Ni la historia ni los personajes me pertenecen.
Capítulo 30
Con las manos temblorosas, solté la daga y caí de su regazo. Retrocedí a toda prisa, incapaz de apartar la vista del velo de sorpresa que empezaba a desplegarse por su rostro.
—Lo siento —susurré, y ni siquiera estaba segura de por qué me estaba disculpando. No estaba segura de por qué tenía las mejillas mojadas. ¿Sería sangre? ¿Su sangre?
Levantó la vista hacia mí.
—Estás llorando —Un fino hilillo de sangre resbaló por la comisura de su boca.
Era verdad que estaba llorando. No había llorado desde que había visto morir a Yamato, pero ahora las lágrimas rodaban por mi mejilla mientras me ponía de pie sobre unas piernas entumecidas. Di un paso a un lado. No sabía lo que estaba haciendo ni adónde iba, pero llegué hasta la puerta. No estaba cerrada con llave.
—Lo siento —repetí, temblando de la cabeza a los pies.
Una húmeda risa estrangulada brotó por su boca al tiempo que se inclinaba hacia delante y estampaba la mano sobre el suelo.
—No —boqueó— No lo sientes en absoluto.
Pero sí que lo sentía.
Di media vuelta, tambaleándome. Salí a ciegas por la puerta, al camino desierto que conectaba con otra puerta al final. Un aire frío y húmedo entraba por la pared abierta, pero apenas lo sentí. No tenía ningún plan. Ni idea de cómo salir de la fortaleza. Seguí andando. A medio pasillo, fue como si hubiesen presionado un interruptor en mi interior. Todo el horror y la pena cesó y el instinto tomó el control. Resollando, abrí la puerta de par en par, bajé a la carrera la estrecha escalera y luego salí por una puerta abierta a… A la nieve.
Durante un instante, me quedé alucinada por la belleza de los gruesos copos de nieve que caían despacio. Una fina capa ya tapizaba el suelo y cubría los árboles desnudos. Todo estaba en silencio, todo estaba limpio e intacto.
Una voz desde el interior de la fortaleza me impulsó a ponerme en marcha. Eché a correr por la hierba cubierta de nieve, directa hacia el bosque. En el fondo de mi mente sabía que no estaba preparada para escapar. La ropa que llevaba era demasiado fina, aunque no estuviese ya casi hecha jirones. Ni siquiera sabía dónde estábamos ni adónde dirigirme desde ahí. Podía haber un Demonio en esos bosques. Seguro que había Descendentes. También podía haber wolven, no cabía duda de que serían capaces de seguirme el rastro. Pero, aun así, corrí, las finas suelas de mis botas resbalaban sobre el suelo nevado del bosque. Corrí porque…
Lo había apuñalado.
Lo había apuñalado en el corazón. Ya debía de estar muerto.
Lo había matado.
Un sollozo desgarrador escapó por mi boca y la nieve que revoloteaba se mezcló con mis lágrimas. Oh, por todos los dioses, tenía que hacerlo. Todo en él, todo en nosotros, era una mentira. Todo. Tenía que hacerlo. Tenía que…
No hubo ninguna señal de advertencia. Ningún sonido. Nada. Un brazo se cerró en torno a mi cintura, me atrapó a media carrera. Solté un alarido cuando mis pies resbalaron debajo de mí, pero no caí. Tiraron de mí hacia atrás y me estrellé contra un pecho duro y caliente. Mis pies colgaban a treinta centíemtros del suelo.
La sorpresa me robó todo el aire de los pulmones. Supe quién era antes de que hablara siquiera. Era su aroma a especias oscuras y pino. Era el estallido de incredulidad y aflicción entreveradas de rabia que reflejaba mis propios sentimientos y percibía a través de mis sentidos, porque nos los había cerrado. Por primera vez desde que lo conocía, sus emociones lo sobrepasaban y, por tanto, a mí también.
El que me sujetaba contra él no era el Indra del que me había enamorado tan deprisa.
El que cerró ahora el puño en torno a mi pelo y tiró de mi cabeza hacia atrás y hacia un lado no era el guardia que había jurado por su vida mantenerme a salvo.
No fue el aliento cálido de Indra el que acarició mi cuello expuesto.
Era él.
El príncipe Sasuke Uchiha de Atlantia.
El Señor Oscuro.
—A un atlantiano, a diferencia de un wolven o un Ascendido, no se lo puede matar apuñalándolo en el corazón —gruñó, y tiró de mi cabeza hacia atrás con más fuerza— Si querías matarme, debiste apuntar a la cabeza, princesa. Pero lo peor es que lo olvidaste.
—¿Olvidé qué?
—Que fue real.
Entonces atacó.
Dos fogonazos gemelos de dolor ardiente alancearon mi piel e hicieron que todo mi cuerpo diera una sacudida. El ardor discurrió por todo mi cuerpo, me dejó aturdida en su intensidad. No podía moverme. Ni siquiera podía gritar, tan grande era el dolor. El brazo que rodeaba mi cintura era como un cepo de hierro mientras él succionaba con fuerza de la herida que habían producido sus colmillos. Empecé a temblar; tenía los ojos abiertos como platos y mis manos cayeron sobre su brazo. Le clavé las uñas bien hondo. El ardor, el profundo y abrumador tirón contra mi cuello mientras mi sangre fluía con libertad hacia él provocó un cortocircuito en todo mi organismo. El grito creciente se abrió camino alrededor del dolor.
