Ni la historia ni los personajes me pertenecen.


Capítulo 26

Indra no respondió y no estaba segura de que respirara siquiera; me recordó a la noche del Rito, cuando estábamos debajo del sauce. Ese recuerdo no trajo consigo su habitual fogonazo de dolor ardiente. Entonces habló.

—No hay nada que desee más en el mundo, pero no creo que te des cuenta de lo que ocurrirá si me quedo.

—¿Qué ocurrirá? —pregunté, un poco mareada.

Se giró hacia mí, me taladró con la mirada.

—Es imposible que me meta en esa cama contigo y no acabe acariciando todo tu cuerpo en, como mucho, diez segundos. No llegaríamos a la cama siquiera antes de que sucediera eso. Conozco mis limitaciones. Sé que no soy un hombre bastante bueno como para recordar mi deber y el tuyo, y que soy tan increíblemente indigno de ti que debería ser pecado. Pero a pesar de saberlo, sería imposible que no te quitara esa bata y te hiciera exactamente lo que te dije que haría cuando estábamos en el bosque.

Una oleada de calor me barrió de arriba abajo mientras lo miraba.

—Lo sé.

Indra ahogó una exclamación.

—¿Lo sabes? —Asentí. Indra se apartó un paso de la puerta— No solo te voy a abrazar. No me limitaré a besarte. Mis dedos no serán lo único que esté dentro de ti. Mi necesidad de ti es demasiado grande, Saku. Si me quedo, no saldrás por esta puerta como Doncella.

Me estremecí ante la franqueza de sus palabras. No eran ninguna sorpresa, pero su ansia, sí. No me veía como alguien que pudiese ser el objeto de algo tan feroz. Jamás me lo habían permitido.

—Lo sé —repetí.

Indra dio otro paso hacia mí.

—¿De verdad lo sabes, Saku?

Sí que lo sabía. Y era extraño conocerme y estar tan segura, cuando había pasado tanto tiempo sin conocerme, sin que se me permitiera descubrir quién era, lo que me gustaría o no me gustaría, lo que querría o necesitaría. Pero ahora lo sabía. Lo había sabido en el mismo momento en que le pedí que se quedara. Sabía cuáles podían ser las consecuencias. Sabía lo que yo era y lo que se esperaba de mí. Y sabía que ya no podía ser eso. No era lo que quería en la vida. Jamás había sido mi elección. Pero esto… esto lo deseaba. Indra era a quien deseaba. Esto era mi elección. Estaba reclamando mi vida, y era algo que había empezado mucho antes de la llegada de Indra. Cuando pedí que me enseñaran a luchar y cuando le exigí a Yamato que me llevara con él cuando acudía a ayudar a los malditos. Esos habían sido pasos significativos, pero había habido otros más pequeños por el camino. En cierto modo, habían sido aún más importantes. Había estado cambiando, evolucionando, igual que el don que tenía prohibido utilizar pero seguía determinada a hacerlo. Estaba en cada aventura y riesgo que corría. Estaba en mi deseo de experimentar lo que me habían dicho que no era para mí.

Era la razón de que me hubiese quedado al principio en la habitación de la Perla Roja con Indra.

Era la forma en que le había sostenido la mirada al duque y le había sonreído cuando me quité el velo.

Cuando hablé con Loren por primera vez y cuando salí al Adarve. Mi evolución me mantuvo en silencio mientras el duque impartía sus lecciones y cuando le corté el brazo y la mano a lord Shimura, cuando le cercené la cabeza. Había estado cortando las cadenas que jamás había elegido llevar. Solo que en ese momento no me había dado cuenta. Había habido tantos pasitos a lo largo de los años y, sobre todo, en las últimas semanas… No sabía cuándo había ocurrido por fin, pero tenía una cosa muy clara:

Indra no había sido el catalizador. Él era la recompensa.

Levanté mis manos hasta el cinturón, con una firmeza sorprendente. No aparté la mirada al deshacer el nudo. La bata se abrió y luego resbaló de mis hombros. Dejé que cayera en un montoncito a mis pies. Indra no apartó los ojos de mí ni un instante. Ni siquiera parpadeó mientras me miraba, sus ojos clavados en los míos. Los deslizó despacio por todo mi cuerpo. Era consciente de que había la luz suficiente como para que lo viera todo. Todas las oquedades y curvas, las oscuras zonas ocultas y todas las cicatrices. Los irregulares desgarros de mis brazos, los que cruzaban mi estómago, y los de mis piernas, que parecían heridas de garras afiladas pero eran la prueba de que había sido elegida por los dioses. Porque esas marcas de mis piernas no eran de garras, sino de los colmillos que se habían hincado en mi carne. Aquella noche me habían mordido. Pero no estaba maldita.

Indra no vería la verdad en esas cicatrices. Dos de los que la sabían ya no estaban, y ya solo quedaban el rey y la reina, la duquesa y mi hermano. Por primera vez en mi vida, quería contarle a alguien la verdad de mis cicatrices. Quería contárselo a Indra. Aunque ahora no era el momento. No cuando sus ojos volvían despacio hacia los míos. No cuando me miraba como si se estuviera empapando de cada centímetro de mí. No pude evitar estremecerme cuando sus ojos por fin encontraron los míos.

—Eres tan condenadamente bella —susurró, su voz ronca— Y tan condenadamente inesperada.

Entonces se movió de ese modo en que lo hacía siempre y que hacía difícil creer que no era un Ascendido. En una décima de segundo, estaba entre sus brazos y su boca estaba sobre la mía. No hubo nada lento ni dulce en su manera de besarme. Fue como ser devorado, y eso era precisamente lo que yo quería. Le devolví el beso y me aferré a él, y justo cuando sentí el tacto de su lengua contra la mía, se apartó. Y las cosas se aceleraron. Se quitó la túnica con mi ayuda y luego las botas y los pantalones. Temblé al verlo por primera vez. Era… bello. Todo piel bronceada y largos músculos esculpidos. Su pecho y su estómago habían sido cincelados por años de entrenamiento y no había ninguna duda de la potencia y la fuerza de su cuerpo. Tampoco había ninguna duda de cómo la vida le había dejado su impronta en forma de cortecitos y cicatrices más largas en la piel. Era un luchador, como lo era yo, y ahora vi de verdad lo que había estado demasiado nerviosa para percibir antes. Su cuerpo también era un testamento de todas las cosas a las que había sobrevivido, y la cicatriz más profunda y más roja de la parte superior de su muslo, justo por debajo de la cadera, era prueba de que seguramente él tendría sus propias pesadillas. Parecía una especie de marca a fuego, como si algo muy caliente y doloroso hubiese sido apretado contra su piel.

—La cicatriz del muslo —le pregunté— ¿Cuándo te la hiciste?

—Hace muchos años, cuando fui bastante tonto como para dejarme atrapar —contestó.

