Frente a la puerta había un niño y una niña.

El chico tenía el pelo en punta, teñido de mala manera y vestido de pies a cabeza de negro, mientras que la niña, que aparentaba ser dos o tres años menor, sonreía con sinceridad, junto a un par de ojos verdes inmensos y el pelo ondulado largo que traía atado en dos coletas.

Misaki sabía muy bien quienes eran.

La niña fue la primera en entrar, que se abalanzó encima de Misaki, quien con facilidad la tomó en brazos, dio dos vueltas y la dejó de nuevo en el suelo.

—¡Hana! Estás más alta.

La niña alzó el mentón orgullosa y ensanchó la sonrisa— ¿A que sí? Creo que es porque yo sí tomo la leche que mamá prepara en la mañana... no como otros.

Miró de reojo al niño, que chasqueó la lengua.

—¡Mahiro! —exclamó Misaki— ¡Qué bueno que...!

—¡No me toques, gay!

Hana gruñó y comenzó a gritarle a su hermano, quien pasó de largo e ignoró la sonrisa junto a los brazos extendidos de Misaki.

—No entiendo por qué mis viejos no me pueden dejar solo ¡Ya estoy grande!

—¡Eso es porque eres inmaduro!

—¡Cállate niña tonta! ¡A ti te hubieran dejado con este par por ser tan patética! —le gruñó Mahiro a su hermana, antes de entrar a la sala y arrugar la nariz al ver a Usami, que después de un segundo, lo desconoció— ¡Oye! ¿Dónde está mi pieza? Este lugar es gigante... una lástima que se desperdicie con dos homosexuales.

Usami hizo un gran esfuerzo en no enfadarse y Misaki agitó los brazos en un afán de que lo dejara a él controlar la situación. Hana volvió a pelearse con su hermano, aunque este la callaba con insultos.

Mi-chan —trató de llamar Misaki— no siento que sea muy apropiado...

—¡No me digas así! Además ¿Por qué lo reclamas? Pero si es cierto ¿No? No estoy diciendo ninguna mentira. Ustedes son gays.

—Pero aun así, el tono...

El chico sonrió. Misaki seguía impresionado de que los niños de casi doce se comportaran de ese modo.

Pronto se escuchó el estridente sonido del tono de llamada del teléfono de Mahiro. Quién soltó los bolsos y corrió al balcón a contestar.

—Takahiro lo malcrió —gruñó Usami, que quiso tomar a la gata, pero esta prefirió ir a olfatear a Hana —. Me impresiona lo bien que salió contigo y Hana-chan, pero con ese niñato...

—¡Es tu ahijado, Usagi-san!

La niña agarró a la gata, se acercó con ella hacia donde Usami, antes de saludarlo con otra sonrisa cálida y sentarse a su lado. Miró la taza que Usami tenía en las manos.

—¿Qué bebes? —le preguntó Hana.

—Café.

—¿Puedo tomar yo también?

Usami miró el contenido y luego la negación de Misaki.

—No te va a gustar, porque no es dulce.

—Papá tampoco me ha querido dar nunca...

Misaki le acarició la cabeza y sonrió.

—Si quieres te puedo dar un poco de leche o jugo.

—¿¡Tienen bebida?! —Misaki asintió —Quiero tomar bebida, por favor.

Misaki se fue a la cocina y buscó un vaso, mientras apreciaba la forma en la que Hana jugaba con Aki tranquila. De una fuerte sacudida de la puerta corrediza, Mahiro regresó y adoptó de nuevo aquella actitud petulante y exagerada.

—Bien ¿Entonces? ¿Dónde? Espero no tener que compartir cuarto con la estúpida de mi hermana.

Hana adoptó una expresión malhumorada, mientras recibía el vaso de bebida de Misaki.

—Mira, niño, ahora, quieras o no, estás en mi casa ¿Comprendes? —dijo Akihiko, con un tono intimidatorio que resbaló del niño—. Discúlpate.

—Si claro, y también me voy a poner de rodillas, Unagi-saaan —contestó Mahiro, con los ojos en blanco— ¿Saben? Ya da igual, voy a buscar la pieza por mi cuenta.

