Los vientos de Kynareth
Skyrim no me pertenece, si así fuera hubiera hecho todo lo posible para que se casara con mi personaje.
Este es mi primer fic de Skyrim, espero que les guste.
Capítulo 1: Un encuentro fortuito
Farah regresó a Skyrim cuando apenas tenía trece años. Su madre, una maga bretona, la había encontrado en Hibernalia cuando ella era un bebe así que la adoptó como su propia hija y se la llevó a la frontera hacia Roca Alta. Allí fue muy feliz, y su madre siempre le contaba que habían sido los vientos de la diosa Kynareth los que habían hecho que ambas se encontraran, por eso, cuando Farah cumplió cinco años, la bretona le regaló un amuleto de Kynareth… para que los vientos siempre la llevaran por buenos parajes. Años más tarde ambas volvieron a Skyrim con la intención de ir al colegio; su madre, que ya había estudiado allí, tenía la esperanza de que Farah pudiera quedar en una de las escuelas, pero en el camino las cosas se torcieron y su madre, a la cual amaba, murió; Farah quedó sola nuevamente.
Cualquiera en Skyrim pensaría que una nórdica sabría qué hacer en un país nórdico, pero la verdad era que sobre Skyrim sabía solamente lo que algún día había leído o lo que su madre le había dicho. Nunca se había imaginado que el país en donde ella había nacido sería tan frío e inhóspito, era una tierra llena de sangre envuelta en una guerra civil… un lugar alejado de la mano de los dioses, pero no de Kynareth, Kyne -como le decían en Skyrim- jamás la abandonaría, eso le había enseñado su madre.
Pasó días difíciles en el frío de Skyrim, pasó largos días de hambre. Pasó agonizantes días siendo el trofeo de unos asquerosos bandidos que la habían atrapado hasta que finalmente una noche logró camelárselos, y mientras dormían tomó un cuchillo y les cortó la garganta. Nunca había matado a alguien; había visto otras veces a su madre matar gallinas para comer, pero realmente a Farah no le agradaba ver eso, sin embargo, en esos momentos se sintió bien mientras la sangre de esos hombres corría por entre sus dedos delgados… olvidó lo horrible que eran los sonidos de agonía y el desagradable olor que tenía la sangre.
Tomó provisiones, entre ellas el cuchillo con el que había asesinado a los bandidos y un arco y flechas, no sabía usar esas armas, pero no perdía nada con intentarlo, después de todo, la magia que su madre le había enseñado era demasiado básica para defenderse, apenas le servía para curar sus propias heridas. Con los años tuvo que aprender a robar y a matar
a los que quisieran hacerle daño, no era algo que adoraba hacer, pero tenía que sobrevivir.
A medida que pasaron los años aprendió a usar el arco y el cuchillo. Logró hacer trabajos para así poder comer comida caliente y dormir en un lugar cómodo.
Habían pasado siete largos años desde su llegada a Skyrim, cuando los vientos de Kynareth la llevaron a cruzarse con esos ojos verdes en la ciudad de Markarth, en una de las escaleras de piedra él la estaba esperando para interceptarla.
—Te vi en el mercado. —murmuró con una sonrisa lobuna. Su acento al hablar era extraño, los nórdicos no hablaban como hablaba él.
Ella, que había aprendido que si querías sobrevivir debías evitar que tu rostro o tu cuerpo dejarán entrever una emoción que la hicieran ver débil, lo observó con la misma frialdad que había en los páramos congelados de Hibernalia haciendo una mueca de desprecio e intentando seguir su camino por la razón o por la fuerza.
—Apuesto todo lo que tengo a que esos bolsillos llenos de septims y esa ropa elegante que usas se debe a la mano larga que tienes. —volvió a interponerse en su camino. —Es interesante ver a un ladrón con ropas elegantes. —se rio.
El enfado y el odio se veía reflejado en el rostro de la nórdica quien sacó un cuchillo y lo apuntó hacia el estómago del hombre. No dejó de mirarlo fijamente, tratando de no sentirse intimidada, después de todo, ella también era una nórdica así que era tan alta como aquel desconocido.
—Lárgate. —susurró. Sus dientes apretados y sus cejas fruncidas delataban que ella no bromeaba en lo que decía.
Levantó las manos para hacerle ver que él era un hombre que quería evitar problemas, sin embargo, no se movió del lugar, estaba empecinado en que ella lo escuchara. Bajó lentamente sus manos y suspiró.
—Quizás esta no era la forma de presentarme, chica. Mi organización ha estado teniendo una racha de mala suerte y necesitamos manos extras. Hay dinero, vino y camas para dormir. No es un trabajo honesto, pero por lo que vi en el mercado me atrevería a decir que tanto a ti como a mí no nos interesa el trabajo honesto. —se calló cuando la muchacha entrecerró los ojos y se guardó el cuchillo. —Durante la tarde estaré en la posada cerca de la entrada de Markarth, allí hablaremos del negocio que tengo para ti. —una vez dicho esto caminó en dirección contraria a ella dejándola parada en medio de las escaleras.
Vagó toda la mañana por la ciudad sin dejar de pensar en lo que el hombre le había dicho. Una parte de ella quiso dejarlo pasar y seguir con su vida como siempre, no obstante, otra parte de ella tenía curiosidad.
Llegó por la tarde a la posada y lo vio sentado frente a una mesa, parecía estar coqueteando con una camarera mientras bebía aguamiel. Caminó decidida hacia él sin importarle si estaba ocupado con esa mujer; ella no tenía tiempo para desperdiciarlo con ese nórdico de acento extraño.
Se sentó en la silla que estaba frente al hombre y lo miró cruzándose de brazos. Él sonrió y le hizo un ademán a la camarera para que se fuera. Dirigió su atención por completo a Farah.
