ĒTERU

Capítulo LV

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Al comenzar la noche, InuYasha se dirigió a la cabaña junto al puente, el lugar que la pareja perteneciente a la aldea de Sasaki había intentado reconstruir. Al recorrer el espacio, se encontró con unas cuántas piezas de ropa hechas de piel, que estaban dentro de un baúl de madera roído por el tiempo. Entre aquellas prendas encontró un débil rastro que le pareció que podía seguir y se dio a esa labor. Intentó captar algún olor en el bosque, por débil que fuese, que se asemejara al escaso rastro que había podido encontrar. Lo cierto es que no tenía seguridad en haber descubierto algún indicio realmente útil, después de todo, la familia de aquel rōnin debía llevar muchos siglos muerta y él, a pesar de confiar en su olfato, no podía creerse infalible. No obstante, necesitaba asirse de algo que sirviera para solucionar la situación. No podía creer que la noche hubiese transcurrido con tanta rapidez. Había pasado todas las horas de oscuridad recorriendo el bosque, que para este momento le parecía enorme. Primero había creado un perímetro de varios kilómetros en torno a la cabaña, examinando toda la superficie en medio de una carrera que en ningún momento se permitió dejar. Cuando al recorrer el primer perímetro no había encontrado nada, lo amplió e hizo lo mismo varias veces hasta que concluyó que debía cambiar el sistema. Aquello había sucedido cuando el sol comenzó a despuntar en el horizonte. No estaba seguro de si Shippo necesitaba ayuda o de si había podido sostener la barrera todo este tiempo, dado que si la herida que tenía en el brazo dolía tanto como la que él mismo tenía en el costado, el hechizo se le complicaría. Así que le pidió a Myoga que se ayudase de alguna criatura del bosque y trajese información.

Luego de eso comenzó a hacer el recorrido de los perímetros en retroceso y a mucha menor velocidad, por si se había dejado algo sin explorar en medio de la carrera.

Cuando el sol pasaba del medio día, se detuvo junto a un río y jadeó unas cuántas veces antes de poder beber algo de agua. Estaba agotado y hasta ahora no había encontrado nada útil. Quizás debería volver a la aldea. Myoga aún no regresaba y aunque odiaba la idea de encontrarse con el onmyouji ahí, quizás fuese ventajoso que estuviese en esta situación. No le gustaba ese hanyou, aunque tenía claro que su antipatía pasaba por la cercanía que había conseguido con Kagome, por tanto su conocimiento podía solucionar algo.

—Señor InuYasha, lamento haber tardado tanto —escuchó la voz de Myoga y el pinchazo que le dio en el dorso de la mano a continuación. Le permitió alimentarse durante un instante y luego se lo quitó de la piel con dos garras.

—Habla, anciano —lo instó, al dejar al youkai sobre una roca cubierta de liquen.

Myoga se pasó una manga de su ropa por la boca y comenzó a explicar la situación. Shippo aún sostenía la barrera, aunque ésta se debilitaba junto con él. Hasta el momento no había nadie más en la aldea que pudiese ayudar con aquello y las familias de aldeanos se habían internado en el bosque, salvo los considerados más fuertes, aunque eran pocos.

—Y ¿El onmyouji? —preguntó InuYasha con cierto tono mordaz. Myoga negó con un gesto de su cabeza— ¡Kuso! —soltó, mostrando los colmillos de forma leve ante la frustración— Creo que será mejor regresar, Shippo necesitará ayuda.

Myoga aceptó la decisión en silencio.

Se encaminaron de regreso. InuYasha notaba la incertidumbre en el estómago. No era nada nuevo el tener que enfrentarse a situaciones que parecían irremediables y aun así siempre había podido con ellas. Sin embargo, ahora mismo el agotamiento se le estaba haciendo difícil de ignorar. Intentó despejar la mente, por complejo que fuese, no iba a decaer.

En ese momento distinguió algo a la distancia.

—¡Mire, señor InuYasha! ¡Parecen piedras fúnebres! —apuntó Myoga, que continuaba en su hombro.

—Las veo —aceptó, en tanto bajaba la velocidad para detenerse ante unas pequeñas piedras cubiertas de musgo que había bajo el alero de un árbol.

—Podría ser lo que…

—Sí, creo que lo es —interrumpió InuYasha, reconociendo en parte el olor que encontró en la cabaña. Le pareció normal no haber dado con el rastro antes, éste era tan tenue que sólo podía percibirlo al estar a menos de un metro. De todos modos notó un atisbo de alivio y se inclinó hacia las piedras.

