Ni la historia ni los personajes me pertenecen.
Capítulo 31
Después de secarme deprisa y ponerme ropa limpia, hice todo lo posible por olvidar que esa breve conversación en la sala de baño con Naruto había tenido lugar. Los pantalones me quedaban un poco apretados, lo cual hizo que me preguntara si de verdad habían pertenecido a un niño, pero estaban limpios y eran suaves, así que no iba a quejarme. La túnica de manga larga estaba hecha de lana gruesa y me llegaba hasta las rodillas. Las rajas de los lados terminaban en las caderas y me hubiesen proporcionado fácil acceso a mi daga. Solo que no había vuelto a ver mi daga desde los establos, y dado lo que había hecho con la última…
Hice una mueca.
Dudaba de que fuese a tener acceso a otra en algún momento pronto, lo cual dificultaba la posibilidad de escapar. Necesitaba un arma, cualquier arma, pero lo que quería era la daga que me había dado Yamato.
Añadí eso a mi plan, que no era del todo un plan... Al menos, todavía no.
Naruto se marchó poco después de que saliera de la sala de baño. Cerró la puerta con llave, pero dudaba mucho de que se hubiese ido muy lejos. Lo más probable era que estuviese al otro lado de la puerta. Empecé a trenzar mi pelo húmedo, pero recordé la marca de mi cuello y decidí dejarlo suelto. Después di vueltas por la habitación sin un objetivo fijo. No había forma de salir de ahí. Ni siquiera cabía por la ventana. ¿Me mantendrían encerrada hasta que llegara el momento que él considerara oportuno para marcharnos?
Con un suspiro, me dejé caer sobre la cama. Era mullida. Mucho más gruesa que el jergón de paja de la celda. Me tumbé de cara a la puerta y me hice un ovillo sobre un costado. ¿Qué ocurriría cuando regresara a por mí? ¿Habría cambiado su aparente aceptación de mi intento de asesinato? Todo lo que había dicho sobre los Ascendidos muy bien podía ser verdad, pero seguía siendo el Señor Oscuro y era igual de peligroso. Él mismo lo había dicho. Tenía las manos manchadas de mucha sangre.
Con los nervios tan a flor de piel como los tenía, no creí que fuese a dormirme otra vez, pero eso fue justo lo que sucedió. Tenía que ser… tenía que ser el mordisco aún tierno y su efecto. Porque en un momento estaba alerta, los ojos fijos en la puerta cerrada, y al siguiente estaba fuera de combate. Me sumí en un sueño profundo en el que no soñé. No estaba segura de qué me despertó primero. No fue el sonido de mi nombre. No fueron palabras en absoluto. Fue más bien un suave roce sobre mi mejilla y luego en el lado del cuello, justo por encima del mordisco. Mis pestañas aletearon y abrí los ojos. La habitación estaba en penumbra, excepto por los candeleros de la pared y la solitaria lámpara de aceite en la mesilla, pero aun así lo vi. Estaba sentado sobre el borde de la cama y noté un vahído en el pecho al verlo, como de costumbre. Supuse que pasaría siempre, sin importar lo que supiese acerca de él.
Al menos, había encontrado una camisa. Y se había bañado en alguna parte, porque tenía el pelo mojado, rizado en las sienes y cerca de las orejas.
Vestido todo de negro, resultaba una figura imponente, asombrosa, y ya no veía su atuendo como el uniforme de la guardia. Veía al Señor Oscuro. Bajé la vista hacia la manga de la oscura túnica que yo llevaba y luego hacia mis piernas enroscadas, donde esperaba ver los pantalones negros. En vez de eso, vi una manta de punto echada sobre mis piernas.
Inquieta, levanté los ojos hacia los suyos. No dijo nada. Yo tampoco. Durante un largo rato. Sus dedos permanecieron en mi cuello, por encima de la marca. Después de lo que pareció una eternidad, retiró la mano.
—¿Cómo te encuentras? —preguntó. Me eché a reír. No pude evitarlo. Una risita tonta escapó por mi boca y él ladeó la cabeza. Apareció esa media sonrisa— ¿Qué?
