Capítulo 5. La búsqueda

Link tuvo que esperar en su tienda, enfadado porque nadie le había escuchado. Esa misión no le gustaba nada, le parecía peligrosa, y, además, un presentimiento le decía que no era buena idea. Si hubiera tenido sus sueños proféticos quizá habría estado más seguro, y los demás le habrían escuchado y prestado atención. Para su sorpresa, no era el único frustrado con esta situación.

Saharasala, con el brazo en cabestrillo, había perdido la serenidad que siempre mostraba. Sentado, en la tienda de Link, daba golpecitos en la madera, sin saber qué decir o hacer. Kafei se sobresaltaba ante el menor ruido, se llevaba la mano a su bumerán, sin dejar de mirar alrededor, y hasta salió un par de veces para inspeccionar el silencioso campamento. Leclas, por su parte, se movía por la tienda, dando tantos paseos como Link, solo que el Sabio del Bosque llevaba con él una jarra de metal, con cerveza que bebía a sorbos pequeños.

– Tenía que haber ido – dijo, en un susurro.

– Eso pensamos los cuatro – fue la contestación que le dio Link –. Pero, aquí estamos, de brazos cruzados, mientras ella se arriesga.

– Seguro que lo consigue – dijo Kafei –. Si alguien puede entrar en un sitio lleno de enemigos, llegar al objetivo y salir como si nada, es Zelda.

– Pero ya no tiene la… Esa cosa… – Leclas se señaló la mano.

– Menudo sabio del bosque, incapaz de recordar que se llama trifuerza del valor – comentó Kafei, con una sorna que no era frecuente en el granjero.

"Tanto tiempo juntos, se nos van contagiando las cosas de los demás" pensó entonces Link.

– Eso. Pues como ella ya no tiene esa cosa, ya no es tan fuerte como antes. Es… normal.

A esta frase de Leclas siguió un silencio que pareció denso, difícil de romper. Link se sentó frente a Saharasala y logró decir:

– Yo tampoco tengo ya el poder de adivinación, y no puedo hacer conjuros con la flauta. Kafei ya no puede leer la mente ni ver en la oscuridad, y estoy seguro de que tú, Leclas, ya no puedes convertirte en minish y tampoco puedes verlos… Todos estamos igual.

– Mejor – Leclas dejó la jarra en la mesita donde estaba el pequeño barril que había traído consigo. Se escanció un poco más, sin ofrecer a los demás. Lo siguiente lo dijo antes de echar un largo trago–: Me dolía todo el cuerpo después, y además, convertirme en una criatura tan pequeña no os iba a ayudar. Si me pudiera transformar en un gigante de diez metros… Eso sería otra cosa…

La imagen de un Leclas gigante, tal y como estaba ahora, vestido con los ropajes multicolores que se había hecho en Términa, con la espuma de la cerveza en el bigote que empezaba a salirle, destruyendo el bosque a su paso, hizo sonreír a Link. Kafei respondió que ya había tomado muchas jarras esa noche, y Leclas respondió con un gesto de la mano, aburrido.

– Nunca habéis sido normales, muchachos – dijo Saharasala –. Nadie lo es, aunque lo parezca. Todos tenemos grandes cualidades y grandes deseos, solo hay que saber usarlos.

– Ya, como tú puedes seguir transformándote en búho… – dijo Leclas.

– El poder de los sabios sigue en todos nosotros – Saharasala dirigió hacia Link sus ojos glaucos, y este levantó el rostro, que había agachado para enterrarlo entre las manos –. Eres el líder de todos nosotros, y en tu familia ha habido grandes dones mágicos.

– Solo las mujeres – respondió Link.

