Ni la historia ni los personajes me pertenecen.
Capítulo 25
Nuestro grupo reemprendió la marcha a un ritmo agresivo y agotador, con tres guardias menos que cuando salimos de Masadonia. Unas horas más tarde, encontramos el caballo de Noah pastando y, una vez que estuvo amarrado a la montura de Luddie, nos pusimos en camino otra vez.
Después de parar a las afueras de Tres Ríos solo unas horas para dejar descansar a los caballos, viajamos sin tregua toda la noche. Sentía el corazón apesadumbrado, las piernas entumecidas y doloridas, y estaba preocupada. Cuando los otros se reunieron con nosotros, Phillips no volvió a hablar de lo que había hecho, pero no hacía más que lanzarme miradas furtivas. Cada vez que lo hacía, me miraba como si no estuviera seguro de que yo fuese real; me recordaba a las miradas que me habían dedicado los sirvientes cada vez que me veían con hacía sentir incómoda, pero no era nada comparado con la respuesta de Indra a mi don.
Me había mirado por encima del cuerpo de Airrick como si fuese un puzzle al que le faltaran todas las piezas del borde. Era obvio que estaba sorprendido, tampoco podía culparlo por ello. Supuse que tendría preguntas. Cuando paramos a las afueras de Tres Ríos, intenté hablar con él de lo que había hecho, pero todo lo que hizo fue negar con la cabeza. Solo dijo: «Luego», y que debíamos descansar un poco. Yo, por supuesto, me resistí, con lo cual él o bien fingió quedarse dormido a mi lado o se durmió de verdad. No sabía si estaba enfadado o incómodo o… molesto por que no le hubiera dicho nada, pero no me arrepentía de haber usado mi don para facilitar la transición de Airrick. Indra y yo hablaríamos, y ese luego quizás llegara antes de lo que él quería. En cualquier caso, conseguí resistirme a utilizar mi don para determinar cómo se sentía. Prefería que me lo dijera él a hacer trampas. Porque leer sus emociones ahora mismo sería como hacer trampas.
Para cuando llegamos a New Haven, el crepúsculo se cernía sobre nosotros. Cruzamos el pequeño Adarve sin gran problema. Indra desmontó y se adelantó para hablar con uno de los guardias antes de volver a subirse al caballo detrás de mí y encabezar la marcha por la calle adoquinada. Naruto había ocupado el lugar de Airrick, con lo que cabalgaba a nuestro lado mientras recorríamos la soñolienta ciudad rodeada por una densa zona arbolada. Pasamos por delante de negocios con la persiana echada, cerrados para la noche, y luego entramos en una zona residencial. Las casas eran tan pequeñas como las del Distrito Bajo, pero no tan amontonadas las unas sobre las otras. También estaban en muchas mejores condiciones. Era obvio que la pequeña ciudad comercial era próspera y el Regio que la gobernaba parecía tener mejor idea que los Teerman de lo que significaba su mantenimiento.
Habíamos recorrido más o menos una manzana del vecindario cuando la puerta de la primera casa se abrió y salió un hombre mayor de piel marrón. No dijo nada, se limitó a asentir en dirección a Naruto y Indra al pasar. Detrás del hombre, salió corriendo un niño que fue directo a la casa de al lado. Llamó con ímpetu a la puerta y las contraventanas se abrieron de par en par. Delante de nosotros, la mano de Phillips bajó hacia su espada cuando otro niño asomó la cabeza.
—Mi papá está…
Se interrumpió, sorprendido al ver nuestra pequeña caravana. Soltó un grito de júbilo y, con una sonrisa desdentada, desapareció otra vez dentro de la casa para llamar a su padre a gritos. El chico de la primera casa corrió dos puertas más allá y llamó a otro amigo, esta vez una niña, con el pelo más rojo que el mío. Abrió los ojos como platos al vernos. Entonces, al otro lado de la calle, se abrió una puerta para dar paso esta vez a una mujer de mediana edad con un bebé sobre la cadera. Sonrió de oreja a oreja y el niño agitó la manita. Levanté una mano y le devolví el saludo, un poco incómoda. En ese momento, me di cuenta de que el primer niño había reunido a una pequeña multitud. Un grupo entero de chiquillos seguía nuestro progreso ahora desde la acera, y cada vez se abrían más puertas a medida que los ciudadanos de New Haven salían a observarnos pasar. Ninguno de ellos gritó. Algunos saludaban con la mano. Otros sonreían. Solo unos pocos nos miraron con expresión hosca desde sus escaleras de entrada.