—No puedo creer que me estés preguntando qué tal estoy cuando te apuñalé en el corazón.
—¿Crees que deberías ser tú la que me hiciera la pregunta a mí? —¿Sí? ¿No? ¿Quizás? La sonrisa se ensanchó— Me alivia saber que te importa. Estoy muy bien.
—No me importa —farfullé, sentándome.
—Mentira —murmuró.
Tenía razón, por supuesto, porque sin darme cuenta de lo que hacía, estiré mis sentidos para comprobar si sufría algún dolor físico. No lo sufría. Lo que le había hecho antes ya se había diluido. Lo supe porque sentí la aflicción que siempre bullía justo por debajo de la superficie. Sin embargo, había algo más. Ya lo había sentido en él antes: confusión o conflicto.
—No has contestado a mi pregunta.
—Estoy bien.
Retiré mi don y bajé la vista hacia la manta. Era de un tono amarillo pálido y vieja. Me pregunté de quién sería.
—Naruto me ha dicho que te dormiste en la bañera.
—¿También te ha contado que entró en la sala de baño?
—Sí —Sorprendida, mis ojos volaron hacia los suyos— Confío en Naruto —dijo— Llevas varias horas dormida.
—¿Y eso no es normal?
—No es anormal. Supongo que estoy… —Frunció el ceño, como si se le acabara de ocurrir algo— Supongo que me siento culpable por haberte mordido.
—¿Supones? —Arqueé las cejas.
Pareció pensarlo un momento y luego asintió.
—Sí, creo que sí.
—¡Deberías sentirte culpable!
—¿Aunque tú me apuñalaras y me dejaras aquí tirado para que muriera?
Se me revolvió el estómago y cerré la boca de golpe.
—Pero no moriste. Obviamente.
—Obviamente —Había un brillo juguetón en sus ojos— Apenas me quedé sin respiración.
—Enhorabuena —mascullé, poniendo los ojos en blanco. Él se rio. Irritada, retiré la manta de mis piernas de mal modo y retrocedí hacia el otro lado de la cama— ¿A qué has venido? ¿A llevarme de vuelta a la celda?
—Debería. Si alguien aparte de Naruto supiese que me apuñalaste, es lo que se esperaría de mí.
—Entonces, ¿por qué no lo haces? —Me puse de pie.
—Porque no quiero.
Lo miré durante unos instantes, mis manos se abrían y cerraban a mi lado. Él siguió sentado en la cama.
—¿Y ahora qué? ¿Cómo crees que va a funcionar esto, alteza? —Sentí una gran satisfacción cuando vi cómo apretaba la mandíbula— ¿Me vas a mantener encerrada en una habitación hasta que estés listo para que nos vayamos?
—¿No te gusta esta habitación?
—Es mucho mejor que una celda sucia, pero sigue siendo una prisión. Una jaula, por muy agradables que sean las condiciones.
—Tú lo sabes bien, ¿verdad? —dijo, después de un momento de silencio— Después de todo, llevas encarcelada desde la niñez. Enjaulada y oculta detrás de un velo.
Eso no había quien lo negara. Me habían retenido tanto en jaulas agradables como en otras austeras. Las razones eran diferentes, pero el resultado final era el mismo. Crucé los brazos y miré hacia la pequeña ventana, al cielo nocturno al otro lado.
—He venido a acompañarte a cenar.
—¿Acompañarme a cenar? —La incredulidad me hizo abrir mucho los ojos.
Lo miré de nuevo.
—Me da la sensación de que en esta habitación hay eco, pero sí, supongo que tienes hambre —dijo, y mi estómago aprovechó justo ese momento para confirmar que estaba en lo cierto— Y cuando tengamos algo de comida en el estómago, hablaremos de lo que pasará a continuación.
—No.
—¿No? —Arqueó las cejas.
Sabía que estaba siendo difícil sobre algo que no merecía la pena. Igual que había hecho con Naruto. Pero no estaba dispuesta a estar a disposición de nadie. Ya no era la Doncella. Y las cosas no iban bien entre nosotros solo porque hubiésemos perdido la cabeza de manera temporal en el bosque. Él me había traicionado. Yo había intentado matarlo. Él seguía planeando utilizarme para liberar a su hermano. Éramos enemigos, sin importar el resto de verdades.