Mahiro agarró su bolso y subió las escaleras mientras era seguido por Misaki. Usami y Hana se miraron entre ellos, antes de encogerse de hombros y mantenerse impasibles.

Serían unas largas semanas.

—¿Disciplinar a un niño?

Ritsu se mostró confundido ante la repentina pregunta. Misaki se apresuró a explicarle la situación y luego de que su compañero la comprendiera se quedó un rato en silencio.

No tardó demasiado en que Takano llegara, como era habitual, para irse con Onodera. Al verlos juntos, Misaki aprovechó de comentarle también acerca de su sobrino y los dos se encogieron de hombros.

—Ni idea.

—Yo creo que Kirishima-san debe saber, él tiene una hija ¿No?

—Sí, pero ya está en la universidad.

Misaki agradeció las referencias y se quedó pensativo. Buscó en internet y habló con Takahiro, todo indicaba que el niño pasaba por una etapa de búsqueda de identidad en donde lo que menos le interesaba era el resto.

Se quedó ahí parado, consciente de que solo tendría las agallas de preguntarle a Kirishima-san como último recurso. Era su superior y no podía molestarlo por estupideces de "sentido común".

—¡Lo siento tanto, Misaki! La psicóloga dijo que debíamos dejarlo ser y, como no es problemático en la escuela, pues... lo dio de alta. ¡Solo serán dos semanas! ¡Lo juro! —se disculpó Takahiro reiteradas veces.

—Está bien... lo bueno es que Hana es todo lo contrario a Mahiro.

Escuchó como Takahiro comenzaba a sollozar lo agradecido que estaba de Hana, con ese tono de voz que los padres utilizaban para alabar las virtudes de una hija. Pronto escuchó como Manami interfirió en el teléfono.

—Aun así, si cualquiera de los dos te causa cualquier problema házselos saber, y castígalos, no seas tan benevolente como Takahiro.

Le aseguró que no se preocupara más de la cuenta y cortó. Aun así comprendió lo complejo que debía ser para ellos, como padres, tener un hijo que se negaba rotundamente a tomar las llamadas que hacían a diario para saber cómo se encontraba.

Misaki no comprendía esa insensatez, pero aun así debía lidiar con el tema. Si no iba a generar un cambio, tocaba tolerarlo.

Llegó a la escuela primaria de los niños donde se encontró a Hana que lo esperaba en los juegos de la entrada, donde los niños aguardaban hasta que los vinieran a retirar. Hana saltó del columpio y corrió a abrazar a Misaki, con la pesada mochila a espaldas.

—¡Mira, tío! Hoy preparé galletas en el taller de cocina —le dijo Hana, que extendió una bolsa de galletas de animales—. Son de vainilla, chocolate... y estas las hice de limón.

Misaki le apretó una mejilla orgulloso—. ¡Asombroso, Hana! Hoy la podemos comer mientras vemos una película ¿te parece?

La niña asintió varias veces y regresó a los juegos. Tenían que esperar ahora por Mahiro, que debía salir de la actividad extracurricular que tenía. Era un deporte, fútbol, baloncesto o voleibol; ya no se acordaba de lo que tenía apuntado en el horario.

Ahora que Takahiro volvió a trabajar a Tokio desde hace un par de meses, toda su familia tuvo que mudarse con él. Aquella era la razón por la que los dos estudiaban en una primaria centralizada en la metrópolis Japonesa, cerca de su casa que quedaba en el distrito de Ueno.

A los diez minutos salió Mahiro, acompañado de un grupo más o menos grande de niños, en donde él era el centro de atención. Misaki lo saludó con ánimo, a lo que el niño guardó las manos en los bolsillos y se acercó

—¡Esa atajada fue grandiosa!

—¡Y aquel gol!

Misaki ensanchó la sonrisa, que le dedicó a cada niño. Luego miró altivo a su hermana que se acercó con ilusión para contarle acerca de las galletas, pero lo único que recibió fue algún que otro sonrojo por parte de los amigos de su hermano, menos el interés de la persona que buscaba. Así que se regresó dónde Misaki, para tomarlo de la mano.

—¿Tuviste un buen partido, Mi-chan?

El silencio reinó en el grupo y Mahiro se puso rojo de cólera. Empujó al niño que tenía al lado y se plantó frente de Misaki. Escuchó varias burlas, hasta que se despidió del grupo con vergüenza.

