Capítulo 3: Ese otoño de 1987.
Era otoño en Nueva York.
Después de aquella tarde, ambos muchachos con el rostro empapado en lágrimas se separaron sin contemplar un reencuentro en el futuro cercano.
El destino fue cruel con ellos, pero no sería injusto por siempre. Aquello fue algo que Eiji decidió al jamás rendirse ante las adversidades y manteniéndose firme cada que una roca se atravesaba en su sendero.
Los años pasaron… Eiji se había independizado completamente y jamás regresó a Japón de nuevo. Se limitó a únicamente enviar una carta a su madre y hermana explicando sus razones sin indagar mucho en el tema y resumiéndolo a algo parecido a: «Deseo encontrarme a mí mismo».
Recurría a Max de vez en cuando, sin embargo, luego de que él haya accedido a volver solo con su familia a Boston, Eiji permaneció de igual forma solo en Nueva York. No obstante, no gozó de soledad durante tanto tiempo, pues Sing continuó creciendo (en todo sentido de la palabra) y decidió vivir con Eiji. No había sido realmente una decisión que se haya discutido alguna vez, sino algo tan espontáneo que no tuvo lugar a generar conflictos entre los dos. Durante ese tiempo de su vida, Eiji se graduó de la universidad y consiguió un trabajo como fotógrafo en una pequeña agencia. La paga no era la mejor, pero daba todo lo necesario para llevar una vida correcta. Con "la vida resuelta" de esa manera, no tenía por qué lidiar con problemas monetarios o con el pendiente de hacer preocupar a terceros como Max y su familia en Izumo.
Todo lo que quedaba era una pequeña chispa de esperanza albergada en su corazón que le repetía una y otra vez: "Ash está bien, en alguna parte".
Una tarde, Eiji llegaba del trabajo como cualquier otro día, y mientras se sentaba para tomar su almuerzo en el comedor, Sing le dijo:
—Eiji… Estuve pensando hace unos días y me pregunto qué fue de Ash, después de todo. Si la corazonada que tuviste ese día era cierta, quizá está más cerca de lo que creemos.
—Te digo que es cierto, Sing. Luego de esa tarde de otoño del 87 no he vuelto a sentir nada igual. Era como si… pudiera sentirlo. Como si estuviera ahí.
—Te creo, Eiji. Ya te creo.
—¿Dudabas de mí?
—Debo admitir que en un principio no te creí. Pensaba que Ash ya no estaba aquí, si tú me entiendes. Sin embargo, luego de esa tarde, volviste a contarme todo con lujo de detalle y no pude evitar pensar que era cierto… El brillo en tus ojos y el color de tus mejillas me lo decía. Fue como si tu anécdota me diera esperanza también. Esperanza de verlo de nuevo. Quizá Ash estuvo en el mismo lugar ese día, porque estoy seguro de que sus almas pueden percibirse.
Eiji no dijo nada y asintió. Siguió comiendo con tranquilidad y con el rostro de su amigo en mente. A veces creía que, si no fuera por todas las fotografías que poseía de él, quizá ya habría olvidado su rostro. Sentía miedo ante aquel pensamiento.
Ambos siempre hablaban de cosas triviales y del día a día. A veces bromeando y otras veces peleando por minúsculas cosas como hacen los hermanos, sin embargo, tarde o temprano llegaba el momento en que alguno de los dos rememoraba a Shorter o mencionaba algo sobre Ash.
Era entonces cuando las memorias de aquellos días llegaban y el tiempo parecía pasar cada vez más lento. Era curioso el pensar cómo la felicidad de ambos dependía totalmente de unos instantes poco aprovechados de lo que alguna vez había sido el presente.
Por alguna razón, en aquella tarde de 1994 mientras Eiji y Sing comían juntos, no podían dejar de pensar en ello. Era como si fuese una señal de algo.
—¿Quizá deberíamos pegar carteles? —se preguntó Sing.
—¿De nuevo?
—La última vez no funcionó, pero no hay que perder las esperanzas. Quizá esta vez alguien nos llame.
—Ha pasado mucho tiempo. Las únicas fotos que tengo de Ash fueron las que le tomé hace 8 años. Quizá nadie lo reconozca. Además, me quedó mal sabor de boca. No creo que a Ash le hubiese gustado ver que había carteles con su fotografía pegados por toda la ciudad.
—Era por su bien. Ash lo habría entendido, Eiji.
—Pero…
—Debería preguntar en algún foro. Escribí para el periódico y aceptaron mi solicitud. Van a publicarlo en el diario del miércoles. Es… un mensaje para Ash. Quizá lo vea. Conociéndolo, estoy seguro de que revisa los periódicos cada día. A él siempre le ha gustado estar al tanto de lo que ocurre a su alrededor, así que…
Eiji le dijo que era una buena idea, pero que olvidara lo de los carteles. Sing estuvo de acuerdo, sin decirle que, si no se le ocurría otra cosa, tendría que retomar ese plan.
Ambos estaban conscientes de lo cuidadoso que el rubio había sido siempre. Cabía la posibilidad de que no se mostrara nunca al creer que se trataba de una trampa, como solían emboscarlo siempre.
Ash había vivido cosas terribles, y que él quisiera mantenerse seguro y alejado lejos de todo y de todos era lo más natural, Eiji lo entendía. Tenía miedo de poner en peligro a quienes amaba. Tenía miedo de hundirse de nuevo y empeorar su estilo de vida. Tenía miedo de nunca poder ser feliz y tener nuevos enemigos. También tenía miedo de quedarse solo en el mundo. Eiji lo entendía. Pero, sin importar la razón que encontrara y por muy sólida que fuese, no podía evitar preguntarse: ¿por qué?, ¿por qué querría estar solo?, ¿por qué querría arriesgar la felicidad de ambos por culpa de personas corrompidas?, ¿por qué?
«¿A quién puede gustarle estar en verdadera soledad?»
De cualquier forma, Sing hizo público el mensaje y siguió haciendo distintas actividades que, a su parecer, ayudarían tarde o temprano para encontrar al Ash. Los carteles fueron colocados con el pasar de los días.
Era curiosa la forma en que ambos habían aprendido a vivir con ello. Durante los primeros meses y los primeros años habían realizado una búsqueda interminable por toda clase de medios a los que tenían acceso, y al no dar constantemente con ningún resultado, había dejado todo de lado por un tiempo. No quedaba de otra. Sin embargo, la esperanza estaba en sus corazones siempre. Aunque hubiese parecido que habían abandonado la idea de encontrarle, no era cierto.
Jamás olvidaron a Ash.
Eiji estaba indeciso con la idea de los carteles. A veces, cuando sus peligrosos pensamientos nocturnos lo atacaban durante su insomnio, llegaba a pensar que, por lo menos quería saber en dónde estaba su cuerpo.
«Si es cierto que no vives más, al menos quiero verte y saber que ya has comenzado a descansar eternamente. Verte y saber que todo ha terminado, para que ambos estemos en paz. Quiero al menos saberlo».
Exponer el rostro del joven por la ciudad podría ser quizá una ofensa hacia él. ¿Quién quisiera ver una fotografía con su propio rostro esparcida por toda la ciudad? ¿Y si su intención era realmente desaparecer? ¡Entonces lo estaba arruinando todo! Pero, ¿y si no?
Toda clase de alternativas se hacían espacio entre sus cavilaciones.
Si lo que Ash realmente quería era escapar del mundo, entonces indicaba que Eiji le hacía la existencia imposible a su manera, y por supuesto no quería pensar en algo así. Sin embargo, la hipótesis alterna era todavía peor.
Eiji odiaba batallar consigo mismo y los pensamientos intrusivos. A veces entraba en su mente la opción de darse por vencido. ¿Cuántos momentos de su vida había perdido por enfocarse en el doloroso pasado o en el futuro incierto? Debía comenzar a vivir, una parte de él lo sabía.
Si Ash realmente estaba muerto, lo que querría es que Eiji viviera una buena vida, feliz, sin aferrarse al pasado. Si Ash estaba vivo, pediría lo mismo, incluso si no estaban juntos. Si estaban lejos el uno del otro era porque el rubio había tomado esa decisión hace siete años atrás.
Entonces, ¿qué debía hacer? Comenzar a vivir.
