Ni la historia ni los personajes me pertenecen.


Capítulo 20

Consciente de que no debía, pero de algún modo incapaz de evitarlo, puse mi mano en la suya. Indra se quedó callado mientras me conducía alrededor de la fuente y por el sendero principal. No supe adónde me llevaba hasta que giró a la izquierda en un punto donde el suave y dulce aroma de la lavanda llenaba el aire.

El sauce.

En el mismísimo límite sur del Jardín de la Reina había un enorme sauce llorón con varios centenares de años. Sus ramas casi llegaban al suelo y creaban una tupida cubierta verde. En los meses más cálidos, diminutas florecillas blancas se aferraban a las hojas.

—¿Eres fan del sauce llorón? —pregunté, cuando se alzó ante mí.

Varios farolillos colgaban de palos por el perímetro del sauce, las llamas quietas dentro de sus recintos de cristal. Indra asintió.

—Nunca había visto ninguno hasta que vine aquí.

No me sorprendía que no hubiese visto ninguno en la capital. Esos árboles, con sus raíces superficiales, eran famosos por romper el suelo a su alrededor, pero me pregunté en qué pueblo había vivido que tenía agricultura y cavernas, pero no sauces llorones.

—Sasori y yo solíamos jugar dentro. Así nadie podía vernos.

—¿Jugar? ¿O esconderos? —preguntó— Porque eso es lo que hubiese hecho yo.

—Bueno, sí —dije con una sonrisa— Yo me escondía y Sasori venía conmigo como haría cualquier hermano mayor bueno —Levanté la vista hacia él— ¿Te has metido debajo alguna vez? Hay bancos, aunque ahora no se ven —Fruncí el ceño— En realidad, cualquiera podría estar ahí debajo ahora mismo y no lo sabríamos.

—No hay nadie ahí debajo.

—¿Cómo puedes estar tan seguro? —pregunté, las cejas arqueadas por encima del antifaz.

—Lo estoy y ya está. Vamos —Tiró de mi mano y echó a andar— Mira por dónde pisas.

Me pregunté si su certidumbre tenía algo que ver con sus habilidades de rastreo. Pasé con facilidad por encima del murete de piedra y lo seguí más allá de uno de los farolillos. Indra estiró la mano libre y apartó unas cuantas de las tupidas ramas. Pasé al interior y en solo unos segundos, las ramas volvieron a su lugar original y quedamos envueltos en una oscuridad casi total. La luz de la luna era incapaz de atravesar la espesa cortina y solo el más leve resplandor de los farolillos cercanos se filtraba entre las hojas.

Miré a mi alrededor, pero solo alcancé a distinguir el contorno del tronco.

—Por todos los dioses, había olvidado lo oscuro que está todo aquí dentro de noche.

—Parece que estamos en un mundo diferente —comentó Indra— Como si hubiésemos atravesado un velo y entrado en un mundo encantado.

Sonreí. Sus palabras me recordaban tanto a Sasori…

—Deberías verlo cuando hace más calor. Las hojas florecen y… ¡oh! O cuando nieva, al atardecer. Los copos espolvorean las hojas y el suelo, pero no muchos consiguen colarse aquí dentro. Entonces sí que es como un mundo diferente.

—A lo mejor lo vemos.

—¿Tú crees?

—¿Por qué no? —preguntó, y percibí que su cuerpo se giraba hacia el mío. Cuando volvió a hablar, sentí su aliento contra mi frente— Nevará, ¿no? Vendremos a escondidas justo antes del atardecer.

Muy consciente de lo cerca que estaba, me humedecí los labios con nerviosismo.

—Pero ¿estaremos aquí todavía? La reina podría pedirme que regresara a la capital antes de eso —dije, y estaba reconociendo algo en lo que había intentado no pensar.

—Es posible. Si es así, supongo que tendremos que encontrar aventuras diferentes, ¿no crees? —sugirió— ¿O debería llamarlas desventuras?

Me eché a reír.

—Creo que nos va a costar bastante escabullirnos a cualquier parte en la capital. No cuando… falta tan poco para mi Ascensión.

—Tendrías que tener más fe en mí. ¿Qué crees, que no podré encontrar una manera de salir por ahí de incógnito? Puedo asegurarte que cualquier cosa que se me ocurra no acabará contigo encaramada en una cornisa —En la oscuridad, creí sentir las yemas de sus dedos acariciar mi mejilla izquierda, pero la sensación fue demasiado suave y demasiado breve para estar segura— Estamos aquí fuera en la noche del Rito, escondidos debajo de un sauce llorón.

—No ha parecido tan difícil.

—Eso es solo porque yo guiaba tu camino.

—Claro. —Volví a reír.

—Tu duda me hiere —Su mano tiró de la mía cuando se giró— ¿Dijiste que había bancos por aquí? Espera. Ya los veo.

Miré pasmada la forma oscura de lo que supuse que era la parte de atrás de su cabeza.

—¿Cómo demonios ves esos bancos?

—¿Tú no los ves?

—Eh… no. —Guiñé los ojos en la penumbra.

—Entonces, debo de tener mejor vista que tú.

Puse los ojos en blanco.

—Creo que solo estás diciendo que puedes verlos y seguro que estamos a punto de tropezar…

—Aquí están.

Indra se detuvo y, por increíble que pueda parecer, se sentó como si viera los asientos a la perfección. Me quedé pasmada, con la boca abierta. Entonces me di cuenta de que era muy posible que pudiera verme boquiabierta como un pez moribundo, así que cerré la boca al instante. A lo mejor era verdad que tenía mejor vista que yo.

O que mi vista era peor de lo que yo pensaba.