Y entonces, en cuestión de unos pocos segundos desde que hundiera sus colmillos en mi cuello, todo cambió. El intenso dolor se convirtió en algo distinto, algo abrumador de un modo completamente diferente. Un nuevo dolor brotó en mi interior, calentó mi sangre hasta que me dio la sensación de que cada rincón de mi cuerpo se estaba llenando de lava fundida. Mis ojos abiertos de par en par no veían nada mientras el calor llenaba mi pecho, mi estómago, y se arremolinaba en el espacio entre mis muslos. Su boca succionó de mi cuello una vez más, y esta vez, el tirón me llegó hasta la médula. Mi cuerpo se estremeció con una oleada de excitación palpitante. Gimió, su brazo se apretó aún más a mi alrededor y lo sentí, duro y grueso contra mi trasero. Agarré su brazo cuando la tensión se enroscó en mi interior…
Sin previo aviso, separó la boca de mi cuello. Me soltó y me tambaleé hacia delante. Casi me caigo. Temblando de la confusión y el deseo que todavía incendiaba mi interior, me volví hacia él. Estaba a varios pasos de mí, su pecho subía y bajaba con respiraciones cortas y rápidas. Tenía los ojos muy abiertos. Los labios manchados de sangre.
Levanté una mano y la apreté contra mi cuello. Un calor húmedo recibió a las yemas de mis dedos. Di un paso atrás.
—No puedo creerlo —dijo, y deslizó la lengua por su labio inferior. Cerró los ojos un instante al estremecerse e hizo un ruido sordo y retumbante que me recordó a un wolven. Levantó sus pestañas y sus pupilas estaban tan dilatadas que solo era visible un fino halo de ámbar— Pero debí de haberlo sabido.
Antes de que pudiera averiguar lo que quería decir o lo que ocurriría a continuación, estaba sobre mí. Se movió tan deprisa que no me di ni cuenta. Su boca se estrelló contra la mía y una mano se hundió en mi pelo, el otro brazo aferrado a mi cintura. No solo me besó. Me devoró. Noté mi sangre en sus labios, en su lengua. Lo saboreé a él.
No estaba del todo segura de cuándo empecé a devolverle el beso. ¿Fue después de unos segundos, o había empezado a besarlo en el mismo instante en que su boca tocó la mía? No lo sabía. Todo lo que sabía era que tenía un hambre voraz de él, fuese correcto o no. Lo deseaba. Por eso no me resistí cuando me tiró al suelo. El contraste de la nieve fría contra mi espalda y el calor de su cuerpo apretado contra mi pecho me arrancó una exclamación. No creo que él la oyera, ahogada en sus besos hambrientos, y me di cuenta de que se había estado conteniendo todas las veces anteriores en que me había besado. Ahora no estaba ocultando quién era.
Se meció contra mí, deslizó la mano de la cintura a mi cadera. Nos movimos juntos, con violencia, jadeando. Sus dientes atraparon mi labio inferior. Registré una breve punzada y él se estremeció. Gimió cuando el sabor metálico se renovó.
Interrumpió el beso y se levantó lo suficiente para mirarme.
—Dime que deseas esto —Sus caderas seguían empujando contra las mías— Dime que necesitas más.
—Más —susurré, antes de que pudiera pensar siquiera lo que estábamos haciendo, lo que habíamos hecho… quién era él.
—Gracias a los… Joder —gruñó.
Y entonces metió la mano entre nosotros, sus dedos engancharon la parte de delante de mis pantalones. Tiró de ellos con la fuerza suficiente como para levantar mis caderas. Los botones salieron volando y cayeron sobre la nieve cercana.
—A los dioses —murmuré.
Soltó una risa corta y ronca mientras me bajaba los pantalones hasta que una pierna quedó libre por completo y los pantalones acabaron arrugados en torno al otro tobillo.
—Sabes que esta camisa no tenía arreglo, ¿verdad?
—¿Qu…?
El sonido de la tela al desgarrarse fue mi única explicación. Bajé la barbilla y vi mis pechos. Él también los miraba, y su mano arrancaba sus propios pantalones mientras sus ojos recorrían los manchurrones de sangre seca a lo largo de mi estómago, y luego se deslizaron por encima de mis pezones cada vez más duros.
—Los mataré —susurró— Maldita sea, los mataré a todos.
No creía que estuviese hablando de las cicatrices viejas.
Y entonces dejé de pensar por completo. Me besó y se instaló encima de mí, entre mis piernas, y entonces las cosas… empezaron a dar vueltas. Esta vez no hubo ninguna seducción lenta, ni largos e íntimos besos y caricias. Noté una punzada de molestia, pero enseguida dio paso al doloroso y palpitante placer, y no había espacio en mi cuerpo o en mi mente o entre nosotros para que cupiera nada más que lo que sentíamos. Éramos solo él y yo, el sabor de mi sangre y la suya sobre nuestros labios y esta necesidad que no entendía del todo.
