pero… —Me miró y sus ojos se abrieron un pelín— No creí que fueras a estar aquí.
—¿Cómo has sabido que era yo? —pregunté.
La cabeza de Yamato voló hacia mí, su antifaz hacía muy poco por ocultar su incredulidad. Sin embargo, el hecho de que me hubiese identificado cuando no había visto mi cara merecía el riesgo.
—No lo sabía, hasta que oí a ese Ascendido, quiero decir el lord, hablando contigo —explicó— No esperaba verte aquí —repitió.
—Maldita sea —masculló Yamato en voz baja.
Bueno, esta era otra cosa por la que podía odiar a lord Shimura. Aunque tampoco era que necesitara más razones.
—¿De qué querías hablar?
Agnes intentó tragar saliva con un esfuerzo evidente.
—Si pudiera hablar con ella en privado…
—Eso no va a ocurrir —La suavidad había desaparecido del tono de Yamato— Para nada.
Una expresión turbada cruzó la congestionada cara de la mujer.
—Así es —confirmé— Sea lo que fuere, puedes decirlo delante de Yamato.
—Yo… —Agnes cruzó las manos— Es solo que… quería darte las gracias por lo que hicisteis —Miró a su alrededor antes de continuar— Lo que hicisteis por mi marido y por mí.
—No tienes por qué darlas —la tranquilicé, aunque me pregunté por qué habría querido hablar conmigo en privado sobre eso. Por cómo entornaba los ojos, era obvio que Yamato se preguntaba lo mismo.
—Lo sé. Habéis sido muy amables. Los dos. No creo… no, estoy segura de que no hubiese sido capaz de solucionarlo por mí misma. Solo…
Se quedó callada, apretó los labios. Sonaron vítores dentro de la sala y eché una miradita hacia la entrada. Estaban anunciando nombres. Lores y damas en espera que empezaban una nueva vida.
—¿Solo qué…? —preguntó Yamato.
—Solo es que… —Su pecho se hinchó cuando respiró hondo— Oí lo que te había pasado… lo que ha estado pasando aquí. Esa… esa pobre chica. Y que alguien intentó secuestrarte. Hay rumores.
—¿Qué rumores? —exigió saber Yamato. Agnes se humedeció los labios.
—La gente dice que fue el Señor Oscuro el que vino a por ti. —No es que fuese nada nuevo, pero aun así se me puso la carne de gallina— En cuanto a esa pobre chica, no lo sé —continuó Agnes— Solo es que… no creí que fuera a verte aquí esta noche. Cuando os vi, sentí que tenía que contarte lo que he oído.
—Gracias —dije, justo cuando sonaba otro clamor en el salón— Te lo agradezco mucho.
—Solo quiero asegurarme de que estás a salvo. —Agnes me miró a los ojos un instante.
—Yo también. —Yamato se irguió en toda su altura.
La mujer asintió.
—Sobre todo en multitudes como esta. Hay tanta gente aquí reunida… y si… si ya consiguió entrar una vez, podría hacerlo de nuevo. También podrían hacerlo otros.
—Ha entrado dos veces —la corregí— O al menos dos de sus seguidores. Agnes abrió la boca, pero luego la volvió a cerrar.
—Supongo que ya te habrás dado cuenta de que soy su guardia real personal —dijo Yamato. Agnes asintió— Mi único deber es mantenerla a salvo. Y agradezco tu disposición a contarme lo que has oído —Agnes volvió a asentir— Estaríamos para siempre en deuda contigo si nos dijeses todo lo que sabes —continuó Yamato— Y me da la sensación de que hay cosas que no nos has contado.
Levanté la vista de golpe hacia Yamato.
—No estoy segura de lo que quieres decir.
—¿Ah, no? —preguntó Yamato con suavidad.
Agnes negó con la cabeza.
—Ya os he robado mucho tiempo. Debería marcharme —Empezó a retroceder— Lo siento. Es solo… —Me miró a los ojos— Ten cuidado. Por favor.
Dio media vuelta y se alejó a toda prisa hacia la entrada del castillo. Yamato hizo ademán de seguirla pero luego desistió.
—Maldita sea —gruñó— ¿Dónde está Indra?
