¡Hola a todos! Este fic ha vuelto y con los capítulos ya cerrados. Pido disculpas por desaparecerlo, pero ya está de vuelta y terminado, aunque iré subiendo los capítulos de a poco. Gracias a Liili Uzumaki y eau de toilette por los comentarios y las buenas vibras. ¡Que disfruten!
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Capítulo 3
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Varios meses después de asentados los Ral en Orvud, la vida simplemente seguía estancada para Petra. Así como siempre era primavera en Shiganshina, en este espantoso lugar siempre hacía frío, salvo que en el invierno puntualmente había nieve. La diferencia radicaba que en el Sur no se sentía atascada y sofocada como en su nuevo hogar. En especial teniendo en cuenta que la joven no había sido capaz de hacer amigos en el distrito.
De alguna manera, lo mismo debía pasar con sus padres, en mayor o menor medida. La primera señal de alerta se vio con un resfriado de Petronella. Jamás habían pasado por una enfermedad de esas, por lo que Petra y su padre se espantaron. Así que la pelirroja no tuvo más remedio que ir en busca de los Ackerman (única familia a la que conocía de manera "estrecha" al fin y al cabo) con el fin de pedirles recomendación de un médico.
Mientras Petra observaba con el ceño fruncido desde la ventana cómo Levi Ackerman cruzaba la calle a los gritos con unos cabizbajos obreros, Kuchel se acercaba sigilosamente a la joven con un papel en la mano.
—Esta es la dirección de nuestro médico —le dijo con frialdad—. No necesitaba haber venido, con enviar a un sirviente bastaba.
—Sólo tenemos dos sirvientas —repuso Petra—, una se dedica por entero a vigilar a mi madre mientras la otra realiza como puede las tareas de la casa sola.
—Llevan tiempo en este clima horrible —ironizó la señora Ackerman con ironía—. Me sorprende que no lo hayan necesitado antes.
—Siento haberla molestado —trató de despedirse la pelirroja, cansada de la actitud hostil de la mujer.
—No me ha molestado —se disculpó rápidamente Kuchel, cambiando a un semblante más preocupado. Luego la miró a los ojos—. Supongo que hasta usted se ha enterado que se viene una huelga.
—No lo sabía —admitió con indiferencia. Tampoco era algo que le interesara, aunque algo había insinuado Farlan en uno de sus encuentros en las afueras de la ciudad. Lo único que le preocupaba era que su amigo saliera mal parado en todo esto, y las personas trabajadoras que a todas luces contaban con menos recursos para defenderse de los patrones tiránicos. Si tuviera que elegir un bando, saliendo del término medio y neutral que tenía por posición, sin duda estaría al lado de Farlan. Pero eso nunca se lo diría a nadie, menos a un Ackerman, terratenientes y "amigos" de su padre —. ¿Por qué harían una huelga? ¿Esperan mejores salarios?
Se animó a preguntar todo ello por dos razones: una, ver qué información podría conseguir que le sirviera a Farlan, y dos, escuchar la versión y opinión de la clase dirigente.
—Tal vez esa sea la razón inicial —respondió Kuchel con molestia—, pero la verdad es que hay muchos hombres que quieren convertirse en señores y amos. Pero la ley de la vida es que hay quienes nacieron para mandar y otros para obedecer —y agregó—. Y ni usted ni yo podemos hacer nada.
Con gesto grave, Petra sólo se limitó a agradecer y despedirse debidamente. Quería salir de esa casa lo antes posible.
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De camino a al consultorio del doctor, y viendo que la fábrica de los Ackerman estaba cerca y era hora del descanso de los obreros, Petra decidió con una sonrisa ir a verlos. Quería ver a Farlan, aunque grande fue su desasosiego al no verlo por allí. En cambio, se encontró con dos jovencitas a las que conocía gracias al rubio.
—¡Señorita Petra! —saludaron las chicas con felicidad.
—¡Kaya! ¡Zofia! —exclamó Petra de igual manera— ¿Cómo están sus padres?
Durante un rato largo departieron alegremente hasta que a Petra se le ocurrió preguntarles algo.
—¿Ustedes se unirían a la huelga? —Pero inmediatamente quiso corregirse, pues aún eran rumores—. Digo, si hubiera una… no estoy diciendo que habrá.
Pero las chicas, asustadas como si hubieran visto un fantasma, se inclinaron velozmente en una reverencia exagerada. Con cautela, Petra se dio la vuelta lentamente hasta ver al mismísimo Levi Ackerman detrás de ella.
Había escuchado la conversación.
—¿Qué hace aquí, señorita Ral? —cuestionó con autoridad.
