Ni la historia ni los personajes me pertenecen.
Capítulo 23
Tras unas pocas horas de recorrer las Llanuras Desoladas, ya no necesitaba recurrir a mi imaginación para saber lo que había querido decir Indra cuando comentó que cabalgaría con él.
Había poco espacio entre nuestros cuerpos.
Al principio no había sido así, cuando las gruesas puertas del Adarve se habían abierto y cruzamos entre las antorchas. Consciente de que los hombres que viajaban con nosotros sabían quién era yo, me senté bien erguida e hice todo lo posible por ignorar la sensación del brazo de Indra alrededor de mi cintura. Pero el ritmo era duro. No íbamos a galope tendido ni mucho menos, pero desacostumbrada a la manera de moverse de un caballo, la posición rígida enseguida me resultó incómoda y dolorosa. A cada hora que pasaba, acababa más cerca de Indra, hasta que mi espalda quedó apoyada contra su pecho y mis caderas acunadas por sus muslos. La capucha de mi capa se me había caído en algún momento y la había dejado así, en parte porque quería sentir el viento sobre la cara. Y en parte porque sentía el aliento cálido de Indra contra la mejilla cada vez que se agachaba para decirme algo.
Había estado en lo cierto. Para una Doncella, esto era del todo inapropiado. O al menos lo que sentía ahí abrazada por él era inapropiado para una Doncella. Pero después de un rato, me relajé y disfruté de la sensación de estar en sus brazos, consciente de que cuando llegáramos a nuestro destino todo esto se acabaría, sin importar cuán buenas creyese Indra que eran sus habilidades. Las cosas serían diferentes en la capital.
Contemplé el paisaje yermo. En un tiempo, había habido granjas ahí, y posadas donde los viajeros podían parar a descansar. Pero ahora, no había nada más que hierba interminable, árboles doblados y retorcidos, y altos juncos que trepaban por encima de las ruinas de granjas y tabernas. Estaba convencida de que todo el que se cruzaba con nosotros estaba poseído. Los Demonios habían destruido las Llanuras, mancillado las antes fértiles tierras con sangre y asesinado a todo el que se atreviera a echar raíces fuera del Adarve. Y tan cerca del Bosque de Sangre…
Me mantuve ojo avizor para detectar el primer atisbo del bosque e hice todo lo posible por no pensar en dónde estaba el sol en ese momento y dónde acabaría cuando cayera la noche. Indra se movió y, de algún modo, la mitad de su brazo acabó deslizándose entre los pliegues de mi capa. Se me quedó la boca seca y noté que el caballo ralentizaba la marcha. La palma de su mano quedó apoyada contra mi cadera y, aunque el jersey de lana y mis pantalones separaban nuestra piel, el peso de su mano era como un hierro candente.
—¿Estás bien? —preguntó, y su aliento danzó por mi mejilla.
—En realidad, no siento las piernas —admití.
Soltó una risita.
—Te acostumbrarás en un par de días.
—Genial —comenté.
Contuve la respiración cuando sentí su pulgar moverse por encima de mi cadera. Agarré el pomo de la montura con más fuerza.
—¿Estás segura de que comiste lo suficiente?
Habíamos merendado queso y frutos secos en marcha y, aunque por lo general ya hubiese comido algo mucho más contundente a esa hora, no estaba segura de que pudiese aprender a comer mientras me zarandeaba un caballo.
Asentí, al tiempo que me fijaba en que Naruto y Phillips, que iban en cabeza, también habían ralentizado el paso. Habían hablado el uno con el otro de vez en cuando, pero iban demasiado lejos de mí como para oír lo que decían.
—¿Vamos a parar? —pregunté.
—No.
—Entonces —dije, con el ceño fruncido— ¿por qué vamos más despacio?
—Es el camino… —Airrick, que cabalgaba a nuestra izquierda, se interrumpió y yo sonreí. Sabía que había estado a punto de llamarme Doncella. Algo que había hecho tantas veces a lo largo de las últimas dos horas que Indra había amenazado con tirarlo del caballo si lo hacía una sola vez más. Por suerte, esta vez se había dado cuenta a tiempo— El camino se vuelve irregular aquí y hay un arroyo, pero cuesta verlo entre la maleza.
—Eso no es todo —añadió Indra.
Seguía moviendo el pulgar, tiraba de la lana y la arrastraba en un círculo lento y constante.
—¿Ah, no?
—¿Ves a Luddie? —Indra se refería a uno de los cazadores que cabalgaba a nuestra derecha. El hombre no había dicho gran cosa desde que partimos— Está atento a los barrats.
Hice una mueca.
Los barrats no eran roedores normales. Se rumoreaba que eran del tamaño de un jabalí, criaturas de pesadilla.
—Pensé que habían desaparecido todos.
—Son la única cosa que no comen los Demonios.
¿No era eso indicativo suficiente?
Me estremecí.
—¿Cuántos crees que hay ahí fuera?
—No lo sé.
El brazo de Indra se apretó en torno a mi cintura y tuve la sensación de que sabía exactamente cuántos había. Miré a Airrick, pero él apartó la mirada.
—¿Tú sabes cuántos hay, Airrick?
—Eh, bueno, sé que solía haber más —dijo. Lanzó una mirada nerviosa a Indra y giró la cabeza de inmediato hacia delante— No solían ser un problema, ¿sabes? O al menos eso es lo que me dijo mi abuelo cuando era pequeño. Él vivía por aquí. Uno de los últimos.
—¿De verdad?
Airrick asintió mientras el pulgar de Indra seguía su camino.
—Cultivaba maíz y tomates, judías y patatas —Apareció una leve sonrisa— Me contó que los barrats solían ser tan solo un incordio.