Era muy extraño cómo a veces hablaba como si hubiese vivido docenas de años más de los que estaba segura de que tenía. Sabía que, para algunas personas, un año podía parecer una eternidad. Mis ojos siguieron su camino y de pronto se abrieron como platos.

Oh, madre mía.

Me mordí el labio, consciente de que quizás no debía mirarlo con esa cara de pasmo. Parecía indecente, pero quería hacerlo.

—Si sigues mirándome de ese modo, esto habrá acabado antes de empezar siquiera.

Me sonrojé y me forcé a apartar la mirada.

—Yo… eres perfecto.

—No, no lo soy —Su expresión se endureció— Te mereces a alguien que lo sea, pero soy demasiado bastardo como para permitirlo.

Sacudí la cabeza, sin saber cómo no era capaz de ver que era perfectamente digno de mí.

—No estoy de acuerdo con nada de lo que acabas de decir.

—Tonterías —dijo, y entonces enroscó el brazo a mi alrededor.

En un abrir y cerrar de ojos, estaba tumbada en la cama y él estaba encima de mí, el áspero pelo de sus piernas corroía las mías del modo más sorprendente y placentero. Pero sentirlo contra mis caderas provocó que tragara saliva con nerviosismo y también me recordó una consecuencia muy real que aquello podía tener.

—¿Estás…?

—¿Protegido? —Era obvio que sus pensamientos iban en la misma dirección que los míos— Tomo la ayuda mensual.

Se refería a la hierba que hacía temporalmente infértiles tanto a hombres como a mujeres. Podía beberse o masticarse, y había oído que sabía a leche agria.

—Supongo que tú no —añadió. Solté una risotada— Eso sí que sería un escándalo —comentó, deslizando la mano por mi brazo.

—Sí que lo sería —Sonreí— Pero esto… —Sus ojos encontraron los míos— Esto lo cambia todo.

Lo hacía. Lo cambiaba de verdad.

Y estaba preparada para ello.

Indra me besó y no pude pensar en nada más que en el efecto casi narcótico que tenían sus labios. Nos besamos hasta que mi corazón martilleó en mi pecho y mi piel hormigueó de placer. Entonces, solo cuando ya me faltaba el aliento, Indra empezó a explorar. Sus dedos recorrieron cada centímetro de piel desnuda y cuando sus manos se movieron entre mis piernas, solté una exclamación y descubrí enseguida que lo que había hecho con sus dedos en el bosque, por encima de mis pantalones, no era absolutamente nada comparado con su piel contra la mía.

Siguió bajando. Usó su boca y luego su lengua para recorrer el camino que sus manos ya habían incendiado. Se demoró en zonas especialmente sensibles y me sacó sonidos que hicieron que me preguntara cuán gruesas eran las paredes. Y entonces se entretuvo en las cicatrices de mi estómago; las besó casi con veneración hasta que estuve segura de que no las encontraba molestas ni feas de ningún modo. Pero entonces se movió aún más abajo, pasado mi ombligo. Se me cortó la respiración cuando sentí su aliento contra ese punto que tanto palpitaba. Abrí los ojos para encontrarlo instalado entre mis piernas, sus ojos dorados sostuvieron mi mirada.

—Indra —susurré.

Un lado de sus labios se curvó hacia arriba en una media sonrisa pícara y sensual.

—¿Te acuerdas de la primera página del diario de la Srta. Shizune?

—Sí. —Jamás olvidaría esa primera página.

Entonces, sin apartar la mirada de la mía, bajó la boca.

Mi espalda se arqueó al primer roce de sus labios, y mis dedos se enroscaron en torno a las sábanas al sentir su lengua deslizarse. Pensé que se me pararía el corazón, que quizás lo hubiese hecho ya. El torbellino de sensaciones que conjuró parecía inimaginable hasta ese momento. Era casi demasiado y no podía estarme quieta. Levanté las caderas y su retumbante gruñido de aprobación fue casi tan bueno como lo que estaba haciendo. Por todos los dioses… Dejé caer la cabeza contra el colchón y era consciente de que me estaba contoneando y retorciendo, y que no había ninguna sensación de ritmo detrás de mis movimientos. Pero esa intensa tensión en lo más profundo de mi ser se estaba enroscando y apretando, y entonces todo llegó a su clímax y me quedé aturdida por su intensidad. Puede que dijera su nombre. Puede que incluso gritara algo incoherente. No lo sabía y tardé lo que me pareció una pequeña eternidad en poder abrir los ojos siquiera.

Indra levantó la cabeza, los labios hinchados y brillantes a la luz de la vela. La intensidad de su mirada me abrasó la piel cuando sus ojos se cruzaron con los míos y me sostuvo la mirada. Jamás había parecido más orgulloso de sí mismo que cuando entreabrió la boca y la punta de su lengua se deslizó por sus labios.

—Miel —gruñó— Justo lo que había dicho.

Se me cortó la respiración y me estremecí. Y entonces no fue que se moviera, sino más bien que subió acechante por mi cuerpo inerte. Lo observé, incapaz de apartar la mirada mientras la dureza de su cuerpo acariciaba el mío, incapaz de dejar de temblar cuando los ásperos pelos de sus piernas me hacían cosquillas en partes sensibles de la piel.

—Saku —murmuró, sus labios tocaron los míos. Me besó y mi piel estalló en llamas al saborearlo, su sabor y el mío, y esos extraños dientes afilados de Indra. Mis sentidos empezaron a dar vueltas al notar cómo se asentaba entre mis piernas, cómo palpaba, cómo apretaba solo un poco— Abre los ojos.

¿Los había cerrado? Sí. En efecto. Los abrí para ver que un lado de sus labios se curvaba hacia arriba, aunque el deje burlón que solía estar presente había desaparecido. No dijo nada, se limitó a mirarme, sus caderas y su cuerpo muy quietos.

—¿Qué?

—Quiero que mantengas los ojos abiertos —me dijo.

—¿Por qué?

Se rio y yo solté una exclamación ahogada ante la sensación que me transmitió el sonido con él tan cerca de donde mi cuerpo palpitaba.

—Siempre tantas preguntas.

—Creo que te sentirías decepcionado si no tuviese ninguna.

—Cierto —murmuró.

Deslizó una mano por mi cuello y luego más abajo. La cerró en torno a mi pecho.

—Bueno, ¿por qué? —insistí.

—Porque quiero que me toques —dijo— Quiero que veas lo que me haces cuando me tocas.

—¿Cómo…? —Un escalofrío danzó por mi piel— ¿Cómo quieres que te toque?

—Como tú quieras, princesa. Es imposible que lo hagas mal —susurró con voz ronca.

Desenrosqué los dedos de la sábana y levanté la mano. Toqué su mejilla. Indra mantuvo los ojos fijos en los míos mientras deslizaba los dedos por la curva de su mandíbula, por encima de sus suaves labios y luego hacia abajo, por el cuello. Todavía sentía demasiadas sensaciones como para que mi don fuese remotamente funcional mientras arrastraba las yemas de los dedos por su pecho. Sus respiraciones lo empujaban contra mi mano y seguí explorando. Me empapé de la sensación de los duros y tensos músculos de su bajo vientre, y de la pelusilla de debajo de su ombligo. Y luego más abajo. Mis dedos rozaron una dureza sedosa y todo su cuerpo dio una sacudida. Vacilé.

