Nota: Se lo debo a mi bestie, y al perro amor que le tengo a esta OTP.
Es temprano por la mañana e Isuke ya está vestido con su uniforme para la eliminación de goblins y pequeños demonios con la orden Longinus, sólo faltándole tomar su espada y ponerse la capa para marcharse por una semana.
Una semana lejos del ducado, una semana lejos de Enzo.
No le entusiasma pero es su trabajo.
Por ello, antes de partir, quiere despedirse de su esposo con quien había compartido cama anoche –por pedido suyo –, siendo que Enzo estaba durmiendo semi abrazado a una almohada con el cabello alborotado; sacándole una pequeña sonrisa mientras acomodaba con delicadeza algunos mechones tratando de no despertarlo.
O eso intentó, pues Enzo entreabrió los ojos y lo observó con somnolencia. Haciéndolo reprimir una pequeña risa ante la ternura y el cariño que le generaba esta escena.
– ¿Te desperté?
–… No, ya estaba despierto – tomó su mano por unos segundos, acariciando brevemente sus nudillos bajo el cuero negro del guante –. Ya sé que te gusta observarme mientras duermo - respondió con una sonrisa burlona que tiñó brevemente sus mejillas, avergonzado a Isuke por ser descubierto.
Enzo se sentó en la cama con la almohada en su regazo, mirando a su marido –. ¿Por cuánto tiempo te vas esta vez?
–… Una semana – respondió, con un suspiro desganado al mismo tiempo que apartaba la mirada. Enzo parpadeó una vez, procesando la información sin quitarle la mirada a su marido.
– Una semana… – repitió antes de bufar divertido, cruzándose de brazos y enarcando una ceja –, pero no es mucho tiempo, Isuke.
Isuke nuevamente suspiró, esta vez recargando su frente en su hombro. Enzo contuvo una risa y en cambio, palmeó su espalda en consuelo –… Pero no quiero ir.
– Lo mismo podría decir yo – mencionó, recordando el papeleo que le esperaba en su oficina. No era mucho pero tampoco era agradable estar sentado todo el día ahí –. Estarás bien, ya verás como esa semana no es nada. ¿O es que mi esposo no es eficiente que por eso se queja?
Isuke se alejó unos centímetros del sureño para mirarlo ofendido, mientras que Enzo acunó su rostro mirándolo divertido antes de depositar un beso en su frente y soltarlo, suavizando las facciones del paladín.
– Confío en que mi esposo hará un buen trabajo como siempre – volvió a acostarse en la cama, acomodándose y abrazando la almohada para darle la espalda y dormir nuevamente –. Nos vemos dentro de una semana– ¡Oye!
La almohada había sido lanzada lejos por Isuke, quien se coló entre sus brazos y lo abrazó por la cadera al mismo tiempo que ocultaba su rostro en su pecho. Enzo lo miró con el ceño fruncido un momento, rindiéndose unos minutos después, devolviéndole el abrazo y jugando con los mechones plateados.
– Si llegas tarde, no es mi culpa – murmuró, cerrando los ojos y lentamente sumiéndose al sueño.
Para unas horas más tarde, despertar y encontrarse solo en la habitación con una extraña sensación de vacío.
Tres días habían transcurrido desde que Isuke se fue, y en ese tiempo se había mantenido ocupado con el papeleo en la oficina. Sorprendiéndose por terminar la pila de documentos que hasta hace poco, abarcaba una parte del escritorio.
Al parecer no eran tantos papeles por revisar como había creído, y ahora tenía tiempo libre.
Suspiró, recostándose sobre el escritorio, aburrido. Dejándose envolver por el silencio y tranquilidad de la habitación hasta que unos golpes suaves en la puerta captaron su atención así como también, lo intrigaron por un momento hasta que vio a su pequeña hermana asomarse.
Rudbeckia se mostró ligeramente asombrada de verlo ahí, cosa que le hizo erguirse en su asiento y enarcar una ceja.
– ¿Por qué esa cara?
– Ah, bueno… es que me parece raro que todavía sigas aquí, cuando sueles salir a divertirte – respondió, entrando y cerrando la puerta detrás de sí, caminando hasta el escritorio. Mirando con una pequeña sonrisa a su hermano.
– No era mucho lo que tenía que hacer – le restó importancia con un ademán, recibiendo una mirada traviesa de la menor que ignoró –. ¿Y qué te trae por aquí, Ruby?
– Quería invitarte a tomar una taza de té – respondió, llevándose ambas manos a la cadera y alzando la barbilla con suficiencia –, que por supuesto, hice yo misma.
– Oh, así que finalmente sabes cómo preparar un té decente – bromeó, cruzándose de brazos –. Parece que los esfuerzos de mi cuñada no fueron en vano – Ruby le golpeó el hombro, aunque no lo suficientemente fuerte como otras veces.