Escucharon todos a la vez un fuerte estallido. Venía de arriba, y Link, antes de que Kafei o Leclas pudieran impedirlo, salió de la tienda de campaña. Los dos guardias watarara miraban hacia arriba, al igual que todos los habitantes del campamento. En el cielo, más allá de unas montañas que estaban en el norte, estaba el origen del estruendo. Eran explosiones, e incluso desde donde estaban, pudieron ver la forma de la nave que había atacado Términa, recortada sobre el cielo nocturno. Medli ordenó de inmediato a los ornis volar en dirección al arca, y tratar de rescatar a todos los que pudieran. Link corrió hacia Medli, para decirle que él también iba a ir, que le dejara volar sobre el lomo de uno, pero no llegó. De repente, desde el mismo lugar, se elevó un ruido ensordecedor, acompañado de un viento tan fuerte que levantó tiendas de campaña y hasta a algunos ciudadanos. Link casi salió despedido. Kafei estaba a su lado y le echó a tierra, al mismo tiempo que Leclas se ocupó de proteger a Medli, abrazándola.

En mitad del cielo nocturno, una nube de color azul brillante se iluminó unos segundos y después se apagó. Medli se deshizo del abrazo de Leclas y, antes de que le preguntaran, la princesa orni se elevó en los aires y desapareció. Los ciudadanos de Términa empezaron a quejarse, muchos de ellos temblando de miedo. Link se puso en pie, y él solo tenía ojos para mirar hacia arriba. Ya no era capaz de ver el arca.

– Zelda… – susurró.

– Es mejor que mires aquí abajo, alteza – dijo Leclas –. Tenemos problemas.

Kafei y él sacaron sus armas, el bumerán y dos espadas. Link se colocó detrás, porque él no llevaba nada encima, ni siquiera el arco. Los ciudadanos de Términa estaban rodeándoles, diciendo que debían haber entregado al rey, que era el responsable, y que ahora iban a atacarles a todos. Pocos ciudadanos, y solo algunos watararas que no habían partido a ayudar en el combate se interpusieron. Saharasala apareció, y se transformó en Kaepora en ese momento, aunque no sin antes hacer un gesto de dolor.

– Hay que sacarte de aquí, ya – ordenó el gran búho.

– No, no voy a huir otra vez – Link se adelantó, trató de calmar al gentío, de darles tranquilidad. Si tuviera sus poderes, si tuviera su corona, si fuera el mismo de siempre…

Leclas y uno de los chicos que ya le habían arrastrado (de hecho, fue el mismo que le puso el ojo morado) intentaban obligarle a subir al lomo de Kaepora, mientras Kafei y los demás lanzaban sus ataques. Como se trataba de gente desarmada y encima ciudadanos, no podían herirles de gravedad, solo defenderse. En el fragor del ataque, en el momento más álgido, Link vio caballos, y sobre ellos un grupo de caballeros y soldados. Sonó un cuerno, y varios hombres se precipitaron sobre el pueblo de Términa, aliado hasta hacía unos minutos. En mitad del caos que siguió, Link trató de hacerse oír, de pedir que terminara el ataque, pero por fin Leclas logró sujetarle y arrojarle sobre el lomo de Kaepora. El shariano también trató de subir, pero en ese momento Kaepora cayó al suelo, y Saharasala regresó a su forma.

Link se puso en pie. Comprobó con la mirada que Saharasala estaba bien, al menos no sangraba ni parecía herido. Corrió hacia los extraños soldados, y se colocó en medio, entre ellos y la gente de Términa. Gritó con los brazos levantados y entonces uno de los caballeros hizo un gesto de sorpresa y ordenó en voz alta:

– ¡Alto!

Los soldados apuntaron con sus picas hacia Link y también a los ciudadanos. Quizá ahora que veían que había tanta gente armada que les superaba, decidieron quedarse quietos. Kafei se colocó a la derecha de Link y Leclas a su izquierda, pero no les dejaron avanzar más.

– ¿Estoy hablando con Link V Barnerak, el que dice ser hijo de Lion II el Rey Rojo? – preguntó el caballero.

