Notas Iniciales: Tengo un headcanon donde cierto par de amigos son rivales prometidos, juju. Ahora al ship.
II
Kanon y Milo.
Un día más entre muros de roca y anonimato. Un día en que el gusto de ver a su gemelo era incluso menor al resto del tiempo, considerando que mirarse de frente hacía que terminara con él provocándolo por una pelea y el otro resistiéndose de hacer un innecesario escándalo para mejor ocuparse de cosas más importantes. Con fastidio Kanon decidió que tardaría más tiempo en volver al Tercer Templo esa tarde, por lo que caminó sin mucho entusiasmo a través de las escaleras comunes, no los pasajes que acostumbraba recorrer en su afán de permanecer oculto, después de todo había fabricado una imagen de su gemelo para cuando alguien lo advirtiera, así que ya no le preocupaba verse sospechoso con su andar despreocupado en las diferentes secciones; ya ni le importaba que Saga acabara de ser visto en otro lugar, pues sería problema de su consanguíneo ocuparse de las excusas, al menos una ventaja debía poseer ser un fantasma en el Santuario. Miró con aburrimiento la zona de entrenamiento destinada a los aprendices de Santos de Oro, visualizando las figuras difuminadas por la distancia de un grupo de muchachos desplazándose raudos a través del terreno con movimientos fluidos. Entonces recordó que se habían reunido el resto de las Doce Constelaciones del Zodiaco Principales restantes en una misma generación si no contaba al hermano menor de Aioros que figuraba como el más joven.
Se acercó al sitio, pasando por alto el camino construido y en cambio haciéndose el propio saltando cercas o evadiendo columnas. Y se dejó observar desde su posición recién tomada a los chicos repartidos por el espacio. Los identificó a cada uno sin asignarles un nombre, después de todo realmente no le importaba mucho quien fuera quién.
Aunque mayoritariamente los superaba en edad por tres o un poco más años, no dudó en compararlos con un puñado de mocosos manipulables; todos ansiosos por servir a una Orden sin tener ni la menor idea cuan retorcida esta era en realidad; creyéndose el cuento de estar destinados a ocupar el puesto de Santos de Oro porque poseían un don único entre los demás hombres. Sin embargo, al final llamó su atención uno de los chicos que estaban combatiendo entre sí. Lucía bastante serio al luchar contra su adversario mientras los otros incluso parecían tomarse dicho entrenamiento como un juego ya que reían y establecían tiempos para cada ataque. Aquel chico no, en realidad parecía bastante enfocado en derribar al contrario a toda costa con una violencia elegante que –el menor de los gemelos asumía– era causada por su constelación protectora y pensarlo le hizo interesarse por cuál signo le representaba. Este chico se desplazó hacia adelante en un movimiento veloz al igual que sutil, teniendo como objetivo derribar a aquel que había reaccionado desviando sus brazos para atacarle con los puños, pero del mismo modo éste los había bloqueado, manteniendo una sonrisa orgullosa en el rostro.
—Sabía que tú no ibas a contenerte, Camus —le dijo a su adversario, quien mantuvo una expresión estoica, apenas alterada por el esfuerzo. Acordaron no hacer uso de sus técnicas como futuros santos, así que estaba teniendo problemas para sobreponerse al impetuoso griego que no había dudado en elegirlo para entrenar—. No merezco una respuesta, ¿eh? Me tomaré la libertad de suponer que estás demasiado ocupado luchando para molestarte en traducir mis palabras.
—Te entiendo —acertó a decir el joven francés con su mejor manejo del idioma, más acostumbrado luego de aquellos arduos años de adiestramiento tanto en labia como en físico—. Pero evita alardear demasiado por favor. Te dolerá menos perder.
Soltando un breve bufido, el joven griego volvió arremeter contra su oponente, coordinando puñetazos y patadas con los de quien había implantado la mejor defensa contra un estilo de ofensiva tan vigoroso, tal vez fue por ello que sus compañeros no tardaron en interrumpir su propio ejercicio para mirar a los dos que desde el comienzo figuraron como los mejores rivales del grupo entero, ya que solían sobreponerse al otro de manera casi natural en cada una de las actividades que compartían, al punto en que algunos solían preocuparse de que el joven griego pudiera llevar aquello demasiado lejos.