—Esto es un poco raro —susurré, tras inclinarme hacia atrás.
—No creo que reciban muchos visitantes —respondió Indra.
Me dio un apretoncito en la cintura y mi corazón dio un pequeño brinco de sorpresa en respuesta.
—Es un día emocionante para ellos —comentó Naruto en plan chistoso.
—¿Ah, sí? —murmuró Indra.
—Se comportan como si la realeza estuviese entre ellos.
—Entonces —comentó Indra, con una carcajada— es verdad que no deben de recibir muchos visitantes.
Naruto le lanzó una larga mirada de soslayo, pero Indra parecía haberse relajado detrás de mí, así que me lo tomé como una buena señal.
—¿Habías estado aquí alguna vez? —le pregunté.
—Muy poco tiempo.
—¿Y tú? —Me giré hacia Naruto.
—He estado de paso una o dos veces.
Arqueé una ceja, pero justo entonces apareció ante nuestros ojos la Fortaleza de Haven. Situada cerca del bosque, no tenía una muralla secundaria como el castillo de Teerman, pero tampoco tenía el mismo tamaño ni de lejos. Con solo dos pisos de altura, la estructura de piedra gris verdoso parecía haber sobrevivido a una época diferente.
Apenas.
Seguimos adelante y justo entonces algo frío me tocó la punta de la nariz. Levanté la vista. Unos copos de nieve desperdigados empezaron a caer mientras cruzábamos el patio en dirección a los establos. Nos esperaban varios guardias de negro, que asintieron cuando entramos en el espacio diáfano que olía a caballo y heno. Solté una temblorosa bocanada de aire y cerré los ojos un instante al aflojar la mano sobre la montura. El viaje a través del reino distaba mucho de haber terminado, pero al menos esa noche tendríamos una cama, cuatro paredes y un tejado. Cosas que ya nunca más daría por sentadas.
Indra se apeó del caballo detrás de mí, se giró, levantó los brazos y meneó los dedos. Arqueé una ceja y me deslicé por el otro lado. Indra suspiró. Con una sonrisa, acaricié el cuello de Aoda y deseé que se llenara la barriga del mejor heno posible y descansara un rato. Se lo merecía.
Con las alforjas colgadas del hombro, Indra vino a mi lado.
—Quédate cerca de mí.
—Por supuesto.
Me lanzó una mirada que indicaba que no se fiaba ni un pelo de mi rápida afirmación. Cuando los demás se reunieron con nosotros, salimos al exterior. La nieve caía con un poco más de fuerza y empezaba a tapizar el suelo. Me ceñí bien la capa al tiempo que se abría la puerta principal para dar paso a otro guardia: uno rubio y alto con ojos de un pálido azul invernal.
Naruto saludó al guardia con un apretón de manos.
—Me alegro de verte —dijo el guardia. Sus ojos saltaron hacia Indra y después a mí. Su atención se demoró unos segundos en el lado izquierdo de mi cara antes de volver con Naruto— Me alegro de veros a todos.
—Lo mismo digo, Iruka —contestó Naruto, mientras Indra ponía su mano sobre mi espalda— Ha pasado mucho tiempo.
—No el tiempo suficiente —bramó una voz grave desde el interior de la fortaleza.
Me giré hacia una zona diáfana iluminada por lámparas de aceite. Un hombre alto y barbudo, de pelo oscuro y anchos hombros salió por dos grandes puertas de madera. Llevaba pantalones ceñidos oscuros y una gruesa túnica. También llevaba una espada corta amarrada a la cintura, aunque no iba vestido como un guardia.
Naruto sonrió y yo parpadeé. Era la primera vez que lo veía sonreír, y había pasado de ser apuesto sin más a ser asombrosamente atractivo al hacerlo.
