Pronto darían las doce y Misaki no dejaba de teclear en el computador con actitud nerviosa, como si sus pensamientos fuera más rápidos que lo que alcanzaba a escribir. Ya era el décimo mail que redactaba en esa hora y casi sentía que toda la cafeína que tomó a lo largo del día no sirvió para nada.

Sabía que ese ritmo de vida no era bueno. Desde el lunes que no dormía más de tres horas y ni siquiera recordaba la última vez que se dio un baño en condiciones.

Por suerte, Akihiko también le tocó viajar esa semana; así que no resultaba del todo malo terminar tarde del trabajo, con tal de evitar la abrumadora soledad que albergaba el piso demasiado grande, incluso para dos personas.

A eso de las una de la madrugada, salió por fin de la editorial y regresó a casa abatido. Alimentó a Aki e Hiko, que esperaban ansiosos por su llegada y se derrumbó en el sofá. La peor parte eran ellos, que la única visita humana que recibían en el día —hasta que Misaki llegaba—, era la de una jovencita universitaria que se hacía un poco de dinero paseando a los perros del edificio.

Pensó que llegaría a quedarse dormido, pero como si el mundo se pusiera en contra, logró pegar ojo alguno y sintió una fuerte opresión en el pecho, mientras la cabeza le taladraba las cosas que debía hacer.

El nuevo manuscrito que recibió esa tarde, la visita que debía hacerle a Fumi al día siguiente, y las correcciones que Takano todavía no aprobaba del todo.

El consuelo diario de Misaki era la espera del domingo, no obstante, era jueves en la madrugada y parecía que el día de descanso se hallaba cada vez más lejos.

Recorrió el apartamento en busca de hacer algo. Quizás limpiar para distraerse, pero no encontró nada sucio y ya era la quinta vez que entraba en el despacho de Usami con la esperanza de que él apareciera de la nada.

Nunca era consciente de lo mucho que lo extrañaba, hasta que sucedían esas (muy raras) semanas en las que él debía viajar. Misaki se pasó la mano por el pelo y trató de imitar el movimiento que Akihiko realizaba, pero no fue para nada similar. Frustrado, se duchó, dispuesto a acostarse y, aunque lo hizo, estuvo otro rato en la cama sin saber qué hacer para acallar las preocupaciones.

Entró una sexta vez al despacho de Usami. Lo hacía por costumbre: sentarse en el sofá, arreglar el lazo de Suzuki-san, despolvar libros y rozar el cuero sintético de la silla del escritorio.

Cada pared de ese lugar olía a Akihiko. Su perfume caro que se entremezclaba con el aroma de los cigarros y las tazas de café. Misaki recordó conversaciones y caricias que compartió con el otro hombre en esas cuatro paredes; era, sin duda, una de las habitaciones preferidas, pequeña y acogedora, aunque ni siquiera le perteneciera.

Sin embargo, le gustaba aún más cuando Usami se encontraba sentado frente al escritorio y tecleaba en el computador de manera incansable.

Encontró una cajetilla de cigarros sellada sobre la mesa. La tomó con el furtivo pensamiento de que, a lo mejor, eso le calmaría la ansiedad. Acallaría los gritos y lo ayudaría a dormir.

Se lo pensó un segundo. Sería la primera vez que fumaba, por lo que ni siquiera sabía el cómo fumar. Se llevó la cajetilla consigo y buscó en internet; luego de saltarse la infinidad de propaganda contra el tabaquismo, se encontró con un blog detallado que revisó.

Fue al último cajón del escritorio y sacó un encendedor de la inmensa viciosa reserva que Akihiko guardaba. Luego caminó al balcón, y se apoyó con la vista en la noche que se cernía sobre la ciudad.

Abrió la cajetilla y tras varios intentos, prendió el encendedor con la nula experiencia que tenía. Miró el cigarro con la duda aún presente. "Por algo todos fuman" reflexionó Misaki, al recordar a varios de sus colegas del trabajo desaparecer con una cajetilla entre las manos.

Lo puso en la boca, aspiró y tosió con fuerza, mientras los ojos se le llenaban de lágrimas.

Al segundo intento se repitió la situación, pero a la tercera pudo asimilar el contenido por completo.

La sensación relajante no tardó en llegar, como si fuera un hechizo mágico. Los pensamientos intrusivos se fueron y solo quedó Misaki, con el viento a favor, en medio de la fría madrugada.

—¿Misaki?

Se volteó sobresaltado hacia Usami, que tenía una expresión atónita.

Llegaste antes…

—Sí, me apresuré en terminar —dijo Akihiko, que dejó la maleta en el borde de la puerta corrediza.