Link le miró al rostro, y también al emblema que había dibujado en su escudo y bordado en sus ropas. Se trataba de un hylian, de hombros anchos y, a pesar de la armadura, un grueso estómago. El dibujo que había en su escudo representaba a tres torres y un triángulo sobre ellos. Link, con las manos levantadas, dijo:

– Soy su alteza real Link V Barnerak, hijo de Lion II el Rey Rojo y la reina regente Estrella. Y estoy ante Lord Brant de Rauru, señor de las tierras del oeste. Amigo del Rey.

El hombre sonrió. Dio otra orden a sus soldados y todos depusieron las picas. Desmontó, con agilidad a pesar de la pesada armadura, y avanzó hacia Link. Este no le quitó la vista de encima, resistió el impulso de huir hacia atrás. El hombre caminó, mientras se quitaba el guantelete de la mano derecha. Al llegar al frente de Link, se dio un golpe en el hombro izquierdo y puso la rodilla en la tierra.

– Alteza, sois el vivo retrato de vuestro padre. Le serví con mucha honra en las defensas de la ciudad de Rauru, y luchamos contra las temibles hordas de enemigos hasta su fallecimiento. Habéis sabido reconocer mi escudo, y, además, me habéis llamado Amigo del Rey, el título personal que me dio su alteza Lion. Es un honor serviros.

De todas las cartas que Link había enviado, una había llegado a Rauru. El mensajero consiguió atravesar los caminos plagados de enemigos y criaturas, y, al borde del desfallecimiento, había alcanzado las murallas de la lejana ciudad, al oeste. El señor de esas tierras había sido un noble leal al rey Lion. Debido a la política de clausura que impuso la reina Estrella, Link solo lo conocía por relatos de sus aventuras junto a su padre. Había sido uno de los primeros a los que escribió cuando le coronaron, pero en aquel entonces en Rauru su líder estaba enfermo.

– Ah, terrible, alteza. Una enfermedad que me ha tenido todo este tiempo a régimen, postrado en la cama, sin poder desplazarme. Quería ir a Kakariko nada más recuperarme, pero entonces me informaron de que su primer caballero y los seis sabios le habían atacado… Sin embargo, esto me pareció muy extraño. Mandé a mis espías, y ellos me han informado que quien se hace pasar por usted no es el verdadero rey, que se trata de una especie de criatura malvada. En cuanto tuve la confirmación, intenté llegar a Términa… – le explicó.

Después de ayudarles en el campamento, Lord Brant les comunicó que una parte de su ejército luchaba para liberar la ciudad. Como Términa no tenía muchos soldados, en cuanto vieron el poderoso ejército de Lord Brant, se rindieron. La ciudad volvía a ser un puerto seguro, aunque la batalla contra el arca había dejado enormes cicatrices. Los ciudadanos regresaron a sus hogares. Link, al saber que otros tanto los había perdido, pidió a los hombres de Rauru que ayudaran a repararlos, a lo que Lord Brant se mostró colaborador, sobre todo a la hora de reconstruir la muralla y afianzarla.

Sin embargo, Link no estaba satisfecho. Se movía en la habitación donde le habían recluido, según Lord Brant por su seguridad, en la posada de Términa. Era la habitación más grande, pero no le permitían salir más que un par de pasos para ir al cuarto de aseo. Lord Brant permitió que recibiera visitas, y él mismo se personaba allí para informarle del estado de la ciudad.

Medli le dijo, una vez todo se tranquilizó en el campamento, que la batalla en el arca había sido un fracaso. Muchos ornis habían perdido la vida, y había heridos por la onda explosiva de color azul. Después de aquello, el arca se elevó en el aire, y no habían sido capaces de seguirla. Una vez instalados en Términa, Ul–kele en persona, con el ala aún vendada, se presentó ante Link y le dio la noticia que esperaba:

– Zelda nos hizo la señal. Intentamos llegar a la torre principal, que parecía el lugar donde estaba el puente de mando, pero no pudimos acudir en su ayuda. Nos lo impidieron los soldados del rey falso, unas criaturas medio orcos medio humanos, con mucha fuerza. Cuando por fin llegamos al puente, se produjo la explosión. Pude ver, con mis propios ojos, como una persona encapuchada se llevaba a Zelda Esparaván en brazos. Le vi saltar sobre un pájaro que no había visto jamás, grande, y se elevaron en el cielo. Traté de seguirles, pero estaba malherido y les perdí de vista en las nubes. Es mi deshonra que se llevara a la primer caballero. Si tiene que enfadarse con alguien, que sea conmigo, alteza.