—Por favor. No pares —suplicó con voz rasposa, la mandíbula apretada mientras sus dedos se quedaban muy quietos sobre mi pecho— Por todos los dioses, no pares.

Me concentré en su cara mientras lo tocaba. Había tantísimas pequeñas reacciones por todo su cuerpo… Se le aflojó la mandíbula y sus labios se entreabrieron. Las líneas de su cara se volvieron más marcadas y los tendones de su cuello se estiraron cuando cerré la mano alrededor de él. Echó la cabeza hacia atrás y su cuerpo grande y poderoso tembló. Me fijé en lo rápida que se había vuelto su respiración cuando deslicé la mano hacia abajo, hasta donde nuestros cuerpos estaban casi unidos. Entonces se estremeció de la cabeza a los pies y me asombré de lo mucho que lo afectaba mi contacto. Apreté la mano, más confiada por momentos.

—Por todos los dioses —gruñó.

—¿Esto está bien?

—Cualquier cosa que hagas está más que bien —Su voz era aún más grave— Pero sobre todo eso. Totalmente eso.

Entonces me reí con suavidad y lo hice de nuevo. Moví la mano arriba y abajo. Sus caderas respondieron de un modo muy parecido a como lo habían hecho las mías, empujaron contra mi mano, contra mí. Indra emitió un sonido, un retumbar profundo y oscuro que me provocó una oleada de placer.

—¿Ves lo que tu contacto me hace? —preguntó, sin que sus caderas dejaran de seguir mi mano.

—Sí —susurré.

—Me mata —Agachó la cabeza y esos ojos… Parecían casi luminosos al mirarme, y entonces sus espesas pestañas bajaron y los ocultaron a la vista— Me mata de un modo que no creo que entiendas jamás.

—Pero… ¿de un modo bueno? —pregunté, buscando sus ojos con los míos.

Las facciones de Indra se suavizaron y levantó una mano para apoyarla en mi mejilla.

—De un modo que jamás había sentido hasta ahora.

—Oh.

Bajó la cabeza y me besó mientras desplazaba el peso hacia el brazo izquierdo. Su mano abandonó mi mejilla y se deslizó por toda la longitud de mi cuerpo hasta que estuvo entre nosotros.

—¿Estás preparada? —Se me cortó la respiración, pero asentí— Quiero oírtelo decir.

Las comisuras de mis labios tiraron hacia arriba.

—Sí.

—Bien, porque podría haber muerto aquí mismo si no lo estuvieras —Me eché a reír, sorprendida por el tono ligero en un momento tan tenso e importante— Crees que estoy de broma. Qué poco sabes —se burló. Me besó de nuevo antes de empujar hacia dentro, solo un poquito. Se detuvo e hizo ese sonido otra vez— Oh, sí que estás preparada —Todo mi cuerpo se ruborizó y tembló. Los ojos de Indra subieron otra vez hacia los míos— Me asombras.

—¿Cómo? —susurré, confundida.

No había hecho casi nada mientras que él… él me hacía pedazos con el tipo de besos sobre los que solo había leído.

—Te enfrentas a Demonios sin miedo —Rozó mis labios con los suyos— Pero te sonrojas y tiemblas cuando menciono cuán húmeda y maravillosa te siento contra mí.

Ahora sí que me estaba sonrojando de verdad.

—Eres muy inapropiado.

—Estoy a punto de ponerme reamente inapropiado —prometió— Pero al principio, puede que duela.

—Lo sé.

Sabía lo suficiente de sexo como para saber eso.

—¿Has estado leyendo libros obscenos otra vez?

—Es posible.

Un revoloteo empezó en mi estómago y luego se extendió. Indra se rio, pero acabó en un gemido cuando empezó a moverse. Hubo presión y un momento en el que no estaba segura de cómo podría ir más allá, y entonces un repentino dolor punzante me robó la respiración y apreté los ojos con fuerza. Clavé los dedos en sus hombros, toda tensa. Había sabido que habría algo de dolor, pero todo ese calor lánguido se convirtió en esquirlas de hielo.

Indra se quedó parado encima de mí, resollando.

—Lo siento —Sus labios tocaron mi nariz, mis párpados, mis mejillas— Lo siento.

—No pasa nada.

Me besó de nuevo, con suavidad, luego apoyó la frente contra la mía. Una respiración poco profunda hinchó un poco mi pecho. Ya estaba. Había cruzado esa última y prohibida línea roja. No hubo ninguna sensación de culpabilidad ni estallido de pánico. En verdad, ya había cruzado esa línea cuando Indra me besó antes de saber quién era, y todo lo que había llevado hasta este mismo momento había borrado poco a poco esa barrera hasta que ya no existía. No había habido vuelta atrás desde la noche de la Perla Roja, y esto… esto parecía demasiado correcto para que no estuviera, de algún modo, predestinado. Tenía la sensación de que estaba destinada a estar ahí mismo, en ese mismo momento, con Indra, donde lo único que importaba era quién era y no lo que era. No importaba si los dioses me encontraban indigna, porque era digna de esto. De las risas y la excitación, de la felicidad y la anticipación, de la seguridad y la aceptación, del placer y la experiencia, de todo lo que Indra me hacía sentir. Y él era digno de cualesquiera consecuencias que esto trajera, porque no se trataba solo de él. Eso lo supe desde el momento en que le pedí que se quedara.

Se trataba de mí.

De lo que yo quería.

Mi elección.

Respiré hondo y el ardor amainó. Indra seguía quieto encima de mí, esperando. Con cautela, levanté las caderas hacia las suyas. Dolió, pero no tanto como antes. Lo intenté de nuevo. Indra se estremeció, pero no se movió. No hasta que mis manos se aflojaron sobre sus hombros y se me cortó la respiración por una razón completamente diferente. Sentí una fricción abrasadora, pero no era lo mismo. Los músculos de la parte baja de mi estómago se contrajeron cuando una oleada de placer correteó a través de mí. Solo entonces volvió a moverse Indra, y lo hizo con sumo cuidado, tan suave que sentí que se me anegaban los ojos de lágrimas. Los cerré al tiempo que enroscaba los brazos alrededor de su cuello y me abandoné a la locura una vez más, en el progresivo crescendo de sensaciones. Una especie de instinto primitivo tomó el control, guio mis caderas para seguir a las suyas. Nos movíamos juntos, el único sonido en la habitación eran mis suaves suspiros y sus gemidos más graves. Esa tensión exquisita, casi dolorosa, volvió. Mis piernas se levantaron por voluntad propia, se enroscaron en torno a sus caderas. La presión estaba aumentando otra vez en mi interior, pero esta vez era más potente.