— ¡Hey, Milo! ¡No olvides que esto es un entrenamiento! —le recordó Shura a quien en reacción mostró los dientes con molestia.
— ¡Ya sé! Métanse en sus asuntos, ¿quieren? ¡Esto es entre Camus y yo!
Aquella actitud a Kanon le agradó. No era común que un aspirante a santo fuera tan agresivo desde el comienzo. Se le veía tan determinado a ganar que le fue imposible no asemejarlo a un mercenario que se había convencido que era un arma de pies a cabeza, por lo tanto perder no se trataría de una simple deshonra sino del final de su vida como luchador. El gemelo menor se preguntó si era esto lo que pensaría ese tal Milo de sí mismo. Por desgracia no pudo ver el resultado de tan interesante batalla hasta el final, pues había llamado la atención de aquellos chicos en un instante, por lo que no pasó mucho tiempo antes de que rompieran la formación y comenzaran acercarse, incitados por Deathmask que corrió a recibirlo con una gran sonrisa al creer que se trataba de su hermano; no cabía la menor duda que Saga sabía cómo conquistar la confianza y admiración de los más jóvenes.
— ¡Saga! No mencionaste que vendrías a vernos hoy.
Shura y Mu le dieron una muy ligera reverencia con la cabeza, mientras que Afrodite y Aldebarán simplemente lo miraron con curiosidad. Los dos rivales –distraídos por la repentina visita– no hicieron más que dedicarle su atención, aunque el tal Milo incluso se mostró molesto de ser desplazado por el francés que nada más por respeto no había dirigido sus pasos hacia el mayor.
—Eh… no eran mis planes, sólo pasaba por aquí cuando los noté —respondió Kanon ya que técnicamente así había ocurrido. Volvió a recorrer a todos los chicos con la vista, así que Mu respondió la pregunta que inocentemente había anticipado.
—Shaka no quiso venir a entrenar con nosotros, ha vuelto a encerrarse en el Sexto Templo para meditar. Me pidió que le avisara si llegaba a verlo.
— ¿Uh? Yo no iba…
Kanon escuchó a Milo chasquear la lengua fastidiado desde su posición, cuando volteó a verlo se dio cuenta que había desviado la mirada ofendido, aquello le intrigó pero terminó siendo distraído por la queja que Deathmask no había tardado en expulsar abiertamente.
—Oye, Saga. ¿No crees que le estás dando un trato especial a él? Nosotros también estamos aquí.
—Sabía que estabas celoso —Afrodite se burló del joven italiano, el cual casi al instante se ruborizó para enseguida devolverse hacia su amigo con una expresión furiosa.
— ¡Yo no estoy celoso!
—Vamos, no engañas a nadie. —El joven sueco dibujó una sonrisa maliciosa en su fino rostro, la cual lo hacía ver demasiado provocador considerando su edad, como un diablillo que encuentra entretenido torturar a las almas inocentes que se cruzan en su camino—. Todos aquí ya saben que tienes una desagradable fijación por Saga.
— ¡Pues todos están jodidamente equivocados!
Sintiendo que un dolor de cabeza se acercaba, Kanon decidió interrumpir aquel intercambio, se consideraba de humor para un cambio de rutina, así que trataría de sacarle provecho a esta situación y procuraría hacer el mejor uso de su similitud a su gemelo para controlar a sus aguerridos admiradores. Enterró una mano entre sus cabellos para suprimir un suspiro exasperado; esperaba realizar una actuación convincente.
—De todos modos, ¿cómo pensaban entrenar adecuadamente si sobra uno de ustedes? No es correcto dejar a un compañero de lado mientras el resto perfecciona sus técnicas.
—No tenemos opción —esta vez se quejó Milo, atrayendo la atención del menor de los gemelos como un imán—. Si el candidato al Cloth de la virgen prefiere aislarse a sí mismo de todos nosotros, no podemos posponer nuestro entrenamiento cada vez que se niega acompañarnos.
—Pero si eres tú quien siempre elige la hora que él acostumbra meditar —acusó Camus provocando la irritación en la mueca indiferente del griego, aunque no lo contradijo.