Link tuvo que contenerse, porque quería gritar que él sabía que era mala idea, y que no debieron hacerse con el arca, sino intentar otra estrategia… Pero estaba demasiado agotado, y simplemente agradeció a Ul–kele sus esfuerzos.

– Al menos, sabemos que está viva, y que escapó del enemigo – le animó Kafei.

– Pero no sabemos quién se la llevó. ¿Y si es un nuevo enemigo? – Leclas entonces hizo la pregunta que todos se hacían –. ¿Y ese pájaro grande, no es un pariente vuestro o qué?

Medli negó con la cabeza.

– No sabemos de más pueblos de ornis, y no existe en Hyrule ninguna criatura tan grande.

– En Hyrule no, pero en el Mundo Oscuro, luchamos contra PicoCuerno, un aliado de Ganon que era un pájaro – Link miró hacia la mesa, donde había dejado la flauta de la familia real –. ¿No podéis deducir… no sé, a dónde se la pudo llevar? Quizá haya algo…

Medli siguió la mirada de Link, y entonces dio un paso al frente. Saharasala asintió, y la princesa dijo:

– Hay una manera de localizarla, o al menos, ver por dónde está. Llevaba una escama de Lord Valú, que es un poderoso amuleto para mi pueblo. Existe una balada que puede ayudarnos, pero no sé si tengo suficiente poder mágico para ejecutarla. Quizá…

– Yo no puedo ayudarte, Medli. Si tú dices que tienes poco poder mágico, en comparación, yo no tengo nada – Link apartó la mirada de la flauta. Deseó regresar al tiempo en que era príncipe, y lo veía todo tan fácil y claro. Sin dudar, pudo unirse a la canción de curación y salvar a Zelda del veneno del Aquamorpha. De hecho, en esa época, hasta fue capaz de trasladarse hasta el lago Hylian usando la Canción del Tiempo, siguiendo un simple impulso.

– Podemos intentarlo – la princesa de los ornis se acercó a Link, con el arpa en sus manos –. No perdemos nada, y podemos ayudar a Zelda Esparaván, nuestra amiga.

– Y su novia – dijo Leclas, en voz baja a Kafei.

El Sabio de la Sombra le pidió que guardara silencio. Estaban solos, en la habitación de la posada de Términa. El señor de Rauru se había marchado, hacía un rato, tras cenar con Link, y solo estaban Kafei, Maple, Leclas, Medli y Saharasala, además de Ul–kele, que salió cuando Link le pidió que descansara de sus heridas.

– Lord Brant es uno de los nobles que, en cuanto pudo, intentó convencer a su alteza de que debía prometerse con una de sus hijas – aclaró Saharasala. Link hizo un gesto de desesperación y susurró que a él eso le daba igual.

– Vamos a probar – insistió Medli. Ante Link, quieto con los brazos cruzados, sin ser capaz de hablar, Maple fue la primera en levantarse, tomar la flauta plateada y acercarla a Link.

– Debes intentarlo, Link. Por ella – le insistió, y Link al final aceptó.

Sobre la mesa, a petición de Medli, colocaron mapas de la zona, abiertos. La princesa orni le dio a Kafei, que parecía el más sereno del grupo, un alfiler rojo. Le advirtió de que, en cuanto viera una señal, debía usarlo para marcar el mapa. Maple también se ofreció voluntaria, y tenía ella también un alfiler. Saharasala se uniría, con su poder mágico, y Leclas se ocupó de quedarse cerca de la puerta, apoyado, para evitar que les interrumpieran.

