Disclaimer: Basado en la conocida saga de Suzanne Collins: Los Juegos del Hambre. Aquello que reconozcan del universo de los libros es de ella, el resto mío.


Este fic está inspirado en el "Poema del amor ajeno" de José Ángel Buesa. Era, en principio, lo que quería presentar en el reto de poesía para el foro Hasta el Final de la Pradera, pero no cumplía las condiciones establecidas para el mismo, como igual me quedó la espinita, el Lamento del Cazador en prosa se convirtió en lo que sigue:


Ajena


"Tú sabes que te quiero, pero no te lo digo,

Y yo sé que eres mía, sin ser mío tu amor..."

José Angel Buesa.

Poeta Cubano


I


Éramos dos niños rotos cuando nos conocimos en el bosque tras la alambrada, dos huérfanos con hambre, con lo que quedaba de nuestras familias a cuestas. Éramos desconfiados, recelosos, huraños. Pero, tras encontrarnos en el bosque, en poco tiempo entendimos que era mejor estar juntos, con la excusa de cuidarnos las espaldas, cada día nos hicimos más cercanos y aprendimos a confiarnos la vida el uno al otro, pasando de ser compañeros de cacería a ser buenos amigos. E incluso tiempo después fantaseé muchas veces con que, al salir ilesos de las cosechas que nos quedaban por delante, pasaríamos de amigos a amantes.

Aprendimos tú y yo, porque ningún otro podía entendernos así como nos entendíamos mutuamente. Unidos por la necesidad, por el hambre de nuestras familias, por nuestra terquedad para dejarnos vencer. Fuimos luchadores desde las condiciones que otros impusieron. Jugamos muchos juegos, siempre bajo sus reglas, aunque no pudiéramos verlas.

La primera vez que las circunstancias te separaron de mí, no pude evitar sentir miedo. Mis muchas tardes junto a ti me habían hecho entender cuánto amabas a Prim, y en cuanto escuché a la escolta decir el nombre de tu hermana supe que era imposible que dejaras que se la llevaran. No había pasado un minuto, cuando te ofreciste voluntaria en su lugar, e hice lo único sensato que se me ocurrió, separar a la niña de ti y prometerte con una mirada que ellas contarían siempre conmigo. Pasara lo que pasara. Prim y tu madre lloraban, pero mi rabia no me permitía siquiera hablar.

Yo confiaba en ti, en tus habilidades para sobrevivir, sabía de lo que eras capaz como sobreviviente… como cazadora y, cuando llegó el momento de despedirme de ti, aunque la sola idea se me hacía cruel, te aconsejé que pensaras en ellos como una presa más, una presa que te daría la oportunidad de sacar a tu familia de la miseria para siempre. En el último momento, con el miedo subiendo en mi pecho, quise que supieras lo que sentía por ti, pero me sacaron a rastras de la habitación y la puerta se cerró ante mis narices, evitando que supiera si pudiste escucharme.

En el desfile pude ver que la mitad de los tributos de ese año eran más grandes y pesados que tú. Creció en mí el miedo y la zozobra por tu suerte. Y en apenas instantes empezaron a crecer también los celos, desde el momento en que te vi toda sonrisas y besos, tomada de la mano del hijo del panadero. Desde entonces una sensación densa y oscura, que combinaba rencor, celos y miedo, se me instaló entre pecho y espalda...

Era un miedo distinto, amargo, infinito, que se arraigaba en mi interior conforme se arrastraban los segundos, los minutos... Ustedes estaban juntos y yo en el Doce, solo. Estaba abstraído, despistado, inconforme. Temí perderte. Y, más que a los juegos, le temía al rubio a tu lado. Temí perderte de la manera en que un hombre teme perder a la mujer que ama, ante otro. Aunque me costó días reconocérmelo.

Nunca antes me había fijado en el chico, ése que en cada pequeño avance, en cada toma donde estuvieran juntos, aparecía mirándote con adoración. Ése que días después dijera ante todos que te amaba desde que tuvo uso de razón. Ése que te hizo sonrojar al escucharlo. Ése que sin permiso me arrebataba mi lugar a tu lado. No pude más que reprocharme una, cien, mil veces no haberme ido como voluntario contigo. De seguro habríamos dado de qué hablar.

