Capítulo 4. El asalto al arca.

Al caer la noche, Zelda Esparaván, vestida de negro de pies a cabeza, cubiertos sus cabellos bajo una capucha y un pañuelo, entró en el arca. Lo hizo gracias a Ul–kele, que se ocupó de volar a más altura que la propia arca, lo bastante lejos y camuflado entre las nubes de una cercana tormenta. Normalmente, los ornis no volaban en esas condiciones, pero era necesario, si querían acercarse.

Cuando llegaron lo más cerca posible, por encima, Zelda saltó del lomo de Ul–kele. Aterrizó de forma suave, porque segundos después de empezar la caída, desplegó el regalo que le hizo Medli: un paracaídas, que los ornis jóvenes usaban hasta que les salían las alas. Lo usaban durante un tiempo junto con el gancho, el otro instrumento, que también llevaba Zelda en su cinturón.

Habían discutido este plan a lo largo de los dos días siguientes al ataque de Términa. Zelda no se había quedado quieta para discutir nada. En cuanto despertó esa mañana, dejó a Link en su tienda, y, sin tomar alimento, propuso al grupo de jóvenes que trataran de acercarse a la ciudad. La batalla había sido aérea, no habían visto soldados, pero quería saber cómo estaban los habitantes de Términa que no habían logrado salir.

A su vuelta, los muchachos informaron que la ciudad seguía en pie, con grandes destrozos en el centro, sobre todo la torre de Términa, y el ayuntamiento, que habían sido destruidos. Link arrugó el rostro, con pena, y dijo que esa torre tenía más de 600 años, y fue construida por los Sheikans, por eso su reloj era tan avanzado.

– Pero eso no es lo más grave, alteza – dijo el portavoz del grupo de soldados novatos, el chico del lunar –. Los ciudadanos que han quedado son partidarios de maese Dorcas, lo han erigido como nuevo alcalde, y lo primero que ha hecho ha sido poner este edicto – y el chico dejó sobre la mesa un papel que había sido arrancado de la pared.

– Sí que trabajan rápido – dijo Zelda, mientras lo leía a distancia. Link tuvo que acercarse un poco, y acabó tomándolo.

– Estamos en peligro – dijo Kafei, quien lo leyó por encima del hombro.

– Siempre lo estamos, es la guerra – fue la respuesta de Zelda –. Es imposible ya que no se sepa en el campamento, voy a atajar el tema de un golpe.

El edicto decía que el nuevo alcalde aceptaba al rey Link, el verdadero, y se adhería a su convenio. Por tanto, declaraba al anterior alcalde un traidor, que había acogido al falso rey, y que había traído la desgracia a la ciudad. De este modo, afirmaba que todo aquel que lo ayudara o apoyara sería condenado a muerte por traición, y que quien le trajera vivo o muerto a cualquiera de sus colaboradores o al rey falso, sería gratamente recompensado.

Al salir de la tienda, Zelda vio que ya había varios ciudadanos allí reunidos, mirando hacia el rey Link con ojos codiciosos.

– Atención, este es un mensaje para todos – Zelda levantó las manos y atendieron, aunque dudaba que su voz llegara a todos –. A partir de ahora, nadie abandona el campamento. Partiremos en breve, quienes quieran venir con nosotros serán bienvenidos. Quienes lo deseen, pueden regresar a Términa.

– El nuevo alcalde nos colgará si aparecemos – gritó una mujer, mientras abrazaba a un niño muy pequeño.

– Entonces, ya habéis tomado vuestra elección – Zelda sintió las miradas llenas de hostilidad. No sabía qué iba a decir a continuación, por suerte, Link apareció.

– Estoy muy agradecido a la villa de Términa, y soy el primero en lamentar la pérdida de vuestros hogares. Sé que son tiempos difíciles, y muy duros. No os podemos garantizar vuestra seguridad, solo tened en cuenta que soy consciente de la enorme deuda que tenemos con la villa. Seréis recompensados, solo os pido paciencia. Regresar a vuestros hogares es un peligro. Os garantizo que nosotros no os colgaremos ni haremos daño. Podéis permanecer en estas cuevas, si no queréis uniros a la lucha. Nuestro capitán proveyó este lugar de muchos víveres y enseres, estaréis bien un tiempo.