Medli empezó a tocar. Su arpa era muy parecida a la de Laruto, y la tocaba de una forma parecida, solo que la de Medli tenía una chapa metálica dorada. Había un rostro de ave labrado sobre el metal. Link, en otra circunstancia, le habría preguntado su origen, quién le había enseñado a tocar, si era común entre los ornis usar música para realizar hechizos… Pero no era el momento. Él solo quería encontrar a Zelda. Antes de empezar a tocar, la princesa orni le había dicho que era importante concentrarse en su deseo de ver a Zelda, de saber dónde estaba, si se encontraba bien o no. Medli le había tocado las primeras notas, despacio para que el rey se aprendiera la secuencia. Una vez estuvo segura de que Link había captado la melodía, empezó a tocar el arpa con más brío.

Tenía que pensar en ella, en la cascada de pelo rojo que se le metía en la nariz al despertar. En los ojos verdes, que le miraban a veces de soslayo, en el acento labrynness, las palabras soeces que soltaba cuando se enfadaba, las manos llenas de ampollas por la espada, de la nariz cuajada de pecas, y los hombros, que eran frágiles, pero también firmes. Con más pecas aún.

Link abrió los ojos. Se escuchó un suspiro, que vino de Maple, al ver surgir en el mapa una pequeña llamita, más pequeña que la de una vela. Kafei se inclinó para pinchar con el alfiler, pero entonces Link dejó de tocar, y la llama se convirtió en varias. Destruyo gran parte del mapa, antes de que Leclas le echara encima un vaso de agua. Kafei intentó extinguir las llamas, con las manos y con un trapo, pero por más que lo intentó, el mapa ya estaba medio convertido en cenizas. Medli había dejado de tocar, y miraba con sorpresa el estropicio.

– Ha sido un hechizo poderoso, Medli, aunque no hemos podido ver… – empezó a decir Link, pero Kafei dijo:

– Sí, yo sí lo he visto… No puedo señalar el punto exacto. Solo sé que marcaba un lugar llamado Pico Nevado, en… ¿Hebra?

– La región helada de Hebra. Está a unas millas, puede que con una buena corriente de aire acabaran allí – Medli se sentó. A pesar de tener el rostro cubierto de plumas, era evidente que estaba agotada. Link quiso decir algo, disculparse por ser un inútil y no haberla podido ayudar, pero entonces Maple se le acercó y, sin avisarle, le puso un paño bajo la nariz.

– Estás sangrando – y le pidió que se sentara.

– Será por el fuego, llevo todo el día encerrado y el ambiente está seco – dijo Link, que permaneció de pie. Todos le miraban, sorprendidos y preocupados.

– Bien, no está lejos. Con los ornis, llegaremos en unas horas y podemos rastrear en busca de la Zanahoria. Seguro que está en un refugio, comiendo carne de caza y calentita – fue el comentario de Leclas –. Y podremos gritarle por ser tan descuidada, todo lo que queramos.

– No es tan sencillo – dijo Medli –. Esa zona, en esta época del año, hay corrientes heladas y tormentas. No se puede volar, con tanta facilidad. Hace falta ser un ave muy resistente…

– Entonces, ¿no vamos a ir a buscarla? – Link retiró el trapo. Ya no sangraba. Miró al grupo, y vio en los ojos de todos que pensaban que no era posible –. ¿A cuánto estamos a caballo de ese lugar?

– Un buen caballo podría dejarle en la falda del monte Pico Nevado en seis días, pero para la subida necesitaría otro tipo de animal de la región, más resistente – Saharasala fue quien habló, aunque lo hizo con dudas.

– ¿Has estado antes en ese lugar? – preguntó Link. El Sabio de la Luz asintió.

