Ni la historia ni los personajes me pertenecen.


Capítulo 27

Miraba a Indra desde el suelo, de rodillas. Oía sus palabras y veía lo que estaba ocurriendo, pero era como si mi cerebro no pudiese procesar nada de ello. O como si mi cerebro lo estuviese procesando pero mi corazón... lo estuviese negando.

"La necesitamos. Viva".

Nosotros.

—Eres un aguafiestas —musitó Jericho— ¿Te lo había dicho alguna vez?

—Una vez o una docena —respondió Indra y me encogí un poco. Todo mi cuerpo reculó. Indra apretó la mandíbula y apartó la mirada para echar un vistazo al establo— Habrá que limpiar todo este lío.

A su lado, el wolven se sacudió, casi del mismo modo que se sacude un perro al entrar en casa cuando está lloviendo. Y entonces se levantó sobre sus patas traseras y se transformó. El pelo se enroscó hacia dentro para revelar una piel cada vez más gruesa. Sus piernas se enderezaron y los dedos volvieron a su tamaño normal. La mandíbula volvió a su sitio. Tras haber perdido la camisa en alguna parte, Naruto se quedó ahí plantado solo con sus pantalones desgarrados, la herida hecha por la espada de Phillips en el estómago era nada más que una marca rosa.

Me eché hacia atrás y me senté. Naruto movió el cuello de izquierda a derecha hasta que crujió.

—Este no es el único lío que hay que limpiar.

Un músculo se tensó en la mandíbula de Indra cuando me miró.

—Tú y yo tenemos que hablar.

—¿Hablar?

Se me escapó una carcajada que sonó completamente equivocada.

—Estoy seguro de que tienes muchas preguntas —repuso, y oí una sombra del tono juguetón al que estaba acostumbrada. Hizo que me encogiera de nuevo.

—¿Dónde… dónde están los otros dos guardias?

—Muertos —contestó, sin un ápice de vacilación, mientras apoyaba el arco sobre su hombro— Ha sido una necesidad desafortunada.

«Se me da bien lo que hago».

«¿Y eso es…?».

«Matar».

Supe sin lugar a dudas que cuando se había marchado de la habitación, eso era lo que había hecho. Noté un zumbido en los oídos cuando me percaté de que otras personas se estaban congregando detrás de él en el patio, sus cuerpos quietos en el mortecino sol mañanero.

Indra dio un paso hacia mí.

—Vamos a…

—No. —Me levanté de un salto, con una estabilidad sorprendente— Dime qué está pasando aquí.

Indra se paró. Cuando habló, su voz se había suavizado, un pelín.

—Sabes bien lo que está pasando aquí.

La siguiente bocanada de aire me abrasó la garganta y los pulmones porque me di cuenta de que era verdad. Oh, por todos los dioses, sí que sabía lo que estaba pasando ahí. El zumbido se intensificó. Vi a Kidomaru de pie en el exterior, los brazos cruzados delante de su pecho fornido. Vi a Tayuya, con una mano protectora acunando el bulto de su bebé mientras miraba hacia el establo con un mohín de… compasión y pena.

«Te mereces mucho más que lo que te espera».

Eso era lo que me había dicho Indra la noche anterior. Y yo, estúpida e ingenua de mí, había pensado que se refería a mi Ascensión. Pero no. Se refería a esto.

Tayuya dio media vuelta, pasó por al lado de Kidomaru y volvió a la fortaleza.

—Phillips tenía razón —dije.

Mi voz tembló al decirlo, al dar vida a lo que ya sabía.

—¿Ah, sí? —preguntó Indra, mientras le entregaba el extraño arco a uno de los hombres que había aparecido detrás de él.

—Sí, creo que Phillips había empezado a deducir cosas —contestó Naruto. Se miró el estómago; las tenues marcas rosas ya habían desaparecido— Salía con ella de su habitación cuando fui a comprobar cómo estaba. Aunque ella no parecía creer lo que fuese que él le hubiera dicho.