Al menos, con este discurso, algunos lugareños dejaron de mirar con hostilidad, pero Zelda sabía que en cuanto se quedaran a solas con Link, podrían aprovechar para entregarle. Su cabeza era la más valiosa, por mucho que él mismo lo negara.

Por eso, antes de partir para la misión de hacerse con el arca, Zelda tomó la decisión de que los dos sabios se quedaran con Link. Pidió a Medli, y ella ordenó a los ornis, que en cuanto hubiera de nuevo problemas, se llevaran al rey lo más lejos posible, sin mirar atrás. Leclas y Kafei se ocuparían de su seguridad. Kafei lo aceptó, pero Leclas se enfadó.

– Yo quiero ver esa arca, tiene que ser muy interesante…

– Prefiero que te quedes aquí – dijo Zelda –. Si todo va bien, te prometo que te dejaré que juegues con ella todo lo que quieras.

– No sabía que estuvieras tan interesado en la tecnología, Leclas – dijo Link.

– ¿Una máquina voladora? Claro que sí. Solo imaginad lo que podríamos cobrar por hacer viajes a Lynn, por ejemplo…

El recuerdo de la risotada de Link ante semejante idea acompañó a Zelda, sobre todo mientras se agachaba detrás de una columna. El sitio era grande, podría llevar a un centenar de ciudadanos sentados solo en la cubierta. Se parecía bastante a un barco. Solo que estaba hecho de un material rocoso y frío, y tenía columnas y techos. Era muy útil esta comparación, porque supo enseguida donde debía estar el puente, y el lugar donde estaba el timón. Se trataba de una plataforma de piedra, elevada, de donde provenía la luz tenue de un farol, de color azulado.

Desde detrás de la columna, bien agachada, Zelda vio, a contraluz de algunos faroles, figuras que se movían. Eran soldados, caminando en líneas rectas cada cierto tiempo. La oscuridad de la noche y el frío avanzaban, y ellos encendían faroles para ver donde ponían los pies. Zelda agradeció la buena idea de llevar no solo la espada maestra, sino también unos buenos guantes. Además, hacía meses que había plantado varias semillas de luz y de ámbar que su padre le hizo llegar en campos cercanos al refugio. Con paciencia, había logrado multiplicarlas. Lo que quizá debió hacer fue explicar a los demás cómo hacerlo, pero confiaba en que Leclas se acordaría.

Su padre siempre le había dicho que los buenos soldados no se dejan atrás nada que les pueda causar remordimientos. Se quitó esta idea de la cabeza. No, iba a volver, claro que sí. Era la primer caballero, la Heroína de Hyrule. Había derrotado dos veces al señor del Mundo Oscuro, y eliminado más criaturas malignas de las que podía recordar. ¿Qué era este lugar? Solo un barco, que surcaba las nubes igual que otros barcos surcan olas. Que fuera enorme, que se sostuviera en el aire por causa de no se sabía qué hechizo, no importaba. Lo único que debía saber es que ese día, el arca estaría al servicio del auténtico rey.

El rey… que esa mañana había despertado con babilla colgando, que antes de salir apenas había querido hablar con ella, porque aún no estaba del todo feliz ante la idea de esta incursión. Al final, de repente, la había abrazado, y lo último que le había dicho es que "tuviera cuidado, por el amor de las diosas", antes de besarle un rizo naranja. Tuvo que contener las ganas de tocarlo, oculto bajo el pañuelo negro que llevaba. Seguro que aún olía a tinta. No dejaba de escribir las cartas para reunir ayuda, y ahora contaban con la rapidez de los ornis.