Indra deslizó un brazo debajo de mi cabeza y cerró la mano en torno a mi hombro, mientras su otra mano se apretaba sobre mi cadera. Empezó a moverse más deprisa, más profundo, sus empujones eran más fuertes mientras me sujetaba con firmeza debajo de él. Me aferré a él, mi boca encontró la suya a ciegas y su mano se deslizó entre nosotros una vez más. Su pulgar encontró esa zona sensible y cuando sus caderas empujaron contra las mías en pequeños círculos apretados, la tensión explotó de nuevo. Grité cuando la sensación me atravesó de arriba abajo, más intensa y punzante que antes. De algún modo, el alivio que Indra me había proporcionado antes no era nada comparado con esto. Me estaba rompiendo en pedazos de la mejor manera posible, y solo cuando la última oleada pareció amainar fui consciente de esos intensos ojos dorados fijos en mi rostro mientras sacaba la mano de debajo de mí. Supe al instante que me había estado observando todo el tiempo y un gemido jadeante escapó de mis labios.

Puse una mano temblorosa sobre su mejilla.

—Indra —susurré. Deseé poder poner en palabras lo que acababa de sentir. Lo que todavía sentía.

Sus facciones se endurecieron y su mandíbula se tensó y entonces… dio la impresión de que perdía el poco control que aún le quedaba. Su cuerpo se estrelló contra el mío, zarandeándonos por toda la cama. Debajo de mis manos, sus músculos se flexionaban y apretaban, y entonces echó la cabeza atrás y gritó de placer al tiempo que se estremecía.

Dejó caer la cabeza hacia la mía, hacia la zona sensible a un lado de mi cuello. Sentí sus labios contra mi pulso acelerado, el vaivén de sus caderas se ralentizó. Noté un roce de sus dientes que me hizo estremecer, y luego la presión de sus labios.

No supe cuánto tiempo nos quedamos así. Nuestra piel húmeda empezó a enfriarse, nuestra respiración se apaciguó, mientras deslizaba los dedos por su pelo. Sus músculos se habían relajado y su peso reposaba sobre sus codos, pero poco a poco empecé a ser consciente de la tensión en su cuerpo. Era el don, que asomaba entre mis emociones embriagadas. Los labios de Indra rozaron mi mejilla, luego encontraron mi boca. Me besó con suavidad, con dulzura.

—No olvides esto.

—No creo que pueda hacerlo jamás —le dije, acariciando su mandíbula.

—Prométemelo —insistió. Levantó la cabeza como si no me hubiese oído. Sus ojos se clavaron en los míos— Prométeme que no olvidarás esto, Saku. Que pase lo que pase mañana, el próximo día, la próxima semana, no olvidarás esto… no olvidarás que esto fue real.

—Lo prometo. No lo olvidaré —le tranquilicé, incapaz de apartar la mirada.

Unas horas más tarde, un ruido me despertó. Estaba tumbada de lado y un cuerpo largo y caliente estaba enroscado con el mío. Tenía una pierna metida entre mis muslos y mi cuerpo estaba enredado en sus brazos. Aunque seguía medio dormida, cada parte de mí fue consciente al instante de la desconocida sensación de estar entre los brazos de alguien. La sensación de piel contra piel, sus ásperos pelos cortos, el bíceps debajo de mi cabeza y el aliento cálido que flotaba en torno a mi mejilla. Todo ello era maravilloso y nuevo. Incluso con las telarañas del sueño que aún enturbiaban mis pensamientos, supe que esa sensación no sería algo fácil de dejar atrás.

Lo último que recordaba era estar tumbada frente a Indra. Él jugueteaba con mi pelo mientras me contaba cómo se había hecho algunas de las cicatrices más pequeñas. La mayoría se las había ganado luchando, aunque unas pocas eran de cuando era un niño imprudente y aventurero. Yo había tenido la intención de compartir con él la verdad de algunas de las mías, pero debí de quedarme dormida. Indra se movió detrás de mí y levantó la cabeza cuando el sonido llegó de nuevo. Era alguien llamando con suavidad a la puerta. Con cuidado, sacó la pierna de entre las mías. Se quedó inmóvil un segundo, luego sentí las yemas de sus dedos sobre mi brazo. Siguieron bajando, pasaron por encima de la curva de mi cadera hasta donde estaba la manta. La subió por encima de mi pecho mientras él se liberaba, tras asegurarse de que la almohada reemplazaba a su brazo. Una sonrisa soñolienta y satisfecha tiró de mis labios.

El colchón se bamboleó cuando Indra se levantó. Oí que se paraba al pie de la cama. Abrí los ojos y parpadeé varias veces. Una de las lámparas de aceite aún ardía, proyectando un suave resplandor mantecoso por toda la habitación. Al otro lado de la pequeña ventana todo seguía negro como el carbón, pero vi a Indra enderezarse al subirse los pantalones, que dejó sin abrochar. Mi estómago dio una voltereta al verlo. Fue hacia la puerta de esa guisa, descamisado y medio desnudo. ¿No sería obvio para quienquiera que estuviese ahí fuera lo que había sucedido aquí? Esperé a que me invadieran el pánico, la preocupación y el miedo de ser descubierta en una posición muy comprometida y prohibida.

No llegaron.

Quizás se debiera a que seguía medio dormida. Quizás la agradable languidez de mis músculos se había infiltrado de algún modo en mi cerebro y había derretido mi sentido común. Quizás fuese que no me importaba en absoluto que me pillaran.

Indra abrió la puerta una rendija y quienquiera que estuviese ahí fuera habló en voz demasiado baja para que pudiera oírlo. Tampoco entendí la respuesta de Indra, pero vi que aceptaba algo que le entregaban. Solo estuvo en la puerta unos momentos antes de cerrarla de nuevo. Dejó lo que fuese que le habían dado sobre la silla.

Al ver que estaba despierta, vino a mi lado. Sin decir palabra, estiró el brazo y retiró un mechón de pelo de mi cara.

—Hola —susurré. Cerré los ojos y apreté la mejilla contra la palma de su mano— ¿Ya es hora de levantarse?

—No.

—¿Va todo bien?

—Sí, no te preocupes. Solo tengo que ir a encargarme de un asunto —respondió. Abrí los ojos. Indra me miró mientras deslizaba el pulgar por mi mejilla, justo por debajo de la cicatriz— No tienes que levantarte aún.

—¿Estás seguro? —bostecé.

—Sí, princesa —contestó, con una leve sonrisa— Duerme —Me arropó con la manta una vez más y luego se levantó— Volveré en cuanto pueda.

Quería decir algo, comentar de algún modo lo que había ocurrido entre nosotros y lo que significaba para mí, pero no estaba segura de cómo expresarlo y me pesaban los párpados. Me volví a dormir, aunque no me quedé ahí demasiado tiempo.