A nuestro alrededor, la nieve caía con mayor intensidad entre los árboles, empapaba la parte de atrás de mi pelo mientras nos aferrábamos y agarrábamos el uno al otro. Solo estaban los sonidos de nuestros besos, nuestros cuerpos que se acercaban y se alejaban, y nuestros gemidos. A continuación vino un largo beso hambriento y luego su boca se apartó de la mía para bajar hacia mi barbilla y luego más abajo. Sus labios y esos colmillos afilados se deslizaron por mi cuello. Sus acciones me produjeron un escalofrío que bajó rodando por mi columna cuando él se quedó inmóvil encima de mí. ¿Iba… a morderme de nuevo? En lugar de miedo, hubo un fogonazo de calor sensual. El dolor de sus colmillos había sido breve, pero lo que había sucedido después…
Apreté sus hombros, demasiado perdida para preguntarme siquiera si debería desear que no lo hiciera, demasiado desquiciada para pensar en las consecuencias si lo hacía.
Sentí su lengua contra mi piel. Dibujaba círculos y lamía la marca sensible que había dejado atrás. Entonces levantó la cabeza. Vi sus ojos el tiempo suficiente para percibir que sus pupilas se habían contraído antes de que sus pestañas bajaran. Y su boca estaba sobre la mía una vez más. Y entonces se movía de nuevo. Sus caderas retrocedían y luego volvían a empujar hacia delante, rodaban y apretaban mientras sus dedos jugaban con mi pecho. Empezó a moverse despacio, de un modo tan perezoso que sentí como si me estuviera exprimiendo. Me estremecí debajo de él y deslicé la mano entre su pelo mojado por la nieve. La tensión empezaba a acumularse otra vez, se enroscó hasta que ya no pude soportar más sus movimientos lentos y calculados. Sus juguetones apretones y contoneos. Levanté las caderas en un intento por invitarlo a moverse más deprisa, a entrar más adentro, pero él se resistió hasta que grité y le tiré del pelo.
Levantó la cabeza, soltó algo a medio camino entre una risa y un gruñido.
—Sé lo que quieres, pero…
—Pero ¿qué? —pregunté, con el corazón fuera de control.
Me retorcí debajo de su peso.
—Quiero que digas mi nombre.
—¿Qué?
Sus caderas continuaron moviéndose en círculos lentos y desquiciantes.
—Quiero que digas mi verdadero nombre —Entreabrí los labios al reprimir una exclamación. Se quedó quieto otra vez, sus ojos luminosos— Eso es todo lo que pido.
¿Todo lo que pedía? Era un montón.
—Es un reconocimiento —explicó. Su pulgar daba vueltas y tironcitos— Es tu forma de admitir que eres del todo consciente de quién está dentro de ti, quién deseas de un modo tan intenso, aunque sabes que no deberías. Aunque no haya nada que te gustaría más que no sentir lo que sientes. Quiero oírte decir mi verdadero nombre.
—Eres un bastardo —susurré.
—En efecto, hay quien me llama así —Un lado de sus labios se había curvado hacia arriba— Pero ese no es el nombre que espero oír, princesa —Quería negárselo. Por todos los dioses, cómo quería— ¿Cuántas ganas tienes de esto, Saku? —preguntó.
Agarré su pelo con más fuerza y tiré de su cabeza hacia abajo. Hubo un destello de sorpresa en esos ojos brillantes.
—Muchas —gruñí— Alteza.
Abrió la boca, pero yo levanté las piernas y las enrosqué alrededor de sus caderas. Aprovechando su sorpresa y echando mano de mi propia ira, lo hice rodar sobre la espalda, con toda la intención de dejarlo ahí tirado, pero no había anticipado lo que el movimiento provocaría cuando me eché hacia atrás… Me hundí en toda su longitud, mi cuerpo escandalosamente lleno del suyo. Mi grito terminó con un gemido de él cuando planté las manos sobre su pecho. Por todos los dioses. Esa plenitud era casi demasiado.
—Oh —susurré, jadeando.
Debajo de mis manos, su pecho se movía de un modo igual de irregular que el mío.
—¿Sabes qué?
—¿Qué? —Los dedos de mis pies se enroscaron dentro de las botas.
—No necesito que digas mi nombre —murmuró, los ojos medio cerrados— Solo necesito que hagas eso otra vez, pero si no empiezas a moverte, puede que me mates de verdad.
Una risita de sorpresa brotó de mis labios.
—Yo… no sé qué hacer.
Algo en sus facciones se suavizó, aunque una cruda necesidad aún brillaba a través de las finas ranuras de sus ojos.
—Solo muévete —Puso sus manos en mis caderas. Me levantó unos centímetros y luego me hizo bajar de nuevo. Un profundo sonido irradió de su interior— Así. No puedes hacer nada mal. ¿Cómo es que todavía no lo has aprendido?
No estaba segura de lo que quería decir, pero imité su movimiento y empecé a moverme arriba y abajo mientras la nieve caía por su camisa. La palma de mi mano resbaló, hizo que quedara más inclinada hacia delante. Eso tocó un punto muy profundo en mi interior que me produjo relámpagos de intenso placer en oleadas sucesivas.
—¿Así? —jadeé.
Sus manos se apretaron sobre mis caderas.
—Justo así.