—Kidomaru, tú me has echado de menos más que cualquiera de los otros.
Kidomaru y Naruto fueron al encuentro el uno del otro, y el primero atrapó al hombre más joven en un abrazo de oso que levantó al guardia del suelo. Unos ojos color avellana, más oscuros que castaños, aterrizaron donde estábamos Indra y yo. Un lado de los labios del hombre se curvó hacia arriba. Soltó a Naruto. O más bien lo dejó caer. Naruto se tambaleó un paso hacia atrás y sacudió la cabeza mientras recuperaba el equilibrio.
—¿Qué tenemos aquí? —preguntó Kidomaru.
—Necesitamos refugio para la noche —respondió Indra.
Por alguna razón, ese Kidomaru encontró graciosa la respuesta de Indra. Echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada.
—Tenemos refugio de sobra.
—Es bueno saberlo.
La mano de Indra se quedó quieta donde estaba mientras yo miraba a nuestro alrededor, confundida. Habían salido varias personas por las puertas, hombres y mujeres. Al igual que entre los habitantes de la ciudad, había miradas de distintos tipos. La mayoría sonreían, pero unos pocos nos miraban de un modo que me recordó al Descendente rubio que había tirado la mano del Demonio. ¿Dónde estaban el lord o la dama que gobernaban la ciudad? El sol todavía no se había puesto, pero la estancia no tenía ventanas y, por tanto, no sería una afrenta a los dioses que anduvieran por ahí. No vi ningún Ascendido entre las personas ahí reunidas. A lo mejor, este hombre era uno de los secretarios del lord y su señor estaba ocupado con otro asunto. Me fijé en que Naruto miraba a su alrededor con los ojos entornados; lo más probable era que estuviera pensando lo mismo que yo.
—Tenemos muchas cosas que… contarnos para ponernos al día —exclamó Kidomaru, dándole a Naruto una palmada en el hombro con una mano tan grande que levanté las cejas.
Una mujer de pelo rojo salió del grupo. Llevaba una túnica verde bosque que le llegaba hasta las rodillas y pantalones a juego, un grueso chal color crema sobre los hombros. Lo que llamó de inmediato mi atención fue su calzado. Llevaba botas.
Se acercó y vi que el color de sus ojos era muy parecido a los de Kidomaru, aunque no del todo igual. ¿Estarían emparentados? Ella parecía al menos una década más joven, más cerca de mi edad y la de Indra. ¿Una sobrina, quizás? Nos dedicó a todos una sonrisa de labios apretados; sus ojos, como los de Iruka, se demoraron un poco en mis cicatrices visibles. Su expresión no mostró ninguna compasión, solo… curiosidad, lo cual era mucho mejor que la otra opción.
—Yo tengo que hablar con unas cuantas personas, pero Tayuya te enseñará tu habitación —Indra se giró hacia la mujer morena antes de que yo pudiera responder— Asegúrate de que tenga una sala en la que bañarse y de que le envíen comida caliente.
—Sí… —Empezó a inclinarse, casi como si iniciara algún tipo de genuflexión, pero se paró a medio camino. Se sonrojó con gracia al mirarme— Lo lamento. Estoy un poco desequilibrada estos días —Se dio unas palmaditas en el estómago ligeramente abultado— Le echo la culpa al bebé número dos.
—Enhorabuena —dije, con la esperanza de que fuese la respuesta apropiada. Me giré— Indra…
—Luego —me interrumpió.
Después dio media vuelta y se alejó en dirección a donde Naruto estaba con Kidomaru, a los que se había unido Phillips, que escudriñaba cada rincón de la fortaleza.
—Vamos —Tayuya me tocó el brazo con suavidad— Tenemos una habitación en el primer piso que tiene su propia sala de baño. Haré que te lleven agua caliente y puedes bañarte mientras Cook te prepara la cena.
Sin tener muy claro qué hacer si no, seguí a Tayuya fuera del vestíbulo. Salimos por una puerta lateral que daba a una escalera. Sorprendida de que Indra me hubiese dejado sola, supuse que era porque sabía que estaba más que equipada para defenderme. Pero seguía resultando extraño. A menos que estuviese convencido de que ahí no había Descendentes.
