Disclaimer: el mundo mágico y sus personajes no me pertenecen, tampoco gano dinero escribiendo esto, solo dolor y sufrimiento.
Advertencias: Contenido LGBTQ. Relación chico x chico. Personaje transgénero. Hurt/Comfort. Fluff and Angst. Misoginia. Homofobia. Transfobia. Porn WITH Plot.
Pareja: Draco Malfoy/Harry Potter (Drarry)
Nota de la autora: ¡Buenas! Acá con un nuevo drarry :)
Hoy es 8 de marzo, día internacional de la mujer. Quería publicar esta historia hoy porque siento que la mejor manera de ver las brechas de género es a través de un mundo al revés. Ser mujer en un mundo de hombres puede llegar a matarte. Ser mujer en el mundo mágico de Harry Potter puede silenciarte y arrastrarte a cumplir solo un rol maternal; esto podemos deducir de la historia como de los comentarios que ha hecho la creadora.
Y si bien hay varios fanfics donde uno de estos dos tontos cambia de cuerpo (generalmente por ser un fuckboy), quise hacerlo sin que haya sido por un "se lo merece". Además (y como se diría en mi país) con esto me paseo a la autora y sus comentarios transfóbicos. La queso :*
Volviendo a lo que es esta historia, por favor LEAN LAS ETIQUETAS, esta historia tendrá muchos comentarios misóginos, transfóbicos y homofóbicos, y contenido sexual explícito. Si algo les molesta o incomoda, son libres de buscar otra historia.
Dicho todo, les dejo.
¡Disfruten la lectura!
Capítulo 1: Transformación
Te maldigo, Malfoy, a ti y a tu estirpe. Engendrarán solo un hijo, siempre y para siempre. El día en que uno de ellos se enamore de la misma forma en la que tú crees que nosotras nos enamoramos… Ese día dejará de ser un hombre y se volverá en lo que tú más desprecias: una mujer. Tu apellido morirá con ella, tus tierras te serán quitadas, los secretos compartidos con otros. Esa criatura seguirá siendo ella hasta que deje de ser un Malfoy y le dé la espalda a tus ideas. Te maldigo, Malfoy, a ti y a toda tu estirpe…
Lucius observó su vaso con brandy antes de darle un sorbo.
La Segunda Guerra Mágica había terminado y él había evitado Azkaban. Su chispa se había apagado bajo tanto estrés, pero ya había vuelto en sí. Ahora se dedicaba a recuperar el poder y el prestigio que alguna vez su familia había tenido, urdiendo planes y proyectos. No había que preocuparse, de peores cosas se habían librado. Como de las maldiciones. Lucius había aprendido de su padre que había por lo menos una docena de maldiciones que debían evadir. Siempre se habían sabido cuidar de ellas. Ningún Malfoy debía pisar África, enfrentarse a alguien en luna llena o enamorarse de un hombre, entre otras.
El mago prestó atención a los documentos sobre su escritorio y tomó la pluma para seguir redactando la carta para uno de sus socios italianos. Debía empezar a enseñarle a Draco a manejar los negocios y a cuidarse de unas cuantas maldiciones más. Lo apropiado debió ser iniciarlo cuando el chico cumpliera 15 y entrenarlo desde los 16, pero la guerra había impedido que Lucius se dedicara a cubrir esa pequeña tarea.
El hombre estaba ocupado decidiendo el valor de una transacción cuando la puerta se abrió de golpe. Observó fastidiado a su esposa, pero la expresión angustiada y los cabellos despeinados que mostraba la bruja hicieron que se encendieran todas sus alertas.
Algo había pasado.
Algo malo.
Dejó el vaso al lado de los documentos y se acercó a la mujer, esperando que recuperara el aliento para que hablase con propiedad.
—D-Draco… —jadeó ella, olvidándose por un momento que era una señora de alta alcurnia—. ¡A-algo…! ¡Algo está mal!
Lucius corrió hacia los aposentos donde los elfos habían llevado a su hijo sin escuchar ninguna otra explicación. Se quedó congelado al verlo retorcerse y ser sometido por una magia antigua. Supo de inmediato que una de las tantas maldiciones se estaba desarrollando. Hizo un recuento rápido para buscar cuál, pero, finalmente, optó por encerrarse en su despacho a investigar.
