De esa manera: arruinaba todo.

Entraba y rompía cada uno de mis estigmas; mientras escuchaba el suave tipeo de sus dedos contra el teclado o los sorbos taciturnos que le daba al café a una hora que no era adecuada para uno.

Y así, me dañaba.

Con esa impasible presencia, como si tuviera todo controlado, como si fuera otro quehacer que atender. Una mosca en la sopa. Ese desagradable fragmento de arroz que quedaba frio cuando era recalentado.

Inamovible. Con cada movimiento calculado. Una presencia firme, que entraba y se iba a su antojo.

Y así, me asesinaba. De pies a cabeza, de interior a exterior.

Con una sonrisa, con unas palabras tiernas, con un te quiero sincero.

Me mataba todos los días, para que cuando reviviera la mañana siguiente pudiera verme en el espejo de la misma forma que él me miraba.


3/30

Martes 25 de abril de 2023

22:25 p.m.