«¿Pero cómo?»
Hacía mucho que se había desconectado del mundo real. Los días iban y venían, llevaba una vida tranquila y cómoda, pero siempre parecía faltar algo. Era como si el sol no saliera y por las noches no hubiera luna ni estrellas; solo un interminable abismo oscuro al cual mirar durante las noches sin sueño.
Pocas veces se comunicaba con su madre, hermana o Ibe. Hace dos años atrás había conseguido un teléfono de casa que le había facilitado la vida, sinceramente. No había necesidad de enviar más cartas que demoraran tanto en llegar a su destinatario. De vez en cuando bastaba con decirle a Ibe que le estaba yendo bien, que todavía no sabían nada de Ash y que Sing estaba mucho más alto que antes. «Quizá un día de estos vayamos mi sobrina y yo a darte una visita a Nueva York», le dijo Ibe en una ocasión, a lo que Eiji respondió que sería grandioso. Sin embargo, aquellos planes siempre terminaban aplazándose. Ellos sabían que Eiji no volvería a estar bajo los cielos de Japón otra vez; no hasta que cumpliera con su "misión" en América. A pesar de ello, su familia le esperaba.
Su hermana Mayu tenía una vida tranquila en Izumo, se graduó y había recién comenzado la universidad, por lo que poco después tuvo que mudarse un tiempo a Mimasaka, y su madre seguía siendo tan pacífica y despistada como siempre.
Nada nuevo bajo el sol.
No obstante, aprendió a llevar ese estilo de vida. A veces deseaba morirse, poder dormir una noche con tranquilidad sin ninguna preocupación de nada. Poder ser el mismo chico amable y sonriente de antes, pasársela bien con amigos y poder decirle a esa persona que lo amaba. Que lo amaba muchísimo, más que a nada y a nadie.
La única razón que tenía para vivir era conocer la realidad de lo que había sucedido con su amigo. Aquella era, sin exageración, su único propósito. La única razón para levantarse cada mañana y de nuevo sumergirse al mundo real, con la gente real y su vida real.
Sin embargo, sus pensamientos se limitaron a eso. "Saber qué ha sucedido con Ash", mas no volverle a ver. Estaba cansado de todo. No podía seguir aferrándose a una idea que lo consumía de a poco.
Algo le hizo pensar que Ash estaba bien. Algo que no podía describir con claridad. Si así debía ser, que así fuera. Comprobar la buena salud y bienestar de su amigo era ahora todo lo que quería. Ya aprendería a vivir sin él.
Una tarde Sing llegó corriendo de la calle y entrando a toda prisa al departamento. Un sorprendido Eiji le preguntó qué le ocurría.
—¡Eiji! C-Creo que… Creo que… lo han visto.
—¿Qué?
—Alguien ha llamado diciéndome que vio a alguien parecido al chico de la imagen. ¡A Ash!
—¿De…? ¿De verdad?
—¡S-Sí! Han dicho que lo vieron en Brooklyn.
El antiguo departamento de Sing se encontraba en Brooklyn. Desde aquella vez que él y Eiji se encontraron de nuevo siete años atrás, no habían tenido la oportunidad de merodear por el lugar. Estaban bien establecidos en Midtown. La noticia les pareció fascinante, primero porque, ¿cómo Ash podía estar tan cerca de ellos? Era una ciudad enorme, sin embargo…
Por supuesto la idea de saber que Ash podría estar bien hizo que el corazón les diera un vuelco. El joven no tenía ni idea de lo mucho que lo extrañaban. No tenía idea de lo irremplazable que había sido y del dolor que había causado.
—¿Brooklyn? Está algo lejos y es tarde… Pero, ¿seguro que es él?
—¿Cómo preguntas eso, Eiji? No lo sé, pero no debemos dejar ir esta oportunidad —respondió Sing mientras se ponía una chaqueta con toda la intención de emprender el viaje—. Después de tanto tiempo… No puedo creerlo.
—¿Y si se trata de una broma? —dijo Eiji, todavía sin poder creer lo que su amigo le decía. Sus oídos no podían darle fianza de la noticia—. ¿Quién te lo dijo?
—Fue una mujer… No estoy seguro, no recuerdo muy bien.
—¿Una mujer?
—Sí, eso creo… En fin. ¿Vienes o no? —preguntó Sing con prisa. Si de verdad Ash estaba en Brooklyn debería ir en cuanto antes a la dirección que le habían indicado o cualquier cosa podría pasar.
Sing estaba terminando de atarse las agujetas cuando pudo sentir el agarre de Eiji en su muñeca, deteniéndole. Al girar a verlo solo pudo notar la mirada perdida y sin brillo del otro, con expresión de miedo y desamparo.
—¿Qué tienes, Eiji? —preguntó, con voz suave y tono bajo. Inspeccionó al otro de pies a cabeza, su lenguaje corporal parecía decir que tenía miedo de algo.
—No vayas.
—¡¿Eh?! ¿Por qué? Esto es lo que hemos estado buscando. Todo este tiempo no va a ser en vano.
—Déjalo.
—Eiji… No te reconozco. ¿Qué pasa?
—Quizá deber ser así. —Eiji hablaba con voz ronca y muy baja, meditando bien cada frase que soltaba. Dijo—: Quizá nunca debí insistir.
—¿Qué? Creí que eras tú quien dijo que quería encontrarlo. Aquel día me lo dijiste… Me devolviste las esperanzas. El que se había rendido era yo, ¿y ahora sales con esto?
—Siento que de este modo es como debe ser. Ash está bien, ahora lo presiento. De hecho, cada vez que pensaba él estando muerto, no podía creerlo. Siento que no puede ser así.
—No digas eso, no lo sabemos. Tal vez te has estado sintiendo mal estos últimos días, pero…
—¡Basta! Déjalo ir, Sing. Déjalo, déjalo… Todo este tiempo es lo que él quería. Ahora me doy cuenta. —La voz de Eiji se quebró y su agarre se volvió más fuerte que antes.
—No puedes saberlo.
Aquella contestación hizo que Eiji se pusiera a la defensiva.
—Tengo un presentimiento —dijo, con mirada retadora.
—¿Presentimiento?
—Sí.
—Vamos, Eiji, no te fíes de eso. Hace tiempo ese presentimiento hizo que te confundieras.
—¡Exacto, fue una confusión! Al ver de espaldas a aquel muchacho me exalté y parecía realmente ser Ash, pero… me equivoqué. Esta vez es distinto. Es algo de lo que estoy casi seguro. No, ¡estoy seguro! ¿No te parece extraño que no nos haya llegado alguna mala noticia? Quiero decir, las malas noticias son las que suelen llegar primero siempre de una u otra forma. Y todo este tiempo nos la hemos pasado esperando la más mínima noticia sin ningún resultado. Siento que si algo le hubiese sucedido quizá ya lo sabríamos. Max o alguno de sus hombres ya nos lo habría dicho, estoy seguro. Sin embargo… no sabemos nada. Eso puede ser bueno a su manera, ¿cierto?
Sing detuvo sus movimientos, dubitativo. Por un instante se vio influenciado por las deducciones de Eiji, aunque no podía decidirse él mismo por el sendero que creía correcto. Las palabras del otro hicieron que reflexionara una y otra vez sobre sus acciones y el efecto mariposa que ello podría conllevar, estaba confundido. Y, cavilando sobre aquello, se dijo que no se quedaría esperando de nuevo haciendo lo que otros le ordenasen, justo como aquel día.
Sabía que sus acciones podrían generar problemas. A pesar de ello, estaba convencido de algo: todo hombre tenía derecho a elegir su propio camino.
Quizá el camino que elegiría podría traer un nuevo amanecer para él, Ash y Eiji. ¿Quién sabe? Todo podía pasar. Había nacido en un entorno que no le daba ni siquiera un instante para un respiro. Solo había aprendido a sobrevivir, no a vivir, justo como el joven desaparecido. Y por ello quería verlo de nuevo y hablar con él; aclarar una vez más que no estaba molesto por la muerte de Shorter a su aparente causa ni por la muerte de su hermano ni ningún otro rencor del pasado que pudiera caber entre ellos dos. Solo quería decirle que lo había extrañado mucho.