—Lo siento... no sabía que...

Al alzar la mirada, Mahiro le mostró los ojos llenos de lágrimas infantiles y las manos en dos firmes puños.

Lo siguió en completo silencio hasta el apartamento, sin escuchar las disculpas de Misaki. En el último piso, Mahiro se aferró a la mochila y gritó:

—¡Muérete, gay de mierda!

El niño escapó a encerrarse en la habitación de invitados que le fue asignada.

Usami salió en dos instantes del estudio, parecía enfurecido y aquello hizo que Misaki corriera a sujetarlo para que no hiciera alguna estupidez.

Afuera de la pieza, Usami arremetió contra la puerta, pero esta solo emitió un sonido ronco y tembló. Misaki terminó por evitar un segundo golpe, al ponerse entre medio con una mirada acusadora.

—No puedes ser tan blando.

—Pero esta no es la manera.

Usami bajó las manos y las colocó inamovibles una a cada lado, luego soltó un suspiro. Tenía profundas ojeras, producto de que pronto llegaría la fecha límite para la tercera entrega del avance de una nueva novela.

Una novela que, según las propias palabras de Aikawa, era "increíblemente demandante, novedosa y estresante".

—Solo... dejémoslo tranquilo. ¿Sí? ¿Qué quieres comer? Hana-chan cocinó galletas y...

Misaki se calló por cuenta propia, solo por ese vacío en el gesto de Usami, que posó la mano sobre su hombro y se volvió a meter al estudio.

El cascabel de Aki le llamó la atención y Misaki quedó parado ahí en medio del pasillo, con un nudo que le apresaba el estómago, antes de regresar a donde Hana, que parecía estar a punto de llorar.

—Tranquila, tu hermano está en una edad complicada y...

La niña asintió, pero pronto se limpió una lágrima.

—Las galletas de chocolate son las favoritas de Mahiro, a mí ni siquiera me gustan tanto y a las de limón no les puse mucha azúcar, porque me dijiste que al tío Usagi no le gustaban las cosas muy dulces.

De ese modo, una niña de nueve, le robó las palabras a Misaki.

Luego de aquel incidente, el ambiente se volvió más hostil. Misaki trataba de ignorarlo, pero a Akihiko le iba mal eso de la hipocresía y decidió que no volvería a compartir mesa con un niño tan estúpido.

Mahiro ni siquiera miraba a Misaki.

Aun así Misaki lo notó al momento. Como Mahiro parecía enfadado con todo el mundo, con una sonrisa brillante pero falsa. Por alguna razón el niño siempre mostraba ese cinismo incluso con sus amigos.

Un día, cuando Misaki iba a entrar a limpiar se quedó de piedra afuera, al escuchar unos leves sollozos de dentro de la habitación cerrada con pestillo.

Trataba de recordar cómo había sido su infancia, pero rememoró rápidamente que él no tuvo una fase rebelde. Misaki, como siempre buscaba molestar lo menos posible, ayudaba sin rechistar, respetaba a los adultos y trataba de atender en clases a pesar de no saber demasiado.

No obstante, consideraba que el poseía un pasado traumático. Una culpa que incluso en sus prontos treinta le erizaba la piel adulta. El nunca buscó una identidad, una comprensión total; porque tuvo suficiente con la empatía forzosa y la presión de crecer.

Quería comprender a Mahiro, lo intentaba, pero costaba tanto.

"Hermano, de verdad admiro tu fortaleza". Pensó y tocó la puerta para ser ignorado todas las veces. Acabó por desistir.

Las cosas mejoraron un poco una vez Usami cumplió una de sus fechas límites y luego de que Misaki le recalcara lo mal que estuvo su desaire ante los esfuerzos de Hana, Akihiko se disculpó con la niña y ahora ella no dejaba de pasar lo que más pudiera de tiempo con Usami.

—Usagi-san, ¿me enseñas matemáticas?

—Usagi-san, ¿puedo jugar con Suzuki-san?

—Usagi-san ¿Por qué te gusta usar tanto la computadora? Papá dice que pasar mucho tiempo en la computadora es malo... ¿Puedo usarla yo también?