Narcissa, por otro lado, intentó aliviar el dolor de su retoño, sin embargo, nada funcionaba y solo se quedó esperando, observando angustiada como la magia se apropiaba de su niño. Pasadas las horas, la bruja se retiró para hablar con su esposo.
La maldición se había detenido y solo había dejado un cuerpo femenino reposando en el lugar en el que había estado su hijo.
Draco había vivido muchos dolores en su vida y jamás había sido bueno soportándolos. Para su humillación los cruciatus siempre le hacían gritar y los actos más sangrantes lograban casi desmayarlo.
Pero nada se comparaba con lo que estaba viviendo actualmente.
Sentía sus huesos como hierro fundido, acomodándose y compactándose. Sus órganos se movían sin ninguna delicadeza en su interior, buscando sitio en los nuevos espacios que se formaban. Tenía un fuerte dolor en la ingle, como si su pene se encogiera a fuerza de presión. Y, Por otro lado, su pecho estaba creciendo, lo sabía porque algo se estaba hinchando en esa zona.
Cayó de la cama cuando se retorció, pero el golpe no logró cruzar el umbral de dolor que estaba sintiendo. El tiempo parecía haber dejado de existir y solo sentía dolor. Su cuerpo estaba cambiando a gran velocidad y ni siquiera podía tener el alivio de la inconsciencia. Cuando todo terminó, sentía que había recibido una paliza y una sesión de tortura por parte del Lord.
Cerró los ojos y dejó que su mente se fuera a negro.
Despertar fue otra pesadilla. Estaba de nuevo en su cama, vistiendo un camisón que pertenecía a su madre. El dolor ya no existía, pero todo se sentía extraño y diferente. Draco quitó las mantas con las que lo habían cubierto y se levantó. Fue en ese momento que pudo notar que habían ciertas cosas que no cuadraban con su cuerpo. Pensó que tal vez era un efecto secundario de la magia que lo había atacado y se concentró en observar hacia el frente para salir del cuarto.
El joven alcanzó a dar dos pasos antes de caer al suelo, incapaz de controlar sus piernas. Al apoyarse en el piso con el fin de levantarse pudo darse cuenta que algo había cambiado en él. Sus manos seguían igual de blancas y finas, pero eran mucho más pequeñas y no tan huesudas. Se sentó sobre la alfombra al mismo tiempo que tocaba su rostro, lo sentía mucho más redondo y suave. Bajó las manos hasta su torso y con miedo se tocó, tenía dos bultos en su pecho.
Con desespero se quitó el camisón. Sus piernas eran más cortas y sus pies más pequeños. La ropa interior que vestía era algo que nunca había poseído y cuando levantó la tela para observar su entrepierna se llevó la sorpresa de que entre el vello rubio no estaba su miembro. Se quitó como pudo la prenda y abrió las piernas, buscando su sexo, buscando cualquier cosa. Tanteó con miedo hasta que sus dedos dieron con unos pliegues extraños y una apertura. Con rapidez apartó la mano, estaba aterrado de lo que aquello podría significar.
Con dificultad gateó y se arrastró hacia el espejo de cuerpo entero que había contra una pared. La imagen le devolvió a una chica desnuda, de piel blanca como la nieve y el cabello largo y rubio amarrado en una trenza. Subió una mano y el reflejo hizo lo mismo. Asustado, retrocedió. Lo mismo hizo aquella mujer detrás del cristal.
Intentando no caer en la desesperación, buscó una solución, buscó la razón de por qué estaba así.
Se puso de pie, afirmándose de una silla y se volvió a observar. Era mucho más bajo que antes. Sus pechos no eran tan grandes, pero estaban allí. Tenía una cintura que jamás había poseído y unas caderas más anchas. El vello rubio hacia un camino hacia su… su… ¡Oh, por Merlín!
—¿¡Pero qué estás haciendo!?
Draco giró el rostro angustiado hacia su madre, quien entraba por la puerta.
—¡Una señorita no puede andar desnuda por la vida! —chilló escandalizada la mujer.