Sin importar que lo quería.
—Tienes que tener hambre —insistió.
Hizo una pausa para tumbarse de lado, apoyó la mejilla en un puño. No podía parecer más cómodo ni aunque lo intentara. Ni más atractivo.
—Sí que tengo hambre. —Aun así, negué con la cabeza.
—Entonces —dijo, con un suspiro— ¿cuál es el problema, princesa?
—No quiero comer contigo —le informé— Ese es el problema.
—Bueno, pues es un problema que vas a tener que superar, porque es tu única opción.
—Verás, ahí es donde te equivocas. Sí tengo opciones —Le di la espalda— Preferiría morirme de hambre antes que cenar contigo, alteza —Di un gritito y casi me salgo del pellejo cuando se plantó de repente delante de mí. Se movió tan deprisa y con tal sigilo que casi ni lo vi— Por todos los dioses —musité.
Me llevé las manos al corazón, que aporreaba mis costillas.
—Y ahí es donde te equivocas tú, princesa —Sus ojos brillaban de un ámbar llameante al mirarme— No tienes opciones cuando se trata de tu propio bienestar y tu propia cabezonería absurda.
—¿Perdona?
—No dejaré que te debilites ni que te mates de hambre solo porque estás enfadada. Y sí, lo pillo. Pillo por qué estás disgustada. Por qué quieres enfrentarte a mí por todo, en cada paso del camino —Dio ese paso hacia mí y mi columna se bloqueó cuando me negué a retroceder. Sus ojos brillaron con más fuerza todavía— Quiero que lo hagas, princesa. Me divierte.
—Eres un retorcido.
—Jamás dije que no lo fuera —replicó— Así que enfréntate a mí. Discute conmigo. Mira a ver si de verdad puedes herirme la próxima vez. Te desafío a ello.
Abrí mucho los ojos, bajé los brazos.
—Eres… hay algo mal en ti.
—Tal vez sea verdad, pero lo que también es verdad es el hecho de que no dejaré que te pongas en un peligro innecesario.
—Quizás lo hayas olvidado, pero puedo valerme por mí misma —escupí.
—No lo he olvidado. Ni siquiera te impediré blandir una espada para proteger tu vida o la de aquellos que te importan —argumentó— Pero no permitiré que atravieses tu propio corazón con esa espada solo para demostrar que tienes razón.
Parte de mí estaba alucinada; aún pasmada de que no fuese a impedir que luchara. La otra mitad de mí estaba furiosa por que creyera que podía controlar alguna parte de mí. Al final, solté un gritito de frustración.
—¡Por supuesto que no! ¿De qué te sirvo muerta? Supongo que todavía planeas utilizarme para liberar a tu hermano.
Apretó los dientes, un músculo se tensó en su mandíbula.
—No significas nada para mí si estás muerta.
Aspiré una brusca y ardiente bocanada de aire que me abrasó los pulmones. ¿Qué diablos había esperado que dijera? ¿Que no querría verme muerta porque le importaba? Debía de haberlo sabido… Tenía que haberlo sabido.
—Vamos. Se va a enfriar la comida. —Sin esperar mi respuesta, agarró mi mano. Empezó a dirigirse hacia la puerta, pero no moví ni un músculo. Giró la cabeza hacia mí, su agarre era firme, aunque no doloroso— No me lleves la contraria en esto, Saku. Tienes que comer y mi gente tiene que ver que gozas de mi protección, si quieres tener alguna esperanza de no encontrarte un día tras otro encerrada en una habitación.
Hasta el último ápice de mí me exigía hacer justo lo que él decía que le divertía. Quería que me enfrentara a él a cada paso del camino, pero prevaleció el sentido común. Apenas. Tenía hambre y necesitaba estar lo más fuerte posible si planeaba escapar. Además, necesitaba que su gente viera que yo era material vedado. Si cenar con él como si fuésemos íntimos amigos me proporcionaba eso, entonces debería aceptar el trato.
Así que fue lo que hice.
