Ni la historia ni los personajes me pertenecen.
Capítulo 29
"No todo fue mentira".
¿Qué parte? ¿La historia del hermano de Indra? ¿La del resto de su familia? ¿Lo de trabajar sus tierras, y las cavernas que solía explorar de niño? ¿Que había estado enamorado una vez y la había perdido? ¿O todas las cosas que había dicho acerca de mí? En cualquier caso, lo que dijese que era verdad no importaba. No debería hacerlo, pensé, mientras caminaba hasta donde las cadenas me lo permitían, que no era muy lejos, la verdad.
Después de que se marchara, me senté en el jergón e intenté distinguir entre verdad y ficción, cosa que me pareció imposible. De algún modo, sucedió algo aún más improbable, me quedé dormida. Mi mente no se había apagado, pero mi cuerpo simplemente me dejó tirada. Dormí hasta que las pesadillas me despertaron, el eco de mis gritos resonaba contra las paredes de piedra. Había pasado mucho tiempo desde que el recuerdo de la noche de la muerte de mis padres me había encontrado en mis sueños. Que me encontrara en este lugar no era demasiado sorprendente.
Retiré varios mechones sueltos de pelo de mi cara y me giré, con cuidado de no enredarme con las cadenas. Quizás… quizás los Ascendidos sí que fuesen vamprys, creados por accidente por los atlantianos. Eso podía creerlo. Parecía una mentira demasiado elaborada para no ser real. Y podía creer que lord Shimura había sido la causa de la muerte de Malessa. No dudaba de que ese hombre hubiese sido capaz de semejante crueldad. Y por todos los dioses, me creía lo que Indra había dicho sobre cómo se había hecho esa cicatriz. Tal vez no la parte en que decía que había sido la reina la que lo había marcado, ni lo de la razón por la que lo habían retenido tantos años, pero la crudeza de su voz no era algo que pudiese forzarse. Lo habían retenido en contra de su voluntad y lo habían utilizado de maneras que ni siquiera yo podía comprender. Creer eso no significaba que todo lo demás fuese verdad. Que los Ascendidos se alimentaran de mortales, que los secuestraran en templos y entraran en hogares en medio de la noche para crear Demonios de aquellos a los que no dejaban secos del todo. ¿Cómo diablos hubiesen podido mantener eso en secreto? La gente lo descubriría antes o después.
Puede que la gente ya lo hubiese descubierto. Es decir, si es que ese descubrimiento era lo que había empujado a los Descendentes a apoyar al reino caído de Atlantia.
Sacudí la cabeza.
Eso significaría que todos los Ascendidos serían conscientes de lo que estaba ocurriendo. Que ni uno solo de ellos había rechazado la Ascensión aun después de saber lo que les costaría. Ni siquiera mi hermano. Nuestra madre, sin embargo, sí que la había rechazado.
Mi corazón trastabilló consigo mismo.
Ella la había rechazado porque amaba a mi padre. No porque se hubiese enterado de la verdad y se hubiese negado a aceptarla. La había rechazado por amor, y aun así el Señor Oscuro la había matado. A menos… a menos que la duquesa hubiese mentido acerca de eso. Pero ¿por qué? ¿Por qué habría mentido? El Señor Oscuro, el príncipe Sasuke, controlaba a los Demonios. Excepto que no parecía que los Demonios estuviesen controlados por nada más que por el hambre… Jamás los había visto detenerse en medio de un ataque ni exhibir ningún grado verdadero de pensamiento cognitivo. Pero si eso no era verdad, si el Señor Oscuro no podía controlarlos, ¿acaso significaba que los Ascendidos los estaban utilizando para controlar a la población? ¿Para impedir que hiciesen demasiadas preguntas y predisponerlos a entregar a sus hijos para que los dioses no se mostrasen disgustados y expusieran sus ciudades a un ataque de Demonios?
Casi tuve la sensación de que me caería ahí muerta por cuestionarlo siquiera. Porque Indra tenía razón. Era una religión.
Empecé a caminar de nuevo.
¿Cómo habían llegado los Demonios a un pueblo que no había visto un ataque desde hacía décadas en el momento en que yo arribé junto con mi familia si el Señor Oscuro no los había enviado? No tenía ningún sentido, y darle tantas vueltas a todo me estaba empezando a dar dolor de cabeza. Aunque parte de lo que Indra había dicho fuese verdad, seguía sin cambiar que ellos mismos eran responsables de muchas muertes. No todo podía ser verdad, porque era del todo imposible que mi dulce y amable hermano hubiese Ascendido si sabía lo que estaba ocurriendo. Era imposible. Indra estaba… solo estaba jugando con mi cabeza. Me estaba volviendo indecisa e insegura. Era muy capaz de hacer algo así.
Me detuve y bajé la vista hacia mis manos. Me iba a devolver a la misma gente que decía que había abusado de él. ¿Cuán horrible era eso?
Se me humedecieron los ojos, pero respiré hondo. No lloraría. No derramaría ni una sola lágrima por Indra, por lo que tal vez le habían hecho, ni por lo que él me había hecho a mí. No permitiría que eso me rompiera. No cuando él ya había hecho añicos mi corazón.
La puerta del final del pasillo se abrió y levanté la cabeza. Vi a Iruka con otro hombre de lustrosa piel marrón. Tenía los ojos del mismo color oscuro que algunos de los otros.
Atlantiano.
—Me alegro de que estés despierta —saludó Iruka— No he querido molestarte antes cuando vine a verte —No quería ni pensar en el hecho de que había estado ahí abajo mientras yo dormía— Voy a abrir esta puerta, y Neji y yo te vamos a llevar a unas dependencias más agradables —explicó. Arqueé las cejas— Y tú no vas a hacer ninguna tontería, ¿verdad?
—Verdad —repetí. Brotó una chispa de esperanza en mi interior.
Iruka sonrió.
—Eso no ha sido ni remotamente convincente.
—Desde luego que no —convino Neji— Tampoco puedo culparla. Si yo estuviese en su lugar, estaría pensando que esta es una buena oportunidad para escapar.
La esperanza se evaporó. La sonrisa de Iruka se esfumó.
—Tienes que entender una cosa, Doncella. Soy un wolven.
—Eso ya lo había deducido.
—Entonces tienes que saber que la única razón por la que lograste dar esquinazo a Naruto ayer fue porque no quiso atraparte. Yo querré atraparte —Un escalofrío recorrió mi piel— Tengo una capacidad de rastreo impecable. No hay ningún sitio al que puedas huir en el que no te vaya a encontrar —continuó.