No lo había hecho. No le había creído a Phillips en absoluto porque le había creído a Indra. Confiaba en él… le había confiado mi vida y también…

Sentí un dolor repentino en el pecho, como si alguien me hubiese clavado una daga. Bajé la vista porque parecía muy real, pero no había ningún arma, ninguna herida ensangrentada que justificara la agonía que irradiaba a través de mí. Cuando levanté la vista, un músculo se apretó en la mandíbula de Indra.

—Bueno, pues no va a deducir nada nunca más —Jericho agarró la flecha y la sacó de un brusco tirón. Phillips se desplomó hacia delante. Jericho le dio un empujoncito al cuerpo del guardia con la bota— Eso seguro.

Me volví hacia Indra otra vez, sentía como si el suelo se estuviese abriendo y moviendo bajo mis pies.

—Eres un Descendente.

—¿Un Descendente? —Kidomaru se echó a reír, lo cual me sorprendió.

Naruto sonrió.

—Y yo que acababa de decir que eras lista —dijo Jericho.

Los ignoré.

—Estáis trabajando contra los Ascendidos —Indra asintió. Se formó otra fisura en mi pecho— ¿Tú… tú conocías a… esta cosa que mató a Kankuro?

—¿Cosa? —farfulló Jericho con tono divertido— Me siento insultado.

Indra no dijo nada.

—Eso suena como que es tu problema, no el mío —Me giré para encararme con Indra— Creía que los wolven se habían extinguido.

Indra se encogió de hombros con ademán casual.

—Hay muchas cosas que creías que eran verdad pero que no lo son. No obstante, aunque los wolven no se han extinguido, no quedan muchos.

—¿Sabías que él había matado a Kankuro? —grité.

—Pensé que podía acelerar las cosas y atraparte, pero todos sabemos cómo acabó eso —aportó Jericho.

Mi cabeza giró en su dirección.

—Sí, recuerdo muy bien cómo acabó eso para ti.

El labio superior de Jericho se retrajo en una mueca de advertencia, hizo que se me pusiera toda la carne de gallina.

—Sabía que iba a proporcionar una oportunidad —contestó Indra.

Mis ojos volvieron a él.

—¿Para que tú… pudieras convertirte en mi guardia real personal?

—Necesitaba acercarme a ti.

Aspiré una temblorosa bocanada de aire mientras mi corazón parecía partirse en dos.

—Bueno, lo conseguiste, ¿verdad?

Ese músculo de su mandíbula volvió a apretarse.

—Lo que estás pensando… no puede estar más lejos de la realidad.

—No tienes ni idea de lo que estoy pensando —repliqué. Apreté la mano en torno a la daga hasta que me dolió— Todo esto era… ¿qué? ¿Un truco? ¿Te enviaron para acercarte a mí?

—Enviar… —empezó Naruto, las cejas arqueadas.

Indra le cerró la boca con una mirada y Naruto puso los ojos en blanco. Supe lo que iba a decir.

—Te envió el Señor Oscuro.

—Vine a Masadonia con un objetivo en mente —respondió Indra— Y ese eras tú.

—¿Cómo? ¿Por qué? —Me estremecí.

—Te sorprendería cuántas de las personas próximas a ti apoyan a Atlantia y quieren ver el reino restaurado. Muchos me allanaron el camino.

—¿El comandante Akatsuki? —pregunté con suspicacia.

—Es lista —comentó Indra— Como os dije a todos.

Me ardían los ojos, junto con la garganta y el pecho.

—¿Trabajabas siquiera en la capital? —Entonces me di cuenta de algo y mis ojos saltaron hacia Naruto— La noche de… —No lograba forzarme a decir «la Perla Roja»— Sabías quién era desde el principio.

—Llevaba observándote el mismo tiempo que me habías estado observando tú a mí —dijo Indra con suavidad— Más, incluso.