—¿Quieres sentarte? —me preguntó.

—Querría, pero a diferencia de ti, no puedo ver en la oscuridad…

Solté una exclamación ahogada cuando tiró de mi mano y me arrastró hacia abajo. Antes de saber lo que estaba pasando, me encontré sentada en su regazo. En su regazo.

—¿Cómoda? —preguntó, y sonaba como si estuviera sonriendo.

Me quedé sin palabras. Indra seguía sujetando mi mano en la suya, estaba sentada en su regazo y en lo único que conseguía pensar era en esa parte del diario de Shizune Colyns en la que se describía sentada en el regazo de un hombre. Había habido menos ropa…

—No puedes estar cómoda —Pasó uno de sus brazos alrededor de la parte superior de mi espalda y tiró de mí hasta que tuve el costado apoyado contra su pecho— Eso es. Así tienes que estar mucho mejor.

Lo estaba… Y no lo estaba.

—No quiero que te enfríes —añadió, su aliento caliente contra mi sien. Era muchísimo más alto que yo. Incluso sentada tan recta como estaba, mi cabeza todavía no llegaba a su barbilla— Tengo la sensación de que es una parte importante de mi deber como tu guardia real personal.

—¿Eso es lo que estás haciendo ahora mismo? ¿Protegerme del frío sentándome en tu regazo?

—Exacto.

Tenía una mano apoyada contra mi costado, el peso como un hierro candente. Miré hacia lo que pensé que podría ser su cuello.

—Esto es increíblemente inapropiado.

—¿Más inapropiado que leer ese diario obsceno?

—Sí —insistí, aunque noté el calor trepar por mi cara.

—No —Su risa grave retumbó a través de mí— Ni siquiera puedo mentir. Esto es muy inapropiado.

—Entonces, ¿por qué?

—¿Por qué? —Su barbilla rozó la parte de arriba de mi cabeza— Porque quería.

Parpadeé una vez y luego otra.

—¿Y qué hubiera pasado si yo no quería? Otra risa me produjo un intenso escalofrío.

—Princesa, estoy seguro de que si no quisieras que hiciera algo, estaría tumbado con una daga en el cuello antes de poder respirar mi siguiente bocanada de aire. Aunque no veas ni dos dedos delante de tu nariz — Vaya…— Porque llevas la daga encima, ¿verdad?

—Sí —admití, con un suspiro.

—Lo sabía. —Soltó mi mano y dejó que cayera en mi regazo— No puede vernos nadie. Nadie sabe que estamos aquí siquiera. Todo el mundo cree que estás de vuelta en tu habitación.

—Sí, pero esto sigue siendo imprudente por multitud de razones. Si alguien entra aquí…

—Los oiría antes que ellos a nosotros —sentenció. Antes de que pudiera decir que su oído no podía ser tan especial como su vista, añadió— Y si entrara alguien, no tendrían ni idea de quiénes somos.

Eché la cabeza hacia atrás para abrir un hueco entre mi tronco y el suyo.

—¿Para esto me has traído a este sitio?

—¿Qué es esto, princesa?

—Esto tan… inapropiado.

—¿Y por qué haría eso? —preguntó, bajando la voz cuando su mano tocó mi brazo.

—¿Por qué? Creo que es bastante obvio, Indra. Estoy sentada en tu regazo. Dudo de que sea la forma en que sueles mantener conversaciones inocentes con la gente.

—Las cosas que hago rara vez son inocentes, princesa.

—Chorradas —musité.

—O sea que ¿estás sugiriendo que te traje aquí fuera, en lugar de a una habitación privada con una cama —deslizó las yemas de sus dedos por mi brazo derecho— para enfrascarme en un tipo especial de comportamiento inapropiado?

—Eso es justo lo que estoy diciendo, aunque mi habitación hubiese sido mejor opción.

Mi corazón había empezado a aporrear en el mismo momento en que mi trasero acabó en su regazo. Ahora, daba la sensación de ir a explotar de mi pecho.

—¿Qué pasa si digo que eso no es verdad?

—Yo… —Sentí un revoloteo en el estómago cuando sus dedos encontraron el camino hasta mi cadera— No te creería.

—Y ¿qué pasa si digo que la cosa no empezó de ese modo? —Deslizó el pulgar por mi cadera— Pero que después apareció la luz de la luna y tú, con el pelo suelto, con este vestido, y entonces se me ocurrió la idea de que este sería el sitio ideal para algo de comportamiento extremadamente inapropiado.

—Entonces diría… que eso es más probable.

Su mano resbaló por la fina tela vaporosa del vestido.

—Bueno, pues ha sido eso.

—Al menos eres sincero.

Me mordí el labio al sentir que se intensificaba el revoloteo. Esto era peligroso. Aunque no nos descubriera nadie, daba la impresión de que estaba tentando a la suerte con los dioses. Unos cuantos besos robados… vale, un poco más que unos pocos besos robados… quizás fuesen perdonables. Pero ¿esto? Incluso esos besos robados no eran perdonables, al menos según el duque y la duquesa. Y la reina. Aunque una vez más, si los dioses iban a intervenir, ¿no lo habrían hecho ya? Pensé en lo que había dicho Matsuri una vez sobre no estar segura de si las reglas que me habían impuesto eran orden de los dioses. Y si había interpretado bien lo que me contó la duquesa sobre la primera Doncella, ella había hecho muchas cosas prohibidas. Y no la habían encontrado indigna.

—¿Sabes qué? Te ofrezco un trato.

—¿Un trato?

—Si hago cualquier cosa que no te guste… —La mano de Indra bajó por mi muslo y me quedé sin respiración. A través del vestido, su mano se cerró en torno a la daga— Te doy permiso para apuñalarme.