A cada movimiento de mis caderas, tocaba ese punto, y más ráfagas de placer discurrían por mi interior. Antes de poder darme cuenta, me estaba moviendo más deprisa encima de él, y sabía que él me estaba observando mientras mis ojos se cerraban y mi cabeza caía hacia atrás. Sabía que tenía los ojos clavados en mis pechos y en la zona por la que estábamos unidos, y esa idea fue demasiado. La tensión se liberó de golpe y me hizo añicos. Gemí de placer al tiempo que me estremecía, mi cuerpo dio varias sacudidas mientras intensas esquirlas de éxtasis cortaban a través de mí. Entonces él se movió. Volvió a hacerme rodar bajo él y empujó sus caderas contra las mías. Su boca reclamó la mía mientras su cuerpo hacía lo mismo. Empujó contra mí, dentro de mí, hasta que el placer pareció crecer una vez más, su ferocidad asombrosa cuando pareció perder todo sentido del control. Su gran cuerpo se movió encima, dentro de mí, hasta que presionó con fuerza contra el mío, su grito engullido por nuestros besos mientras se estremecía.
No supe cuánto tiempo pasamos ahí tumbados bajo la nevada. Nuestros corazones y nuestra respiración tardaron en recuperar la normalidad, mis manos todavía apretadas sobre sus hombros, su frente apoyada contra la mía. Después de un rato, fui consciente de que su pulgar acariciaba mi cintura en relajados movimientos ascendentes y descendentes.
El calor de la pasión se fue enfriando y, a su paso, solo quedó confusión. No arrepentimiento. No vergüenza. Solo… confusión.
—No… no lo entiendo —susurré, mi voz ronca.
—¿Qué es lo que no entiendes? —Se movió encima de mí.
—Nada de todo esto. Por ejemplo, ¿cómo ha pasado esto siquiera? —Hice una mueca cuando empezó a retirarse de mí.
Se detuvo, con el ceño fruncido.
—¿Estás bien?
—Sí, sí.
Cerré los ojos y él se quedó quieto unos momentos antes de moverse hacia un lado.
—¿Estás segura? —preguntó. Asentí— Mírame y dime que no te duele nada.
Abrí los ojos y lo miré. Estaba apoyado en un codo, no parecía consciente de la nieve que caía a nuestro alrededor.
—Estoy bien.
—Has hecho una mueca. Te he visto.
Sacudí la cabeza, incrédula. Mi don era del todo inútil en ese momento, pues sentía demasiadas cosas como para concentrarme, así que ni siquiera podía… hacer trampa.
—Eso es lo que no entiendo. A menos que me haya imaginado por completo el último par de días.
—No, no te has imaginado nada —Sus ojos escudriñaron mi cara mientras yo parpadeaba para eliminar la nieve de mis pestañas— ¿Desearías que esto, ahora mismo, no hubiese sucedido?
Podría haber mentido, pero no lo hice.
—No. Y… ¿tú?
—No, Saku. Odio que tengas que preguntarlo siquiera —Apartó la mirada, tensó la mandíbula— Cuando nos conocimos, fue como… No lo sé. Me sentí atraído por ti. Hubiese podido secuestrarte entonces, Saku. Hubiese podido evitar mucho de lo que ha pasado después, pero… perdí muchas cosas de vista. Cada vez que estaba cerca de ti, no podía evitar pensar que te conocía. Creo que sé por qué ha sido así.
Lo dijo como si esa fuese la respuesta a cómo habíamos pasado de que yo lo apuñalara en el corazón a arrancarnos la ropa el uno al otro. Tirité en el aire frío y húmedo al tiempo que sacudía la cabeza otra vez.
Sentirnos atraídos el uno por el otro no explicaba nada de eso.
—Tienes frío —Rodó para ponerse en pie en un solo movimiento fluido, se abrochó los pantalones con el único botón que quedaba y luego me ofreció la mano— Tenemos que ponernos a resguardo.
Así era. Bueno, en mi caso al menos. Era probable que él no tuviera que hacerlo, teniendo en cuenta que podían apuñalarlo en el pecho y estar tan tranquilo unos minutos después.
Puse la mano en la suya y dije lo que me parecía que necesitaba que le recordara.
—He intentado matarte.
—Lo sé —Tiró de mí para ponerme en pie— En realidad, no puedo culparte.
Lo miré perpleja. Él se agachó y me subió los pantalones al enderezarse.
—¿Ah, no?
—No. Te mentí. Te traicioné y he estado involucrado en la muerte de personas a las que querías —Enumeró las razones como si fuese una lista de la compra— Me sorprende que esa haya sido la primera vez que lo intentaras —Seguí mirándolo, estupefacta— Y dudo de que sea la última —Las comisuras de su boca se curvaron hacia abajo cuando trató de abrochar mis pantalones solo para descubrir que los botones estaban en alguna parte entre la nieve caída— Maldita sea —masculló. Alargó la mano hacia mi camisa, que estaba desgarrada por la mitad, de arriba abajo. Agarró los lados y los juntó, como si eso fuese a reparar el tejido. Maldijo de nuevo y se dio por vencido. Levantó los brazos y se quitó su otra camisa por encima de la cabeza— Toma.