Y aunque ese fuese el caso, todavía no explicaba cómo conocía Indra el nombre de esa mujer cuando había pasado muy poco tiempo en la ciudad y no nos habían presentado.
La habitación era sorprendentemente grande y espaciosa a pesar de que la única fuente de luz natural era una estrecha ventana que daba al patio. Me gustaron las vigas vistas del techo, y la cama parecía la cosa más tentadora que había visto en la vida. No me atreví a acercarme a ella; no cuando mi capa y mi ropa estaban manchadas de sangre de Demonio, tierra, polvo y sudor. Dejé la capa sobre una sólida silla de madera, pero tuve cuidado de asegurarme de que mi jersey ocultaba la daga.
La chimenea estaba encendida y la cena, un nutritivo y sabroso estofado de carne, llegó antes que el agua caliente. Me zampé hasta la última gota de estofado y los biscotes que lo acompañaban, y probablemente hubiese chupado el bol, de no haber sido por la presencia del pequeño ejército de sirvientes encabezados por Tayuya. Mientras llenaban la bañera de humeante agua caliente, Tayuya colgó una bata azul claro de un gancho en la sala de baño. La miré y se me hizo un nudo de emoción en la garganta.
No era blanca. Cerré los ojos.
—Saku —dijo la mujer. Abrí los ojos de golpe. Hacía un rato, me había preguntado cómo llamarme y ese fue el nombre que le di— ¿Estás bien?
—Sí —Parpadeé— Nos ha costado… mucho llegar hasta aquí.
—Sí, me lo imagino —contestó, aunque yo dudaba de que pudiera— Si dejas tu ropa aquí, al lado de la puerta, me aseguraré de que la laven esta noche.
—Gracias.
—Han dejado jabón y toallas limpias al lado de la bañera —explicó con una sonrisa— ¿Necesitas algo más?
Quería preguntarle dónde estaba Indra, pero no creí que ella lo supiera. Sacudí la cabeza y se encaminó hacia la puerta. Entonces me acordé de los Ascendidos.
—¿Tayuya? —la llamé— ¿Quiénes son el lord y la dama residentes aquí?
—Lord Halverston se ha ido de caza con algunos de los hombres —contestó— Hubiese estado aquí para recibirte, pero ya se estaba preparando para partir, visto que era tan cerca del atardecer.
—Oh.
¿El lord iba de caza con los hombres? La gente de este lugar era… extraña.
—¿Algo más?
Esta vez, sacudí la cabeza y la dejé marchar. Me desnudé a toda prisa, deposité la ropa al lado de la puerta y luego crucé a la carrera, daga en mano, el suelo helado que el fuego no había calentado todavía. La enorme bañera tenía que ser la segunda cosa mejor que había visto en la vida. Mis músculos doloridos agradecieron de inmediato el agua caliente y me quedé en la bañera más tiempo del necesario. Froté mi piel con el jabón con aroma a lilas y me lavé el pelo dos veces antes de empezar a preocuparme de que me arrugaría como una pasa si me quedara ahí metida un solo minuto más. Me sequé con la toalla, me enfundé la gruesa bata y fui descalza hacia el pequeño tocador, contenta de encontrar un peine. Fui paseando a la habitación mientras cepillaba con parsimonia los nudos y enredos de mi pelo. Dejé la daga en la mesita auxiliar. Y hecho eso, ya no tenía nada más que hacer aparte de esperar.
Me senté en el borde de la cama y me pregunté qué estaría haciendo Matsuri en esos momentos. ¿Estaría trabando amistad con los otros lores y damas en espera? La tristeza tironeó de mi pecho y la recibí con los brazos abiertos. Era mucho mejor que sentir solo ira y dolor, pero echaba de menos a mi amiga. Echaba de menos a Yamato.
El nudo de emoción volvió a mi garganta y me dediqué a deslizar la mano por la suave tela azul claro. Me ardían los ojos, pero las lágrimas… no salían. Casi deseé que lo hicieran. Suspiré y miré hacia atrás, hacia la cabecera de la cama. Había dos almohadas, como si la cama estuviese destinada a dos personas…
Una llamada a la puerta me alarmó. Salté de la cama y estaba en proceso de llegar a la mesita auxiliar cuando la puerta se abrió. Agarré la daga y di media vuelta.