Petra le sostuvo la mirada como pudo.
—Acabo de salir de su casa, señor Ackerman —respondió—. Su madre fue muy amable al recomendarme un médico.
A Levi Ackerman su inicial enojo y su postura orgullosa se le disiparon de un momento a otro. Su gesto ahora denotaba inquietud.
—¿Está usted enferma? —Su voz casi sonaba angustiada.
—No, mi madre se despertó algo indispuesta y quise pedir uno por precaución —Pero había notado su tono airado cuando la vio hablando con las niñas—. ¿Por qué se molesta con que hable con las jóvenes de la fábrica? Usted y su madre siempre me acusan de que no sé nada de Sina, y lo que trato de hacer es conocer gente y hablarles.
—Pero nadie se refería a que ande con chismorreos.
—Ellas no me estaban contando ningún chisme —se defendió Petra, ofendida.
—A la gente le gusta conversar sobre sus condiciones de trabajo y la manera en que viven —replicó Levi—. Pero no me disculpo por los sueldos que pago, pues lo hago para que mi negocio funcione.
—Pero, ¿qué hay de su deber moral? Usted también, como cabeza de un negocio, debería ver por cómo viven.
—No soy el padre ni el hermano de nadie para decirles qué hacer con su dinero y su tiempo. Aquí en el Norte valoramos nuestra independencia —le dedicó una sonrisita burlona—. Siento decepcionarla, señorita Ral: si bien usted me ve como un amo autoritario, sólo lo soy dentro de mis dominios. Fuera de ellos no soy nadie en sus vidas —Petra lo miraba sorprendida—. No me mire así, responderé a sus preguntas con la misma honestidad con que usted las hace. Ahora, si me disculpa, tengo cosas urgentes que hacer.
Y se marchó, dejando a la joven perpleja. Se había regodeado sola pensando que ese hombre era un tirano hasta en las casas de sus empleados y ahora descubría que no sólo no era así, sino que se desentendía totalmente de ellos puertas afuera. Sonaba contradictorio, pero se le antojaba violento ese desinterés hacia el prójimo fuera del ámbito laboral, mucho más que si fuera un desalmado diciéndoles que hacer con sus vidas.
Sentía aún más inquina contra ese hombre, pues le rompía los esquemas y hasta demostraba parecer mejor persona de lo que ella se quería figurar. A ella le gustaba odiarlo pensando que era de lo peor, y él desmentía de una manera u otra esas suposiciones.
La voz de Farlan la sacó de sus pensamientos.
—¡Petra! —se acercó a ella con los ojos brillantes. Ella se sonrojó —. Ahora tengo que entrar al turno de la tarde, ¿te gustaría ir conmigo bajo aquel árbol a la hora de la salida?
Petra estuvo de acuerdo, por lo que se apresuró a buscar al médico para después tranquilizarse por el estado de su madre. Petronella se recuperaría pronto de aquel resfriado.
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Por la tarde, Petra y Farlan se encontraron y se sentaron en el banco bajo aquel olmo solitario al lado de la puerta del distrito mientras compartían algo de queso y pan.
Llegado a un punto, se burlaban de los Ackerman.
—Siempre está allí dando vueltas, como un cuervo negro con ese traje que tiene, vigilándonos —comentaba Farlan—. Y su madre también.
—Si vieras que la señora Ackerman hace lo mismo conmigo cada vez que me ve —reía Petra—. Cree que no me doy cuenta… como si yo pretendiera a su hijo.
—No me digas que no lo has pensado —la desafió su amigo algo divertido—. Hay hordas de mujeres detrás de él. Desde nobles hasta pobres empleadas.
—Pues bienvenidas sean, que se lo queden, con mis mejores deseos —bufó la chica—. Aunque volviendo a la madre, si yo tuviera un hijo, no lo agobiaría tanto como ella lo hace.
—Tal vez tu madre fuera igual si tuviera un hijo varón.
Y fue allí que la mirada de Petra se ensombreció. Y con un nudo en la garganta, decidió que ya era hora de confiarle a alguien, un amigo de verdad, lo que guardaba en su corazón respecto a ese tema.
—Lo tiene… tiene un hijo —reveló con ojos vidriosos—. Tengo un hermano, llamado Eren.
Farlan se puso serio y se inclinó hacia ella de manera íntima para escucharla y contenerla.