—No lo sé —Miré a nuestro alrededor, mis ojos se demoraron en uno de los arcos del jardín y la oscuridad que se extendía más allá— ¿Qué crees que no nos ha contado?
—No estoy seguro —Se pasó una mano por el pelo— Es solo una sensación. A lo mejor solo estoy siendo paranoico. Vamos —Apoyó una mano en mi espalda— Seguro que no es nada.
Yo no estaba tan segura de que Yamato creyera eso, pero dejé que me condujera de vuelta al Gran Salón hasta donde esperaba Matsuri.
—¿Va todo bien? —preguntó cuando nos vio llegar.
—Sí.
O al menos eso esperaba. No tenía ni idea de qué pensar sobre lo que había dicho Agnes. Matsuri miró a Yamato antes de informarme de cómo iba la cosa.
—Casi han terminado con los terceros hijos e hijas.
—¿El duque todavía no ha llegado? —pregunté, tras mirar hacia el estrado.
—No —susurró— Qué raro, ¿verdad?
Era muy raro. ¿Habría sucedido algo cuando fue a ver al Descendente la noche anterior? Si fuese así, habrían dicho algo. Entre la ausencia del duque, mis sospechas con respecto a lord Shimura y la inesperada presencia de Agnes, mi mente daba vueltas sin parar mientras la ceremonia continuaba. Para ser del todo sincera, me sonaba como si el sacerdote estuviese hablando en otro idioma. A lo mejor era así. Era incapaz de prestar atención, y era una pena porque siempre había sentido curiosidad por el…
Sentí un cosquilleo en la nuca, seguido de una fortísima sensación de que alguien me observaba. No podía explicarlo, pero sabía que cuando mirara hacia atrás, lo vería. Indra.
Y estaba en lo cierto.
La siguiente bocanada de aire que respiré no pareció ir a ninguna parte. Deslicé los ojos por los pantalones carmesí y la túnica roja que mostraba solo un asomo de piel debajo de su cuello, también por la cincelada línea de su mandíbula y sus sensuales labios. La curva de su antifaz rojo atraía la mirada hacia la prominencia de sus pómulos. Un mechón de pelo oscuro caía por su frente y rozaba la rígida tela. Estaba… Indra tenía el mismo aspecto que imaginaba que tendría uno de los dioses que esperaban en los templos: despampanante e inalcanzable, atractivo de un modo que daba un poco de miedo. Y sabía que él me miraba con la misma intensidad que yo a él. Sentí una sucesión de estremecimientos al paso de sus ojos, que se deslizaron sobre mí con tal concentración que parecían una caricia. Cada centímetro de mi piel, lo que estaba expuesto y lo que no, se volvió hipersensible de pronto. El aleteo regresó con fuerzas redobladas.
—Hola —le dije, y deseé de inmediato haber mantenido la boca cerrada. Un lado de sus labios se curvó hacia arriba y ese hoyuelo suyo hizo acto de aparición.
—Estás… preciosa —comentó, y mi estómago dio la más placentera de las volteretas. Se volvió hacia Matsuri— Tú también.
—Gracias —contestó ella con una sonrisa.
Indra miró a Yamato.
—Tú también.
Yamato soltó un bufido y yo sonreí mientras Matsuri se reía como una tonta.
—Es verdad que estás muy guapo esta noche —comentó, y juro que las mejillas de Yamato se sonrojaron mientras me giraba hacia el estrado— Siento el retraso —se disculpó Indra, colocándose a mi lado.
—¿Va todo bien? —pregunté, sin apartar la vista del estrado.
Si lord Shimura sabía lo que había pasado con la sacerdotisa Analia, estaba claro que había ido a contárselo al duque, como era de esperar. Dudaba mucho de que no hubiese dicho nada sobre lo que había hecho Indra.
—Claro —repuso— He tenido que ayudar a hacer unos barridos de seguridad. No creí que fuésemos a tardar tanto.
Tenía ganas de preguntarle si alguien le había dicho algo sobre lo ocurrido con la sacerdotisa. Claro que si lo decía delante de Yamato, empezaría a hacer preguntas, y no quería que se preocupara.