—No puedo imaginar que ratas que pesan casi cien kilos sean solo un incordio.
—Bueno, eran solo carroñeros y tenían más miedo de las personas del que les teníamos nosotros a ellos —explicó Airrick. Yo estaba segura de que me darían miedo, dejaran a la gente en paz o no— Pero cuando todo el mundo huyó de la zona, perdieron su…
—¿Fuente de alimento? —terminé por él.
Airrick asintió mientras escudriñaba el horizonte.
—Ahora, cualquier cosa con la que se encuentran es comida.
—Incluidos nosotros.
De verdad que esperaba que Luddie tuviese una vista perfecta y un sexto sentido en lo que a barrats se refería.
—Eres intrigante —comentó Indra mientras Aoda partía al trote para adelantar a Airrick.
—«Intrigante» es tu palabra favorita —me burlé.
—Lo es cuando estoy contigo.
Me permití sonreír, porque nadie estaba mirando y me apetecía.
—¿Por qué soy intrigante ahora?
—¿Cuándo no eres intrigante? —dijo— No te dan miedo los Descendentes ni los Demonios, pero te estremeces como un gatito mojado ante la mera mención de un barrat.
—Los Demonios y los Descendentes no corretean por ahí a cuatro patas y no tienen pelo.
—Bueno, los barrats no corretean —repuso— Corren, más o menos tan deprisa como un sabueso obcecado con una presa.
—Eso no ayuda. —Me recorrió otro escalofrío.
Indra se echó a reír.
—¿Sabes lo que me encantaría ahora mismo?
—¿Que nadie hablara de ratas gigantes comehombres?
Indra me dio un apretoncito y sentí un revoloteo en el pecho.
—Aparte de eso —Solté un bufido— Hazme un favor. Mete la mano en la alforja de al lado de tu pierna izquierda. Pero ten cuidado. Agárrate al pomo.
—No me voy a caer.
En cualquier caso, me agarré mientras me estiraba hacia delante y levantaba la solapa de la bolsa.
—Ajá.
Hice caso omiso de eso y metí la mano. Mis dedos rozaron algo suave y de cuero. Fruncí el ceño y lo saqué. En cuanto vi la tapa roja, solté una exclamación y lo devolví a toda prisa a la bolsa.
—Oh, por todos los dioses —Me senté muy erguida, los ojos como platos. Indra estalló en carcajadas y, más adelante, Naruto se giró hacia nosotros. ¿Podía ver lo roja que tenía la cara?— No te creo —Roté por la cintura y, durante un instante, me perdí en ese hoyuelo de la mejilla derecha de Indra. El de la izquierda también estaba empezando a aparecer. Y entonces recordé lo que había en la alforja— ¿Cómo has encontrado este libro?
—¿Que cómo encontré ese pícaro diario de lady Shizune Colyns? Tengo mis medios.
—¿Cómo?
La última vez que lo había visto estaba metido debajo de mi almohada y, con todo lo que había pasado, ni siquiera se me había ocurrido que alguien pudiera encontrarlo y tener preguntas. Muchas preguntas.
—No te lo diré nunca —contestó. Le pegué en el brazo— Qué violenta —Puse los ojos en blanco— ¿No me lo vas a leer un poquito?
—No. Desde luego que no.
—Tal vez te lo lea yo dentro de un rato.
Eso era incluso peor.
—No será necesario.
—¿Estás segura?
—Segurísima.
Se rio bajito y suave contra mi cuello.
—¿Hasta dónde llegaste, princesa?
Apreté los labios y luego suspiré.
—Casi lo había terminado.
—Tendrás que contármelo todo.
Eso no iba a pasar. No podía creer que no solo hubiese encontrado el maldito libro, sino que además lo hubiese traído. De todo lo que podía haber llevado consigo, había optado por el diario. Las comisuras de mis labios se movieron por voluntad propia y, antes de darme cuenta siquiera, estaba sonriendo y luego riendo. Cuando el brazo de Indra volvió a apretarse a mi alrededor, me relajé contra él. Indra era… intrigante.
Después de eso, aceleramos el paso y casi dio la impresión de que echábamos una carrera con la luna. No tuve que mirar adelante para saber que estábamos perdiendo.
Y entonces lo vi. El hielo caló mi piel al primer atisbo de rojo. Y entonces se alzó ante nosotros. Un mar carmesí se extendía hasta donde alcanzaba la vista.
Habíamos llegado al Bosque de Sangre.
Los caballos siguieron avanzando, a pesar de que todos los instintos de mi cuerpo gritaban su advertencia. No podía apartar los ojos del bosque, aunque me daba la impresión de que la imagen atormentaría mis sueños durante muchísimos años. Jamás lo había visto de cerca, pues había llegado a Masadonia por una ruta diferente que ahora hubiera añadido días a nuestro viaje. Lo que vi fue una masa roja y de un tono más oscuro que me recordó a sangre seca. Debajo de los atronadores cascos de los caballos, el suelo se volvió más irregular. Algo crujía y chascaba. ¿Eran arbolitos? ¿Ramas? Hice ademán de asomarme…
—No —ordenó Indra— No mires abajo.
No pude reprimirme. Se me revolvió el estómago. El suelo estaba plagado de huesos blanqueados por el sol. Calaveras que pertenecían a ciervos y a animales más pequeños. ¿Conejos, quizás? Había también huesos más largos, demasiado largos para ser de un animal, y…
Ahogué una exclamación y aparté la vista.
—Los huesos… —dije, tragando saliva— No son todos de animales, ¿verdad?
—No.
Mi mano se deslizó hacia el brazo que rodeaba mi cintura. Me aferré a él.
—¿Son huesos de Demonios que murieron? —Si no comían, se marchitaban hasta que no quedaba nada más que huesos.