—Es probable que, si alguna vez estuvo ahí, se haya dado cuenta de algo y se fuera. Si es el caso, debo al menos intentar seguirle el paso. —Una vez Sing hubo terminado de ponerse los tenis y acomodarse la ropa, se dirigió a la puerta dispuesto a irse. Al abrirla una fresca y ligera brisa sopló sobre su pálido rostro, alborotando sus cortos cabellos con delicadeza.
Eiji lo miraba como si no creyera que de verdad se iría después de oírlo hablar. Se sentía solo en el asunto. Sing también se sentía solo, siguiendo su propia corazonada. Repasando la dirección que le habían indicado, Ash debería estar cerca de uno de los vecindarios más lujosos del distrito. Probablemente todavía hasta residiera allí, debía apurarse.
—¿Cómo puedes estar tan seguro de que te dicen la verdad, Sing?
—No lo estoy. Pero, ¿qué importa? No tenemos na… —Se corrigió—: No tengo nada que perder.
—Al menos dime cuándo vas a volver.
—Me pareció que, a juzgar por la voz de la chica, dudaba. Pero a pesar de ello quería decírnoslo. —Sing habló evadiendo por completo la pregunta de Eiji—. Y otra cosa más. Me dijo su nombre. Elisabet Brown.
—Dijiste que no lo recordabas muy bien hace un instante.
—Ah, ¿sí? Debí estar exaltado. En fin, lo he recordado. Era la voz de una mujer joven.
—De cualquier forma, eso no nos dice mucho.
—Es más de lo que sabíamos hasta ahora, ¿no? Ya servirá. Adiós.
Sing salió, bajando las escaleras con prisa. El cielo estaba nublado. Según el pronóstico, llovería. Eiji no podía evitar preocuparse por el joven. Eran pocas las veces en que sus temperamentos chocaban y la situación presente era una de ellas.
—Espera, ¡S-Sing! —lo llamó. Corrió hacia la puerta, asomando su rostro hacia la calle. Observó la espalda del chino alejándose.
Sing no miró hacia atrás.
Los largos cabellos de Eiji eran alborotados por el viento que de a poco se volvía gélido y feroz. Lo único que quedaba era él y su desesperación ante lo desconocido.
Por cuestiones del gentío, su viaje de media hora terminó siendo uno de 120 minutos. Cuando Sing hubo llegado a los adentros de Brooklyn se dispuso a buscar con rapidez y cautela cada rincón de cada sitio. Había vivido un buen tiempo por la zona, por lo que conocía ciertos lugares, sin embargo, luego de tantos años, todo le parecía tan cambiado.
De vez en cuando mostraba la dirección anotada en el papel que llevaba consigo a algunos residentes de ciertos departamentos, establecimientos, etc., sin embargo, jamás pudo distinguir la rubia cabellera de Ash entre la gente. Llegaba a considerar que quizá pudo haberse teñido, no obstante, tuvo que convencerse de descartar aquella idea tan rebuscada. ¡No podía seguir engañándose! No de la manera en que Eiji lo hacía.
Siguió preguntando por el chico. Dio varias veces algunas vueltas a la plaza y a los departamentos donde supuestamente se le había avistado, sin embargo, no estaba. Estaba exhausto.
Comenzó a lloviznar. La sensación de soledad y decepción hicieron que su vista se volviera borrosa y comenzara a sentirse mareado. Había experimentado demasiadas emociones para un solo día. No tenía idea de lo que debía hacer a continuación; por más que se hacía la idea, no podía verse a sí mismo regresando a Midtown. ¡No estando tan cerca de Ash! Volver no era una opción, sin embargo, permanecer allí bajo la lluvia y sobre asfalto de un vecindario ajeno tampoco le llevaría a nada. Tenía la mirada perdida en el suelo, su corazón agitado y las manos y piernas temblando.
Fue como si fuese un milagro, porque de repente escuchó una voz que lo llamó. La voz de una mujer.
—¡Hey! —le gritó desde la ventana de su departamento—. ¡Ven aquí! ¡Si te quedas bajo la lluvia te vas a resfriar!
Por un momento Sing hizo caso omiso a todo lo que le rodeaba, sus pensamientos y frustraciones, y entró con ella. Luego de que ésta le ofreciera una bebida caliente y una toalla para secarse el cabello, le dijo:
—¿Eres el chico al que llamé?
Sing quedó estático. Entornó los ojos, haciendo que se le hicieran todavía más pequeños, y preguntó:
—¿Cómo lo sabes?
—¡Cielos! Has estado todo el tiempo dando vueltas por el vecindario. Tenía miedo de hablarte, pero entonces comenzó a llover y…
—¡Eso no es importante! ¿Dónde está él?
—Ah, te has tardado. Te esperaba desde hace unas horas atrás, pero todo ha sido muy rápido. Creo que terminó sospechándolo y se fue tras darme un apretón de manos.
—¿Có…? ¿Cómo dices?
—Si hubieras llegado hace una hora atrás, lo habrías visto. Estaba justo aquí.
—¡¿Q-Qué?! Y-Yo… ¡Yo tengo que…! —Sing intentó ponerse de pie, sin embargo, estaba tan mareado por la conmoción que trastabilló y casi cayó al piso.
—¡Woah! ¿Estás bien? Parece que tienes fiebre.
—Tengo que… ir por él…
—Primero deberías descansar un poco —dijo ella con preocupación.
—¿A dónde fue?
—Eh… Yo no lo sé. Es muy independiente y nunca dice a dónde va o de dónde viene. Hacía mucho que no le veía, realmente.
—¿Cómo supiste que…?
—Oh, vamos, te lo contaré todo, pero por favor retoma el aliento. Parece que has visto un fantasma.
Dicho aquello, Sing terminó su bebida y se deshizo del abrigo empapado que llevaba, dejándose envolver por el calor del hogar. La chica de aseguró de que el joven estuviera estable para seguir con la conversación.
Sumando el tiempo en que Sing estuvo buscando a Ash en el distrito y el tiempo que llevaba con la muchacha, se hizo de noche.
Entonces por fin trataron el asunto.
—¿Cómo diste con él?
—Fue hace mucho tiempo… La primera vez que lo vi fue aquí en Brooklyn, en el funeral de mi abuela. Por lo que supe, fueron vecinos un tiempo. Al menos eso me dijo. Quería saber dónde la velarían así que se lo dije una vez que nos cruzamos en el departamento cuando fui a sacar sus cosas. Y así fue.
—¿Nada más? —dijo Sing. Al ver que la chica solo asintió, se sintió muy mal—. Por Dios, esto no tiene sentido. Debería ir a buscarlo, no debe estar muy lejos… Debe estar atrapado bajo la lluvia. No puedo seguir esperando…
—Espera —le dijo ella. Sabía que no lo encontraría. Ni siquiera ella tenía idea del paradero del otro, por lo que, al ver los intentos del chico por ponerse de nuevo de pie, lo detuvo—. Ya tuvo que haberse ido lejos.
Sing estaba estupefacto.
Entonces comenzó a llorar. Si tan solo no hubiera tardado tanto en llegar, si tan solo no se hubiese molestado en avisar a Eiji, podría haberlo visto al menos una última vez. Su oportunidad se había ido una vez más, quizá para siempre.
—Hoy es el aniversario de la muerte de mi abuela —dijo ella para retomar el hilo de la conversación y poder explicarse mejor. Era un intento por tranquilizarlo—. Hace tiempo que he vuelto al lugar para conmemorarla. Me sentía mal por ella y por mí misma, por haber dejado que tuviera una muerte tan solitaria. Cielos, este lugar ha estado muy vacío, sin embargo, por alguna razón Chris volvió en busca de algo que ella hubiera dejado y me encontró. Si tan solo hubiera sido mayor de edad en aquel entonces quizá… habría podido verla más tiempo. No es justo que nadie muera así. Ser mayor debe ser doloroso, ¿cierto? Tu familia es lo único que te queda, y si ellos no vienen ni siquiera a darte una visita de vez en cuando entonces… —hizo una pausa. Temía que las lágrimas afloraran de repente—. En fin, Chris dijo que era una mujer adorable y que lo cuidaba como si fuera su propio nieto, y él a ella, por supuesto. Sentí un poco de envidia al principio, pero ahora comprendo que quizá no era mi culpa… Yo era muy joven. Quizá él pensó que era extraña por vivir en el departamento abandonado de mi abuela muerta, o quizá no. ¡Fuh! Como sea… He hablado mucho de mí, lo siento. —Ella se rio con dulzura, agachándose para quedar un poco a la altura del cabizbajo Sing. Siguió diciendo—: Así fue como lo conocí. Pero a fin de cuentas no sé nada de él… Soy una traidora. En cuanto vi su rostro en esos carteles por todas las calles solo pude pensar en mí misma, queriendo volver al pasado y pasar tiempo con esa persona especial; mi abuela. Creí que quizá alguien se sentía del mismo modo respecto a él. Pareció no gustarle, pues en cuanto tuvo sospechas se fue. Lo siento… Por eso debías apurarte.