Mientras todos los entregados a la Corte o a los templos eran conducidos fuera de la sala, la duquesa bajó del estrado para hablar con las familias y luego con otros miembros de la Corte. Al lado del estrado, una orquesta empezó a tocar y entraron sirvientes por las puertas laterales, cargados con bandejas llenas de copas de champán. Los lores y damas ya Ascendidos, junto con los que estaban en espera, se dividieron en grupos más pequeños. Varios comerciantes y otros plebeyos se unieron a ellos.
Yamato miraba la cabecera del estrado. Luego se giró hacia mí.
—Tengo que hablar con el comandante —me informó.
Cuando asentí, se volvió hacia Indra.
—Yo me ocupo de ella —contestó Indra antes de que Yamato pudiese hablar siquiera, y ese estúpido revoloteo cosquilloso golpeó mi estómago de nuevo.
Esperaba que Yamato discutiera su afirmación, pero me sorprendí al ver que aceptaba la respuesta. ¿Empezaba a gustarle Indra? ¿A confiar en él? ¿O solo quería pillar por banda al comandante antes de perderlo de vista?... Lo más seguro era que fuese esto último.
—¿Me he perdido algo? —Indra se colocó a mi derecha, a unos veinte centímetros por detrás de mí.
—No —contestó Matsuri— A menos que te apeteciese escuchar un puñado de oraciones y ser testigo de unas cuantas despedidas lacrimosas.
—No en particular —comentó en tono seco.
Eso me recordó algo. Miré a Matsuri.
—¿Han llamado a la familia Tulis?
—¿Sabes? —Frunció el ceño— Creo que no.
¿Significaba eso que no habían ido? Si era así, lo considerarían traición. Mandarían guardias a su casa, al niño lo enviarían de todos modos a servir a los dioses, y lo más probable fuera que al señor y la señora Tulis los enviaran a prisión. La única manera de que tuviesen una oportunidad sería marcharse de la ciudad, pero no entraba ni salía nadie de ella sin que lo supiesen los Regios. Tendrían que tener unos contactos increíbles para intentarlo siquiera y, aunque lo hicieran, ¿adónde irían? Enviarían mensajes a todas las ciudades y pueblos cercanos para que estuvieran atentos a ellos. Aun sabiendo todo eso, comprendía a la perfección por qué correrían el riesgo. Era su único hijo.
Dejé esos pensamientos a un lado al ver que se acercaba la duquesa, flanqueada por varios guardias reales que, al igual que Yamato y Indra, habían cambiado sus capas blancas y su habitual atuendo negro.
—Sakura —me saludó, su sonrisa bien ensayada plantada en la cara.
—Excelencia —murmuré, con el mayor recato posible.
La duquesa asintió en dirección a Matsuri y Indra, al que miró durante unos segundos. Tuve que morderme el carrillo por dentro para evitar sonreír.
—¿Estás disfrutando del Rito?
Teniendo en cuenta que solo había visto unos pocos minutos, asentí.
—¿Su Excelencia el duque no va a venir?
—Se le ha debido de hacer tarde —contestó de manera desenfadada, pero las comisuras de su boca se tensaron. Se acercó más a mí y bajó la voz— Recuerda quién eres, Sakura. No debes mezclarte con los demás ni socializar.
—Lo sé —la tranquilicé.
Sus ojos oscuros se cruzaron un instante con los míos y después siguió su camino, como un colibrí enjoyado, revoloteando de un grupo de personas al siguiente. Un poco más allá, sonaron unas risas que llamaron mi atención. Vi a Loren y Dafina.
—Tengo una pregunta —dijo Indra.
Incliné la cabeza.
—¿Sí?
—Si se supone que no debes mezclarte con los demás ni socializar, que por cierto, son la misma cosa —empezó, y yo sonreí— ¿cuál es el objetivo de permitirte asistir al Rito?
Se me borró la sonrisa.
—En verdad, esa es una pregunta muy buena —señaló Matsuri, las manos cruzadas con modestia delante de ella.
—Para ser sincera, no estoy segura de cuál es el objetivo —admití.
Durante varios minutos, nos quedamos en silencio. Perdí de vista a la duquesa, y por lo que pude ver, el duque seguía sin aparecer.
Suspiré al mirar a Matsuri.