No sabía muy bien qué era lo que buscaba, sin embargo tuvo la sensación que el sólo lugar ya sería un descanso para el alma del rōnin. Estuvo a punto de dirigir una burla hacia sí mismo al descubrir que estaba haciendo una labor que rayaba en lo espiritual.

—¿Qué diría Kagome? —se preguntó en un susurro.

Ella le hablaría de lo feliz que estaba por él y que ahora sólo le faltaba aprender a cocinar. No es que no supiera, simplemente no le gustaba. Kagome se enfadaría si se diese cuenta. A ese pensamiento lo acompañó una sonrisa, cuyo mínimo esfuerzo le recordó la herida invisible que llevaba entre las costillas.

Respiró de forma profunda y lenta, buscando calmar el dolor, ahora no tenía tiempo para pensar en él. A continuación removió las ramas que habían caído sobre las piedras, despejó el liquen que había crecido sobre éstas y bajo eso descubrió una inscripción que decía: nadie.

Se quedó observando el kanji durante un momento y sintió una profunda angustia. Su hija, su Moroha, no moriría sola. Ellos volverían y le darían una vida en familia. No podía permitirse pensar de otra forma.

—Vamos —determinó. En el camino que se había trazado no había lugar para la tristeza.

Comenzó a recorrido de regreso a la aldea del bosque Sasaki, con la esperanza de encontrar a Shippo resistiendo con la barrera que había creado. El trayecto no era demasiado largo y aun así se le estaba haciendo pesado. Los músculos le dolían y la respiración se le dificultaba de forma leve por el dolor de la herida energética que parecía quemar la carne, aunque no pudiese ser vista. No era el peor tipo de herida que había sufrido, bastaba con recordar la que le había hecho Kagome, antes de caer en aquel limbo del que tuvieron que despertar en la tumba de su padre. Intentó acallar ese recuerdo, no le servía en este momento. La aldea estaba muy cerca, sólo tenía que hacer un esfuerzo más.

Sus sentidos se alertaron de pronto, sin aviso, y notó el olor del humo que se alzaba tras los árboles. Le resultó evidente que algo se estaba quemando y eso lo llevó a acelerar más el paso. No obstante, fue otro el aroma que lo llenó de impaciencia y la pregunta se gestó en su mente llena de temor.

¿Kagome está ahí?

InuYasha continuó corriendo y mientras lo hacía podía escuchar su propia respiración agitada y el aire silbando en sus oídos a medida que tomaba mayor velocidad. Respirar hondo le causaba dolor y aun así lo hizo para apresurar el paso hasta que le punzaron los músculos y los pulmones por la tensión. Dio un salto que lo elevó por entre los árboles y pudo distinguir el color anaranjado del fuego en la aldea. En cuanto tocó el suelo otra vez, volvió a correr sin que le importase el daño que eso le ocasionaba. Toda su atención estaba puesta en identificar el lugar exacto en que se encontraba su compañera. Se sintió levemente aliviado cuando el bosque se abrió, dando paso a la aldea y al caos que había en el lugar. InuYasha supuso que muchos aldeanos habían regresado, intentando ayudar, aunque no dedicó demasiados pensamientos a ello.

Se adentró en mitad de las cabañas, y recorrió todo el espacio con cada sentido que le permitiese encontrar a Kagome; vista, oído, olfato. El fuego consumía una parte de las casas y podía ver a los aldeanos correr con recipientes llenos de agua para intentar apagar las llamas. Los gritos desesperados que emitían parecían aullidos que no le permitían captar la voz o el respirar de Kagome. Se frotó los ojos con el dorsal de las manos, el humo le picaba. Volvió a alzar la mirada y poco más allá, por encima de las lenguas de fuego, pudo ver una resplandeciente luz de color rosa que inmediatamente le indicó un lugar.

Kagome —su mente viajó hasta ella y su cuerpo lo hizo a continuación.

Estuvo a su lado con un par de saltos. Observó el modo en que Kagome permanecía centrada y arrodillada sobre un suelo barroso, con ambas manos abiertas, mientras presionaba las palmas hacia la tierra como si deseara que ésta la sintiera. Desde ese punto de conexión brotaba la energía rosa que lo atrajo y se ramificaba del mismo modo que lo hacen las raíces de los árboles, hasta crear la nueva barrera que ahora contenía al rōnin. El espíritu daba golpes furibundos con su espada contra las paredes en busca de alguna debilidad que le permitiese escapar.

—Kagome —InuYasha mencionó su nombre en mitad de un resoplido ocasionado por su propio agotamiento. Pudo ver en la expresión de los ojos de su compañera lo que tanto temía, parecía fatigada y, del modo que la conocía, debía de estar al límite de su fuerza.