—Es verdad. Tú y Deathmask siempre buscan la manera de excluir a Shaka de nuestros entrenamientos —comentó Aldebarán únicamente señalando el hecho pero de todos modos consiguió que los aludidos reaccionaran con gélidas miradas a pesar de que no se atrevieron a desmentir al brasileño, cuya estatura Kanon se permitió contemplar un momento, pues aparentaba más edad de la que en verdad poseía.
—Digan lo que quieran, no me importa. —Milo retomó la palabra—. Tengo una razón para ello y esa es probar su compromiso con el Santuario. Si le interesa más filosofar que atender a su deber, entonces no tiene sentido llamarlo «nuestro compañero».
— ¡Milo! —le reprendió Camus, actuando como el vocero de todos los futuros Santos de Oro que no daban crédito a lo que escuchaban sus oídos, incluso Kanon estaba impresionado con sus agallas. Si Saga hubiese estado presente dudaba fuera a pasar por alto falta tan grave; ningún caballero de Atenea debía degradar los ideales de otro tan galantemente. Un punto más a favor para aquel muchacho, pensó Kanon sonriendo, pues era un verdadero descarado.
— ¿Qué? No pueden negar que su comportamiento se aleja de la unión que se supone mantiene nuestra orden, tampoco pueden decir que estoy en un error al querer poner a prueba su lealtad.
—En realidad, la orden de Gold Saints jamás ha sido una asociación que se haya caracterizado por fomentar un estricto vínculo de hermandad —intervino Kanon, incapaz de reprimir la diversión que los comentarios de Milo le inspiraron, ganándose la atención absoluta de los jóvenes presentes—. Todos y cada uno pueden ocuparse de sus asuntos siempre que estén preparados para proteger a la diosa cuando llegue el momento. El resto, como supondrán, es historia.
—Eso no es lo que dice mi maestro —dijo Mu desconcertado.
—Es un secreto a voces, aunque no quiere decir que sea igual para todos los involucrados.
—Pero antes dijiste que nos hacía fuertes comprender a nuestros compañeros —mencionó Deathmask con genuino interés—. Por eso comenzamos a celebrar estas reuniones.
—Ah, ¿de verdad lo dije? —se rió Kanon mostrándose un tanto torpe, siendo plenamente consciente de los sermones que su gemelo solía darles para formar un ambiente más sano entre ellos—. Me disculpo por no haber profundizado en el tema, ya que es una realidad a la que tarde o temprano se verán expuestos, al menos hasta que comiencen a ser aceptados por sus armaduras.
— ¿Qué debemos hacer entonces? —quiso saber Afrodite curioso.
—Por ahora lo que pueden hacer es enfocarse en crecer como combatientes, el resto vendrá después. Pueden volver a su entrenamiento privado.
—Pero seguimos siendo siete —renegó el joven español preocupado—. Como acabas de decir, no podemos permitir que uno de nosotros pierda su oportunidad de mejorar.
—En ese caso me uniré yo. —Sus palabras sorprendieron a todos—. Sería una pena desperdiciar la oportunidad ya que interrumpí sus valiosas actividades.
—Eso sería injusto. Quien se enfrente a ti es obvio que perdería —espetó Milo. Fue la señal que Kanon estuvo esperando para dirigirse exclusivamente al futuro santo de Escorpio.
— ¿Ah, sí? Ya que estás tan seguro, ¿por qué no me lo demuestras? —Su sonrisa arrogante desconcertó al ocupante del Octavo Templo—. Te veías tan confiado de superar a tu amigo que estoy seguro empujarás tu cosmos al límite si te enfrentas a alguien con más experiencia. ¿Qué dices? Te estoy brindando una oportunidad única, además eso te ayudará bajarte de la nube en la que te asentaste, oh, gran líder.
Deathmask, Afrodite y Shura se rieron de la broma en forma de provocación que acababa de formular el menor de los gemelos, agradecidos de que le recriminase su cada vez más frecuente actitud pretenciosa con un amable eufemismo mezclado. Milo sintió a sus mejillas enrojecer cuando incluso Camus sonrió divertido por la sutil descripción que el santo de Géminis acababa de articular, así que no tardó en aceptar el reto agregando un poco de ego a su semblante avergonzado.
