Notas Iniciales: Colección de Oneshots dedicados a mis pairings favoritas de los Caballeros de Oro. Si me animo incluiré ships cuya química me resulte atractiva, de otro modo las relaciones serán nada más que amistosas entre dichos caballeros.


Sangre Dorada.

I

Aldebarán y Mu.

Hacía frío, de algún modo se sentía más helado que en Jamir donde la gran altura, dominio de montañas nevadas y carencia de civilización daba paso a que la naturaleza gobernara el entorno en una de sus más glaciares formas durante el invierno, considerando que incluso en primavera o verano los frescos vientos impedían que el calor del sol fuera un factor a considerar en el accidentado viaje a su guarida. Mu se preguntó si la temperatura que percibía en su piel tenía relación con la Cloth que había decidido vestir siquiera amanecer, pero entonces recordó que a pesar de estar hecha con ciertas porciones de metal poseía características que discordaban de las armaduras comunes usadas entre los antiguos ejércitos, después de todo él era el artesano-restaurador que lidió con ellas desde que fue traído por Shion al Santuario para servir a la Orden. Toda armadura creada para proteger a los santos de Atenea no sólo se ajustaba al cuerpo de su portador, sino que compartía su calor y yacía atenta al fervor de la batalla, protegiéndolo hasta en los puntos menos favorables en una armadura común; su Cloth estaba viva, así que enseguida la descartó.

No era la armadura, el frío provenía de su mente o más bien de su inquieto espíritu, su cosmos que presagiaba la cercanía de algo maligno amenazando la entrada que él resguardaba. Mu quería pensar que simplemente estaba agotado mentalmente, a pesar de que siempre procuraba encontrarse en óptimas condiciones para enfrentar cualquier improvisto.

Paseó por su templo en un intento por distraer su cabeza. La casa de Aries lucía tan oscura por fuera de sus cálidos aposentos. Las estructuras de roca solida le brindaban una apariencia tan fría que lo hizo estremecer. Las hileras de columnas con grabados griegos pudieron absorber su atención pero sólo hasta que la luz del día se asomó en el siguiente pasillo que cruzó, justo el que advertía la entrada a su templo. En silencio siguió avanzando hasta visualizar las escaleras que continuaban descendiendo hacia las demás arenas del Santuario, perdiendo la vista hasta lo que lograba apreciarse del pueblo de Rodorio, pues los Doce Templos Principales del Zodiaco se encontraban en una zona particularmente alta, contrario a los sitios destinados a los aprendices y aspirantes a guerreros que conformaban los rangos más bajos en la jerarquía del Santuario. Sabía que no hace mucho se habían unido algunos Santos de Bronce a las chozas cerca del Cementerio, así que no pudo evitar mirar en esa dirección, encontrándose con la gran Torre del Reloj de Fuego. No estaba encendido, por ello no tenía razón para temer por un combate forzado, además nadie les había informado sobre un peligro inminente pero todavía sentía la preocupación cernirse sobre él.

Subió nuevamente las escaleras, planeando regresar a su habitación para despojarse de la armadura pero sus ojos terminaron enfocando en línea recta, justo al otro extremo de su templo. Siguiendo sus impulsos llegó hasta la parte trasera para levantar la vista y apreciar el majestuoso templo de Tauro que desde su posición lucía el doble de inmenso comparado al suyo a pesar de la distancia. Quizás repercutía el que para los doce Santos de Oro, el regente de la segunda casa poseía una estatura sólo equiparable a la nobleza de su corazón. Recordarlo provocó que una sonrisa se dibujara en sus labios, entonces se le ocurrió que no sería mala idea hacerle una visita fortuita ya que no parecía fueran a tener mucho qué hacer las próximas horas, a menos que se equivocara y su amigo de verdad estuviese ocupado, aunque lo dudaba. Avanzó pero casi al instante se detuvo recordando su apariencia.