InuYasha reparó en la presencia del onmyouji, que con su propio flujo de energía estaba asistiendo el trabajo que Kagome ejecutaba. Generaba luz desde las palmas de las manos y mantenía éstas a pocos centímetros de la espalda de su compañera. InuYasha consideró dar por buena la presencia del brujo.

—Shippo está herido —le advirtió Kagome en un murmullo, llamando su atención.

InuYasha pestañeó un par de veces, intentaba ordenar sus ideas en medio del caos existente, luego se obligó a orientar sus esfuerzos hacia su amigo que permanecía en el suelo a pocos metros. Se acercó, se arrodilló junto a Shippo y le habló con afecto.

—Eh, enano —tanteó la atención que él le podía prestar. Shippo enfocó la mirada y resopló antes de responder.

—Estoy bien —volvió a respirar con pesadez.

—¿El rōnin te ha vuelto a herir? —quiso saber, sin dejar de prestar atención a Kagome y a la energía que estaba aplicando en la barrera. Parecía que emanaba de ella sin límite y eso lo preocupaba.

—Me ha dado con la espada en el hombro, ya sabes cómo va —resopló. InuYasha entendió que el corte había sido profundo, a pesar de ser invisible.

—Sí, lo sé —el dolor en su costado se lo recordaba—. Encontré algo —le dijo a su amigo—. Encontré algo —repitió, aunque esta vez se dirigió a Kagome—, creo que es lo que necesita el espíritu.

Escuchó que su compañera respiraba profundamente antes de hablar.

—Guíame —indicó.

InuYasha arrugó el ceño al escuchar su voz. Le resultaba evidente que la brevedad de su respuesta iba de la mano con el desgaste de su fuerza.

—Yo me quedo con él —escuchó decir a Myoga, quien de inmediato dio un salto hacia Shippo.

Uno de los habitantes de la aldea se acercó para ayudar e InuYasha lo agradeció con un gesto de asentimiento que el youkai recibió con otro en consonancia. Se quedó de pie junto a Kagome que respiró con fuerza y profundidad, para llenarse de aire y de energía. Luego de aquello se puso en pie, siempre sosteniendo la barrera de luz con las manos. El onmyouji acompañó ese gesto.

—¿Lo tiene, Tetsuo sama? —preguntó ella y el hombre asintió para confirmar.

—Vamos —le indicó a InuYasha y éste, aunque deseaba hacer más por ella, sólo pudo guiarla.

Kagome comenzó a andar, dando cada paso con calma y sin perder de vista lo esencial; mantener la barrera fuerte. No quería pensar en qué más podía pasar si el espíritu que contenía se liberase nuevamente.

Cuando Kagome llegó a la aldea era Shippo quien estaba haciendo este trabajo. Aislaba al rōnin con un hechizo que parecía haber funcionado bien; hasta que la vio a ella. Era probable que el alivio que su amigo sintió al saber que recibiría ayuda, consiguió que su fuerza fallase durante un momento, tiempo suficiente para que el espíritu atacase y pudiese escapar. El caos posterior fue cuestión de un instante. Kagome escuchó gritos, madera al romperse con los ataques del rōnin y de pronto el fuego. Fue en ese momento en que decidió actuar y preguntar después. Echó las manos al suelo y conectó con la energía de la madre tierra, las raíces, las piedras y las pequeñas criaturas que coexistían bajo la superficie. A través de ese espacio habitado transportó la energía que creó una barrera de luz alrededor al ser. Posteriormente Shippo le comunicó que era el espíritu de un rōnin.

Esperaba que el lugar al que los dirigía InuYasha estuviese cerca, notaba cómo se debilitaba su voluntad a cada momento. Era consciente del peso de cada paso que daba y de la sensación de hundirse en la tierra con cada uno de ellos. InuYasha la observaba continuamente y podía sentir su frustración al no ser capaz de hacer más por ella. Kagome intentaba no sucumbir a sus emociones, para que la barrera no se viese comprometida. La presencia de Tetsuo sama era beneficiosa, estaba ayudando con su conocimiento, no obstante, el trabajo que ella estaba haciendo iba más allá de la hechicería.

A InuYasha el camino se le estaba haciendo eterno. El paso que llevaban Kagome y el hechicero, manteniendo al rōnin dentro de la barrera, resultaba lento e incluso frustrante. Podía ver el modo en que la frente de su compañera se perlaba de sudor por el esfuerzo. Su semblante iba palideciendo cada vez más, apagando el color de sus mejillas.

—¿Estás bien? —quiso saber, mirando a Kagome que le dio un vistazo fugaz, como si no pudiese perder detalle de su labor. Eso lo llevo a sentir que la pregunta era absurda.