Sin duda Misaki nunca creyó que las palabras de una niña fueran suficiente como para que Akihiko mostrara un inédito lado dulce. Hana amaba sentarse, después de clases, en el sofá del estudio de Usami, con Suzuki-san al lado, mientras leía hasta terminar alguno de los tantísimos libros que Usami tenía.

—Me cae de maravilla —le comentó Akihiko, durante la usual conversación que mantenían antes de acostarse—. Pensaba que los niños ya no leían nada más que esos tontos mangas.

—¡Oye! Igual cuenta como literatura ¿sabes?

Usami afirmó con palabras vanas, se quitó los lentes y ladeó la cabeza hacia Misaki.

—Hana es muy lista, tiene un potencial gigantesco.

Un día, que Mahiro debía ir a comprarse un par de rodilleras nuevas, salió (para desgracia de ambos) junto a Misaki. Tras pasar en la primera tienda deportiva que vieron y regresar, Misaki se asustó un poco al no encontrar ni a Akihiko o Hana, hasta que recibió una foto desde la aplicación de mensajería que provenía del número de contacto de Hana.

En ella aparecían Hana junto a Usami, quien tomaba la foto, la niña con el helado más gigante que había visto y él con uno modesto, de color verde, lo más probable de menta o pistacho. Misaki se quedó un rato embelesado, sin saber si era porque la comida lucía deliciosa, o que la sonrisa de Usami era tan sincera que asustaba.

Junto a eso venía un texto que decía:

Hana 🌸 18:12 p.m. "Usagi-san me llevó a comer helado (✧ω✧). Regresamos en un ratito más (^ _-) "

Misaki sonrió, casi deseando que en esa semana ocurriera algo que hiciera que Mahiro volviera a comportarse como era en realidad, pero eso era imposible.

En efecto, casi como si el destino sonriera de manera malévola. Tenía algo preparado.

Se suponía que Mahiro tenía un importante juego de futbol ese sábado.

—¿Qué hizo ese niño para merecer ser visto?

—Vamos... ver un partido no te hará daño.

Usagi hizo un mohín poco convencido y terminó por asentir. Mahiro, como era obvio, no le contó a ninguno acerca de ese juego, pero Misaki logró extraer la información de una de las madres que esperaban a sus hijos a la salida del colegio.

Cuando Mahiro se enteró de que irían no le hizo para nada de gracia. Pataleó y gritó barbaridades hasta que se encerró en la pieza.

¿Qué pensarían sus amigos al ver que no solo sus padres estaban ausentes, sino que en su lugar iba su patética hermana menor junto a su afeminado tío y otro hombre?

Era una forma cruel de pensar, y Misaki estuvo a punto de refutar, pero determinó que iría a ver a su sobrino. Más que nada porque le preocupaba que pudiera hacerse daño durante el juego y él no estuviera ahí presente, en una actitud negligente.

Esa mañana empacó con esmero el bento y salieron a la escuela. Akihiko aguardó con Hana en el auto por Misaki, quien dejó que Mahiro se fuera con el resto del equipo al estadio.

A pesar de que Mahiro pintaba a Misaki como lo peor, tal parecía que nadie más que él pensaba eso. Sus amigos creían que era del tipo de tío "Cool" que siempre venía recogerlo y que aún se mostraba con un estilo juvenil.

Además de eso, nadie negaba la belleza intrínseca de Hana, que parecía haber sacado los mejores rasgos de sus progenitores: Altura del padre y rostro de la madre. La niña traía a espaldas un largo séquito de niños, a los cuales ella ignoraba desinteresada de la atención que le daban.

—¡Misaki-kun! —llamó una de las madres— ¡Ven!

El chico saludó al grupo de mujeres que conversaban entre ellas. Y se acercó.

Las amigas de Hana abrieron mucho la boca, al verla llegar con un hombre alto y guapo, como Usami. Hana sonrió orgullosa y sus amigas pronto se la llevaron consigo, con las mejillas sonrosadas.

Las madres, por otro lado, también parecieron impresionadas al ver al "amigo" de Misaki, aunque solo las madres mojigatas se separaron de ambos hombres, desconfiadas. El resto pareció más interesado en hablar con aquel atractivo hombre de su misma edad.