—Eso sería excesivo.

—Esperaba que me hicieras solo un cortecito superficial —añadió— Pero merecería la pena averiguarlo.

—Eres muy mala influencia —comenté con una sonrisa.

—Creo que ya dijimos que solo los malos pueden ser influenciados.

—Y creo que yo ya te dije que tu lógica es defectuosa —repetí.

Cerré los ojos cuando sus dedos trazaron el contorno de la daga envainada. Otro intenso y abrasador escalofrío bajó reptando por mi columna y sentí el repentino impulso de apretar las piernas con fuerza. De algún modo, conseguí reprimirme. Me resistí a él, a pesar de saber que lo hubiese dejado besarme la noche anterior.

—Soy la Doncella, Indra —le recordé.

O me recordé a mí misma, no estaba segura.

—No me importa.

Abrí los ojos como platos, escandalizada.

—No puedo creer que hayas dicho eso.

—Lo he dicho. Y lo diré otra vez. No me importa lo que eres —Indra retiró la mano de mi espalda. Un momento después, sentí la palma de su mano apoyarse sobre mi mejilla con una precisión inquietante— Me importa quién eres.

Oh.

Oh, por todos los dioses.

Mi pecho se hinchó tan deprisa y tanto que fue un pequeño milagro que no saliera flotando del regazo de Indra y hasta las ramas del sauce. Lo que había dicho… Tenía que ser la cosa más dulce y perfecta que alguien pudiera decir.

—¿Por qué? —pregunté, casi deseando que no hubiese pronunciado esas palabras— ¿Por qué dices algo así?

—¿En serio me estás preguntando eso?

—Sí. No tiene sentido.

—Tú no tienes sentido.

Le di un golpe en el hombro. O en el pecho. En una parte muy dura.

—Ay —se quejó Indra. No le había dado para nada tan fuerte como para quejarse.

—Venga, hombre.

—Me has hecho un magullón.

—Eso es ridículo —espeté— Y eres tú el que no tiene sentido.

—Yo soy el que está aquí sentado siendo sincero. Tú eres la que me pega. ¿Cómo es que soy yo el que no tiene sentido?

—Porque todo esto no tiene sentido —La frustración bulló a toda velocidad en mi interior y empecé a ponerme de pie, pero la mano sobre mi cadera me lo impidió. O dejé que lo impidiera. No estaba segura. Y eso era aún más irritante— Podrías estar con cualquiera, Indra. Un montón de personas con las que no tendrías que esconderte debajo de un sauce llorón para pasar un rato con ellas.

—Y aun así, estoy aquí contigo. Y antes de que empieces siquiera a pensar que es porque mi deber me obliga, no es por eso. Podría haberme limitado a acompañarte de vuelta a tu habitación y haberme quedado ahí en el pasillo.

—A eso voy. No tiene sentido. Podrías tener un montón de voluntarias para… lo que sea esto. Sería superfácil —concluí. La bonita Britta se me apareció en la mente. Estaba segura de que Indra había estado con ella— A mí no puedes tenerme. Soy… soy in-te-ni-ble.

—Estoy seguro de que eso ni siquiera es una palabra.

—Ese no es el tema. No se me permite hacer esto. Nada de esto. No debí hacer lo que hice en la Perla Roja —continué— No importa si quiero…

—Y sí quieres. —Su susurro danzó por mi mejilla— Lo que quieres es a mí.

Me quedé casi sin respiración.

—Eso no importa.

—Lo que quieres debería importar siempre.

—Pues no es así —Solté una risa breve y ronca. Y ese tampoco es el tema. Podrías…

—Te he oído la primera vez, princesa. Tienes razón. Podría encontrar a alguien que fuese más fácil —Sus dedos trazaron el borde de mi antifaz, desde mi oreja derecha, luego bajaron por mi mejilla. No tenía ni idea de cómo podía ver algo— Lores y damas en espera que no están reprimidos por reglas o limitaciones, que no son Doncellas que he jurado proteger. Hay muchas formas en las que podría ocupar mi tiempo que no incluyen explicar con gran detalle por qué he elegido estar donde estoy, con quien he elegido —Las comisuras de mis labios empezaron a curvarse hacia abajo— La cosa es —continuó— que ninguna de esas personas me intriga. Tú sí. Tú me intrigas.

—¿De verdad es tan simple para ti? —pregunté.

Quería creerle y al mismo tiempo no. Apoyó la frente contra la mía, lo que me sobresaltó.

—Nada es simple nunca. Y cuando lo es, rara vez merece la pena.

—Entonces, ¿por qué?

—Empiezo a creer que es tu pregunta favorita.

—Quizás —Mis labios querían sonreír— Es solo que… por todos los dioses, hay muchas razones por las que no entiendo cómo puedes estar tan intrigado. Me has visto —Noté que me sonrojaba, y deseé de todo corazón que no pudiera verlo. Odiaba decirlo, pero era la realidad— Has visto el aspecto que tengo…

—Así es, y creo que ya sabes lo que opino al respecto. Lo dije delante de ti, delante del duque, y te lo he repetido a la puerta del Gran Salón…

—Ya sé lo que dijiste, y no he sacado el tema de mi aspecto para que me llenes de cumplidos. Es solo que… —Dioses, deseé no haber dicho nada. Sacudí la cabeza— Da igual. Olvida que he dicho eso.

—No puedo. No quiero.

—Genial —murmuré.

—Lo que pasa es que estás acostumbrada a imbéciles como el duque —comentó, y lo que sonó como un gruñido retumbó a través de su piel— Puede que sea un Ascendido, pero no vale nada.