—Sabía que estarías interesada, chica. —ella levantó una ceja. —Veo que no eres muy buena conversando —bromeó —, de acuerdo, me llamo Brynjolf y, como te mencioné antes, la asociación para la que trabajo está pasando por momentos difíciles y necesitamos apoyo. —Bebió un poco de vino y prosiguió. —Te he observado durante estos dos días, desde que llegué a Markarth. Tú no me has visto, pero yo a ti sí. Tienes potencial, pero te faltan los clientes… ya te imaginas, existe gente estúpida que pagaría una buena cantidad de septims por robar un simple anillo de plata. —comentó divertido. —Yo te puedo ayudar si tú aceptas ayudarnos.
—¿Cómo piensas pagar mi dinero, mi vino y una cama para mi comodidad cuando has dicho que tu organización tiene un momento de "mala suerte"? —inquirió seriamente.
—Te pagaremos por cada trabajo realizado… Trabajar para nosotros no es lo mismo que trabajar en un maldito bar. —comentó despreocupadamente. —Te lo puedo demostrar ahora mismo si quieres. —La miró fijamente y de un bolsillo de su abrigo sacó una vieja libreta. —Un cliente nos pidió dos cosas, un pergamino con el sello del Jarl de Markarth y pidió que lo intercambiáramos por un pergamino falso. —explicó. —Tienes que ir justo a la casa donde conversamos esta mañana, ¿te acuerdas? —ella asintió. —Perfecto, chica, he estado vigilando esta casa el mismo tiempo que te he vigilado a ti. En la casa vive un matrimonio y al menos dos sirvientes. Hay tres guardias cerca y dos en la torre alta de la ciudad, pero cerca de la puerta de entrada hay un árbol de enebro que produce una sombra donde puedes escabullirte. Está completamente prohibido asesinar a alguien. ¿Lo entendiste? —ella asintió levemente. —¿Aceptas el trabajo?
—No… no sin antes saber cuánto me vas a pagar. —contestó.
—Chica lista. —sonrió. —Acordaron pagarme 800 septims por el trabajo, pero debido al largo viaje, a mi estancia, a la comida, al vino y a otros placeres que puedan suceder… —miró de reojo a la mujer que servía los tragos. —puedo pagarte 600… es más de lo que te han pagado alguna vez por un simple pergamino. Además, es un trabajo seguro, no hay nadie dentro de esa casa que sepa usar un arma. —Ella suspiró y asintió. —No mates a nadie, si alguien resulta muerto nos meteremos en problemas. No dejes que te atrapen, si te meten en la cárcel no digas mi nombre. Y, por último, si vuelves con tu trabajo listo pero yo ya no estoy aquí bebiendo podremos reunirnos por la mañana.
—De acuerdo.
Farah se levantó de la silla sin decir nada más. Caminó por las calles oscuras y se metió a la casa sin problemas, incluso se dio el tiempo para sacar un pan dulce y comerlo mientras revisaba que las personas que vivían allí estaban durmiendo. Encontró lo que buscaba y salió sigilosamente no sin antes sacar otro pan dulce que podría comer en el camino.
Cuando volvió a la posada se dio cuenta de que el trabajo no había sido difícil, era mucho dinero para un robo tan simple, ¿y si el ladrón le robaba el pergamino a ella mientras dormía?, después de todo ese hombre era un desconocido que la había vigilado mientras ella no se daba cuenta.
Obviamente él ya no estaba bebiendo. Esperó unos minutos, indecisa de si ir a dormir o ir directamente a la habitación para cobrar su parte del trabajo. Finalmente, luego de esperar unos minutos decidió ir a su habitación para acostarse. Dejó el pergamino bajo su almohada e intentó dormir, lo lograba durante unos minutos, pero despertaba ante el mínimo ruido. Intentaba cerrar sus ojos, pero definitivamente no podía descansar. Al cabo de unas horas de desvelo su mente finalmente pasó al plano de los sueños.
Cuando abrió los ojos vio al nórdico en su habitación, estaba sentado sobre un baúl y examinaba el pergamino que tenía en sus manos.
—Muy bien, chica. —murmuró cuando vio que Farah ya había despertado. —Aquí tienes tu pago, tal como te lo prometí. —de un bolsillo sacó una bolsita de dinero y se la entregó a ella. —Por supuesto hay más de donde viene esto.
Fue momento de que ella inspeccionara lo que Brynjolf le había dado.
—Entonces, ¿te interesa el trabajo?
—Tal vez. —respondió totalmente desinteresada, aunque para Brynjolf esa respuesta era suficiente pues sabía que ella lo iría a buscar tarde o temprano.
—De acuerdo. —Brynjolf se metió el pergamino en un bolsillo y se levantó. —Debo irme. Nos vemos en Riften, búscame en la ratonera.
Dicho eso, se despidió con un ademán y salió de la habitación. Farah se levantó y salió a comer algo; Brynjolf definitivamente se había marchado.
Luego de comer salió de la ciudad, fue a los establos y se montó en su caballo. Miró por última vez la ciudad antes de marcharse.
Se llevó la mano al collar que una vez su madre le regaló. Al principio había sentido mucha culpa: culpa de robar y culpa por matar, su madre no la había criado para ser una ladrona asesina; pero luego de un tiempo esa culpa comenzó a disiparse, no conocía otra forma de ganarse la vida que esa. Hubo un momento en el que sintió la necesidad de deshacerse del collar, ni su madre ni Kynareth estaban ahí para cuidarla, pero lo cierto era que, ese collar era lo único que quedaba de su antigua familia y, que aún tenía la esperanza de que Kynareth la llevara a buenos prados.
