Era un día más en Springwood, otra noche tranquila sin pesadillas, había pasado tanto tiempo desde la última vez que hubo indicios de Krueger que el pueblo había estado casi diez años en paz, su último ataque se realizó en el verano de 2010, entre julio y octubre, matando a dieciséis adolescentes y cuatro niños menores de 15 años, desde entonces, no se tuvo ningún rastro de su actividad, en parte gracias a la subvención del gobierno para el departamento de sanidad, lo que le permitió al Hospital General de Springwood comprar Hypnocil en grandes cantidades, suficientes para toda la población menor de 25 años, poco a poco, la figura del asesino quedó como una leyenda urbana gracias a la medicación y el silencio cómplice de los adultos que habían vivido en una pesadilla durante los últimos años.

En la actualidad, el colegio de primaria y el instituto de Springwood daban las últimas clases del año, nada más sonar el timbre, los alumnos corrieron por los pasillos y los profesores se apuraron a correr a sus coches, deseando ir a casa a descansar tras meses de trabajo; por el contrario, los alumnos rebosaban energía debido a la gran emoción que sentían, muchos de ellos se irían a la antigua fábrica de soldadura, donde Krueger trabajó, para beber hasta desmallarse y no recordar nada de lo ocurrido la noche anterior.

Sin embargo, esta historia no empieza con ninguno de ellos, para ello, debemos irnos al otro extremo del pueblo, donde se encuentra el ayuntamiento, y casi al principio de la carretera que entra en el pueblo; lejos de los jóvenes que estaban borrachos en medio de un espacio abandonado por el pueblo, estaba la de aquel edificio cristiano, pequeño, de paredes blancas y un campanario bajo con una única campana de hierro viejo, estaba una joven de pelo rubio, ojos azules claros, piel blanca y labios rojos como la sangre. Se llamaba Dalila y era la hija del nuevo sacerdote de Springwood, se había mudado al pueblo hace dos semanas, debido a que el puesto de cura local había quedado vacante, aunque Dalila no sabía exactamente por qué, antes de llegar al pueblo, el alcalde de Springwood habló con él sobre el tema, pero no pudo averiguar precisamente el motivo por el cual el anterior cura ya no estaba, solo llegó a averiguar que el hombre había fallecido en extrañas circunstancias durante la noche. Dalila y su padre vivían en la planta superior de la iglesia, con dos dormitorios, un cuarto de baño y una pequeña cocina fusionada con el salón, que poseía una televisión, un sofá y una pequeña mesa donde comían. Pese a esto, el edificio también poseía un pequeño sótano donde su padre guardaba crucifijos y las recaudaciones semanales de las donaciones realizadas en tarde, Dalila regresó del colegio y vio a su padre, un hombre de cincuenta años, delgado, con pelo negro corto que empezaba a mostrar las primeras canas; ojos verdes y piel pálida, tan blanca que casi parece que estuviese muerto. Sin embargo, su hija era casi lo opuesto, ojos azules, heredados de su madre; pelo largo ondulado negro como el carbón; y una piel fina y brillante con tonos rosados de juventud, si ella tuviese el pelo más corto, en vez de dejar a su pelo llegar hasta su cintura, sería la viva imagen de Blancanieves, con sus rosadas mejillas y sus labios rojos, acompañados por unos ojos brillantes y de mirada inocente.

-Hola, Dalila.-

-Hola, papá, ¿qué tal ha ido el día? -

-Bien, gracias, ya está todo preparado, por si acaso viene alguien a la iglesia y atenderle. Si quieres puedes marcharte a disfrutar de la tarde, ve a celebrar que habéis acabado el trimestre, yo tengo que seguir trabajando, ya sabes que el verano es una temporada alta para nosotros.- bromeó el hombre.

-Está bien papá, ya saber que me gusta quedarme en casa.- dijo ella.

-Deberías salir con tus amigos, aunque me guste tener público una chica de tu edad no debería pasarse las vacaciones en la iglesia.-

Dalila arrugó el rostro, decepcionada, la verdad no tenía muchos amigos, la gente la conocía, no la odiaban, pero tampoco es que fuera muy popular precisamente, además, tampoco es que se llevase bien con todo el mundo, tenía una enemiga, Kelly, la jefa de animadoras del instituto, y claro, ya sabemos como funciona el instituto; si la reina abeja hace algo, la colmena, en este caso, los jugadores del equipo de baloncesto y el resto de animadoras, la seguían, lo que hizo que ella sufriera alguna que otra broma de aquel grupo de adolescentes idiotas, se metían con ella, principalmente, por ser la hija de un cura. Ella no era religiosa, le interesaban esas cosas como pasatiempo y estaba bautizada, pero nada más. Sin embargo eso no la libró de burlas llamándola beata o cosas por el estilo.

-Supongo que podría quedar con Lucía.- dijo refiriéndose a su única amiga.- la podría llamar para salir después de comer.-

El padre asintió con la cabeza y sonrió.

-De acuerdo, ahora siéntate a la mesa, vamos a comer.-