Tras pensar en miles de cosas, Sing le hizo una pregunta que realmente comenzaba a molestarle.
—¿Este "Chris" es el mismo chico de la fotografía del cartel? —dijo a la vez que se limpiaba las lágrimas.
—Estoy segura.
—¿Cómo puedes saberlo? Han pasado siete años. Es posible que se vea muy diferente ahora. Quiero decir, debe tener unos 25.
—Nope, se ve igual. Te lo juro. De otra manera no habría hecho esa llamada… En fin. ¿Qué sigue?
Aquella pregunta hizo que Sing se pudiera más de nervios. Aunque la chica lo afirmaba, ahora cabía la posibilidad de que el muchacho no fuera realmente Ash. Sin embargo, era inteligente, y sabía que su amigo no andaría por las calles de Nueva York usando su antiguo alias. Aslan era más inteligente que eso.
Y, lo sabía: no seguía nada. Ya no había un segundo paso, todo estaba perdido.
—¿En dónde vive ahora? —preguntó, evadiendo la anterior pregunta de la fémina.
—No lo sé. Es casi un desconocido… Nos comunicamos una vez por mensajes de texto, pero el número dejó de existir. No sé nada, lo siento —dijo cabizbaja.
—Ya veo…
—¡Ah! Pero sí sé algo.
—¿De verdad? ¿Qué es? —La esperanza afloró.
—Su nombre completo es Christopher Winston.
—¿Chris…? —Sing se quedó sin habla. El hecho de que Ash pudiera usar un alias durante 84 meses podría ser cierto, sin embargo, no se lo diría.
—Y también a veces va a visitar la tumba de mi abuela, Bridgette. Hemos coincidido. Al parecer de verdad se querían como familia. Puede que algún día, con mucha suerte, puedas verlo ahí, al norte de Brooklyn. Te daré la dirección.
Sing se puso de pie. Hablar con la joven hizo que se sintiera más tenso que aliviado. No tenía idea de a dónde ir exactamente, sin embargo, agradeció a la muchacha y cuando la lluvia se hubo calmado un poco se dirigió a la puerta dispuesto a irse. Por su mente pasaban vagas ideas, las cuales le indicaban en dónde podría estar Ash. La probabilidad no era del 0%, al fin y al cabo.
—Muchas gracias, eh…
—Elisabet Brown —completó ella con media sonrisa, estirando la mano.
—Sing Soo-Ling.
—Lamento no haber sido de mucha ayuda, Sing.
—Lo que has hecho es más de lo que alguien ha hecho por nosotros —dijo, pensando en Eiji, a la vez que estrechaba la mano de Elisabet.
Ella hizo una expresión de extrañeza, sin embargo, atendió otro problema un poco más importante que una disculpa.
—Llévate esto. —Le tendió un paraguas azul que había agarrado de justo un lado de la puerta. Era el que ella había usado temprano—. No acepto un "no" como respuesta.
Sing sonrió.
—Gracias, Lis.
Estrecharon sus manos con firmeza una vez más y se dijeron adiós. Era posible que no volvieran a verse nunca más.
Puede que no haya sido de mucha ayuda, que no hubiera recibido toda la información que le hubiese gustado recibir o que no pudiese verlo, sin embargo, como anteriormente él mismo se lo había dicho a Eiji, era más de lo que sabían por la mañana.
Volvió a Manhattan con aires de derrota.
Era de noche. Cuando abrió la puerta vio a Eiji que lo esperaba despierto en el sofá de la sala, viendo la televisión.
En cuanto pudo escuchar la puerta de la sala abrirse el mayor se puso de pie, dispuesto a recibir las noticias del otro. Sin embargo, la expresión de su rostro se lo decía todo.
Una vez más se echó a llorar. Aun siendo más alto que el otro, se acurrucó en el hombro de Eiji y no calló sus sentimientos. Sus gemidos de desamparo y tristeza flotaron en el aire mientras que Eiji lo abrazaba y le sobaba la espalda con ternura, intentando contener el llanto también.
Estuvieron así unos minutos hasta que Sing se hubo tranquilizado un poco.
—Yo solo quiero poder verlo y decirle… que lo siento, por todo lo que pude haberle hecho en mi ignorancia. Poder decirle que lo extraño —balbuceó Sing entre hipidos.
—Yo también, Sing. Yo también tengo mil cosas que quisiera decirle…
—Ash de verdad está aquí, en Nueva York. Justo como dijiste, Eiji.
Eiji lo miró hacia arriba, con el cristal de sus lentes un poco empañado y el fleco alborotado. Abrió sus grandes ojos y le dirigió una mirada de extrañeza.
—¿Cómo lo sabes, Sing?
—Fui a dar con la chica y ella me lo contó todo. Bueno, lo poco que sabía en realidad.
—¿Qué? ¿Entonces…?
—Sentémonos.
Una vez que ambos se acomodaron en el sofá de la sala trataron de aclarar su mente y prosiguieron con el tema. Sing comenzó.
—Me perdí entre las calles, pero, luego de un tiempo, esta chica, Elisabet, me vio y me invitó a entrar a su casa. ¿Qué? ¿Por qué me miras así? Entiendo que hacer eso es extraño pero si la situación no lo hubiese ameritado yo no…
—Entiendo, Sing. No me malinterpretes, no estoy juzgándote ni nada. Continua por favor.
—Bueno, al parecer ella mantenía contacto con Ash debido a que tenían una conexión por ciertos acontecimientos. Al principio dudé, pero ella estaba segura de que se trataba del chico del poster, por lo que, no lo sé, al verla a los ojos supe que no mentía. Decía la verdad. A pesar de haber pasado tanto tiempo, quizá Ash no haya cambiado mucho. Además, se hace llamar Christopher Winston.
Sing lo contó a Eiji todo por lo que pasó. La superflua relación entre el rubio y la chica a causa de la abuela, lo poco que habían estado en contacto, el antiguo hospedaje de Ash en Brooklyn y sobre su escape. Resumió todo a como pudo y, entre frases, mencionaba una y otra vez su intención por ir a perseguirle. Una y otra vez, y otra vez y otra vez…
Eiji asentía ante cada frase finalizada, manteniendo la calma y tratando de formar un escenario en el cual era capaz de ver Ash.
—Estuviste cerca. Eres muy valiente, Sing, igual que siempre. Pero, no dejes que esto te moleste. No es culpa tuya que esto haya sucedido, al contrario. La oportunidad vino a ti por tu esmero en encontrarle.
—¡Pero…!
—Ash siempre fue muy precavido. Fue criado por lobos. Creo que sin importar lo que hiciéramos no podríamos verlo. Pero, estoy feliz —dijo mientras esbozaba una sonrisa debilucha con ojos adormilados—, me basta con saber que está a salvo.
Sing no observó unos segundos con detenimiento.
—Mentiroso. Acabas de decir que también tienes cosas que decirle. Y algo me dice que, al igual que yo, vas a estar en paz solamente hasta que se las restriegues en la cara, ¿cierto? Todas sus verdades egoístas.
—Sing…
—¡No es justo! No es justo que nos mantenga preocupados. ¡Sobre todo a ti que lo quieres tanto como a nada y a nadie!
Al decir la última frase Eiji abrió sus ojos con expresión de sorpresa y sus mejillas se pusieron coloradas. ¿Qué era aquello? No era solamente la sensación de calor sobre su rostro y la pena que ello contrajo, sino también sentimientos encontrados que afloraron desde el fondo de su pecho. Un sentimiento de soledad incurable.