—Él siempre tuvo curiosidad por saber qué había detrás de los muros, por ir a ver si había más personas y otras ciudades allá afuera —continuó ella—. Lloré tanto como mi madre cuando él se fue, pero era tal su deseo a unirse a la Legión de Reconocimiento que no tenía caso intentar persuadirlo… Se fue lleno de esperanza y promesas, hasta que lo último que supimos fue que había sido tomado como prisionero en Marley. Aquello casi mató a mis padres…
—¡¿Qué?! —chilló Farlan con los ojos muy abiertos. Esa nación, Marley, hacía poco habían sabido de su existencia y de sus intentos de destruirlos a través de titanes. Y ahora ambas naciones estaban en guerra.
—Cuando se supo de esa ciudad a través de los escritos de la familia real Reiss, hace cinco años, él fue de los primeros voluntarios para la misión. El objetivo era un acercamiento lo más pacífico posible para intentar llegar a un acuerdo y, sobre todo, saber claramente de qué iba todo ese odio hacia Paradis —explicaba Petra—. Pero fue inútil, los apresaron a todos y enviaron una lista con sus nombres a Mitras para advertirles que ellos serían los próximos titanes que enviarían, pero según los Azumabito, hubo un motín en Fuerte Slava, en donde estaban prisioneros, y todos huyeron y están desaparecidos…
Farlan escuchaba atentamente y con tristeza, mientras sobaba la espalda de su amiga, que ya derramaba lágrimas amargas.
—Estando desaparecido, aún hay esperanzas de volverlo a ver, pero conforme pasa el tiempo se van desvaneciendo.
—Piensa que es un consuelo que lo hizo todo en cumplimiento de su deber y pensando en los demás —la consolaba el rubio.
Petra se secó las lágrimas y lo miró con cariño mientras él la envolvía en un abrazo.
—Sí, así es —admitió—. Aunque a veces desearía que hubiera sido más cobarde como para no unirse a la Legión.
Se quedaron un rato largo abrazados y abrigándose el uno al otro del frío de la tarde.
A lo lejos, Levi Ackerman contemplaba la escena con creciente amargura.
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Ya entrada la noche y a la espera de la cena, Kuchel Ackerman organizaba las invitaciones que había escrito con fina caligrafía. Después de varias idas y venidas en los últimos meses, al fin podrían dar la famosa fiesta de presentación en sociedad de la familia Ral. Aunque a estas alturas, los señores en cuestión ya trataban con todas las familias importantes de la Muralla Sina. La fiesta era una rigurosidad necesaria para Kuchel y deliciosamente obligatoria para Isabel. Levi simplemente se mantenía al margen, aunque escuchaba atentamente lo que ambas mujeres de su vida decidían.
—¿Cómo van esas invitaciones? ¿No es muy pronto para que todo ya esté preparado? —preguntó como si nada, desde su puesto en el sillón mientras leía el periódico.
—Si vamos a organizar una fiesta, debemos hacerla como corresponde —respondió su madre—. Más teniendo en cuenta que probablemente sea la última que demos por un buen tiempo. Sin olvidar, lo ventajoso que será para los Ral.
—A ellos no les interesan esas cosas —se apresuró a decir el azabache.
—Se nota que te entiendes con ellos, Levi.
—No es eso.
—Él parece ser un hombre digno, aunque cree que los comerciantes son simples —comenzó a enumerar Kuchel—; ella es un tanto fina y alicaída… como su hija, con esos aires que se da. No son ricos y nunca lo serán.
Levi la miró por sobre su periódico.
—Desearía que intentaras que la señorita Ral te gustara, madre —le dijo.
—¿Por qué? —inquirió ella, dirigiéndole la misma mirada desafiante que él le había heredado—. No te has formado una idea sobre ella, ¿verdad? Pues te aviso que ella nunca te aceptaría, se rio en mi cara de ese pensamiento.
—No, ella nunca me aceptaría —concordó Levi, ocultando su malestar y recordando que la vio esa tarde abrazada a otro hombre. Su obrero, para rematar.
—Tiene demasiada buena opinión de sí misma para aceptarte —refunfuñó Kuchel—. Ya quisiera ver si es capaz de encontrar a alguien mejor que tú.
—Puedes creerme cuando te digo que la señorita Ral es me completamente indiferente —insistió Levi, harto de la conversación—. El señor Ral es mi amigo y profesor. Ella es su hija. En nombre de esa amistad me gustaría que te esforzaras, madre.
—Sólo me pregunto por qué hablas tanto de ella.
—Tú empezaste. Además, ¿qué otro tema podríamos tocar? ¿La huelga te parece bien? —Dicho esto, se levantó violentamente y se dirigió a sus habitaciones, dejando a su madre más preocupada.
Pues había percibido en su hijo que no sólo la posible huelga lo tenía afectado. Sino también la tal Petra Ral.
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