El partido transcurrió tranquilo. El equipo de Mahiro ganó y todos los niños salieron contentos, solo con un par de arañazos en las rodillas. Esperaron en las gradas, hasta que el equipo comenzó a separarse. Los niños corrían donde sus madres contentos o tristes, todo dependía del equipo por el cual jugaron.

Todos, menos Mahiro.

—Tío Misaki, ¿Por qué Mahiro se demora tanto?

Misaki no supo que contestar, así que miró alarmado a Usami y se frotó la sien, al darse cuenta de que las gradas comenzaron a quedarse vacías.

—Ren-chan —llamó Misaki, a uno de los niños amigos de Mahiro. El niño se aferró a la mano de su madre y lo miró—. ¿Has visto a Mahiro?

—¿Mahiro? Él se fue con un amigo de su papá.

La madre abrió mucho los ojos y Misaki también, que casi se desmaya, y de no ser por Usami lo hubiera hecho.

—¿Hace cuanto fue eso?

—Poco, salió por la puerta trasera.

—Misaki-kun ¡Voy a llamar a la policía! ¿Vale?

Agradeció y sin pensarlo más, salió a la calle mientras gritaba el nombre de Mahiro a los cuatro vientos. Usami, sin saber demasiado qué hacer, dejó a Hana que no paraba de llorar con las madres de sus amigas y salió junto a Misaki a llamarlo.

En poco tiempo todos los apoderados se hallaron al tanto de la situación y buscaban a Mahiro.

No fue hasta que escuchó un sollozo en un callejón que Misaki supo que Mahiro debía rondar por ahí. Despavorido entró con Usagi y se encontró con Mahiro que lloraba, al mismo tiempo que trataba de apartarse de un hombre grande de mediana edad, que le tiraba de la camiseta.

Misaki no lo pensó antes de empujar al hombre y arrancar a Mahiro de esas manos desconocidas.

—¡Tío! ¡Tío! —lloró Mahiro, que abrazó a Misaki.

—¿Quién es usted?

El hombre no lo pensó antes de correr del callejón y ser perseguido por Akihiko, mientras él se quedaba con Mahiro que no dejaba de temblar y llorar.

En cuanto el hombre fue atrapado por varios padres y llevado a la comisaria, rescataron que se trataba de un sujeto peligroso, que ya contaba con antecedentes anteriores, pero ninguno tan contundente como el que acababa de pasar con Mahiro.

Salieron tarde, luego de que interrogaron a Mahiro y recibir el sermón de no aceptar nada de extraños por parte de un policía.

Misaki, por su parte, no podía dejar de darle vueltas al asunto. ¿Y si...? Estuvo tan cerca de perderlo... Mahiro, a pesar de esa actitud, seguía siendo un niño influenciable.

Era su culpa.

Nadie habló en el trayecto de vuelta, ya que Usami estaba concentrado en manejar, Misaki pensaba en muchas cosas, Hana por la conmoción cayó dormida pronto y Mahiro tenía la boca ocupada en la paleta que le dieron en la comisaria.

Subieron al piso y ese fue el momento en que el niño dejó el bolso en el suelo y se fundió en los brazos de Misaki de nuevo. Usami, sin interrumpir la situación, fue a acostar a Hana. Misaki sintió como las piernas le temblaban, así que en medio de esa sala demasiado grande, se sentó en el suelo y lloró con Mahiro en los brazos.

Mahiro era tan pequeño, lo que demostraba que, por lástima, sacó la misma genética de Misaki. Esa actitud engreída que decoraba con un pelo mal teñido, perdieron importancia en cuanto Mahiro se mostró de nuevo como el niño que daba unos pequeños y tiernos pasos en el piso de Usami.

—Lo siento... Lo siento tanto, tío Misaki... —gimió el niño, ahogado en sus lágrimas. Misaki lo ocultó en su pecho—. Me porte mal... muy mal... lo siento...

Misaki lloraba por lo mal que lo pasó hace unas horas y porque ver los ojos de Mahiro inundados, también lo llenaba de tristeza; no obstante, al dejar de escuchar los sollozos de Mahiro, se dio cuenta de que el niño acabó por dormirse.

De seguro que había sido sobrepasado por las emociones de un día.

