Ni la historia ni los personajes me pertenecen.


Capítulo 24

Cuando me desperté justo antes del amanecer, no podía creer el sueño tan apacible y profundo del que había disfrutado. Era como si no hubiese dormido sobre el duro suelo, sino en la más mullida de las camas. Pensé que no me hubiese despertado por mí misma de no haber sido por el susurro de las conversaciones a mi alrededor.

—Llegamos más lejos de lo que creía —dijo Indra en voz baja— Deberíamos llegar a Tres Ríos antes del anochecer.

—No podemos quedarnos ahí —llegó la respuesta, y reconocí la voz de Naruto— Ya lo sabes.

Había mucha actividad de Descendentes en Tres Ríos, así que tenía sentido. Abrí los ojos y parpadeé varias veces. En la penumbra, los vi de pie a pocos metros de mí. Me sonrojé cuando levanté la vista hacia Indra. No es que viera demasiado de su cara, pero recordé lo que habíamos hecho.

—Lo sé —Indra tenía los brazos cruzados— Si hacemos una parada a medio camino de Tres Ríos, podríamos cabalgar de noche y llegar hasta New Haven por la mañana.

—¿Estás listo para eso? —preguntó Naruto.

Fruncí el ceño.

—¿Por qué no habría de estarlo?

—¿Crees que no me he dado cuenta de lo que ha pasado?

Mi corazón se estrelló contra mi pecho. De inmediato, mi cabeza conjuró la imagen de Naruto patrullando mientras Indra me susurraba palabras indecentes y pícaras al oído. ¿Nos habría visto? Oh, por todos los dioses. Sentí un intenso hormigueo por toda la piel y noté que el calor invadía mis mejillas, pero debajo de la vergüenza, me sorprendió descubrir que no había ni un ápice de arrepentimiento. No me perdería ni un segundo de lo que había sentido.

Indra no dijo nada y mi cabeza imaginó al instante el peor de los escenarios. ¿Se arrepentía él? Lo que habíamos hecho no solo estaba prohibido para mí. Aunque no conocía las reglas exactas establecidas para los guardias reales, estaba bastante segura de que lo que Indra y yo habíamos hecho, lo que habíamos estado haciendo, no era algo que el comandante pasaría por alto. Pero Indra tenía que saberlo. Igual que lo sabía yo. Y aun así lo hice.

—Recuerda cuál es tu cometido —matizó Naruto cuando Indra no respondió.

—No lo he olvidado ni por un segundo. —Endureció la voz— Ni uno solo.

—Bueno es saberlo.

Indra empezó a girarse hacia mí y cerré los ojos. No quería que se dieran cuenta de que había oído su conversación. Noté que se paraba a mi lado y un segundo después sentí el roce de sus dedos sobre mi mejilla. Abrí los ojos y no tenía ni idea de qué decir cuando levanté la vista hacia él. Todos mis pensamientos saltaron por los aires cuando deslizó el pulgar por la curva de mi mejilla y luego por encima de mi labio de abajo. Una temblorosa oleada de sensaciones recorrió mi cuerpo.

—Buenos días, princesa.

—Buenas —susurré.

—Has dormido bien.

—Sí.

—Te lo dije.

Sonreí al tiempo que mis mejillas se caldeaban y a pesar de la conversación que acababa de oír.

—Tenías razón.

—Siempre tengo razón.

—Lo dudo.

—¿Tengo que demostrártelo otra vez? —preguntó.

Mi cuerpo se despertó, del todo partidario de esa idea. Sin embargo, mi cerebro también empezó a funcionar.

—No creo que sea necesario.

—Qué pena —murmuró— Tenemos que ponernos en marcha.

—Vale —Me senté. Hice una mueca al sentir la rigidez de mis articulaciones— Solo necesito un par de minutos.

La mano de Indra encontró la mía cuando me desenredé de la manta. Me ayudó a levantarme y enderezó la túnica que me cubría. Sus manos se demoraron en mis caderas de un modo íntimo y familiar que me caldeó el pecho. Levanté la vista hacia sus ojos e, incluso entre las sombras del Bosque de Sangre, su mirada intensa me cautivó.

—Gracias por lo de ayer por la noche —me dijo en voz baja para que solo yo lo oyera. Me sorprendí sobremanera.

—Tengo la sensación de que debería ser yo la que te diera las gracias.