—La verdad es —intervino Neji, atrayendo mi atención hacia sus pómulos altos y prominentes— que yo soy aún más rápido que él. Y ninguno de los dos queremos hacerte daño. Por desgracia, ese sería el caso si huyeras, porque tengo la sensación de que convertirías el aire vacío en un arma y entonces tendríamos que defendernos. Dudo de que él haga distinciones entre que queramos hacerte daño y vernos forzados a hacerlo para intentar defendernos.
Abrí las aletas de la nariz al soltar una temblorosa bocanada de aire. Me importaba un comino lo que él quisiera, hiciera o pensara.
—Haría que nos clavaran a las paredes del Gran Salón, pero a los dos nos gusta respirar y tener todas las partes del cuerpo. Así que, por favor, sé buena —terminó Iruka, mientras abría la puerta— Porque aunque perder la mano o una muerte segura sería terrible, aborrezco la idea de tener que pegarle a una mujer —Entró en la celda— Incluso a una que parece tan peligrosa como tú.
Le sonreí, y no fue una expresión precisamente agradable. Lo hice porque me alegraba de que supieran que era peligrosa. Pero además de peligrosa no era estúpida. No podría huir de ellos. Eso lo sabía. No tenía ningún sentido conseguir que me hicieran daño solo por ponerles las cosas difíciles. Incluso yo era capaz de darme cuenta de eso.
Levanté las muñecas e hice tintinear las cadenas. Iruka me miró con suspicacia mientras buscaba una llave en el bolsillo de su túnica y abría los grilletes. Resbalaron de mis manos y traquetearon contra el suelo de tierra compactada. Neji fue el primero en dar la vuelta, giró la cabeza hacia la entrada, y Iruka lo siguió de inmediato. Y ahí estaba yo, las manos libres y los ojos clavados en la espada que Iruka llevaba a la cintura.
—Mierda —dijo Neji.
Eso llamó mi atención. Iruka soltó un grave retumbar de advertencia que me puso la carne de gallina.
—¿Qué diablos estás haciendo aquí abajo, Jericho?
Se me cortó la respiración cuando vi que la alta figura salía de entre las sombras.
—Dar un paseo —contestó.
—Y una mierda —escupió Neji— Has venido aquí abajo tú solo. Vienes a por ella.
Me puse tensa. Jericho se giró hacia mí.
—Estás equivocado —dijo— Y también tienes razón. —Se oyeron unas pisadas en la entrada y oí a Iruka maldecir de nuevo— He venido a por ella —aclaró Jericho— Pero no estoy solo.
No, no lo estaba. Había seis hombres con él, todos se quedaron cerca de las sombras.
—Estás mostrando una estupidez increíble —señaló Neji, bloqueando la puerta.
Jericho me miró a través de los barrotes.
—Quizás.
—Sé que crees que te mereces tu venganza en carne. Ella te hirió.
—Dos veces —apunté.
Iruka me lanzó una mirada que decía que no estaba ayudando. Jericho hizo una mueca desdeñosa.
—No olvides lo de la mano. —Levantó el brazo izquierdo— También está eso.
—Eso fue culpa tuya —le contestó Iruka— No de ella.
—Sí, bueno, no puedo desquitarme con el príncipe, ¿verdad? —comentó Jericho.
Fruncí el ceño. Creía que había sido Indra el que le había cortado la mano…
—¿Entiendes que te cortará la cabeza si le haces daño? ¿Todas vuestras cabezas? —se corrigió Iruka— Dijo que nadie debe hacerle daño. Si intentáis hacer lo que quieres hacer, moriréis todos. ¿Eso es lo que quieres, Rolf? ¿Ivan? —Soltó los nombres de todos los que estaban escondidos— Lo considerará una traición. Pero todavía tenéis una oportunidad de salir de esta con la vida intacta. No lo haréis si cualquiera de vosotros da un solo paso adelante.
Ninguno de ellos se movió para marcharse. Uno avanzó. Un hombre mayor de ojos castaños.
—Es la jodida Doncella, Iruka. La han criado como a una Ascendida, por la maldita reina en persona, prácticamente. Los Ascendidos se llevaron a mi hijo en medio de la puta noche.
—Pero ella no se llevó a tu hijo —repuso Neji.
—Entiendo que el príncipe quiera utilizarla para liberar a su hermano, pero tanto tú como yo sabemos que lo más seguro es que Itachi esté muerto —lanzó Jericho— Y si no lo está, es probable que no sea buena cosa. Tiene que estar tan jodido ya que no debe de tener ni idea de quién es.
—Pero si la enviamos de vuelta con los Regios chupasangres, les estaremos mandando un mensaje de lo más poderoso —razonó otro— Los dejará conmocionados. Necesitamos esa ventaja.
—Y la queremos —dijo el que se llamaba Rolf— Tú tienes que quererla. Esos bastardos mataron a toda tu manada, Iruka. Tu madre. Tu padre. Tus hermanas no tuvieron tanta suerte. Esperaron un tiempo antes de matarlas…
—Sé muy bien lo que le hicieron a mi familia —gruñó Iruka, y sentí que se me revolvía el estómago— Pero eso no cambia el hecho de que no permitiré que le hagáis daño.
—Estaba de pie al lado del duque y la duquesa de Teerman —llegó una voz. Un escalofrío bajó por mi columna— Se quedó ahí plantada cuando nos dijeron a mi mujer y a mí que debíamos entregar a nuestro hijo a los dioses. Se quedó ahí plantada y no hizo nada.
Me tambaleé un paso hacia atrás cuando el hombre que acababa de hablar salió de entre las sombras. Era el Sr. Tulis. Sacudida por su aparición, no pude hacer nada más que mirarlo con cara de pasmo.
Entonces él me miró, con los ojos cargados de odio.
—No puedes decirme que no sabías lo que estaban haciendo. ¡No puedes decirme que no tenías ni idea de lo que les ocurría a nuestros hijos! —gritó— De lo que le sucedía a la gente que se iba a dormir y no volvía a despertar jamás. Tenías que saber lo que eran esos monstruos.
Abrí la boca y lo único que pude decir fue:
—¿Está vuestro hijo con vosotros?
—Los Ascendidos jamás tocarán a Tobias —juró— No perderemos a otro hijo a sus manos.
Inquieta al sentir que mi don se avivaba, apenas fui capaz de prestar atención a lo que dijo Iruka.
—¿Y traicionarías al príncipe, que ayudó a tu familia a escapar? ¿Que se aseguró de que vuestro hijo pudiera crecer y tener un futuro?
—Haría cualquier cosa por sentir la sangre de los Ascendidos fluyendo por mis manos —declaró el Sr. Tulis, sin quitarme los ojos de encima.
—No soy una Ascendida —susurré.
—No —aceptó con desdén, blandiendo un cuchillo— Solo eres todo su futuro.