—Algunos —Me estremecí— Te dije que no miraras.
—Ya lo sé.
Pero lo había hecho.
Igual que no podía cerrar los ojos ahora. Las hojas rojas centelleaban bajo el sol mortecino; parecía como si un millón de hojas hubiesen capturado pequeños charquitos de sangre. Era una imagen tan horripilante como inquietantemente bonita.
Los caballos ralentizaron el paso y la montura de Airrick se encabritó y sacudió la cabeza. Airrick la obligó a seguir adelante. Avanzamos, mi corazón como un martillo pilón mientras las ramas se extendían hacia nosotros, sus relucientes hojas se agitaban con suavidad y parecían llamarnos a su encuentro. La temperatura cayó en picado en el mismo instante que pasamos por debajo de las primeras ramas, y el poco sol que quedaba era casi incapaz de penetrar entre las hojas. Cuando levanté la vista, se me puso la carne de gallina. Algunas ramas eran tan bajas que pensé que podía estirar el brazo y tocar una de las hojas, que tenían la misma forma que las de los arces. Sin embargo, no lo hice. No hablaba nadie. Nos pusimos en fila, de dos en dos, y seguimos el camino marcado en el suelo. Todo el mundo iba ojo avizor. Puesto que ya no oía crujidos, pensé que era seguro mirar al suelo.
—No hay hojas —comenté.
—¿Qué? —Indra se inclinó hacia mí, mantuvo la voz baja.
Recorrí con los ojos el suelo cada vez más oscuro del bosque.
—No hay hojas en el suelo. Solo hierba. ¿Cómo es posible?
—Este sitio no es natural —contestó Phillips.
—Eso es quedarse muy corto —añadió Airrick, sin dejar de mirar a su alrededor.
Indra se inclinó hacia atrás.
—Tendremos que parar pronto. Los caballos tienen que descansar.
La presión se cerró en torno a mi pecho y apreté la mano sobre el brazo de Indra. Sabía que mis uñas empezaban a clavarse en su piel, pero no lograba forzarme a aflojar.
Solté una bocanada temerosa y vi mi aliento en el aire.
Seguimos adelante una hora más. Solo había rayos plateados de luz de luna cuando Indra hizo una seña al grupo. Los caballos cayeron al trote y al poco se detuvieron, con la respiración agitada.
—Este sitio parece mejor que muchos otros para acampar —comentó Indra.
Sentí el más extraño impulso de reír, aunque no había nada gracioso en lo que estábamos a punto de hacer. Íbamos a pasar la noche ahí, dentro del Bosque de Sangre, donde merodeaban los Demonios.
No había tenido tanto frío en toda mi vida.
La esterilla no hacía nada por evitar que la humedad glacial se filtrara desde el suelo, y la manta, por gruesas que eran las pieles, no lograba repeler la gelidez del aire. Notaba los dedos como cubitos de hielo dentro de los guantes y por mucho que tiritara no conseguía calentarme.
De noche, debía de haber al menos veinte grados menos dentro del Bosque de Sangre y supuse que, si lloviera, la lluvia se convertiría en nieve.
Durante los últimos veinte minutos o así, había intentado convencer a mi cuerpo para que se durmiera. Porque si estuviese inconsciente, no estaría tan preocupada por la posibilidad de convertirme en un témpano de hielo. Sin embargo, cada crujido de la hierba y cada mínima brisa hacían que mi mano volara hacia la daga que había guardado en la bolsa que usaba de almohada. Entre el frío, la posibilidad de que apareciera algún barrat y la amenaza de un ataque de los Demonios, no había forma humana de que fuera a poder dormir nada esa noche. No sabía cómo podía hacerlo nadie. Además, apenas había sido capaz de comer nada durante nuestra rápida y silenciosa cena. Cuatro guardias dormían mientras otros cuatro vigilaban a varios metros de distancia, uno en cada esquina del campamento. Indra había hablado un rato con uno de ellos, pero ahora se dirigía hacia donde estaba yo. Una diminuta parte de mí pensó que debería hacerme la dormida, pero me daba la sensación de que sabría que estaba fingiendo.
—Tienes frío —dijo, al pararse delante de mí.
—Estoy bien —murmuré.
Me castañeteaban los dientes. Un momento después, noté que sus dedos sin guantes rozaban mi mejilla. Me puse tensa.
—Corrección. Estás helada.
—Ya entraré en calor —O eso esperaba— En un rato.
—No estás acostumbrada a este tipo de frío, Saku —comentó, con la mano colgando entre las piernas.
—¿Y tú sí?
—No tienes ni idea de las cosas a las que estoy acostumbrado.
Eso era verdad. Miré la oscura forma de su mano. Para tener unas manos tan duras y callosas, sus dedos eran bastante largos y elegantes. Dedos que pertenecían a un artista, no a un guardia. Un asesino.
Indra se levantó y, por un momento, pensé que iría a reunirse con los otros que estaban de guardia, pero no lo hizo. Sin dejar de sujetar la ruda manta lo más cerca posible de mi cuerpo, observé cómo desenganchaba la manta enrollada de su bolsa y luego dejaba caer la bolsa al suelo. Sin decir ni una palabra, pasó por encima de mí como si no fuese más que un tronco. Antes de que pudiera volver a respirar, se había tumbado a mi lado. Giré la cabeza.
—¿Qué estás haciendo?
—Asegurarme de que no mueras congelada —Desenrolló la gruesa manta de pieles y la echó por encima de sus piernas— Si lo hicieras, resultaría ser un guardia muy malo.
—No voy a morir congelada.
Mi corazón empezó a latir de manera errática. Estaba lo bastante cerca como para que, si rodaba sobre la espalda, mi hombro tocara el suyo.