Me desperté por segunda vez, la lámpara todavía encendida y la cama vacía a mi lado. Estiré las cuatro extremidades y apreté los labios al sentir el extraño y tenue dolor entre las piernas. No necesitaba un recordatorio de la noche anterior, pero ahí estaba. Miré por la habitación y mis ojos se posaron sobre la silla. Mi ropa estaba ahí doblada. ¿Habría sido Tayuya la que había llamado a la puerta? ¿U otra persona? Fuera quien hubiera sido, el estado de desnudez con el que había respondido Indra a la llamada lo revelaba todo.

Me mordí el labio, pero seguí ahí tumbada. Miré por la pequeña ventana. Como antes, no sentí pánico o miedo. La gente hablaba. De un modo u otro, lo que había sucedido ahí se sabría más allá de las calles adoquinadas. Acabaría por llegar hasta la capital, y de ahí hasta la reina. Incluso si por alguna casualidad no lo hacía, los dioses tenían que saber que ya no era una doncella de verdad. No tenía ni idea de si eso significaba que seguía o no seguía siendo la Doncella a sus ojos.

Desde luego, ya no era la Doncella a los míos. No podía volver a esa vida.

Un breve fogonazo de miedo estalló en mi pecho, pero no pasó nada, porque una ráfaga de determinación lo sofocó enseguida como el agua sofoca las llamas. No estaba dispuesta a volver a esa vida sin derechos, esa vida de esconder mi don y no poder ayudar a la gente, de permitir que otros hiciesen lo que quisieran conmigo y a mí, porque no tenía ninguna elección o porque me ponían siempre en una posición en la que tenía que aceptar todo lo que hicieran por miedo a lo que pudiera ocurrirles a otras personas. Porque, aunque sabía que la reina jamás me trataría mal, se seguiría esperando que ocultara mi don, que guardara silencio y no me dejara ver, que fuese amigable y apaciguadora. Y cada una de esas cosas iba en contra del mismísimo corazón de mi naturaleza. No podía Ascender. Y eso significaba que tenía dos opciones por delante. Podía tratar de desaparecer y esconderme, para lo cual haber vivido detrás del velo durante tanto tiempo sería una ventaja, puesto que muy poca gente sabía el aspecto que tenía. Sin embargo, había bastantes personas que podrían dar una descripción y estaba segura de que todas las ciudades y pueblos habrían sido notificados para que estuviesen atentos a mí, aunque sabía cómo mantenerme oculta. Pero ¿adónde iría? ¿Cómo sobreviviría? ¿Y qué le pasaría a Indra si yo desapareciera mientras él estaba a cargo de mí?

No daba por sentado que mi futuro, ahora muy desconocido e incierto, incluyera a Indra, pero aun así, mi pecho revoloteó inquieto. Lo que habíamos compartido la noche anterior tenía que significar algo más que la simple satisfacción física. Indra podía encontrar eso en cualquier parte, pero me había elegido a mí. Y yo lo había elegido a él.

Eso tenía que significar algo que trascendía a la noche anterior, algo que jamás creí que fuese a tener la oportunidad de experimentar.

Fuese o no fuese Indra parte de mi vida, la única otra opción era acudir a la reina y ser sincera. Ahora, eso sí que me asustaba, porque… no quería decepcionarla. Pero la reina tenía que entenderlo. Lo había entendido con mi madre, y yo era la favorita de la reina. Tenía que comprender que no podía ser esto. Y si no lo hacía, yo tendría que hacérselo comprender.

Me senté en la cama, pero mantuve la manta ceñida a mi alrededor.

Sabía lo que no podía hacer, pero no sabía lo que eso significaba a largo plazo para el reino o para mí. El cielo al otro lado de la ventana empezaba a clarear. Hablaría con Indra del asunto, y no pensaba esperar para hacerlo. Él tenía que saberlo y yo quería saber lo que opinaba. Lo que diría.

Consciente de que el amanecer estaba al caer, me levanté y me preparé. Utilicé el agua restante para lavarme a toda prisa. Estaba fría, pero como no tenía ni idea de cuándo tendría acceso a agua limpia otra vez, no iba a quejarme. Aliviada de llevar ropa limpia, amarré la daga a mi muslo. Justo estaba terminando de trenzar mi pelo cuando llamaron a la puerta. Pensé que Indra hubiese entrado sin más, así que me acerqué con cautela.

—¿Sí?

—Soy Phillips —llegó la voz familiar.

Abrí la puerta y entró a la carrera, forzándome a retroceder mientras cerraba la puerta a su espalda. Se giró y su capa se abrió para revelar su mano sobre la empuñadura de la espada.

Unas campanillas de advertencia empezaron a repicar en mi cabeza. Di un paso atrás.

—¿Estás sola? —exigió saber, lanzando una mirada a la sala de baño.

—Sí —Se me aceleró el corazón— ¿Ha pasado algo?

Phillips se volvió hacia mí, los ojos muy abiertos.

—¿Dónde está Indra?

—No… no lo sé. ¿Qué pasa?

—Algo está mal en este sitio —Arqueé las cejas— Toda esta maldita cosa ha estado mal desde el principio. Debí hacer caso de mi instinto. Me ha mantenido con vida todo este tiempo, pero esta vez no le hice caso —farfulló. Se dirigió hacia donde descansaban unas pequeñas alforjas— He investigado un poco por aquí. No he visto a un solo Ascendido. ¿Y lord Halverston? Ni una sola prueba de su existencia.

—Me dijeron que está de caza con sus hombres —lo tranquilicé— Ayer le pregunté a Tayuya por él.

Con mi bolsa en la mano, Phillips se giró hacia mí, sus oscuras cejas levantadas.

—¿A qué Ascendido conoces que vaya de caza?

—A ninguno, pero no conocemos a todos los Ascendidos.

—¿Sabes a quién no conocemos? A ese Naruto. —Se paró delante de mí— No sabemos nada de él.

Sin saber muy bien adónde quería ir a parar con todo esto, sacudí la cabeza.

—Yo no os conozco a ninguno.

Excepto a Indra. A él sí que lo conocía.

—No estás entendiendo lo que digo. Jamás había visto a Naruto. No hasta la mañana que apareció en el Adarve. No pude sacarle nada aparte de que trabajaba en la capital. Todo lo demás no fueron más que respuestas cortas y vagas.

Recordé que los había visto hablar a menudo durante el trayecto. Aun así, que Naruto no quisiera responder a las preguntas de un desconocido no significaba nada.

—Hay muchos guardias en el Adarve. ¿Los conoces a todos?

—Conozco a los suficientes como para encontrar sospechoso que alguien recién trasladado sea asignado al equipo encargado de escoltar a la Doncella —declaró— Su asignación fue una solicitud personal de Indra, otro traslado relativamente reciente que, de algún modo, en cuestión de meses, se ha convertido en una de las personas más importantes de la guardia real del reino entero.

Reprimí una exclamación.

—¿A qué te refieres?

