Disclaimer: los personajes de Kimetsu no Yaiba NO me pertenecen, sino a la mangaka Koyoharu Gotouge.

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Capítulo 1

Heridas de guerra

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Despertó tosiendo. Esta vez podía sentir que se encontraba en una cama y la incomodidad de antes persistía, pero no tan presente. Al parecer, tenía fiebre.

—Aoi, trae el cuenco de agua y el pañuelo, por favor.

Era la voz autoritaria de una mujer, aquella que la estaba cuidando en su convalecencia, ¿verdad? Cuando abrió los ojos sus pupilas parecían ser danzarinas, incapaces de quedarse estáticas en un punto fijo, pero pudo captar el borrón de movimiento que destilaban las dos personas que la acompañaban en su dolor.

—Ahora, bebe un poco.

La dulzura de su tono hizo que obedeciera, aunque tampoco tenía demasiada fuerza ni razón alguna para negarse, así que bebió el agua con plena confianza a pesar del frío que envolvía su cuerpo y le hacía querer cubrirse más. Las manos que la cuidaban eran suaves y menudas, preparadas para atender la desgracia de los moribundos. A pesar de su tono fuerte, sus movimientos eran los de un ángel encarnado.

«Somos cercanas», pensó, sin ninguna razón más que su percepción y un recuerdo que no terminaba por disipar la bruma en su memoria. Se le estaba olvidando algo importante, pero el dolor era todavía mayor a la relevancia de su falta de recuerdos. Casi no podía moverse.

Y casi no se dio cuenta cuando se volvió a dormir.

Despertó de nuevo dos semanas después, al menos eso fue lo que pudo escuchar de la baja conversación de aquella muchacha de tono fuerte con otra de casi el mismo tinte de voz. Incluso le dolía mover los labios y rotar los ojos. No había intentado (aún) mover alguna parte de su cuerpo, pero decidió que no lo intentaría, no en ese momento.

La zozobra creció en su interior al escuchar el tono angustiado de la chica, quien seguía hablando sobre su estado crítico. Ella, quien estaba postrada en la cama, no podía estar más de acuerdo. Sentía que algo estaba muy mal, que había pasado por algo a lo que no debía haber sobrevivido, pero no entendía el porqué.

Al final, decidió emitir apenas un sonido de suspiro. Las voces cesaron de golpe y pudo captar de refilón el movimiento rápido de sus siluetas acercándose a ella. Esta vez, aunque no pudo detallarlas como hubiese querido, sí que pudo al menos observar los rostros de sus cuidadoras.

Ambas miradas enigmáticas, una de índigo y otra de zafiro. Sus cabellos negros con llamativos reflejos entre el morado y azul, un único recogido con un broche de mariposa y la otra de igual manera, solo que en dos coletas. Parpadeo. No recordaba a ningún conocido que tuviese el cabello así, pero perfectamente se lo pudieron haber teñido entre su convalecencia.

—¿Puedes hablar? —preguntó.

El tono contenido y trémulo, temeroso de la respuesta, le conmovió. Parecía querer aparentar fortaleza donde no la tenía, pero la conocía tan bien que sabía que mentía... Espera.

¿De dónde la conocía y por qué le resultaba tan familiar cuando estaba segura de no haber intercambiado palabras nunca antes? Frunció el ceño.

—Sí...

Su voz sonó rasposa, como una bisagra dañada, y allí se dio cuenta de que tenía el cuello vendado, como casi la totalidad de su cuerpo. Fuera lo que fuese que le había pasado, solo le habría bastado un golpe más para matarla.

Sorprendida recibió el abrazo de la menuda joven, quien ahora sollozaba de manera casi incontrolada. Ella, con sus muy limitados esfuerzos, logró levantar apenas el brazo, pero la otra adolescente presente en la habitación, la ayudó a movilizar su mano hasta el hombro de quién la abrazaba.

—E-Estoy... bien. Esto... n-no es nada —aseguró con su hilillo de voz, pero eso solo sirvió para avivar el llanto de la más joven.

—¿Cómo? ¿Cómo es que siempre estás tan animada a pesar de lo que ese demonio bastardo te hizo?

Ella pudo notar que temblaba de tristeza y de rabia. Había ira en su gesto y lo expresaba sin contenerse. La paciente, sin ningún imprevisto, sonrió, melancólica y discreta. Incluso aunque sufriera, sabía que algo en su interior no la dejaría hundirse en la miseria de su agonía. Todas las vendas que la cubrían, solo denotaban que tenía heridas de guerra, que el mundo seguía y la vida no acabaría para ella. Se recuperaría y sería más fuerte y estable que nunca...

¿Verdad?

Estaba demasiado confundida. De alguna manera, tenía una idea de lo que había sucedido, pero, por otro lado, sentía que no pertenecía a ese lugar ni momento en concreto. Incluso podía saborear el aire extraño en su boca. Algo no estaba bien.

—No tienes remedio, Kanae.

Kanae. Kanae.

La siguió abrazando mientras las notas de su voz, bañadas en sollozos, pronunciaban aquel nombre.

Su nombre.

Entonces, comprendió qué era lo que estaba mal. Ella no se llamaba de aquella manera aunque sentía la familiaridad propia de quien lo escuchaba a menudo. Definitivamente podía recordar su final, podía recordar la muerte.

No había forma. No, no. Era simplemente inaudito, fuera de lugar. ¿Lucía la muerte como un lugar ficticio?

«Estoy en coma. Debe ser eso.»; elucubró su mente, incapaz de aceptar nada más como la verdad. Tenía que estar alucinando en los momentos previos a su muerte, porque lo que su mente convaleciente empezaba a imaginar, no podía ser posible ni en la mente de la más grande de las fanáticas.

Cerró los ojos y los abrió nuevamente con la esperanza de que todo aquello que estaba construyendo su mente solo fuese obra de su más retorcido sueño de fan.

—¿Shi...Shinobu? —cuestionó, más temerosa que adolorida.

—¿Sí, hermana? —respondió un segundo después.

Todavía sollozaba pero se había calmado en gran medida. Ella realmente no lo podía creer. Debía ser un sueño.

Estaba... ¿Estaba dentro de un manga? Intentó enfocar la vista para percatarse de sus alrededores. Sábanas blancas, ventanas que dejaban entrar la luz nocturna, el aire fresco, las camas para los pacientes...

Contempló el rostro aniñado y preocupado de Aoi, también el ceño fruncido de Shinobu. Su hermana.

Lo recordó. El enfrentamiento de Kanae con Douma que duró hasta el amanecer. Él no había podido absorberla como había querido en un inicio, pero causó las heridas mortales que habían acabado con su vida. Entonces... ¿Cómo es que ella seguía viva?

Peor aún, ¿cómo es que ella estaba en su cuerpo? ¿Cómo había llegado hasta allí? ¿Cómo formaba parte de un mundo que, hasta ese momento, para ella había sido enteramente ficticio?

Ella, que había muerto en su mundo, salvó, de alguna manera, la vida de Kanae en este.

Ella era Kanae.