—Lo que vas a hacer es atraer a todos los Demonios en un radio de siete kilómetros con tu tembleque.
Rodó sobre el costado para quedar mirando mi espalda.
—No puedes dormir a mi lado —bufé.
—No voy a hacerlo.
Con un borde de la manta en la mano, la echó, junto con su brazo, por encima de mí. El notable peso de su extremidad se instaló en torno a mi cintura. Me quedé aturdida unos momentos.
—Y ¿cómo llamas a esto?
—Dormir contigo.
—¿Qué diferencia hay? —le pregunté, con los ojos muy abiertos.
—Hay una enorme diferencia.
Su aliento cálido rozó mi mejilla e hizo que mi pulso se parara y luego echara a correr. Contemplé la oscuridad, hasta el último rincón de mi cuerpo estaba concentrado en la sensación de su brazo en torno a mí.
—No puedes dormir conmigo, Indra.
—No puedo permitir que te congeles o te pongas enferma. Encender una hoguera es demasiado peligroso y, a menos que prefieras que le pida a uno de los otros que duerma contigo, en realidad no hay muchas más opciones.
—No quiero que uno de los otros duerma conmigo.
—Eso ya lo sabía —repuso, en un tono al mismo tiempo juguetón y petulante.
Mis mejillas empezaron a arder.
—No quiero que nadie duerma conmigo.
En la oscuridad, sus ojos encontraron los míos y, cuando volvió a hablar, su voz sonó incluso más baja.
—Sé que tienes pesadillas, Saku, y sé que pueden ser intensas. Yamato me lo contó.
Una punzada de pena atravesó la vergüenza antes de que pudiese formarse siquiera y la hizo añicos.
—¿Ah, sí? —Mi voz sonó gruesa, ronca.
—Sí.
Apreté los ojos contra el ardor del dolor. Por supuesto. Claro que Yamato habría informado a Indra. Lo más probable era que lo hubiese hecho la primerísima noche. Indra tenía que montar guardia en mi puerta. Aun así, sabía que Yamato había compartido esa información por mi propio bien, más que para preparar a Indra para la inevitable noche en que una de mis pesadillas me despertara. Lo había hecho para que Indra no reaccionara de un modo que me avergonzara o me estresara.
Yamato era… por todos los dioses, cómo lo echaba de menos.
—Quiero estar bastante cerca para intervenir si tienes una pesadilla —continuó. Abrí los ojos— Si gritas… —No necesitaba terminar. Si gritaba, podría atraer a Demonios cercanos— Así que haz el favor de relajarte e intenta descansar. Mañana nos espera un día duro, si queremos tener alguna opción de no vernos obligados a pasar dos noches en el Bosque de Sangre.
Tenía cien negativas en la punta de la lengua, pero también tenía frío y era verdad que si tenía una pesadilla, debía haber alguien cerca para impedir que empezara a gritar palabrotas y maldiciones. Y el calor de Indra… la calidez de su cuerpo ya se estaba filtrando a través de la manta envuelta a nuestro alrededor, empezaba a colarse en mi piel y mis huesos helados. Además, todo lo que estaba haciendo era dormir a mi lado. O dormir conmigo, como había dicho él. Pero ninguna de esas cosas estaba prohibida. Y tampoco era como si no hubiésemos hecho ya cosas por las que debería de haber protestado o evitado. Comparado con la noche de la Perla Roja y la del Rito, esto era extraordinariamente casto, por mucho que ahora estuviese
tiritando por una razón muy distinta al frío.
—Duérmete, Saku —me apremió.
Solté el aire de la manera más ruidosa y ostentosa que pude antes de volver a plantar la mejilla sobre la bolsa. Hice una mueca de inmediato. La superficie se había enfriado un montón mientras tenía la cabeza levantada. Acabé mirando al frente, centrada en la oscura forma de uno de los guardias cuya silueta se recortaba contra la luz de la luna.
Cerré los ojos y, al instante, toda mi concentración voló hacia las zonas donde el cuerpo de Indra tocaba el mío. El brazo de Indra estaba prácticamente enroscado en torno a mi cintura, pero su mano no me tocaba. Debía de colgar en el espacio delante de mí. Eso era sorprendentemente… educado por su parte. Tenía el pecho apoyado contra mi espalda, y cada bocanada de aire que respiraba ponía su cuerpo más en contacto con el mío.
Los únicos ruidos aparte de los fuertes latidos de mi corazón, que me pregunté si Indra sería capaz de oír, eran los suaves relinchos de los caballos y el susurro del viento que agitaba las hojas, que recordaban a huesos secos rozando entre sí. ¿Indra se había dormido ya? Si así era, me iba a enfadar un montón.
—Esto es sumamente inapropiado —musité.
Su respuesta en forma de risa acarició mis nervios de todas las formas equivocadas… y acertadas.
—¿Más inapropiado que hacerte pasar por una doncella de otro tipo totalmente distinto en la Perla Roja? —Cerré la boca tan deprisa y con tanta fuerza que me sorprendí de no romperme una muela— ¿O más inapropiado que la noche del Rito, cuando me dejaste…?
—Cállate —bufé.
—Todavía no he terminado —dijo. Apretó más el pecho contra mi espalda— ¿Y lo de escaparte para ir a luchar contra los Demonios en el Adarve? ¿O ese diario…?
—Lo pillo, Indra. ¿Puedes dejar de hablar ya?
—Pero si has empezado tú.
—Qué va. Yo no he sido.
—¿Qué? —Soltó una risa grave— Tú has dicho, y cito textualmente, «esto es sumamente, extremadamente e irrefutablemente…».
—¿Acabas de aprender lo que son los adverbios o qué? Porque eso no es lo que dije.