—Indra —murmuré.
Él arqueó las cejas.
—Pensé que estarías dormida.
—¿Por eso has entrado en tromba?
—Puesto que antes he llamado, no creo que haya entrado en tromba —Cerró la puerta a su espalda y la luz lo iluminó. Se había bañado y cambiado, el pelo húmedo se rizaba contra sus mejillas— Pero me alegro de que estuvieras preparada por si no era alguien a quien quisieras ver.
—¿Qué pasa si tú eres alguien a quien no quiero ver?
Apareció esa medio sonrisa.
—Tanto tú como yo sabemos que ese no es el caso —Sus ojos me recorrieron de arriba abajo— Para nada.
—Tu ego nunca deja de asombrarme.
Dejé la daga en su sitio y miré a nuestro alrededor. Como el único otro sitio en el que sentarse era esa silla de aspecto tan incómodo, la cama era la única opción. Me senté en el borde.
—Yo nunca dejo de asombrarte —me corrigió.
Sonreí.
—Gracias por demostrar lo que acabo de decir.
Se rio entre dientes y vino hacia mí.
—¿Has comido? —Asentí.
—¿Y tú?
—Mientras me bañaba.
—La multitarea en su máxima expresión.
—Soy muy hábil. —Se quedó donde se había parado, a varios pasos de mí— ¿Por qué no estás dormida? Tienes que estar agotada.
—Sé que la mañana llegará más pronto que tarde y volveremos ahí afuera, pero no puedo dormir. Todavía no. Te estaba esperando —Nerviosa de repente, jugueteé con el cinturón de la bata— Este lugar es… diferente, ¿verdad?
—Supongo que, si uno está acostumbrado solo a la capital y a Masadonia, lo parecerá —respondió— Las cosas son mucho más sencillas aquí, nada de pompa ni ceremonia.
—Sí, eso ya lo he notado. No he visto ni un solo escudo real.
—¿Me has esperado despierta para hablar de estandartes reales? —preguntó, con la cabeza ladeada.
—No —Suspiré y solté el cinturón— Te he esperado despierta para hablarte de lo que le hice a Airrick.
Indra no dijo nada. Mi nerviosismo dio paso a la irritación.
—¿Este luego es suficiente para ti? ¿Es un buen momento?
—Este es un buen momento, princesa —Apareció esa curvatura en sus labios— Es suficientemente privado, que es lo que pensé que necesitaríamos. —Abrí la boca, luego la cerré de golpe. Maldita sea. ¿Por eso no había hecho más que retrasar este momento? Si era así, tenía sentido— ¿Me vas a explicar por qué ni tú ni Yamato mencionasteis nunca que tenías este… toque?
Se me desencajó la mandíbula.
—Yo no lo llamo así. Solo unos pocos que han oído… los rumores lo hacen. Es la razón de que algunas personas crean que soy hija de un dios. ¿Tú, que pareces oírlo todo y saberlo todo, no habías oído ese rumor?
—Sé muchas cosas, pero no. Jamás había oído nada semejante —contestó— Y jamás he visto a nadie hacer lo que sea que hayas hecho.
Mis ojos buscaron los suyos y pensé que veía la verdad en su mirada.
—Es un don de los dioses. Es la razón de que sea la Elegida —O al menos una de las razones— La reina en persona me ha ordenado que jamás hable de él ni lo utilice. No hasta que me consideren digna. La mayor parte de las veces, he obedecido.
—¿La mayor parte?
—Sí, la mayor parte de las veces. Yamato lo sabía, pero Matsuri no. Tampoco Kankuro ni Hannes. La duquesa sí lo sabe y el duque lo sabía, pero eso es todo —le expliqué— Y no lo utilizo demasiado… a menudo.
—¿En qué consiste el don?
Solté todo el aire que tenía.