Dejé que me condujera fuera de la habitación y ni siquiera me sorprendió ver a Naruto esperándonos. Por el asomo de diversión que se apreciaba en su rostro, debía de haber oído al menos la mitad de nuestra discusión.
Naruto abrió la boca.
—No me pongas a prueba —le advirtió él.
Naruto se rio bajito y no dijo nada, antes de empezar a caminar detrás de nosotros. Bajamos por las mismas escaleras por las que había descendido a toda velocidad hacía unas horas y traté de no pensar en mi alocada huida hacia el bosque. En lo que había sucedido cuando me alcanzó. Una ola de calor recorrió mis venas de todos modos. Él bajó la vista hacia mí, una expresión inquisitiva en la mirada, que ignoré con mucho cuidado al tiempo que rezaba por que no fuese capaz de percibir adónde habían ido mis pensamientos.
En cuanto entramos en la zona común, Naruto ralentizó el paso para caminar justo detrás de mí. Sabía que no era una acción inconsciente. La sala estaba llena de Descendentes, sus rostros pálidos mientras susurraban los unos con los otros, sin quitarnos el ojo de encima. Reconocí a algunos de ellos porque habían estado de observadores fuera de mi celda. Vi a Tayuya. Ahora no había compasión en sus ojos. Solo… especulación.
Levanté la barbilla y erguí bien la espalda. Los Ascendidos podían muy bien ser la encarnación del mal, y un número indeterminado de los habitantes de Solis podían ser sus cómplices, pero lo que ellos me habían hecho demostraba que eran de la misma calaña. Doblamos la esquina y levanté los ojos…
—Oh, por todos los dioses —susurré.
Me tambaleé hacia atrás mientras mi mano libre volaba hacia mi boca. Me estampé contra Naruto. Su mano aterrizó sobre mi hombro para ayudarme a mantener el equilibrio mientras yo miraba las paredes del salón. Me había quedado paralizada. Apenas podía respirar, asfixiada por el horror.
Ahora comprendía los rostros pálidos de la zona común. Las paredes estaban revestidas de cuerpos, los brazos abiertos a los lados y estacas de heliotropo clavadas en las manos. Algunos habían recibido una pica marrón rojiza en medio del pecho, otros a través de la cabeza. Algunos eran mortales. Algunos eran atlantianos. Media docena de ellos a cada lado. Vi a Rolf y al hombre que había dejado inconsciente, y vi… Vi al Sr. Tulis.
Me flaquearon las rodillas al mirarlo. Estaba muerto, el rostro de un espantoso color gris. Era mortal, pero de su pecho sobresalía una estaca de todos modos.
Todo lo que había querido era salvar a su último hijo. Le habían dado una oportunidad de hacerlo. Había escapado y ahora… ahora estaba ahí. No todos estaban muertos. Uno aún respiraba.
Jericho.
Bloqueé mis sentidos antes de que pudiera estirarlos y ver el tipo de dolor que estaba sufriendo. Su cabeza desgreñada colgaba hacia delante, respiraba en bocanadas irregulares y temblorosas. Sendas piedras de sangre atravesaban las palmas de sus manos, pero la estaca final estaba clavada en su cuello. El líquido carmesí empapaba su pecho desnudo, sus pantalones, se arremolinaba en el suelo a sus pies.
—Te prometí que pagarían por lo que hicieron. —Él no sonaba ni parecía contento. No sonaba orgulloso— Y ahora los otros saben lo que ocurrirá si me desobedecen e intentan hacerte daño.
—Él… sigue vivo —susurré, la garganta llena de bilis mientras contemplaba al wolven.
—Solo hasta que me sienta preparado para poner fin a su vida —comentó.
Soltó mi mano. Echó a andar sin volver a mirar atrás. Dos hombres abrieron las grandes puertas de madera que llevaban a la Gran Sala y él entró, directo hacia la mesa del centro, donde esperaban varias bandejas tapadas.
Me entraron ganas de vomitar. La mano de Naruto me dio un apretoncito en el hombro.
—No merecían menos.
¿En serio? Incluso el Sr. Tulis, que seguramente había sido el responsable de herirme de muerte.