Se me cayó el alma a los pies.

—No deberías decir cosas como esa, Indra. Te vas…

—No me da miedo decir la verdad. Puede que sea poderoso, pero no es más que un hombre débil que demuestra su fuerza intentando humillar a los que son más poderosos que él. ¿Alguien como tú, con tu fuerza? Lo hace sentir incompetente. Cosa que es. ¿Y tus cicatrices? Son un testamento a tu fortaleza. Son prueba de a lo que sobreviviste. Son la evidencia de por qué tú estás aquí cuando muchos que te doblan en edad no lo estarían. No son feas. Lejos de eso. Son preciosas, Saku.

Saku.

—Es la tercera vez que me llamas así —le dije.

—Cuarta —me corrigió. Parpadeé, confundida— Somos amigos, ¿no? Solo tus amigos y tu hermano te llaman así, y puede que seas la Doncella y yo un guardia real, pero teniéndolo todo en cuenta, esperaría que pensaras que somos amigos.

—Lo somos. —Y lo éramos.

Su mano se aplanó contra mi mejilla y un suspiro recorrió su cuerpo.

—Y no… no estoy siendo un buen amigo ni un buen guardia ahora mismo. No… —Su mano se deslizó para enroscar los dedos por detrás de mi nuca durante unos segundos antes de apartarla— Debería acompañarte de vuelta a tus aposentos. Se está haciendo tarde.

Solté un suspiro tembloroso.

—Es verdad.

Me iba a llevar de vuelta. A esa habitación en la que era la Doncella, la Elegida. De vuelta a donde no era Saku, sino la sombra de una persona a la que no le permitían experimentar, necesitar, vivir o querer. Dejaría de ser quien él veía.

—¿Indra? —susurré, mi corazón restalló como un trueno— Bésame. Por favor.

Indra se había quedado tan quieto contra mí que no estaba segura de si respiraba siquiera. Mi petición lo había sorprendido. Me había sorprendido a mí… Pensé que quizás yo misma había dejado de respirar.

—Por todos los dioses —murmuró, y una mano volvió a mi mejilla— No tienes que pedírmelo dos veces, princesa, y jamás tienes que suplicar.

Antes de tener ocasión de responder, sus labios rozaron los míos. Contuve el aliento al sentir el suave contacto de su boca, y hubiese jurado que pude sentir sus labios curvarse contra los míos en una sonrisa. Deseé poder verla porque parecía una sonrisa completa, del tipo que levantaba los dos lados de su boca y hacía aparecer ambos hoyuelos, pero entonces movió su boca sobre la mía, con minuciosa lentitud, como si trazara la curva de mis labios con los suyos. Me quedé muy quieta. Notaba el corazón como una mariposa atrapada mientras sus labios recorrían el mismo camino en dirección contraria. Diminutos temblores invadieron todos los rincones de mi cuerpo. Me estremecí mientras mis manos se enroscaban sobre la parte de delante de su túnica, sin duda arrugando la exquisita tela.

Ese contacto apenas era un beso, pero madre mía, su suavidad, su dulzura… me impactó, me hizo estremecer hasta la médula. Entonces Indra ladeó la cabeza, aumentó la presión, profundizó en su beso. Y de repente, todo cambió. Este beso… su crudeza… me dejó sin respiración. Terminó con los dos jadeando cuando nos separamos; nuestros pechos subían y bajaban agitados. No podía verle los ojos en la oscuridad, pero podía sentir su mirada penetrante. En esos momentos no estaba pensando en lo que era. No pensaba en lo que estaba prohibido y lo que era correcto. No pensaba en nada, la verdad sea dicha, y no sabría decir quién se movió primero. ¿Indra? ¿Yo? ¿Los dos al mismo tiempo? Nuestros labios se tocaron de nuevo y, esta vez, no hubo dudas. Hubo solo deseo, tantísimo deseo, y un centenar de otras cosas prohibidas y poderosas que palpitaban en mi interior. Sus labios abrasaban los míos, calentaban mi sangre y prendían fuego a mis sentidos. Sus manos se movieron a mis hombros, se deslizaron por mis brazos. Indra se estremeció y un sonido emergió del fondo de su garganta, una especie de medio gruñido, medio gemido. Me provocó diminutos escalofríos de placer y pánico que recorrieron todo mi ser cuando me separó los labios. El hambre detrás de nuestro beso debería de haberme asustado, y a lo mejor lo hizo un poco porque me pareció demasiado y no lo suficiente, todo al mismo tiempo. Gemí y sus manos bajaron por mis costados. Sentí como si mi cuerpo echase chispas, como si se estuviese incendiando…

Me agarró de la cintura y me levantó para acomodarme otra vez de modo que mis rodillas quedaran a ambos lados de sus caderas, conmigo apretada contra él. Sus ceñidos pantalones y mi vestido no creaban una barrera real. Podía sentirlo. Y me estremecí cuando un repentino y punzante dolor palpitó en mi interior. Su respuesta llegó en forma de gemido, otro sonido rudo y profundo, que hizo añicos cualquier duda que aún pudiera quedarme. Puse mis manos sobre su pecho, me maravillé por la manera en que su cuerpo reaccionó cuando las deslicé hasta sus hombros y luego alrededor de su cuello. Entonces hice lo que deseaba haber hecho en la Perla Roja. Hundí mis dedos en su pelo, el tacto tan suave como había imaginado que sería. Ninguna otra parte de él parecía así. Era todo calor duro contra mí.