—Lo siento —se disculpó Indra con un suspiro. No parecía sentirlo en absoluto— No me había dado cuenta de que hubiésemos vuelto al punto de fingir que no habíamos hecho todas esas otras cosas inapropiadas —comentó— Tampoco es que me sorprenda. Después de todo, eres una Doncella pura, inmaculada e incólume. La Elegida —Oh, por todos los dioses…— Que se está reservando para un marido Regio. Que, por cierto, no será ni puro, ni inmaculado, ni incólume…
Intenté darle un codazo, pero olvidé que estaba envuelta en una manta y tapada con otra. Todo lo que conseguí fue destapar la parte de delante de mi cuerpo y dejarlo desprotegido ante el aire frío. Indra se echó a reír.
—Te odio.
Me apresuré a enroscarme otra vez en el capullo de mi manta.
—¿Ves? Ese es el problema. Que no me odias. —No tenía respuesta a eso— ¿Sabes lo que creo?
—No. Y no quiero saberlo.
—Que te gusto —dijo de todos modos, haciendo caso omiso de lo que le había dicho. Fruncí el ceño y me limité a seguir mirando por el pequeño claro— Lo suficiente para ser sumamente inapropiada conmigo —Una pausa— En múltiples ocasiones.
—Por todos los dioses, casi preferiría morir congelada ahora mismo.
—Oh, es verdad. Estamos fingiendo que nada de eso ocurrió. No hago más que olvidarlo.
—Solo porque no hablo del tema cada cinco minutos no quiere decir que esté fingiendo que no ocurrió.
—Ya, pero es que hablar del tema cada cinco minutos es divertidísimo.
Las comisuras de mis labios se curvaron hacia arriba mientras tiraba del borde de la manta hasta mi barbilla.
—No estoy fingiendo que esas cosas no ocurrieron —admití en voz baja— Es solo que…
—¿Que no debieron de ocurrir?
No quería decir eso. Me daba la sensación de que una vez que lo hiciera, no podría retirarlo nunca.
—Es solo que se supone que no debo… hacer nada de eso. Sabes que soy la Doncella.
Indra se quedó callado unos instantes.
—¿Y cómo te sientes en realidad con respecto a eso, Saku?
Después de varios comienzos en falso al intentar contestarle, cerré los ojos y me limité a decir la verdad.
—No lo quiero. No quiero que me entreguen a los dioses y luego, después de eso, si es que hay un después, no quiero que me casen con alguien a quien no he visto jamás y que lo más seguro…
—¿Lo más seguro qué? —Su voz sonó callada, tranquilizadora incluso.
Tragué saliva con esfuerzo.
—Lo más seguro es que sea… —Suspiré— Ya sabes cómo son los Regios. Todo belleza exterior y defectos interiores; bueno, son inaceptables —Por fin se me caldearon las mejillas. Las palabras tenían un regusto a ceniza— Si acabo convertida en una Ascendida, estoy segura de que sea quien fuere con quien me empareje la reina, será igual.
Indra no dijo nada durante un buen rato, y me sentí tan agradecida que casi ruedo hacia él para abrazarlo. Nada de lo que podría haber dicho hubiese podido hacer que lo que acababa de decir fuese menos humillante de admitir.
—El duque de Teerman era un idiota —dijo al fin— Y me alegro de que esté muerto.
Una carcajada escandalizada brotó por mi boca, bastante alta como para que el guardia que hacía la ronda se detuviera.
—Oh, madre mía, qué ruido he hecho.
—No pasa nada. —Sonaba como si estuviera sonriendo.
—Sí, desde luego que lo era —dije, sonriendo contra la manta— pero es que… aunque no tuviese estas cicatrices, no estaría emocionada. No entiendo cómo lo hizo Sasori. Apenas conocía a su mujer y… no creo que sea feliz. Jamás habla de ella y eso es triste, porque mis padres se querían. Él debería tener eso. Yo debería tener eso, Doncella o no Doncella.
—Oí que tu madre se negó a Ascender.
—Es verdad. Mi padre era hijo primogénito. Tenía dinero, pero no era un elegido —expliqué— Mamá era una dama en espera cuando se conocieron. Fue accidental. Mi abuelo, por parte de padre, era amigo del rey Zetsu. Mi padre acudió al castillo con él una vez y entonces fue cuando vio a mi madre. Se supone que fue amor a primera vista. —Mi sonrisa se desdibujó— Sé que parece una tontería, pero yo lo creo. Esas cosas ocurren… para algunas personas, al menos.
—No es una tontería. Claro que existe.
Una ligera mueca tironeó de mis labios. Su voz sonaba rara. No podía explicarlo con exactitud, pero me hizo preguntarme si alguna vez había visto a alguien y se había enamorado después de una sola conversación. Recordé que había admitido haber estado enamorado. Sentí un ardor repentino en el centro del pecho.
—¿Por eso estabas en la Perla Roja? ¿Buscabas amor?
—No creo que nadie vaya allí a buscar amor.
—Nunca se sabe lo que puedes encontrar ahí —Se quedó callado un momento— ¿Qué encontraste tú, Saku?
Pronunció su pregunta con una voz tan suave que resultó casi… seductora.
—Vida.
—¿Vida?
—Solo quiero experimentar… —dije, con los ojos cerrados otra vez— cosas antes de mi Ascensión —Antes de lo que sea que ocurra durante la Ascensión— Hay tantísimas cosas que no he experimentado. Tú lo sabes. No fui en busca de nada en concreto. Solo quería experimentar…
—La vida —terminó Indra por mí— Lo pillo.
—¿Ah, sí? ¿De verdad?
No creía que ni siquiera Matsuri lo pillara.
—De verdad. Todos los que te rodean pueden hacer básicamente lo que les viene en gana, pero tú estás maniatada por unas reglas arcaicas.