—Puedo… sentir el dolor de otras personas, tanto físico como mental. Bueno, empezó así. Parece que cuanto más se acerca el momento de mi Ascensión, más evoluciona. Supongo que podría decir que ahora puedo sentir las emociones de las personas —me corregí, tirando de la manta que tenía al lado— No necesito tocarlas. Puedo solo mirarlas y es como… como si me abriera a ellas. Por lo general, puedo controlarlo y guardar mis sentidos para mí misma, pero a veces, es difícil.
—¿Como en una multitud?
Sabía que estaba pensando en cuando el duque se había dirigido a la ciudad. Asentí.
—Sí. O cuando alguien proyecta su dolor sin darse cuenta. Aunque no suele ocurrir. No veo nada más de lo que tú o cualquier otra persona vería, pero siento lo que sienten ellas.
—¿Simple… simplemente sientes lo que sienten? —Levanté la vista hacia él. Me miraba con los ojos algo más abiertos de lo normal— O sea que… ¿sentiste el dolor que sentía Airrick, que había recibido una herida muy dolorosa? —Asentí. Indra parpadeó— Debió de ser…
—¿Una agonía? —aporté— Lo fue, pero no es lo peor que he sentido. El dolor físico siempre es caliente y es agudo, pero el dolor mental, emocional, es… como bañarse en hielo el día más frío. Ese tipo de dolor es mucho peor.
Indra se acercó y se sentó en la cama a mi lado.
—¿Y puedes sentir otras emociones, como odio o felicidad? ¿Alivio… o culpabilidad?
—Puedo, pero es algo nuevo. Y con frecuencia no estoy segura de lo que estoy sintiendo. Tengo que fiarme de lo que sé y, bueno… —Me encogí de hombros— En cualquier caso, la respuesta a tu pregunta es sí —Por primera vez desde que conocía a Indra, parecía haberse quedado sin palabras— Pero eso no es lo único que puedo hacer —añadí.
—Es obvio.
Hice caso omiso de la sequedad de su tono.
—También puedo aliviar el dolor de otras personas por medio del contacto. Por lo general, la gente no se da ni cuenta, no a menos que estén sintiendo una gran dosis de dolor evidente.
—¿Cómo?
—Pienso en… momentos felices y se los transmito a través del vínculo que mi don establece, a través de la conexión —expliqué. Indra me miró durante unos momentos.
—¿Piensas en cosas felices y ya está?
—Bueno, yo no lo diría así. Pero sí.
Algo cruzó su cara y entonces sus ojos volaron hacia los míos.
—¿Has sentido mis emociones en algún momento?
Quería mentir. No lo hice.
—Sí —Se echó hacia atrás— Al principio, no lo hice a propósito… bueno, vale, sí fue a propósito, pero solo porque siempre parecías tan… no sé. Como un animal enjaulado cuando te veía por el castillo, y sentía curiosidad por averiguar por qué. Sé que no debería haberlo hecho. No lo hice… mucho. Me obligué a dejar de hacerlo. Más o menos —añadí, y sus cejas treparon por su frente— La mayor parte de las veces. En ocasiones, simplemente no puedo evitarlo. Es como si le estuviera negando a la naturaleza la posibilidad de… La posibilidad de utilizar algo con lo que había nacido.
Por eso era difícil de controlar a veces. Sí, la curiosidad a menudo me empujaba a utilizarlo, pero daba la impresión de ir en contra de la naturaleza cuando no me permitía usarlo y lo encerraba bajo llave. Era agobiante. Igual que el velo y todas las reglas y todas las expectativas y… el futuro que jamás elegí para mí.
¿Por qué parecía tan equivocada toda mi vida?
—¿Qué sentiste en mí?
Salí de mi ensimismamiento y lo miré.
—Tristeza —La sorpresa recorrió su rostro— Una profunda aflicción y pesar —Bajé la vista a su pecho— Siempre está ahí, incluso cuando estás de broma o sonríes. No sé cómo lo gestionas. Supongo que mucho tiene que ver con tu hermano y tu amigo —Cuando Indra no dijo nada, pensé que había hablado demasiado— Lo siento. No debí usar mi don contigo y supongo que ahora debí limitarme a mentir…
—¿Has aliviado mi dolor alguna vez?
—Sí —admití.
Apoyé las manos sobre mis piernas.