Eiji comenzó a temblar y puso sus manos sobre su cara.
Al darse cuenta de esto, Sing se contrajo y se acercó cuidadosamente al mayor para intentar tranquilizarlo esta vez.
—Uh, lo siento, Eiji… Decir eso de esa manera no estuvo bien. Es solo que… —se calló resistiéndose a empeorar la situación—. Lo siento —repitió. Acarició los largos cabellos negros del otro con afecto.
Eiji descubrió su rostro. Dolorosamente volvió a sonreír como si nada hubiera pasado.
—Olvidemos todo esto por hoy, ¿bien? Ya vendrán mejores días. —Posó una de sus manos sobre el hombro de Sing para ofrecerle su apoyo.
Sing no dijo nada más. Admiraba la capacidad de Eiji para adaptarse a las circunstancias sin importar cuales fuesen.
En ese momento pensó que, sin importar cuanto había comparado a Eiji con un conejo en el pasado, estaba equivocado totalmente. Se dijo a sí mismo: «Eres tan valiente como un águila manteniendo vuelo firme contra el feroz viento, Eiji». Odiaba que la situación fuese la que lo haya obligado a darse cuenta de ello después de tanto tiempo.
Se hizo tarde y ninguno de los dos podía conciliar el sueño. Eiji leía un libro y Sing estaba recostado sobre la cama sin hacer nada, intentando inútilmente perderse entre sus ensoñaciones nocturnas.
Transcurrieron tan solo tres horas desde que habían estado platicando en la sala. Ninguno había vuelto a tocar el tema sobre Ash, pero ambos sabían de sobra que era lo único en lo que pensaban aquella noche.
—¿Duermes, Sing?
Sing, que estaba dándole la espalda a Eiji acurrucado en su cama, apenas respondió con un tono ronco y bajito.
—Estoy despierto.
Entonces Eiji tomó aire y dijo sin darle mucha importancia:
—Estuve hablando con Ibe-san por teléfono. No mucho en realidad, sin embargo, hablamos sobre ciertos asuntos y dijo que su sobrina vendría de vacaciones un tiempo. Creo que sería una buena oportunidad para que, ya sabes, la lleves a conocer la ciudad y eso. —Eiji no esperó a que Sing respondiera y siguió hablando—. Una visita nos caería bien a ambos. No comparte mi edad ni la tuya, sin embargo, creo que tú estás más capacitado para ensenarle los mejores sitios de aquí. Quiero decir, tú has vivido aquí desde siempre, ¿cierto?
—¿Cuál es su nombre? —preguntó Sing con aparente desdén.
—Akira. Es una buena niña. Llegará al cabo de un mes y unos días más. ¿Crees que… podrías ir a recogerla al aeropuerto? Me temo que voy a estar atareado por el trabajo.
Sing resopló.
—Sin problemas —dijo.
No hubo más palabras de por medio. Sing nunca se había girado para ver a Eiji, se limitó a responderle viendo hacia la pared. Era posible que sintiera un poco de rencor hacia el mayor por su anterior actitud tan pesimista, sin embargo, también lo había consolado y cuidado durante tanto tiempo. No podía enojarse con él.
La pequeña lámpara de luz ámbar entre las dos camas de ambos era la única iluminación existente en la habitación.
Eiji observó un rato más a su amigo que llevaba tiempo con la vista clavada hacia la pared y dándole la espalda. Sabía, por instinto, que probablemente ni siquiera tuviera los ojos cerrados. Su respiración no era pesada ni tenue ni rítmica. Sin duda alguna seguía despierto.
Con una media sonrisa y haciendo el libro a un lado se levantó y se dirigió a la cama del otro, metiéndose de lleno entre las cobijas y haciéndolo a un lado con sutileza.
—¿Qué…? ¿Qué haces, Eiji?
Eiji se quitó los anteojos dejándolos en el buró de Sing.
—Tranquilo, solo será hasta que te quedes dormido —sonrió mientras se ponía cómodo, tratando de no estorbar a Sing lo suficiente.
—¿No prefieres encender una pequeña bombilla para mí el resto de la noche? —se burló.
—Si tú quieres.
Sing se ruborizó y no dijo nada más.
Eiji que esperaba obtener respuestas sin indagar mucho, dijo:
—¿Estás así por lo de Akira? Si no puedes está bien, ya podré preguntarle a Michael o… —dijo disimuladamente.
—No es eso, puedo hacerlo.
—¿Entonces… ya no estás enojado conmigo?
Sing por fin se dio vuelta para verlo.
—¿Enojado yo contigo? No, Eiji. No, no. ¿Por qué me preguntas algo así?
—Me dio esa sensación.
—N-No… Quiero decir, lo estuve un tiempo, pero ya no me siento de esa manera. Todos nos comportamos de diferente manera. No tengo por qué estar enojado contigo ni con nadie.
Eiji sonrió, y, avergonzado por sus palabras, Sing cerró sus ojos para intentar dormir sin importarle estar cara a cara con el mayor.
—En fin… —dijo cansado—. Buenas noches, Eiji.
—Buenas noches, Sing.
Como arte de magia, Sing se quedó dormido. Cuando Eiji se hubo dado cuenta volvió a su cama a mitad de la madrugada, dejando que el otro descansara.
Por la mañana siguiente ninguno de los dos pudo asistir a su trabajo ni a la universidad puesto que el menor había pescado un resfriado por los sucesos de la tarde anterior. Eiji como de costumbre se había levantado temprano, sin embargo, al ver que Sing no se había levantado a tomar el desayuno fue a revisarlo y en efecto, comprobó que se trataba de fiebre. Temblaba y sudada demasiado.
Aquel día y los dos siguientes Eiji se dedicó a cuidarlo, hasta que finalmente estuvo totalmente recuperado de cualquier síntoma luego de una semana. Creyó que además del frío de la tarde lluviosa pudo haberse enfermado por la fuerte conmoción emocional.
Últimamente Eiji había comenzado a convivir más con Max y Jessica, y de vez en cuando Michael los visitaba a ambos. Aquello hacía que sus días no fueran tan grises como suponían serlo.
Todo siguió su curso normal luego de aquella tarde tan agitada. Las repentinas lluvias cesaron y los últimos días de verano se terminaban con rapidez. Durante todo aquel tiempo ambos mantuvieron cierta distancia que hizo que, por varios días, olvidaran a Ash. Hubo un solo instante en que tanto Eiji como Sing lo trajeron de nuevo a su memoria, pues el 12 de agosto había llegado. Para Eiji era suficiente el dejar una rosa en la biblioteca pública cada año, pues era el sitio del ultimo avistamiento del joven, mientras que para Sing, pedir a los cielos por él le bastaba.
Sin embargo, fue el último día en el que Ash mereció siquiera una mención por parte de los dos.
Un día cualquiera llegó al buzón de la casa una carta dirigida a Eiji.
Puesto que solían dejar que los recibos y demás cosas se acumularan, en un principio no le había prestado mucha atención, sin embargo, al observar que llevaba puesto el sello de entrega urgente supo que algo no andaba bien y quiso saber de inmediato de qué se trataba. ¿Y si algo había sucedido con Ibe y Akira? Ya habían aplazado el viaje por problemas que habían surgido y temía que pudiera haber pasado algo peor.
No quiso esperar demasiado y abrió el sobre con cautela. Por fortuna no se trataba de malas noticias, sino de todo lo contrario. El mensaje en un principio parecía ser de parte de Ibe, de su madre o su hermana, o incluso de la misma Akira, sin embargo, aquella caligrafía era tan poco refinada e impura que dudaba de las probabilidades. La carta iba dirigida hacia él en un auténtico japonés, escrita con bolígrafo de tinta negra sobre hojas a raya.
Las características del escrito a simple visto lo alertaron, en embargo, no era una única hoja, sino dos. La segunda hoja lo hizo entender todo.
—Dios mío. Esto es…
Como no podía creerlo tomó la hoja entre ambas de sus manos y la estiró con firmeza para plancharla y eliminar las arrugas de la misma.