La bruja se le acercó y lo ayudó a ponerse el camisón que el joven había tirado en cualquier parte. Draco temblaba, no quería llorar, pero todo era tan confuso. Su madre, suspirando, tomó su rostro con ambas manos y lo hizo mirarla.
—No sé qué has hecho, Dragón, pero tu padre está enojado. Tendrás que obedecer a todo lo que se te diga y saldremos de esto.
Decir que Lucius estaba enojado era quedarse corto.
Luego de confirmar el estado de su hijo, se le había tirado encima dispuesto a darle una golpiza. Por suerte, Narcissa había intervenido apelando que no podían mostrar un comportamiento tan vulgar frente a Astoria. La joven bruja se había mantenido en la mansión durante el cambio de Draco, esperando noticias y una explicación sobre lo que le había ocurrido a su prometido. El joven mago sabía que le debía la vida a su prometida, pero aún estaba en un estado de shock como para agradecerle.
—Sé que no sé tanto de negocios, pero creo que no están viendo las posibilidades —mencionó Astoria, intentando que sus nervios no se notaran.
Los cuatro estaban sentados en un salón.
Ni Lucius ni Narcissa estaban felices de ventilar sus problemas con una persona ajena a la familia, pero debían considerar que Astoria era la prometida de Draco y que había sido testigo del cambio producto de la maldición. La joven bruja había accedido a quedarse con los Malfoy más por su cariño hacia Draco que por buscar algún beneficio de toda la situación. No obstante, sus buenas intenciones no iban a solucionar el problema en el que estaba la familia.
—¿Cuáles? Ni siquiera se puede casar contigo —bufó Lucius—. Mis negocios con los Greengrass acaban aquí.
El hombre sirvió más brandy a su vaso y luego bebió todo el contenido. Narcissa le echó una mala mirada, pero no hizo ningún comentario. La dama desvió la vista cuando su marido se echó más de la bebida, optando por ignorar la cantidad de alcohol que el hombre estaba ingiriendo.
—Quizás no necesite a mi familia —Astoria dio un sorbo de su taza de té, sus manos apenas temblaban un poco—. Aunque es una pena que tengamos que romper el compromiso.
Draco se mordió el labio inferior y observó sus propias manos, reposadas en su regazo. Aún no se acostumbraba a ver aquellos pequeños dedos y asociarlos con que eran suyos. Si era honesto consigo mismo, todavía no se hacía a la idea de que su cuerpo era diferente. Estaba en un estado de negación. Incluso cuando lo único que había podido colocarse fue el camisón y una de las batas de su madre, puesto que las suyas ahora le quedaban demasiado grandes, seguía sin asumir que su cuerpo había cambiado.
—Todo lo que construí se irá a la basura —masculló Lucius por lo bajo.
El joven se mantuvo quieto, sintiéndose culpable. No entendía por qué se había activado la maldición, pero sabía que su padre estaba decepcionado de él. Ni siquiera cuando estuvieron bajo el mando del Señor Tenebroso se había sentido tan rechazado por su progenitor.
—Se está concentrando solo en los problemas y no ve las posibilidades, señor Malfoy —volvió a hablar Astoria, ella fijó sus ojos en su ahora ex prometido—. No podrán ocultar a Draco para siempre, ¿no? Úselo al beneficio de la familia. Si inventa una hija y deja todo a su nombre, no solo permitirá que Draco continúe con su vida, también evitará que el Ministerio se meta con su fortuna. Una hija que no existía no puede ser acusada de ningún crimen, así que no pueden quitarle nada.
Los ojos de Lucius brillaron y observó analíticamente a Draco. El chico, que ya se sentía incómodo con toda la situación, se obligó a no esconderse y mantener su postura firme. El único gesto que denotaba su incomodidad fueron sus puños cerrándose sobre su falda, aunque pronto se obligó a relajar los dedos. Se sentía como un objeto al cual estaban tasando, como uno de esos objetos oscuros que a veces su padre compraba en Borgin & Burkes.
—Una hija suena perfecto… —murmuró el mago para sí—. Muy bien, Draco, tal vez podamos superar esto, solo debes poner de tu parte.