—Muy bien, pero no vayas arrepentirte cuando te esté haciendo retroceder.
—Quiero ver que lo intentes —lo volvió a retar con gesto malicioso mientras avanzaba más al centro del campo para enseguida colocarse en guardia.
Los otros chicos se dispersaron para darles espacio en este combate amistoso, incluido Camus que no dudó colocarse junto al español que rápidamente le dedicó una mirada curiosa, pues ambos parecían compartir la misma duda respecto a lo que acontecería ese día entre el Santo de Geminis y su compañero. Tomando asiento en los escalones adornando la estancia, se dedicaron a observar cómo ambos se preparaban para iniciar. Milo se mostró dudoso por la diferencia de cosmos que Kanon le había dejado percibir, así que trató de armarse de valor para ser el primero el atacar; corrió hacia él emitiendo un grito de guerra que pudo dar fuerza al golpe que realizó, mismo que el segundo gemelo desvió sin mucha dificultad, correspondiendo al siguiente puñetazo con una defensa impenetrable. Kanon no pudo evitar sonreír cuando visualizó frustración en ese rostro de facciones delicadas, ahora que lo veía bien sin duda sería un hombre apuesto cuando creciera un poco más. Milo no perdió tiempo en saltar hacia atrás para establecer distancia con claras intenciones de emprender su siguiente ataque, esta vez de forma aérea, algo que a Kanon tomó ligeramente por sorpresa.
El gemelo logró bloquear el puñetazo pero los planes de Milo no terminaban ahí, ya que rápidamente se recuperó para tratar de romper la postura de Kanon lanzando un golpe tras otro con la velocidad digna de un escorpión que blande su aguijón, firme y amenazante. El ocupante del Tercer Templo no tardó en preguntarse cómo sería enfrentarse a sus técnicas de santo.
Sin perder el tiempo Kanon tomó la iniciativa de corresponder a la pasión de Milo, abandonando su postura defensiva para atacar también, su cambio siendo tan repentino que el chico no tuvo oportunidad de esquivar el golpe que le dio de lleno en el rostro, haciéndole perder el equilibrio un momento. Saga se hubiese detenido ahí, afortunadamente el menor de los gemelos no tenía ninguna obligación de contenerse ahora ya que Milo se mostraba tan dispuesto a no recibir compasión de parte de nadie, razón por la que alcanzó asestarle sólo dos golpes más antes de que el menor reaccionara, bloqueando y apresurándose volver atacar con un grito sumamente desafiante. Kanon disfrutó forcejear con él en el momento que capturó sus puños, pues Milo parecía tan confundido por su comportamiento como decidido a superarle. No era la primera vez que se enfrentaba a Saga pero por algún motivo aquello se sentía distinto.
— ¿Te rindes? —preguntó Kanon únicamente para molestarlo, un gesto que perturbó un poco la expresión determinada del futuro Santo de Escorpio, casi como si hubiese visto en sus ojos algo que no cuadraba en la situación. Sin embargo, se recuperó antes de que el otro pudiese sospechar.
— ¡Jamás!
Milo realizó un rodillazo con el cual logró liberarse, ya que el ocupante de Géminis prefirió esquivarlo, pero siquiera pudo probar su breve victoria cuando Kanon se volvió para derribarle con una patada poco considerada contra un costado de su cabeza, la cual fue tan potente que lo envió patinar en el suelo un metro de su posición sin oportunidad de tomar una postura menos patética mientras se detenía. Aquello generalmente hubiera causado risas pero sus espectadores estaban tan inmersos en la batalla (la cual ya no podrían catalogar como practica) que se olvidaron de lo persistente que solía ser Milo durante el entrenamiento, sin mencionar que era la primera vez que Saga exhibía una parte de su poder con ellos; resultaba en demasía inusual, así que estaban indispuestos a perder detalle. Kanon se sobó la nuca al notar que Milo tardaba en ponerse de pie.
—Quizás me pasé un poco… —se dijo a sí mismo en un murmullo.