¿Sería apropiado presentarse ante él así? Sin saber el motivo de su repentina interrogante, Mu empujó el pensamiento a un lado. Seguro que Aldebarán también portaba su Cloth como la mayoría de los días pero, ¿y si no? Confundido, el jamirense se abstuvo de seguir su recién establecido camino para reflexionar sobre sus vestiduras. Este era un aspecto que comenzaba a consternarlo desde hace tiempo cuando se le ocurría acompañar al Santo de Tauro, todo por culpa de ese comentario absurdo que su joven pupilo Kiki había hecho una noche, donde los tres se habían reunido para admirar las estrellas en la parte superior de su propia casa. Y a pesar de que ya transcurrió más de un mes, Mu no podía evitar cuestionarse sobre las cosas más insignificantes en momentos tan aleatorios, cada vez más continuos, por lo tanto molestos cuando no podía hacer algo tan simple como saludarle en un encuentro al azar. No entendía con exactitud qué le estaba pasando. Mu podía presumir de ser el santo más plácido entre los doce pero el caos bajo su faceta era enorme cuando se trataba de encontrarse con quien fuese su más íntimo amigo, al menos hasta que superaba la primera fase que consistía en darle los buenos días/tardes/noches.

Respiró y finalmente se decidió en ir a verlo tal cual estaba, al final no afectaría mucho si resultaba que Aldebarán vestía ropas más casuales.

Su plan de visita era simple: anunciar con ayuda de su cosmos su llegada a la entrada del templo, aguardar por ser admitido o entrar con tranquilidad si no era recibido al poco rato, saludarlo y mantener una conversación antes de decidir si no era un inconveniente compartir más tiempo juntos. Mu ya acostumbraba encontrarlo directo en su habitación debido a que el propio Aldebarán le había concedido esa libertad, y aunque al principio se había mostrado un tanto renuente, la insistencia del brasileño logró convencerlo, así que la naturalidad en su relación solía dejarlo en mucho que pensar. Eran amigos, hermanos de combate, pero no creyó escuchar a ninguno de su demás compañeros compartir tanta intimidad entre sí; Milo en una ocasión bromeó llamándolos «el matrimonio del Santuario» y no podía estar tan equivocado cuando incluso Kiki se atrevió insinuar eso enfrente de Aldebarán. Casi al instante lo había reprendido pero guardó silencio en cuanto el santo de Tauro aseguró no le molestaba. Mu había sentido algo calentarse en su pecho, reconoció una extraña sensación que le hizo tensarse pero no en un mal sentido, así que estaba comprendiendo poco a poco que algo estaba ocurriendo entre ellos, aún si no estaba seguro de lo que era. Es decir, jamás sintió la necesidad de relacionarse sentimentalmente con alguien, no más de lo que ya lo hacía con otros santos de la orden en cuestión a amistad.

Sentir atracción física por otra persona era terreno desconocido, poco atractivo para él que estaba tan encapsulado en su deber. Incluso en Jamir, su único contacto humano solía ser Kiki antes de que Shiryuu lo buscara aquella primera vez y comenzara la verdadera rebelión en contra del usurpador del Santuario. Por supuesto, era consciente que no todos los Gold Saint tomaban votos de celibato. Saga de Géminis nunca lo hizo, tampoco Afrodite de Piscis (quien en su tiempo fue hasta catalogado como promiscuo entre las doncellas que gustaban de él). Deathmask no era muy popular pero tampoco él sintió interés en la castidad. Aioria parecía interesado en Marin, así que no había manera evitara una oportunidad de intimar. Tenía entendido que Camus fue más entregado al deber de transmitir el mayor conocimiento posible a las nuevas generaciones, en especial a sus discípulos, pero incluso él evadió conservar pureza física. Pensarlo hizo a Mu darse cuenta que los únicos que siempre se mostraron interesados profesionalmente en ello fueron Shaka, Shura y él mismo, ningún otro santo de oro trató el tema con algo más allá que la banal curiosidad; eso lo llevó a preguntarse si su buen amigo apoyaba la noción también.

—Bienvenido, Mu. Pasa, sin miedo. —La voz de Aldebarán lo sacó de sus cavilaciones. Se había quedado parado en la entrada por, ¿cuánto tiempo? El pensamiento lo avergonzó. Alzó la vista, encontrándose con la brillante sonrisa de su compañero, la cual lucía bastante divertida, no resistió el impulso de corresponder su gesto pues –en efecto– también portaba su Cloth—. ¿Qué pasa? ¿Buscabas algo? Porque podría ayudarte —se ofreció sin tardar.

—Te buscaba a ti —dijo antes de que pudiera considerar las implicaciones pero Aldebarán no pareció tomarle demasiada importancia.

—Ya me encontraste. Aunque parecía que estabas mirando el césped, ¿sabes?

—Oh… no, no perdí ningún objeto, no te preocupes sólo… estaba pensando.

— ¿En qué? Si no te importa compartirlo.