—Tranquilo, puedo hacerlo —respondió Kagome, con brevedad; la misma que llevaba utilizando desde que se la había encontrado.

InuYasha tensó la mandíbula y fijó la mirada adelante. Se obligó a seguir andando, ya no quedaba demasiado. Se ocupó de despejar el camino todo lo que le fue posible. Dio zarpazos aquí y allá, quitando maleza y removiendo las ramas de los árboles que no permitían un sendero limpio. Cuando, finalmente pudo ver el lugar que había descubierto, sintió cierto alivio; al menos ya estaban aquí.

Se adelantó en cuánto visionó las piedras fúnebres y volvió a sentir el peso emocional de la inscripción que tenía la piedra. Escuchó un bramido ensordecedor que procedía del rōnin, era un clamor de dolor que hizo eco en Kagome. De un salto estuvo con ella, que se había arrodillado nuevamente.

—Está sufriendo mucho —la escuchó decir, en medio de un lamento de dolor.

Sus palabras lo sorprendieron y observó a onmyouji, por primera vez desde que comenzaron el camino hasta aquí. Estaba sudando, incluso más que Kagome y su palidez era mucho mayor también. No había pensado en la posibilidad de que no sólo estuviesen dominando un espíritu, si no también toda la emoción que éste contenía.

—¿Puedes sentirlo? —le preguntó a su compañera, con desespero; no quería que Kagome cargara con algo así.

La vio asentir antes de hablar.

—Le duele —dijo—, extraña a su hija.

InuYasha pudo ver las lágrimas que se formaron en los ojos de Kagome y se quedó mudo al observar la forma en que una de ellas descendió por la mejilla de su compañera. No pudo tolerar más la situación e intentó ayudarla a levantarse para ir hasta la piedra funeraria.

—¡No! ¡No me toques! —intentó advertirle ella, temiendo a la interferencia que su sujeción pudiese producir en el flujo de la energía.

Sin embargo el aviso llegó demasiado tarde. La barrera se fracturó y aunque Kagome y el onmyouji intentaron sostenerla, el espíritu del rōnin se echó con fuerza hacia las paredes que lo contenían y éstas parecieron romperse como haría un cristal y los supuestos trozos se desperdigaron luminosos, hasta desaparecer.

Cuando el rōnin se giró hacia Kagome, InuYasha sintió que se le cortaba la respiración. Sin pensarlo demasiado, y sin saber si tenía algún sentido, desenvainó a Tessaiga y la apuntó hacia el espíritu.

—¡Eh! ¡Tú! —llamó, esperando atraer su atención.

El rōnin se giró hacia él e InuYasha pudo comprobar en su expresión, durante el instante en que se mantuvo visible, que estaba furibundo. Luego de aquello lo vio arremeter en su dirección y desaparecer.

—¡InuYasha! ¡Delante de ti! —pudo escuchar la advertencia de su compañera, alzó la espada y notó la fuerza invisible con que era golpeada. No podía decir que era un rival fuerte, en comparación, no obstante tenía la gran ventaja de estar oculto a sus sentidos— ¡A la derecha! —nuevamente escuchó la advertencia de Kagome y se protegió en esa dirección.

Debía hacer algo para controlar al espíritu, para que la situación dejará de ser un caos. Decidió acercarlo a la piedra fúnebre, esperando a que el rōnin notase algo que lo conectara con su hija, quizás eso lo calmaría.

Dio un salto a su derecha y hacia atrás.

—No podrás alcanzarme —lo tentó y volvió a saltar al notar cierto cambio en la densidad del aire.

InuYasha se detuvo junto a la piedra. Nuevamente notó aquella energía particular en el aire que formaba una ráfaga de viento en su dirección. No tuvo duda que el espíritu se acercaba y ese pensamiento encontró una confirmación. El rōnin se mostró nuevamente, a poca distancia de él, estaba furibundo y listo para atacar. InuYasha resintió el dolor entre sus costillas, quizás como un aviso para un nuevo dolor que podía instalarse en su cuerpo si la espada espiritual lo volvía a cortar. Cerró las manos con fuerza en torno a la empuñadura de Tessaiga, esperando la arremetida; sin embargo ésta no llegó. El espíritu se detuvo con total precisión, a pocos centímetros de él. Al estar ahora visible, fue capaz de distinguir el modo en que su mirada rabiosa cambiaba a una totalmente dolida. En cuestión de un instante InuYasha fue testigo de lo que el dolor y el amor le hacían a un alma.