Uno de los soldados con el farol azul se estaba acercando a su escondite. Zelda se deslizó, bien pegada a la columna y se movió esquivando la luz, siempre en la sombra. El rostro del soldado era uno bastante vulgar, un hombre mayor que Zelda, pero fornido y bien fuerte. Lo que hizo temblar a Zelda fue que tenía unos dientes tan grandes que le sobresalían los colmillos por encima del labio. Esto le daba a su rostro un aspecto más parecido a un orco que a un ser humano.

"¿De dónde han sacado a estos soldados? Parecen monstruos del Mundo Oscuro, pero humanos…" Zelda le dejó pasar sin atacarle. Sería una tontería. Mejor esquivarle otra vez. Se movió hacia la siguiente columna. Tenía tiempo, toda la noche, pero no quería precipitarse. Parecía que en la nave no sabían nada de la futura invasión, ni la sospechaban. Su lento vigilar le hizo pensar en el campamento que había dejado atrás.

Después del discurso de Link, solo hubo un hombre que trató de escapar del campamento. Al capturarlo Ul–kele, dijo que quería recuperar su granja, y que ese dinero le vendría bien. Maple, que insistía en darle de comer al prisionero, dijo esa noche que podía entenderle, que al fin y al cabo quería lo mismo que ella… "Pero yo reconstruiré el rancho Lon Lon, para ti, para nosotros" le prometió Kafei. "Menudos ojos le puso Maple, parecían llenos de luz".

La misma luz azul que brillaba en el farol que se acercaba. Zelda repitió la jugada, solo que de repente se encontró con una caja. Era de madera, alta, y estaba abierta por arriba. Zelda se escurrió rápido en su interior, y se encontró con un montón de pescados secos. "Acabo de estropear la comida de esta tripulación" se dijo, y tuvo que aguantar las arcadas. El soldado, que caminaba con pasos firmes y sonoros, haciendo temblar la caja, pasó muy cerca. La luz desapareció, y salió cuando sintió que ya estaba lejos.

Estaba cerca de la torre. Ahora que ya podía verlo mejor, más que un puente, era una construcción cuadrada de piedra gris, fría. Tenía unos relieves dorados que estaban escritos en todas partes, formando unas letras con formas sinuosas y espirales. No sabía nada de esos jeroglíficos, no los conocía. Quizá si Link hubiera estado con ella, le habría dicho qué significaban. Con la Lente de la Verdad, traducía textos antiguos con facilidad, aunque él también sabía buscar significado en esos versos desconocidos. Zelda imaginó que serían los carteles para indicar que estaban en cubierta, que el puente de mando estaba en esa dirección, las cocinas y los baños en el otro. Si no, no entendía por qué escribir en esa piedra, por todas partes.

Encontró una escalera de madera, mal apoyada en la pared, y pudo usarla para escalar y llegar hasta una estrecha ventana. Tras colarse en el interior, descubrió que estaba en un cuartito, pequeño sin apenas adornos, que debía cumplir la función de cuarto de escobas, porque solo había un cepillo enorme con un palo largo. Abrió la puerta con cuidado, mirando desde una posición en el suelo si había alguien por el pasillo. No, en aquel lugar no había guardias. Zelda debía ser rápida en el pasillo. Si un guardia torcía la esquina mientras ella estaba fuera, no habría sitio para esconderse. Allí, había fuego normal, no azul, que provenía de unas pequeñas antorchas, bastante vulgares.

Hasta ese momento, no había escuchado nada en el arca. Solo sonidos de pasos, y el viento que se colaba entre las ventanas estrechas. Al final del pasillo, en la esquina, Zelda vio que había un gran portal, que llevaba a unas escaleras que ascendían al lugar de donde venía la luz más azul y brillante que había visto hasta ahora. Se deslizó, subió las escaleras, bien pegada a la pared, y por fin llegó a la habitación principal, al puente de mando.

Solo que allí no había nadie. Solo una enorme esfera de metal, flotando en el aire.

Nunca había visto algo así. Era una esfera perfecta, de un metal pulido que emitía destellos a intervalos, y la cegaba. De su interior, a través de más surcos de las mismas formas que había visto en las inscripciones afuera, salía una fuente de luz de color azul tan intenso que todo quedaba bañado de este color. No había nada más en la sala, no había un timón, ni un capitán sujetándolo.