Quería decirle que pensaba acudir a la reina en su nombre, pero no tuve la oportunidad. Tampoco es que fuese a cambiar nada. No con ese tipo de odio emanando de su interior.
—No lo hagáis —les advirtió Iruka, al tiempo que desenvainaba su espada.
—El príncipe lo superará —sentenció Jericho— Y si tenemos que mataros a vosotros dos para asegurarnos de que no averigüe lo sucedido, que así sea. Es vuestra tumba. No la mía.
Todo ocurrió muy deprisa. Rolf apartó al Sr. Tulis de un empujón justo cuando Neji atacaba, más rápido que una víbora. Agarró al hombre más grande del pecho y hundió los dientes en su cuello, arrancando, desgarrando… Otro hombre se estrelló contra Neji y lo separó de Rolf, que se tambaleó contra los barrotes. La sangre caía a borbotones por su cuello y el hombre se rio.
—Me has mordido —Levantó los brazos por los aires y su espalda se arqueó, crujió— De verdad me has mordido —musitó, sus últimas palabras sonaron como gravilla cuando sus rodillas cedieron. Hizo una mueca y cayó sobre las manos y las rodillas.
Neji se quitó al hombre de encima de una patada. Enseñó los dientes con un siseo que sonó tan gatuno que pensé en el depredador que había visto en aquella jaula hacía tantos años… El gato de cueva al que Indra siempre me recordaba.
Neji se abalanzó sobre el hombre y lo derribó mientras Iruka se giraba hacia mí.
—Mata a cualquiera que se acerque a ti.
Me tiró su espada, que atrapé al vuelo, sorprendida, mientras daba media vuelta hacia los que ya se apelotonaban a la puerta de la celda. Iruka se transformó y la parte de atrás de su camisa se desgarró de arriba abajo al caer hacia delante. Sus manos alargadas impactaron contra el suelo mientras un espeso pelaje blanco brotaba en un abrir y cerrar de ojos por todo su enorme cuerpo.
En un santiamén, un gigantesco wolven se alzaba a mi lado, justo cuando otros aparecieron en el pasillo.
—Es una fiesta —canturreó Jericho, y cualquier esperanza que hubiese podido albergar de que fuesen a ayudar terminó de un plumazo. Me guiñó un ojo— Eres popular.
—Y tengo dos manos —repliqué.
La sonrisilla se borró de su rostro.
Rolf entró en la celda y Iruka se estrelló contra él. Rodaron por el recinto, como una bola de pelo marrón y blanco. Iruka enseguida tomó ventaja, chasqueando sus dientes a centímetros de los de Rolf. Neji agarró a uno de los hombres a la carrera. Se giró y lo estampó contra los barrotes con tal fuerza que agrietó el hierro. El hombre cayó y no volvió a levantarse. El atlantiano dio media vuelta e intentó alcanzar a uno de los otros que se había colado en la celda. Un rápido vistazo a los ojos, ni azul hielo ni ámbar dorado, me indicó que me enfrentaba a un mortal. El que había hablado primero.
—No quiero hacerte daño —dije.
—Está bien —contestó. Sujetaba una espada letal con forma de guadaña— Pero yo sí quiero hacerte daño.
Cargó hacia mí con un grito y me resultó más que fácil esquivarlo. Giré en redondo y estrellé la empuñadura de la espada contra la parte de atrás de su cabeza. Lo dejé inconsciente. Quizás le hice algo más de daño. No quería reconocer que sus palabras me habían afectado tanto como para infligirle a propósito un golpe mortal.
Lo que entró a continuación no era mortal. Era un gran wolven a manchas. Retrajo los labios, que vibraron con su gruñido cuando enseñó sus enormes dientes.
—Joder —susurré.
El wolven se abalanzó sobre mí, pero retrocedí de un salto y columpié la espada por el aire. El borde de la hoja le hizo un cortecito en el costado, pero aun así la criatura chocó con la pared y se impulsó contra ella al instante. Giré sobre los talones, asfixiada por el pánico, y arremetí con la espada en un gran arco. Esta vez se le clavó a la enorme bestia en el estómago. Tiré de la espada para liberarla, pero no se movió y el wolven, tras un gemido, dio un zarpazo. Solté la espada, pero no fui bastante rápida. Las garras engancharon la parte de delante de mi túnica, justo por debajo del cuello. La tela se desgarró y un intenso dolor lacerante recorrió todo mi pecho.
Me tambaleé hacia atrás. Bajé la vista y me encontré con la mitad de la camisa rajada y gotas de sangre por toda la piel desnuda.
Neji llegó a la carrera.
—¡La espada curva! —chilló— ¡Agarra la…!
Un hombre golpeó la parte de atrás de su cabeza con algún tipo de garrote. El cuerpo entero de Neji sufrió un espasmo y se le pusieron los ojos en blanco. Se desplomó mientras yo me lanzaba hacia la espada curva.
Oí un gemido al levantarme. Era Iruka. Su pelo blanco estaba empapado de sangre y recé por que fuera de Rolf. Iruka se tambaleó hacia un lado y supe que no era así. Era suya. Una de sus patas cedió bajo su peso y el wolven cayó mientras Rolf se acercaba a él acechante, sacudiendo su inmensa cabeza. No supe por qué hice lo que hice a continuación. Necesitaba centrarme en los otros que estaban decididos a asesinarme, pero me abalancé hacia delante y columpié la espada contra la parte de atrás del cuello del lobuno. La hoja estaba tan afilada que cortó a través de tendones y huesos como un cuchillo corta la mantequilla.
Rolf ni siquiera soltó un gemido. No había tenido tiempo de hacerlo. Tampoco había habido tiempo de evitar el golpe que impactó contra el centro de mi espalda y me derribó al suelo. Me ardía la espalda, pero mantuve mi agarre sobre la espada y respiré a través del fuego que parecía haber brotado en…
Di un alarido. Unas dagas afiladas se clavaron en mi hombro y me voltearon con violencia sobre la espalda. No eran dagas. Garras. Columpié la hoja curva de nuevo y corté al wolven en el costado. Con un gruñido, se apresuró a retroceder. Aproveché para rodar sobre mí misma, mi vista pareció nublarse un segundo cuando me puse de rodillas. No vi la bota llegar. Un dolor atroz estalló por mis costillas al tiempo que todo el aire salía de golpe de mis pulmones. Caí de lado mientras un dolor ardiente brotaba a lo largo de mi brazo izquierdo. Me arrastré hacia atrás a toda prisa y levanté la vista.
Jericho se acercaba a mí como un depredador.
—¿Qué te había prometido?
—Bañarte en mi sangre —resollé, pensando en que mis costillas seguro estaban rotas— Darte un festín con mis entrañas.