Kagome estaba preparada para agotar hasta el último resquicio de energía para detener al rōnin nuevamente en una barrera. Lo vio arremeter hacia InuYasha y comprendió que su compañero buscaba la oportunidad de tener al espíritu ante lo que creía que él buscaba. Contuvo el aliento cuando lo vio atacar y quiso avanzar en esa dirección. Se contuvo en el momento en que vio al rōnin detenerse como si todo el espacio alrededor de él se hubiese congelado. A continuación observó el modo en que el espíritu de aquel hombre, que alguna vez fue un bushi, se giraba hacia la piedra fúnebre que había a un lado.

Esta aquí —la voz del rōnin resonó suave y clara, como si el viento tocara todos los árboles del lugar y le devolviera el sonido. Kagome se sintió ligeramente más tranquila.

—Es el lugar —escuchó a Tetsuo sama susurrar tras ella.

Asintió, evitando hablar, no quería interferir en lo que ahora estaba experimentando el espíritu. El rōnin pareció reconocer algo y ella podía percibir el cambio en la energía que emanaba de él, percibía su enorme fragilidad emocional. Kagome sabía que las experiencias dolorosas anclaban a los espíritus y era consciente, por sí misma, de la fuerza que se podía obtener del dolor y la ira.

El rōnin se arrodillo en su forma traslucida, semi corpórea, y extendió los dedos hacia la piedra. Kagome pensó en qué quizás el haber encontrado este lugar le diese descanso a su alma; no obstante, la energía del espíritu volvió a cambiar de forma radical y ella pudo ver el color oscuro de la cólera.

¡¿Nadie?! ¡Ella no es nadie! —vociferó y sus palabras se expandieron como un estallido que golpeó contra el bosque.

Kagome alzó una mano, protegiendo su aura de aquella intromisión energética y canalizó todo lo que podía hasta sus manos para apaciguar al rōnin. Lamentó el no poder hacer más, al parecer no había forma de lograr que se marchara por decisión propia. Sin embargo, cuando estaba a punto de tomar una flecha purificadora y lanzarla en dirección de aquel espíritu, InuYasha intervino.

—¿Cuál era su nombre? —se dirigió al rōnin, con decisión.

La energía oscura que rodeaba al ser se aplacó ligeramente, sin llegar a desaparecer. Kagome observó el gesto desgarbado de un espíritu que cargaba con todo el sufrimiento vivido. Se mantuvo a la espera durante un instante y otro, y otro, hasta que finalmente el rōnin volvió a emitir una voz.

Aiko.

Niña amada —pensó Kagome.

InuYasha se acercó hasta la piedra y Kagome pudo ver que tachaba con una garra el grabado previo que decía nadie, para comenzar a marcar sobre la superficie con esa misma garra. Trazó, con particular cuidado, los dos símbolos del kanji perteneciente al nombre que el rōnin le acababa de dar y se apartó. Parecía comprender que aquello podía aliviar al espíritu. En cuánto estuvieron firmemente remarcados sobre la piedra el rōnin se quedó observando el nombre sin hacer nada más que permanecer ahí. Por un momento Kagome temió tener que purificarlo de todos modos o el ser no abandonaría este plano. No obstante pensó en algo.

—¿Cuál es tu nombre? —le preguntó con voz clara, firme y, aun así, amorosa.

El rōnin la miró directamente y sólo en ese momento Kagome pudo ver todo lo que contenía. El alma de este espíritu era sufriente, dolorosa, se sentía desamparada en el abandono de todos aquellos en los que alguna vez confió y que traicionaron la lealtad que les había dado. Aunque su mayor desasosiego estaba en no haber podido cuidar de su hija. Le sorprendió encontrar tanta humanidad en un espíritu ya desapegado de la vida.

—¿Cómo te llamas? —volvió a preguntar, esta vez dando un paso más cerca.

El rōnin desvió la mirada a la piedra fúnebre y como si esperara algo de este momento, de este simple instante, habló.

Kazuya

Su nombre significaba pacífico. Kagome se preguntó cuánto de cierto había en que el destino de las personas se podía leer a través del nombre que se les daba. Miró a su compañero y éste asintió una sola vez, comprendiendo lo que ella quería.

InuYasha se inclinó nuevamente hacia la piedra y comenzó a trazar el nombre. Trabajó cada línea del kanji con atención y al terminar se hizo a un lado. Kagome pudo ver el modo en que el espíritu del hombre se centraba, comenzando a iluminarse desde el centro de su cuerpo de energía, hasta que sólo irradiaba luz. No pudo evitar la emoción que le produjo aquella visión y sintió las lágrimas acumularse en los ojos. Suspiró casi a la vez que lo hizo el espíritu de Kazuya. A continuación lo vio desperdigarse por el lugar, a través de infinitos núcleos de luz que a Kagome le recordaron a las semillas de las flores que se esparcen por el campo. De ese modo el rōnin se entregó al bosque.