Me quedé ahí plantada, sin dejar de preguntarme si estaba sufriendo las consecuencias de la pérdida de sangre o de la dicha post-orgásmica. Tal vez una combinación de ambas, porque no podía creérmelo.
—¿No estás… enfadado?
—¿Y tú, no sigues enfadada conmigo? —preguntó a su vez, arqueando una ceja cuando me miró a los ojos. No tuve que pensarlo ni un segundo.
—Sí. Sigo enfadada.
—Pues yo sigo enfadado porque me apuñalaste en el pecho —Dio un paso hacia mí— Levanta los brazos —Hice lo que me pedía— Por cierto, no fallaste. Me diste de lleno en el corazón —continuó. Pasó su camisa por encima de mi cabeza y tiró de ella hacia abajo a lo largo de mis brazos rígidos— Por eso tardé un minuto en alcanzarte.
—Tardaste más de un minuto —Mi voz sonó ahogada porque mi cabeza se atascó un momento en la camisa antes de asomar por la abertura del cuello.
Un lado de sus labios subió al instante mientras tiraba de la otra manga hacia abajo.
—Tardé un par de minutos.
Bajé la vista hacia la camisa y vi el irregular corte en el pecho. No se alineaba con mi pecho, sino con mi estómago. Mis ojos se posaron en su pecho desnudo. Había una herida, la piel rosa y rajada a su alrededor. Con un nudo en el estómago, sacudí la cabeza.
—¿Se curará?
—Estará perfecta en un par de horas. Seguramente en menos.
—Sangre atlantiana —susurré, y tragué con cierto esfuerzo.
—Mi cuerpo empieza a repararse de inmediato de las heridas no letales —explicó— Y me alimenté. Eso ayudó.
"Me alimenté".
Mis manos revolotearon hasta mi cuello, hasta las dos heriditas que daban la impresión de haber empezado a curarse ya. Una débil chispa de placer se encendió en mi interior. Retiré la mano a toda prisa.
—¿Me ocurrirá algo porque te hayas… alimentado?
—No, Saku. No ingerí suficiente sangre y tú tampoco ingeriste suficiente de la mía antes. Es probable que te sientas un poco cansada más tarde, pero eso es todo.
—¿Duele? —pregunté, cuando mis ojos se deslizaron otra vez hacia su herida.
—Apenas —musitó.
No le creí. Apoyé la palma de la mano sobre su pecho, a unos centímetros de la herida. Intenté utilizar mi don. Sentí cómo se estiraba, así que abrí mis sentidos. Él se quedó muy quieto. La aflicción que siempre sentía en él estaba ahí, aumentada y más fuerte que antes, aunque había recuperado el control de ella en algún momento. Ya no lo sobrepasaba, pero debajo de su pena había un tipo de dolor diferente. Era caliente. Dolor físico. Puede que la herida fuese a curarse, pero dolía, y no solo un poco.
Hice lo que pude, sin pensar una vez más. Le quité el dolor, ambos, y esta vez no pensé en las playas del mar Stroud. Pensé en cómo me sentía cuando él estaba dentro de mí, moviéndose dentro de mí.
Lo único que conseguí fue confundirme aún más.
Colocó su mano sobre la mía, y cuando levanté la vista, vi que las líneas de profunda tensión alrededor de su boca habían desaparecido. Había asombro en sus ojos.
—Debí darme cuenta entonces.
Se llevó mi mano manchada con nuestra sangre a los labios y me plantó un beso en los nudillos.
—¿Darte cuenta de qué? —pregunté, al tiempo que intentaba que no se notara cómo ese gesto tironeaba de mi corazón.
—Darme cuenta de por qué te querían de manera tan desesperada como para convertirte en la Doncella.
No seguía del todo su razonamiento, pero puede que eso tuviese más que ver con que mi cerebro seguía brumoso que con cualquier otra cosa.
—Vamos.
Tiró de mi mano y echó a andar.
—¿Adónde vamos?
—¿Ahora? Volvemos adentro para que podamos lavarnos y… —Dejó la frase a medio terminar con un suspiro cuando vio que sujetaba mis pantalones por un lado para mantenerlos arriba. Antes de que supiese lo que pretendía hacer, me había levantado en volandas para llevarme en brazos, pegada a su pecho, como si no pesara más que un gatito mojado— Y parece ser que para encontrarte unos pantalones nuevos.
—Estos eran los únicos que tenía.
—Yo te conseguiré unos nuevos —Empezó a andar— Estoy seguro de que hay algún niño pequeño por aquí que estará dispuesto a ceder sus pantalones a cambio de unas cuantas monedas.
Fruncí el ceño. Su boca estaba relajada y una tenue sonrisa jugueteaba sobre sus labios.
Esquivó una rama caída.
—¿Y después de eso? —pregunté.
—Te voy a llevar a casa.
Se me paró el corazón por enésima vez ese día.
—¿A casa? —No había esperado que dijese eso— ¿De vuelta a Masadonia? ¿O a Carsodonia?
—A ninguna de las dos —Bajó la vista, con sus ojos rebosantes de secretos. Entonces sonrió, una sonrisa radiante que me robó la respiración. En efecto, tenía dos hoyuelos, uno en cada mejilla, y vi por qué hasta entonces solo había habido medias sonrisas. Vi las dos puntas afiladas de sus caninos— Te voy a llevar a Atlantia.