—Sí —Se agachó ante mí— Sí, voy… —Di un tajo con la espada. Jericho se echó hacia atrás a toda velocidad. Cayó sentado y lanzó un grito, su cuerpo se contorsionó y luego se enderezó— Zorra —escupió. Levantó la cara. La hoja curva le había abierto la mejilla y parte de la frente. El ojo— Te voy a hacer pedazos.
—¿Eso ayudará a que te crezca otra vez la mano? —pregunté, mientras me ponía de pie. Eso dolió— ¿O el ojo?
Caminé a su alrededor arrastrando los pies, aunque dejé un buen margen mientras giraba. Vi al Sr. Tulis y ocurrió la cosa más extraña cuando mis ojos se cruzaron con los suyos. Mi siguiente respiración pareció esfumarse en una explosión de dolor que provenía de mi estómago. Todo mi cuerpo sufrió un espasmo y dejé caer la espada.
Confusa, bajé la vista. Tenía algo en el estómago. Una daga. La hoja de una daga. Levanté la cabeza.
—Yo… me… me sentí aliviada cuando no os vi a vosotros y a vuestro hijo en el Rito.
El Sr. Tulis abrió los ojos como platos mientras yo agarraba la daga y la extraía de mi cuerpo, junto con un grito de mi garganta. Di un paso atrás, intentaba recuperar la respiración, pero un río de sangre caía por mis piernas. Giré la cabeza al oír a Jericho ponerse en pie. Su mano derecha… ya no parecía humana, y cuando la alargó hacia mí, ni siquiera pude moverme bastante deprisa. Sus garras cortaron a través de la tela y la carne, y mi pie resbaló en el suelo ahora empapado de sangre. Mi propia sangre.
Mi pierna izquierda cedió y me desplomé. Intenté estirar los brazos para frenar la caída, pero no respondían a las órdenes que les daba mi cerebro.
Golpeé el suelo, aunque apenas sentí el impacto. Alguien se rio.
Levántate.
Lo intenté. Todavía tenía la daga en la mano. Podía sentirla contra la palma. Hubo… vítores. Oí a alguien vitorear.
Levántate.
No se movió nada. Me estremecí ante el creciente sabor metálico que se acumulaba en la parte de atrás de mi garganta. Sabía lo que eso significaba. Sabía lo que significaba no ser capaz de mover los brazos o mantenerme en pie.
La cara ensangrentada de Jericho apareció por encima de mí, su pelo desgreñado apelmazado por la sangre.
—¿Sabes por qué parte voy a empezar? Por tu mano —Levantó uno de mis brazos— Creo que la guardaré como recuerdo —Vi el destello de una hoja— También sé exactamente cómo la voy a utilizar. ¿Qué opináis vosotros? —preguntó.
Recibió risas a modo de respuesta y alguien sugirió otras partes que podía guardar. Partes que provocaron más risas.
Me estaba muriendo. Todo lo que podía desear era que fuese rápido, que no mantuviese la conciencia a lo largo de todo lo que estaba a punto de suceder.
—¡Empecemos, pues! —exclamó Jericho.
Se rio mientras columpiaba la espada hacia abajo. El golpe nunca llegó.
Al principio, creí que era solo porque ya no sentía nada, pero entonces me di cuenta de que Jericho ya no se alzaba sobre mí. Hubo sonidos. Gritos y gruñidos. Gemidos agudos. Y luego sentí una bocanada de aire cálido contra la parte de arriba de la cabeza, sobre la mejilla. Giré la cabeza y vi ojos azul pálido y pelo tan blanco como la nieve. El wolven empujó mi mejilla con su nariz húmeda y después levantó la cabeza y aulló.
Parpadeé y, de pronto, una sombra cayó sobre mí. Y ahí, por encima de mí, se alzaba Naruto.
—Mierda —dijo— Llamad al príncipe. Llamadlo ahora.
Unos brazos me levantaron con ternura del suelo de tierra. Naruto.
Veía su cara borrosa y noté un zumbido en los oídos. Todo a mi alrededor se difuminó hasta que no quedó nada y ya no sentía ningún dolor. Me quedé ahí hasta que lo oí llamar mi nombre.
Indra.
—Abre los ojos, Saku. Venga —me apremió, y noté que sus dedos me quitaban la daga de la mano. Cayó al suelo a mi lado con un ruido sordo. Su mano se curvó en torno a mi barbilla— Necesito que abras los ojos. Por favor.
"Por favor".
Jamás lo había oído decir «por favor» de ese modo. Mi corazón amodorrado empezó a acelerar cuando recuperé la conciencia, junto con un dolor atroz y ardiente. Abrí los ojos con esfuerzo.
—Ahí estás.
—Apareció una sonrisa, pero estaba toda mal y forzada. No había hoyuelos profundos, ninguna calidez ni luz risueña en sus ojos dorados. Por falta de fuerza de voluntad o por pura estupidez, hice lo que no había hecho desde que descubrí la verdad sobre él. Estiré mis debilitados sentidos y percibí el zumbido de angustia que emanaba de él. Era más profundo que antes, ya no parecía esquirlas de hielo contra mi piel, sino más bien dagas.
Garras.
Aspiré una bocanada de aire y me supo a metal.
—Duele.
—Lo sé —Malinterpretó lo que dije. Clavó los ojos en los míos— Lo voy a arreglar. Haré que el dolor se vaya. Haré que se vaya todo. No tendrás ni una sola cicatriz más.
Una sensación de confusión se apoderó de mí. No sabía cómo podía hacer nada de eso. Tenía demasiadas heridas. Había perdido demasiada sangre. Lo sentía en la frialdad que empezaba a trepar por mis piernas.
Me estaba muriendo.
—No, de eso nada —me contradijo, y me di cuenta de que acababa de decir esto último en voz alta— No puedes morir. No lo permitiré.
Entonces levantó su brazo hacia su boca, vi esos afilados dientes que había sentido ya antes y contemplé, horrorizada, cómo se mordía la muñeca, cómo desgarraba su propia piel. Di un grito e intenté levantar la mano para tapar la herida. Él me había secuestrado. Había matado para llegar hasta mí, me había traicionado y era mi enemigo. Por todo ello, me encontraba impotente de nuevo. Me estaba muriendo, no debería importarme que él sangrara. Pero me importaba. Porque era una imbécil.
—Voy a morir siendo imbécil —murmuré.
Indra frunció el ceño.
—No vas a morir —repitió, las líneas de su mandíbula tensas— Y yo estoy bien, solo necesito que bebas.
¿Que bebiera? Mis ojos se posaron en su muñeca. No podía querer que…
—Sasuke, ¿sabes…? —interrumpió la voz de Naruto.
¿Sasuke?
—Sé exactamente lo que estoy haciendo y no quiero tu opinión ni tus consejos —Un hilillo de oscura sangre roja resbalaba por su brazo— Y tampoco los necesito.