InuYasha se quedó sorprendido ante la visión, para luego sentir alivio. Todo su cuerpo le pidió relajarse, cada músculo tenso lo exigía. Sin embargo, cuando miró hacia Kagome la vio descender sobre sus rodillas para luego quedar sentada sobre la hierba y eso consiguió que dejara de prestar atención a sus propias necesidades. El onmyouji hizo un gesto para acercarse a ella, no obstante, se detuvo cuando vio que InuYasha lo hacía. Se inclinó hacia su compañera y la rodeó con el brazo que no había sido herido, resguardando también así el costado que seguía ardiendo. El espíritu del rōnin había desaparecido, sin embargo el dolor de las heridas que le había hecho seguía ahí.

—¿Cómo estás? —le preguntó a Kagome, ya con algo más de calma. Ella se enfocó en sus ojos, para de inmediato bajar la mirada hasta el costado en que InuYasha mantenía una herida invisible para todos, excepto para Kagome.

—Creo que mejor que tú —mencionó y a continuación notó que buscaba un lugar en su costado.

Kagome descansó una de sus manos sobre las costillas de InuYasha, justo bajo el pectoral, y la otra en el brazo, a pocos centímetros del hombro. Pudo notar la tensión que su compañero aún mantenía en la musculatura.

—Relájate —le indicó, con aquel tono decidido que usaba cuando estaba haciendo su trabajo. InuYasha respiró hondo y cerró los ojos, intentando hacer lo que Kagome le pedía, sin conseguirlo del todo. El dolor y el miedo por ella, no se lo permitían—. Relájate —le volvió a pedir, esta vez con algo más de suavidad en el tono, aunque con la misma decisión.

InuYasha soltó el aire en un suspiro. Fue en ese momento que Kagome pudo acceder con más libertad hasta el cúmulo de energía que había dejado Kazuya con su espada. Ambas heridas eran un corte, similar al que haría una espada real en el tejido interno, aunque supuraba la rabia y el dolor que el rōnin tenía en ese momento. Kagome comprendió que aquello buscaba contaminar la energía del receptor y se sintió agradecida al comprobar que la herida no había contaminado a su compañero.

Estaba agotada, así que le tomó un momento encontrar la fuerza suficiente para aplicar su poder purificador y conseguir extraer la fuerza oscura que había quedado dentro de InuYasha. Cuando lo escuchó suspirar y soltar el aire con alivio, supo que lo había conseguido; en ese momento puso ambas manos sobre la hierba fresca y verde que cubría el suelo para descargar lo que no le pertenecía. La madre tierra era fuerte, un gran ser de energía que la ayudaba siempre que lo pedía.

Miró a su compañero a los ojos cuando el trabajo estuvo terminado.

—Tengo que ir con Shippo —dijo. Su amigo debía estar sufriendo el mismo dolor que InuYasha y esperaba que no lo hubiese contaminado. Vio con total claridad el debate en el interior de su compañero. InuYasha quería protegerla siempre, por encima de su propia voluntad. No obstante, había ciertas cosas que no podía hacer por ella y eso lo consumía.

—Kagome sama —escuchó al onmyouji tras ella—, con su guía, creo que puedo hacerlo.

InuYasha observó al brujo y por primera vez, desde que lo había conocido, le pareció aceptable tenerlo cerca.

—Se lo agradezco, Tetsuo sama —Kagome inclinó levemente la cabeza para acentuar el agradecimiento—. Creo que podré guiarlo —aceptó. Ella también conocía el límite de su propia fuerza.

Así lo hicieron.

Regresaron al poblado para encontrar el fuego casi extinto y una buena parte de las casas en ruinas. Kagome se inclinó hacia Shippo, que permanecía sentado en el suelo, con la espalda apoyada hacia un árbol y le acarició el brazo que había sido herido en dos partes. Exploró la energía que había en aquellas huellas y consiguió algo de tranquilidad al notar que eran rasguños comparados con lo que tenía InuYasha; el onmyouji sería capaz de seguir sus indicaciones y limpiar aquello. Tetsuo sama no tardo en entender lo que estaba buscando e hizo lo que ella le indicó a cada momento. Le tomó algo de tiempo erradicar el remanente de energía oscura que el espíritu había dejado en Shippo, no obstante lo hizo por completo.

—Ya estás bien —le anunció Kagome a su amigo, cuando comprobó que el residuo emocional que había dejado el rōnin había desaparecido.