Era evidente y seguía sin poder creerlo. Aquella era la segunda parte de la carta que había escrito para Ash; la última parte de una larga carta de dos hojas escrita con esmero y amor. Aún tenía rastros de lágrimas y sangre. Al ver las últimas palabras de la hoja tuvo recuerdos dolorosos de aquel día de diciembre del 86 cuando volvió a Japón sin su amigo. "My soul is always with you" se leía al final de la hoja. Lo leyó una y otra vez, una y otra vez y otra vez…
¿Qué hacía ese fragmento de la carta ahora en sus manos? No lo entendía. Estaba paralizado, estupefacto. Antes de intentar procesar la carta que él mismo había escrito, quiso cerciorarse de la verdad y prestar toda su atención a la otra carta. La de verdad y la actual, la que iba dirigida a él. La misiva decía así:
«A Eiji Okumura:
Querido Eiji, me alegra saber que estás a salvo. Hace mucho que no sabemos nada el uno del otro, sin embargo, puedo ver que lo estás haciendo bien. El hecho de que tú no puedas verme no significa que yo te haya abandonado, claro que no. Yo, de alguna manera, estoy ahí para ti como tu ángel de la guarda, viendo por tu bien como nadie más podría hacerlo. Por favor, te ruego que me perdones y me comprendas. Ha sido difícil para ambos. No pretendo enfocarme en mí, pues sé que, probablemente, todos estos años has sufrido más que yo.
Así es como debió ser desde el principio, sin embargo, ahora después de tanto tiempo por fin soy libre. Nadie me ha vuelto a poner una mano encima, nadie ha intentado hacerte daño ni a ti ni a mí, nadie se ha interpuesto entre nosotros. Y creo que es tiempo… Me he asegurado de abrirme camino a nuevos horizontes y por fin darme una oportunidad en este nuevo sendero que me gustaría recorrer junto a ti. Siento la brevedad de mi mensaje, pero me gustaría poder explicártelo en persona como lo mereces. No procuro el excusarme, sin embargo, me gustaría añadir que todo lo que he hecho ha sido para protegerte. No solo para protegerte de mí mismo, sino del mundo al que pertenezco. Casi no sé nada de ti, ciertamente, por lo que desconozco tus sentimientos actuales y me estoy arriesgando mucho al escribirte esta carta que probablemente no será correspondida. En dado caso, te adjunto la carta que escribiste para mí y que debe regresar a ti. La carta que le dio sentido a mi vida. "My soul is always with you". Tal frase no solo me ha arrancado lágrimas, sino que me ha dado fuerzas para seguir adelante, incluso si ha pasado el tiempo y ahora todo es diferente.
Supe que has estado buscándome. Gracias por no olvidarme durante todo este tiempo. Debes estar cansado de mí y los sentimientos que he despertado en ti por muchos años. Lo lamento mucho. A pesar de ello, si te parece, podríamos vernos de nuevo en donde nos encontramos la última vez. Te adjunto la fecha en la parte trasera de la hoja. Estaré en ese sitio. ¿Lo recuerdas? Ese otoño de 1987, cuando ambos vimos el mar iluminado por el rojo del atardecer.
No me sentiré mal si por cualquier motivo decides hacer caso omiso a mi petición, pues de igual manera te desearé suerte en cualquier camino que decidas tomar.
Una vez más me disculpo. Perdóname por todo, perdóname, perdóname.
Es lo menos que puedo hacer por ti.
Con todo el amor que mereces y jamás fui capaz de darte,
Aslan Jade Callenreese».
Eiji estaba en silencio, y aunque le habría gustado acurrucarse y llorar como una criatura, mantuvo su posición. Sus manos temblaban ligeramente y su pulso estaba acelerado por tales emociones. Entonces comenzó a atar cabos.
Si Ash le estaba enviando la segunda parte de la carta quería decir que de verdad la había leído completa, ¿cierto? La mentalidad pasada se había ido, sus ideas de que Ash había perdida la carta de habían ido.
Y como segundo factor, pensó: «¿Ash aprendió japonés durante todo este tiempo?» La carta estaba escrita con caracteres correctos, aunque con una pésima caligrafía según el japonés.No pudo evitar soltar una risita ante el pensamiento, sin embargo, sus ojos no tardaron en llenarse de lágrimas que no pudieron salir.
Cubrió su cabeza con sus manos y se mantuvo así por un buen rato hasta que pudo ver a Sing y contarle lo sucedido.
Al revisar la fecha de encuentro pudo darse cuenta que era la misma fecha en la que la joven Akira llegaría a América.
Sing, sin dudarlo, dijo que iría a recoger a la chica y que después volvería por Eiji. También deseaba con todas sus ganas ver a Ash, sin embargo, no quería para nada arruinar algo tan importante y de paso romper la promesa que le había hecho al mayor. Debía cumplir con su solicitud.
El día acordado llegó pronto, eran principios de octubre. Un día cualquiera de otoño en Nueva York.
Después de haber revisado la hora sugerida en la carta, se vistió sin prestar demasiado esmero en sí mismo como le hubiera gustado y se dispuso a ir al lugar. Sing fue al aeropuerto donde la joven japonesa recién llegaría a la ciudad, deseándole mucha suerte a Eiji y rogándole que se mantuviera a salvo. Una vez que se separaron, era momento de la verdad.
Si bien era cierto que nunca se hizo una mención específica de algún sitio concreto, Eiji sabía exactamente en donde debían verse. Era como si ambas de sus almas hubieran chocado en ese entonces.
Para Eiji cabía la posibilidad de que solo fuese un engaño; que alguien quizá hubiese tomado el nombre de Ash y escribiera aquella carta con malas intenciones, sin embargo, su corazón latía como nunca y se decía a sí mismo una y otra vez que quizá debería darse una oportunidad.
Corrió lo más rápido que podía luego de tomar un taxi y trasladarse al mismo lugar de siempre. Al lugar donde se había topado con su alma gemela sin saberlo siete años atrás.
La tarde era calurosa. El cielo era brillante, hermoso y despejado al igual que el de aquel día.
Cuando estuvo cerca del sitio llegó corriendo a toda prisa con el presentimiento de que quizá Ash ya podría estar allí, sin embargo, estaba equivocado. No había nadie, solamente él y el ocaso. Jadeaba con cansancio, definitivamente ya no estaba en condición para las emociones fuertes.
Decidió esperar hasta que hubiera una mínima pista de que Ash pudiera estar allí.
Pasaba el tiempo y el rubio no llegaba. La espera se lo comía vivo, la ansiedad iba en incremento y sudaba con miedo. Entonces sus cavilaciones comenzaban a volverse amenazantes. «¿Y si él no llega?» «¿Y si es una trampa?»
De cualquier modo, esperó. Solamente comenzó a hacerse la idea de rendirse y abandonar el sitio cuando había pasado poco más de una hora de espera y no lograba ver a nadie cerca suyo. Los rayos del sol comenzaron a volverse mucho más suaves y se disipaban entre las nubes amarillas.
Justo cuando estaba proponiéndose desistir pudo escuchar pasos atrás de él. La sangre se le heló. No se atrevió a girarse.
Podía sentirlo. Alguien estaba detrás de él. La sombra del sujeto fue acercándose a él poco a poco.
Fueron segundos de tensión, pues el recién llegado no dijo nada, y Eiji por su parte trataba de convencerse a sí mismo que nada estaba pasando, que no había nadie allí y él simplemente estaba enloqueciendo.
Únicamente el sonido de lejanos aviones dejando detrás de sí sus estelas de condensación en el cielo ámbar. El ruido del mar a la lejanía y el bullicio casi imperceptible de las carreteras.
No sabía cómo comenzar, por lo que comenzó con un suave y cauteloso saludo, esperando obtener una respuesta.
—Hola. —Habló a las espaldas de Eiji, por lo que hizo que el otro se tensara. Después de todo, ¿cómo podría responder con naturalidad a una pregunta como aquella, a pesar de su simpleza? Debía ser duro. Aun sabiéndolo, Ash esperó.
Eiji no hacía más que darle la espalda manteniéndose trémulo.
—¿Eiji? —preguntó esta vez. El oír mención de su nombre hizo que el otro se exaltara, pero no podía evitarlo. Si solo le daba la espalda y no decía nada le daba la sensación de que no era quien esperaba que fuera.