– No tienes permitido rechazar mi invitación.
– Bien, bien, vamos a tomar té.
Para Ruby, no era normal que Enzo se recluyera en su oficina por tantos días cuando generalmente solía escabullirse a bares e incluso a casinos en la ausencia de su cuñado. Y tal vez algunos en la mansión notaron que algo extraño le sucedía a su hermano y señor de la casa, incluido su suegro quien pese a no estar totalmente presente, habría sido informado, probablemente por boca de Elena.
Hacía tiempo no se preocupaba por tratar de que Enzo se ganara a Isuke, pues viéndolos y siendo comentado por algunos sirvientes, su cuñado estaba encantado (y prendado) con su hermano. O eso también escuchaba a Elena decirle cuando pasaban el rato juntas; pero en momentos como este, a veces sentía que debía velar por el bienestar de su relación, más que nada de parte de su querido y terco hermano.
– Enzo.
– Dime.
– ¿…Te sientes solo?
Enzo miró el contenido amarillento de su taza antes de darle un sorbo. Casi toda su vida se había sentido de esa forma, exceptuando los momentos agradables que tenía con Rudbeckia y a veces, con Cheshire o los tres juntos cuando su padre no estaba cerca; de ahí su necesidad de rodearse con extraños, ya sea para beber o para apostar dinero.
Y aunque muchas veces sintió que no podía alcanzar o llegar a ninguno de los dos (a Ruby y a Cheshire), llegó a acostumbrarse a esa sensación de estar juntos pero nunca tan cerca. Además de ignorar su propio vacío y llenarlo con cualquier cosa.
Pero entonces conoció a Isuke, que si bien no fue muy amable al comienzo, este hombre con todo y sus errores –y los que sigue cometiendo, porque es humano –, empezó a hacerse lugar en su soledad. Lo que le asustó y, todavía le sigue asustando.
Pues, ¿Qué haría cuando Isuke ya no pueda estar más a su lado?
– ¿Por qué? Si ya te tengo a ti, que te metes en problemas con tus ocurrencias y también…
– Ok, tal vez me equivoqué en mi pregunta y también, ya no he estado haciendo nada–
– Todo es gracias a la generosidad de Elena y tal vez incluso–
– Enzo, ¿Extrañas a mi cuñado? – preguntó, interrumpiéndolo a sabiendas de que Enzo estaba desviando el tema a propósito –… ¿Es esa la razón por la cual–?
– Ruby, no necesito una razón para salir. Simplemente quería acabar con esos pendientes para que no se acumulara, además, ¿Me invitaste a tomar el té para preguntarme esto? – debía felicitarse por no haber estallado, aunque probablemente se debía a la fatiga que estaba sintiendo por no haber dormido en casi dos días. Se masajeó el puente de la nariz, mitigando un futuro dolor de cabeza –. Sólo estoy cansado.
–… Entonces con más razón, deberías tomar un poco de té.
–… ¿No más preguntas?
– No más preguntas – prometió Ruby, con una pequeña sonrisa. Confortando un poco a Enzo.
El té de esa tarde estuvo rico.
–… Nunca creí que llegaría el día en que te enamoraras en serio de alguien – comentó divertido, detrás de la rejilla del confesonario, sonriendo ladino –. Y mucho menos de ese sujeto.
– No quiero escuchar eso y mucho menos, viniendo de ti – señaló con el dedo hacia la rejilla, enfurruñado –… y el único que puede criticarlo soy yo. Es mi esposo, no el tuyo.
– Afortunadamente – agregó, encogiéndose de hombros sin borrar su sonrisa divertida –… Aunque es raro que vengas a verme, y sobre todo, a contarme estas cosas por voluntad propia.
– Sí, tal vez no fue una buena idea… pero hay alguien que se está quejando de ti, y tengo que responder – respondió con fingido aburrimiento, recostándose en una de las esquinas del confesonario, mirando distraídamente sus uñas –, ya sabes, porque estás bajo libertad condicional y esas cosas.
Cheshire jugueteó inconscientemente con la piedra colgante del collar en su cuello, desviando la mirada con incomodidad –. Vaya, que diligente… pero no estamos hablando de mí, sino de ese asunto que te traes con tu marido – bufó, recargándose contra la esquina cerca a la rejilla del confesonario –. Deberías ser más honesto con lo que sientes, no creo que él te vaya a rechazar. Incluso me atrevo a decir que escuchar eso, lo tendrá contento… como a un perro.