El fuego en la aldea había sido controlado y apagado. A pesar de los destrozos el lugar volvía a estar en calma y los aldeanos se mostraron agradecidos. InuYasha, e incluso Shippo, ayudaron en la organización de los escombros. Kagome se mantuvo usando ungüentos que la curandera de la aldea había conseguido rescatar y creando mezclas con ellos para hacer más efectiva la sanación de algunas heridas. InuYasha la observaba de vez en cuando, mostrando su inquietud ante el poco descanso que su compañera estaba procurando para sí misma.

Los aldeanos quisieron pagar por la ayuda, usando algunos bienes que habían rescatado del fuego, sin embargo ninguno quiso aceptar el ofrecimiento. Sí se concedieron pasar la noche en la aldea y se mostraron agradecidos por el espacio que se habilitó para que descansaran. Se trataba de una habitación para los cuatro, con lechos de paja prensada que los ayudaría a amortiguar la dureza del suelo. Les sirvieron algo de comida e InuYasha casi tuvo que obligar a Kagome a probar parte de ella, al parecer el agotamiento se había llevado incluso en hambre de su compañera. Luego de aquello, intentó mantenerse despierto luego que Kagome se durmiera, para custodiar su sueño y comprobar que ella descansaba como era debido. No obstante, su propio agotamiento lo venció prontamente y se durmió a su lado, despertando sólo con los primeros sonidos del amanecer.

Aprovechó el momento para admirarla de ese modo que nadie conocía. La miró, como se mira al amanecer después de una noche de desvelo, la llegada de alguien amado o la primera sonrisa de una hija. La miró, hasta llenarse de ella y a su vez sentirse inundado de la esperanza férrea que Kagome siempre le transmitía.

Podían conseguirlo. Podían regresar con Moroha.

Lo sucedido con el espíritu del rōnin no sólo le había causado desgaste y agotamiento físico. Durante todo el tiempo que lidió con aquel ser, tuvo que hacerlo también con el recuerdo constante de su propia hija y de todo lo que ahora mismo tenían en contra para volver con ella. Quería, no, necesitaba creer que la realidad podía cambiarse.

El sonido de Shippo al girar sobre su lecho lo sacó de su abstracción; probablemente su amigo despertaría pronto. El onmyouji continuaba dormido poco más allá.

Kagome despertó al poco tiempo y lo hizo escondiendo la cara de la luz, del mismo modo que había hecho tantas veces durante los mejores días que habían tenido en el Sengoku. InuYasha pensó en que ese era un buen augurio.

Partieron de la aldea cuando el sol ya había despuntado y comenzaba a calentar los campos y el bosque. InuYasha le ofreció a Kagome el subir a su espalda y ella aceptó sin remilgos. Empezaron a andar el trayecto que los separaba de la aldea de Shippo, donde pasarían lo que quedaba hasta la llegada de la luna nueva.

—Me alegra que vinieras —le susurró InuYasha, en tanto su compañera permanecía tranquila y descansando sobre su espalda.

—Me alegra haber venido —aceptó ella.

Esas fueron las palabras que compartieron durante gran parte del camino. Kagome seguía cansada e InuYasha, a pesar de su rápida recuperación, se notaba abatido. Probablemente la cercanía de la luna nueva estuviese haciendo lo suyo.

El viaje de regreso fue tranquilo. InuYasha lo aprovechó para alzarse por las copas de los árboles y refrescar su cara con el aire de una primavera cada vez más notoria. Kagome observó el paisaje con algo más de calma y a pesar de saber que estaba en una época en la que todo era diferente al Sengoku, le pareció que estaba ante esa misma belleza.

—Es hermoso —murmuró. Lo que había sido una frase perdida en medio del aire que se sobreponía a cualquier otro sonido, fue escuchada por InuYasha.

—Sí, lo es.

Cuando no les faltaba demasiado para llegar a la aldea, Kagome le pidió bajar para estirar el cuerpo. InuYasha aceptó porque comprendía que no siempre era cómodo para su compañera ser llevada. Así que de ese modo comenzaron a andar. Shippo y el onmyouji iban unos pasos por delante, compartiendo el tipo de conversación que tienen dos seres que se conocen desde hace mucho. InuYasha observó con curiosidad la relación cercana que parecía tener. Sus reticencias iniciales sobre el hechicero se habían mitigado en algo al ver que le prestaba ayuda a Kagome.

—InuYasha —ella llamó su atención y su compañero notó una duda tenue en su tono. Aquello de inmediato lo puso en alerta.

—¿Pasa algo? —quiso saber, haciendo un repaso visual de su apariencia. Al parecer no tenía nada físico.

Kagome mantuvo un instante de silencio, necesitaba cavilar su respuesta. Sobre todo porque no había podido pensar demasiado en ello después de todo lo sucedido en la aldea del bosque de Sasaki. Se sentía confusa e incluso se preguntaba si debía compartir con InuYasha lo poco que Taki le había comentado sobre Moroha. Únicamente pensar su nombre le resultaba doloroso. Miró a su compañero de reojo, comprobando que él también mantenía su atención en ella.