Me depositó en la misma habitación donde me había entregado su sangre y luego yo lo había apuñalado a él. Él. Miré la marca húmeda en el suelo de madera, donde ya habían limpiado la sangre.
Él… Tenía que dejar de referirme a él de ese modo. Tenía nombre. Uno de verdad. Puede que jamás lo dijera cuando y como él quería, pero tenía que dejar de pensar en él como si fuese Indra o, de algún modo, no tuviese nombre. Su nombre era Sasuke. Sasuke.
Esa habitación era donde me había salvado la vida y donde yo había intentado arrebatarle la suya. Él lo logró. Yo fracasé.
Mis ojos volaron hacia donde Naruto montaba guardia al lado de la puerta. Me miraba como si esperara que corriera hasta la ventana y me tirara por ella. Arqueó una ceja en mi dirección y yo aparté la mirada. Él se había marchado, a hacer solo los dioses sabían qué, y había dejado a Naruto de centinela. Bueno, sí sabía una cosa que había hecho. Después de partir, una docena de sirvientes había llenado la bañera de latón de la sala de baño con humeante agua caliente, y otro había dejado un par de pantalones negros y una túnica limpia sobre la cama. Parte de mí estaba sorprendida de que me hubiese llevado allí de vuelta y no a las celdas. No estaba segura de lo que significaba o si debía importar que significara algo.
Mis pensamientos seguían sumidos en el caos. Por el momento no sabía nada y él no había contestado a ninguna de las preguntas que le había hecho durante el camino de vuelta; por ejemplo, si Atlantia todavía existía como lugar físico. Porque, por lo que sabía, había sido casi arrasada durante la guerra. Una vez más, todo lo que creía saber estaba resultando falso.
Me pasé una mano por la mejilla y miré de reojo a Naruto.
—¿Atlantia todavía existe?
Si mi pregunta aleatoria lo había tomado por sorpresa, no lo demostró.
—¿Por qué no habría de hacerlo?
—Me dijeron que las Tierras Baldías…
—¿Eran Atlantia en el pasado? —me interrumpió— Eran un puesto fronterizo, pero esa tierra nunca fue la totalidad del reino.
—O sea que ¿Atlantia todavía existe?
—¿Alguna vez has ido más allá de las montañas Skotos?
—¿Siempre respondes a las preguntas con otra pregunta? —dije, las comisuras de mis labios curvadas hacia abajo.
—¿Eso hago?
Le lancé una mirada de exasperación. Una leve sonrisa apareció en su cara, luego se esfumó.
—Nadie ha ido más allá de las montañas Skotos —le informé— Solo hay más montañas.
—¿Montañas que se extienden tan lejos, a lo ancho y a lo largo, que sus cimas se pierden en la más densa de las nieblas? Esa parte es verdad, pero las montañas no continúan para siempre, Sakura, y la neblina del lugar puede que no contenga Demonios, pero tampoco es natural —me contó, y un escalofrío bailoteó por mis hombros— La neblina es una protección.
—¿Cómo?
—Es tan densa que impide ver nada. Crees que lo ves todo —Una extraña luz iluminó sus pálidos ojos azules— La neblina que envuelve las montañas Skotos está ahí para que todo el que se aventure a cruzarlas solo quiera dar media vuelta.
—¿Y los que no dan media vuelta?
—No llegan al otro lado.
—¿Porque… porque Atlantia está más allá de las Skotos? —pregunté.
—¿Tú qué crees? —Lo que creía era que hablar con Naruto era un ejercicio de paciencia y energía, dos cosas que no tenía en abundancia— ¿Te vas a bañar? —me preguntó.
Quería hacerlo. Mi piel no solo estaba sucia, también estaba helada y todavía llevaba su camisa ensangrentada. Pero también tenía ganas de hacerme la difícil, porque estaba superconfundida y, cómo él había dicho, estaba cansada.
—¿Y si no lo hago?
—Haz lo que quieras —repuso— Pero hueles a Sasuke.
Di un respingo al oír su nombre. Su verdadero nombre.
—Llevo su camisa.
—Ese no es el tipo de olor al que me refiero.
Tardé un minuto en pillar lo que quería decir. Cuando lo hice, me quedé boquiabierta.
—¿Puedes oler…? —La sonrisa de Naruto solo podía describirse como lobuna— Me voy a bañar —Se rio entre dientes— Cállate —espeté.
Recogí la ropa nueva y me apresuré hacia la sala de baño. Cerré la puerta a mi espalda, irritada cuando vi que no había pestillo.
Maldije en voz baja y miré a mi alrededor. Encontré varios ganchos en la pared, de los que colgué la túnica y los pantalones. Me desvestí deprisa y me metí en la bañera, haciendo caso omiso de la punzada de dolor que sentí en una zona muy íntima mientras me sumergía en el agua con aroma a lavanda. No me permití pensar en nada y empecé a frotar mi piel para eliminar mi sangre y… la suya. Se me revolvió el estómago cuando empleé la pastilla de jabón para lavarme el pelo. Cuando la espuma empezó a resbalar por la parte de atrás de mi cuello, me sumergí bajo el agua y me quedé ahí. Permanecí debajo del agua hasta que me ardieron los pulmones y la garganta y brotaron chispitas blancas detrás de mis ojos cerrados. Solo entonces salí a la superficie, boqueando en busca de aire. ¿Qué iba a hacer con respecto a él? ¿Con respecto a todo?