Miró a sus espaldas comprobando que los futuros compañeros de su gemelo ni parpadeaban, así que era hora de ponerle fin a este enfrentamiento. No quería complicar más las cosas. Se acercó hasta el habitante del Octavo Templo, tendiéndole la mano con una sonrisa que se dignó adornar con palabras de aliento. El más joven observó su gesto más tiempo del necesario, después de dedicarle una mirada suspicaz para acceder a la ayuda de levantarse. Por su cabeza cruzaron tantos pensamientos e ideas diferentes que estos se acumularon como una masa espesa en su pecho, la cual envió latidos calientes que pintaron sus mejillas más de lo que hizo el esfuerzo físico. Lo costó trabajo soltar la mano que le fue ofrecida.
—La próxima vez seré yo quien te envíe al suelo —espetó, resistiéndose compartir mirada con el más alto de los dos, extrañamente tímido al respecto.
Kanon sintió el impulso de molestarlo más pero optó por hacer lo que Saga hubiese hecho: le revolvió ligeramente los cabellos y se alejó, sugiriéndole entrenar más dura para ser más fuerte de lo que era actualmente. Hasta que comenzó a despedirse del resto de los futuros Santos de Oro fue que Milo se animó levantar la vista, siguiéndolo hasta que se perdió con la distancia, no se molestó en prestar atención a los gritos eufóricos de Deathmask o al revivido entusiasmo de Aldebarán por mejorar su masa muscular, apenas escuchó cuando Camus se acercó a él para preguntarle si se encontraba bien.
—Oye… —La voz de Milo fue como un ronroneo ronco mientras mantenía la mirada en la lejana silueta de su reciente adversario, algo que intrigó al ocupante del Onceavo Templo—. Es algo que se me acaba de ocurrir pero… ¿crees que sea posible que existan dos Sagas?
Camus frunció el entrecejo ante la extraña interrogante del otro, mirando sólo un segundo en la dirección en que el Santo de Géminis acababa de marcharse para devolver la mirada a su amigo, su expresión conservándose inalterable.
—Saga te golpeó muy fuerte, por lo que veo.
— ¡Estoy hablando en serio! —declaró Milo frustrado.
—A todos nos sorprendió que se apareciera aquí y no le importara concederte el capricho de luchar seriamente, pero todos estamos de acuerdo en que Saga sólo quería darnos una lección.
—Más que eso, yo pienso que le apetecía meterse conmigo… pero al final se contuvo.
— ¿También comenzarás a fantasear con él? —inquirió el francés para absoluta irritación de su amigo y rival—. Y yo creía que tu admiración era más sana.
—No es eso, ¿de acuerdo? Sólo… finjamos que no dije nada.
Milo se dirigió a los bancos de roca, ignorando el barullo de los otros para descansar del fiero combate del que había formado parte, pero que había sido tan corto que consiguió irritarle. Camus no le acompañó en su desdicha, así que fue libre de reflexionar un poco de aquella experiencia mientras sus compañeros hacían parejas para continuar el entrenamiento sin él. Al propio Milo le parecía inaudito lo que terminó advirtiendo en los ojos de su contrincante, pues la calidez en los ojos de Saga no era el mismo que percibió en los ojos del hombre que lo había enfrentado; Saga no era tan brusco, tampoco tan burlón, mucho menos provocador, al menos no con ellos, no de esa manera. Quiso convencerse de que sólo estaba pensando demasiado las cosas pero no podía arrancarse el cosquilleo que le generó esa mirada desvergonzada, cínica y hermosa. Saga jamás le había gustado, nunca le generó más que admiración como al parecer sí lo hacía para Deathmask y Shaka pero –por una vez– lo consideró atrayente.
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Durante los días siguientes, y posteriores encuentros furtivos con el guardián del Tercer Templo, Milo no volvió a sentir la misma timidez que le provocó después de tan severo combate. De hecho, en ningún otro momento Saga les brindó lecciones tan severas como las que aplicó esa vez, por lo que el futuro santo de Escorpio reorganizó sus pensamientos un par de ocasiones, repitiéndose incluso después de que fuera aceptado por su Cloth.