—Sí, padre —murmuró el joven.
—Te daremos una nueva identidad y haremos lo que propone la señorita Greengrass. Luego te buscaremos un marido que esté a nuestro nivel, pero que acepte que tu hijo lleve nuestro apellido —Lucius se giró hacia su esposa—. Sería bueno relacionarnos con el hijo menor de alguna familia que busque apoyo económico.
Mientras sus padres discutían sobre posibles candidatos, Draco observaba todo con ojos vacíos. Solo cuando proceso lo que su padre estaba diciendo fue que habló, interrumpiendo la charla.
—¿Hijo? —Draco los miró sin comprender, su voz sonando más aguda que nunca—. ¿Cómo quieren que tenga un hijo si no tengo pene?
—¡Draco! —regañó Narcissa.
Lucius ignoró tanto la pregunta irrespetuosa como la intervención de su esposa. Dejó el vaso vacío sobre la mesa con fuerza y observó fijamente a su hijo. Draco de inmediato bajó la mirada, aterrado de encontrar en esos ojos el desprecio y la decepción.
—Por eso te buscamos un marido, tú traerás al niño, Draco —respondió con calma.
—¿¡Qué!? —Draco levantó rápido la cabeza y miró a sus padres horrorizado—. ¡No!
—Draco, escucha bien —comenzó muy lentamente Lucius—. No has querido explicar por qué la maldición se activó. Debes asumir tus actos y recordar que lo más importante para un Malfoy es mantener nuestro legado.
El joven se levantó bruscamente del sofá y abrió los brazos, alterado. Sentía las lágrimas acumularse en sus ojos y un nudo formarse en su garganta. Sus padres, en vez de ayudarlo o darle consuelo, lo estaban viendo como uno de los tantos negocios de los Malfoy. No podía evitar sentirse herido.
—¡Quieres venderme! —acusó.
Narcissa también se había puesto de pie y apenas llegó al lado de su hijo, le dio una fuerte bofetada. Draco se quedó mirando hacia un costado, sin creer lo que estaba escuchando ni que su madre le hubiese levantado la mano. Su mejilla le escocía y pensó que tal vez tenía un corte, aunque no importaba mucho. Se obligó a sí mismo a tragarse las lágrimas y mantener la respiración normal. No podía demostrar debilidad.
Astoria se apresuró a tomarlo del brazo y hacer que se sentara de nuevo. Luego se acomodó a su lado y susurró un hechizo para curar la piel. Draco veía la lástima en sus ojos verdes, así que optó por mirar más allá de la chica. No quería que, de todas las personas, ella viera esa parte tan patética de él.
—Tal vez Draco necesita acostumbrarse a su nueva identidad antes de hablar de matrimonio —habló tímidamente Astoria—. Primero debería aprender modales y etiqueta, también a hablar y moverse como una señorita. Puedo guiar a Draco en todo lo que necesite.
—Tienes razón, querida —soltó Narcissa, intentando calmarse y recuperar el decoro—. Sería deshonroso que Draco se presentara en sociedad así como está. Agradeceríamos mucho tu ayuda.
Astoria tomó la mano de Draco y la apretó con fuerza. El joven volvió a mirarla y se dio cuenta que seguía nerviosa. La más pequeña de los Greengrass nunca había sido buena lidiando con la presión o con personas con mal carácter y personalidades fuertes. Y aún así estaba abogando por él, dando opciones para que no fuera desechado. Draco devolvió el apretón en sus manos y trató de juntar valor.
Al mirar hacia sus padres, dedujo rápido cómo se sentían ellos. No iban a dañar a la pequeña de los Greengrass, pero eso no significaba que Draco fuera a salir bien parado. Su madre se estrujaba las manos, mirando ansiosa hacia su marido. Ella haría cualquier cosa que Lucius decidiera, creyendo ciegamente que ese era el mejor camino. Mientras que su padre parecía estar calculando los costos y beneficios que tendría presentarlo como una hija.
—Dos meses —dijo al fin Lucius—. En dos meses será la gala benéfica del Ministerio. Draco se presentará allí como mi hija.
—Pero padre… —quiso discutir Draco.