—¿Estás diciendo que la palabra de los dioses es arcaica?
—Eso lo has dicho tú, no yo.
Arrugué la nariz.
—Nunca he entendido por qué son así las cosas —Abrí los ojos— Todo por la forma en que nací.
—Los dioses te eligieron antes de que nacieras siquiera —Parecía que estaba más cerca de mí. Daba la impresión de que si no estuviéramos envueltos en mantas, sentiría su aliento sobre la nuca— Todo porque «naciste bajo el amparo de los dioses, protegida incluso en el útero, velada desde el nacimiento».
—Sí —susurré—. A veces, desearía… desearía ser…
—¿Qué?
Alguien diferente. Alguien que no fuese la Doncella. Pero pensarlo era una cosa. Decirlo en voz alta, una cosa bien distinta. Había estado cerca de reconocerlo ante Yamato, pero eso era lo más cerca que me permitía llegar con esas palabras. Ya hacía rato que deberíamos haber cambiado de tema.
—Da igual. Y no duermo bien. Esa es otra razón de que estuviera en la Perla.
—¿Pesadillas?
—A veces. Otras veces, mi cabeza no se… calla. Repasa las cosas una y otra vez —añadí.
Mi temblor había amainado un poquito.
—¿Sobre qué habla tanto tu mente? —preguntó Indra.
La pregunta me pilló desprevenida. Nadie, aparte de Matsuri quizás, ni siquiera Yamato, me había preguntado eso jamás. Sasori sí lo hubiese hecho, si aún estuviera cerca de mí.
—En los últimos tiempos, sobre la Ascensión.
—Supongo que estarás emocionada e impaciente por conocer a los dioses.
Gruñí como un cochinillo.
—Lejos de eso. En realidad, me aterra.
Cerré la boca de golpe, consternada por haber admitido eso en voz alta, tan a la ligera.
—No pasa nada —me tranquilizó Indra. Parecía haber percibido mi incredulidad— Yo no sé gran cosa acerca de la Ascensión y los dioses, pero estaría aterrado de conocerlos.
—¿Tú? —Mi incredulidad no hizo más que aumentar— ¿Aterrado?
—Lo creas o no, algunas cosas sí que asustan. Todo el secretismo que rodea al ritual de la Ascensión es una de ellas. Tenías razón aquel día cuando estabas con la sacerdotisa. Es tan parecido a lo que hacen los Demonios, lo que se hace para dejar de envejecer… para dejar de sufrir enfermedades durante lo que debe de ser una eternidad a ojos de un mortal.
—Son los dioses —dije, con el estómago un poco revuelto— Su Bendición. Se dejan ver durante la Ascensión. Solo mirarlos te cambia —expliqué, pero mis palabras sonaban incómodamente huecas.
—Deben de constituir una imagen impresionante. —Puede que yo sonara vacía, pero él sonaba tan seco como una franja entera de las Tierras Baldías— Estoy sorprendido.
—¿Sobre qué?
—Sobre ti —Su pecho tocó mi espalda otra vez cuando respiró hondo— No eres en absoluto lo que esperaba.
No lo era. La mayoría de la gente estaría impaciente por conocer a los dioses, por la posibilidad de convertirse en un Ascendido. Sasori lo estaba, igual que Matsuri y todas las damas y lores en espera, pero yo no, y mi madre tampoco, y eso nos hacía diferentes. No de un modo singular. No de un modo especial. Sino de un modo que hacía… difícil ser quienes éramos, aunque nuestras razones fuesen muy distintas.
—Debería estar durmiendo —dije, tras sacudir la cabeza— Igual que tú.
—El sol saldrá antes de lo que esperamos, pero tú no te vas a poder dormir pronto. Estás tan tensa como la cuerda de un arco.
—Bueno, dormir en el suelo duro y frío del Bosque de Sangre, a la espera de que un Demonio intente arrancarme la garganta o un barrat me coma la cara, no es demasiado tranquilizador.
—Ningún Demonio va a hacerte nada. Tampoco un barrat.
—Ya lo sé. Tengo la daga debajo de la bolsa.
—No lo dudaba —Sonreí hacia la noche— Apuesto a que puedo relajarte lo suficiente para que puedas dormir como si estuvieses sobre una nube, disfrutando del sol —Solté otro bufido desdeñoso y puse los ojos en blanco— ¿Lo dudas?
—Nadie ni nada en este mundo puede hacer que ocurra eso.
—Hay muchas cosas sobre las que no sabes nada.
—Puede que eso sea verdad —me defendí, con los ojos entornados— pero esta es una cosa que sí sé.
—Estás equivocada y puedo demostrarlo.
—Lo que tú digas. —Suspiré.
—Puedo y, cuando haya terminado, justo antes de que te duermas con una sonrisa en la cara, me vas a decir que tengo razón —me dijo.
—Lo dudo —contesté, aunque deseaba que de verdad pudiera…
La mano que había estado colgando en el aire estaba de repente plana contra la parte superior de mi estómago. Me sobresalté. Giré la cabeza hacia él.
—¿Qué haces?
—Relajarte —me explicó, y todo lo que pude distinguir fue que tenía la cabeza agachada.
—¿En qué crees que me relaja esto?
—Espera y te lo enseñaré.
Empecé a decirle que no necesitaba que me enseñara nada, pero entonces su mano comenzó a moverse en círculos pequeños y lentos. Cerré la boca de golpe. De alguna manera había conseguido meter esa mano entre los pliegues de mi manta, por dentro de la capa y por debajo del jersey, para moverse contra mi fina camiseta interior. Movió los dedos en círculos, primero pequeños y ceñidos, y luego en arcos más grandes, hasta que sus dedos llegaron debajo de mi ombligo y su pulgar casi roza la parte inferior de mis pechos. En realidad, solo me estaba acariciando la tripa, pero era algo nuevo y diferente y parecía… parecía más que eso.