– Cerca de la cumbre del Pico Nevado, hay un antiguo castillo, una fortaleza, que se mantiene intacta pero vacía. Medli no exagera, los vientos pueden ser terribles. En mi forma de Kaepora, me costaba llegar, y eso fue durante la primavera. Ahora mismo, será un lugar inhóspito.

– Si lo es para nosotros llegar, más todavía para ella estar allí. No llevaba apenas nada, solo la Espada Maestra. Eso si no está herida – Link miró alrededor con desesperación –. ¿Vamos a abandonar a Zelda, a su suerte?

– Ella es muy fuerte. Seguro que escapa… – empezó a decir Kafei, pero se calló porque Link le echó una mirada fría.

– Eso creéis todos, pero no, no lo es. Ella…

Link no pudo continuar. Nadie en esa habitación sabía lo que Zelda había sacrificado para evitar la inundación, la mitad de su vida. Iba a morir joven, y puede que ese tiempo ya hubiera llegado. El dolor en el corazón detuvo a Link, tanto por el suyo propio como por el que vio reflejado en todos.

– Pues decidido – dijo Leclas. Arrastraba un poco las palabras, por causa de la tercera jarra de cerveza que llevaba encima, pero habló a continuación muy alto y claro –. Vamos a salvar a la Zanahoria. Los ornis nos pueden dejar lo más cerca posible, y de ahí, vamos subiendo nosotros. Ala, Kafei, besa a la parienta, vamos a por ropa de abrigo y nos ponemos en marcha…

– Yo también voy – dijo Link, buscando con la mirada el equipo que quería llevarse. Había perdido parte de sus enseres, pero lo más importante, la flauta de la familia real y la lente de la verdad iban con él a todas partes. Tenía el escudo espejo de Zelda, que se lo dejó, y también podría hacerse con un arco y un carcaj. Era el rey, podría ordenar que se los trajesen.

Lo que no podía traer era a Centella. Su yegua seguía en Gadia, en las caballerizas del Rey Rober. Reizar le había prometido traerla cuando viniera con el ejército, pero esa promesa tardaría mucho en cumplirse. De haber tenido a Centella, habría partido de inmediato.

– Alteza, esa es una mala idea – intervino Saharasala –. Lord Brant no entenderá que usted, el rey de Hyrule, se marche en una expedición de rescate. Le exigirá quedarse aquí, y con motivo, porque querrá que usted dirija las tropas.

– Sé que no soy ya un hechicero, que antes podía hacer algo… pero no puedo abandonarla. Iré, no me importa lo que digan.

En el rostro aún tenía restos de moratones del golpe que se llevó por tratar de rehuir a sus guardias. Parecía más que dispuesto a recibir más golpes. No iba a ceder. Saharasala dijo que sería muy difícil eludir a los guardias de la entrada, a lo que Link respondió que él se ocuparía de ese tema. Convinieron que debían estar todos antes del alba, en las cuadras. Medli recomendó que llevaran la ropa de más abrigo que encontraran, y también armas, víveres y todo lo necesario para hacer fuego. Leclas dijo que ya había recolectado semillas de los viveros que había plantado Zelda en el refugio. Kafei se ofreció para encontrar ropas para todos, y entonces Link le pidió que tuviera en cuenta de que debían llevar más ropa aún.

– Puede que Zelda la necesite – fue lo que dijo, y Kafei no hizo preguntas.

Mientras esperaba el alba, Link miró por la ventana. Estaba abierta, no la habían clavado porque nadie en su sano juicio se deslizaría por la fachada de la posada, lisa y sin nada para agarrarse. Link fingió que comía, y aceptó la visita de Lord Brant. Este le trajo un extenso pliego con el número exacto de soldados, y también el cálculo que una marcha hacia Kakariko podría costar. Link le escuchó con fingido interés, pero en su cabeza ya estaba deseando moverse. Apenas aguantó sentado esas horas, y, aunque trató de dormir, no logró dar ni una cabezada.