—Aunque a mi ego le complace que pienses eso, no tienes por qué hacerlo —Entrelazó los dedos con los míos— Ayer por la noche confiaste en mí, pero lo que es más importante, sé que lo que compartimos es un riesgo.

Lo era.

Se acercó más a mí y todo lo que pude oler fue ese aroma suyo a pino y a especias oscuras.

—Y es un honor que estuvieras dispuesta a correr ese riesgo conmigo, Saku. Así que gracias.

Una oleada de emociones dulces e intensas me barrió por dentro, pero noté una extraña pesadumbre en su voz. Con las manos unidas, abrí mis sentidos a él, algo que no había hecho desde la noche del Rito. Sentí la ya familiar y cortante tristeza que moraba muy profundo en su interior, pero había algo más. No era arrepentimiento, pero sabía como a limón. Me concentré hasta que sus emociones se convirtieron en las mías y pude filtrarlas y comprender lo que estaba sintiendo. Confusión. Eso es lo que sentí. Confusión y conflicto, cosa que no era de sorprender. Yo misma sentía mucho de ambas cosas.

—¿Estás bien? —preguntó Indra.

Corté la conexión y asentí mientras soltaba su mano.

—Debería prepararme.

Di unos pasos a un lado, sin dejar de sentir sus ojos sobre mí. Levanté la mirada. Una luz gris, muy tenue, empezaba a filtrarse entre las tupidas ramas. Mis ojos se cruzaron con los de Naruto. Nos había estado observando todo el tiempo y la expresión de su rostro indicaba que no estaba contento. Naruto parecía preocupado.

Todas mis inquietudes por que la conversación con Naruto hubiese podido cambiar el comportamiento de Indra hacia mí se desvanecieron antes de poder tomar forma siquiera. El alivio que fluía por mis venas debió de servir de advertencia de que las cosas se… bueno, se nos estaban yendo de las manos.

Ya se nos habían ido de las manos.

No debería de sentirme reconfortada. Si acaso, los dos estábamos muy necesitados de que nos recordaran nuestras obligaciones. Aun así, no solo me sentía aliviada, estaba emocionada y esperanzada. Pero ¿sobre qué podía estar esperanzada? No había ningún futuro para nosotros. Puede que en esos momentos fuese Saku, pero seguía siendo la Doncella, e incluso aunque me encontraran indigna en la Ascensión, eso no significaba que Indra y yo fuéramos a ser felices y a comer perdices. Lo más probable era que me exiliaran, y jamás esperaría que alguien estuviese dispuesto a sufrir eso por mí. No es como si pensara que lo que éramos o lo que significábamos el uno para el otro hubiese llegado a un punto en el que Indra se exiliaría conmigo. Eso era una tontería. Era… Sonaba al tipo de amor épico que mi madre había sentido por mi padre.

Fuera como fuere, la noche anterior había parecido un sueño. Esa era la única manera en que podía describirla. Y no iba a dejar que las incógnitas y las consecuencias arruinaran el recuerdo y lo que había significado para mí. Cruzaría ese puente cuando llegara a ese río. Ahora mismo, en lo único que podía concentrarme de verdad era en no caerme de Aoda.

El viento gélido alanceaba mis mejillas mientras recorríamos el Bosque de Sangre, las hojas rojas de los arces y la grisácea corteza carmesí eran poco más que un borrón ante mis ojos. Habíamos llegado hasta el corazón del bosque, donde los árboles eran menos frondosos y dejaban pasar más rayos de luz. En cualquier caso, el sol no lograba calentar el ambiente. Si acaso, se iba volviendo más frío cuanto más nos adentrábamos, y los árboles eran cada vez más raros. Los troncos y los tallos se retorcían, subían en espiral, sus ramas se enredaban. No podía ser cosa del viento. Todos los árboles se erguían bien rectos y la corteza… parecía mojada, casi como si la savia goteara por ella.

Había tenido razón anoche con lo de que nevaría si lloviera. Pocas horas después de partir, remolinos de copos flotaban y giraban por el aire para cubrir poco a poco la exuberante hierba de un verde vibrante que crecía a ambos lados del pisoteado camino. Me había vuelto a poner los guantes, pero no creía que mis dedos se hubiesen descongelado en ningún momento después del frío de la noche. Me ceñí bien la capucha, pero solo lograba protegerme la cara hasta cierto punto y no tenía ni idea de cuánto camino nos quedaba por recorrer. El bosque parecía interminable.