Se levantó con Mahiro en los brazos y subió a la habitación de Hana, en donde la niña descansó solo un par de veces, antes de exclamar que tenía miedo de dormir en un cuarto tan grande ella sola y terminó por meterse a la cama que Misaki compartía con Usami. En cambio, esa noche, Akihiko terminaba de arroparla en el colchón y Misaki se apresuró en dejar a Mahiro al lado, que abrazó a su hermana al instante. Antes de salir de la habitación le dio a cada niño un beso, los cuales contestaron con una risa entre sueños.

Bajó junto a Akihiko, quien fue directo a hervir agua, mientras Misaki deambulaba en un estado perdido por la cocina. Buscaba una taza, pero se había olvidado de donde se suponía que las guardaban. Acabó por rendirse, suspiró y se sentó en el sofá, agotado.

—Me siento tan mal...

—No te martirices, no fue tu culpa.

—Pero ¿Qué hubiese pasado si le pasaba algo? Debí haberme preocupado más de un principio —comenzó a recapitular Misaki—. Se supone que el adulto aquí soy yo... Mahiro él...

Usami se separó de la mesada, y se hizo un espacio al lado de Misaki en el sofá, para abrazarlo. Ahora ya no era Misaki quien protegía al otro, sino que era abordado por Usami que le comenzó a acariciar la cabeza con ternura.

—No fue tu culpa...

—Mahiro es solo un niño, y yo soy responsable de él... debí ser más precavido... debí...

—¡Misaki! ¡Por Dios! ¿Cómo hubieses podido prever un secuestro? —gruñó Usami, que lo separó para que lo viera—. Esto no es culpa de nadie. Mahiro se portó como un estúpido niño, y gracias a que actuaste según tus instintos; todo salió bien... Misaki, todo salió bien.

Misaki volvió a romperse en los brazos de Usami. Se aferró al cuerpo del otro hombre y lloró tanto que igual que su sobrino, cayó rendido a los diez minutos. En cuanto eso ocurrió, Usami lo tomó y en lugar de llevarlo al cuarto de ambos, dejó a Misaki acotado en la cama de Mahiro, quien soltó el oso de inmediato y abrazó a su tío, para refugiarse de los monstruos de la noche.

Usami, por su lado, sonrió. Ya sabía de que iba a tratar su siguiente novela.

A la mañana siguiente, Hana despertó temprano y también hizo que Misaki reaccionara a las siete de la mañana. Tenía el rostro emocionado y le contó un elaborado plan que soñó, el cual, para que no se le olvidara, escribió en una libreta.

A pesar del sueño, Misaki aceptó. Le hizo una coleta a Hana y fueron a la cocina. La niña se desenvolvía bien en esa materia, lo que demostraba que eso era una habilidad de familia. Pronto dieron las nueve, hora en el cual Mahiro bajó somnoliento y a espaldas Akihiko. Los dos quedaron un poco impresionados al sentir el delicioso olor dulce y la actitud de Hana junto a Misaki.

—¿Qué preparó? —preguntó Usami, que se sentó en la mesa. Mahiro, por su parte, parecía no saber cómo comportarse, ya que se acuclilló al lado de la gata, ajeno a la situación, con un rostro avergonzado.

—Ya verás —le respondió Misaki, que le dio una caricia a Hana en la espalda.

La niña fue y habló un rato con su hermano. Escucharon el tono de voz que empleaba Hana contra a su hermano, similar al de una madre con un hijo, hasta que la niña volvió a ponerse a llorar y abrazó a su hermano que también lloraba.

—Me impresiona el poder que tienen las niñas en sus hermanos mayores —mencionó Usami tranquilo, al darle el primer trago a su café.

—¡Niños! ¡No lloren! —exclamó Misaki, que se acercó para calmar a los hermanos—. Vamos a tomar desayuno ¿vale?

Los niños asintieron y Hana, fue la encargada de traer varios pocillos con galletas.

—¡Son de chocolate! —gritó Mahiro, que tomó varias.

—Un desayuno muy poco japonés —mencionó Akihiko que vio las galletas con gesto escéptico.

Hana se sentó a un lado y dejó cerca de Usami un pocillo de galletas.

