Habían pasado tres años desde la confusa y fallida confesión en la azotea de Industrias Futuro.
Se encontraban en una escuela diferente con nuevos compañeros, pero la configuración del grupo de amigos de Hillwood no había cambiado mucho. Excepto que Gerald y Phoebe habían anunciado su relación formal hace algunos meses, y Stinky y Gloria habían intentado salir nuevamente sin mucha duración.
Para Helga, Arnold seguía siendo un pequeño camarón intentando arreglar el mundo y ella aún le ayudaba en sus misiones altruistas a escondidas.
E intentaba burlarse de él ante los demás. Moderadamente. Ocasionalmente. Pues las reacciones del chico a sus burlas se habían mostrado menos pasivas, menos contenidas desde la fiesta del día de los inocentes en cuarto grado, y eso a Helga le desarmaba. Hubo un tiempo que su estrategia fue ser más maliciosa ante la actitud del rubio; sin embargo, el malestar emocional que la perseguía los días en que a él le duraba el enojo, la convenció de retirar el armamento pesado y reducir la brutalidad de sus enfrentamientos a finales de quinto grado.
Ahora, sentada al fondo del aula en clase de química, tenía que aguantar el espectáculo que le ofrecía el nuevo enamoramiento del chico por su compañera de trabajo sentada junto a él. Una chica de rubios rizos. ¿Tiene que ser empalagosamente atento y amable con ella?. Llevaba al menos tres semanas así. Sí, es linda y amable, ¿pero hasta cuándo el camarón con pelos va a empecinarse con otras chicas, cuando claramente yo puedo entregarle toda la pasión y devoción que su vida necesita?
Año tras año, una chica nueva.
Se lo encontró al final de la hora de almuerzo en el salón de artículos de arte de la escuela. Ella había ido a buscar materiales para la presentación que tenían que armar en grupos durante la clase de biología esa tarde; él seguramente también.
—Hola, Helga —le saludó, siempre pequeño y amable.
No. Nada HolaHelgas. Te escuché hablando con Geraldo sobre tu compañera de química en la fila de la cafetería. ¿Qué no entiendes?
—Cabeza de balón —le dijo secamente, acercándose a bloquearle el paso.
—Ahm... ¿me dejarías pasar? —le pidió serio, pues su paciencia con las ocurrencias de la rubia se había acortado con los años.
—Necesitamos aclarar algunas cosas, camarón con pelos —Ya había tenido suficiente.
—¿Qué? —le preguntó Arnold confundido. Siempre queriendo entender. Pero como Helga no podía reclamarle mucho tras retractarse de lo que sentía por él en cuarto grado, ¿cómo podía aclararle las circunstancias sin exponer sus sentimientos en una verborrea exhaustiva?, ¿cómo podía dominar la situación sin ahondar en explicaciones?
Así. Tal cual.
Dominó la situación sin ahondar en explicaciones. Con un pequeño y enigmático recordatorio.
Le tomó de la camisa y plantó fuertemente sus labios sobre los de él. Inspiró su aroma unos segundos, su nariz pegada a su mejilla. Los cabellos desordenados del chico haciéndole cosquillas en la frente.
Le apartó bruscamente un par de segundos después, mirándole con seriedad. Arnold se veían tan descolocado como cuando tenían nueve.
—¡¿Helga?!
—Listo, ya está —resolvió la rubia, compuesta y avasalladora, pasándole por un lado para retirarse.
—¿Q-qué acaba de pasar? —preguntó Arnold a sus espaldas, sin aire.
—Aash, cabeza de balón —contestó lo más desinteresada y sarcástica que pudo—. El furor del momento —y con ello dio por terminada la sesión.
El furor del momento se repitió antes de terminar el año escolar, tras notarlo nuevamente mirando a su compañera de química por demasiado tiempo. Pero esta vez Arnold parecía más molesto que perturbado cuando le pidió las explicaciones correspondientes.
En la tercera ocasión, cuando cursaban octavo grado y él había sido especialmente irritable con ella esa semana; con las manos levantadas en un amago de detenerla al verla acercarse con tanta determinación, le enfatizó:
—Ya no puedes seguir usando el furor del momento como excusa, Helga.
—Idiota, me tropecé, ¿qué no ves? —le discutió Helga antes de presionar los labios contra los de él.
No obstante, Helga cumplió con no seguir respaldándose en el furor del momento. Cuando, un Arnold resignado le preguntó cuál era la excusa para besarlo intensamente en el jardín de la casa de Rhonda durante la primera fiesta con alcohol infiltrado que celebraron a finales de ese año escolar; Helga respondió muy tranquila «tal vez me pasé con el ron». Era bastante creíble en aquél entonces, pues Rhonda y Harold, y Nadine y Lorenzo, usaron los mismos argumentos.
«Práctica para mi papel en la obra de teatro», le dijo unos meses después en Preparatoria, a lo que Arnold respondió vacilante «Helga, no podemos... ¿podemos conversar?». No. 'Conversar' sería un "no puedes andar besando a la gente, Helga" o tal vez "Helga, si quieres podemos ser amigos, pero no me gustas-gustas", o peor, "sé que me amas Helga y le voy a exponer al mundo tu suave y cursi interior". No. Estaba a salvo siendo dominante e impredecible.