Indra pasó los brazos a mi alrededor, me estrechó con tal fuerza que apenas quedaba espacio entre nosotros. Me besó de nuevo, siguió besándome, y supe que aquello era más que un beso. Iba más allá de eso, más allá de cómo se sentía él y cómo me hacía sentir a mí. Sus palabras habían tocado la parte más sensible de mí. Y era emocionante. Me sentía viva, como si por fin me estuviera despertando… Y no quería que parara nunca. No con la interminable oleada de sensaciones que fluían a través de mí. Sabía en el fondo de mi mente que había perdido el control de mi don. Mis escudos estaban abiertos de par en par y no había forma de saber si lo que sentía le pertenecía a él, a mí o a los dos.

El instinto tomó el control, guiaba mi cuerpo, hizo que mis caderas empujaran y se contonearan, y Indra se volvió a estremecer. Atrapó mi labio inferior entre los suyos. Agarró puñados de la falda de mi vestido, la levantó hasta que sus manos tocaron mis pantorrillas. Me recorrió otro escalofrío, este como un relámpago.

—Recuerda —dijo contra mis labios mientras las palmas de sus manos se deslizaban hacia la curva de mis rodillas— Cualquier cosa que no te guste, dilo y pararé.

Asentí y busqué su boca en la oscuridad. Cuando la encontré, me pregunté cómo había aguantado tanto tiempo sin besarlo otra vez. Me pregunté cómo podría seguir adelante sin hacerlo más.

Ese pensamiento amenazó con sofocar el calor, pero sus manos se movían de nuevo, acariciaban mi piel y enviaban una cascada de sangre caldeada a todos los rincones de mi cuerpo. Me moví hacia delante hasta que nuestras caderas estaban encajadas. Me moví. Nos movimos. Y creo que susurré su nombre antes de besarlo otra vez. Deslicé la lengua entre sus labios, sobre sus dientes…

Indra echó la cabeza hacia atrás, jadeando, y apoyó la frente contra la mía.

—Saku —dijo, de un modo que hizo que mi nombre sonara como una oración y una maldición al mismo tiempo.

—¿Sí?

Mis dedos se abrían y cerraban en torno a la sedosa suavidad de su pelo.

—Esa ha sido la quinta vez que he dicho tu nombre, por si todavía llevas la cuenta.

—Claro que la llevo. —Sonreí.

—Bien —Sacó las manos de debajo de mi vestido y una de ellas encontró el camino hasta mi mejilla. Trazó el contorno de mi antifaz, sorprendiéndome una vez más con su vista— No creo que haya sido sincero hace unos momentos.

—¿Sobre qué? —Aflojé los dedos entre su pelo y bajé las manos hasta sus hombros.

—Sobre lo de parar —admitió con voz queda. Deslizó los dedos por mi mejilla y a lo largo de mi mandíbula— Sí pararía, pero no creo que tú me pararas.

—No entiendo muy bien qué quieres decir.

Dejé que mis ojos se cerraran. A pesar de estar confusa por sus palabras y del hecho de que no nos estábamos besando, me gustaba la intimidad de lo cerca que estábamos, cómo descansaba su cabeza contra la mía.

Acarició un lado de mi cuello.

—¿Quieres que sea franco?

—Siempre quiero que seas sincero.

Mis sentidos seguían abiertos. Lo supe porque percibí una sensación extraña a través de la conexión, pero fue demasiado breve para que pudiera averiguar qué era. Y entonces besó mi sien y pensé en la extraña sensación cenicienta que había impregnado mi garganta.

—Estaba a segundos de tirarte al suelo y convertirme en un guardia muy, muy malo.

Se me quedó el aire atascado en la garganta mientras un pálpito de calor ardiente me atravesaba de lado a lado. No sabía mucho, pero sí lo suficiente como para entender a qué se refería.

—¿De verdad?

—De verdad —respondió, muy serio.

Debí de sentirme aliviada por que hubiera parado, y así era. Pero también sentía todo lo contrario. Lo que sentía era un lío espantoso. Pero de una cosa estaba segura.

—No creo que te hubiese parado —susurré— Habría dejado que me tiraras al suelo y recibido con agrado lo que hubieses hecho, y al diablo las consecuencias.

El cuerpo de Indra se estremeció mientras gemía.

—No ayudas.

—Soy una Doncella mala.

—No —Besó mi otra sien— Eres una chica perfectamente normal. Lo que se espera de ti es lo malo —Hizo una pausa— Y sí, también eres una Doncella muy mala.

En vez de sentirme ofendida (porque no había forma de que pudiera negar eso, incluso sin contar esta noche), me reí y me vi recompensada por su brazo cerrándose otra vez en torno a mí. Indra volvió a estrecharme contra su cuerpo, deslizó una mano hasta mi nuca. Apoyé la mejilla contra su hombro y su mano se apretó un momento, pero luego sus dedos se movieron para empezar a masajear los músculos de mi cuello. No estaba segura de cuánto tiempo pasamos así, ahí acurrucados, callados y ocultos bajo el sauce, pero sí sabía que hacía mucho que mi sangre se había enfriado y mi corazón se había apaciguado. Pero no me moví, e Indra tampoco. Pensé que quizás… quizás que te abrazaran así, tan cerca y tan fuerte, sentaba igual de bien que lo de besarse y acariciarse. Quizás incluso mejor, solo que de un modo distinto.

Pero se estaba haciendo tarde y no hubo ninguna sorpresa en que Indra fuese el responsable de los dos. Me besó en la coronilla y mi corazón se comprimió de un modo tan dulce que resultó casi doloroso.

—Tengo que llevarte de vuelta, princesa.

—Lo sé.

Pero permanecí aferrada a él. Indra se rio bajito y yo sonreí contra su hombro.

—Pero para eso, tienes que soltarme.