Pestañeó, y entonces vio que sí había alguien. Era una figura de piedra, justo al otro lado de la esfera azul. Debido al contraste entre la luz y la oscuridad, Zelda no había podido verlo. No fue hasta que la esfera giró, que se dio cuenta que estaba allí. Al principio, se llevó un susto, porque aquella figura tenía brazos y piernas. Sin embargo, tanto el cuerpo como el rostro eran de color gris. "Una estatua, una horrorosa, aquí", se dijo. Parecía una enorme rana, quizá más delgada. Los ojos tallados en la piedra eran redondos, con unas falsas pupilas que miraban una hacia la izquierda y arriba, la otra a la derecha y abajo. Por si acaso, no se acercó a examinarla.

Retiró la mano de la espada maestra. Menuda tontería, asustarse por una estatua… Sin embargo, ¿qué hacía allí? En este lugar tan austero, ¿por qué habían puesto un adorno, y uno tan feo, tan horripilante? Link habría dicho alguna teoría absurda, de las que leía en los libros, como que era una piedra cotilla con forma de un dios olvidado, o algo por el estilo…

El primer golpe vino de algún lugar por encima de ella. Sintió el golpe en la cabeza, y después un tirón en el cuello. Fue como si un látigo invisible la atrapara. La izó en el aire, la golpeó contra la pared con tanta fuerza que se le desprendió la capucha, y la retuvo, sin poder moverse. Pataleó en el aire, se llevó las manos al cuello y solo podía sentir, bajo los guantes, como una especie de tentáculo. Al moverse la esfera e iluminar con un destello azul, vio que la figura de piedra se había movido. Caminó hacia Zelda, a cada paso que daba, más visible por fin. Vestía una larga túnica gris, con muchos flecos. La túnica tenía las mangas tan largas que no podía verle las manos, pero ahora sí veía parte del rostro. Por debajo de la máscara, asomaba una barbilla puntiaguda. Al sonreír, la figura mostró unos dientes blancos.

Zelda dejó de luchar contra la cuerda que le tenía apresado el cuello. En su lugar, luchó contra sí misma, para mantenerse consciente, mientras deslizaba la mano derecha a la cadera y asir la Espada Maestra. "No me falles, por favor, no..."

La escama de Lord Valú empezó a brillar, de una forma tenue al principio. Zelda cerró los dedos alrededor de la empuñadura y tiró con fuerza. Al mismo tiempo, la luz que venía de la escama se intensificó, cegando tanto a Zelda como a la extraña estatua. Se retiró, Zelda logró levantar el filo y cortar lo que la retenía: un tentáculo de luz oscura, tan densa como si fuera de cuero. Aterrizó sobre los dos pies, y sin apenas darse un respiro, contraatacó. Lanzó varios golpes, a derecha y a izquierda, buscando a su rival, pero este se movía a un ritmo distinto, al mismo en que surgían y aparecían los destellos azules. Solo retrocedía ante la luz de la escama, y esta perdía fuerza. Hasta Zelda lo notaba.

– ¿Quién eres? – preguntó, con la voz entrecortada. Aún le costaba respirar, y le costaba mantener la vista fija. Veía puntos de luz azules por toda la habitación, y le parecía que todo se inclinaba. El primer golpe en la cabeza debía haberle hecho una herida, pero no sangraba.

La figura no respondió. Con esa fea máscara, Zelda no podía ver si se burlaba, si estaba enfadado, ni siquiera si era un hombre o mujer. Solo sabía que de él venía algo distinto, un gesto lleno de oscuridad que no comprendía muy bien. No hablaba, pero se hizo entender. Volvió a levantar una de esas enormes mangas de tela, y de ella empezó a surgir otro látigo hecho de oscuridad. Zelda retrocedió, solo lo suficiente para poder esquivar. La habitación era amplia, pero tampoco tanto, y pronto se daría con las paredes esquivando al enemigo. ¿Debía pedir ayuda? ¿Por qué ahora sentía las piernas pesadas, el estómago vacío, y no dejaba de pensar en cómo se había despedido de Link?