La simple idea de mencionarle al brasileño sobre un tema tan personal lo apenó, en realidad no debería ni importarle debido a la gran confianza que compartían y aun así estaba perdiendo tiempo valioso tratando de encontrar respuestas dentro de su propia cabeza. Podría preguntarle a su amigo directamente pero un extraño pudor le hacía retroceder de esta alternativa, pues además se dio cuenta de que le daba miedo conocer cualquier respuesta, fuese positiva o negativa. Le gustaría culpar tantos motivos posibles pero esta no se trataba de una opción sensata. Tal vez sólo le bastara con no tocar el tema. Después de una charla amena más trivial podría atreverse, por el momento no era tan necesario.

—Me he levantado con una extraña inquietud a pesar de que el Santuario desborda calma. Pensaba en que podría estar exagerando.

—No está de más estar preparado, Mu —le alentó exitosamente—. Parezca exagerado o no.

— ¿Compartes mi punto de vista?

—No estaría vistiendo mi armadura de lo contrario. Posiblemente dentro de poco nos corresponda entrar de nuevo en acción como santos de Atenea.

—No hemos estado muy activos desde que los Santos de Bronce se hicieron cargo del Santuario. Es probable que lo hayan devuelto a su debida armonía pero… simplemente algo se siente mal.

Aldebarán no pudo evitar reír un poco con las palabras de Mu, intrigándolo por la diversión que expulsaba. Sintió que se perdía de algo importante mientras lo veía frotarse el rostro en ese gesto tan torpe, delicado y tan característico de él. Una simple mueca pudo haber distraído al santo de Aries pero esta vez casi se reconoció frustrado por no comprender el porqué de su reacción. Sin embargo, le arrancó el aliento cuando sus ojos encontraron los suyos mientras todavía sonreía.

—Suena como si toda la diversión que deseabas te hubiese sido arrebatada por esos niños.

—…Puede ser —se rió Mu siguiéndole el juego al Santo de Tauro, librándose de la tensión inicial.

—No se puede evitar. —Aldebarán tomó asiento en las escaleras superiores del Segundo Templo—. La Atenea que reencarnó aquí y que posteriormente Aioros protegió de una muerte segura, se crió lejos del lugar que se supone se convertiría en su hogar. Era normal que prefiriera habitar Japón más tiempo del que lo hace en esta zona recóndita y oculta de Grecia. Nosotros reconocemos al Santuario como nuestro hogar porque desde muy pequeños lo ha sido todo. Aunque tuviéramos la oportunidad de visitar nuestras tierras nativas, te aseguro no nos provocaría la misma comodidad que aquí.

—Bueno, es cierto —Mu asintió a las palabras de su amigo—. Veía a Jamir como mi escondite temporal más que como mi hogar, ciertamente extraño mi templo cuando estoy lejos mucho tiempo, tanto como extraño conversar contigo y con los demás.

—Puede que algunos se hayan marchado, elegido caminos diferentes, pero siempre han sido nuestra familia. Una disfuncional… quizás en exceso o como sea, lo es, ¿no?

—Aldebarán… —Mu se reconoció conmovido por la reflexión de su amigo.

Era cierto que no todos los santos de oro se llevaban bien, siempre existieron desacuerdos y diferentes perspectivas que les hacían mantener una separación apenas unida por el deber de servir a su diosa pero de algún modo funcionaban de maravilla cuando les correspondía pelear hombro con hombro, tal no había manera de negarlo, la muestra estaba en que los cuerpos de aquellos que podrían ser considerados traidores habían sido sepultados con honor, después de todo cada cual poseía una lucha de la que hacerse cargo sin importar cuan cuestionable o baja pudiera considerarse. Incluso la muerte de su maestro fue una prueba más del destino al cual se enlazaban sus almas y sus cosmos. Su rencor por la cara maligna de Saga podría no haberse disipado del todo pero la verdad es que se había hecho justicia, por lo tanto ya no lo odiaba. Y estaba convencido lo superaría a como diera lugar.

—Hablando de familia, no he visto a Kiki últimamente —comentó Aldebarán jovial, carente de dobles intenciones, y aun así tal comentario hizo que algo cálido se revolviera en el vientre del santo de Aries, acalorando sus mejillas.

—Es un niño muy inquieto, no pude convencerlo de quedarse tranquilo en el templo, prefirió irse de aventura junto a Marin de Eagle y Shaina de Ophiuchus.

— ¿Y le dejaste ir sin más? —inquirió el brasileño genuinamente sorprendido, pues conocía lo estricto que podría llegar a ser su amigo con el niño cuando se lo proponía.