—Lo sé —Suspiré, pero me quedé donde estaba. Pensé que en el mismo instante en que saliéramos de debajo del sauce, estaríamos de vuelta en el mundo real, ya no en nuestro refugio, donde era Saku y lo que importaba era quién era— No quiero.

Indra se quedó callado tanto tiempo que temí haber dicho algo equivocado, pero su brazo volvió a cerrarse a mi alrededor. Cuando habló, su voz sonó extrañamente áspera.

—Yo tampoco.

Casi pregunté por qué teníamos que hacerlo, pero conseguí reprimirme. Entonces Indra se levantó y me arrastró con él. A regañadientes, bajé las piernas. Nos quedamos ahí de pie durante otro momento demasiado corto, sus brazos a mi alrededor, los míos estirados hacia arriba, nuestros cuerpos aún conectados.

Entonces respiré hondo, abrí los ojos y di un paso atrás. Seguía sin poder verlo, pero no me sorprendió que su mano encontrara la mía. Me condujo hacia las ramas del sauce.

Se detuvo.

—¿Lista?

En absoluto, pero dije que sí y salimos de debajo del sauce. Mi pecho amenazaba con hundirme bajo su peso, pero me negué a dejar que ocurriera. Al menos no en ese momento. Tenía toda la noche para que todo lo que sentía se convirtiera en recuerdos.

Tenía muchas noches por delante para eso.

Encontramos el camino de vuelta al sendero iluminado por los farolillos de gas. El jardín estaba en silencio, excepto por el sonido del viento y nuestros pasos. Miré por los oscuros caminitos laterales, me pregunté qué había pasado con las conversaciones calladas y los suaves gemidos. Doblamos un recodo, ya cerca de la fuente… Y nos dimos de bruces con Yamato, sin máscara.

Mi corazón dio una voltereta en mi pecho y me tambaleé un paso hacia atrás. Indra se giró como para sujetarme, pero recuperé el equilibrio a tiempo.

—Oh, por todos los dioses —susurré, levantando la vista hacia Yamato— Casi me da un infarto.

Me miró durante un largo momento y luego se giró hacia Indra. Un músculo se apretó en su mandíbula cuando bajó la vista hacia donde Indra aún me daba la mano.

Oh, mierda.

Despacio, Yamato levantó la vista mientras yo intentaba liberar mi mano. Indra la retuvo un instante, luego soltó. Crucé las manos delante de mí, los ojos muy abiertos detrás de mi antifaz.

—Es hora de volver a tu habitación, Doncella —masculló Yamato, en voz baja.

Me encogí un poco al oír su tono.

—Estaba en proceso de acompañar a Sakura a sus aposentos —intervino Indra. Yamato giró la cabeza hacia él con brusquedad.

—Sé exactamente lo que estabas en proceso de hacer.

Me quedé boquiabierta.

—Lo dudo —murmuró Indra. Cosa que fue un error.

—¿Crees que no lo sé? —Yamato se encaró con Indra y, aunque este era dos o tres dedos más alto, sus ojos quedaron a escasos centímetros— No hay que echaros más que un vistazo para saberlo.

¿Tan solo un vistazo? Parpadeé, confusa, y me llevé los dedos a los labios, que todavía me hormigueaban y los notaba hinchados. Mis ojos volaron hacia la boca de Indra. Sus labios sí que se veían hinchados.

Indra no se amilanó y le sostuvo la mirada a Yamato. No tenía ni idea de lo que podía decirle para suavizar la situación.

—No ha pasado nada, Yamato. Bueno…

—¿Nada? —gruñó Yamato— Chico, puede que haya nacido de noche, pero no nací anoche.

Parpadeé.

—Gracias por señalar lo obvio —replicó Indra— Pero te estás equivocando de plano.

—¿Yo me estoy equivocando? —Yamato se rio, pero no había ningún humor en el sonido— ¿Es que no entiendes lo que es ella? —exigió saber, su voz tan baja que era apenas audible— ¿Entiendes siquiera lo que podrías haber provocado si cualquiera que no fuese yo se hubiese topado con vosotros dos?

Di un paso adelante.

—Yamato…

—Sé muy bien quién es ella —escupió Indra— No lo que es. A lo mejor tú has olvidado que no es solo un maldito objeto inanimado cuyo único propósito es servir a un reino, pero yo no.

—Indra. —Me volví hacia él.

—Oh, sí, qué caradura, viniendo de ti. ¿Cómo la ves tú, Indra? —Yamato se acercó aún más. De repente estaban tan cerca como lo habíamos estado Indra y yo debajo del sauce— ¿Como otra muesca en el poste de tu cama?

Solté una exclamación y me giré de nuevo en dirección contraria.

—Yamato.

—¿La consideras el último desafío? —continuó Yamato.

Entreabrí los labios. Indra bajó la barbilla.

—Mira, comprendo que te muestres protector con respecto a ella. Lo entiendo. Pero te lo voy a decir solo una vez más, te estás equivocando mucho.

—Y yo te prometo una cosa… tendrás que pasar por encima de mi cadáver para disfrutar de otro momento a solas con ella.

Entonces Indra sonrió, solo con un lado de la boca. No hubo hoyuelo. Sus facciones parecieron afilarse a la luz de la luna, se crearon sombras bajo sus ojos y en sus pómulos.

—Ella te ve casi como a un padre —dijo, su voz tan suave que un escalofrío recorrió mi columna— Le dolería mucho que te ocurriera algo desafortunado.

—¿Es una amenaza? —Yamato levantó las cejas.