—Indra es otro del que nadie sabe casi nada. Pero apareció en Masadonia y ahora tienes no solo uno sino dos guardias reales personales menos.

Me quedé boquiabierta.

—Yo estaba presente cuando tanto Kankuro como Yamato murieron…

—Y yo sé que no es normal que se saltaran a varios guardias que podrían haberlos sustituido sin problema en favor de un chico que apenas se ha convertido en un hombre —me interrumpió— Me da igual con qué recomendaciones llegara a Masadonia ni lo que el comandante dijera de él. Indra solicitó a Naruto y aquí estamos, en una fortaleza con ningún Ascendido a la vista.

—¿Qué estás intentando decir, Phillips?

—Intento decir que esto es una trampa. Salimos tranquilamente de la ciudad con ellos y nos hemos metido de cabeza en una maldita trampa.

—¿Ellos? —susurré.

—Naruto —contestó— Indra —Por un momento, todo lo que pude hacer fue mirarlo pasmada— Sé que no quieres oír esto. Tú e Indra parecéis… amigos, pero te lo digo yo, Doncella, algo huele mal con respecto a este sitio, con respecto a ellos, y…

—¿Y qué?

—Evans y Warren han desaparecido —Citó a los dos guardias sin quitar el ojo de la puerta— Ni Luddie ni yo los hemos visto desde una hora después de haber llegado aquí. Se marcharon a las habitaciones que les habían asignado y ahora han desaparecido. Sus camas están sin tocar y no se los ha visto por ninguna parte en la fortaleza.

Eso… Si era verdad, no era bueno. Pero lo que estaba sugiriendo Phillips era imposible de creer. No conocía a Naruto, pero conocía a Indra, y si él confiaba en Naruto, entonces yo también. ¿Qué podía ganar diciendo estas cosas?

Se me heló la sangre en las venas cuando la única opción cobró forma en mi mente. Phillips tenía que ser un Descendente. Consternada, no quería creerlo, pero recordé que los Descendentes del Rito habían estado vestidos para la celebración. Se habían mezclado con todos los presentes todo el rato. No era imposible. Porque nada lo era. Y si Phillips fuese un Descendente, entonces esto… era malo de verdad. Estaba muy bien entrenado. Peor aún, también sabía que yo iba armada y que estaba entrenada, o sea que no disponía del elemento sorpresa. Tampoco me gustaba la idea de estar en esa habitación a solas con él, sobre todo cuando no sabía quién más estaba cerca.

Necesitaba estar con más gente.

—Vale. Has… has estado en Masadonia mucho tiempo. Y Yamato… nunca tuvo más que buenas palabras sobre ti —le dije. Por lo que podía recordar, Yamato jamás había mencionado a Phillips en absoluto, pero necesitaba que me creyera. En ese momento, abrí mis sentidos— ¿Qué quieres que haga?

—Gracias a los dioses que eres lista. Temía que tuviera que sacarte de aquí a rastras —Echó otra mirada a la puerta mientras sus emociones discurrían por mi interior— Tenemos que salir de aquí. Y deprisa.

—¿Y después qué?

Tardé unos instantes en encontrarle el sentido a lo que percibía de él. No había un dolor destacable, pero noté un regusto a… miedo.

—Vamos —Hizo un gesto hacia la puerta, la mano aún sobre la empuñadura de la espada. Abrió la hoja una rendija y comprobó el exterior, demasiado rápido como para que pudiera aprovechar el momento en que me dio la espalda— Todo despejado —Me miró a los ojos— Quiero creer que sabes que te estoy diciendo la verdad, pero no soy estúpido. Sé que lo más probable es que vayas armada y sé que sabes luchar. Así que quiero que mantengas las manos donde yo pueda verlas. No quiero hacerte daño, pero te dejaré incapacitada si con eso logro sacarte de este sitio y llevarte a lugar seguro.

Que me amenazara no me hizo sentir segura, precisamente, pero estaba asustado. Tenía miedo, eso estaba claro. Phillips dio un paso a un lado y me di cuenta de que me quería delante de él. Mi mano estaba ansiosa por agarrar la daga. ¿De qué tenía miedo? ¿De que lo pillaran?

—Luddie y Bryant nos esperan en los establos. Están preparando los caballos.

Asentí y salí al pasillo justo cuando la puerta del otro extremo del pasillo se abrió. Naruto salió por ella al tiempo que una brisa fría soplaba pasillo abajo. Sin mi capa, no llegaría muy lejos. ¿Acaso no se daba cuenta Phillips de eso? ¿O es que no era relevante? Naruto se detuvo, con las cejas arqueadas.

—¿Qué estáis haciendo aquí fuera?

Antes de que pudiera contestar, oí a Phillips desenvainar la espada. Mi corazón empezó a latir con fuerza.

—¿Qué estás haciendo tú aquí fuera? —exigió saber Phillips— No es hora de partir.

—Iba a mi habitación —respondió, y empezó a andar. Sus ojos volvieron a mí. Me daba la impresión de que no se había dado cuenta de que Phillips había sacado su espada— Y no has respondido a mi pregunta.

Phillips estaba detrás de mí, así que sabía que debía tener cuidado. Quizás quisiese mantenerme con vida, pero muerta era un mensaje igualmente eficaz. Me atravesaría la espalda con su espada antes de que pudiese echar mano de la daga. Miré a Naruto en silencio y recé a los dioses por que pudiera percibir lo que no podía decirle. Vino hacia nosotros, su mano se apoyó de manera casual en su espada.

—¿Qué está pasando aquí?

Phillips me agarró del brazo y tiró de mí hacia atrás. Fue rápido al atacar con la espada. Naruto también lo fue. Bloqueó la estocada, aunque la letal punta de la hoja solo se desvió un poco. En lugar de clavarse en su pecho, le hizo un tajo en el estómago y en la pierna. Di un grito mientras Naruto se miraba la herida… El sonido que salió de Naruto al tambalearse hacia atrás me puso de punta todos los pelos del cuerpo. Me quedé paralizada. Empezó como un retumbar grave que no era ni remotamente un sonido que debiera hacer un mortal. Lo había oído antes… la noche en que habían matado a Kankuro en los Jardines de la Reina. El Descendente había hecho ese mismo ruido.

El retumbar aumentó hasta convertirse en un gruñido grave que me dejó sin respiración. Cuando Naruto levantó la cabeza, casi se me para el corazón. Sus ojos azul pálido…

Brillaban iridiscentes a la tenue luz.

—De verdad que no deberías haber hecho eso —La voz que salió por su boca sonó embarullada y toda equivocada, como si tuviese la garganta llena de gravilla— En absoluto.

Naruto tiró su espada a un lado, rebotó contra el suelo de madera. No podía entender por qué había soltado el arma, pero entonces lo entendí. Había cambiado.

