Disclaimer: Los personajes de Shingeki no Kyojin les pertenecen a sus respectivos autores, editoriales y productoras. Es una historia destinada sólo al entretenimiento y sin fines de lucro.
Portada de 仁希くらら Lazulite (pixiv). ID: 4673591.
Historia basada en la novela "Norte y Sur" de Elizabeth Gaskell.
Capítulo 1
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El distrito de Shiganshina, al sur de la Muralla María, era uno de los puntos que, sin bien se destacaba por la agronomía y su impronta rural, era considerado de los más tranquilos e ideales en cuestión de clima, especial para las plantaciones. No existía el invierno crudo y nevado en Shiganshina, pues apenas parecía una prolongación del dorado y fresco otoño que admiraba a propios y ajenos, con sus distintas tonalidades de rojos, naranjas y amarillos, en una combinación tan acertada con los amaneceres y atardeceres que fácilmente se podían atisbar en la lejanía. Cosa que era imposible ver más al interior de las Murallas.
La primavera y el verano en dicho distrito merecían mención aparte. Frondosos árboles repletos de flores y frutos de todo tipo, además de las cosechas que hacían que fuera una época de parabienes, adornaban el cálido retrato de un distrito próspero y tranquilo. Los mirlos, los ruiseñores y los zorzales ofrecían sus primorosos cánticos haciendo juego con los colores propios de esas épocas del año. Los ríos y arroyos resaltaban más con sus aguas cristalinas, listas para dar sosiego a algún peregrino sediento, y las nubes blancas siempre daban la seguridad de que el cielo siempre se mantendría libre de inclemencias y que siempre brindaría el calor y las lluvias necesarias. Todo aquello formaba parte de la magia del Sur de las Murallas.
Y en Shiganshina vivía Petra Ral.
La joven Petra Ral era hija de un respetado profesor del distrito, Maarten Ral, y su esposa, la delicada y refinada Petronella Ral. La jovencita era la gran fuente de orgullo y objeto de mimos de parte de sus padres, sobre todo por su belleza y su gran sentido del honor. Su cabello dorado y sus ojos ambarinos despertaban admiración entre sus pares, y su piel de porcelana le daba cierto aire de escultura, según sus vecinos. Era pequeña, delgada y fina en sus modos, y su andar dulce y educado no pasaba desapercibidos. Por esta razón, los pretendientes le llovían, mismos que volvían a sus casas con los corazones rotos. Pero Petra no rechazaba por el mero placer de ver hombres llorando por su causa, su genuino deseo era simplemente casarse llevada por el amor, no quería tener el destino de conformidad que veía a su alrededor con amigas y conocidas. Sus padres parecían entenderla y no le reprochaban nada.
Una noche, la familia Ral cenaba cuando Maarten decidió que era hora de hacer un anuncio importante.
—Debo decirles que pronto nos mudaremos a un nuevo hogar —dijo—. Me han ofrecido un puesto importante como profesor en una universidad prestigiosa en la Muralla Sina, y el sueldo y las condiciones de vida, como bien saben, no son nada despreciables allí.
Ambas mujeres dejaron de comer, prestándole especial atención.
—¡Me parece una maravillosa noticia! —exclamó su esposa con jovialidad—. Lo único malo de esos lugares es que el aire está más viciado por el encierro y la Ciudad Subterránea, pero por lo demás, me parece un excelente lugar para pasar nuestros últimos años y terminar de educar a Petra como se debe. Además, desde que Eren se fue… —No pudo continuar, bajando la mirada con pesadumbre.
Quien no parecía muy contenta era Petra.
Y el ambiente pesado se intensificó ante la mención de Eren.
Su madre tenía razón. Había escuchado decir que en los distritos principales de esa muralla sólo se veía el sol al mediodía, que la nieve calaba hasta los huesos en invierno, y que los parques, aunque muy bonitos y bien diseñados, no tenían ese esplendor natural como sí la tenía una simple parcela en la Muralla María. Eso sí, el nivel de vida era extremadamente alto y de buena calidad, y quien viviera allí se podía considerar afortunado.
Sentía que no tenía nada que hacer en un lugar como aquel, pero no pondría mala cara para contrariar el progreso de su padre, quien, con ese nuevo trabajo y ascenso en la vida profesional, les estaría asegurando un provenir más seguro y un nombre dentro de la sociedad de Sina. Puntualmente, el distrito Orvud. Hasta podrían visitar Mitras cuando quisieran.
Por esa razón y pese a sus escrúpulos, la joven pelirroja se unió al festejo con sus progenitores, sólo esperando que la vida realmente les tuviera deparadas más alegrías que tristezas, viéndose ella arrancada de su querido Sur.