Naruto no respondió y yo solo podía mirar a Indra, atrapada en un horror fascinado. Indra bajó su muñeca desgarrada hacia mí. Hacia mi boca.
—No —Me aparté de él, aunque no llegué muy lejos con su brazo alrededor de mi espalda como una barra de acero— No.
—Tienes que hacerlo. Morirás si no lo haces.
—Prefiero… morir a convertirme en un monstruo —juré.
—¿Un monstruo? —Se rio bajito, pero fue un sonido áspero— Saku, ya te he dicho la verdad acerca de los Demonios. Esto solo hará que te pongas bien.
No le creí. No podía. Porque si lo hacía, significaría que… significaría que todo lo que había dicho era verdad y que los Ascendidos eran malvados. Sasori sería…
—Vas a hacer esto —insistió— Vas a beber. Vas a vivir. Toma esa decisión, princesa. No me obligues a tomarla por ti.
Aparté la mirada y respiré hondo. Capté un olor extraño. El olor… no olía a sangre en absoluto, nada que ver con los Demonios. Me recordó a cítricos en la nieve, fresco y ácido. ¿Cómo… cómo podía la sangre oler así?
—Sakura —dijo Indra, y había algo diferente en su voz. Algo más suave y más grave, como si tuviera eco— Mírame.
Casi como si no tuviese control de mi propio cuerpo, levanté la mirada hacia él. Sus ojos… el tono negro daba vueltas, giraba con motas rojas más brillantes. Entreabrí los labios, incapaz de apartar la mirada. ¿Qué… qué me estaba haciendo?
—Bebe —susurró, o gritó, no estaba segura, pero su voz estaba en todas partes, alrededor de mí y dentro de mí. Y sus ojos… seguía sin poder apartar la mirada de ellos. Sus pupilas parecieron expandirse— Bebe de mí.
Una gota de sangre cayó de su brazo a mis labios. Se coló entre ellos, ácida pero también dulce sobre mi lengua. Sentí un cosquilleo en la boca. Indra apretó la muñeca con más fuerza contra mis labios y su sangre fluyó dentro de mi boca, resbaló por mi garganta, espesa y caliente. En alguna parte lejana de mi cerebro, pensé que no debería permitir aquello. Estaba mal. Me convertiría en un monstruo, pero el sabor… no se parecía a nada que hubiese probado antes. Un completo despertar. Tragué, succioné más.
—Eso es —La voz de Indra sonó más profunda, más rica— Bebe. Así que lo hice.
Bebí mientras sus ojos permanecieron fijos en los míos, sin perderse nada. Bebí y mi piel empezó a vibrar. Bebí, aferrada a su brazo ensangrentado, sujetándolo contra mí antes de poder darme cuenta siquiera de lo que estaba haciendo. El sabor de su sangre… era un puro pecado, rico y exuberante. A cada trago, el malestar y los dolores menguaban, y el ritmo de mi corazón se apaciguó, se volvió regular. Bebí hasta que mis ojos se cerraron. Hasta estar rodeada por un caleidoscopio de azules brillantes y vívidos, un color que me recordaba al mar Stroud. El azul llevaba consigo una claridad sorprendente, como si fuese un cuerpo de agua jamás tocado por el hombre.
Pero no era ningún océano. Había roca fría y dura bajo mis pies, y sombras que presionaban contra mi piel. Una risa suave desvió mi atención del estanque de agua hacia el pelo oscuro…
—Basta —masculló Indra— Ya basta.
No podía bastar. Todavía no. Me aferré a su muñeca. Bebí con avidez. Me alimenté como si estuviera muerta de hambre, y así era como me sentía. Como si ese sustento fuese lo que me había faltado toda la vida.
—Saku —gimió Indra.
Se soltó de mi agarre y apartó su muñeca devastada. Hice ademán de seguirlo porque quería más, pero noté los músculos líquidos, los huesos blandos. Me fundí en su abrazo y sentí como si estuviera flotando, un poco perdida en la manera en que mi piel seguía vibrando y un agradable calor inundaba mi pecho.
No tenía ni idea de cuánto tiempo había pasado. Podían haber sido minutos o podían haber sido horas, antes de que Indra dijera mi nombre. Abrí los ojos para encontrarlo mirándome desde lo alto. Lo veía un poco borroso, difuminado por los bordes. Estaba apoyado contra una pared, la cabeza inclinada hacia ella, y en ese momento parecía totalmente relajado, como si hubiese sido él el que había saboreado la magia y no yo.
—¿Cómo te encuentras? —preguntó.
No estaba segura de cómo responder a esa pregunta. ¿Me ardía el cuerpo como si estuviese en llamas? ¿Escocía y palpitaba? No.
—No tengo frío. Mi pecho… no está frío.
—No debería estarlo.
Él no lo entendía.
—Me siento… diferente.
—Bien —comentó, con una sonrisita.
—Siento como si mi cuerpo… no estuviera conectado.
—Eso se te pasará en unos minutos. Solo relájate y disfrútalo.
—Ya no me duele nada —Intenté ordenar mis pensamientos, pero no hacían más que dar vueltas— No lo entiendo.
—Es mi sangre —Levantó la mano para retirar unos mechones de pelo de mi mejilla. El roce de sus dedos me provocó un escalofrío de hipersensibilidad. Me gustó la sensación. Me gustaba la forma en que me hacía sentir. Siempre había sido así, aunque ya no debería— La sangre de un atlantiano tiene propiedades curativas. Ya te lo dije.
—Eso… no es posible —susurré.
—¿Ah, no? —Estiró la mano y levantó mi brazo— ¿Acaso no te hirieron aquí? —Mis ojos siguieron la dirección de los suyos hacia la cara interna de mi antebrazo. Sangre seca y tierra ensuciaban la superficie, pero donde las garras habían rajado los tejidos, la piel estaba ahora suave y lisa bajo la mugre— ¿Y aquí? —preguntó. Movió la mano de modo que su pulgar girara en torno a la parte superior de mi brazo, justo por debajo del hombro— ¿No te arañaron aquí?
Mis ojos se demoraron en la pálida cicatriz del viejo ataque de los Demonios, justo por dentro de mi codo. Forcé a mis ojos a subir hasta donde su pulgar seguía dibujando pequeños círculos. No había marcas frescas. Ninguna herida abierta. Contemplé mi brazo, maravillada.
—No… no hay cicatrices nuevas.
—No habrá cicatrices nuevas —me dijo— Es lo que te prometí.
Era cierto.
—Tu sangre… es asombrosa.
Y lo era. Mi mente embotada ahondó en todo lo que se podría hacer con ella. Las heridas que podrían curarse y las vidas que podrían salvarse. La mayoría de la gente estaría en contra de beber sangre, pero… Espera.