Ese golpe casi me mata. Fue como si mi pecho se hubiese hecho añicos. Empecé a dar media vuelta, pero vi a Jericho, que había creado un espacio para que Indra tuviera un acceso a mí más íntimo y personal. Todo encajó con una sacudida que casi me hace soltar la daga.

—Lleváis… lleváis planeando esto desde hace tiempo.

—Desde hace mucho tiempo.

—Hannes —Mi voz sonó pastosa, ronca— No murió de una afección cardíaca, ¿verdad?

—Sí creo que fue su corazón el que cedió —contestó Indra— El veneno que bebió en su cerveza esa noche en la Perla Roja seguro que tuvo algo que ver en el asunto.

El zumbido empezaba a ser abrumador.

—¿Lo ayudó cierta mujer con su bebida? ¿La misma que me envió arriba?

Indra no contestó. Iruka, en cambio, sí intervino.

—Me da la sensación de que me he perdido unas cuantas piezas fundamentales.

—Luego te lo cuento —aportó Naruto.

Estaba temblando de la cabeza a los pies. Podía sentirlo. Igual que sentía que las paredes del establo se cerraban sobre mí. Era tan ingenua, de una ingenuidad increíble.

—¿Yamato? —Indra negó con la cabeza— ¡No me mientas! —grité— ¿Sabías que iba a haber un ataque en el Rito? ¿Por eso desapareciste? ¿Por eso no estabas ahí cuando mataron a Yamato?

La concavidad de sus mejillas se hizo más marcada.

—Lo que sé es que estás disgustada. Y no te culpo, pero he visto lo que ocurre cuando te enfadas de verdad —dijo. Dio un paso hacia mí, con las manos en alto— Hay muchas cosas que tengo que contart…

El dolor brotó de mi interior como lo había hecho la noche del Rito, cuando me volví contra lord Shimura. No tenía ningún control sobre mí misma. Me moví por instinto. Eché el brazo atrás y lancé mi daga.

Esta vez, apunté a su pecho.

Indra soltó una maldición mientras daba un paso a un lado y atrapaba la daga en el aire. Alguien detrás de él soltó un silbido grave al tiempo que Indra se giraba hacia mí, la expresión de incredulidad de su rostro era casi cómica. Pero en el fondo de mi mente, había sabido que la atraparía. Todo lo que necesitaba era una distracción, para poder agacharme y recuperar la espada caída de Phillips. Lancé una estocada, directa al bastardo que había matado a Kankuro. Jericho saltó hacia atrás, pero no fue bastante rápido. Le hice otro tajo, en el estómago esta vez.

—Zorra —exclamó Jericho, plantando la mano que le quedaba sobre la herida, que chorreaba sangre.

Giré sobre los talones justo cuando alguien se estrellaba contra mí desde un lado y luego desde el otro. Me retorcieron el brazo. Algo caliente cortó a través de mi estómago cuando me impulsé hacia atrás, aprovechando mi peso de atacante contra ellos. Cayeron, los brazos todavía a mi alrededor. Di un cabezazo y estrellé mi cráneo contra sus caras. Se oyó un gritito y aflojaron su agarre lo suficiente para que pudiera zafarme. Agarré la espada de la paja y lancé una estocada a ciegas. Solo vi un fogonazo de sorpresa en los ojos marrones de un varón no mucho mayor que yo cuando bajó la vista. Liberé la espada de un tirón y di media vuelta para encararme con Indra.

Vacilé.

Como una completa idiota, vacilé, aunque sabía que estaba trabajando para el Señor Oscuro. Era un Descendente. Por su culpa, muchísimas personas inocentes habían muerto. Hannes. Kankuro, Loren, Dafina, Malessa… Por todos los dioses, ¿la había matado él?

Yamato.

—Has sido muy mala —me regañó Indra. Me quitó la espada de la mano como si no la hubiese estado sujetando— Eres de una violencia increíble —Bajó la barbilla y susurró— Todavía me excita. —Un grito de furia brotó de mi interior. Di un fuerte codazo hacia fuera y hacia arriba. La cabeza de Indra dio un latigazo hacia atrás— Maldita sea —dijo, tosiendo… no, riendo. Se estaba riendo— No cambia lo que acabo de decir.