Misaki regresó la mirada al paisaje y le dio una calada al cigarro con ayuda de la otra mano.

—¿Estás fumando?

Misaki se encogió de hombros—. Si lo estoy haciendo bien: sí.

Usami no sabía que decir acerca de lo que veía, por lo que se echó el flequillo hacia atrás y caminó hasta el lado de Misaki.

—Nunca pensé que te vería algún día fumar.

—Sí, yo tampoco.

—¿Estás bien?

—La verdad es que no.

Usami suspiró, tomó la cajetilla que Misaki apretaba y sin decir nada lo abrazó con cuidado. Misaki, que aún tenía medio cigarro para fumar, lo apagó y aceptó el abrazo, mientras lloraba.

—Estoy tan cansado… en la editorial hay mucho trabajo y parece que nunca tiene fin.

Usami le tomó la mano cuando Misaki pareció querer separarse y con la otra hundió los dedos en la parte trasera del pelo de Misaki. ¿Cuánto tiempo aguardó a eso? El momento en que Usami lo sujetara de nuevo, como si le diera el permiso de volver a ser un niño.

—Lo siento, Usagi-san, lamento molestarte con mis problemas cuando tú debes estar tan cansado…

—Misaki, por dios, tus problemas son siempre mi prioridad —aseguró Usami, limpiándole las lágrimas que parecían no querer parar—. Así que no digas eso, ¿vale? Somos una pareja en las buenas y las malas.

Misaki asintió y continuó así varios minutos. La nariz presionada en la chaqueta de Usami, pero que no lograba diferenciar aroma alguno, debido a que sus sentidos se encontraban aturdidos por el frío.

Al separarse, Usami le sonrió a contraluz, pero aun así no necesitó tener claridad para identificar esos ojos violetas llenos de una calidez tan particular. Misaki ni siquiera se dio cuenta de que se puso de puntillas, con el ansia de recibir una caricia de esos labios que estaban demasiado lejos de su boca.

—Llegue a casa —dijo Usami, que se acercó y chocó la frente en la de Misaki.

—Bienvenido…

Se dieron un beso gélido, que sirvió para opacar un poco la necesidad. Entraron y se fueron a sentar a la sala, donde Usami forzó a Misaki a que se acurrucara con él. Misaki vio el reloj para advertir que pronto serían las dos y media de la madrugada.

—Deberías bañarte e ir a la cama, Usagi-san.

Estoy recargándome de Misaki —declaró el hombre, que lo rodeaba con los brazos como si fuera un peluche—. No sabes lo duro que fueron estos cuatro días.

—Exagerado.

—¿No me extrañaste?

Misaki entrecerró la mirada y se ruborizó. Lo había extrañado tanto que la palabra quedaba corta.

—Tuve demasiado trabajo —aseguró, con la mirada puesta en cualquier otra parte menos en Usami, quien, sin necesidad de palabras, siempre descubría la verdad —. Así que no.

—Yo sí y mucho, Misaki —reconoció Akihiko sin dudar—. Te añoré tanto que no podía dejar de pensar en lo mucho que quería comerte, tan pronto regresara a casa.

—¡Ya, calla! Me voy a acostar, no estoy de ánimo para tus perversiones.

Usami rió y siguió a Misaki hasta que estuvo a punto de meterse en el baño. Lo detuvo y volvió a besarlo, en esta ocasión con hambre. Misaki se atrevió a abrir los ojos y con la luz a favor, reconoció las profundas ojeras de Usami; la evidencia de que, en efecto, se apresuró en terminar el trabajo.

—Misaki…

—¿Qué pasa?

—No fumes.

—Sí… lo que sea, pero si tú fumas, no puedes recriminarme por hacer lo mismo.

Usami se rascó el cuello y le desordenó el pelo, en el gesto que Misaki tanto quería. Ese que solo Akihiko hacía con tanta personalidad.

—Eso es porque soy idiota, y como no quiero que te vuelvas tan idiota como yo, te pido que no fumes. Hazle caso a alguien curtido en el vicio —le dijo cerca del rostro—. Si tienes mucho estrés, ven a mí, y si no estoy, espera por mí.

Misaki hizo dos puños, le dio un beso veloz a Usami y se metió rápidamente en el baño.

—¡Te digo lo mismo, imbécil!

Escuchó la risa de Usami desde afuera de la puerta. Esperó un minuto y cuando Misaki la abrió, tal como anticipaba, Usami seguía ahí parado.

—Misaki, voy a entrar.

—Has lo que quieras.

Para ese punto, ninguno de los dos pensó en el mañana, solo en lo mucho que se habían echado en falta.


Domingo 11 de junio de 2023.

18.40 P.M.