—Solo te estoy informando de que esa es la única razón por la que no estoy haciendo que tu promesa se haga realidad en este mismo momento —le advirtió— Pero ahora tienes que apartarte. Si no lo haces, alguien va a resultar herido y ese alguien no voy a ser yo. Entonces Saku se disgustará —se volvió hacia mí— y esa es la sexta vez que lo digo —añadió, y todo lo que pude hacer fue mirarlo pasmada— No quiero verla disgustada, así que apártate. De una. Jodida. Vez.

—Los dos tenéis que parar —susurré. Agarré el brazo de Yamato, pero no se movió— En serio. Estáis haciendo una montaña de nada. Por favor.

No apartaron la mirada el uno del otro y fue casi como si yo no estuviese ahí. Al final, Yamato dio un paso atrás. No sabía si había visto algo en la cara de Indra o si era porque estaba tirando de su brazo, pero dio otro paso atrás, su piel inusualmente pálida a la luz de la luna.

—Yo me quedaré con ella el resto de la noche —declaró Yamato— Puedes retirarte.

Indra esbozó una sonrisilla de suficiencia y yo le lancé una mirada asesina que no pareció ver. No dijo nada cuando Yamato me tomó del brazo y dio media vuelta. Me dejé llevar. Solo había dado un par de pasos cuando miré hacia atrás.

El espacio que había ocupado Indra estaba desierto. Miré a nuestro alrededor a toda prisa, pero no lo vi. ¿Adónde había…?

—Ni siquiera sé qué decirte ahora mismo —soltó Yamato— Por todos los dioses. Cuando terminé de hablar con el comandante, no te encontraba, pero me crucé con Matsuri. Me dijo que habías vuelto a tus aposentos. Fui a comprobar si estabas bien y, cuando no te encontré ahí, pensé que podrías estar aquí. Pero no esperaba encontrar esto —Daba la sensación de que sabía exactamente lo que me quería decir— Maldita sea, Saku, no eres ninguna tonta. Sabes lo que arriesgas y no estoy hablando del jodido reino.

Oírle decir palabrotas llamó mi atención. Levanté la vista mientras él seguía su camino y me arrastraba tras de sí.

—Si alguien te hubiese visto con él, perderte un par de días de entrenamiento hubiese sido el menor de mis temores —prosiguió y se me cayó el alma a los pies— E Indra sabe bien cuál es su lugar. Maldita sea, jamás debió poner una mano sobre…

—No pasó nada, Yamato.

—Y una mierda, Saku. Tenías pinta de que te hubiesen besado a conciencia. Espero que eso haya sido todo.

—Oh, por todos los dioses —exclamé, roja como un tomate.

—No me mientas.

—Íbamos de vuelta a mi habitación… —Yamato se detuvo en seco. Bajó la vista hacia mí con los ojos muy abiertos y las cejas arqueadas— No para lo que estás pensando —insistí, y era la verdad— Por favor. Solo déjame explicarte lo que ha pasado —dije, desesperada por averiguar cómo arreglar esto.

—No creo que quiera saberlo.

—Después de que te fueras a hablar con el comandante —dije, haciendo caso omiso de su comentario— me sentí mal porque Matsuri no quería apartarse de mi lado. Sabía que mientras me quedara en el Rito, sentiría que tenía que estar conmigo. Así que le dije que iba a volver a mi habitación para que pudiera divertirse.

—Eso no explica cómo acabaste aquí fuera con él.

—Iba a llegar a eso —continué, tratando de no perder la paciencia— Indra sabía que no quería volver a mi cuarto y sabía lo mucho que solían gustarme los jardines. Así que me acompañó aquí para que… pudiera superar lo que pasó con Kankuro. Por eso estábamos aquí fuera.

—Me da la sensación de que te estás dejando muchas cosas en el tintero.

Llegada a ese punto, sabía que no podía seguir mintiendo, al menos no sobre todo lo sucedido.

—Dimos un paseo y Indra me enseñó un sitio que le gusta del jardín. Y yo… le pedí que me besara —Yamato apartó la mirada, noté que apretaba los dientes— Y sí, nos besamos. ¿Vale? Ocurrió, pero eso fue todo. Él paró antes de que la cosa fuese a más —le conté, con total sinceridad— Ya sé que no debí pedírselo…

—Él no debió de estar tan dispuesto a darte el gusto.

—Ese no es el tema.

—Ese sí que es el tema, Saku.

—No, no lo es —Liberé mi brazo y cerré los puños antes de agarrar algo y tirarlo— ¡Él no es el maldito tema! —Una expresión de sorpresa y consternación cruzó el rostro de Yamato. Hice un esfuerzo por bajar la voz— Toda esta estúpida cosa es el tema. El hecho de que no puedo hacer nada es el tema. No puedo tener una noche para hacer algo normal y agradable y divertido. No puedo experimentar nada sin que me recuerden que no debo olvidar lo que soy. Cada privilegio que tú tienes y que tiene Matsuri y que tiene todo el mundo, yo no lo tengo —Se me quebró la voz cuando el fondo de mi garganta empezó a quemar— No tengo nada.

—Saku… —Su expresión se suavizó.

—No —Di un paso atrás y sus facciones se desdibujaron— No entiendes que no puedo celebrar mis cumpleaños porque es impío. No se me permite ir a merendar a la Arboleda o a cenar con otras personas porque soy la Doncella. No se me permite defenderme porque eso sería indecoroso. Ni siquiera sé montar a caballo. Casi cualquier libro está prohibido para mí. No puedo socializar ni hacer amigos porque mi único propósito es servir al reino cuando me reúna con los dioses… algo que nadie quiere explicarme siquiera. ¿Qué significa eso en realidad?

Resollaba. Intenté recuperar el control de mis emociones, pero no podía. Algo en mí se había partido, roto en pedazos, y no podía parar.

