Hola viejos y nuevos lectores! Para los más antiguos sabrán que tengo un par de fics inconclusos. Lo cierto es que me ha costado mucho retomar desde que me mudé a mi propia casa. Aún hay mucho trabajo qué hacer y entre el trabajo y el tiempo que le dedico a los estudios, no tengo mucho tiempo disponible. Esta idea me nació de un día para el otro y creo que es la mejor forma de "estirar los dedos" una vez más. Me siento un poco oxidada, así que tomen esto como una pequeña práctica. Simplemente no quería abandonar mi ship favorito. Espero que les guste la lectura!


La Chica Inútil


La verdad es que nunca se había volteado a verla dos veces. No porque no fuera llamativa, el cabello ciertamente es una cualidad particular. Simplemente él no suele prestarle demasiada atención a ciertas personas, no a alguien tan débil y pequeña, no a alguien que a sus tantos ojos carece de todo potencial. Lo cierto es que no tenía algo realmente interesante que atrape su mirada por más de un par de segundos.

Aquella tarde que transcurrió con la mayor normalidad posible, dentro de los anormales parámetros de su oficio, fue diferente.

Han pasado un poco más de diez años desde el llamado incidente de Shibuya, pero el trabajo nunca acaba. Cada minuto del día parece estar plagado de miedo y rencor, desde cada punta del país, emanando hacia el centro de Japón y alimentando así el vientre maldito que procrea sin parar un sin fin de criaturas horripilantes.

Para alguien tan habituado a ver y exorcizar maldiciones casi a diario, los últimos años se han vuelto un poco más extenuantes. No por su fuerza, aún nadie se compara con el gran Gojo Satoru, sino más bien porque los no videntes de maldiciones se han creado imágenes mentales particularmente perturbadoras de aquello que no pueden ver, realmente han dejado su imaginación volar al pensar en las criaturas místicas que barrieron con la mitad de la población.

No se trata de una ciencia cierta, pero él teoriza que esta es la razón por la que han cambiado, quizás incluso evolucionado volviéndose así más difíciles de tolerar. Se han vuelto tan desagradables que él procura no comer antes de una misión, y no es el sujeto más sensible de todos. Y no sólo se han vuelto intolerables por su aspecto asqueroso, como si una bola de cabellos, dientes y saliva no fuera suficiente, se multiplican con alarmante rapidez.

Cada semana son menos sus días libres, por lo que al ver el nombre de Utahime iluminado sobre la pantalla de su celular estuvo tentado a no atender. De hecho ignoró las primeras tres llamadas y terminó atendiendo a regañadientes después de ver un par de mensajes llenos de improperios que supuso, nunca terminarían de llegar si no atendía. No disimuló su desagrado en el tono de su voz al atender, le recordó que hace semanas no ha tenido un solo día libre y que hasta el chamán más fuerte del mundo necesita un día libre para ver una película o ponerse al día con alguna serie, luego se quejó de que aún no había comido y que si la maldición terminaba siendo demasiado grotesca, quizás ni siquiera podría comer luego de terminar de trabajar.

"Tu estómago es la última de mis preocupaciones, Satoru. Tus películas seguirán estando ahí cuando termines el trabajo."

Utahime no cesaría, sin importar sus razones, que según él eran totalmente válidas. Por lo que Gojo terminó suspirando y aceptando, para luego apresurarla y no escuchar por completo el estado de la situación en la que se metería.

"Sí, sí, sí, envíame la ubicación."

Un chamán logró salvarse de milagro en Yamagata, una pequeña villa en la prefectura de Nagano. Afortunadamente salió ileso, pero alguien tiene que encargarse de una maldición en un hospital desértico. Una de las tantas locaciones que terminaron afectadas por los eventos posteriores al Incidente. No hay mucho más qué decir, él sabe perfectamente lo que debe hacer, aunque se trate de un domingo. Se viste el uniforme que le acompaña desde hace unos veinte años y le hace una corta llamada a Ijichi para agendar un vuelo, transporte y alojamiento.

No pasan más de tres horas cuando logra ver el monte Hachimori, poco antes de aterrizar en Matsumoto, una ciudad a pocas horas de Yamagata. Después de recoger su maleta y subirse a un taxi para dejar sus cosas en una pequeña posada, recibe un mensaje de Ijichi reiterándole que ya están esperándolo a las afueras del hospital. Él suele hacerlo, recordarle que lo esperan, como si aún no perdiera la esperanza de que llegará a tiempo a una reunión.

'Al menos la posada no se ve tan mal', él piensa para sí mismo luego echarse sobre la cama a mirar el techo de madera oscura del que cuelga una lámpara anticuada. El suelo rechina y los marcos son, como siempre, demasiado bajos para alguien de su estatura. Obligado a agacharse de habitación en habitación, piensa que ha visto peores. No hay muchas opciones cuando las maldiciones habitan en zonas rurales o pueblos pequeños. De modo que ya no se queja con la misma frecuencia que lo hacía cuando era más joven.