—Dos veces, ¿verdad? Después de que estuvieras con la sacerdotisa y la noche del Rito. —Asentí— Bueno, ahora entiendo por qué me sentía… más ligero. La primera vez duró… maldita sea, duró un buen rato. Dormí mejor que en muchos años —Tosió una risa corta y lo miré de reojo— Qué pena que sea algo que no puede embotellarse y venderse —No estaba segura de cómo responder a eso— ¿Por qué? —preguntó— ¿Por qué me quitaste el dolor? Sí, es verdad que… siento tristeza. Echo de menos a mi hermano cada vez que respiro. Su ausencia me atormenta, pero es manejable.
—Lo sé. No dejas que interfiera con tu vida, pero… no me gustaba saber que sentías dolor —reconocí— Y podía ayudar, al menos durante un rato. Solo quería…
—¿Qué?
—Quería ayudar. Quería utilizar mi don para ayudar a la gente.
—¿Y lo has hecho? ¿Con alguien más, aparte de Airrick y de mí?
—Sí. ¿Los malditos? A menudo alivio su dolor. Y Yamato sufría dolores de cabeza terribles. A veces lo ayudaba con ellos. Y a Matsuri, pero ella no lo supo nunca.
—Así es como empezaron los rumores. Lo has estado haciendo para ayudar a los malditos.
—Y a sus familias, a veces. A menudo sufren tal aflicción que tengo que hacerlo.
—Pero lo tienes prohibido.
—Sí, y parece una estupidez tan grande no poder usarlo —Levanté las manos por los aires— Tenerlo prohibido. La razón ni siquiera tiene sentido. ¿No me habrán considerado digna ya los dioses para entregarme este don? —razoné.
—Diría que sí —Hizo una pausa— ¿Tu hermano puede hacer lo mismo? ¿Alguien más en tu familia?
—No. Solo yo, y la Doncella anterior. Las dos nacimos con un velo —le expliqué— Mi madre se dio cuenta de lo que era capaz de hacer cuando tenía unos tres o cuatro años. —Indra frunció el ceño y volvió a mirarme como si fuese un puzzle al que le faltaran piezas— ¿Qué?
Indra sacudió la cabeza, su expresión se suavizó.
—¿Estás leyendo mis sentimientos ahora?
—No. Hago grandes esfuerzos por no hacerlo, incluso cuando tengo muchas ganas de utilizarlo. Me da la sensación de estar haciendo trampas cuando es alguien…
Dejé la frase en el aire. Iba a decir: «cuando es alguien que me importa».
Se me hizo un nudo en el estómago, mis ojos muy abiertos volvieron hacia Indra. Él me importaba. Mucho. Pero no del mismo modo que me importaba Matsuri, o Yamato. Era diferente. Oh, por todos los dioses. Era probable que no fuese algo bueno, pero no me hacía sentir mal. Sentía anticipación y esperanza, emoción y un centenar de cosas más que no eran malas.
—Ahora desearía tener tu don, porque me encantaría saber lo que sientes en este momento.
No podía sentirme más agradecida de que no lo supiera.
—No siento nada de los Ascendidos —solté de pronto— Nada de nada, aunque sé que sienten dolor físico.
—Eso es…
—Raro, ¿verdad?
—Iba a decir «inquietante», pero desde luego que es raro.
—¿Sabes? —Me incliné hacia él y bajé la voz— Siempre me ha molestado no poder sentir nada de ellos. Debería ser un alivio, pero nunca lo fue. Solo me hacía sentir… fría.
—Sí, ya lo veo —Indra se echó hacia delante y también bajó la voz— Debería darte las gracias.
—¿Por qué?
—Por aliviar mi dolor.
—No tienes que dármelas.
—Lo sé, pero quiero hacerlo —dijo, su boca increíblemente cerca de la mía— Gracias.
—De nada.
Mis ojos se entrecerraron. Indra olía a pino y a jabón, y su aliento era tan cálido sobre mis labios…
—Tenía razón.
—¿Sobre qué?
—Sobre lo de que eres valiente y fuerte —aclaró— Arriesgas mucho cuando utilizas tu don.