Ya en la arena luchaste con valentía, sin dejarte amainar por la supuesta traición del chico del pueblo. No sabías, como yo, que él fingía, estaba tratando de protegerte desviando a la tropa profesional. Entonces te reconocí muchas veces: aguerrida, luchadora, valiente, incluso rebelde. Y con cada faceta me enamoraba más, te añoraba más, si acaso era posible. Veía en la televisión todo lo que te pasaba, apretando los dientes cuando sentía que estabas al borde, mirando la imagen fijamente tratando de enviarte instrucciones precisas, tratando de crear un vínculo imposible… sin la más mínima intención de resignarme a perderte.

Días después comprendí, mas no estuve de acuerdo con, tu alianza con la niña del once, lo hiciste por honor, ella te ayudó y te cuidó en un momento de necesidad, tú tenías que devolverle el favor. Siempre saldas tus deudas. La muerte de ella precipitó tu primer asesinato a consciencia y una vez estuviste sola de nuevo, me vi temiendo por tu suerte ya que la desesperanza creció en ti y como en un espejo en mí. Quería estar a tu lado, que me escucharas de alguna manera, me empeñaba en mirarte fijamente en la televisión y pedirte, implorarte que recordaras a tu familia, tu madre y tu hermana lloraban por tu dolor.

Sólo en un momento me decepcionaste, aquella noche cuando anunciaron el cambio en las reglas, ése grito ahogado del nombre de Peeta se clavó en mi pecho cual una certera daga, no podía creer lo que veían mis ojos. No podía siquiera conciliar ese descuido respecto a tu propia vida con la imagen de la mujer responsable del bienestar de su familia, pero sólo así saliste de la depresión por Rue. Fue lo único que agradecí, rastreaste al chico mejor que nadie y lo conseguiste. Pero de allí todo vino a peor, pues no te importó cargarlo a cuestas, a pesar que nada ganabas, que sólo aumentabas tus posibilidades de morir, porque entonces él era poco más que un cadáver ambulante...

Me mataste mil veces Katniss, con aquellos besos que intercambiaron en la cueva... después exponiéndote para conseguir medicinas para él en el banquete, donde por poco te matan Clove y posteriormente Tresh... Luego, de nuevo, toda cariños con Peeta, diciéndole a él lo que yo moría por escuchar de ti... Y finalmente la última noche en la que te enfrentaste a Cato y a los mutos, nuevamente con el débil Peeta, que siempre fue más un estorbo que un aliado, en todo momento me tuviste en ascuas.

Pero vencieron, al final, ustedes dos, heridos y apenas unas sombras de lo que fueron semanas atrás. Y sin embargo en lugar del anuncio de Vencedores, la cantarina voz del presentador señaló que tras analizarlo mejor, se habían dado cuenta que era ilegal el cambio de las reglas y por tanto no se podía aplicar... Estos seres siempre han sido retorcidos, pero aun cuando los juegos sean un castigo, fue criminal y enfermo ensañarse así con las ilusiones de un par de condenados… aquello superaba por mucho todo lo que pude imaginarme, pero debí suponerlo...

Vi tu mirada cambiar, sustituyendo la perplejidad por la determinación y finalmente apuntarlo con la flecha cuando él te tendía su cuchillo en un acto de rendición que tardaste en comprender. Casi podía sentirte de nuevo en casa, en nuestro bosque, pero no lo dejaste pasar: él te ofrecía su vida para que vivieras la tuya, pero no aceptaste.

El arrepentimiento surcó tu mirada mientras enrojecías furiosamente y una idea emergía de lo más profundo de tu ser. Tras una discusión, que deseaba fervientemente ganara el panadero, echaste a un lado tus armas y lo tomaste de las manos, no tardaste nada en convencerlo y se dispusieron a comerse juntos las jaulas de noche... Casi las tenían en los labios, y mi corazón latía cada vez más rápido, cuando se escucharon las trompetas y entre gritos los proclamaron vencedores a ambos...

Fue increíble, algo que jamás había ocurrido, por primera vez teníamos dos vencedores, y eran del distrito doce. Pero mi euforia no duró más de unos segundos, pues en la última imagen, cuando los recogió el aerodeslizador, noté con angustia que se aferraban el uno al otro, como si la vida dependiera de ello...

Y no supe qué era peor...

Si perderte en los juegos...

O perderte por él.