De verdad que estaba realmente despampanante esta noche. El rojo complementaba a la perfección el vivo tono marrón de su piel. Supe lo que miraba con tanta intensidad sin tener que seguir la dirección de sus ojos. Su expresión solo podía describirse como anhelante mientras observaba a los presentes emparejarse para un vals que lo más probable era que yo habría sido incapaz de aprender aunque me lo hubiesen permitido. Sus ojos seguían todos sus movimientos con pasión y yo sabía a ciencia cierta que conocía cada uno de los pasos de ese baile. ¿Por qué estaba aquí y no ahí fuera con el resto de ellos? Por supuesto, sabía la respuesta. Era por mí.
La culpabilidad se instaló en mi pecho como una piedra.
—¿Matsuri?
—¿Sí? —contestó, girándose hacia mí.
—No tienes que quedarte aquí a mi lado. Puedes ir allí y pasártelo bien.
—¿Qué? —Arrugó la nariz contra su antifaz— Me lo estoy pasando bien. ¿Tú no?
—Claro que sí, pero no tienes por qué quedarte aquí pegada a mí. Deberías estar ahí fuera —Hice un gesto hacia los bailarines y más allá, donde la gente estaba reunida en grupitos de tres o cuatro— No pasa nada.
—Estoy bien —Se le plantó una sonrisa radiante en la cara y se me comprimió el corazón— Prefiero estar aquí contigo que ahí fuera sin ti.
—Eres la mejor —dije. Deseé poder abrazarla. En lugar de eso, estiré la mano hacia ella y le di un apretoncito en el brazo— De verdad que lo eres, pero esta noche no tienes por qué ser mi sombra. Ya tengo otras dos.
Matsuri miró por encima de mi hombro.
—Bueno, en realidad tienes solo una. Yamato sigue con el comandante.
—Y una es todo lo que necesito. Por favor —Le di otro apretón en el brazo— Ve, Matsuri. Por favor.
Me miró a los ojos y noté que vacilaba. Antes de que pudiera decidir no ir, opté por mentir.
—De hecho, estoy muy cansada. No dormí nada bien ayer por la noche, así que no tengo pensado quedarme aquí abajo demasiado rato más.
—¿Estás segura?
Asentí. Todo el cuerpo de Matsuri prácticamente vibraba por el esfuerzo que hacía para no lanzar los brazos a mi alrededor, pero consiguió limitarse a un asentimiento discreto cuando le solté la mano. Me dedicó una última mirada larga y luego bajó las escaleras y cruzó la pista hacia donde Dafina y Loren estaban charlando con tres lores en espera.
Sonreí, aliviada. Esperaba de todo corazón que se permitiera disfrutar de la noche, y sabía que, para eso, tenía que irme. Si me quedaba ahí abajo el tiempo que fuera, plantada entre los enormes geranios rojos, Matsuri volvería a mi lado.
Noté que Indra se acercaba incluso antes de que hablara, y una temblorosa oleada de calidez danzó por toda mi piel. Giré la cabeza hacia la derecha para encontrarlo tan solo unos centímetros detrás de mí.
—Eso ha sido muy amable por tu parte —comentó, sin apartar la vista de la multitud.
—No creas. ¿Por qué tendría que quedarse ella aquí plantada sin hacer nada, solo porque es todo lo que puedo hacer yo?
—¿De verdad es esto todo lo que se te permite hacer?
—Estabas ahí mismo cuando Su Excelencia me ha recordado que no debía mezclarme con los demás o…
—O fraternizar.
—Ha dicho «socializar» —lo corregí.
—Pero no tienes que quedarte aquí.
—No —Me volví otra vez hacia el salón y me tragué otro suspiro. Tenía que marcharme. La idea de volver a mis habitaciones tenía muy poco atractivo, pero si no lo hacía, Matsuri regresaría a mi lado— Me gustaría volver a mi habitación.
—¿Estás segura?
No.
—Por supuesto.
—Después de ti, princesa.
Di media vuelta y entorné los ojos mientras él daba un paso a un lado.
—Tienes que dejar de llamarme así.
—Pero es que me gusta.
Pasé a su lado y levanté un poco mi falda para subir el pequeño escalón.
—Pero a mí no.
—Eso es mentira.
Sacudí la cabeza mientras serpenteaba entre los grupos de rostros enmascarados y sonrientes. Nadie miró en mi dirección, aunque la mayoría se preguntó dos veces si de verdad habían visto a la duquesa hablando conmigo.