Mis ojos volaron de nuevo hacia los suyos.
—Me forzaste a beber tu sangre.
—Exacto.
—¿Cómo?
—Es una de esas cosas que ocurren al madurar. No todos podemos… obligar a otros.
—¿Lo has hecho alguna vez antes? ¿Conmigo?
—Es probable que desees poder achacar tus acciones pasadas a eso, pero no, Saku. Nunca necesité ni quise hacerlo.
—Pero ahora lo has hecho.
—Sí.
—No suenas ni remotamente avergonzado.
—Es que no lo estoy —repuso. Empezó a esbozar una sonrisa juguetona— Te dije que no te permitiría morir. Y hubieses muerto, princesa. Te estabas muriendo. Te salvé la vida. Hay quien sugeriría un «gracias» como respuesta apropiada.
—No te pedí que lo hicieras.
—Pero estás agradecida, ¿no? —Cerré la boca, porque sí que lo estaba— Solo tú discutirías conmigo sobre esto.
No había querido morir, pero tampoco quería convertirme en un Demonio.
—No me volveré…
—No —suspiró Indra. Bajó mi brazo para dejarlo sobre mi estómago— Te dije la verdad, Saku. Los atlantianos no crearon a los Demonios. Fueron los Ascendidos.
Mi corazón dio un respingo cuando mis ojos se posaron en las vigas vistas del techo. No estábamos en la celda. Giré la cabeza y vi una cama rústica con gruesas colchas y una mesilla a su lado.
—Estamos en un dormitorio.
—Necesitábamos privacidad.
Recordé haber oído la voz de Naruto, pero ahora la habitación estaba vacía.
—Naruto no quería que me salvaras.
—Porque está prohibido.
Tardé unos momentos en recordar lo que me había contado. Se me cayó el alma a los pies.
—¿Voy a convertirme en una vampry? —Indra soltó una carcajada— ¿Qué tiene eso de gracioso?
—Nada —El otro lado de sus labios se curvó hacia arriba— Sé que todavía no quieres creer la verdad, pero muy en el fondo, sí que quieres. Por eso has hecho esa pregunta —Ahí tenía cierta razón, pero yo no contaba con la capacidad intelectual ni emocional para llegar a ese punto. No en ese momento— Para convertirte, necesitarías mucha más sangre que esa —Volvió a apoyar la cabeza contra la pared— También requeriría que yo fuese un participante más activo.
Varios músculos profundos de mi cuerpo se pusieron en tensión, demostrando que, de hecho, no estaban blandos.
—¿Cómo… cómo serías un participante más activo?
La sonrisa de Indra se convirtió en humo y se volvió tan pecaminosa como su sangre.
—¿Preferirías que te lo demostrara en lugar de contártelo?
—No. —Me puse roja como un tomate.
—Mentirosa —susurró, y cerró los ojos.
El calor de mi piel empezó a extenderse como si fuese una chispa. Me moví. Ya me sentía menos… ingrávida y más… pesada. Intenté hacer caso omiso de la sensación.
—¿Están… Neji y Iruka bien?
—Se pondrán bien y estoy seguro de que se alegrarán de saber que preguntaste por ellos.
Lo dudaba, pero algo estaba pasando, cambiando. No parecía que mi cuerpo fuese mío, no con todo ese calor que se filtraba en mis músculos, que me sonrojaba la piel, que se arremolinaba en el centro de mi ser. Supuse que era él… la sangre de Indra que se abría paso poco a poco hasta todos los rincones de mi cuerpo. Indra estaba dentro de mí.
Sentí que perdía el control, igual que la noche del Bosque de Sangre, y cuando estuvimos en la habitación de encima de la taberna. De repente me empezó a arder el pecho, lo notaba pesado, pero no era de dolor, ni por falta de aire, ni por frío. No. Era como cuando Indra me había tocado, cuando me había desnudado y me había besado… besado por todas partes. Me sentí floja. Me cosquilleaban las entrañas, igual que me hormigueaba la piel. Una intensa lujuria palpitó por todo mi cuerpo, un deseo oscuro que abrasaba.
Las aletas de la nariz de Indra se abrieron al inspirar, y entonces dio la impresión de que su pecho dejaba de moverse. Sus facciones seguían borrosas, pero cuanto más lo miraba, más caliente me sentía.
—Saku —masculló Indra.
—¿Qué? —Mi voz sonó llena de miel.
—Deja de pensar lo que estás pensando.
—¿Cómo sabes lo que estoy pensando?
Bajó la barbilla y su mirada fue como una caricia.
—Lo sé.
Con un estremecimiento, reacomodé las caderas, y el brazo de Indra se apretó alrededor de mí.
—No lo sabes.
No respondió y me pregunté si podía sentir el fuego líquido que corría por mis venas y el calor húmedo de lo más profundo de mi ser.
Me mordí el labio, saboreé su sangre y gemí. Cerré los ojos.
—¿Indra? —Hizo un sonido y quizás dijera algo, pero resultó indescifrable. Me estiré. No lograba más que aspirar bocanadas rápidas y superficiales. La basta camisa y los ásperos pantalones rascaban contra mi piel y contra las sensibles y endurecidas puntas de mis pechos— Indra —murmuré.
—No —dijo, poniéndose tenso— No me llames así.
—¿Por qué no?
—No lo hagas y ya está.
Había muchas cosas que no debía hacer ni decir, pero todo mi ser estaba concentrado en la forma en que ardía mi cuerpo entero, en cómo palpitaba de deseo. Mi mano se movió, se deslizó por mi estómago, por encima de la camisa arañada y desgarrada, hasta mi pecho. Guiada solo por instinto y necesidad, cerré los dedos sobre la temblorosa piel y la amoldé a la palma de mi mano. Un escalofrío doloroso se abrió paso a través de mí.
—Saku —masculló Indra— ¿Qué estás haciendo?
—No lo sé —susurré. Arqueé la espalda sin dejar de acariciarme a través de la fina y ajada camisa— Estoy ardiendo.
—Solo es la sangre —dijo con voz pastosa, y el instinto me dijo que me estaba observando y eso me puso aún más caliente— Se te pasará, pero deberías… tienes que dejar de hacer eso.
No dejé de hacerlo. No podía.
Mi pulgar rodó por encima de la dureza de mi pezón y ahogué una exclamación. Me recordó a lo que me había hecho Indra, pero él había usado más que sus manos. Quería que lo hiciera otra vez. Un intenso dolor palpitante entre mis piernas me retorció las entrañas. Moví las caderas y apreté los muslos, pero eso no ayudó. La presión solo empeoró las cosas.
—¿Indra?