—Ellas me aseguraron que les vendría bien su telequinesis, así que aceptaron su compañía con entusiasmo. Pude haberlo evitado con más dureza pero el pobre ha estado muy aburrido desde que pospuse su entrenamiento para que descansara, al parecer él no lo veía como algo positivo.

—Con suerte no irá a un lugar muy peligroso, estoy seguro que aquellas dos lo cuidarán muy bien.

—De eso no tengo duda.

—Por cierto, Mu, siempre he tenido esta duda, ¿te importaría responderla?

—Depende —bromeó el jamirense obteniendo una sonrisa casi traviesa por parte de su amigo.

—Algunos en el Santuario murmuran que es tu hijo biológico, así que me intriga un poco.

— ¿En serio? No sabía sobre esos rumores, pero no es así. Entiendo que mi raza sea poco común pero, por lo que me contó Kiki, todavía hay otros como nosotros, sólo que se asentaron en una aldea que han mantenido oculta con ayuda de sus poderes. Nunca he estado ahí pero… —El santo de Aries guardó silencio, aludiendo a un sentimiento que había estado resguardando en lo profundo de su pecho con cierto recelo, y de eso Aldebarán logró darse cuenta.

— ¿Y no te gustaría ir?

Mu agitó la cabeza de manera negativa en respuesta, quedándose suspendido unos momentos en el mismo sitio antes de tomar asiento en las escaleras superiores junto al santo de Tauro, quien no lo perdió de vista mientras una breve brisa abrazaba sus siluetas, ayudando al jamirense ordenar sus pensamientos del mismo modo en que el viento arrastraba el aroma de la naturaleza.

—Es como dijiste, Aldebarán. Debo darte toda la razón.

— ¿Hum?

—Este es mi hogar —dijo, dedicándole una sonrisa decidida—. Si fuera allá no podría sentirme parte. Kiki también, perdió a su familia, y me ha confesado que se siente más pleno aquí en el Santuario. Además, cuando alguien decide escapar no hay retorno, del mismo modo sucede a la inversa. Así que por mucho que pueda ganarme la curiosidad, jamás podría renunciar a esta vida.

—Entiendo.

Aldebarán había borrado su sonrisa, por lo que desvió la mirada al suelo y posteriormente al resto del paisaje que les precedía, reflexionando por su cuenta el sin fin de escenarios que pudieron suscitarse de haberse marchado aquel que consideraba una persona importante en su vida al siquiera enterarse sobre la existencia de otros con sus rasgos. Era natural que huérfanos como ellos sintieran un profundo interés por sus raíces y jamás lo habría culpado por tomar una decisión irreversible pero al mismo tiempo no podía imaginarse sin su grata compañía en los días iluminados u oscuros, el simple pensamiento lo enloquecía. En esos instantes se estaba percatando de lo aterrado que estaría si Mu hubiese preferido algo más que su posición como santo. Pero antes de que pudiera profundizar en ese dolor que lo atacaba o en el origen de éste, percibió el ligero empuje contra su antebrazo, notando entonces que Mu buscó la manera de llamar su atención recargando su peso un momento. Había una extraña mezcla de emociones ilegibles en su mirada amable cuando sus ojos se encontraron, que contrastaban con su suave y comprensiva sonrisa, fue un detalle que hizo a Aldebarán ponerse en alerta máxima, casi embelesado por su descubrimiento.

—Oye, ¿por qué tan serio de repente? ¿Acaso te decepcionó mi respuesta?

—Todo lo contrario —admitió el santo de Tauro devolviendo la sonrisa a su rostro, no advirtiendo a su acompañante sobre el efusivo movimiento de brazo que no tardó en posar alrededor del cuello contrario en un gesto amistoso—. Me alegra que no huyeras de tu deber y que no me abandonaras aquí.

— ¿Huir? —Mu no pudo evitar tocar con sus dedos la extremidad del santo de Tauro que lo abrazaba mientras ahogaba la vergüenza y enfocaba su atención en lo que éste mismo le había dicho con tanta sinceridad—. Jamás faltaría a mi palabra como Saint, no deberías subestimarme.

—No lo hago, simplemente estoy agradecido de que te quedaras.

—Yo también —Mu susurró más para sí mismo que para Aldebarán, dándose cuenta de lo importante que era esta realidad para él como no pudo notarlo el día que perdió voluntariamente la oportunidad de conocer a otros como él. Su corazón de guerrero estaba con Atenea pero también con alguien a quien no sabría cómo perder el día en que ambos debieran extinguir sus vidas por el bien de su diosa. Al fin advertía ese pequeño sentimiento que había estado creciendo y pasando desapercibido inclusive de sí. Aldebarán dejó de abrazarlo, un contacto que pronto extrañó.