Todo el rato tenía deseos. Deseo de estar con Centella, deseo de seguir siendo príncipe y no rey, deseo de tener su magia, deseo de ser capaz de ver el futuro. Por más preocupaciones que le trajo en el pasado, por mucho dolor y sufrimiento para su cuerpo y mente, era mejor eso que esta comezón que sentía por todo el cuerpo, empezando por el estómago. No podría aguantar un día más así, pensando que ella ya no estaba en el mundo, que estaba malherida o enferma y nadie a su lado para ayudarla. ¿Quién era la persona que según Ul–kele se había llevado a Zelda? ¿Y para qué? "Un pájaro grande… No tan grande como PicoCuerno, por lo que me ha dicho Ul–kele, pero sí uno lo suficiente para llevar a Zelda y al jinete. Me suena a algo… Ojalá tuviera una biblioteca, o siquiera el libro de Mudora..."

Otro deseo, tan imposible de cumplir como muchos de los anteriores. Términa no tenía una gran biblioteca, lo poco de utilidad había ardido en la biblioteca personal del alcalde. El libro de Mudora se había hundido en la Torre de los Dioses.

Conocía muy bien su contenido, y, secretamente, había tratado de ir recordando cada hechizo para anotarlos en su propio diario, pero era obvio que no lo recordaba todo, era imposible.

Un poco antes de la hora convenida, con las primeras luces del alba empezando a despuntar, Link se asomó por la ventana. Zelda le había contado como se escabullía todas las noches para verle, lo fácil que le resultó a la chica usar las cornisas y maderos como apoyo. Ella no bajaba, subía hasta el tejado, daba la vuelta a la posada y descendía por un gran manzano plantado justo al lado de las cuadras. Link repitió esta operación. Había dejado una carta en el escritorio, dirigida a Lord Brant. Le daba las gracias por acudir en su auxilio, pero que él debía emprender una búsqueda. Que tan pronto como terminara, regresaría a Términa. Mientras tanto, le pedía que aguardara en la ciudad, y la defendiera de futuros ataques. Nombraba a Saharasala su consejero, y le daba plenos poderes para tomar decisiones por él.

"Mi padre era amigo suyo, le tenía mucho aprecio… Espero que lo tenga en cuenta, y que sea leal a la corona" se dijo. En la cena, Lord Brant había hablado de su esposa, de sus siete hijos, cuatro varones y tres hembras, según sus palabras, en edad casadera estas últimas, y de cuando decidió sentar la cabeza "con su edad, alteza, 18 años recién cumplidos".

"Aun no los he cumplido" dijo Link entonces. Era cierto, quedaba un mes completo para su decimoctavo cumpleaños. Zelda ya los había cumplido, justo en el algún punto entre su viaje a Lynn y la última batalla en la Torre de los Dioses. A la chica le hacía gracia saber que era mayor que él, y le había bromeado con que aún era un niño. "Pero yo tengo muelas del juicio, y tú no" fue la respuesta de Link. Entre risas, Zelda dijo que ya le había salido una ese verano y que, desde que regresaron, no había vuelto a ver un minish.

"Igual que mi hija Melissa, tiene aún 17 pero cumplirá antes de cambiar el año… Espero que pronto me de mi primer nieto" respondió Lord Brant.

El tejado resbalaba. Link se agachó y se arrastró por las tejas, con cuidado de no hacer ruido ni de mover ninguna. Zelda usaba una técnica que le había enseñado su padre para mantener el equilibrio, aunque las condiciones del terreno fueran duras. Link no había recibido ese entrenamiento, tendría que conformarse con deslizarse sobre su estómago. Menos elegante, pero efectivo.

Llegó al otro lado, y alcanzó la rama del manzano. Zelda le dijo que ahí ella tomaba impulso y saltaba de rama en rama. Él iba a conformarse con agarrarse con todas sus fuerzas, tratar de alcanzar el tronco, y después deslizarse despacio. En eso estaba, cuando alguien le agarró del pie, y Link estuvo a punto de gritar del susto.