Di media vuelta y eché a correr hacia las puertas, pero me detuve en seco cuando Kidomaru apareció delante de mí. Se había movido en un abrir y cerrar de ojos. Negó con la cabeza al tiempo que chasqueaba la lengua con suavidad. Me giré y vi a Naruto, que parecía aburrido. Di media vuelta de nuevo y vi un hueco entre los postes. Salí disparada…

Unos brazos me agarraron por la cintura y hubiese reconocido el aroma en cualquier sitio. Pino. Especias oscuras. Indra. Y el duro suelo terroso corrió al encuentro de mi cara. Aquello iba a doler. Mucho.

El impacto no llegó nunca.

Tan ágil como un gato, Indra se retorció de modo que él se llevó el grueso de la caída; aun así, el aterrizaje me dejó aturdida. Por un momento, no podía moverme.

—De nada —gruñó Indra.

Con un agudo chillido, estampé el talón de mi bota contra su espinilla. Su exclamación de dolor dibujó una sonrisa salvaje en mi cara mientras rodaba y me retorcía hasta que mi estómago gritó en señal de protesta. En cualquier caso, logré dar media vuelta en su agarre algo más flojo. Me senté a horcajadas sobre él.

Indra levantó la vista y me sonrió, apareció incluso el hoyuelo de su mejilla derecha.

—Me está gustando hacia dónde nos lleva esto.

Le di un puñetazo en la cara, justo en ese maldito hoyuelo. Sentí un intenso dolor en los nudillos, pero aun así eché el brazo atrás de nuevo. Indra me agarró de la muñeca y tiró de mí hacia abajo hasta que mi cuerpo estuvo casi pegado al suyo.

—Pegas como si estuvieras enfadada conmigo —Me moví un poco y estrellé la rodilla entre sus piernas. Apuntaba a una zona muy sensible. Indra anticipó el movimiento y mi rodilla impactó contra su muslo— Eso hubiese causado ciertos daños —me informó.

—Bien —gruñí.

—Bueno, después te sentirías decepcionada si no pudiese usarlo.

Por un instante, no pude creer que de verdad hubiera dicho eso, pero sí.

Desde luego que lo había dicho.

—Preferiría cortártelo del cuerpo.

—Mentirosa —susurró.

De haber provenido de cualquier otro, el sonido que salió de mi interior me hubiese asustado. Me levanté de un salto y me zafé de su agarre. Traté de darle un pisotón en el cuello, pero Indra me agarró del pie y tiró. Caí al suelo, sobre el costado. Sentí un dolor intenso, pero le hice caso omiso mientras estampaba el puño contra su propio costado.

—Maldita sea —dijo Naruto entre dientes.

—¿Deberíamos intervenir? —preguntó Iruka, algo preocupado.

—No —contestó Kidomaru con una risita— Esto es lo mejor que he visto en mucho tiempo. ¿Quién se hubiese imaginado que la Doncella podía presentar semejante batalla?

—Esta es la razón de que no haya que mezclar los negocios con el placer —comentó Naruto.

—¿Eso es lo que ha pasado? —Kidomaru silbó— Entonces, apuesto por ella.

—Traidores —boqueó Indra. Me hizo rodar hasta colocarse encima de mí. Me lancé a por su cara, pero me agarró de las muñecas— Para.

Intenté levantar las caderas y cuando eso no funcionó, traté de levantar el tronco. Me costó toda la energía que tenía dentro, pero él se limitó a inmovilizar mis muñecas contra la paja.

—¡Quítate de encima!

—Para —repitió— Saku, para.

—¡Te odio! —grité al oírlo decir mi nombre. Conseguí soltar una de mis manos de la rabia. Estrellé el puño contra su cara— ¡Te odio!