—Habla —la instó, con aquel tono impaciente que le reconocía de cuando algo lo inquietaba. Kagome pensó en que no era justo mantenerlo en vilo.

—Taki sama me dijo algo sobre Moroha —ella comenzó con cierta cautela, tanto por lo difícil que le resultaba hablar sobre su hija, como por el modo en que InuYasha podía tomarlo.

Lo miró de reojo nuevamente, para hacerse una idea de su reacción, aunque resultó innecesario. El modo en que la energía de InuYasha cambió fue tan drástico que Kagome se tensó y se detuvo. Su aura se había enturbiado y oscurecido.

—¿InuYasha? —tanteó. Su compañero había avanzado un poco más y se mantenía un paso por delante de ella, con ambas manos ocultas en las mangas de su kosode rojo. Kagome pensó de inmediato en que él se había puesto a la defensiva.

¿Por qué?

—¿Qué te dijo? —la voz de InuYasha le pareció demasiado dura como para estar sorprendido. En ese momento la miró con el ceño apretado, parecía querer comprimir aquello que estaba pensando— ¿Qué te dijo? —repitió la pregunta, casi en el mismo tono.

Entonces ella entendió.

—Lo sabías —murmuró. Lo hizo con tan poca fuerza que sólo InuYasha era capaz de oírla. Pudo ver que él oprimía los labios en un gesto que mostraba su disgusto ante la idea de ser descubierto.

Kagome no fue consciente de las lágrimas que comenzaron a agolparse en el borde de sus ojos, hasta que éstas fueron tantas que ya no podía ver con claridad, entonces bajó la mirada y un cúmulo de ellas cayó al suelo.

—Kagome —lo escuchó decir con un deje de compasión. Ella lo sintió igual que si se tratara de la hoja afilada de un tantō que se le estaba clavando lentamente en el pecho.

Dio un paso atrás cuando InuYasha quiso acercarse. Aun así él insistió, avanzando nuevamente hacia ella. Kagome retrocedió una vez más y alzó la mirada para enfrentar los ojos dorados de él que estaban cargados de todas las razones por las que no se lo había contado e incluso así ella no se sentía capaz de entenderlo. Su propia energía se estaba enturbiando y ahora mismo no encontraba benevolencia en las emociones que experimentaba.

—Necesito espacio —dictaminó e intentó rodear a InuYasha para ir más allá de él. No obstante, éste no se lo permitió, obstruyéndole el paso—. Te lo advierto —dijo, fijando la mirada a un punto en el horizonte.

InuYasha pudo ver una lágrima cayendo despacio por la mejilla de su compañera y quiso consolarla. Sin embargo, también pudo ver la intensa energía que comenzaba a formar en la palma de su mano. Un dolor pasado le quemó en el pecho y recordó la forma en que lo había abrasado con las palmas de las manos cuando buscó calmar su angustia al verse separada de Moroha. La remembranza fue un hosco recordatorio de lo mucho que habían perdido ese día.

InuYasha se movió, dejando paso libre y Kagome caminó decidida, limpiándose las lágrimas de los ojos con furibunda violencia.

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Continuará.

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N/A

Un gran suspiro sale de mí cada vez que termino un capítulo de esta historia. Me encanta escribir ĒTERU, a pesar del agotamiento que me produce, tanto por lo que cuento, como por los datos que mantengo en mi cabeza sin contar y que van formando, paso a paso, la historia.

Les agradezco enormemente que sigan leyendo, que a pesar de la distancia con que actualizo, ustedes sigan ahí. No necesito grandes análisis en los comentarios, aunque si quieren hacerlos son bienvenidos. Me gusta saber quiénes leen y poner nombre a las personas que esperan a que esta historia siga contándose.

Hoy quiero mencionar a unas cuántas personas que me siguen leyendo.

Muchas gracias a:

Tatiana Ocampo, por dejar su marca de "leído".

Marlenis Samudio, por no perderse capítulo de lo que escribo.

Susanisa, agradezco que te hagas preguntas y que me traslades la forma en que los elementos de cada capítulo se van moviendo en tu cabeza.

Archange Maudit ¿Qué sería de mí sin tu maravilloso cariño?

También agradezco a algunas personas se han quedado en el capítulo 53 y me temo que quizás no han sabido de la actualización del 54, espero que vean el 55.

Brenda Treviño

Oremyatai

Faty M Love

Lin Lo Lu Li

Carmen 96

Sonylep

Y a todas las personas que se pasan y disfrutan.

Besos

Anyara