Disclaimer: Los personajes de Twilight son propiedad de Stephenie Meyer. La autora de esta historia es Powered by 23 Kicks, yo solo traduzco con su permiso.


Disclaimer: The following story is not mine, it belongs to Powered by 23 Kicks. I'm only translating with her permission


«Me senté con mi ira el tiempo suficiente hasta que me dijo que su verdadero nombre era dolor». C. S. Lewis

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Pequeño Juego Estúpido

Capítulo 1

Una vez había leído que si mis sueños no me asustaban, no eran lo suficientemente grandes. Así que, aquí me encontraba, de pie frente al rascacielos en West Wacker Drive 333, completamente aterrada y esperando cambiar mi vida. El edificio era brillante e imponente, y solté un suspiro nervioso y emocionado mientras echaba la cabeza hacia atrás para asimilar todo. La superficie de cristal reflejaba los altos edificios y la curva del río Chicago detrás de mí, dándole al reflejo un tono verde oliva inusual.

Era donde el papá de Ferris Bueller había trabajado una vez.

Quizás, pensé mientras cruzaba mis dedos, sería donde eventualmente yo trabajaría.

Sintiéndome fuerte y segura en mi nueva lencería, falda de tubo negra, blusa de seda, y tacones modestos, entré al edificio junto con un grupo de hombres y mujeres vestidos con trajes de negocios. No trabajabas en un edificio como este sin sentirte o lucir como el rol, después de todo.

Los porteros vestidos con uniformes verde oscuro nos examinaron de cerca mientras pasábamos. Estaba segura que ellos estaban allí para mantener a la gentuza afuera, pero también para contestar cualquier pregunta que pudiéramos tener sobre qué dirección tomar, porque adentro, había dos alas de recibidores. Arriesgándome, seguí a un grupo de personas hacia la izquierda. Después de descifrar cuál de los tres ascensores tomar, entré con una sensación de éxito.

Hoy era mi día. Iba a arrasar esta entrevista.

Me encontraba treinta minutos temprano, y gracias a Dios por eso, o hubiera sido tomada completamente desprevenida. Lo noté de inmediato mientras se subía al ascensor en su traje azul marino hecho a medida y corbata a juego.

Maldito Edward Cullen.

Matón de secundaria y completo pedazo de mierda.

¿Aquí? ¿Ahora? ¿Los dos nos mudamos lejos de Forks, Washington a Chicago, Illinois? Mierda, de todos los lugares y momentos para que apareciera, tenía que ser hoy, mi día, cuando se suponía que todo saldría a mi manera.

Quería dar un paso atrás en el ascensor, pero estaba lleno, y no podía moverme.

Mi temperatura se elevaba, y también quería empujarlo fuera del ascensor.

Aunque lucía mayor que el chico que recordaba, aún seguía siendo completamente inolvidable con esa mandíbula marcada y cabello broncíneo caótico. Y aún deslumbrantemente apuesto, desafortunadamente. Bajo sus cejas gruesas y oscuras, su mirada verde claro echó un vistazo a los rostros del resto de nosotros ya en el ascensor, y mi corazón se aceleró por otra razón cuando sus penetrantes ojos se enfocaron en mí.

Pero no perduró. No me reconoció. Además, sabía que las bajas, morenas y gordas no eran su tipo. Probablemente tenía demasiados botones desabrochados para justificar su sorpresa.

Bajé la mirada y nop, mi blusa blanca bajo su pecho decorativo estaba abotonada hasta la garganta. ¿Quizás tenía algo en mi rostro?

La empresa de marketing donde tenía mi entrevista estaba ubicada en el piso veintitrés, y él —todo su metro ochenta bajo ese inconfundible cabello— se encontraba parado al frente del ascensor, mirando su teléfono e ignorando a todos los demás. Aunque educadamente se hacía a un lado cuando alguien necesitaba pasar. La mujer parada a mi lado estaba mordiéndose el labio mientras observaba la curva de su trasero y sus piernas largas, y tragué una risita.

Cuando el ascensor se abrió en el piso veintitrés y él se bajó, dirigiéndose hacia un anuncio de filigrana plateada que decía Smith & Devaney, exactamente donde era mi entrevista, mi corazón comenzó a acelerarse descontroladamente.

Oh, demonios, no.

Con alarmas encendiéndose en mi cabeza, y mi lengua presionando firmemente contra mi paladar, marché hacia el baño más cercano.

—Cálmate, Bella —le dije a la chica en el espejo.

Por alguna razón, había esperado ver el cabello grasoso y las espinillas en mi rostro, por lo que ver mi cabello en su firme rodete y mi piel pálida y perfecta contrastando con labios rojo oscuro, me puso nerviosa por un segundo.

Ver la mirada despectiva de Edward Cullen me había enviado incómodamente a la secundaria. Había olvidado por unos momentos que ya no era la chica con sobrepeso y aparatos que había recibido tanto veneno de Edward Cullen y sus amigos.