Una sensación cálida y temblorosa irradiaba de su mano.
—No creo que esto me esté relajando.
—Lo haría si dejaras de intentar estirar el cuello —De repente, bajó la cabeza y sus labios tocaron mi mejilla— Túmbate, Saku —Hice lo que me decía solo por lo cerca que había estado su boca de la mía— Cuando me haces caso, tengo la sensación de que las estrellas caerán del cielo —Me siguió cuando bajé la cabeza, así que hablaba justo por encima de mi oreja— Desearía poder capturar este momento de algún modo.
—Bueno, pues yo quiero volver a levantar la cabeza.
—¿Por qué no me sorprende? —Sus caricias se deslizaron más abajo, por debajo del ombligo— Pero si lo hicieras, no averiguarías lo que he planeado. Y si algo sé de ti, es que eres curiosa.
En respuesta, una sensación de calor brotó debajo de su mano y se extendió hacia abajo. Lancé una mirada nerviosa al guardia.
—No… no creo que esto deba suceder.
—¿Qué es esto? —Sus dedos rozaron la cinturilla de mis pantalones y di un respingo— Tengo una pregunta mejor para ti. ¿Por qué fuiste a la Perla Roja, Saku? ¿Por qué dejaste que te besara debajo del sauce? —Abrí la boca para responder, pero sus labios rozaron la curva de mi mejilla y robaron mis palabras— Estabas ahí para vivir. ¿No es eso lo que dijiste? Dejaste que te arrastrara dentro de esa habitación vacía para experimentar la vida. Dejaste que te besara debajo del sauce porque querías sentir. No hay nada malo en ello. Nada en absoluto —Sus labios volvieron a subir por mi mejilla. Sentí un escalofrío por toda la piel— ¿Por qué no puede ser igual esta noche? —Cerré los ojos un instante. Cuando los volví a abrir, estaban fijos en el guardia— Déjame enseñarte solo un poco de lo que te perdiste al no regresar a la Perla Roja.
—Los guardias —susurré, y no se me pasó por alto que ellos fuesen mi preocupación. No los dioses. No las reglas. No el hecho de ser la Doncella.
—Nadie puede ver lo que estoy haciendo.
Su mano volvió a moverse, se deslizó hacia abajo entre mis muslos. Reprimí una exclamación cuando cerró la mano sobre mi entrepierna, por encima de los pantalones que ya no parecían gruesos para nada.
—Pero sabemos que están ahí.
Apenas podía respirar, abrumada por el intenso remolino de sensaciones que se había instalado en mi bajo vientre y hacía que notara el pecho pesado, dolorido.
—No tienen ni idea de lo que está pasando. Ni noción de que mi mano está entre los muslos de la Doncella —Su voz era un susurro caliente. Tiró de mí hacia atrás y se apretó contra mi cuerpo. Otra pequeña exclamación escapó de mis labios. Tenía el trasero acurrucado en la cuna de sus caderas. Indra emitió un profundo sonido retumbante que hizo que una ráfaga de calor me atravesara de arriba abajo— No tienen ni idea de que te estoy tocando.
Y entonces ya no solo me acariciaba. Me estaba tocando de verdad, frotaba dos dedos por la costura del pantalón, por el mismísimo centro de mí. Me anegó una oleada de calor húmedo. Bajé la vista y casi esperaba ver lo que Indra estaba haciendo debajo de la manta. No veía nada en la oscuridad. Pero lo sentía todo. ¿Cómo habíamos llegado a ese punto? No lograba saberlo del todo, tampoco estaba segura de querer saberlo. Había sentido antes una pizca de lo que estaba sintiendo ahora, y sentir solo ese poco parecía muy injusto.¿No era eso lo que significaba vivir? Dar más de un sorbito aquí y un bocadito allá. Se trataba de tragar y engullir todo lo que pudieras. Quería sentir todo lo que pudiera, sobre todo después de sentir nada más que dolor e ira durante tanto tiempo. En ese momento, no sentía nada de eso. Llegaría a la capital pronto y era muy probable que mi Ascensión tuviese lugar antes de lo previsto. Y si regresaba de ella, sabía sin lugar a dudas que el que me estuviera destinado no me haría sentir ni la mitad de lo que Indra siempre parecía sacar de mí, ya fuese irritación e ira, risas y diversión, o esta… esta intensa e irresistible oleada de agudo placer.
Sus dedos juguetearon con la costura, empujaron justo lo suficiente para que sintiera el contacto todo el camino hasta las puntas de los pies. Cada centímetro de mi cuerpo se volvió hipersensible. ¿Cómo creía Indra que esto iba a ayudarme a dormir? Estaba más despierta que a plena luz del día, el pulso acelerado y el corazón desbocado, y me estaba tocando, me acariciaba de un modo que hizo que mis caderas se movieran.
Arrastró la mano hacia arriba por la parte de delante de mis pantalones. La palma de su mano se deslizó por la carne desnuda de mi bajo vientre. Esos dedos largos se instalaron sobre un punto palpitante y se movieron en círculos lentos pero regulares.
—Apuesto a que estás blanda y mojada y lista —Su voz era un gruñido sensual en mi oreja— ¿Debería averiguarlo?
Me estremecí, medio temerosa de que lo hiciera. Medio asustada de que no lo hiciera.
La fricción de sus dedos, el roce de la áspera tela contra mi piel… y sus palabras… Oh, por todos los dioses, eran obscenas, un pecado absoluto. Y no quería que parara nunca.
—¿Te gustaría? —me preguntó, y mis caderas se arquearon por instinto, en busca de sus dedos. Volvió a hacer ese sonido, ese retumbar de aprobación tan crudo y primitivo— Haría más que esto.