El aire era mucho más frío fuera del Gran Salón, cortesía de la brisa que entraba por las puertas abiertas del jardín. Lancé solo una breve mirada afuera antes de echar a andar por el pasillo.
—¿Adónde vas? —preguntó Indra.
Me detuve y lo miré, confusa.
—A mis habitaciones, como te he…
Dejé la frase a medio terminar. Los ojos oscuros de Indra recorrieron mi cuerpo con actitud evaluativa, se demoraron donde mi pelo caía sobre mis hombros. Luego los deslizó por el finísimo encaje que ondulaba a lo largo del corpiño de mi vestido. El escote no era tan bajo como el de los vestidos de algunas de las damas en espera, y solo se apreciaban las curvas superiores de mis pechos, pero eso… eso era mucho para mí, visto que mis vestidos habituales tenían cuellos que me llegaban a la garganta.
—Antes me equivoqué cuando dije que estabas preciosa —comentó.
—¿Qué?
—Estás absolutamente exquisita, Saku. Guapísima —matizó. Sacudió un poco la cabeza— Solo… necesitaba decírtelo.
Sus palabras me produjeron una emoción tan aguda e intensa que perdí el control sobre mi don, y mis sentidos se estiraron hacia Indra antes de que pudiera evitarlo. No sentí dolor en él, aparte del tenue zumbido de la tristeza. Mis ojos volaron hacia su rostro. Sentí… algo más. Dos emociones separadas. Una me recordaba al limón, ácida sobre mi lengua. La otra sensación era más densa y… especiada, un poco ahumada. Pensé que la primera podía ser confusión, o quizás incertidumbre. Como si no estuviese seguro de algo. La otra… Dios mío.
Mis sentidos tardaron unos instantes en identificar lo que era. Me hizo sentir caliente y… anhelante. Parecía excitación.
—Tengo una idea —dijo.
Levantó despacio su intensa mirada hacia mis ojos.
—¿Ah, sí? —Noté una extraña sensación de falta de aire, mientras regañaba a mi don y lo encerraba bajo llave. Indra asintió.
—Y no incluye volver a tu cuarto.
La anticipación y la excitación se avivaron en mi interior, pero…
—Estoy bastante segura de que, si no me quedo en el Rito, lo que se espera de mí es que vuelva a mi cuarto.
—Llevas antifaz, igual que yo. No vas vestida como la Doncella. Según tu propia teoría de ayer por la noche, nadie sabrá quiénes somos ninguno de los dos.
—Sí, pero…
—A menos que quieras volver a la habitación. A lo mejor estás tan enfrascada en ese libro que…
—No estoy enfrascada en ese libro. —Me puse roja.
—Sé que no quieres quedarte enjaulada en tus aposentos —Cuando abrí la boca, añadió— No tienes por qué mentirme.
—Yo… —No podía mentir. No me creería nadie— ¿Y adónde sugieres que vaya?
—Que vayamos.
La luz de los apliques centelleó sobre la curva de su antifaz cuando señaló el jardín con la barbilla. Me dio un vuelco al corazón al tiempo que se me comprimía.
—No sé. Es…
—Solía ser un sitio de refugio para ti —explicó— Ahora, se ha convertido en un sitio de pesadilla. Pero solo seguirá siendo así si tú lo permites.
—¿Si lo permito? ¿Cómo cambio el hecho de que Kankuro muriera ahí afuera?
—No lo cambias.
—No te sigo. No sé dónde quieres ir a parar con esto —refunfuñé, mirándolo.
Se acercó a mí, bajó la barbilla.
—No puedes cambiar lo que ocurrió ahí. Igual que no puedes cambiar el hecho de que el jardín solía proporcionarte paz. Solo tienes que sustituir tu último recuerdo, uno malo, por uno nuevo, uno bueno. Y luego sigues haciendo lo mismo hasta que el recuerdo inicial deje de superar al sustituto.
Abrí la boca, pero entonces pensé de verdad en lo que había dicho. Miré hacia la oscuridad al otro lado de la puerta. En realidad, lo que había dicho tenía sentido.
