Primavera

La primera primavera solo creció hierba.

La segunda primavera nacieron algunas flores.

La tercera primavera nació una pequeña planta diferente al resto. Esta siguió creciendo poco a poco, soportando guerras y tormentas, clavando sus raíces en la tierra y elevando sus hojas al aire.

Así pasó una primavera tras otra, hasta que el tiempo dejó de tener sentido y la planta se convirtió en un magnífico árbol.

Una primavera, quien sabe cual, un chico se sentó a la sobra del árbol.

Y empezó a hablar.

-El mundo no te ha olvidado, ¿sabes? Eres una leyenda. Una leyenda que todos conocemos. Las historias dicen que fuiste un gran héroe, uno de los Siete. Dicen que luchaste directamente contra Gaia, montando un caballo hecho de tormentas y acompañado de la hija de Afrodita. Y dicen que fuiste el primero en morir tras la guerra. Que estabas ayudando a Apolo en su época mortal a luchar contra el Triunviriato y Calígula te atravesó con su lanza. Y que el dios bendijo tu tumba y por eso aquí crece un laurel.

El chico se puso de pié y observó el árbol.

-Me pregunto si todo eso será verdad. No puedo saberlo, pero sí sé que, hicieras lo que hicieras, te convertiste en una leyenda de Roma.

Y con esas palabras el chico se fue.

La siguiente primavera, el mismo chico volvió.

-Ayer te quitaron unas hojas. Las usaron para hacer una corona. Era para mí. Ayer me nombraron pretor. Y yo te las devuelvo.

El chico se levantó y colgó la corona de laurel de vuelta en el árbol.

-Cuentan que tú también fuiste pretor-comentó mientras miraba fijamente las hojas-. Que lideraste a los romanos en la batalla en el monte Tamalpais y venciste a un titán tú solo. Pero que desapareciste pocos meses después y te sustituyó Percy Jackson.

El chico se quedó de nuevo en silencio. Parecía que se iría, pero volvió a hablar.

-Si me fío de lo que dicen, somos hermanos. Y, la verdad, me gustaría creérmelo. ¿Tú también lo sentías? La presión, la obligación de ser perfecto, de ser siempre el líder, de que todo es responsabilidad tuya... La sensación de que no eres una persona, sino un objeto, un hijo de Júpiter sin nombre propio ni sentimientos, que tiene que cargar con todos los demás.

Con esas palabras se despidió y se marchó colina abajo.

Pero volvió antes de lo esperado, ese mismo verano. A pesar del poco tiempo que había pasado, el chico había cambiado mucho. Daba la sensación de tener todo el peso del mundo sobre sus hombros, un chico cansado al que habían obligado a crecer muy rápido.

-Las leyendas dicen que Juno te mandó con lo griegos sin recuerdos, como parte de su plan para unirnos. Funcionó, supongo. Y tú fuiste uno de los que luchó por ello. Cuentan también que tú diseñaste los templos de todos los dioses menores, que te esforzaste por que todos fueran respetados. Si eso es cierto, no te gustarán como están ahora las cosas.

El viento sacudió las hojas del laurel. Lágrimas cayeron de los ojos del chico.

-Hasta donde sabemos, hace varios meses los dioses menores atacaron el Olimpo, hartos de lo dioses mayores. Desde entonces no hemos tenido ninguna señal divina. Nos han dejado solos. Griegos y romanos se culpan unos a otros. He intentado evitarlo, pero la guerra ha estallado. En una hora partiremos hacia la costa este. Estoy obligado a guiar a la legión en la batalla, pero no quiero. Esta guerra nos va a destruir a todos, y tengo la sensación de ser el único que lo ve-apoyó su rostro mojado en el tronco del árbol-. No sé si puedes escucharme, pero ojalá pudieras responderme. Necesito tu ayuda.

En la tumba de Jason Grace creció un laurel, y otro hijo de Júpiter lloraba sobre él, unidos a través del tiempo por su padre y su destino.