—Ve —me apremió Naruto con la mano.
De algún modo, conseguí poner mis pies en movimiento. Pasé por delante de todos esos cuerpos, clavados a la pared como mariposas.
Aturdida, no me di ni cuenta de que estaba sentada a su derecha en la mesa, el típico lugar de honor. Naruto ocupó la silla a mi otro lado. Me quedé ahí sentada, como embotada, mientras los sirvientes destapaban las bandejas de comida y el resto de los presentes seguía nuestro ejemplo y tomaba asiento alrededor de la mesa. Reconocí a Iruka y a Neji, extrañamente aliviada de ver que estaban bien. Ellos me habían defendido y no quería pensar en sus razones para hacerlo.
Desplegado antes nosotros, había un festín. Carne estofada. Pato asado. Fiambres y quesos. Patatas al horno. Todo ello olía a las mil maravillas. Pero mi estómago daba vueltas sin parar y me quedé ahí sentada, incapaz de moverme. Naruto me ofreció algo de estofado y debí de aceptar porque acabó en mi plato. A continuación, llegaron el pato y las patatas. Él cortó un pedazo de queso y lo dejó en mi plato mientras alargaba la mano hacia su copa; parecía haberse acordado de que era una de mis debilidades.
Bajé la vista hacia mi plato. No vi la comida. Vi los cuerpos de la otra habitación. La conversación tardó un poco en empezar, pero enseguida se animó y se convirtió en un zumbido constante. Las copas y los platos tintineaban. Sonaban risas.
Y había cuerpos clavados a las paredes al otro lado de las puertas de la Gran Sala.
—Saku —Parpadeé y levanté la vista hacia él. Sus ojos dorados se habían enfriado, pero su mandíbula estaba bastante apretada como para cortar cristal— Come —me ordenó en voz baja.
Alargué la mano hacia un tenedor, lo levanté y pinché un pedazo de carne. Comí un bocado, masticando despacio. Sabía tan bien como olía, pero cayó demasiado pesado en mi estómago. Me metí unas patatas en la boca.
—¿No estás de acuerdo con lo que les hice? —preguntó, después de unos momentos. Giré la cabeza hacia él. Ni siquiera sabía cómo contestar a esa pregunta… si es que era una pregunta, para empezar a hablar. Se echó hacia atrás, la copa en la mano— ¿O estás tan conmocionada que de verdad te has quedado sin palabras?
Me tragué el último trocito de comida y dejé con calma el tenedor en la mesa.
—No me esperaba eso.
—Supongo que no. —Sonrió con suficiencia y se llevó la copa a los labios.
—¿Cuánto… cuánto tiempo los vas a dejar ahí?
—Hasta que me apetezca.
Se me comprimió el pecho.
—¿Y a Jericho?
—Hasta que esté seguro de que nadie se atreverá a levantar un solo dedo contra ti de nuevo.
Consciente de pronto de que varios de los hombres que nos rodeaban habían dejado de hablar y estaban escuchando, elegí mis siguientes palabras con mucho cuidado.
—No conozco a tu gente demasiado bien, pero me da la impresión de que ya habrán aprendido la lección.
—Lo que he hecho te molesta —comentó, después de beber un sorbo.
Sabía que no era una pregunta. Mis ojos volvieron a mi plato. ¿Me molestaba? Sí. Supuse que perturbaría a la gran mayoría. O al menos eso esperaba. La evidencia del tipo de violencia del que era capaz era abrumadora, si no del todo sorprendente, lo cual lo alejaba aún más del guardia que conocía como Indra.
—Come —repitió. Bajó la copa— Sé que tienes que comer más que eso.
Reprimí el impulso de decirle que era capaz de determinar cuánta comida necesitaba ingerir. En lugar de eso, abrí mis sentidos a él. La aflicción que percibí era diferente, sabía… ácida, casi agria. Sentí unas ganas inmensas de tocarlo, así que cerré un puño en el regazo. ¿Sería lo que había ocurrido entre nosotros lo que había causado eso? ¿Sería lo que les había hecho a sus propios seguidores? Era probable que fuesen las dos cosas. Alargué la mano hacia mi bebida, cerré los ojos, y cuando los volví a abrir, lo encontré observándome a través de sus espesas pestañas. Podía decirle que sí me molestaba. Podía no decirle nada de nada. Supongo que tal vez esperaba una de esas dos cosas de mí. Pero le dije la verdad. No porque creyera que se lo debía, sino porque me lo debía a mí misma.