Había momentos en los que la mirada de Saga era tan intensa que lo quemaba desde adentro, otras que podría atreverse a chocar su nariz contra la contraria sin sentirse intimidado por esos ojos tan profundos. Milo no entendía cómo es que el Saga que veía entre misiones podía discrepar tanto del que lo saludaba en situaciones tan absurdas como corrientes dentro del Santuario. Por eso le sorprendió cuando dejó de notar esas diferencias, perdiendo la adrenalina causada por la anticipación de la emoción que le azotaría al verlo de nuevo, suceso que dio lugar tras el renacimiento de la diosa. No lo cuestionó entonces, asumiendo que ya lo había superado con la madurez que trajo el deber, por eso es que era tan divertido como ridículo ser consciente en la actualidad de este juego retorcido que por tanto tiempo los mantuvo a todos apartados de la verdad. No sólo Saga había resultado ser el usurpador sino que siempre poseyó un gemelo, que por culpa de las leyes primigenias del Santuario siempre tuvo la intención de vengarse manipulando al contenedor de Poseidón mientras trabajaba como general marino, al menos hasta que la luz de Atenea alcanzó su corazón justo como lo hizo con su hermano.
Aun así no perdió el encanto que había afectado a Milo, de eso el Santo de Escorpio podía brindar testimonio. Los ojos que lo observaban con atención desde su ángulo en la silla eran los mismos que le hacían hervir la sangre sin intención. Ambos sabían que no era momento para perderse en un aspecto tan mundano cuando tenían una guerra que librar, pero por mucho que Milo se resistiera al embrujo, realmente sólo quería hacer caso a sus impulsos y entregarse al deseo que estuvo reprimiendo desde que se volvieron a encontrar. Quizás no tendría otra oportunidad, seguro iban a morir siguiendo el plan de alcanzar a sus antiguos compañeros en el castillo de Hades para hacerle frente a su ejército de espectros.
—Kanon —le llamó. En realidad no tenía nada que decir, se dio cuenta de que solamente quiso pronunciar un nombre que no pudo usar en el pasado ya que lo desconocía.
— ¿Si? —El menor de los gemelos respondió de todas formas, su mirada aferrada a la figura de Milo, quien se sintió perder el aliento un instante.
—Vendrás detrás de nosotros ¿no?
—Una vez encuentre al viejo Santo de Libra… como acordamos.
El silencio los abordó sin que pudieran evitarlo, la tensión se percibía en el ambiente pero Milo no estaba dispuesto a ceder. Luchaba con todas sus fuerzas para mantenerse estoico, orgulloso, indiferente como siempre fue visto al portar su armadura de oro. Kanon sintió el impulso de levantarse de la silla y así lo hizo, negándose mirar a Milo también. La atracción que había sucedido entre ellos siempre se mantuvo bajo el velo de la mentira, por ello es que para los dos era tan difícil aceptar el caos de emociones que les torturaba en silencio. Simplemente esta química debió desaparecer con tanto tiempo alejados de la realidad del otro, pero todo indicaba que la tensión sin resolver entre ellos cuando Kanon aún fingía ser Saga estaría latente como el fuego de sus cosmos ahora sincronizados a su deber como santos.
—Nunca había visto a Mu tan impaciente por avanzar… —comentó el guardián de la Octava Casa en un vano intento de consolar su necesidad—. Supongo que la muerte de Aldebarán le afectó más de lo que le gustaría demostrar. Ellos… —Milo se tomó un momento en describir la relación de aquellos dos, aunque hubiese hecho un par de bromas al respecto nunca lo tomó realmente en consideración—, eran bastante cercanos.
—Milo. —En tono demandante plagando la voz de Kanon tensó al aludido de pies a cabeza, dándole a saber que no podía contenerse más—. Si quieres hacer algo, sólo hazlo.