Ralentizamos el paso al llegar a una zona en la que gruesas raíces nudosas brotaban del suelo y trepaban de un lado a otro del camino, como si trataran de reclamar ese pedazo de tierra utilizado por los seres vivos. Aflojé la mano sobre el pomo de la montura y miré hacia abajo, asombrada en cierto modo por la solidez de las raíces mientras los caballos sorteaban con cuidado la obstrucción. Algo captó mi atención en el suelo. Miré hacia la derecha, más allá del caballo de Airrick. Al lado de uno de los árboles había un montón de rocas, colocadas con tanto esmero que me pareció imposible que hubiesen acabado así de forma natural. Medio metro más allá había otra agrupación de piedras, pero esta vez no estaban amontonadas, sino colocadas en un dibujo perfecto. A mi izquierda, vi otro prístino círculo de piedras. Había más formaciones, algunas con una roca colocada en el centro, otras vacías, e incluso algunas en las que las piedras habían sido colocadas de un modo que parecían una flecha que cortara a través del círculo. Como el escudo real.

Una sensación de inquietud bajó reptando por la columna. Era imposible que esas rocas hubiesen acabado de ese modo por causas naturales. Me giré en la montura para mostrárselas a Indra…

De repente, uno de los caballos de delante se encabritó y casi hizo caer a Naruto. Consiguió aguantar en la montura y trató de calmar al caballo acariciándole el cuello.

—¿Qué pasa? —preguntó Noah, uno de los cazadores que iba delante de nosotros, al tiempo que nos deteníamos todos.

Phillips levantó un dedo para mandar callar al grupo. Contuve la respiración y miré a nuestro alrededor. No oí ni vi nada, pero noté los músculos de Aoda tensarse bajo mis piernas. Empezó a moverse inquieto, luego retrocedió. Puse la mano sobre su cuello en un intento de tranquilizarlo mientras Indra sujetaba las riendas con fuerza. Los otros caballos empezaron a mostrar el mismo nerviosismo.

En silencio, Indra dio un golpecito sobre la zona donde llevaba oculta la daga. Asentí, metí la mano bajo mi capa, desenvainé el arma y cerré los dedos en torno al mango. Escudriñé los árboles, aún no… Salió de la nada. Una explosión de negro y rojo que saltó por los aires y se estampó contra el costado de Noah. Sobresaltado, su caballo se levantó y Noah cayó al suelo como un fardo. En un abrir y cerrar de ojos, la cosa estaba sobre él, lanzándole dentelladas a la cara con sus irregulares dientes afilados mientras Noah intentaba mantenerla a raya.

Era un barrat.

Conseguí reprimir el grito que había trepado por mi garganta. La cosa era enorme, más grande que un jabalí. El sucio pelaje grasiento erizado a lo largo de su columna curva. Orejas puntiagudas y hocico tan largo como la mitad de mi brazo; sus uñas se clavaron en la hierba y la arrancaron del suelo mientras intentaba llegar hasta el cazador. Phillips se giró en la montura, arco en mano y flecha cargada. Disparó y el proyectil silbó por el aire para clavarse en la parte de atrás del cuello de la criatura. La cosa aulló cuando Noah se la quitaba de encima y no dejó de patalear mientras rodaba, desesperada por desencajar la flecha.

Noah se apresuró a levantarse al tiempo que desenvainaba su espada corta. La piedra de sangre centelleó bajo un rayo de sol cuando arremetió con ella para silenciar a la bestia.

—Por todos los dioses —gruñó. Se limpió las salpicaduras de sangre de la frente. Luego se giró hacia Phillips, que todavía sujetaba el arco, otra flecha ya cargada— Gracias, tío.

—Ni lo menciones.

—Si hay uno, hay una horda —advirtió Indra— Tenemos que mov…

De pronto, desde todas las direcciones, sonó como si el bosque hubiese cobrado vida. A nuestra derecha, los crujidos y susurros de la maleza fueron en aumento.

Me eché hacia atrás, casi incrustada contra Indra cuando la horda, en efecto, llegó. Noah maldijo y se apresuró a agarrarse a una rama baja y levantar las piernas cuando los roedores brotaron en tromba de entre la maleza y zigzaguearon entre los árboles. No atacaron. Pasaron corriendo por nuestro lado, esquivando a los inquietos caballos. Había docenas de ellos, que chillaban y hacían chasquear los dientes mientras cruzaban por encima de las raíces y luego desaparecían entre los árboles y arbustos.

Nada de lo que acababa de ocurrir me tranquilizaba lo más mínimo. Si estaban huyendo, seguro que huían de algo.