Si él podía afectar mi seguridad así con solo una mirada, no había manera de que pudiera trabajar en la misma oficina que él. De ningún modo.

Pero quería este trabajo. Era la indicada para este trabajo. La publicidad y la mercadotecnia eran mi fuerte. Claramente, alguien en la firma había visto eso porque había recibido la llamada para una entrevista. Me lo debía a mí misma llevarla a cabo.

No iba a permitir que Edward Cullen arruinara mi vida una segunda vez. La chica que se graduó de la secundaria en 2009 ya no existía. Había hecho las paces con ella temprano en la universidad. Había trabajado duro para perder peso, y había comido mejor. Había aprendido a que me importe cuidar de mí misma.

Diablos, era Isabella Marie Swan, y mi apariencia ya no dictaba mi importancia o falta de ella. De hecho, ahora estaba acostumbrada a ser vista dos veces por los Edward Cullen del mundo.

Asintiendo para mí misma y poniendo una cara valiente, cuadré mis hombros y abandoné el baño.

Fíngelo hasta que lo consigas.

Lo fingí durante todo el trayecto a la alfombra en la recepción con su decoración color tostado, hacia la sala de conferencias de la empresa, donde Edward Cullen en persona se encontraba sentado detrás de una mesa larga. Él ya no tenía una expresión de ocupada indiferencia en su rostro, y parecía estar esperándome. Bajo su mirada intensa y penetrante, mi corazón se detuvo. Mis pasos trastabillaron.

—Creí que debía reunirme con Mary Alice Brandon —dije mientras la recepcionista cerraba la puerta doble de cristal detrás de mí.

Gracias a Dios, ya no tartamudeaba como solía hacerlo.

—Me reconoces —dijo Edward suavemente, probablemente notando mi expresión tensa.

Y aparentemente, ¿él me reconocía? O recordaba mi nombre.

Afiancé mi agarre alrededor del portafolio que sostenía. ¿Qué demonios estaba pasando?

—Por supuesto —contesté, aunque un poco sarcásticamente—. La manera en que me escupiste es inolvidable.

Observé cómo su manzana de Adán rebotó antes de asentir.

—Yo...Sí. Lo siento. Lamento mucho eso —dijo en un tono apologético y sincero.

Me tomó por sorpresa, porque estaba esperando que fuera el mismo imbécil que recordaba.

—¿Por qué me reúno contigo y no con la Srta. Brandon? —pregunté, poco interesada en sus disculpas. Él llegaba más de diez años tarde.

—Me salto tu entrevista inicial. El siguiente paso siempre es conmigo. —Carraspeó, esbozando una pequeña y cohibida sonrisa que estaba segura que él esperaba que suavizara mi actitud. Si no supiera lo mierda que él era, hubiera querido embelesarme.

—¿Contigo?

—Soy el vicepresidente de Mercadotecnia. El puesto disponible se encuentra en mi departamento.

Santo cielo. Maldita suerte. Bien podría haberme golpeado con un palo en el estómago. Todas mis esperanzas cayeron a mis pies.

—Ya veo —digo con voz chillante—. Entonces, lo siento. Creo que ambos hemos desperdiciado nuestro tiempo aquí.

Él frunció el ceño, su fascinante rostro se transformó en algo incluso más atractivo. Como un adolescente malhumorado, él había sido llamativo. Como hombre, su belleza masculina, esos increíbles ojos, aún tenían el poder para hacer que mi estómago se agitara. Especialmente ahora que me estaba observando como si importara. Era una farsa injusta.

—Bella, había esperado que pudiéramos dejar atrás nuestro... bueno, nuestro pasado —comenzó con un tono gentil—. No soy la misma persona que solía ser, y sé que tú tampoco lo eres.

Intenté recuperar mi aliento.

—Es Isabella —le corregí. Él nunca me había llamado por mi nombre, y ciertamente no se había ganado el privilegio de usar mi sobrenombre—. Como reconoces quién soy, entonces deberías saber por qué esto jamás funcionará. Me pregunto por qué siquiera te molestaste en citarme. Jamás querría trabajar con alguien que rutinariamente hacía de mi vida un infierno.

Cerró los ojos como si estuviera dolorido antes de ponerse de pie abruptamente, su mirada bajando a mi puño cerrado.

Quería mostrarles ambos dedos del medio. Quería escupir en su rostro. Quería patear su espinilla, lo que fuera para borrar esa expresión afligida de su rostro. Seguía esperando ver una mirada familiar de sarcasmo, así que ¡maldito sea por lucir genuinamente preocupado y arrepentido! Y maldita sea yo por ponerme emocional por él.

—Ya no soy ese niño estúpido y necio —dijo lentamente—. A menudo he pensado en ti y he querido hablar contigo, decirte que lo lamento.

Me reí ligeramente, aplastando el dolor de sus palabras y los recuerdos que despertaba.

—Deberías haberlo intentado cuando te hubiera dado la oportunidad. Ahora, no estoy interesada.

El mero pensamiento de su disculpa me hacía querer vomitar.