Su piel pareció afinarse y oscurecerse. Su mandíbula se proyectó hacia arriba y se alargó, junto con su nariz. Sus huesos crujieron y se remodelaron mientras pelo de color pardo brotaba por cada centímetro de piel que alcanzaba a ver. La túnica que llevaba se rajó de arriba abajo en su pecho. Sus pantalones hicieron otro tanto cuando sus rodillas se flexionaron. Se inclinó hacia delante, le crecieron los dedos, unas afiladas garras sustituyeron a sus uñas. Sus orejas se alargaron y abrió la boca en un gruñido frío y violento. Unos colmillos letales surgieron de sus encías justo cuando sus manos… sus patas… golpeaban el suelo.

Fue cuestión de segundos, tan solo unos segundos, y ya no había un hombre delante de nosotros. En su lugar había una criatura inmensa a cuatro patas, casi tan alta como Phillips, hecha de una masa sólida de músculos y pelo lustroso. Lo que estaba viendo era imposible, lo que estaba viendo era algo que llevaba siglos extinto, erradicados durante la Guerra de los Dos Reyes. Pero sabía muy bien lo que era Naruto.

Oh, por todos los dioses.

Naruto era un lobuno, un wolven.

—¡Corre! —gritó Phillips, agarrándome del brazo. No necesitaba que me lo dijera dos veces.

Phillips estaba muy equivocado con respecto a Indra, pero no lo estaba acerca de Naruto. Estaba claro que había algo increíblemente malo en él.

Las garras de Naruto arañaron la piedra cuando se lanzó a por nosotros. Dio un zarpazo y no atrapó la capa de Phillips por muy poco. Corrí más deprisa de lo que había corrido en toda mi vida. Miré hacia atrás mientras Phillips abría la puerta a toda velocidad. Cada instinto en mi interior me gritó que no lo hiciera, pero no pude reprimirme. Miré.

El wolven saltó, se retorció en medio del aire y apoyó las cuatro patas en la pared. Incrustó las uñas en la piedra y entonces se dio impulso para aterrizar a mitad de pasillo.

—¡Vamos! —Phillips me arrastró hasta las escaleras delante de él.

El lugar estaba oscuro, con solo una tenue luz para guiar nuestro camino. Mis botas resbalaron sobre la piedra. Me agarré de la barandilla y me columpié hasta el rellano. Casi me caigo, pero no me detuve. Bajamos en tromba el último tramo de escaleras y salimos por la puerta como una exhalación. Mi mente por fin produjo algo útil al recordarme que tenía un arma. Piedra de sangre. Podía matar a un wolven si alcanzaba su corazón o su cabeza, igual que a un Demonio.

Mientras mis pies atronaban contra el suelo helado saqué la daga de su vaina.

—Los establos —Phillips siguió corriendo, su capa ondeaba a su espalda como olas de agua negra.

Indra. ¿Le habría hecho daño Naruto? El corazón pegó un salto dentro de mi pecho.

El aullido procedente de más arriba hizo añicos el silencio de la mañana. Levanté la cabeza justo cuando el wolven saltaba por encima de la barandilla. Aterrizó en el suelo detrás de nosotros, al tiempo que soltaba otro aullido que me llegó hasta la médula.

Desde el bosque o desde la fortaleza, oí una respuesta. Un rugido que envió un escalofrío de terror gélido por todo mi cuerpo.

Hubo más de uno.

—Por todos los dioses —exclamé y apreté el paso más que nunca.

De ninguna de las maneras iba a irme sin Indra, pero tenía que alejarme todo lo posible de esa cosa. Eso era lo único en lo que podía pensar, porque si ralentizaba el paso tan solo medio segundo, me alcanzaría.

Doblamos la esquina. Phillips resbaló pero recuperó el equilibrio a tiempo y proseguimos nuestra carrera hacia los establos. No había ni un guardia a la vista, y era imposible que eso estuviese bien. Debería haber guardias por ahí a esa hora.

Vi a Luddie y al otro guardia.

—¡Cerrad las puertas! —gritó Phillips cuando irrumpimos en las cuadras, sobresaltando a los caballos— ¡Cerrad las malditas puertas!

Los dos hombres se dieron la vuelta mientras yo paraba derrapando y giraba en redondo. Me di perfecta cuenta del momento exacto en el que vieron al wolven.

—¿Qué diablos? —susurró Bryant, toda la sangre se esfumó de su cara.

Naruto nos ganaba terreno. Corrí hacia un lado de las puertas justo cuando Luddie y Bryant salían de su estupor. Agarré una de las hojas con Luddie y la cerramos de golpe, un segundo antes de que Bryant y Phillips cerraran la suya.

—¡Atrancadla! —bramó Luddie, y los otros dos se giraron para levantar el pesado soporte de madera.

Lo bajaron con fuerza y la madera encajó en su sitio con un gemido sordo. Jadeando, retrocedí. Seguí caminando hacia atrás hasta toparme con uno de los postes de la cuadra, el mango de la daga apretado contra la palma de la mano. Bajé la vista hacia él, hacia el hueso de wolven…

Di un respingo cuando las puertas de doble hoja se estremecieron al estrellarse el wolven contra ellas.

—¿Eso es lo que creo que es? —preguntó alguien. Pensé que era Bryant— ¿Un wolven?

—A menos que conozcas otra enorme criatura lobuna, lo es —Phillips se giró cuando Naruto impactó contra la puerta de nuevo. Sacudió la plancha de madera— Esa puerta no va a aguantar. ¿Hay otra salida?

—Hay una puerta atrás —Luddie se adelantó— Pero los caballos no cabrán por ella.

—Que les den a los caballos —Bryant recogió su espada— Nuestra prioridad es salir de aquí.

—¿Alguno ha visto a Indra? Alguien vino a buscarlo en medio de la noche —les dije. Tres pares de ojos se clavaron en mí, pero no me importó en absoluto lo que pensaran— ¿Lo habéis visto o no?

Una tabla de madera se astilló cuando una garra peluda la atravesó de un zarpazo. Naruto agarró el pedazo de madera y lo arrancó de cuajo.

—Tenemos que irnos.

Phillips hizo ademán de agarrarme, pero me puse fuera de su alcance.

—No me voy a ninguna parte hasta que encuentre a Indra…

—¿Es que no acabas de ver lo mismo que yo? —me increpó Phillips, con las aletas de la nariz muy abiertas— Me dijiste que comprendías lo que te estaba diciendo. Indra es uno de ellos.

—Indra no es un wolven —lo contradije— No forma parte de eso —Señalé hacia la puerta mientras el wolven arrancaba otro trozo— Tenías razón acerca de Naruto, pero no de Indra. ¿Alguno de vosotros lo ha visto?

—Yo sí.

Mi cabeza giró de golpe hacia el origen de la voz. Había un hombre entre las sombras y algo… algo en mi interior se encogió. Salió a la luz. Pelo castaño desgreñado. La sombra de una barba. Invernales ojos azul pálido. Un fogonazo de ira pura y sin adulterar me recorrió de arriba abajo.

Era él.