—Ni siquiera sé si tendré un futuro más allá de mi Ascensión. Dentro de menos de un año o incluso antes, podría perder todas las oportunidades que tengo de hacer lo que todos los demás dan por sentado. No tengo vida, Yamato. Nada.

—Saku —susurró.

—Me lo han quitado todo. Mi libre voluntad, mis elecciones, mi futuro… Y encima tengo que soportar las lecciones del duque —escupí, con un estremecimiento— Tengo que quedarme ahí plantada y dejar que me pegue. ¡Dejar que me mire y me toque! Hacer todo lo que él o el lord quieran… —Aspiré una bocanada de aire ardiente y dolorosa. Me llevé las manos a la cabeza, agarré mechones enteros de cabello y tiré, mientras Yamato cerraba los ojos— Tengo que quedarme ahí y soportarlo. Ni siquiera puedo gritar o llorar. No puedo hacer nada. Así que lo siento mucho, siento que haber elegido algo que quiero para mí misma sea semejante decepción para ti, para el reino, para todos los demás y para los dioses. ¿Dónde está el honor en ser la Doncella? ¿De qué, exactamente, debería estar orgullosa? ¿Quién querría esto? Dime si sabes de alguien porque estaré encantada de cambiarle el puesto. Nadie debería sorprenderse de que quiera que me encuentren indigna.

En el instante en que esas palabras salieron por mi boca, me planté las manos sobre los labios. Los ojos de Yamato se abrieron de golpe y, durante un largo momento, nos miramos el uno al otro; la verdad era una espada de doble filo entre nosotros.

—Saku —Yamato miró a nuestro alrededor y entonces alargó los brazos hacia mí— Está bien. Todo va a ir bien.

Esquivé sus manos, enrosqué los dedos sobre mi boca. No estaba bien. No iba a ir bien. Lo había dicho. La verdad. En voz alta. Con el corazón desbocado y el estómago revuelto, giré sobre los talones y empecé a caminar hacia el castillo. Pensé que a lo mejor vomitaría.

—Quiero volver a mis aposentos —susurré, bajando las manos. Yamato hizo ademán de decir algo— Por favor. Solo quiero volver a mi habitación.

No respondió, gracias a los dioses, pero me siguió de cerca. Lo único en lo que podía pensar era en poner un pie delante del otro. Si no lo hacía, el iracundo, caótico y violento volcán de emociones que tenía atascado en la garganta entraría en erupción. Yo entraría en erupción. Así es como me sentía. Explotaría por doquier en una lluvia de chispas y llamas. No me importó el aspecto que tenía cuando entramos en el vestíbulo y a la luz, ni lo que la gente veía al mirarme y percatarse de que era la Doncella. Todo mi cuerpo estaba temblando con el esfuerzo de mantener…

El sonido de un fuerte crujido nos hizo parar en seco. Me recordó a la madera al astillarse. Nos giramos hacia el Gran Salón justo cuando sonó un grito, seguido de chillidos; chillidos agudos, uno detrás de otro. Se me cayó el alma a los pies. Alguien, una dama en espera, salió del Gran Salón caminando hacia atrás, su vestido rojo enredado entre los pies mientras apretaba las manos contra su boca. Yamato empezó a dirigirse hacia la entrada, pero se detuvo. Se giró hacia mí y supe que me iba a llevar de vuelta a mi habitación, pero seguíamos oyendo los chillidos, seguidos de gritos de pánico y horror. Alguien se unió a la dama en espera. Luego alguien más, un sirviente que llevaba una bandeja vacía. Dio media vuelta y vomitó.

—¿Qué ha pasado? —pregunté, pero no respondió nadie. No me oía nadie por encima de los gritos. Mis ojos, muy abiertos, se cruzaron con los de Yamato— Matsuri está ahí dentro.

La expresión de su mandíbula me indicó que no le importaba lo más mínimo. Hizo ademán de agarrarme, pero fui rápida, porque él me había enseñado a serlo cuando necesitaba velocidad. Me evadí de su agarre y corrí hacia la entrada, su maldición mascullada resonó en mis oídos. Un aluvión de gente salió en tropel del salón, impactó contra mi hombro. Un revoltijo de rostros enmascarados que provenía de todas direcciones. Me zarandearon hacia un lado, la sandalia de uno de mis pies resbaló por el suelo pulido, pero yo empujé hacia delante. Matsuri seguía ahí dentro. Eso era todo lo que podía pensar mientras me abría paso entre la multitud que huía despavorida.

Me paré en seco cuando mis ojos aterrizaron sobre el estrado, sobre lo que había detrás del estrado.

—Oh, por todos los dioses —susurré.

Ya sabía lo que había provocado ese crujido. Uno de los mástiles de madera que sujetaban los pesados estandartes se había partido. El estandarte del Rito había quedado hecho un revoltijo sobre el suelo del estrado, pero la pared seguía cubierta de rojo. Vi lo que había roto el mástil, lo que colgaba del que quedaba en pie. Una cuerda estiraba los brazos a los lados y ríos de rojo impregnaban la piel pálida. Supe al instante quién era. Supe por qué la duquesa estaba plantada en el centro del Gran Salón, con los brazos a los lados, y por qué todos los demás estaban paralizados por la conmoción. Ese pelo, tan rubio que casi parecía blanco… Era el duque.

Incluso desde donde estaba, supe qué era lo que le habían incrustado en el pecho. A través del corazón. Lo reconocería en cualquier sitio. Era la vara con la que me pegaba.

Y por encima de él, escrita en rojo… con sangre… estaba la marca del Señor Oscuro.

De sangre y cenizas… Resurgiremos.