—Cuando los he visto, me ha horrorizado. Es espantoso, sobre todo el Sr. Tulis. Lo que has hecho ha sido una sorpresa, pero lo que más me molesta es que… —Respiré hondo— Es que no me siento tan mal al respecto —Esos pesados párpados se alzaron y noté su mirada penetrante— Esa gente se rio cuando Jericho habló de cortarme la mano. Vitorearon cuando sangraba, y gritaron y sugirieron otras opciones de pedazos que Jericho podía tallar y guardar —expliqué. El silencio a nuestro alrededor era casi insoportable— Ni siquiera había visto a la mayoría de ellos hasta entonces, pero estaban contentos de ver que me iban a hacer picadillo. Así que no siento compasión.
—No se la merecen —declaró con voz queda.
—Estoy de acuerdo —murmuró Naruto.
Levanté la barbilla.
—Pero siguen siendo mortales. O atlantianos. Siguen mereciendo dignidad en la muerte.
—Ellos no creían que tú merecieras ninguna dignidad —rebatió él.
—Estaban equivocados, pero eso no hace que esto esté bien —le dije.
Sus ojos se deslizaron por mi cara. El tic del músculo había cesado.
—Come —repitió.
—Estás obsesionado con asegurarte de que coma —protesté.
Un lado de sus labios se curvó hacia arriba.
—Come y te contaré nuestros planes.
Eso captó la atención de varios otros. Rezando por que mi estómago no se rebelara, empecé a comer en lugar de solo juguetear con mi comida. No me atreví a mirar a Naruto, porque si lo hacía, miraría fuera de la Gran Sala, hacia el otro salón.
—Nos vamos mañana por la mañana —me informó y casi me atraganto con el trozo de queso que acababa de morder. Ninguno de los que nos rodeaban parecía sorprendido en absoluto.
—¿Mañana? —exclamé, con un hilillo de voz, dividida entre el pánico y la esperanza. Tendría mejores opciones de escapar en la carretera que ahí. Él asintió.
—Como he dicho, vamos a casa.
Di un buen sorbo de mi bebida.
—Pero Atlantia no es mi casa.
—Sin embargo, sí lo es. Al menos en parte.
—¿Qué significa eso? —preguntó Iruka desde el otro lado de la mesa.
Era la primera vez que hablaba.
—Significa algo que debí deducir antes. Hay muchísimas cosas que ahora tienen sentido cuando antes no lo tenían. Por qué te convirtieron en la Doncella, cómo sobreviviste a un ataque de Demonios. Tus dones —añadió, bajando la voz de modo que solo yo y nuestros vecinos inmediatos pudiéramos oírlo— No eres mortal, Saku. Al menos no del todo.
Abrí la boca y luego la cerré. No estaba segura de haberlo oído bien. Durante un instante, pensé que se me había quedado algo de comida atascada en la garganta. Bebí un trago, pero la sensación seguía ahí.
Los ojos azul joya de Iruka se entornaron.
—¿Estás sugiriendo que es…?
—¿Parte atlantiana? —terminó por él— Sí.
Me empezó a temblar la mano y el líquido de la copa cayó sobre mis dedos.
—Eso es imposible —susurré.
—¿Estás seguro? —le preguntó Iruka.
Cuando me giré hacia él, pude ver la sorpresa en sus ojos mientras me miraba de arriba abajo. Se demoró en mi cuello.
—Al ciento por ciento —contestó.
—¿Cómo? —exigí saber.
Una tenue sonrisa jugueteó en sus labios carnosos. Sus ojos también se deslizaron por mi rostro y se detuvieron… en mi cuello. En el mordisco, apenas oculto por mi pelo, según pude constatar. Mi sangre. ¿Lo supo después de… saborear mi sangre?