Como si no pudiera creerlo el de pelo moreno se dio la vuelta con los ojos cerrados, y al abrirlos, allí estaba. Estaba frente a su alma gemela, finalmente.
—Ash… —balbuceó. Parpadeó varias veces para cerciorarse de que lo que veía era la realidad.
El mencionado sonrió con genuinidad.
—Hey… Ha pasado un tiempo —enunció. Se corrigió—: Bastante en realidad.
Eiji no dijo nada. Ash se vio obligado por sí mismo a agregar:
—Te has puesto muy guapo —dijo con total sinceridad. Fue como si las palabras se escapasen de su boca, pues no tenía la más mínima intención de coquetear o burlarse del otro. Tampoco pretendía decir algo estúpido o sonar educado. No deseaba romper el hielo ni ofrecer una buena imagen. Simplemente su cerebro le había hecho decir sin máscaras lo que de verdad había pensado al verle. Al notar que su genuinidad había incomodado al pelinegro optó por intentar arreglar su cometido—. Es decir… Las gafas. Te van muy bien las gafas. Es diferente.
Eiji entonces, con los ojos llorosos añadió:
—¿Q-Qué quiere decir eso? —Luchó por contener sus lágrimas. Su cara estaba roja; se sentía triste y apenado. No sabía cómo lidiar con tantas emociones juntas—. Entonces de verdad estuviste aquí hace casi ocho años.
—¿Uh?
—"Ese otoño de 1987, cuando ambos vimos el mar iluminado por el rojo del atardecer". Estuviste aquí y fingiste no haberme visto. ¿Por qué? —La última pregunta la dijo casi en un susurro.
—Eiji…
—No, olvídalo. Sé por qué. Es solo que no puedo entenderlo del todo.
Ambos se vieron por unos minutos sin poder creer que finalmente estaban el uno frente al otro. Sentían entre ellos la necesidad de correr y abrazarse con todas sus fuerzas, no obstante, ninguno movió ni un solo músculo.
—Supe por alguna razón que, quizá, habías sentido mi presencia en ese entonces. Justo como lo has hecho hoy. No me equivoqué.
—Sí, lo hice. Te sentí cerca…
De nuevo se quedaron en silencio. Se comportaban como dos desconocidos, aunque en realidad había un apego rebosante entre ellos.
—La razón por la que me encontraste fue por esa chica en Brooklyn, ¿cierto? Creo que era de esperarse. Pasaron… muchas cosas.
Eiji no dijo nada. Parecía haber perdido la percepción de la realidad a juzgar por su mirada perdida y su estancia corporal. Estaba sumergido en sus pensamientos, en sus memorias y en su sentir.
—Lo siento. —Ash se disculpó. Supo que hasta que no dijera algo por el daño que había causado Eiji no podría hablarle ni perdonarle.
Eiji solo pudo abrir mucho sus ojos. Finalmente, una sola lágrima se escurrió por uno de sus ojos.
—No digas eso… —dijo con voz quebrada—. No te disculpes. Si hubieses tenido la vida que merecías no tendrías que haber optado por hacer esto.
—Eiji, deja que me disculpe, por favor. —Un nudo en la garganta le impidió a Ash hablar como quería. No le gustaba ver llorar a Eiji en lo absoluto, sin embargo, sabía que no podía hacer otra cosa en aquella situación.
El japonés negó con la cabeza, acomodándose el fleco e intentando retomar el aliento.
—No tienes idea de lo mucho que pensé en ti. Deseaba que estuvieras con bien. Incluso llegue a pensar que, con tal de que estuvieras a salvo y tuvieras una vida feliz, quizá hubiera preferido no conocerte.
—Eiji, yo…
—Pero eso se acabó. Estás aquí ahora, ¿cierto? —Más lágrimas se escurrieron por sus mejillas y las limpiaba con desesperación. Parecía que jamás podría parar de llorar. Era muchas lágrimas espesas—. ¿Cierto? —repitió.
—Es cierto, Eiji. Estoy aquí. —Se acercó al pelinegro. El otro pareció entrar en un modo de defensa, pues por un momento pareció que retrocedía, sin embargo, siguió estático esperando a que Ash hiciera lo que sea que fuera su intención—. ¿Y sabes qué? Durante todo este tiempo he aprendido cosas… He aprendido que puedo ser feliz a pesar de todo. Y tú también, Eiji.
«A pesar de todo».
Eiji lo miraba con desconsuelo. Se sentía feliz y aliviado de verlo a salvo, allí, consigo. Pese a ello no podía dejar de lado el enojo que sentía por el hecho de haber desaparecido sin explicación. ¡Le debía más que una disculpa! Sin embargo, sabía que, aunque se le ofreciera la oportunidad de realizar una petición no podría. Nada venía a su mente para salvar todo el dolor y soledad de su corazón. Quizá, la única solución a sus ojos era volver al pasado.
—La traje conmigo —dijo el nipón apenas en un susurro avergonzándose por su voz llorosa. A la vez que dijo la frase sacó algo de su bolsillo: la primera parte de la carta de aquel diciembre de 1986. El fragmento de la carta que, creían él y Sing, el rubio jamás había alcanzado a leer. Se la mostró.
—¿Eso es...?
Ash tuvo el impulso de acercarse y tomar la hoja, no obstante, la distancia entre ambos se mantenía. Como si hubiera una pared invisible de cristal en medio de ellos.
—No pudiste leerla, pero…
—¡Es la primera parte de la carta que Sing me entregó!, ¿cierto? —dijo interrumpiendo al otro.
—¿Cómo es que… lo sabes? ¿Acaso tú…?
—Oh, Eiji. Me sentía angustiado. Siempre me sentí mal por creer que tales palabras se habían perdido para siempre entre las sucias calles de la ciudad. Siempre lo creí.
La voz de Ash denotaba alivio. Eiji solo le tendió la carta agregando una hoja más: la segunda que le había regresado Ash al enviarle la más reciente misiva. El pelinegro agregó:
—Esto te pertenece, Ash. No me lo devuelvas. Lo escribí con todo mi afecto y lo sabes. Es doloroso pensar que consideraras el separarte de mí en caso de que mis sentimientos hubiesen cambiado.
Al oír "Ash" salir de los labios de Eiji no pudo sentirse más feliz. Era la primera vez que escuchaba aquel nombre viniendo de su amigo después de casi ocho largos años de tormento.
El rubio se acercó con decisión y tomó ambas hojas. Con cariño leyó las letras de la primera: "Ash, estoy muy preocupado porque no te he visto y no sé si estás bien…"
Pensar que aquella carta antes extraviada ahora estaba en su posesión de nuevo le dio un vuelco al corazón, como una pesadilla que había por fin terminado. La mayoría de las palabras habían casi desaparecido de su memoria, pero no de su corazón. Sintió nostalgia, como si volviera a aquel día de invierno.
Ninguno dijo nada. El único acto de cercanía que tuvieron fue al momento de intercambiar la carta de nuevo, pero no se habían tocado. Se vieron por varios segundos hasta que se volvieron minutos y la tensión iba en aumento. Después de tanto tiempo en completa soledad no se atrevían a acercarse el uno al otro. ¿Acaso podrían volver a lo que eran antes?
De repente parecía que todo había cambiado, que nada había sucedido. Como si el hecho de que Ash hubiera sido el primer beso de Eiji fuera solo un sueño. Como si nunca hubieran dormido juntos sosteniendo sus manos en las noches sin somnolencia. Como si no hubieran llorado y reído juntos siendo tan solo unos adolescentes obligados a volverse adultos. Como si nunca se hubiesen conocido.
Ash tuvo bastante de ello. Lo que sea que estuviera en el pasado allá debía quedarse. A veces reía ante el pensamiento tan convenenciero al que se afianzaba; su mente le obligaba a salir adelante de una u otra forma. Se preguntaba, ¿por qué sí podía hacer de lado las malas experiencias, pero las buenas sensaciones y buenos recuerdos se quedaban allí aferrándose a él? Con el pasar del tiempo pudo olvidarse de todo aquel que le había hecho daño, pero Eiji, su voz y su rostro jamás se fueron. Jamás.
No pudo ocultarlo más.