Eché un vistazo al suelo y vi densas volutas de neblina que empezaban a condensarse a nuestro alrededor. Se me pusieron todos los pelos de punta. El repentino olor… Olía a muerte.

—Tenemos que salir de aquí —Naruto se había percatado de lo mismo que yo— Ahora.

Noah aterrizó en cuclillas, sus pies desaparecieron en la neblina que se cerraba por momentos. Se me subió el corazón a la garganta, pero aun así me incliné hacia delante y me aferré al pomo de la montura. Noté que Aoda setensaba debajo de mí mientras Noah corría hacia su caballo, agarraba las riendas cerca del cuello del animal con una mano y su espada con la otra. Levantó la hoja por los aires.

El Demonio fue tan rápido como la flecha que había derribado al barrat. Salió como una exhalación de entre los árboles, su ropa andrajosa y desgarrada aleteó a su alrededor cuando se abalanzó sobre Noah. Clavó las garras que tenía por dedos en el pecho del cazador al tiempo que se enganchaba a su cuello. Un espeso líquido carmesí empapó la pechera de Noah, que gritó y cayó hacia atrás. Soltó la espada y su caballo huyó despavorido, abriéndose paso entre los guardias que iban a la cabeza de nuestro grupo.

Un aullido me heló la sangre en las venas y se me hizo un nudo en el estómago cuando fue contestado por otro y otro…

—Mierda —gruñó Indra.

Luddie hizo girar a su caballo e incrustó una lanza de heliotropo en la cabeza del Demonio que había terminado con Noah.

—Si huimos, no lo lograremos —Luddie volteó la hoja de su arma hacia arriba— No con todas estas raíces.

Con el corazón a mil por hora, supe lo que significaba eso. La neblina nos llegaba ya por las rodillas y habíamos agotado nuestra suerte.

—Sabes lo que tienes que hacer —me dijo Indra— Hazlo.

Asentí con un gesto seco. Entonces Indra pasó una pierna por encima de Aoda y se dejó caer al suelo entre las raíces. Yo me bajé con más cuidado para intentar no acabar entre la retorcida maraña. Eché un rápido vistazo a mi alrededor y vi a los demás haciendo lo mismo. Airrick vio la daga en mi mano, las cejas arqueadas.

—Sé usarla —le informé.

Esbozó una sonrisa aniñada.

—Por alguna razón, no me sorprende.

—Ya están aquí. —Naruto levantó su espada.

Tenía razón. Salieron volando de entre los árboles, una masa de carne gris y demacrada, envuelta en ropa andrajosa. No hubo tiempo de sentir pánico. A pesar de no ser apenas más que piel y huesos, eran de una rapidez aterradora.

—No dejéis que lleguen hasta los caballos —gritó uno de los guardias, justo cuando Indra daba un paso al frente y atravesaba el pecho de un Demonio con su espada.

Me puse en guardia, lo único que veía eran colmillos manchados de sangre, y entonces uno vino directo hacia mí. Me impulsé hacia delante, estampé una mano contra su hombro, haciendo caso omiso de cómo la piel y los huesos parecieron hundirse bajo mis dedos, luego clavé la daga en su pecho. Un chorro de sangre podrida brotó de la herida cuando liberé el arma. El Demonio cayó y yo giré en redondo para agarrar la camisa desgarrada de otro que pretendía alcanzar a Aoda. Incrusté la daga en la base de su cráneo e hice una mueca al extraer la hoja.

Levanté la vista y mis ojos se cruzaron con los de Indra. Me regaló una sonrisa tensa con una insinuación de hoyuelo.

—Jamás pensé que encontraría sexy nada que tuviera que ver con los Demonios —Columpió la espada y le cortó la cabeza al que tenía más cerca— Pero ver cómo luchas contra ellos es superexcitante.

—Qué inapropiado —musité, mientras soltaba al Demonio.

Me giré y esquivé la arremetida de otro. Me abalancé sobre él cuando noté que agarraba mi capa, le atravesé el pecho con la daga. Se desplomó al instante, pero casi me arrastra con él en su caída. Mi arma era eficaz, aunque por desgracia requería un contacto estrecho. Un rápido vistazo a mi alrededor reveló a Naruto que se movía con la gracia de un bailarín, una espada en cada mano mientras derribaba a un Demonio tras otro. Luddie estaba dándole un gran uso a su lanza, lo mismo que Phillips a su arco. Airrick se mantenía cerca de mí, la neblina ya a la altura de nuestros muslos.