—¡Cállate! No tienes derecho a quejarte —Lucius golpeó la mesita de centro con ambas palmas, haciendo que todos se sobresaltaran—. En cuanto encuentres un nombre, dímelo para traspasar las propiedades y el dinero.
—Sí, padre —murmuró el joven, volviendo a bajar la cabeza.
Lucius se sirvió más brandy y luego de beber se giró hacia Astoria.
—Señorita Greengrass, valoramos su ayuda y su silencio. Se le pagará por ser la tutora de Draco.
—No lo hago por el dinero, me basta con saber que soy útil.
—¡Eso debes aprender, Draco! ¡Modales! —Lucius bufó—. Recuerda, solo dos meses.
Astoria se apresuró en sacar a Draco antes de que el hombre cambiase de opinión o el joven soltara un nuevo comentario desafortunado. Quiso llevarlo a los jardines, pero su ex prometido aún tenía problemas para caminar en un cuerpo que desconocía. Solo alcanzó a sacarlo de la mansión y desde allí fue todo un esfuerzo guiarlo hacia una de las bancas repartidas en el camino.
Draco se había dejado llevar como un muñeco, se sentía aturdido y perdido por todo lo que estaba pasando. En el fondo agradecía que Astoria se hubiese quedado, seguía sin saber cómo manejar a sus padres ante toda esa situación.
—¿Con qué prefieres partir? —preguntó ella una vez estuvieron acomodados.
—No entiendo por qué mis padres actúan así… —murmuró, juntando sus manos.
—Es normal, ahora eres una chica —Astoria balanceó sus pies y levantó la cabeza para mirar el cielo azul—. Tu madre no sabe cómo ayudarte, no te preparó para esto. No la culpes, está alterada.
—¿Y mi padre? Entiendo que fui yo quien la cagó, pero es como si me odiara… —Draco se tiró hacia adelante y ocultó su rostro en sus manos.
—Los hombres siempre han odiado a las mujeres…
El comentario había sido dicho casi en un susurro, pero estaban tan cerca que Draco la alcanzó a oír. El joven volvió a sentarse bien y se giró para mirar horrorizado a la joven que lo acompañaba.
—¿Qué? Yo no te odio —dijo con agresividad.
—Lo sé, Draco. Pero no eras tan diferente…
—¡Nunca se me habría ocurrido tratarte así! —interrumpió, levantando la voz—. ¡Ni te levantaría la mano! ¡Ni…!
—Lo sé —Astoria sonrió, interrumpiendo—. Si me hubiese vuelto una Malfoy sabía que tú me cuidarías. No todas tienen tanta suerte.
Draco apretó los labios y se obligó a recuperar la compostura. Astoria estaba siendo demasiado amable al permitir y aguantar los arrebatos del joven. Él lo sabía y, tal vez, porque sabía que ella seguiría allí independiente de cómo la tratara, era que tenía un comportamiento tan descortés. Draco era una basura por aprovecharse de su ingenuidad.
El compromiso entre ambos se había dado de forma natural. Varias veces el chico había intentado convencer a Astoria de que todo era una pésima idea, pero ella había insistido en continuar. Draco había creído que ella estaba enamorada, pero ahora empezaba a dudar si ese había sido el sentimiento que la había empujado a aceptar un matrimonio tan desventajoso. En la conversación que estaban teniendo no sonaba como si ella muriese por él y sus afectos.
—Yo no soy tan linda ni tan inteligente como Daphne. Tampoco tengo un gran talento ni nada que me haga especial… —continuó Astoria—. Pensé que estaría en un matrimonio sin amor, obligada a traer a un varón al mundo y soportando las infidelidades de mi marido. Si tuviera suerte, él me dejaría en paz, me daría dinero para que no moleste… Me había resignado a un matrimonio así.
—¿Piensas eso de mí? —preguntó algo herido.
—No, por supuesto que no. Sé que te gusto y que te importo. Incluso cuando tus padres te obligaban, estabas dispuesto a que el apellido muriera contigo —la joven le dedicó una nueva sonrisa—. Estaba feliz con nuestro acuerdo. Nunca me traicionarías y siempre me respetarías. Sabía que no te molestarías si yo me equivocaba y traía niñas al mundo, aunque nunca has sido bueno con los niños... Para mí el futuro era así, una felicidad cotidiana que debía cuidar.