—Haces que suene tan fácil…
—No lo es. Es difícil e incómodo, pero funciona —Extendió la mano desnuda. Bajé la vista y la miré como si un animal peligroso descansase en la palma… uno peludo y muy mono que me apetecía acariciar— Y no estarás sola. Yo estaré ahí contigo, y no solo para protegerte.
"Yo estaré ahí contigo, y no solo para protegerte".
Mi mirada de sorpresa saltó hacia su rostro. Sus palabras tocaron una fibra sensible que intentaba no tocar nunca. Por todos los dioses, no podía ni empezar a enumerar la cantidad de veces que me había sentido sola desde que Sasori se había marchado, aunque rara vez estaba a solas. Sin embargo, los que más estaban conmigo, a veces lo estaban solo por obligación. Incluso Matsuri y Yamato. Admitir eso no cambiaba para nada lo mucho que sabía que se preocupaban por mí y lo mucho que me importaban, pero tampoco cambiaba el hecho de que cuando estaban conmigo, a veces no estaban presentes. Como no cambiaba el hecho de que sabía que mucho de eso estaba solo en mi cabeza. Esa diminuta y muy insegura parte de mí, que se preocupaba de que nuestra amistad no existiría si Matsuri no fuese mi dama de compañía, no desaparecía del todo nunca. Me preocupaba que entonces sería como Dafina y Loren y las otras damas en espera… ¿Cómo lo sabía Indra? ¿Sabía siquiera que me sentía así? Tuve ganas de preguntárselo, pero una vez más, era un tema que no me gustaba tocar ni hablar de él. La soledad a menudo traía consigo un grueso manto de vergüenza y una capa hecha de bochorno. Pero con Indra, incluso en el poco tiempo que lo había conocido, no me sentía sola. ¿Podía ser solo su presencia? Cuando él estaba en una habitación, parecía convertirse en el centro. ¿O era algo más? No podía negar que me atraía, estuviera prohibido o no. Y no quería volver a mi habitación, abandonada a pensamientos confusos con los que no podía hacer nada. No quería pasar otra noche deseando vivir en lugar de realmente hacerlo.
No obstante, ¿era sensato, si estaba en lo cierto acerca de lo que sentía por él? Podía estar equivocada pero ¿y si no lo estaba? ¿Tendría la suficiente fuerza de voluntad para recordar lo que era? Ni siquiera debería intentar averiguarlo. Pero… quería hacerlo.
Aspiré una breve bocanada de aire. Hice ademán de tomar su mano, pero me detuve.
—Si alguien me viera… te viera…
—¿Nos viera? ¿Agarrados de la mano? Por los dioses en lo alto, menudo escándalo —Otra rápida sonrisa afloró y, esta vez, también el hoyuelo— No hay nadie —Miró por el pasillo a nuestro alrededor— A menos que tú puedas ver a gente que yo no veo.
—Sí, veo los espíritus de aquellos que han hecho malas elecciones en sus vidas —repuse en tono seco.
Indra se rio entre dientes.
—Dudo de que nadie nos reconozca en el jardín. No cuando los dos llevamos máscara y solo con la luz de la luna y unas pocas farolas para iluminar el camino —Meneó los dedos— Además, me da la sensación de que todo el que esté ahí fuera estará demasiado ocupado como para que le importe.
Mi inmensa imaginación aportó los posibles motivos para que otras personas estuviesen demasiado ocupadas como para importarles nada.
—Eres muy mala influencia —murmuré, mientras ponía mi mano en la suya.
Indra cerró los dedos alrededor de los míos. El peso y el calor de su mano fueron una sorpresa agradable.
—Solo los malos pueden ser influenciados, princesa.
—Esa lógica me suena un poco defectuosa —protesté. Indra se rio y empezó a caminar hacia el arco del jardín.
—Mi lógica nunca es defectuosa.
—Creo que eso es algo de lo que uno no sería consciente si lo fuera —señalé, con una leve sonrisa.
El frío aire nocturno nos recibió cuando salimos, y mi corazón se avivó ante el dulce y familiar aroma de las flores y el rico olor de la tierra húmeda. Mis ojos saltaron de un lado para otro un poco a lo loco, buscaba algo raro, algo diferente a la última vez que había estado ahí. Tenía que haberlo. Por el sendero principal había lámparas de aceite a intervalos regulares, pero los ramales estaban oscuros, ni siquiera la luz de la luna lograba llegar hasta ellos. Ralenticé el paso cuando la suave brisa agitó los arbustos y
revolvió mi pelo suelto.