Con un alarido, un Demonio echó a correr hacia mí. Cerré la mano con fuerza en torno al mango de hueso de wolven, esperé hasta tenerlo al alcance y entonces salté hacia la izquierda mientras le clavaba la piedra de sangre debajo de la barbilla. Aspiré una brusca bocanada de aire y di un paso atrás. Tuve que hacer un esfuerzo por que se me asentara el estómago. Ese hedor…

—Princesa, tengo un arma mejor para ti.

Indra recogió del suelo la espada de heliotropo de Noah y me la arrojó. La atrapé al vuelo.

—Gracias.

Envainé la daga, giré sobre los talones y corté el cuello del Demonio más cercano. La daga me encantaba, pero la ligerísima espada de piedra de sangre era mucho más útil en esa situación. Capaz ahora de mantener un poco de distancia, acabé con otro Demonio mientras mi corazón aporreaba dentro de mi pecho. La parte de atrás de mi pierna chocó con algo, me giré con brusquedad hacia la derecha y pisé con fuerza. Mi bota se deslizó entre las raíces al mismo tiempo que hacía columpiar la espada por el aire para cortar el pecho del Demonio. No fue una estocada limpia, no logré clavarla en su corazón. Liberé la hoja y moví las piernas para adoptar una posición mejor. Apunté a su cuello. Pero me había olvidado de las raíces. Con el pie enganchado, tropecé. Intenté recuperar el equilibrio con desesperación, pero empecé a caer. Justo entonces alguien se estrelló contra mí y logró liberar mi pie de las raíces. Airrick. Le hizo un placaje al Demonio mientras yo caía y los dos desaparecieron debajo de la neblina.

Mi cabeza también se sumió en la niebla y, por un momento, solo vi una nube blanca. Un fogonazo de pánico estalló en mi estómago. Mi mano libre golpeó el suelo. Estaba demasiado resbaladizo bajo la palma. Me encontré transportada de golpe años atrás, cuando era una niña pequeña y asustada, con las manos aferradas a mi madre, desesperada, resbalando… Oí la voz de Yamato en mi cabeza. Una advertencia que me había hecho durante un entrenamiento, muy al principio. Jamás te dejes vencer por el pánico. Si lo haces, mueres. Tenía razón. El miedo podía aguzar los sentidos, pero el pánico lo ralentizaba todo.

No era una niña.

Ya no era pequeña e impotente.

Sabía cómo luchar, cómo defenderme, cómo protegerme.

Con un grito, me deshice del recuerdo y me levanté justo cuando un Demonio sin pelo llegaba hasta mí. De una estocada, le atravesé el corazón. No emitió ni un gemido siquiera cuando sus ojos sin alma se cruzaron con los míos. Todo lo que hizo fue estremecerse y luego caer hacia atrás. Me giré para buscar a Airrick. Acababa de darme cuenta de que la neblina había retrocedido, resbalaba por nuestras piernas y se iba difuminando. Esa era buena señal. Fui hacia un Demonio herido, ahora visible, que se arrastraba por el suelo hacia uno de los caballos. Planté la bota sobre su espalda y lo estampé contra el suelo mientras aullaba. Lo silencié con la espada. La neblina ya casi había desaparecido.

Resollando, vi a Indra atravesar con su espada el pecho del último Demonio que quedaba en pie. Me giré para comprobar los daños. Solo quedaban cinco guardias, sin contar a Indra. Vi a Naruto y Luddie de pie al lado de un cazador, que era muy obvio que estaba muerto. Vi al guardia cuya espada blandía y supe que Noah había sucumbido en el momento en que el Demonio había hundido los dientes en su cuello. Seguí girando hasta que mis ojos encontraron a Phillips. Estaba arrodillado al lado de…Airrick.

No.

Yacía de espaldas, tanto sus manos como las de Phillips apretadas contra el estómago. Su piel pálida hacía que su pelo castaño pareciese mucho más oscuro y había… muchísima sangre. Bajé la espada y fui hasta Airrick, esquivando los cuerpos de los Demonios.

—¿Ella… está… está bien? —Un hilillo de sangre caía por su boca mientras miraba a Phillips—. La…

Phillips levantó la vista hacia mí, su piel marrón lucía de un tono grisáceo. Tenía los ojos afligidos cuando asintió.

—Está más que bien.