Una estrangulada carcajada ronca escapó de mis labios. No sabía ni por dónde empezar a dilucidar todo este lío. Acababa de enterarme de que el reino de Atlantia todavía existía, y esa parecía la cosa menos alocada que había descubierto. Por todos los dioses, todavía no entendía siquiera cómo había pasado de enterarme de quién era él en realidad, a apuñalarlo en el corazón, y a luego caer por voluntad propia en sus brazos.
Apreté los ojos con fuerza, deslicé las manos por mi cara. No podía echarle la culpa al mordisco, aunque sí había tenido algún tipo de efecto excitante, igual que su sangre. Y, por cierto, ¿quién hubiese imaginado que eso sería agradable? Pero maldita sea, sí que lo había sido…
Me estremecí cuando una espiral tensa de movimiento brotó en mi bajo vientre.
Eso era lo último en lo que necesitaba pensar ahora mismo, si es que quería tener alguna esperanza de averiguar lo que debía hacer. Tenía que urdir algún tipo de plan, y deprisa, porque aunque no parecía que me guardara rencor por mi intento de asesinato, no estaba segura ahí. No estaría segura en ningún sitio con su gente. Me odiaban, y si la mitad de lo que él y Naruto habían dicho sobre los Ascendidos y lo que habían hecho era verdad, no podía culparlos, aunque yo no les hubiese hecho nada. Era lo que representaba. Aun así, costaba creer que los atlantianos fuesen los inocentes y los Ascendidos fuesen la tiranía violenta que de algún modo había conseguido engañar al reino entero. Pero… Pero nunca había visto a ninguno de los terceros y cuartos hijos e hijas que habían sido entregados a los dioses durante el Rito. Jamás pude comprender por qué unos hombres como el duque y lord Shimura habían recibido una Bendición de los dioses. Pero nunca había visto a un Ascendido levantar un solo dedo para luchar contra los Demonios, lo único que los habitantes de Solis temían más que a la muerte. Lo único por lo que harían cualquier cosa y creerían cualquier cosa con tal de mantenerse a salvo de ellos.
Él había dicho que los Regios utilizaban a los Demonios para mantener a la gente controlada, y si eso fuese verdad, funcionaba. Renunciaban a sus propios hijos para mantener a las bestias a raya.
Tenía que ser verdad.
Peor aún, había otros que debían de estar involucrados en todo aquello. Los sacerdotes y sacerdotisas. Amigos cercanos a la Corte, que no habían Ascendido. ¿Mis padres?
Por todos los dioses, no podía seguir mintiéndome ya más.
Lo que había pasado con él era prueba suficiente. Su sangre me había curado, no me había convertido en un monstruo. Sus besos nunca me habían maldecido. Como tampoco lo había hecho su mordisco, hasta ahora.
Los Ascendidos eran vamprys. Ellos eran la maldición que había asolado esta tierra. Empleaban el miedo para controlar a las masas y eran el mal oculto a plena vista, los que se alimentaban de aquellos que habían jurado proteger ante los dioses… Y mi hermano era ahora uno de ellos.
Encogí las rodillas contra mi pecho, envolví los brazos alrededor de las piernas. Cerré los ojos para eliminar el ardor de las lágrimas y apoyé la mejilla sobre una rodilla. Sasori no podía ser como el duque. La duquesa no estaba demasiado mal. La reina tampoco, pero… Pero si se alimentaban de niños, si casi dejaban secas a personas inocentes y creaban Demonios, no eran mejores que el duque.
Apreté los labios, en un intento por aguantar las lágrimas que amenazaban con rebosar de mis ojos. Ya había llorado suficiente por hoy, pero Sasori… Por favor, Sasori no podía ser como ellos. Era dulce y amable. No podía creer que él hiciera esas cosas. Simplemente no podía. Y luego estaba yo. Si era todo una mentira, yo jamás sería entregada a los dioses. ¿Qué habían planeado para mí? ¿Por qué me habían convertido en la Elegida y habían vinculado todas estas Ascensiones a mí? ¿Sería por mis habilidades? Recordé lo que él había dicho cuando le quité el dolor. Sabía algo. Algo que tenía que decirme.
Yo no estaba a salvo ahí, pero desde luego tampoco estaba a salvo con los Ascendidos. Y si lograra escapar, ¿cómo podría regresar con ellos, sabiendo lo que ahora sabía? ¿Cómo podría quedarme y permitir que me llevara a Atlantia, cuando yo representaba ante ellos a un reino que había asesinado a un número incalculable de su gente, que había esclavizado a su príncipe a fin de utilizarlo para crear más vamprys? ¿Cómo podría quedarme con él? Daba igual lo que sintiera, jamás podría confiar en él, y lo que sentía tampoco era algo que pudiera seguir fingiendo que no existía. Lo quería.
Estaba enamorada de él.