Indra me agarró la mano y la volvió a sujetar contra el suelo mientras sus labios ensangrentados se retraían.

—¡Para ya!

Paré. Me quedé completamente quieta y lo miré pasmada, la sorpresa me robó la capacidad de hablar durante varios segundos. Lo vi… como lo que era de verdad.

No era solo un Descendente cualquiera que seguía al Señor Oscuro.

—Por eso no sonreías nunca de verdad —susurré.

Porque ¿cómo podía hacerlo? Tenía que ocultar esos dientes afiladísimos. Dos de ellos.

Colmillos.

Recordé la sensación de ellos contra mis labios, mi cuello… recordé lo extrañamente afilados que me habían parecido.

Por todos los dioses.

Ahora entendía cómo podía moverse tan deprisa, por qué parecía tener mejor oído y mejor vista que cualquiera que hubiese conocido jamás, y por qué a veces sonaba como si hubiese vivido muchas décadas más que yo. Era la razón de que se diera prisa en interrumpir los besos cada vez que me acercaba a notar esos caninos.

Qué ciega había estado. No era mortal.

No era un wolven.

Indra era un atlantiano.

Me estremecí cuando algo muy profundo en mi interior se marchitó.

—Eres un monstruo.

Los ojos de Indra brillaron de un negro intenso. Y no eran normales. Jamás habían sido naturales.

—Por fin me ves por lo que soy. En efecto.

Era una pesadilla oculta bajo la apariencia de un sueño y yo había caído como una tonta. Había caído a plomo.

Se me esfumaron las ganas de pelear.

Que fuese un Descendente ya era malo de por sí, pero ¿un atlantiano? Su gente había creado a las criaturas que me habían arrebatado a mi madre y a mi padre, las que casi me habían matado.

Indra pareció percibirlo porque se movió a toda velocidad para levantarme del suelo.

—Iruka —ordenó— Llévatela.

Me entregó al otro hombre como un saco de patatas y Iruka tuvo buen cuidado de mantener mis brazos pegados a los costados.

—¿Dónde la meto? —preguntó.

El pecho de Indra subió con brusquedad.

—En algún sitio del que no pueda escapar y donde no pueda hacerse daño —Hizo una pausa— O hacer daño a los demás, que es más probable que lo otro.

—¿La vamos a hacer prisionera? —exigió saber alguien— ¿La vamos a mantener con vida? ¿Vamos a alimentar y dar refugio a eso?

Eso… Como si el monstruo fuese yo, como si fuese yo la que apoyara al Señor Oscuro y pudiera crear Demonios. Esta gente no tenía remedio.

—Es la Doncella —gritó otro— ¡Tiene que morir!

Sonó una ronda de aprobación.

—Enviadla de vuelta con su rey y reina falsos. Solo su cabeza, para que sepan lo que se les viene encima —bramó otro.

—¡De sangre y cenizas! —gritó un niño mientras se abría paso hacia la cabecera del grupo. Era el chico del día anterior, el que había corrido de una casa a otra.

Noté las piernas débiles. Varias voces contestaron.

—¡Resurgiremos!

—Que no la toque nadie —Una fulminante mirada de Indra al grupo reunido en el patio los silenció— Nadie —repitió mientras daba media vuelta— Nadie excepto yo.

En el mismo instante en que vi las húmedas y lúgubres celdas debajo de la fortaleza y la blanca y retorcida masa de huesos que cubría toda la extensión del techo, las ganas de pelea se apoderaron de mí otra vez. Ni por asomo iba a permitir que me metieran sin más en un sitio del que parecía que la gente no salía nunca. Ni siquiera cuando moría.

Iruka no había estado preparado.

Me solté de su agarre y eché a correr hasta el final del pasillo, solo para descubrir que la única salida era el extremo por el que habíamos entrado. Me encaré con él, pero estaba arrinconada y el hombre contaba con el respaldo de otro con unos ojos casi tan dorados como los de Indra. Así que me arrastraron hasta el interior de la celda, que tenía un fino jergón en el suelo, y me plantaron unos fríos grilletes de hierro alrededor de las muñecas.