Enzo frunció el ceño, encogiéndose en su lugar, frustrado. Justamente su problema era ser sincero con respecto a sus sentimientos, porque mostrarse débil no era algo grato para él, y ser vulnerable nunca traía nada bueno; o eso aprendió creciendo en la ahora extinta, familia Borgia.
Pero ahora que estos sentimientos no podían ser ignorados, y que el alcohol ya no estaba surtiendo efecto y que todo indicaba a que debía decirlo… se sentía aterrado.
– Te dije que no insultaras a mi marido, Cheshire.
Cheshire entornó los ojos, desinteresado.
– Mi error.
Enzo se levantó del asiento y antes de irse, añadió con malicia –: Y lo que diferencia a Isuke de ti, es que él no necesita usar un collar.
Cheshire lo persiguió por casi todo el templo, siendo únicamente salvado por el arzobispo. Aunque los dos se llevaron un regaño por su persecución.
Sabía que lo más razonable era recibir a Isuke dentro junto a la servidumbre al mismo tiempo en que se arrepentía de no haberse ido a jugar un poco más a los casinos. Aunque haberse tomado ese Fernet con café debió bastar por ahora.
Su cara estaba caliente, seguramente por la bebida y el calor que estaba haciendo. Y si estaba sudando era por el mismo clima y no por otra cosa.
Sí, eso era y nada tenía que ver con lo que pasó en toda esa semana. En la que se puso horriblemente sentimental, en absoluto. Y sobre todo, esto no tenía que ver con Isuke.
¿Verdad?
Pasó saliva ante la repentina sequedad en su garganta, tal vez debió tomar un poco más. Tal vez no era demasiado tarde para ir por su reserva secreta en la oficina. O tal vez él…
El relincho de un caballo se escuchó, lo que sin duda indicaba que su marido había regresado. Y él… él tenía muchas ganas de irse de ahí pero sus piernas no reaccionaban y su corazón estaba acelerándose más de lo que le gustaría admitir.
Estaba jodido.
Sobre todo cuando Isuke lo notó y su mirada pareció iluminarse. Tuvo que apartar la mirada por el bien de su salud mental, así como también, ignorar lo que parecía una pizca de emoción por verlo; por Dios, él estaba tan jodido.
En un pobre intento por disminuir todas estas emociones y sensaciones, se aclaró la garganta al verlo caminar hasta donde él se encontraba, bajo un árbol de Tilo. Lo miró a los ojos en cuanto estuvieron cara a cara, lo más calmado que pudo.
– Bienvenido a casa…
– Regresé… ¿Cómo has estado, Enzo?
Enzo lo observó un rato más, antes de cruzarse de brazos y desviar la mirada –. Ocupado, cansado y estresado con… unos asuntos – suspiró, cubriéndose el rostro con una mano con tal de disipar el nerviosismo que quería apoderarse de él.
– ¿Cuáles asuntos? – el silencio de Enzo le preocupó así como el hecho de que evitaba mirarlo a la cara. Lo tomó por los hombros tratando de no ser brusco pero también, de obtener respuestas y su mirada –. Enzo, ¿De qué asuntos…?
– Fui al templo hace dos días para… para… esa cosa.
– ¿Qué es "esa cosa"?
– ¡Esa cosa es para nuestros votos matrimoniales! – Con el ceño fruncido y guiado por sus emociones, picó su pecho cual reproche mientras miraba fijamente a esos rubíes sangrientos –, ¡Tú y yo nos vamos a casar por la iglesia, ¿de acuerdo?! Y ya es demasiado tarde para retractarse, porque ya empecé a organizar todo, incluido los trajes. Así que… Así que… – la expresión atónita de Isuke no le estaba ayudando, y tampoco el que su cara se estuviera poniendo más caliente. Sentía que podría desmayarse de tanto calor –, ya no puedes deshacerte de mí.
El agarre en sus hombros tembló así como el rostro de Isuke comenzó a enrojecer casi como el color de sus ojos, carmín. Enzo se sobresaltó cuando su marido ocultó su rostro en su cuello, confundiéndose cuando una pequeña risa llegó a sus oídos.
– ¿Te estás riendo de…?
– No yo, yo estoy muy feliz… tanto que… podría morir – murmuró, abrazándolo mientras mantenía escondido su rostro. Enzo suspiró aliviado, correspondiendo su abrazo, sintiéndose tranquilo y avergonzado por partes iguales.
– No digas eso… no quiero ser viudo.
– No lo serás. No te voy a dejar.
–… Más te vale – respondió, sonriendo ligeramente por un instante hasta que el olor de sangre llegó a su nariz –. Oye, apestas.
– Lo sé.
– Y ahora yo también, maldición… ¡Oye, ¿qué rayos haces?!
– Nos vamos a bañar.
– Tú… pero si vamos a bañarnos sólo eso, ¡nada más!