—Uno de los últimos sitios donde vi a mi hermano —me contó Indra con tono suave— fue en uno de mis lugares favoritos.
Eso llamó mi atención y dejé de escudriñar cada parterre de flores por el que pasábamos, en busca de algo que no sabía qué era. Era como si esperara ver pétalos marchitos manchados de sangre, o si creyera que el duque iba a aparecer por fin. La aflicción de Indra la última vez que hablamos de su hermano me había dado la impresión de que ese era un tema del que no quería hablar, así que su comentario me pilló por sorpresa.
—Allá en mi hogar, hay cavernas ocultas que muy poca gente conoce — continuó, sus dedos aún entrelazados con los míos— Hay un túnel en particular por el que tienes que caminar bastante. Es estrecho y oscuro. No mucha gente está dispuesta a seguirlo para encontrar lo que aguarda al final.
—Pero ¿tú y tu hermano sí lo hicisteis?
—Mi hermano, un amigo nuestro y yo lo hicimos cuando éramos jóvenes y teníamos más valor que sentido común. Pero me alegro de que lo hiciéramos porque al final del túnel había una inmensa caverna con el agua más azul, burbujeante y caliente que he visto en la vida.
—¿Como un manantial de agua caliente? —De las zonas en sombras emanaban conversaciones que se acallaban a nuestro paso.
—Sí y no. El agua de mi hogar… En realidad, no puede compararse con nada.
—¿De dónde…? —Eché un vistazo por un sendero en el que oía sonidos suaves. Tragué saliva con esfuerzo y me apresuré a apartar la mirada. Adquirí aún más conciencia de la sensación de su mano contra la mía, los ásperos callos de las palmas y la fuerza de su agarre. Pensé en esa sensación pesada, especiada y ahumada que había percibido en él hacía un rato— ¿De… de dónde eres?
—De un pueblecito del que estoy seguro que no has oído hablar jamás —dijo. Me dio un apretoncito en la mano— Nos escabullíamos a la caverna a cada oportunidad que teníamos. Los tres. Era como nuestro propio mundillo particular y, al mismo tiempo, estaban pasando muchas cosas, cosas que eran demasiado serias y adultas para que las comprendiéramos entonces —Su voz había adquirido un tono lejano, como si estuviese en un espacio y un tiempo diferentes— Necesitábamos esa vía de escape, donde podíamos ir y no preocuparnos por lo que podía estar estresando a nuestros padres, ni asustarnos por todas las conversaciones susurradas que no entendíamos del todo. Comprendíamos lo suficiente como para saber que presagiaban algo malo. La caverna era nuestro refugio —Se paró y bajó la vista hacia mí— Del mismo modo que este jardín era el tuyo.
La fuente de la Doncella con velo estaba a tan solo unos metros de nosotros, el sonido del agua nos rodeaba.
—Los perdí a los dos —dijo, los ojos medio ocultos por las sombras, pero su mirada tan poderosa como siempre— A mi hermano cuando éramos más jóvenes, y luego a mi mejor amigo, unos años después. El lugar que antes estaba lleno de alegría y aventura se había convertido en un cementerio de recuerdos. No podía ni pensar en volver allí sin ellos. Era como si el sitio estuviese embrujado.
No necesitaba abrir mis sentidos para saber que el dolor supuraba en su interior, pero no era muy buena idea utilizar mi habilidad dos veces con él, sobre todo ahora que estaba evolucionando. En cambio, a través de nuestras manos conectadas, me concentré en mis demasiado escasos pensamientos felices y dejé que fluyeran hacia él durante un instante.
Sentí que su mano temblaba un poco, así que empecé a hablar, con la esperanza de distraerlo.
—Te entiendo. Yo no hago más que mirar a nuestro alrededor y pensar que el jardín debería tener un aspecto distinto. Doy por sentado que debería haber un cambio visible para representar la sensación que me transmite ahora.
Indra se aclaró la garganta.