Y entonces me quedé sola.

Miré a mi alrededor. No vi ninguna salida. Los huecos entre los barrotes eran demasiado estrechos y, cuando tiré de las cadenas, el gancho al que estaban fijadas no se movió. El pánico empezó a bullir en mi interior. Di un paso atrás, preguntándome cómo había podido ocurrir esto. ¿Cómo había pasado de imaginar un futuro que sería todo mío, en el que yo controlaría lo que hacía y lo que me pasaba, a esto? ¿A estar encadenada en una celda, rodeada de gente que quería cortarme en pedazos? Conocía la respuesta.

Indra.

La intensa agonía que cortó a través de mi pecho eclipsó el dolor de mi estómago. Me ardían los ojos y la garganta. Indra… ni siquiera era mortal. Era un atlantiano. Su gente había creado a los Demonios que se habían convertido en una plaga imparable en esta tierra, las mismísimas criaturas que habían asesinado a mis padres y casi me habían matado a mí. Indra apoyaba al Señor Oscuro, el que había matado a la última Doncella e iba tras de mí. Indra y los wolven eran la encarnación de todas las cosas contra las que se habían vuelto los dioses y contra las que los humanos se habían rebelado. Eran la razón de que los Ascendidos hubiesen sido bendecidos por los dioses. ¿Cómo podía no haberme dado cuenta de lo que era? ¿Cómo podía ser tan tonta? ¿O simplemente era él tan listo? ¿O una mezcla de ambas cosas? Porque Indra había actuado muy bien. Había dicho y hecho todas las cosas correctas y yo había estado desesperada por forjar una conexión verdadera con alguien, por experimentar la vida y sentirme viva. Tan desesperada que ni siquiera registré ninguna de las cosas que hubiesen podido servir de advertencia. Había ido a Masadonia con una orden: acercarse a mí. Había hecho eso y más. Se había ganado mi amistad, mi confianza, mi…

Sentí una ira y un pesar palpitantes y aplastantes, me recorrieron de arriba abajo. Quise gritar, pero el sonido no logró superar el nudo de emoción en mi garganta. ¿Por qué había tenido que… hacer lo que había hecho? Todo lo que había dicho y hecho no eran más que artificios astutos. Cuando me decía que era valiente y fuerte. Cuando decía que era preciosa. Su aparente determinación a mantenerme a salvo no se basaba en el deber, sino en las órdenes. Y me lo había creído. Había caído en su trampa. ¿Sería verdad algo? Su dolor lo era. Eso sí lo sabía, pero ¿la fuente? Ya no podía estar segura.

Me llevé las temblorosas manos a la cara para retirar los mechones de pelo que habían escapado de mi trenza. Pero ¿por qué había tenido que ir tan lejos? ¿Por qué había tenido que meterse debajo de mi piel y llegar hasta mi corazón? Yo no solo confiaba en él. Me había entregado a él. Toda yo. Y había sido una mentira. Indra había sabido desde el principio quién era yo, desde la primerísima noche en la Perla Roja, y yo, inconsciente de mí, le había expuesto todo lo que tenía dentro.

Fui hasta el rincón de la celda, me senté en el jergón y me apoyé despacio contra la pared. Solté el aire con mesura y lentitud mientras un dolor atroz cortaba a través de mi estómago. Bajé la vista hacia mi mano derecha. Tenía los nudillos magullados e hinchados del puñetazo que le había dado a Indra. Mi sonrisa se borró al instante. Dudaba de que Indra mostrara signo alguno de lesión. Era un atlantiano.

Se me revolvió el estómago.

Una parte de mí no podía creérselo. Parecía tan… mortal. Pero ¿por qué me sorprendía eso? Los atlantianos podían pasar por mortales, igual que podían hacerlo los wolven. Había besado a un atlantiano.