—No creo que haya arriesgado lo suficiente —confesé— No pude ayudar a Yamato. Estaba demasiado… abrumada. Tal vez si no intentara reprimirlo tanto todo el rato, hubiese podido quitarle el dolor al menos.
—Pero se lo quitaste a Airrick. Lo ayudaste —Agachó la cabeza y su frente besó la mía— No eres en absoluto como esperaba.
—No haces más que decir eso. ¿Qué esperabas?
—Sinceramente, ya ni lo sé.
Mis ojos se cerraron. Descubrí que me gustaba esta cercanía. Me gustaba que… me tocaran cuando era mi elección.
—¿Saku?
También me gustaba cómo decía mi nombre.
—¿Sí?
Tocó mi mejilla con los dedos.
—Espero que seas consciente de que, independientemente de lo que te haya dicho nadie jamás, eres más digna que cualquiera a quien haya conocido en toda mi vida.
Mi corazón se comprimió de la mejor de las maneras.
—Entonces es que no has conocido a las personas suficientes.
—He conocido a demasiadas —Levantó la barbilla, besó mi frente. Se inclinó hacia atrás y deslizó el pulgar por mi mandíbula— Te mereces mucho más que lo que te espera.
Debería.
Abrí los ojos.
De verdad que debería.
No era mala persona. Debajo del velo y detrás de mi título y mi don, era como cualquier otro. Pero jamás me habían tratado como tal. Como había dicho Indra, todos los privilegios que tenían los demás eran cosas que yo ni siquiera me podía ganar. Y estaba… Estaba hasta las mismísimas narices de ello.
—Gracias por confiarme todo esto —dijo Indra con voz grave tras echarse hacia atrás.
Fui incapaz de contestar, demasiado abrumada por lo que estaba sucediendo en mi interior, porque algo se estaba moviendo, cambiando. Algo enorme y al mismo tiempo también pequeño. Mi corazón empezó a latir con fuerza, como si acabara de estar luchando por mi vida y… por todos los dioses, eso era lo que estaba haciendo. Ahora mismo. Luchar, no por mi vida, sino por ser capaz de vivirla. Esas eran las piezas que empezaban a encajar en mi interior. Doncella o no, buena o mala, Elegida o rechazada, me merecía vivir y existir sin estar enclaustrada por unas reglas que nadie me consultó y con las que nunca me comprometí.
Miré a Indra, lo miré de verdad, y lo que vi fue más allá de lo físico. Siempre había sido distinto conmigo y nunca había intentado reprimirme. Desde la noche en el Adarve hasta el Bosque de Sangre cuando me había tirado la espada, él no solo me protegía. Creía en mí y respetaba mi necesidad de defenderme. Y como había dicho una vez, era como si nos conociéramos desde hacía una eternidad. Él… me entendía, y me daba la impresión de que yo lo entendía a él. Porque Indra era valiente y fuerte, y sentía y pensaba con el alma. Había sufrido pérdidas y había sobrevivido a ellas y continuaba haciéndolo aun con la agonía que yo sabía que llevaba consigo. Él me aceptaba.
Y yo le confiaba mi vida. Le confiaba todo.
—No deberías mirarme de ese modo. —Su voz sonó más gruesa.
—¿De qué modo?
—Sabes muy bien cómo me estás mirando —Cerró los ojos— De hecho, puede que no lo sepas y por eso debería marcharme.
—¿Cómo te estoy mirando, Indra?
—Como no merezco que me miren —Abrió los ojos— Que me mires tú.
—Eso no es verdad —protesté.
—Ojalá fuese así. Por los dioses, de verdad que tengo que marcharme —Se levantó y retrocedió, pero sin apartar la mirada. No creía que quisiese irse para nada. Respiró hondo— Buenas noches, Saku.
Observé cómo se encaminaba hacia la puerta, tenía su nombre en la punta de la lengua. No quería que se marchara. No quería pasar la noche sola. No quería que creyera que no era suficiente para mí.
Lo que quería era vivir. Lo que quería era a él.
—¿Indra? —Se detuvo pero no se giró. Mi corazón se había desbocado otra vez— ¿Te… te quedarías a pasar la noche conmigo?