—Saku, por el amor de los dioses.
Con el corazón desbocado, abrí los ojos y descubrí que había estado en lo cierto. Tenía los ojos fijos en mí, en mi otra mano, la que tenía voluntad propia y se estaba deslizando hacia abajo por mi estómago.
—¿Me besas?
—No quieres eso —Se formaron unas líneas tensas alrededor de su boca.
—Sí lo quiero —Mis dedos llegaron a mi cintura, donde se abrían los pantalones— Lo necesito.
—Eso solo lo piensas ahora mismo —De pronto, vi su rostro con mayor nitidez, y era imposible no ver cómo se habían afilado sus facciones— Es la sangre.
—No me importa —Las yemas de mis dedos rozaron la piel desnuda debajo de mi ombligo— Tócame. Por favor.
Indra hizo un ruido sordo con la parte de atrás de su garganta.
—¿Ahora crees que me odias? Si hago lo que me pides, querrás asesinarme —Hizo una pausa y sus labios se curvaron hacia arriba— Bueno, querrás asesinarme más de lo que quieres hacerlo ya. Ahora mismo no tienes el control de ti misma.
Lo que estaba diciendo tenía sentido, pero al mismo tiempo no lo tenía.
—No.
—¿No? —Arqueó las cejas, pero no apartó la vista de mi mano.
—No te odio —le dije, y sentí un doloroso retortijón en el corazón que me indicó que era verdad. Debería estar disgustada por ello.
Hizo ese ruido de nuevo y cuando su mano se cerró en torno a mi muñeca, casi lloré de alegría. Iba a tocarme. Excepto que no hizo nada más que sujetar mi mano donde estaba.
—¿Indra?
—Planeé arrancarte de todo lo que conocías, y lo hice, pero ese no es ni de lejos el peor de mis crímenes. He matado a gente, Saku. Tengo las manos tan manchadas de sangre que jamás estarán limpias. Derrocaré a la reina que cuidó de ti y muchos más morirán en el proceso. No soy un buen hombre —Tragó saliva con esfuerzo— Pero estoy intentando serlo ahora mismo.
Un revoloteo de nervios llenó mi estómago. Sus palabras… deberían ponerme furiosa, pero… lo deseaba y pensar era… bueno, era todo lo que hacía en la vida. No quería hacerlo más.
—No quiero que seas bueno —Sin darme cuenta siquiera, había levantado mi otra mano para agarrar la parte de delante de su camisa— Te quiero a ti.
Indra negó con la cabeza, pero cuando tiré de la mano que sujetaba, se inclinó sobre mí. Cerré el puño con más fuerza en torno a su camisa cuando se detuvo con la boca a apenas unos centímetros de la mía.
—En unos minutos, cuando esta tormenta amaine, volverás a aborrecer mi mera existencia, y con razón. Vas a odiar haberme rogado que te besara, que te hiciera algo más. Pero incluso sin mi sangre en tu interior, sé que nunca has dejado de desearme. Pero cuando esté muy dentro de ti otra vez, y lo estaré, no serás capaz de echarle la culpa a la influencia de la sangre ni a ninguna otra cosa.
Lo miré, parte de la neblina de la lujuria empezaba a evaporarse de mi mente. Levantó mi mano y se la llevó a la boca. Me dio un beso en el centro de la palma, cosa que me sorprendió. Era un acto tan… tierno, uno que imaginaba que los amantes hacían todo el rato.
Tiré de mi mano y él la soltó. La coloqué contra mi pecho. El cosquilleo estaba desapareciendo de mi piel, pero el dolor del deseo insatisfecho aún perduraba. No tan omnipotente como hacía unos minutos, pero la parte de mí que parecía estarse despertando supo que Indra estaba en lo cierto. Lo que sentía por él no tenía nada que ver con la sangre. Lo que sentía era… algo embarullado y crudo. Lo odiaba y… a la vez no. Me preocupaba por él, por idiota que eso fuese. Y lo deseaba… sus besos, sus caricias. Pero también deseaba hacerle daño. No éramos amantes. Éramos enemigos y nunca podríamos ser nada más. Estaba rodeada de gente que me odiaba.
—Jamás debí marcharme —dijo— Debí imaginar que algo como esto podía suceder, pero subestimé su deseo de venganza.
—Querían… querían verme muerta —murmuré.
—Pagarán por lo que hicieron.
Me moví un poco. Ya me sentía menos… ingrávida y más sólida. Deslicé el brazo por mi pierna, todavía asombrada de que no me doliera.
—¿Qué vas a hacer con ellos? ¿Matarlos?
—Exacto —confirmó. Abrí los ojos como platos— Y mataré a cualquier otro que pretenda seguir ese camino.
Fijé la vista en él, sin dudar ni un segundo de que hablaba en serio. Indra no podía cuestionar a cada uno de sus seguidores o de su especie. Yo no estaba a salvo ahí.
—¿Y yo? ¿Qué vas a hacer conmigo?
Levantó los ojos hacia los míos. Un músculo se apretó en su mandíbula.
—Ya te lo dije. Te utilizaré para negociar con la reina y liberar al príncipe Itachi. Pero juro que no volverás a sufrir ningún daño.
Abrí la boca para hablar, pero justo entonces me acordé del nombre con que lo había llamado Naruto. Todo mi cuerpo pareció paralizarse mientras miraba esos ojos preciosos.
—¿Sasuke? —Se quedó inmóvil contra mí— Naruto… Naruto dijo ese nombre.
Mis ojos se deslizaron por sus despampanantes facciones y recordé las palabras de Loren. Afirmaba que había oído que el Señor Oscuro era apuesto y que su aspecto le había abierto las puertas de la mansión Goldcrest, le había permitido seducir a lady Everton… Y las palabras del propio Indra también volvieron a mí, las que me había dicho en la Perla Roja. «Ha conducido a unas cuantas personas a tomar decisiones cuestionables en sus vidas».
Parecía que mi corazón se había parado, pero ahora aceleró de nuevo y se desbocó. Las cosas empezaron a encajar. Cosas intrascendentes como pequeños comentarios que Indra había hecho aquí y allá; cosas más grandes como la manera en que me había silenciado cuando pronuncié su nombre la noche que… la noche que hicimos el amor. La manera en que todo el mundo obedecía sus órdenes, cómo lo había obedecido Jericho en el establo; había dado la impresión de no querer cruzarse en su camino, aunque eso no lo había detenido luego. Cómo Naruto y los otros pronunciaban su nombre como si fuese una broma. Porque Indra no era su nombre.
Y no habíamos hecho el amor. Me había follado.
—Oh, por todos los dioses —Se me revolvió el estómago y me llevé una mano a la boca— Eres él.