Me había acostado con un atlantiano.

Apreté los ojos con fuerza mientras la bilis subía por mi garganta. No podía pensar en eso. Hacía que los gritos resonaran en mi cabeza. Tenía que centrarme. ¿Qué iba a hacer? Toda esta ciudad estaba llena de Descendentes y atlantianos que querían verme muerta y no podía estar más agradecida de que Matsuri se hubiese quedado atrás. Era obvio que me iban a retener ahí hasta que llegara el Señor Oscuro o hasta que enviara órdenes nuevas. El Señor Oscuro había matado a la última Doncella y ahí estaba yo, capturada y lista para él. Tenía que salir de ahí, pero no había forma humana de hacerlo.

Levanté la vista y me estremecí. Los sucios huesos entrelazados me recordaron a las raíces del Bosque de Sangre. Trepaban y se solapaban los unos sobre los otros, costillares y fémures, columnas y cráneos. Todo el que estuviera ahí encarcelado debía enfrentarse a esa imagen, un presunto recordatorio de lo que les había sucedido a los prisioneros ahí encerrados. ¿Quién querría crear semejante cosa? ¿Quién conservaría su cordura mirando eso?

No supe cuánto tiempo había pasado cuando la puerta por fin se abrió y oí unas pisadas que se acercaban. Tenían que ser horas, dado lo vacío que sentía el estómago. Me puse tensa, aunque me relajé un pelín cuando vi que era Iruka. Se acercó a los barrotes y me ofreció una bolsita.

—¿Tienes hambre?

La tenía, pero no contesté. Tiró el saquito dentro de la celda. Aterrizó a mis pies con un suave golpe sordo. Me limité a mirarlo.

—Es un poco de queso y pan —explicó Iruka— Te hubiese traído algo de estofado, pero temía que me lo tiraras a la cara, y el estofado es demasiado bueno como para desperdiciarlo —Lo miré— No lleva nada malo. No está envenenado.

—¿Por qué habría de confiar en nada de lo que tú me dijeras?

—Dijo que no te tocara nadie —Se apoyó contra los barrotes— No hace falta ser muy listo para asumir que eso también incluye no hacerte daño de otras maneras.

—¿Por qué esperar? —pregunté, con una mueca de rabia— El Señor Oscuro me va a matar de todos modos.

—Si el príncipe te quisiera muerta —me contradijo, mirándome con sus pálidos ojos— ya estarías muerta. Deberías comer.

El príncipe.

Solo porque los Descendentes creían que Sasuke era el legítimo heredero, no significaba que fuese verdad.

Mis ojos se posaron en el saquito. Tenía hambre y necesitaba estar fuerte… y posiblemente a un curandero porque, aunque la herida había dejado de sangrar, lo más probable era que se infectara ahí abajo.

Me moví con cuidado para recoger el saco.

—¿Vas a quedarte ahí plantado viéndome comer?

—No querría que te atragantaras.

Tuve el más extraño impulso de reír, pero abrí la bolsa y me comí el queso y el pan. La comida se asentó en mi estómago como una piedra.

Después de eso, Iruka no habló más. Yo tampoco. Volví a apoyarme contra la pared. Un rato después, la puerta se abrió de nuevo y miré hacia la entrada, aunque no quería hacerlo. Vi la alta figura vestida de negro, tan reconocible, que se parecía tanto al… al guardia que me había tomado el pelo por lo del diario de la Srta. Shizune Colyns. Se me comprimió el corazón como si estuviese estrujado dentro de un puño.

Indra se paró delante de la puerta de barrotes, su despampanante cara al mismo tiempo familiar y la de un desconocido.

—Márchate —ordenó Indra, y Iruka vaciló solo un segundo antes de asentir con sequedad y salir por la puerta. Entonces quedamos solo nosotros, separados por barrotes— Saku —suspiró él, y yo me estremecí— ¿Qué voy a hacer contigo?