El hombre que había matado a Kankuro estaba ahí. Sonrió.

—Te dije que te vería de nuevo.

Lo miré de arriba abajo y mis cejas se arquearon mientras los tres guardias lo apuntaban con sus espadas.

—Parece que te falta una mano. Ojalá hubiera sido cosa mía.

El hombre levantó el brazo izquierdo, que terminaba en un muñón justo por encima de la muñeca.

—Me apaño bien —Esos espeluznantes ojos pálidos volaron hacia mí cuando los sonidos de Naruto cesaron a nuestra espalda. Solo pude desear que eso aumentase nuestras probabilidades de salir de ahí con vida— ¿Recuerdas mi promesa?

—Bañarte en mi sangre. Darte un festín con mis entrañas —contesté— No lo he olvidado.

—Bien —confirmó, con voz grave. Dio un paso adelante— Porque estoy a punto de cumplir mi promesa.

—¡Atrás! —exigió Phillips.

—Es un wolven —le advertí; ya sabía que había al menos tres en la fortaleza.

—Chica lista —comentó el hombre.

Phillips se mantuvo firme.

—No me importa qué tipo de criatura impía seas. Da un solo paso más y será el último.

—¿Impía? —El hombre echó la cabeza hacia atrás y estalló en carcajadas. Levantó los brazos a los lados— Fuimos creados a imagen y semejanza de los dioses. Los impíos no somos nosotros.

—Di lo que quieras si eso te hace sentir mejor —repuse. Apreté la mano en torno a la daga— La cabeza o el corazón, ¿verdad, Phillips?

—Exacto —Phillips bajó la barbilla— Cualquiera de los dos…

Detrás de nosotros, la barra de madera se astilló cuando las puertas salieron volando de sus goznes. Se estamparon contra los laterales del establo. Los caballos se encabritaron, pero, atados como estaban, no tenían ningún sitio al que huir. Me giré hacia la entrada, pero mantuve la daga apuntada hacia el wolven. Esperaba ver a Naruto corriendo por la paja hacia nosotros.

En cambio, lo que vi casi me hizo caer de rodillas.

—¡Indra! —grité, demasiado aliviada para sentir vergüenza por cómo había sonado. Empecé a dirigirme hacia él— Gracias a los dioses que estás bien.

—Aléjate de él.

Phillips me agarró del brazo. Hice ademán de liberarme de Phillips, pero entonces vi que Indra llevaba algo en la mano. Parecía un arco curvo, pero estaba montado sobre una especie de mango y tenía una flecha ya cargada, fijada en su sitio de algún modo. Daba igual. Funcionaría.

—¡Mátalo! —grité. Me escurrí del agarre de Phillips— Él fue quien…

Una enorme figura apareció detrás de él, tan grande que casi llegaba a la altura del pecho de Indra. Naruto caminó hacia él como un depredador. Se me encogió el corazón.

—¡Indra, detrás de ti! —chillé.

Phillips me agarró por la cintura y me arrastró hacia atrás mientras Indra levantaba el extraño arco. Naruto ya casi estaba sobre él, pero no vi ningún heliotropo en el arco. No mataría al lobuno.

Los ojos de Indra se cruzaron con los míos.

—No te preocupes.

Sin previo aviso, Phillips fue arrancado de mi espalda. Caí hacia delante, aterricé sobre las rodillas. Mi trenza resbaló por encima de mi hombro cuando miré hacia atrás. Medio esperaba ver al wolven con Phillips entre las garras. El wolven del Jardín de la Reina no se había movido, pero Phillips… Phillips estaba inclinado contra el poste, la espada tirada sobre la paja.

Mejor dicho. Estaba inclinado porque sus pies ni siquiera tocaban el suelo y algo oscuro goteaba sobre la paja. Levanté la vista. Se me revolvió el estómago y ni siquiera pude gritar. Indra había disparado el arco. Ni siquiera lo había visto hacerlo, pero así era. La flecha había atravesado la boca de Phillips y luego el poste, al que había quedado clavado.

Con un escalofrío, oí a Luddie gritar. Aparté la vista de Phillips para devolverla a Indra.

En forma de wolven, Naruto pasó justo por su lado, su gran cabeza bajada hacia la paja mientras olisqueaba el aire. Luddie se abalanzó sobre él, pero perdió pie y cayó hacia delante.

Respiré hondo, pero la presión sacó el aire de mi interior al instante. Luddie no se había tropezado.

El pestillo negro le había dado por la espalda. De detrás de uno de los caballos, salió el guardia que nos había recibido anoche. Iruka. Él también tenía esos ojos pálidos. Ojos que ahora sabía que pertenecían a los wolven. Bajó su arco.

Bryant trató de huir. Dio media vuelta y echó a correr, pero no llegó lejos. Naruto tomó impulso y luego saltó por los aires. Tan ágil y rápido como cualquier flecha. E igual de preciso. Aterrizó sobre la espalda de Bryant y lo derribó sobre la paja. El guardia ni siquiera tuvo ocasión de gritar. El wolven enseñó los dientes y atacó…

Aparté la vista al oír el húmedo crujido que resonó por el establo. Entonces, se hizo el silencio. Vi al hombre que había matado a Kankuro dirigirse hacia mí, sus largas piernas se movían con soltura, relajadas. Bajó la vista hacia mí y sonrió con suficiencia.

—Me alegro tanto de estar aquí para ser testigo de este momento.

—Cállate, Jericho —intervino Indra, su tono inexpresivo.

Despacio, miré a Indra. Estaba en el mismo sitio donde se había parado. El viento revolvía su pelo oscuro y retiraba algunos mechones de su bello rostro. Tenía el mismo aspecto que cuando se había marchado de la habitación en medio de la noche, el mismo que había tenido horas antes, cuando me había besado, tocado y abrazado.

Pero ahí estaba, con un wolven ensangrentado de pie a su lado.

—¿Indra? —susurré.

Mi mano libre se cerró en torno a la paja húmeda debajo de mí.

Él se limitó a mirarme, pero mi don cobró vida. El cordel invisible se estiró, formó una conexión y sentí… no sentí nada de él. Ningún dolor. Ninguna tristeza.

Nada.

Me eché hacia atrás, mi pecho agitado, jadeando. Tenía que haber algo mal en mi don. Solo los Ascendidos no tenían emociones. No los mortales. No Indra. Pero era como si la conexión se hubiese topado con un muro de ladrillo tan grueso como el Adarve. Tan formidable como el muro que yo construía a mi alrededor cuando intentaba mantener mi don a raya. ¿Estaba… me estaba bloqueando? ¿Era posible siquiera?

—Por favor, dime que puedo matarla —dijo Jericho— Sé exactamente qué pedazos quiero cortar y enviar de vuelta.

—Tócala y perderás más que la mano esta vez —La frialdad del tono de Indra me heló hasta la mismísima alma— La necesitamos —No apartó la mirada de mí en ningún momento— Viva.