Y aunque hubiese una remota posibilidad de que pudiese olvidar el hecho de que había ido a Masadonia con la intención de secuestrarme y utilizarme como moneda de cambio, jamás podría olvidar toda la sangre que había sido derramada por su culpa. Jamás podría olvidar que Kankuro y Yamato, Loren y Dafina, y tantos más estaban muertos, ya fuese a sus manos, por orden suya o por lo que él representaba. Jamás podría creer del todo lo que decía con respecto a nosotros. Además, ¿qué había dicho con respecto a nosotros? Me había llevado a creer que sentía algo por mí. Que era algo más que alguien que debía proteger como Indra y que necesitaba utilizar para sus propios fines como príncipe de Atlantia. Había estado intrigado desde el principio porque yo no era quien esperaba que fuera, dado que parecía ser una seguidora mimada e inmoral de los Ascendidos. Había sido amable y se había mostrado interesado porque necesitaba descubrir todo lo que pudiera acerca de mí y quizás porque se sentía atraído. Pero ¿qué significaba eso en realidad? Lo que había pasado en el bosque quizás demostrara que se sentía atraído por mí, y eso no era ninguna farsa, pero la lujuria no era amor, no era lealtad, y no era algo duradero. Ni como Indra ni como Sasuke había dicho nada con respecto a nosotros.
La realidad era lacerante y dolía. Cortaba profundo porque él me había hecho sentir caliente, pero era la realidad y había que lidiar con ella.
En mi mente, sopesé las opciones que tenía. Escapar. Encontrar a mi hermano, porque tenía que saber si era igual que ellos, y luego… ¿qué? ¿Desaparecer? Aunque primero tendría que averiguar cómo escapar. Los wolven podían seguir mi rastro y él… Escapar de él sería casi imposible. Pero tenía que intentarlo, y tenía que haber una manera. Quizás cuando no me diera la impresión de tener la cabeza llena de telarañas, sabría qué hacer. Cansada, dejé que mis pensamientos divagaran. De algún modo, debí quedarme dormida, todavía hecha un ovillo contra la bañera, porque lo siguiente que oí fue mi nombre.
—Sakura. —Levanté la cabeza de golpe. Parpadeé varias veces a medida que la cara de Naruto cobraba forma delante de mí. ¿Qué diab…?— Bien —comentó. Estaba arrodillado al otro lado de la bañera. ¡La bañera en la que estaba completamente desnuda!— Estaba preocupado porque hubieras muerto.
—¿Qué? —Me planté una mano delante del pecho y cerré las piernas todo lo que pude. No quería ni pensar en lo que podía ver debajo de la superficie del agua— ¿Qué estás haciendo aquí dentro?
—Te llamé y no contestaste —repuso, su tono tan plano como una tabla— Llevas mucho rato aquí. Pensé que debía asegurarme de que estuvieras viva.
—Por supuesto que estoy viva. ¿Por qué no habría de estarlo?
—Estás rodeada de gente que intentó asesinarte, por si lo has olvidado —dijo, con una ceja levantada.
—No lo he olvidado. Pero ¡dudo mucho de que ninguno de ellos esté escondido en el agua de la bañera!
—Nunca se puede estar seguro
No hizo ningún intento de levantarse y marcharse. Lo miré.
—No deberías estar aquí y yo no debería tener que explicártelo.
—No tienes nada que temer de mí.
—¿Por qué? ¿Debido a él? —escupí.
—¿Debido a Sasuke? —inquirió, y yo pestañeé al oír el diminutivo por primera vez en boca de alguien que no fuera él— Se enfadaría si me encontrara aquí —No estaba segura de si me debía sentir bien por oír eso o más enfadada. Apareció el fantasma de una sonrisa— Y después se sentiría… intrigado.
Abrí la boca, pero mi mente registró el comentario e hizo memoria. No tenía nada que decir. Nada en absoluto. Pero pensé en lo que había leído sobre los wolven y los atlantianos. Había un vínculo entre algunos de ellos y, aunque no se sabía demasiado acerca de lo que ese vínculo suponía, estaba bastante segura de que un príncipe sería el tipo de atlantiano con el que un wolven forjaría un vínculo. Tenía ganas de preguntárselo, pero visto que estaba dentro de una bañera y desnuda, supuse que ese no era el momento más indicado.
Los ojos de Naruto bajaron hacia mi cuerpo, y se deslizaron por mis brazos hasta la curva del estómago y el muslo.
—Entre mi gente, las cicatrices se veneran. Nunca se esconden.
La única cicatriz que podía ver era la que discurría por el lado de mi cintura. Al menos, eso esperaba.
—Entre mi gente, no es educado mirar a una mujer desnuda en una bañera.
—Tu gente suena super-aburrida.
—¡Sal de aquí! —chillé.
Con una risita, Naruto se levantó casi con la misma gracia y fluidez con las que solía moverse.
—El príncipe no querría que te quedaras ahí sentada en agua fría y sucia. Creo que deberías dar tu baño por finalizado.
—Me importa un bledo lo que querría el príncipe. —Me estaba clavando las uñas en la carne de las piernas.
—Pues debería importarte —repuso. Rechiné los dientes— Porque te quiere a ti, aunque sepa que no debería, aunque sepa que todo esto acabará en otra tragedia más.