Con los ojos apenas entornados, observé la forma no demasiado alejada de uno de los guardias, que patrullaba despacio por el límite norte del campamento. Mi piel y mi cuerpo ardían de calor prohibido mientras mis caderas se movieron de nuevo. Esta vez, no fue solo una reacción que no podía controlar. Las moví de manera intencionada, en respuesta a ese círculo lento y regular de sus dedos. Me deleité en la punzada de doloroso e intenso placer que vino a continuación. No debería permitir esto. Ni siquiera en la privacidad de una habitación, no digamos ya cuando alguien podía girarse hacia nosotros de pronto. Pensé que si prestaran la suficiente atención, sabrían que estaba sucediendo algo. Estaba casi segura de que el guardia más próximo a nosotros, el que estaba observando en ese momento, era Naruto. Parecía tan espabilado como Indra.
Esto estaba mal… Pero entonces, ¿cómo podía… cómo podía parecer tan correcto? ¿Tan bien? Me estaba convirtiendo en un ser de fuego líquido, palpitante, todo debido a solo dos dedos largos y elegantes.
—¿Notas lo que estoy haciendo, Saku? —Asentí— Imagina lo que sentirías si no hubiese nada entre mis dedos y tu piel —Me estremecí— Haría esto —Sus dedos apretaron hacia dentro, un poco más fuerte, un poco más bruscos, y mis piernas dieron un respingo— Entraría dentro de ti, Saku. Te saborearía. Apuesto a que eres tan dulce como la miel.
Oh, por todos los dioses…
Me mordí el labio mientras mi mano soltaba la manta. La deslicé hacia abajo para apoyarla sobre su antebrazo. Indra se detuvo. Esperó. Sin decir ni una palabra, levanté las caderas hacia su mano mientras mis dedos se hundían en su piel. El dolor empezaba a resultar insoportable.
—Sí —murmuró— Te gustaría, ¿verdad?
—Sí —susurré.
Tuve que forzar la palabra para que saliera por mis labios. Sus dedos empezaron a moverse de nuevo y casi grito de placer.
—Incluiría otro dedo. Estarías tensa, pero también estás lista para más.
Mi respiración salía en jadeos rápidos y superficiales. Sentía los tendones de su brazo flexionarse debajo de mi mano mientras mis caderas se movían en los mismos círculos que él estaba haciendo sobre mí.
—Metería y sacaría los dedos —Sus labios rozaron la piel justo debajo de mi oreja— Te acoplarías a ellos justo igual que estás acoplada a mi mano ahora mismo.
Eso era justo lo que estaba haciendo, y de un modo desvergonzado. Aferrada a su brazo, me balanceaba contra su mano, al son de esa increíble tensión que no hacía más que aumentar y apretarse.
—Pero esta noche no vamos a hacer eso. No podemos. Porque si meto cualquier parte de mí dentro de ti, todas las partes de mí estarían dentro de ti, y quiero oír hasta el último sonido que hagas cuando eso ocurra.
Antes de que pudiera sentirme desilusionada siquiera, antes de que pudiera procesar de verdad la sedosa promesa que impregnaba sus palabras, deslizó la mano más abajo, apretó los dedos contra el mismísimo centro de mí, mientras su pulgar rodaba por encima de la parte que palpitaba. Ya no había nada lento en sus movimientos. Sabía muy bien lo que estaba haciendo con toda esa tensión acumulada e inescapable. Indra se reacomodó de algún modo a mi lado, metió su otro brazo debajo de mis hombros. Pegó mi cuerpo del todo al suyo, y ya no solo me movía contra su mano, sino contra él; las sacudidas de mis caderas eran erráticas y bruscas. Unos gemidos suaves y graves escapaban de mis labios. Me sentía atrapada, maravillosamente inmovilizada entre su mano y la dura y firme longitud de su cuerpo. Algo… algo estaba ocurriendo. Era lo que sus besos y breves caricias de antes habían insinuado y prometido. De repente, mi cuerpo se puso tan tenso como la cuerda de un arco al apuntar, y mis piernas se abrieron un segundo antes de que Indra plantara la mano sobre mi boca para silenciar el gemido que no hubiese sido capaz de reprimir. Su boca caliente se movió contra un lado de mi cuello, sus labios, sus dientes. Tenían un filo malicioso…
La tensión se rompió. Yo me rompí. El placer me recorrió, intenso y repentino. Fue como estar de pie al borde de un precipicio y que entonces te empujaran. Caí, estremeciéndome en oleadas temblorosas y palpitantes, y seguí cayendo hasta que la mano entre mis piernas se ralentizó y luego paró. No estaba segura de cuánto tiempo había pasado, ni de cuándo apartó los dedos Indra de mis muslos o su mano de mi boca. Mi corazón empezaba justo a apaciguarse cuando fui consciente de su mano apoyada contra mi estómago y su brazo enroscado alrededor de mis hombros para mantener mi cuerpo inerte bien pegado al suyo. Pensé que tal vez debería decir algo, pero… ¿qué? Gracias no parecía muy apropiado. Y pensé que no era del todo justo que él me hubiese dado esto mientras yo no le daba nada por el estilo. También pensé que quizás debería mirar si Naruto o alguno de los otros guardias se había dado cuenta de lo que había hecho Indra… de lo que habíamos hecho debajo de las mantas, pero no lograba mantener los ojos abiertos. No lograba articular palabra.
—Sé que jamás lo reconocerás —dijo Indra, la voz baja y gruesa— Pero tú y yo siempre sabremos que tenía razón.
Mis labios se curvaron en una leve sonrisa soñolienta.
Claro que tenía razón. Una vez más.