—Genial —Dejó escapar una bocanada de aire sibilante— Eso es… genial.

Con el corazón en un puño, me puse de rodillas y dejé la espada a mi lado.

—Me salvaste.

Deslizó los ojos hacia mí y tosió una risa débil y sanguinolenta.

—No… creo que… necesites que te salven.

—Pues lo necesité —le dije, echando un rápido vistazo a su estómago. Unas uñas de Demonio lo habían alcanzado, se habían clavado profundo… demasiado profundo. Sus órganos internos ya no eran internos. Disimulé mi escalofrío mientras Indra se acercaba— Y tú estuviste ahí para mí. Sí que me salvaste, Airrick.

Indra se arrodilló al lado de Phillips, sus ojos se cruzaron con los míos. Sacudió la cabeza, aunque tampoco hacía falta que me lo dijera. Aquella no era una herida a la que se pudiera sobrevivir, y debía ser muy dolorosa. No necesitaba mi don para saberlo, pero abrí mis sentidos y me estremecí al sentir la intensa agonía que palpitó a través de la conexión. Mantuve mi atención centrada en Airrick, tomé su mano y cerré las mías en torno a ella. No podía salvarlo, pero podía hacer lo que no había sido capaz de hacer por Yamato. Podía ayudar a Airrick y lograr que aquello fuese más fácil. Estaba prohibido y no era demasiado sensato hacerlo cuando había testigos, pero no me importaba. No podía quedarme ahí plantada y no hacer nada cuando sabía que podía ayudar. Así que pensé en las playas y en cómo me hacía reír Indra, cómo me hacía sentir que estaba viva, y empujé ese calor y esa felicidad a través de la conexión y hacia Airrick.

Supe el momento exacto en que llegó al guardia. Sus facciones se relajaron y su cuerpo dejó de temblar. Me miró con los ojos muy abiertos. Parecía tan, tan joven.

—Ya… no me duele.

—¿No?

Forcé una sonrisa, mantuve la conexión abierta y lo bañé en oleadas de luz y calor. No quería que ni el más mínimo ápice de dolor se colara en su interior.

—No —Una expresión de asombro se desplegó por su rostro— Sé que no lo estoy, pero… me siento bien.

—Me alivia saberlo.

Me miró, y supe que Phillips e Indra me observaban. Supe sin mirarlos siquiera que se habían dado cuenta de que el repentino alivio de Airrick no tenía nada que ver con las fases de la muerte. Nadie con ese tipo de herida moría en paz.

—Te conozco —dijo Airrick, su pecho subió con brusquedad y luego se asentó poco a poco— Creía que... no debería decir nada, pero ya nos conocíamos —Cayó más sangre de su boca— Jugamos a las cartas.

Sorprendida, mi sonrisa se volvió real.

—Sí, es verdad. ¿Cómo lo supiste?

—Son… tus ojos —confesó. Pasó un rato demasiado largo entre cuando su pecho se asentó y cuando volvió a hincharse— Estabas perdiendo.

—Es cierto —Me incliné sobre él para mantener su dolor a raya— Por lo general, se me dan mejor las cartas. Mi hermano me enseñó a jugar, pero no hacían más que llegarme cartas malas.

—Sí… —dijo, con otra risa, el sonido aún más débil— Sí… eran cartas malas. Gracias… —Sus ojos se deslizaron hacia mi hombro. Lo que fuera que veía estaba más allá de mí, más allá de todos nosotros. Era bienvenido. Los labios de Airrick temblaron cuando sonrió— ¿Mami?

Su pecho no se asentó. Se hinchó, pero no volvió a bajar.

Airrick falleció unos segundos después, sus labios aún curvados en una sonrisa, sus ojos ahora apagados pero centelleantes. No sabía si veía a su madre, si veía algo, pero deseé que así fuera. Deseé, por él, que su madre hubiese venido a buscarlo y no el dios Rhain. Era agradable pensar que había seres queridos ahí para dar la bienvenida a los que pasaban al otro mundo. Quería creer que la mujer de Yamato y su bebé lo habían estado esperando.

Despacio, bajé su mano y la coloqué sobre su pecho. Entonces levanté la vista para encontrar a Phillips y a Indra, que me miraban alucinados.

—Le has hecho algo —declaró Indra.

Sus ojos buscaron los míos. No dije nada. No hizo falta. Phillips lo dijo por mí.

—Es verdad. Los rumores. Lo había oído, pero no lo había creído. Por todos los dioses. Tienes el toque.