—Esas son de chocolate y estas otras son de vainilla, sin mucha azúcar —le dijo Hana, orgullosa del trabajo puesto en las galletas con forma de ositos—. Las idea de los ositos fue del tío Misaki.

Usami tomó una galleta de avena y sonrió al ver el decorado hecho con un mínimo de glaseado, en donde detallaba los ojos y nariz del oso. Apoyó la cabeza en su mano y miró a Misaki.

—Enternecedor.

Misaki frunció el cejo y mordió una galleta para tragarse las palabras.

—¿Cuál es el precio de estas galletas? —preguntó Usami a Hana.

—¡Quiero probar el café!

Usami se encogió de hombros, le deslizó la taza y mordió una galleta de vainilla , antes de que la niña escupiera el líquido tan pronto lo bebió.

—¡Hana-chan! —exclamó Misaki, que también probó el café de Usami y puso mala cara. No tenía ni un gramo de azúcar.

Luego de que la niña se lavara la boca y comiera un par de galletas, miró a su hermano.

—Y el coste para nii-san es que deje de comportarse como un tonto.

Mahiro asintió y mascó otra galleta en completo silencio.

Cuando Takahiro llegó a recoger a sus hijos, se sorprendió demasiado.

Encontró a Mahiro sentado en la mesa de comedor, con el pelo de vuelta a su tono natural, mientras resolvía los deberes de matemática bajo la supervisión de Misaki; Hana, por otro lado, leía recostada contra el hombro de Usami, que redactaba tranquilo en el computador.

—¡Llegaron sus papás!

Mahiro saltó de la mesa y corrió a abrazar a sus padres. Manami lo vio encantada, y no tardó en agradecer a Misaki, por haberle devuelto la razón a su pequeño. Hana, por su parte, estiró los brazos y les dio un beso a sus papás.

Akihiko saludó con una mezcla de felicidad y alivio; y decidió aplazar el trabajo para salir a almorzar con toda la familia.

En cuanto Mahiro se despidió de Misaki —ambos lloraban, aunque no localizaba motivo para hacerlo— y Hana se acercó con un par de llaveros de un oso-gato que le regaló a Akihiko; Usami supo que extrañaría un poco, ese ambiente familiar.

Aun así, en cuanto los niños se fueron, Usami suspiró con un peso menos de encima y abrazó a Misaki por la espalda.

—La guardería está cerrada para siempre —exclamó contento, aunque Misaki no se veía tan emocionado—. ¿Y ahora qué?

Akihiko lo notó en los labios contraídos de Misaki. Sabía que quería volver a echarse a llorar, pero él solo vio un deseo desenfrenado, sobrecargado de emociones. Usami se mordió el labio y abrazó aún más fuerte a Misaki mientras tranquilizaba sus impulsos.

—Quiero ser papá...

Era lo que temía. Usami suspiró en el cuello de Misaki y frunció el cejo.

—No, Misaki, te aseguro que no quieres.

—Pero es que es tan encantador... Takahiro y Manami se ven tan felices.

—Ahora que le arreglaste al niño están felices.

La gata los miró tranquila, sentada desde el sofá.

—No lo entiendes...

—Así estamos bien, ya verás como se te olvida la idea en un par de días —aseguró Usami, que se separó y fue a acariciar a la gata—. Ya tenemos a esta preciosura ¿Qué más?

Misaki hizo un puchero y tiró de la camisa de Usami.

—Es distinto... yo... de verdad.

Aquellos mirada de osito, la postura tierna y esa predisposición. Usami pronto perdió los estribos y cargó a Misaki.

—Bien, entonces... ¿Quieres un bebé? Vamos a hacerlo.

—¡Que! Pero eso es imposible.

—La mejor parte es prepararlo, así que nos vamos a entretener creándolo juntos —contestó tranquilo—; además, me gustaría que fuera una niña, son más lindas, obedientes, atentas, y te regalan ositos de peluches. Hagámoslo, Misaki, preparemos al hijo aunque eso nos lleve toda la eternidad.

Encerrados en esa habitación, Misaki no pudo mostrarse más arrepentido de aquel deseo de ser padre, que expresó el día antes de una importante reunión en la editorial.

Martes 13 de junio del 2023.

18:07 p.m.