Durante el largo viaje que la familia Ral, junto con un par de sirvientes que conservaron, estaba haciendo del sur de la Muralla María al norte de la Muralla Sina, Petra supo que su padre tenía un importante patrocinador dentro de la muralla de los más pudientes. Ese hombre en particular era de una de las familias más importantes de todo Paradis, con poder hasta para codearse con la realeza. Se enteró de que esa persona era dueña de las fábricas de algodón y tejidos más emblemáticas de toda Sina, teniendo compradores inagotables en toda la región. Pero se rumoreaba que su carácter tiránico esclavizaba a sus trabajadores hasta la muerte, la gran mayoría provenientes de la Ciudad Subterránea. Eran rumores, por lo que no se sabía si era historia cierta o algún invento para perjudicar a esa familia de parte de sus rivales, pero Petra, quien había estado absorta durante la primera parte de la conversación en el carruaje en el que viajaban, se indignó de que semejante sujeto les ayudara. Quién sabe qué intenciones tenía con ellos. Y con ese pensamiento, cayó en un sueño profundo, sin escuchar el apellido de la familia de la que su padre hablaba con su madre.
Cuando al fin llegaron a Orvud, después de varios días, el semblante triste de Petra se ensombreció aún más; si bien la ciudad era bella y limpia, además de parecida en su planificación a Shiganshina, no dejaba de notar una diferencia abismal. Donde una era dorada y brillante, la otra era gris y enjuta; donde el distrito del sur estaba llena de la algarabía de gente alegre y vivaz, el distrito del norte tenía a las pocas personas en la calle con un gesto de soberbia y altivez. Frunció el ceño con sólo pensar que tendría que verse obligada a tratar con ellos. Si bien era todos ricos o estaban cerca de serlo, en la mente de la joven pelirroja no pasaban de unos salvajes y amargados. Odiaba tener que ver con gente así a partir de ahora.
Además, hacía frío…
El carruaje se detuvo frente a una pequeña pero lujosa casita burguesa frente al parque principal de Orvud, con un hombre esperándolos a la puerta. Era Erd Gin, quien se presentó como el intermediario entre Maarten y su patrocinador.
—El patrón me encargó en persona la búsqueda de este domicilio para usted, Señor Ral —le comunicó Erd con orgullo—. Verá usted, tiene una de las mejores vistas al centro del distrito, y la renta no es mucha, teniendo en cuenta las pocas economías de la gente del sur… —Se tapó la boca con la mano rápidamente, enojado consigo mismo por ser tan boca floja… pero así era cómo su jefe se había referido a la nueva familia moradora. Maarten y Petronella se intercambiaron miradas tristes—. Le ruego me disculpe, no era mi intención sacar conclusiones sobre sus ganancias. Mi patrón se reunirá con usted uno de estos días, pues ahora mismo tiene mucho trabajo. Pero les desea una feliz estadía y que cualquier incomodidad se la hagan saber.
Con una leve reverencia, salió rápidamente del lugar para dar el reporte a su patrón, sin percatarse de que una ofendida Petra se había escabullido de la mirada de sus padres y sirvientes que desempacaban para ir tras él.
—¡Oiga! —exclamó con tono autoritario—. ¿Quién es el hombre que tanto ayuda a mi padre? —exigió saber—. ¿Qué quiere de él?
Erd Gin la contempló sorprendido. Jamás había visto a una mujer confrontando a alguien, mucho menos a él. Se notaba en la mirada dorada de la joven el mal concepto que tenía de la gente del norte de la Murallla Sina.
—Le-Levi Ackerman —respondió tartamudeando—. Que yo sepa, él no tiene nada que ver en la decisión de que su padre decidiera mudarse por el trabajo en la Universidad de Mitras, pero cuando supo que él era uno de los profesores especialistas en Filosofía de toda Paradis, se aseguró de que no tuviera ningún problema en encontrar un nuevo hogar, ya que el mismo Señor Ackerman, así como todos los hombres de su familia, tienen a esa universidad como alma máter —le explicó, recuperando la compostura e hinchando el pecho al declarar la bondad de su señor jefe.
La expresión de Petra no cambió ni la chica se impresionaba por nada. Ya odiaba a la gente estirada del norte, ¿ahora querían obligarla a agradecer a un tipo arrogante y perfumado por facilitarle ciertas cosas a su familia? Ni loca, su orgullo podía más. Y le daría una advertencia para que no se metiera con ellos.
—Lléveme con él —le ordenó, haciendo que Erd abriera los ojos de par en par, asustado.
—Pero…
—¡Pero ya! —apremió la chica dando una patada al suelo.
Erd suspiró resignado.
—Sígame, sus oficinas están a un par de calles. Pero le advierto que no es buena idea…
Y así, Petra Ral era guiada hasta la oficina del tal Levi Ackerman, para dejarle en claro que no iba a agradecer una caridad que no había pedido y que despreciaba todo lo que tenía que ver con este lugar.
Apenas habían llegado frente a un edificio grande y altamente lujoso, cuando la puerta principal se abrió de par en par y un hombre harapiento salió volando de allí. Petra y Erd miraron aterrorizados la escena. Desviaron la mirada a la escalinata, para ver a un hombre pequeño y bien vestido, con la furia reflejada en su tosco rostro, bajando las escaleras con una gran furia, listo para propinarle otra patada a ese vagabundo descarado.
