CAPÍTULO 8.

—¿De verdad estás bien?— insistió por tercera vez en un rato.

—S-sí— murmuré sacudiendo la cabeza inconsciente— Te repito que no me han hecho nada.

—Cuéntame una vez más lo que ha ocurrido, por si se te ha pasado algo que pueda ser de ayuda.

Tragué saliva mientras me llevaba un mechón de pelo tras la oreja.

—Ya te he dicho todo lo que recuerdo: subimos al castillo y me estuvo llevando a través de unos pasillos desiertos. Era de noche, ni siquiera estaba la luna en el cielo, pero las antorchas nos alumbraban el camino. Llegamos a un sala muy grande y cuando entramos, en su interior solo había un hombre.

—¿Cómo era él?

—Tendría unos cuarenta y tantos años; pelo y barba canosa, unos ojos oscuros y con una cicatriz en la comisura derecha. Ah— recordé entonces—, es verdad. En una de sus manos, la derecha, creo, porque era la con la que se tocaba la barba, vi que le faltaba el dedo meñique.

—Muy bien, Kagome. ¿Qué más?

Me encogí sobre mí misma en el catre y me quedé pensativa.

—Me dejaron allí en la habitación justo delante de este hombre y él se quedó mirándome por un momento. Entonces, sonrío y su sonrisa... — callé, recordando el brillo malicioso de su expresión— Preguntó como me llamaba, pero no a mi, sino al que vino a recogerme. Este le dijo que no lo sabía, y entonces el hombre mayor me miró otra vez. Entonces...

» —¿Es ella?

» —Sí, señor.

» —Sí que es hermosa. Y teníais razón cuando decíais que tenía un aire de... pureza. Ahora entiendo que incluso a un animal como él se le despierte el instinto de protección. Pero me he cansado de esperar a que haga algo; a este ritmo podrían pasar meses, y no tenemos tanto tiempo. Mi paciencia tiene un límite— hablaba con si yo no me encontrara delante—. He hablado con Mamoru y ya me ha dicho cómo ponerle remedio. Haremos la prueba con el otro sujeto y según los resultados, volveremos a intentarlo en unos días.

» —Entendido, señor. Como ordene.

» En ese momento, el viejo canoso me sonrió y me dio miedo, InuYasha. Había algo en él que no sabría explicar, pero...

—Joder, Kagome...— lo escuché mascullar, y podía imaginármelo perfectamente dando vueltas de una pared a otra de la celda.

—Finalmente se despidió deseándome buena suerte y una velada... "al menos, satisfactoria y no muy agresiva"— mis manos empezaron a moverse sola en una casi olvidada rutina durante los últimos días; me puse a dibujar patrones en la curva de mi codo, aunque esta vez no hacía más que repetir una palabra: InuYasha, InuYasha, InuYasha.

No seguí mi explicación porque no había mucho más que contar. El mismo camino de vuelta y una vez bajé a las mazmorras, para mi sorpresa, no me volvieron a vendar los ojos. Rápidamente entendí por qué cuando pasamos la puerta de InuYasha y me encerraron en mi celda, en la que había estado desde el principio. Apenas me habían lanzado al suelo (esta vez nadie vino a ayudarme a levantarme) que InuYasha me estaba preguntando frenético y preocupado cómo estaba y qué había pasado, maldiciendo a los cuatro vientos porque nos hubieran separados.

Y es que sí, yo también lo estaba haciendo mentalmente. Porque aunque ahora mismo veía la luz colarse a través de la rendija de la puerta, algo que no había tenido en los anteriores días, y si levantaba la mano frente a mis ojos podría distinguir mis uñas, me sentí más sola y aislada que nunca. Hasta que no me habían separado de InuYasha no me había dado cuenta de lo muchísimo que lo necesitaba, de la calma, paz y seguridad que él era capaz de transmitirme con tan solo cogerme la mano, estar sentado a mi lado o compartir la misma celda.

—¿Qué quieren de nosotros, joder?— masculló InuYasha, ajeno por completo a mis pensamientos.

Suspiré, aceptando que al menos tenía su voz para consolarme.

—No lo sé, pero estamos en el mismo punto que antes, ¿no? Bueno, en realidad, hemos confirmado que quieren algo de nosotros. ¿El qué? No tengo ni idea.

—Si tan solo pudiera arrancar esta maldita puerta, pasaría por encima de ellos sin dudarlo...

Intenté no detenerme en el pensamiento de que había una posibilidad de que InuYasha se escapara y se fuera sin mi, dejándome atrás... sola. InuYasha no había dado a entender en ningún momento... así como tampoco me había asegurado que cargaría conmigo en esa misión prácticamente suicida. Total, solo llevábamos conociéndonos una semana. ¿Qué podría esperar? En realidad, debería aprovechar a la más mínima oportunidad que tuviera y escapar lejos de aquí.

—¿Kagome?

—¿Sí?

—¿Qué mierda estás pensando?

Hasta que InuYasha no lo dijo, no me di cuenta de que mi corazón iba a mil por hora y que mi respiración se había agitado. Recordé sus oídos desarrollados.

Mierda. Me había pillado.

—Nada— me apresuré a decir, inspirando profundamente para ver si así me tranquilizaba— Solo estoy nerviosa.

InuYasha soltó un murmullo vago, como si no me creyera del todo, pero no dijo nada.

También en silencio, me tumbé sobre el camastro, rodeándome las rodillas y atraiéndolas hacia mi, y juntos permanecimos en esa guisa hasta que nos trajeron la cena.

Comimos, bebimos y debido al mutismo que continuaba entre nosotros resurgió en mi la necesidad de ponerme a tallar palabras en mi piel y cantar.

En algún momento terminé quedándome dormida, sola en mi camastro, que de pronto se había vuelto enorme para mi.

·

·

Palabras: 947


¡Parte dos!