El primer ataque vino de un lugar a su derecha, y Zelda logró golpear ese trozo de látigo. Sin embargo, sintió un golpe en la espalda: su enemigo atacaba por distintos lados. Hizo girar la espada, tanto como pudo, pero la visión reducida del primer golpe se le hacía difícil. El enemigo logró darle, la hizo tambalear y perder el equilibrio, y entonces, apareció un látigo por abajo, que le dio en la barbilla al intentar dar un paso atrás. Un pinchazo le recorrió todo el rostro, y le llegó hasta la base del cuello. Al retroceder, se dio contra la pared, y escupió al suelo. La boca se llenó de un sabor metálico y agrio. Su sangre.

La criatura dio un paso más hacia ella. Lanzó otro látigo, y Zelda para ese momento decidió dar su mejor golpe: el giro. Tomó impulso, y se deslizó sobre un pie. La Espada Maestra solo soltó un ligero resplandor, no mayor que una vela en comparación con la luz azul de la esfera, y la escama de Lord Valu, cada vez menos resplandeciente. El látigo cayó, pero fue reemplazado por diez más, que se clavaron con decisión contra la pared, aprisionando a Zelda contra ella. Uno de los látigos, ahora transformados en un material duro, le atravesó el estómago. La mano que sostenía la Espada Maestra estaba atrapada con un látigo enrollado alrededor de la muñeca. La mano izquierda de Zelda estaba justo en su cuello, en un gesto inútil para evitar que el látigo la asfixiara. La criatura apretó aún más el látigo alrededor de la muñeca derecha, tanto que Zelda no sentía los dedos, pero se concentraba en tres cosas: no asfixiarse, olvidar el dolor que sentía en el estómago, y en no soltar la Espada Maestra.

Escuchó a Link. Le decía que ella debía escoger siempre la vida. "No, no voy a morir aquí hoy, aún me queda… Poco, pero algo, no voy a morir con apenas 18 años… No, aún… aún debo regresar a Link a su lugar, no voy a dejar que viva escondido toda la vida".

Tomó una decisión, aunque tuvo que gritarle a su cerebro para que obedeciera.

Soltó la Espada Maestra.

Esta no llegó a caer. Otro látigo la recogió, permitiendo que la mano fría de la criatura tomara la empuñadura. La hoja de la Espada Maestra brilló, para luego apagarse. La criatura la soltó, y la espada cayó al suelo, repiqueteando. También soltó a Zelda. Ahora sí, ahora debía correr hacia la espada, recuperarla, atacar con todas sus fuerzas, pero apenas podía moverse. Las piernas le temblaban, los brazos no obedecían, y solo podía levantar un poco la cabeza para mirar, impotente, como la figura se inclinaba sobre la Espada Maestra, la tomaba con varios de esos látigos, evitando tocarla otra vez, y la dejaba en el aire, a pocos metros de su cabeza. Aquella fea cara de animal reptiliano…

Se llevó las dos manos a la cabeza de piedra, la deslizó hacia arriba, y por fin mostró su rostro.

Era Link.

Zelda trató de incorporarse, murmuró el nombre, supo que no era su Link, que estaba abajo, en su tienda, enfadado… Tenía razón. Siempre la tuvo. ¿Por qué no lo había hecho caso? La luz de la esfera estaba desapareciendo, pero no porque se apagaba, sino porque Zelda apenas era capaz de mantenerse consciente.

Parpadeó. El Link falso retrocedía. Su rostro serio un poco asombrado, los ojos azules abiertos de par en par. Gritó algo, le pareció escuchar un nombre o un insulto. Desde el lugar donde estaba, el suelo, solo pudo ver que trataba de escapar. Algo avanzaba a por él, otra figura grande y oscura, con una espada larga. Esa criatura que se parecía a Link gritaba, se alejaba. Zelda apretó los dientes, escupió más sangre y logró hacer que sus piernas se doblaran, y, gracias al apoyo de la cercana pared, se puso en pie. Apretó con una mano la herida del estómago, y avanzó renqueante hacia la Espada Maestra. Estaba elevada, demasiado lejos…

No tenía más remedio, debía usar las semillas. Sabía que el enemigo era demasiado poderoso para poder contraatacar sola, y que no le iban a hacer ningún daño, pero eran el último recurso que tenía.