«La emoción de la victoria» fue el pretexto de la rubia para besarlo al topárselo en el parque tras haber ganado un partido de béisbol. A lo que Arnold rebatió con «Helga, creo que necesitamos conversar sobre esto».
Y al llegar el verano, «cabeza de balón, ¿qué haces en mi cara?» fue toda la justificación que el chico obtuvo. Cuando él le gritó «¡Helga, ven!, tenemos que hablarlo», ella ya se retiraba. Tuvo dos llamadas perdidas de Arnold esa semana.
Tal vez... pensó la menor de los Pataki durante las vacaciones, si él muestra tanto interés, quizás en realidad no será tan malo conversar. Había que ser realistas, ella no podría seguir manejando la situación así para siempre. El chico ya estaba alcanzándole en altura y cada vez era menos debilucho. Quizás ya era hora de poner los pies en la tierra y enfrentar la situación.
Sin embargo, durante el primer semestre de décimo grado, la 'situación' no volvió a ocurrir, pues Helga lo evitaba a toda costa desde que él empezó a salir con una de las animadoras.
Había sido bendecido con un estirón que le dio los centímetros de altura suficientes para que el entrenador lo considerase para el equipo de básquetbol, y prontamente su talento superó las expectativas tanto del entrenador como de su equipo y de la escuela; pues si ya tenía habilidades para el deporte, el año anterior había practicado sin descanso para volver a aplicar tras no haber sido seleccionado. Esto le trajo popularidad y así conoció a su animadora.
Helga no supo si lo hicieron oficial. Fue un día martes, en Octubre, cuando los vio caminando en el pasillo de la escuela por primera vez. El brazo de él atrapado en los de una chica morena y bajita. Phoebe le confirmó que se les había visto juntos el fin de semana y Helga no sintió la energía de tomar represalias. Sintió más bien como si hubiese recibido una patada en el estómago que le sacó el aire y le desinfló despiadadamente las fantasías. Arnold crecía, avanzaba con su vida y seguía pasando de un enamoramiento a otro, sin nunca detenerse en ella. ¿Acaso la adolescencia le había afectado el ánimo y la autoconfianza?. Quizás al fin se habían moderado sus impulsos.
Las semanas siguientes decidió seguir el ejemplo del mismo Arnold —que ante un fracaso se mantenía ocupado— y se concentró en sus clases, el equipo de béisbol y el taller de Teatro.
Tras dos meses en que Phoebe no le había dado noticias al respecto —aunque Helga tampoco había preguntado—, decidió abstenerse de escribir poesía. Pensó que, aunque Arnold algún día terminase con la chica, vendrían otras. Lo sabía. Era apuesto, alegre, amable y popular. Y nunca había reparado en ella, sin importar cuánto la menor de los Pataki se impusiera. Necesitaba obligarse a dejarlo ir y crecer también.
Metió la última libreta que había estado utilizando para escribir en una caja, junto al lazo y el relicario que había mantenido guardados en el cajón de la mesita de noche desde los once años. La escondió al fondo de su armario con las demás cajas que almacenaban la abundancia de volúmenes escritos en su niñez.
Se unió al club de debate. Mientras más ocupara su tiempo, menos pensaría en otras cosas.
Habían pasado un poco más de tres meses desde ese funesto martes, cuando Rhonda Wellington Lloyd llegó con el chisme a primera hora en clase de matemáticas. Anunció que Sheena y Eugene parecían pasar mucho tiempo juntos, que Nadine y Lorenzo habían lamentablemente dado por terminada su relación, y que a Arnold y su animadora tampoco se les había visto juntos recientemente. A pesar de la determinación de la rubia por enterrar sus sentimientos, no pudo evitar la sensación de regocijo que se revolvió en su pecho.
Rhonda dio una fiesta tres semanas después, con el mal disimulado propósito de presentarle a Nadine los chicos más respetables de la escuela. Lorenzo no había asistido. Sheena y Eugene estuvieron efectivamente toda la noche uno junto al otro, así como Stinky y Lila. Sid e Iggy coqueteaban con cualquier chica que les aguantara el descaro. Gerald y Phoebe estuvieron enfrascados en una seria discusión gran parte de la velada. Y Helga se pasó la noche compitiendo en juegos absurdos con Harold, hablando con Patty y bromeando con Brainy.
Se separó de ellos unos segundos para ir al baño y se lo encontró dentro, apoyado contra la pared frente al lavatorio, jugando con un vaso vacío. Él la miró y le sonrió cordialmente.
—¿Es necesario que te veas tan patético, melenudo? —le soltó Helga, con amargura contenida. Amargura por aún sentir por él lo que se prometió no sentir más.
—Helga —contestó Arnold despacio, sin moverse de donde estaba—, ¿cómo has estado?, hace mucho que no hablábamos.
—Claramente has estado ocupado.
—Sí... —Arnold dejó el vasito en el mesón del lavamanos— supongo que la preparatoria nos ha consumido a todos.
No me refería eso.