– ¿Ese es tu plan de fuga? – dijo Leclas. Por lo menos, no parecía bebido –. Descolgarte de las ramas como un murciélago...

– Ha funcionado, ¿no? – Link alcanzó el suelo. Tenía las ropas sucias por el tejado, pero no le importaba. Lo había conseguido, por fin una pequeña victoria.

Al girarse para hablar con Leclas, vio un filo de acero. Apartó al sabio de un empujón y se colocó enfrente. Había cinco guardias del ejército de Lord Brant. El señor de Rauru estaba ahí de pie. Hizo una señal y dos guardias soltaron a Kafei. Del cielo, aterrizó Medli, que se colocó entre Link y el noble.

– El rey de Hyrule, escapándose en mitad de la noche como un vulgar ladrón – dijo Lord Brant.

Saharasala en su forma de Kaepora Gaebora también apareció.

– El rey no está huyendo, Lord Brant, señor de Rauru. Parte en una misión relacionada con los sabios – regresó a su forma humana. Por lo que había notado Link, el sabio de la Luz solo mantenía la forma de Kaepora un momento, hasta que sentía dolor. Había sido suficiente para provocar entre los soldados de Rauru gestos de miedo, que retrocedieron un poco, pero volvieron enseguida a apuntar con las picas.

– Si eso es cierto, entonces, ¿por qué no me ha informado, alteza? – Lord Brant se dirigió directamente a Link. Luego, dio una orden a sus hombres de dar un paso atrás, y él se acercó para hablar con Link cara a cara –. Creí que tenía su confianza…

– Y la tiene, Lord Brant. Ha acudido en mi ayuda cuando se la he pedido, y ha arriesgado a sus hombres y su ciudad. Le estoy agradecido, pero Saharasala tiene razón. Debo ir en busca de mi primer caballero. Está perdida en las tierras de Hebra, necesita de nuestra ayuda.

Lord Brant le miró desde su altura. Cuando no llevaba la armadura, era un hombre grueso, con un gran estómago. Aun así, Link sospechaba que podía partirle la cara con solo proponerlo.

– La primer caballero, la Heroína de Hyrule. La que llaman Caballero Zanahoria, ¿cierto? – dijo Lord Brant, con mucha seriedad. Link quiso corregir que el último nombre era solo como la llamaba el pueblo, pero no lo hizo. Asintió, y esperó a que Lord Brant continuara –. Esa chica que según se dice ha derrotado al señor del Mundo Oscuro en dos ocasiones, y que porta la Espada Maestra, la que repele el mal. ¿Va a ir a rescatarla?

– Así es – Link sostuvo la mirada.

– Que ella sea su pareja, no tiene que ver, ¿verdad? – Lord Brant soltó una risotada, que cesó al comprobar que Link seguía serio mirando el rostro del noble.

– Así es, también. Sus espías le han informado bien.

– Ah, muchacho... – Lord Brant levantó la mano, pero no para golpear a Link, sino para tocarle en el hombro –. Id a rescatar a vuestra dama, alteza. Protegeremos esta ciudad y planearemos el ataque a la villa Kakariko para derrocar al falso rey. A su regreso, hablaremos de la situación de Rauru.

– Marchad – dijo Saharasala –. Yo me quedaré como consejero Real, y protegeré los intereses de su majestad y su pueblo.

Dos ornis aterrizaron a la señal de Medli. Kafie llevaba dos mochilas pesadas, además de una segunda capa que tendió a Link. Este se la puso sobre los hombros y tomó una de las mochilas. Le dio también un arco con un carcaj, donde Link guardó la flauta de la familia real. Mientras se colocaba el equipo, dio las gracias a Saharasala. Este le dijo:

– Intentaré que el precio no sea alto, Link…

– Ahora mismo, daría lo que poseo, hasta mi aliento, por encontrar a Zelda. Gracias, Saharasala, y cuídate.