No dijo nada. Pensé que iba a vomitar. Arrastré la mano hasta mi pecho para desgarrar mi camisa ya rota.
—Eso es lo que le ocurrió a tu hermano. La razón de que sintieras tanta tristeza por él. Él es el príncipe que esperas recuperar intercambiándolo por mí. Tu nombre no es Indra Ōtsutsuki. ¡Eres él! Eres el Señor Oscuro.
—Prefiero el nombre Sasuke o Sasuke —repuso entonces, su tono duro y distante— Si no quieres llamarme así, puedes llamarme príncipe Sasuke Uchiha, segundo hijo del rey Fugaku Uchiha, hermano del príncipe Itachi Uchiha —Me estremecí— Pero no me llames Señor Oscuro. Ese no es mi nombre.
El horror bulló en mi interior. ¿Cómo podía acabar de darme cuenta de esto? Los signos habían estado ahí, bien claros. Había sido muy muy estúpida. No solo una vez. No me había vuelto más perspicaz en absoluto después de enterarme de que era un atlantiano. No había visto lo que tenía delante de las narices. Que todo había sido, desde luego, una mentira.
Reaccioné sin pensar. Estampé el puño contra su pecho. Le pegué. Me escoció la palma de la mano del bofetón que le di. Y él me dejó. Aguantó el tirón cuando le di un empujón en los hombros. Le grité mientras las lágrimas empañaban mi visión. Lo golpeé una y otra vez…
—Para —Me agarró de los hombros y tiró de mí hacia su cuerpo. Envolvió los brazos a mi alrededor y atrapó los míos a los lados— Para, Saku.
—Suéltame —exigí, con la garganta ardiendo.
Se me encogió el corazón con el tipo de aflicción que solía sentir en otras personas. Casi estiré mis sentidos hacia él para comprobar si había irradiado de él o si había brotado de lo más profundo de mi ser, pero me detuve a tiempo.
"Te utilizaré".
El dolor… el dolor era mío. No me había salvado porque yo le importara. No había prometido que no sufriría más daños porque le importara. ¿Cómo podía seguir olvidando ese detalle? Indra… Indra. Ese ni siquiera era su nombre. Era Sasuke. Y tenía planes. Todas nuestras conversaciones, cada vez que me había besado, que me había tocado, que me había dicho que era valiente y fuerte, que le intrigaba y que no era como nadie más que hubiese conocido. Había hecho todas esas cosas no solo bajo una identidad falsa, sino también bajo un nombre falso, para ganarse mi confianza. Para que bajara la guardia en su compañía. Todo para que estuviera dispuesta a salir de Masadonia con él, directa a un nido de víboras que, o bien querían utilizarme porque era la Doncella, la Elegida, la favorita de la reina, o querían verme muerta por las mismas razones.
Apreté los ojos al pensarlo. Era peor que Jericho y los otros que querían verme muerta. Al menos con ellos no había ningún artificio. Sin embargo, todo lo relacionado con Haw… con Sasuke, desde su nombre hasta la primera noche en la Perla Roja, había sido diseñado para ganarse mi confianza. Lo había conseguido, pero ¿a qué precio? Kankuro estaba muerto. Phillips y Airrick y todos los guardias y cazadores estaban muertos. Yamato estaba muerto.
Mis padres estaban muertos.
Me había arrebatado a todo aquel que me importaba, ya fuera por su propia mano o por orden suya, mediante la separación o la muerte. Todo para poder reunirse con su hermano, otro príncipe, algo que yo podía entender, con lo que me podía identificar. Pero también me había arrebatado el corazón. Y había hecho que me enamorara del Señor Oscuro. Porque ese era él, aunque todo lo demás que decía realmente daba la impresión de ser cierto. Aunque la historia que me habían enseñado fuera toda mentira. Aunque los Ascendidos fuesen vamprys responsables de la creación de los Demonios, de lo que les había sucedido a mis padres y a mí. Aunque mi hermano fuese ahora uno de ellos.
—¿Saku?
Con los ojos ardiendo, rodé sobre el costado. Necesitaba espacio. Necesitaba salir de ese sitio, alejarme de él. No estaba segura con nadie en aquel lugar, desde luego no con él. Porque cuanto más tiempo me retuviera ahí con él, más difícil me resultaría recordar la verdad. Más desesperada estaría por creer que era especial para él porque solo quería ser especial para alguien. Para quien fuera. Ser algo más que un peón. Cuanto más tiempo pasara con él, más probable sería que olvidara toda esa sangre que manchaba sus manos.
Que olvidara que ya me había roto el corazón dos veces, porque estaba sucediendo de nuevo. Incluso después de la primera traición, todavía me preocupaba por él, todavía me importaba. Aunque quería odiarlo. Necesitaba odiarlo, pero no podía hacerlo. Lo supe ahora, porque sentía como si estuviera muriendo otra vez. ¿Cómo podía ser tan estúpida? No podía dejar que lo hiciera de nuevo. No podía olvidarlo todo.
Me invadió el pánico, me obligó a abrir los ojos. Mi mirada desquiciada saltó por toda la habitación.
—Suéltame.
—Saku —repitió mi nombre. Apoyó los dedos contra mi cuello y me puse tensa, antes de darme cuenta de que estaba comprobando mi pulso— Tu corazón late demasiado deprisa.
No me importaba. No me importaba que mi corazón explotara de mi pecho.
—¡Suéltame! —grité.
Aflojó los brazos lo suficiente como para poder apartarme, sentarme. Su brazo seguía alrededor de mi cintura. Apoyé la mano en el suelo para equilibrarme, pero la palma de mi mano rozó contra la daga… La daga con la que me había apuñalado el Sr. Tulis.
Era de piedra de sangre.
Se me cayó el alma a los pies. Bajé los ojos hacia la daga. La pena y el dolor bulleron en mi interior, me bloquearon la garganta. No podía respirar alrededor de ellos, alrededor de la certeza de que… amaba al hombre que había estado involucrado en las muertes de tantas personas… Que me había dejado ahí con esa gente, su gente, que querían verme muerta. Que me había mentido acerca de todo, incluido quién era en realidad.
Se me partió el corazón en dos e inundó mi pecho de un fango helado. De ahora en adelante siempre tendría frío, hasta el final.
—Saku…
Me giré entre sus brazos, moviéndome por instinto. No sentía el mango frío en mi mano, pero noté cómo la hoja se hundía en su pecho. Noté que su sangre caliente salpicaba mi puño cuando el mango de la daga llegó hasta su piel.
Despacio, levanté la mirada hacia la suya. Sus ojos color ónix se abrieron de par en par por la sorpresa. Me sostuvo la mirada por un instante y luego miró hacia abajo. Hacia el lugar donde la daga sobresalía de su pecho.
De su corazón.