Acercándose con delicadeza se aferró a Eiji. Lo envolvió en sus brazos y lo pegó a su cuerpo tanto como podía para buscar y darle consuelo. Creyó que era la sensación más hermosa del mundo. «No importa qué tanto hayamos pasado, ¡estamos aquí, juntos! Es bueno vivirlo otra vez».
Eiji por su parte se sintió en las nubes. Deseaba que, si aquel era un sueño, por favor, por cualquier cosa del mundo, no lo despertaran nunca. Sin embargo, Ash era real y estaba allí con él.
No tardó en aferrarse también y abrazar al rubio con todas sus fuerzas. ¡Cuánto había soñado por el día en que pudiera abrazarlo así! ¡Cuánto no habría dado en el pasado por vivir lo que estaba viviendo justo en el momento presente! La sensación de Ash envolviéndolo en el abrazo le hizo sentir la felicidad definitiva. Pues finalmente y como nunca todo estaba bien.
Entonces ambos lloraron como niños desamparados.
—No digas que no fuiste capaz de darme todo tu cariño, Ash. Porque sí lo hiciste, mejor que nadie… —dijo entre sollozos. No le importó que sus lentes se empañaran y mancharan de lágrimas—. Lo dijiste al final de tu carta y no pude evitar pensar en cuan equivocado estabas. Tonto Ash.
Eiji sorbía los mocos. No batallaba consigo mismo para callar sus gimoteos.
—No puedo sentirme de la misma manera que tú, Eiji.
—¡Hiciste todo lo que podías! Y no voy a hacerte preguntas sobre nada. Lo que hayas hecho todo este tiempo y lo que vendrá después… No preguntaré nada —dijo todavía entre sollozos.
—Te lo contaré todo algún día, lo prometo.
—Solo abrázame fuerte.
«Autumn in New York
Why does it seem so inviting?»
Ambos lloraron juntos. No querían separarse, temían que por cualquier circunstancia terminaran separados de nuevo.
Poco a poco Eiji pasó sus manos desde la espalda de Ash hasta sus brazos y de los brazos hasta sus manos, separándose poco a poco.
Lo mantuvo así, sujeto de las manos y lo observó a detalle. Su pelo rubio, sus ojos verdes, su nariz bonita, sus labios carnosos y sus pestañas doradas humedecidas en lágrimas. Todo él era como lo recordaba.
Sin pensarlo mucho levantó un poco las pálidas manos del chico y las llevó hasta la altura de sus labios para depositar un beso en ellas. Más lágrimas brotaron de sus ojos, no podía contenerlas. De verdad estaba feliz por tener a su amigo allí a su lado. Ash, por su parte, no pudo quedarse sin hacer nada, por lo que aprovechando la situación se inclinó para propinar un beso en la frente del moreno. Como una fina estatua tallada en mármol, ambos permanecieron estáticos por unos segundos en esa posición.
Al distanciarse un poco se vieron a los ojos sin soltarse las manos.
«Autumn in New York
It spells the thrill of first-nighting
Glittering crowds»
—Tengo miedo porque siento que en cualquier momento puedo despertar y ya no estarás, Ash —dijo, con los ojos llenándose de más lágrimas y las mejillas coloradas.
Todavía llorando, Ash no pudo evitar soltar una risita ante el comentario de Eiji y negó con la cabeza.
—Tranquilo, onii-chan. Estoy aquí, no iré a ninguna parte. —Ash estiró su mano para sostener a Eiji de la barbilla y luego limpiar sus lágrimas con ternura, acomodando su fleco también—. No hay por qué tener miedo.
—Ash…
—Ya, ya, Eiji. Tranquilo, estoy aquí.
Se sostenían de una mano. Con la otra Ash acariciaba el rostro de Eiji, y éste con su mano libre acariciaba la mano de Ash sobre su mejilla. Compartieron miradas cristalinas por unos minutos más en total silencio.
Con la esperanza de recobrar al Ash que conocía, Eiji dijo:
—Por cierto… —soltó un hipido— ¿ya sabes leer y escribir japonés?
—No en realidad. Tomé un diccionario de la biblioteca y me ayudé con eso. Siempre te has dirigido a mí en inglés. Por muy pésimo que siempre ha sido, valoro tu esfuerzo. Por eso quise hacer lo mismo contigo y… bueno…
Cuando Ash dijo "pésimo" Eiji no pudo evitar reír. Creía que con el pasar de los años quizá su acento ya habría mejorado tan siquiera un poco.
—Sí, lo supuse. La caligrafía no tenía gracia —dijo riendo mientras los últimos rastros de lágrimas se disipaban.
Ash se rio también.
Se tomaron de las manos una vez más y entrelazaron los dedos, como suelen hacer los amantes. Al pegar frente con frente fue como si conectaran el uno con el otro.
«And shimmering clouds
In canyons of steel»
—Soñé mil veces contigo en el pasado, Eiji. Una y otra vez…
—También yo.
—No dudo que hayamos compartido el mismo sueño mil veces —dijo a la vez que acomodaba las gafas de Eiji y de nueva cuenta peinaba sus mechones de pelo oscuro detrás de su oreja.
—Puede ser.
—Te dije de las gafas, pero, ¿también te dije que el cabello largo te queda bien?
—Nope —Eiji sonrió—. Pero lo sé, a mí casi todo me va bien.
Ambos volvieron a reír. De un momento a otro pasaron a sentirse parte de una realidad alterna donde solo ellos dos existían y nadie más.
—Ash —siguió diciendo Eiji—, elegiste un día perfecto para vernos de nuevo. Hoy llega a Nueva York una persona que, estoy seguro, amaría conocerte.
—Para mí es todo un placer. — Ash sonrió y acarició las manos ajenas.
De repente el mundo de Ash y el mundo de Eiji pasó a ser parte de uno solo. Era prometedor, atractivo, ideal.
«They're making me feel
I'm home»
Mil cosas pasaban en las cabecitas de ambos. Sus almas seguían tan conectadas como siempre y sus corazones latían con fuerza. Ya no vivían solo por el hecho de haber nacido, sino porque, finalmente habían hallado un propósito. El sentido de pertenecer por siempre y para siempre el uno al otro.
«It's autumn in New York»
Para Eiji era toda una sorpresa llegar tomado de la mano de Ash al aeropuerto y ver a Akira, a Sing, a todo el mundo, y decir que Ash estaba bien, que él estaba bien, que todo estaba bien. Moría de ganas por ver la cara de Sing, su reacción al ver de nuevo a su amigo y decirle que finalmente podría contarle todo aquello que quería contarle, que podría disculparse sobre todo aquello de lo que quería disculparse. Qué fantasía... Jamás creyó que verdaderamente el día llegaría a su vida.
«That brings the promise of new love
Autumn in New York
Is often mingled with pain»
Aquella tarde de otoño ante el dorado ocaso recordaría por los siglos la historia de dos almas enamoradas encontrándose otra vez y amándose como nunca.
Ash y Eiji permanecieron abrazados sin tener en mente un momento concreto para volver a separarse. Así era como querían estar. ¿Qué más podían desear? Era un dulce sueño hecho realidad.
«Dreamers with empty hands
May sigh for exotic lands
It's autumn in New York»
Después de todo, no existe algo tan reconfortante como el recibir de la vida una segunda oportunidad.
«It's good to live it again…»
N. de la A.
Muchas gracias por haber leído esta historia. Me pone muy feliz el por fin haber podido escribir algo sobre Ash y Eiji. Desde hace tres años he tenido el corazón vacío a causa del final original de Banana Fish, por eso quería darles al menos un desenlace feliz de mi parte. Lamento si la historia tiene un final abierto, estuvo planeada así desde el principio, pero, de igual manera si tienen dudas pueden preguntarme.
He escuchado varias versiones de Autumn in New York además de la versión de Kimiko Itoh y adoro más y más la canción. Agradezco haberla conocido, de otro modo mi inspiración no habría salido a flote. Que, por cierto, en los ratos en los que comenzaba a sentirme triste opté por escuchar el soundtrack de Slam Dunk para animarme un poco y continuar. Disculpen cualquier error que la historia pueda tener, no soy muy buena manejando los verbos y sus conjugaciones, en especial al escribir en primera persona. ¡Gracias! Nos leemos :)
-Ary.