—Esto ni siquiera tiene sentido… no te conozco lo suficiente… es absurdo. Te ayudé con tu Penitencia pero… es también culpa tuya que todo esto haya sucedido. Debería aborrecer tu simple existencia. Y aunque te respeto, yo…
Milo murmuró aquello con furia contenida pero tal no cubrió la impaciencia con el que se giró y se aproximó al único hombre que había logrado confundirlo tanto que le volvía loco. Ninguno de los dos tuvo tiempo de pensar ni arrepentirse de que sus labios se unieran tan vorazmente. El modo en el que se besaron no fue suave, probar sus bocas fue como un veneno que los mandó al éxtasis con tan sólo un roce, así que se descubrieron explotando en desesperación cuando profundizaron el contacto al instante, deslizando sus lenguas ansiosas en la cavidad ajena. Cuando sus circunstancias parecían mejor o al menos pacíficas, Camus le había hablado a Milo de esto como parte de su cultura social pero nunca imaginó que se sentiría tan bien, pues el modo en que Kanon lo apresó contra su cuerpo de semidiós envió una espesa oleada de placer que lo mareó como el océano al naufrago inexperto. Con esa simple muestra se percató de que poseía mucha más experiencia que él, así que no fue capaz de retener una fantasía que le anestesió los sentidos y la mente. Si contaran con todo el tiempo del mundo, hubiese optado por mantenerse a bordo de su lujuria y explorar los bordes sin restricción. Desgraciadamente tuvieron que separarse por la falta de oxígeno que entraba a sus pulmones, también por falla de cordura.
—Maldición, detente —exigió Milo sin aliento pero Kanon se adueñó de sus labios unos duros y vehementes segundos más antes de soltarlo a regañadientes.
—Si no te vas ahora, no me podré resistir —susurró encolerizado, fue la señal que Milo necesitó para alejarse por completo, dejando que Kanon recargara una palma en la columna más cercana para mantener el equilibrio.
—Dudo que salgamos vivos de esta… —dijo Milo tratando de tranquilizarse y reducir la temperatura de su cuerpo tomando fuertes bocanadas de aire—. Es una pena no poder saber cuánto más intenso puede llegar a ser esto pero…. puedo asegurarte que has sido mi mejor beso. Por mucho. Siéntete orgulloso.
Kanon bufó con cierta burla pero también lástima, una vez más los limites en su templanza estaban siendo traspasados por Milo, justo como en los viejos tiempos cuando ni siquiera se percataba de lo provocador que era cuando coincidían en algún rincón del Santuario a solas, luchando por mantener una conversación sin distraerse con las señales. Le disgustaba que los sucesos les empujaran y obligaran conservar energías, por ello ni siquiera podrían hacerse una promesa de resolverlo más tarde. Su diosa les necesitaba más que nunca después de que tomó la decisión de suicidarse para alcanzar a Hades en su propio reino; su siguiente batalla sería en el inframundo y ambos entregarían su vida si hacía falta como siempre.
—Antes de que te vayas… —Kanon regularizó su respiración lo más posible antes de atreverse hablar—. ¿Alguna vez sospechaste que el Saga con el que te encontrabas rondando por ahí, en realidad se trataba de otra persona? ¿Cómo una especie de impostor?
—Supongo que… me extrañaba sentirme observado más que en otras ocasiones. Cuando creía que podría haber sufrido un flechazo por Saga, de pronto ese Saga con el que hablaba ya no me resultaba tan interesante. Así que si, de manera inconsciente llegué a diferenciarte de tu hermano.
—Eso me tranquiliza. —Kanon sonrió por primera vez en la noche, obteniendo la misma respuesta por parte de Milo, aunque éste se esforzó en disimularlo.
—Si en otra vida nos encontramos, tratemos de ayudarnos mutuamente otra vez.
El menor de los gemelos asintió, entonces el Santo de Escorpio emprendió camino fuera del Templo Mayor donde Aioria y Mu debían estarlo esperando impacientemente. Reprimió un suspiro conforme era tragado y escupido por la oscuridad de los pasillos, pues el hueco que se le formó en el pecho amenazaba con hacerlo retroceder otra vez, acompañado de un dolor palpitante –constante– pero no insoportable. Se preguntó si era esto lo que significaba amar más allá, y también si más de sus hermanos sufrieron un padecimiento parecido antes de que viesen a la otra persona desfallecer. ¿Lo sufría el santo de Aries? Bien comprendía que los caballeros como él estaban destinados a sacrificarse por la paz del mundo pero, sin importar que fuese egoísta, por un minúsculo instante deseó ser un hombre normal a lado de Kanon. Preferiría mil veces perderlo tras una vida juntos que por un caprichoso designio manchado con sangre.
Fin.