—Pero dime algo, Mu, ¿de verdad nunca has deseado algo más? No estoy cuestionando una lealtad que comparto contigo pero a veces me da curiosidad saber si posees algún otro anhelo.

— ¿Te estás burlando de mí?

—Vamos, eres lo suficiente reservado para no poder adivinarlo. La noche anterior Aioria y yo estuvimos tratando de encontrar algo semejante de ti.

—De ser el caso, ¿no aplicaría en todos?

—Yo no tengo secretos, no me hacen falta.

—No te creo —concluyó Mu entusiasmado con la nueva conversación.

—Aunque no me creas, puedes preguntar y te responderé sin mentiras de por medio porque no me importa que todos en el Santuario se enteren.

—No podría hacer eso, odiaría violar tu privacidad.

—No sería una violación si te dejo saberlo.

—Diciéndolo así has despertado mi curiosidad pero ahora siento culpa de preguntar. Tienes el don de hacer que alguien se retracte de indagar demasiado por lo abierto que eres.

— ¿Te parece? —inquirió Aldebarán con un gesto tan inocente que Mu no reprimió reír enternecido.

—A veces pareces un niño grande.

— ¿Quién se está burlando de quien ahora? —El santo de Tauro fingió haberse ofendido para diversión de su acompañante.

—Me dejé llevar, lo siento.

—Está bien, me gusta verte sonreír así. Te veías decaído cuando llegaste, por eso me alegra haber conseguido quitarte la tensión que traías encima.

Su comentario sorprendió a Mu, pues apenas podía asimilar lo atento que era Aldebarán con él. Seguramente ni siquiera era su objetivo principal pero cada vez lograba calmar sus inquietudes de manera efectiva. Otros quizás podrían distraerlo pero no disolver la sensación de vértigo provocado por sus corazonadas. El santo de Tauro siempre era su cura, por eso acudía a él.

— ¿Sabes, Aldebarán? La verdad es que si tengo un secreto, uno que estaba tan oculto que lo escondí hasta de mí mismo todo este tiempo. Lo había notado en el pasado pero hoy he podido darle un nombre. ¿Te gustaría escucharlo?

—Me gustaría mucho pero si consideras que no debes compartirlo, no te presionaré. Después de todo respeto tus decisiones, siempre lo haré.

—Pero quiero que lo sepas —replicó el santo de Aries con convicción.

—Entonces lo mantendré a salvo conmigo.

—Sin embargo, debes prometerme que no te apartarás cuando lo escuches.

— ¿Es tan grave? —inquirió Aldebarán un tanto confundido. Mu lo consideró con detenimiento.

—Poseerá la gravedad que desees darle.

— ¿Oh? En ese caso tendré que prepararme —bromeó pero en cuanto Mu de Aries se levantó para colocarse justo enfrente suyo y lo miró con increíble nerviosismo, el santo de Tauro decidió ponerse serio, pues no pretendía incomodar a su acompañante, un a intención que le resultó difícil cuando llevaba tiempo admirando con demasiado detalle a tan majestuoso guardián.

—Aldebarán… yo… todos dicen que parecemos un matrimonio. ¿No te molesta eso?

—No. —Fue sincero, casi tajante, así que Mu volvió a sentirse inquieto.

— ¿Por qué? —quiso saber y Aldebarán se alzó de hombros.

—Porque se equivocan. Los matrimonios suelen pelear mucho, lo he visto en Rodorio. Si debiéramos ser descritos de algún modo similar, diría que somos más como amantes. —La simple mención logró hacer a Mu sonrojar, mirando atónito a su compañero que no parecía afectado por sus propias palabras y sus implicaciones—. ¿A ti te molesta que nos cataloguen de esa manera, Mu?

—En realidad… —Mu dudó un instante en confesarse pero recobró la voluntad—, lo cierto es que no. Ese es mi secreto. Me… me agrada que crean que tenemos un vínculo parecido y… no me había percatado de cuánto hasta ahora.

—Si… —Aldebarán se frotó la nuca mostrando al fin ese sonrojo ansioso provocado por la repentina timidez, el cual a Mu le pareció sumamente lindo—. Escucharlo por primera vez para cualquiera sería extraño.