Pedir ayuda.

Abrió el cierre, sacó el primer frasco, y rompió el sello de cera que le había colocado. Eran semillas ámbar, las había mezclado con algunas semillas de luz, como le había recomendado su padre. Él era el experto en botánica, ella apenas sabía nada en comparación. Escuchó a Link en su cabeza, diciendo que debía tener más fe. "Por favor, tres diosas, ayudadme…" suplicó.

La primera semilla ámbar solo produjo un pequeño fuego, que se extinguió rápido. Lógico, no había nada alrededor que pudiera arder. Apretó otra vez los dientes, y lanzó la siguiente semilla hacia los tentáculos que tenían su espada aprisionada. Esta vez, no sabía si por las diosas o por la escama de Lord Valú, sí se produjo una llamarada. Los látigos soltaron la Espada Maestra, y está aterrizó en la mano de Zelda, que la asió por la empuñadura. Al hacerlo, en su mano derecha sintió un ligero temblor, muy familiar.

"No soy ya la elegida, ¿verdad? Pero aún me reconoces como tu dueña. Ayúdame, Espada, termina con esto"

Se apoyó en la pared. En la otra punta de la habitación, la imitación de Link luchaba contra una persona. Zelda no podía verla bien, porque vestía de negro como ella y además se movía muy veloz. Tenía una espada larga, y lo más extraño, es que la hoja no parecía de metal, sino hecha de luz. Zelda se sacudió la cabeza, para tratar de concentrarse. Fuera quien fuera, era un aliado, y parecía mantener a raya al falso Link. Ya investigaría quién era más tarde.

Zelda tomó otra de las semillas, y la lanzó hacia el exterior. Antes de que se extinguiera el fuego, Zelda también lanzó unos polvos que le habían dado los ornis. Sabía lo que iba a pasar, por eso se apartó un poco, y esperó que estuvieran atentos.

Era la señal para atacar la nave.

El fuego se elevó en el aire y lo surcó, dejando una estela de color. El mundo, cada vez más oscuro y azul a la vez se llenó de un color rosa y amarillo. Las piernas de Zelda fallaron, y la chica se quedó sentada en el suelo, sujetándose el estómago, mirando la extraña lucha que tenía más allá. La esfera de metal azul le ocultaba parte de la visión.

"Si esa esfera es la que maneja el arca… Quizá si la paro…"

El último esfuerzo, se dijo Zelda. Escupió en el suelo, se apoyó en la Espada Maestra, y se puso en pie por última vez en esta batalla. Envainó, y decidió qué iba a hacer a continuación. Tomó el gancho de los ornis, y lo lanzó hacia la esfera. Se quedó atrapado en uno de los surcos, y Zelda aprovechó el impulso que hizo la propia esfera para izarse y llegar hasta ella. Para eso, tuvo que usar ambas manos, y no pudo sujetarse la herida, que ahora le quemaba. De hecho, la esfera ardía. Podía aguantarlo, aunque sentía cómo se estaban formando ampollas en sus dedos. Llegó a la cúspide de la esfera, y entonces, volvió a desenvainar. En el exterior, escuchó los gritos de los ornis, al lanzarse al ataque. Era ese momento, el último.

Levantó la Espada Maestra. Escuchó a alguien gritar no, era la persona que luchaba contra Link. Este retrocedió, y salió corriendo, dejando una estela de pequeñas luces negras. En el interior de la esfera había algo azul y viscoso, como una burbuja. Zelda levantó la Espada Maestra, le pidió un favor, y después la clavó en el interior.

Todo estalló, y se volvió oscuro.