Draco pensaba que Astoria lo había amado, pero parecía que solo había tomado su mejor opción. El joven se masajeó las sienes y observó su cabello rubio caer hacia adelante. Entre todo el movimiento que había hecho la trenza se le había ido desarmando, dejando solo un peinado desprolijo. No podía sentirse herido por el actuar de la chica. La intensidad de sus propios sentimientos era parecida. Draco creía que eso era suficiente, un amor construído a partir del cariño y el respeto. Sin la pasión adolescente ni los peligros de lo prohibido.
El mago miró hacia el cielo, suspirando.
Ahora todo estaba arruinado. Astoria no podía casarse con él y ambos debían buscar un nuevo marido. Draco quería vomitar ante la idea de abrirle las piernas a un idiota. Le aterraba quedar embarazado y soportar meses y meses con algo creciendo dentro de él. No sabía cómo podría soportar todo ese proceso, menos si era con un marido que lo engañaba.
Porque Draco sabía que tendría que aguantar el matrimonio hasta su muerte. Sus padres no le permitirían separarse, no había que deshonrar a la familia. Mientras un Malfoy existiera, lo demás daba igual.
—¿Qué harás ahora? —susurró luego de unos segundos.
—Ser tu tutora mientras consigo algún pretendiendo que sea tan bueno como tú.
—Nunca vi el matrimonio así —confesó al fin—. Solo pensé que se trataba de casarse, tener un hijo y mantener a la familia viva… Quiero decir, así veía a mis padres, sin hablarse, pero sin odiarse.
—Es igual para mí, Draco… —Astoria volvió a balancear sus pies—. Crees que es diferente porque ahora estás en el otro lado. En el que esperas que tener sexo no sea incómodo o doloroso, en el que te angustiarás cada vez que llegue tu periodo, en el que te alegrarás cuando tu vientre crezca y suplicarás que el hijo que esperas sea un niño sano.
Draco recién estaba lidiando con su nuevo cuerpo, no podía ni siquiera imaginar casándose con un viejo lleno de codicia y mucho menos teniendo un hijo. Su estómago se revolvía ante la idea. Pero sabía que ese era su único camino, era una oportunidad única para su familia.
—¿Crees que exista un mago que acepte que su hijo lleve mi apellido? —quiso sonar indiferente, pero su pregunta estuvo llena de miedo.
Astoria suspiró, sus manos agarraron la de Draco y pequeñas caricias fueron ofrecidas sobre la blanca piel. El joven sabía que era un pequeño consuelo, porque la chica sabía que nadie en su sano juicio aceptaría tal condición.
—No lo sé, quizás a tu segundo hijo podrás ponerle Malfoy —dijo ella al fin, aunque Draco supo que mentía.
—No me imagino embarazado o… todo eso —susurró, tratando de cambiar de tema.
—Vamos por pasos, ¿sí? Primero te volverás una señorita digna de la familia Malfoy, ¿bien?
Se quedaron en silencio un rato. Sus manos todavía unidas. Draco las observó, ya no eran dos amantes, eran dos amigos… o amigas. Astoria lo ayudaría y luego se iría. En el futuro estaría solo, debería enfrentar todo lo que era el matrimonio sin ningún aliado.
—¿Sabes qué nombre elegir? —rompió el silencio Astoria—. ¿Qué tal si le das un significado a tu nombre? Elige uno que te guste, que signifique algo para ti.
—Seguiré la tradición de los Black y buscaré uno de una estrella o una constelación, como los Black… Y creo que ya sé cuál elegir…
—Bien.
Draco deseó poder quedarse así con Astoria para siempre. Tal vez el amor que los unía no era apasionado ni carnal, pero habría sido suficiente para mantener a una familia, para ser felices.
Lamentablemente, una mujer solo se casaba con un hombre, y Draco se había transformado en una bruja.
¡Muchas gracias por leer!
Espero poder actualizar el próximo miércoles, pero quién sabe, ya ven que soy mala cumpliendo plazos...
De todas formas, nos vemos! :)