—Y además… cuando Kiki te preguntó si eras mi esposo, dijiste que no te importaba que lo asumiera.

—Porque jamás podría molestarme que crean que tengo algo de esa magnitud contigo.

Mu apartó la vista ante aquello de manera inmediata pero el color en sus mejillas podía ser apreciada con mucha claridad debido a su pálida tez, un hecho que Aldebarán contempló con cierto orgullo, pues pocos tendrían la dicha de ver al guardián del Primer Templo tan ruborizado. En él era natural la elegancia, la imponencia y también la belleza, el poder que sólo un guerrero con sus cargos podría regir, pero nunca la timidez y la necesidad implícita de ocultarse como un carnero indefenso que ha sido descubierto protagonizando un suceso escandaloso. En medio de su sacra pureza bien podría convertirse en la personificación del pecado. Ser consciente de tal al santo de Tauro le hizo ambicionar presenciar más.

— ¿Deberíamos deshacernos de ese rumor, Mu?

—Al contrario… —En su ensimismamiento, el guardián de la Primer Casa se animó hablar de nuevo—, pensaba en hacerte una propuesta, Aldebarán de Tauro.

— ¿Y qué sería eso? —cuestionó con modestia.

—Pues…

Mu se dispuso romper la distancia que habían estado manteniendo casi de forma esquiva, encontrando la posición en que su compañero yacía conveniente para lo que estaba dispuesto hacer. Se inclinó hacia el guardián del Segundo Templo, alcanzando con una de sus manos la mejilla cuya piel le transmitió el calor que rápidamente se reflejó en latidos acelerados dentro de su pecho de una forma que no imaginaría posible. Inexperto se aventuró juntar sus labios como si besara los pétalos de una flor, encontrando la acción tan estimulante que había perdido la capacidad de respirar hasta que una vez más se separaron, únicamente para volver a encontrarse con los hermosos ojos del brasileño. Mu notó el rubor tiñendo la morena tez, fantaseando con probar cuánto más rojo era capaz de pintarse con la cercanía definitiva de sus cuerpos. Y el atrevido pensamiento ya no le produjo el pudor de antes.

—Entonces, ¿quieres hacerlo oficial? —preguntó Aldebarán en un intento por desechar los nervios que le habían abordado al sentirse acorralado por un hombre tan tenaz.

—Si te sientes cómodo con eso.

—No es como si nadie no lo hubiese esperado ya.

Mu correspondió a su alegría, pues él también se reconocía eufórico por lo que estaba sucediendo en tiempo real. No entendía cómo lo estuvo ignorando. Tal vez era mayor la tensión que se respiraba en el Santuario frente a una posible amenaza pero no era excusa para no percatarse de una emoción tan intensa. El jamirense sintió que le debía a Aldebarán todos los avances que no habían podido realizar por su terrible falta de comprensión.

—Atenea llegará al Santuario dentro de unos meses —rememoró Mu en voz alta—. Mientras esperamos su retorno, ¿te gustaría hacer algo en especial como ir de paseo?

— ¿Me estás invitando a escapar de nuestra guardia? Eso no es propio de ti, Mu.

—Si prefieres que nos quedemos aquí o vayamos a mi templo, tampoco es una mala idea.

—No estoy diciendo que me desagrade ir a caminar, aunque creo que me gustaría no llamar tanto la atención al menos por hoy. ¿Me permites un momento? Iré por la caja de mi armadura.

Mu observó al santo de Tauro ponerse de pie para enseguida adentrarse a su templo y cuando su silueta se perdió de vista, se tomó la libertad de suspirar, vertiendo los últimos rastros de nerviosismo al agradable ambiente que prometía un clima ameno. Sonrió todavía incapaz de creerse lo que había hecho. Tan espontaneo, dulce, pero el beso que compartieron cavó profundo en su ser. Había sido torpe pero se prometió mejorar en el futuro, de cualquier modo tendría a Aldebarán para que aprendieran juntos de esta nueva etapa en su relación. Y por primera vez ya no le preocupaban los rumores.

Fin


Notas Finales: ¡Estos dos son mi OTP! Desde que los descubrí no puedo verlos con nadie más, creo que es la única ship de todas las que me gustan que considero sagrada. Tienen todo lo que no busco, ¡y eso ha hecho que los ame! Ellos juntos es arte, ¡aprécienlo! Más adelante haré que Aldebarán se enfrente a Saga, Shura y Camus porque me quedé con ganas de ver un enfrentamiento entre ellos.