—Pero está igual que siempre, ¿verdad? —Asentí— Tardé mucho tiempo en reunir el valor suficiente para volver a la caverna. Yo también me sentía así. Como que seguro que el agua se había vuelto lodosa en mi ausencia, sucia y fría. Pero no. Estaba tan tranquila, azul y caliente como siempre había estado.
—¿Sustituiste los recuerdos tristes por otros alegres? —pregunté.
En el rayo de luz de luna que cortaba a través de su cara apareció media sonrisa mientras sacudía la cabeza. Las líneas de su rostro se habían relajado.
—No he tenido la oportunidad, pero pienso hacerlo.
—Espero que así sea —dije, a sabiendas de que, como guardia real, era poco probable que pudiese hacerlo en muchos años. La brisa revolvió varios mechones de mi pelo por mis hombros y mi pecho— Siento lo de tu hermano y tu amigo.
—Gracias —Levantó la vista hacia el cielo estrellado— Sé que no es como lo que sucedió aquí, con Kankuro —me dijo— pero entiendo lo que se siente.
Bajé la vista hacia donde su mano todavía sujetaba la mía. Mi agarre era al mismo tiempo suelto y rígido, los dedos estirados en lugar de ceñidos. Tenía ganas de cerrar los dedos en torno a los suyos…
—A veces, creo… creo que es una bendición que fuera tan pequeña cuando Sasori y yo perdimos a nuestros padres. Mis recuerdos de ellos son tenues y, debido a eso, hay una… no sé, una especie de ¿desapego? Por mal que pueda sonar, en cierto modo tengo suerte. Hace que lidiar con su muerte sea mucho más fácil, porque es casi como si no fueran reales. Pero para Sasori no es lo mismo. Él tiene muchos más recuerdos que yo.
—No hay nada malo en ello, princesa. Creo que solo es la forma en que funcionan el cerebro y el corazón —explicó— ¿No has vuelto a ver a tu hermano desde que se fue a la capital?
Negué con la cabeza.
—Escribe tan a menudo como puede. Normalmente, una vez al mes, pero no lo he visto desde la mañana en que se fue —Apreté los labios, cerré los dedos en torno a los suyos y mi estómago dio una pequeña sacudida. Ya no me daba la mano. Los dos nos dábamos la mano. Para mucha gente, eso no sería nada. Habría quienes quizás lo encontrarían tonto, pero para mí era algo enorme, y disfruté cada momento— Lo echo de menos —Levanté la vista y descubrí que Indra me estaba mirando— Estoy segura de que tú echas de menos a tu hermano y… espero que lo veas de nuevo.
Su cabeza se ladeó un pelín y su boca se abrió, como si estuviera a punto de decir algo, pero entonces se cerró. Pasó un momento y levantó la otra mano para atrapar un mechón de mi pelo. Se me cortó la respiración por la sorpresa cuando una oleada de escalofríos siguió al roce de sus nudillos por la piel desnuda de encima de mi pecho. Y los escalofríos no pararon ahí. Bajaron por debajo de mis pechos y más abajo.
Sonrojada, solté su mano y di un paso atrás. Luego me giré. Con el pulso desbocado, crucé las manos. ¿Era normal tener una respuesta tan intensa a un roce de la piel? No estaba segura, pero no podía imaginar que lo fuera. Di unos pasos mientras buscaba algo que decir. Cualquier cosa.
—Yo… —Me aclaré la garganta— Mi lugar favorito del jardín es el rincón de las rosas de floración nocturna. Hay un banco allí —proseguí— Solía venir casi todas las noches a ver cómo se abrían. Eran mi flor favorita, pero ahora me cuesta incluso mirar las que han cortado y puesto en jarrones.
—¿Quieres que vayamos ahora? —preguntó Indra, tan solo treinta centímetros detrás de mí.
Lo pensé un poco, recordé los sedosos pétalos negros y las oscuras flores violetas de los jacarandás… y la sangre que se había extendido por el sendero. La manera en que había llenado las grietas de la piedra me recordaba a una noche diferente.
—Creo… creo que no.
—¿Te gustaría ver mi sitio favorito? Giré la cabeza cuando se puso a mi lado.
—¿Tienes un sitio favorito?
—Sí. —Me ofreció la mano una vez más— ¿Quieres verlo?