La miró unos segundos, pareciendo pensar en algo. Sin embargo, al final sólo le dijo— Perdona, ¿necesitas el baño? —y se alejó de la pared para pararse bien, ante la mirada atenta de Helga.
Y fue todo muy lento.
—Perdón —murmuró Helga después de besarlo. No fue un beso brusco ni dominante como los anteriores; en realidad, sólo alcanzó a rozarle los labios un segundo, antes de arrepentirse. Había pensado que podía volver a decir que estaba ebria. Fue un impulso al verlo parado tan sereno frente a ella.
Arnold no se veía alterado ni sorprendido; incluso había alcanzado a apoyar su mano en el hombro de ella. Sin embargo, en el instante que Helga tocó sus labios se le ocurrió que él tal vez estaba allí aislado, pensando en la chica. Aún enamorado, aún lamentándose. Y si bien, eso hubiese sido motivo de burla hace unos años; esta vez, la imagen le pareció triste, tanto por él como por ella, que reincidía. Que no había avanzado nada. Que mientras él seguía yendo tras otras, ella seguía siendo la chiquilla tras él. Con ganas de llorar, se giró.
—Helga.
Y se retiró a otro baño a ahogar la vergüenza, el arrepentimiento, la frustración, la rabia consigo misma y convencerse de no más. Enfócate, Helga. Se repetía, contenida, mirándose al espejo. Manos en puños. Enfócate en lo que sí vale la pena, chiquilla. Respiró profundo e intentó relajar el rostro. Se veía algo pálida. El blanco de los ojos ligeramente teñido de rojo. Las largas y oscuras pestañas ya no estaban crespas. Te está yendo mejor en la escuela ahora que te estás concentrando. Se mojó el rostro e intentó peinarse el largo cabello rubio con los dedos. Te puedes expresar tanto como quieras en teatro. En béisbol y debate te celebran tu dedicación y esfuerzo. Ahí sí te ven. Inspiró profundo una vez más y apretó los labios que ya no conservaban brillo labial. Tienes a Phoebe, tienes a Patty. Miriam está trabajando a medio tiempo y está más despierta en casa. Enfócate, que está todo bien así.
Un mes y medio después, tras una clase de educación física, Sid y Harold encontraron graciosísimo sacar la pesa que sostenía la puerta del almacén donde Helga y Arnold habían sido asignados para guardar el equipo deportivo, dejándolos encerrados. Ninguno de los dos llevaba teléfono encima y Helga estuvo diez minutos amenazándoles a través de la puerta, mientras se oían las risas y burlas de los chicos, quienes se retiraron a su siguiente clase.
Cuando dejaron de oír las voces de sus compañeros, dedicaron siete minutos a discutir entre sí. Arnold le aseguraba que estarían bien, mientras ella forcejeaba con la puerta. A esto le siguieron cinco minutos de silencio, que Arnold interrumpió preguntándole cómo estaba, señalándole que sentía que no la había visto en muchísimo tiempo antes de la fiesta de Rhonda; e hizo intentos poco fructíferos de ponerse al día con su vida. Intentos y preguntas que Helga desviaba persistentemente llamándole metiche. No quería permitirle entrometerse en su frágil psiquis. Finalmente, ambos cayeron en un estado de ensimismamiento, sentados uno al lado del otro, con la espalda apoyada contra las repisas metálicas llenas de cachivache deportivo. El silencio fue interrumpido por las voces de Gerald y Phoebe que aparecieron buscándolos tras acabar su hora de clases. Sin tener la llave de la puerta, fueron a buscar al entrenador o un conserje.
—¿No hay furor del momento hoy, Helga? —dijo Arnold cuando sus amigos se alejaron.
Helga lo miró sorprendida. Seguía sentado junto a ella. La voz de él había sonado cansada.
—¿Qué dijiste?
—Creí que en una situación así... definitivamente surgiría un furor del momento —repitió Arnold sonriéndole ligeramente. Helga se sintió ruborizar.
—¿Te estabas preparando para arrancar, camarón con pelos? —respondió sarcástica. Tras un segundo se miró las rodillas— Te estaba dando un descanso. Tal vez la última vez fui un poco desubicada. Había bebido. Y tal vez tengo mejores cosas que hacer ¿sabes? Eres un poco egocéntrico, Archivaldo, me extraña viniendo de ti.
Arnold rio bajito.
—Siempre eres un poco desubicada, Helga.
—Sí, bueno, también te estaba dando espacio para llorar por tu romance fracasado.
Escuchó a Arnold suspirar.
—No sé si lo llamaría "romance" precisam—
—No me interesa.
Arnold calló unos segundos.
—Helga... —le apuró un poco— Gerald y Phoebe volverán pronto.
Aún con el rostro caliente, la chica se atrevió a girar la cabeza nuevamente. Respiró profundo sin dejar de mirar los ojos verdes que la observaban con firmeza. Sólo tuvo que acercarse un poco; Arnold acortó el resto de la distancia.
Fue un beso tímido y perezoso. Y mutuo.
Nota de la autora:
Hola. Esto iba a ser un one-shot, pero se me extendió demasiado. Segundo capítulo pronto :)