—Isabella, por favor. Sé que te lastimé. Estoy preparado para hacer lo que sea para enmendar las cosas —dijo, rodeando la mesa.

Levanté la mano. Esta temblaba.

—No te me acerques. Si hablas en serio sobre hacer lo que sea para hacerme ver que estás arrepentido, entonces deja de hablar. No estoy interesada en lo que tengas que decir.

—¿Ni siquiera por un salario inicial de ciento cinco mil? —preguntó mientras desabrochaba el botón de su chaqueta.

Parpadeé, llevando mi mirada de su pecho hacia su rostro.

—El anuncio decía de noventa y uno a noventa y cinco.

—He visto tu trabajo —dijo, permaneciendo quieto, aunque lucía como si le costara hacerlo—. He convencido a Colin. Le dije que crecí contigo, que siempre habías sido sobresaliente. Triunfarás aquí; no tengo dudas.

¿Él creció conmigo? Qué tontería. Habíamos estado en la compañía del otro por un año y medio, y él no había aprendido ni una pizca sobre mí.

Sacudí la cabeza.

—No, no contigo como mi jefe.

Él me observó, sus oscuras cejas fruncidas. Lucía como si estuviera pensando en cómo cambiar mi parecer, aunque realmente no sabía por qué importaba.

—¿Ni siquiera si no tienes que darme reportes a mí?

—¿No es tu departamento?

Se encogió de hombros.

—Tú le reportarías a Alice. Te la presentaré ahora si quieres. Creo que eres lo suficientemente inteligente para hacer el trabajo por tu cuenta. No controlamos de forma excesiva aquí.

Contra mi voluntad, comencé a pensar en cómo esto podría funcionar. Ante ciento cinco mil, debería ser capaz de hacerlo funcionar.

—Necesito tiempo para pensar en ello —dije a regañadientes.

Una expresión agradecida y aliviada cubrió su rostro.

—Por supuesto.

—Tienes otros candidatos que entrevistar. Quizás encontrarás a alguien más apropiado. Alguien con quien no tengas un pasado conflictivo.

Él estaba negando con la cabeza antes de que terminara de hablar.

—No, el trabajo es tuyo hasta que me digas que no lo quieres.

Por dentro, estaba temblando de nervios, emoción, y temor. ¿Realmente podría hacer esto? ¿Realmente podría trabajar donde vería a Edward Cullen a diario?

—Te lo haré saber —dije, y me di la vuelta.

—Bel...Isabella —Edward me llamó.

A dos pasos de la puerta doble y de la libertad, me detuve. No volví a darme la vuelta. Aún no estaba segura de si podía hacer esto. Ni siquiera estaba cerca de estar segura.

—Espero que digas que sí —dijo simplemente.

Eso me hizo enojar, y volteé la cabeza para fulminarlo con la mirada por encima de mi hombro.

—Si decido trabajar aquí, no quiero ver tus miradas apologéticas. Nos comportaremos como extraños educados. Dejé atrás lo que pasó hace mucho tiempo.

Su rostro aún tenía una expresión gentil mientras me observaba con sus ojos verde claro, los mismos ojos que solía ver en mis pesadillas. Creí que lo había superado a él. Aún así, jamás había esperado verlo de nuevo en mi vida. Probablemente fuera la sorpresa de todo lo que me estaba confundiendo que causaba que reaccionara con tanta ira.

—Oh, claramente —dijo, y sabía que no lo decía en serio. Que estaba riéndose de mí.

Imbécil.

—Soy diferente —espeté—. Ya no soy la chica de la que te reías.

Yo soy diferente —contestó—. Ya no soy el chico que te lastimaba. Dame la oportunidad para demostrártelo.

Hubiera preferido correr desnuda por la avenida Michigan. La idea de sentir algo más que odio por Edward Cullen era incomprensible.

—No —dije, y abrí la puerta. Quería azotarla, pero eso hubiera llamado demasiado la atención.

Lo dejé mirándome como solía hacerlo conmigo—solo que sabía que no lo dejaba con lágrimas en sus ojos, que no lo dejaba sintiéndose avergonzado y herido. No, él era el maldito vicepresidente de Marketing. A pesar de ser un imbécil y un bruto sin sentimientos, él había tenido éxito en su vida.

Diablos, él debería haber estado sentado en casa en su sofá, sin ducharse o sin afeitar, con un vientre de cerveza colgando sobre la cintura de sus pantalones.

—No te mereces otra oportunidad —susurré.


*Asoma la cabeza* ¿Qué tal? 👀 ¿Qué piensan de este Edward? Desde que leí la historia estoy obsesionada y con entusiasmo le pedí permiso a la autora para traducirla hace unos meses. Y bueno, ya saben la respuesta jaja. Ella está tan emocionada como yo de ver qué les parece. Tiene 29 capítulos y final feliz, por supuesto.

Espero seguir leyéndolas aquí y gracias por estar. ¡Buen comienzo de semana!

Abrazos,

Pali.