Los ojos de Iruka se abrieron como platos. Se echó hacia atrás en su silla y me miró como si fuese la primera vez que me hubiese visto en su vida. Me olvidé por completo del salón y me giré hacia Naruto. No vi la misma expresión en su rostro. Arqueó una ceja en mi dirección. Esto no lo pillaba de nuevas.
—No es frecuente, pero ocurre. Los caminos de un mortal y un atlantiano se cruzan. La naturaleza sigue su curso y nueve meses después nace un niño mortal —Naruto hizo una pausa y deslizó el dedo por el borde de su copa— Pero de vez en cuando, nace un niño de ambos reinos. Mortal y atlantiano.
—No. Tenéis que estar equivocados —Me giré en mi asiento— Mi madre y mi padre eran mortales…
—¿Cómo puedes estar segura? —me interrumpió Indra… No, Indra no. Sasuke. El príncipe— Creías que yo era mortal.
Mi corazón amenazaba con salirse de mi pecho.
—Pero mi hermano… ahora es un Ascendido.
—Esa es una buena pregunta —apuntó Iruka.
—Solo si damos por sentado que de verdad es tu hermano, de padre y madre —apostilló él. Solté una exclamación ahogada.
—Y que de verdad ha Ascendido —comentó otro.
La copa empezó a resbalar de mis dedos… Sus reflejos fueron rápidos como el rayo. Atrapó la copa antes de que impactara contra la mesa. La dejó sobre el tablero, luego cubrió mi mano con la suya y la depositó sobre la mesa.
—Tu hermano está vivo.
—¿Cómo puedes estar tan seguro? —Se me había parado el corazón.
—Llevo meses vigilándolo, Saku. No se lo ha visto nunca de día y solo puedo suponer que eso significa que es un Ascendido.
Alguien maldijo y luego escupió sobre el suelo. Cerré los ojos. ¿Parte… parte atlantiana? Si esa era la razón de que fuese la Elegida y fuese la fuente de mis habilidades, ¿lo habían sabido el duque y la duquesa? ¿La reina? Abrí los ojos.
—¿Por qué querrían mantenerme con vida si lo sabían?
—¿Por qué retienen a mi hermano? —Sus labios se habían apretado en una fina línea. Di un respingo. Se me heló todo el cuerpo.
—Pero yo no puedo hacer eso, ¿verdad? Quiero decir, no tengo… las, uhm, partes para ello.
—¿Partes? —tosió Naruto— ¿Qué le has estado metiendo en la cabeza?
El príncipe le lanzó una mirada de exasperación.
—Dientes. Creo que se refiere a estos —Retrajo el labio superior, deslizó la lengua por encima de un colmillo y mi estómago dio una voltereta y se revolvió en una mezcla de placer e inquietud— No necesitan que los tengas. Solo necesitan tu sangre para poder completar la Ascensión.
Si no hubiese estado sentada, lo más probable habría sido que me hubiese caído al suelo. Quería refutar su afirmación, pero no se me ocurría ninguna buena razón para que estuviese mintiendo acerca de esto. No ganaba nada con hacerlo. Me incliné un poco hacia delante en mi silla, al tiempo que me preguntaba si era posible que me estuviese dando un infarto.
—Siento curiosidad, Sasuke. ¿Por qué tenemos que irnos a casa? —preguntó Naruto, y hubiese jurado que su voz llevaba un propósito oculto— Eso nos alejará de donde tienen retenido a tu hermano.
—Es el único sitio al que podemos ir —contestó él, esos ojos dorados fijos en mí— ¿Sabías que un atlantiano solo puede casarse si las dos mitades están pisando la tierra de su patria? Es la única manera de que se conviertan en uno.
Entreabrí los labios y el silencio se extendió por toda la sala. Todavía aturdida por todo lo de ser medio atlantiana, no podía creer lo que estaba oyendo. Que estuviera diciendo que…
Ese maldito hoyuelo apareció en su mejilla derecha, luego en la izquierda. Sasuke Uchiha, el príncipe de Atlantia, esbozó una gran sonrisa, levantó nuestras manos unidas y declaró:
—Nos vamos a casa para casarnos, princesa mía.