—¡POR FAVOR, SEÑOR! —berreaba el hombre adolorido—. ¡NECESITO TRABAJO! ¡TENGO SEIS HIJOS Y UNA ESPOSA ENFERMA! ¡USTED LO SABE!
—¡CÁLLATE, ESCORIA! —vociferó Levi Ackerman—. ¡YA TE HE DESPEDIDO¡ ¡HUBIERAS PENSADO EN TU ESTÚPIDA FAMILIA ANTES DE COMETER INSUBORDINACIÓN!
Y a continuación, siguió dándole patadas al pobre infeliz que lanzaba alaridos de dolor. La gente que pasaba, escandalizada, no hacía nada por detener aquella escena lamentable. Petra miraba hacia todos lados, esperando que Erd, o los policías que estaban a unos metros hicieran algo. Pero nadie hizo nada.
Así que decidió meterse ella.
—¡OIGA USTED! —le gritó iracunda, esquivando las manos de Erd, que trataban de apartarla—. ¡CÓMO SE ATREVE A MASACRAR A ESTE HOMBRE EN CLARA DESVENTAJA! ¡¿QUÉ NO TIENE SENTIDO DE LA HOMBRÍA?!
Sin mirarla, Levi Ackerman cesó su ataque. Lentamente y con peligrosidad, se dio la vuelta para encarar a quien se atrevió a insinuarle que era poco hombre.
Pero su expresión agria cambió a otra asombrada cuando vio a la señorita que lo encaraba. Era el ser más bello que había visto en su vida, con permiso de su madre y su hermana. Tenía la impresión de que era tan cálida que, si la abrazaba, no necesitaría de abrigo alguno. Sus relampagueantes ojos ambarinos lo miraban con enojo y desafío, pese a la dulzura que intentaban ocultar. Quedó maravillado ante ella, pues jamás había visto mujer que lo impresionara de esa forma, mucho menos que lo desafiara. Pero esa maravilla sólo se lo guardó para sí mismo y no permitió que su rostro reflejara más que desprecio al contemplarla.
Petra, en cambio, sólo veía a un hombre feo y con maneras de ogro. Sus ojos azules, tirando a plomizos, irradiaban la misma frialdad que había sentido al adentrarse a esa zona tan helada de la Murallas; mientras que su piel pálida, contrastando con el bronceado color durazno de ella, parecía gélido alabastro.
Ambos se miraron y midieron largamente.
—¡ERD! —graznó de repente Ackerman, sin quitarle la mirada de encima a Petra—. ¡SÁCALA DE AQUÍ!
Pero, nuevamente, la pelirroja se volvió a zafar de los brazos del joven y corrió a socorrer al pobre hombre tirado en el suelo. Levi Ackerman sólo observaba la escena con repulsa.
—¿Estás bien? —se preocupó ella—. Mira lo que te ha hecho ese desalmado. Te llevaré a un médi-
—No te lo llevarás a ningún lado —sonó una fría voz en su oído mientras unas manos fuertes la alejaban. Era el enano horroroso que ya detestaba—. Este desgraciado volverá por donde vino y tú serás llevada por mi empleado de donde sea que te sacó —Petra se lo sacó de encima de un tirón de su brazo y lo miró con odio. De nueva cuenta el duelo de miradas.
—Señorita Ral, le dije que era mala idea venir a ver al Señor Ackerman a estas horas de trabajo… —comenzó Erd.
—¿Ral? —preguntó Levi sorprendido.
—Sí, señor. Es la hija del Maarten Ral, nuevo profesor suyo- —se calló al ver que Ackerman le dirigía una mirada de advertencia.
—No me importa que esté ayudando a mi padre por sus buenas papeletas como docente —le espetó Petra—, pero yo no tengo nada que agradecer a alguien que contribuyó a que dejara mi vida atrás. ¡Todo por estar en este horrible lugar y con gente horrible con usted! —Dicho esto, se apresuró a ir detrás de Erd de vuelta a su nueva casa.
Levi, por su parte, soltó un largo suspiro, cansado. De alguna manera, las palabras de esa extraña calaron muy profundo en él. ¡No entendía por qué! ¡Siempre recibía comentarios sobre su carácter y su forma de manejar sus asuntos! ¡Y ahora se amedrentaba internamente por esa chica linda y…!
Lanzó un gruñido de frustración y ordenó a un cochero que se llevaran a al hombre herido a un médico, entregándole unas monedas de oro. Se dirigió de vuelta al cómodo interior de su edificio agarrándose de la cabeza. Y molesto, muy molesto.
Desde la ventana de la oficina principal, Kuchel Ackerman, madre del empresario, había observado todo con atención y alarma. Si realmente esa jovencita era hija del profesor Ral, esperaba que no trajera problemas a su familia.
Nadie podía leer a su hijo mejor que ella, y lo que había leído en él en ese momento no le gustaba nada.
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