Mira el reloj que yace sobre una mesa de noche junto a la cama y se da cuenta de que ya lleva veinte minutos de demora. Aunque desearía quedarse unos minutos más sobre la cama, se levanta y toma el teléfono para llamar a la recepción y pedir un nuevo taxi.

Siempre le ha sido indiferente que los demás se molesten con él por llegar tarde, en especial cuando se trata de chamanes desconocidos. Por lo que se encuentra de lo más tranquilo al bajar del taxi y encontrarse con un joven muchacho de traje negro y cabello casi tan prolijo como el de Ijichi. La mirada de admiración que le echa es suficiente para que se olvide definitivamente de su demora. Él sonríe cándidamente y se presenta, aunque sabe que no necesita presentación alguna.

—Gojou Satoru —pronuncia con cierta arrogancia luego de saludarlo y levanta la vista sólo para encontrarse con una imagen que no ha visto en mucho tiempo. Su lengua se traba dentro de su boca, tiene el nombre escondido en la punta de la lengua, pero no parece querer salir. Ella se voltea, lo ve con cierta calidez que le trae a la memoria su primera conversación y cuando está a punto de decir su nombre, ella lo interrumpe.

—Miwa Kasumi, sensei —le dice, ahorrándole el bochorno de no recordar su nombre otra vez.

Satoru ensancha la sonrisa y se acerca a ella, ignorando por completo al otro muchacho que se ha quedado con las palabras escurriendo torpemente de entre sus labios, en medio de una respetuosa reverencia.

Él se acerca demasiado, hace el espacio personal de Miwa el suyo propio y cualquiera que lo viera podría pensar que se encuentra fascinado por lo que sus ojos han encontrado. Ella reacciona de inmediato, sus hombros se aprietan contra su torso y se inclina apenas unos centímetros hacia atrás cuando el sensei se va encima de ella. Sin embargo, lo curioso es que no retrocede un solo paso, se queda allí parada, atónita, mirando alarmada el rostro sonriente de Satoru.

—No me dijeron que eras tú —le comenta, casi recriminándole a Utahime no haberle dado este pequeño trozo de información. Aunque cabe la posibilidad de que de hecho, sí lo haya hecho y él lo haya ignorado.

—Supongo que no era información relevante —contesta Miwa, suelta una risa atolondrada y retrotrae la mirada, sus ojos azules se pierden en el pavimento por un segundo y luego levanta la vista con decisión—. Escribí un informe acerca de mi misión durante la tarde en el que encontrará toda la información que pude reunir acerca de la maldición; se trata de una maldición de grado especial, claro está.

—Vaya, directo al grano… —murmura Gojo con un dejo de molestia en el tono de su voz. Toma la tableta que contiene el informe que Miwa ha escrito y lo observa de reojo sin prestarle ninguna atención—. La próxima vez… no te tomes tantas molestias, al menos si sabes de antemano que soy yo quien vendrá.

Apenas tuerce los labios dirigiéndole una sonrisa y ella devuelve el gesto con cierta timidez, asiente y vuelve a perder la mirada en un punto incierto. Hay un ligero rubor que nace en sus mejillas, aunque efímero, se borra tan rápido como nace y Gojo no puede evitar notarlo. Voltea, le entrega la tableta al muchacho cuya presentación ha sido completamente ignorada y camina hasta quedar frente a la fachada del hospital.

Ya ha sido evacuado, no hay nada más que una enorme aura maligna palpitando en su interior. Con candidez innata, Satoru coloca ambas manos en los bolsillos y observa el edificio de cinco plantas que tiene frente a él. Tanto Miwa como el muchacho que la escolta saben el folklore de la familia Gojo y por ende la técnica maldita que él posee. Es imposible para ellos, sin embargo, saber a ciencia cierta todo lo que sus ojos pueden ver, sólo pueden suponer y así lo hacen mientras guardan silencio durante su inspección.

Levanta una mano e inmediatamente una cascada de líquido comienza a caer como petróleo sobre un domo invisible y perfecto.

Generalmente este hechizo es efectuado por la ventana que los acompaña, pero ¿quienes son ellos dos para reprocharle algo al gran Gojo Satoru?

—¿Vienes? —pregunta a Kasumi apenas girando su rostro para verla y tras un segundo de incredulidad asiente.

Ella intenta no balbucear, pero para él es obvio lo que debe estar pensando. ¿Para qué acompañarlo? El chamán más poderoso de la historia no necesita de ningún escolta, mucho menos a alguien como ella. Lo más probable es que esté aburrido, después de Kenjaku todo es un burdo chiste para él.

Las piernas de Satoru son largas y cada paso son dos de ella, por lo que se ve obligada a trotar hasta llegar a su lado. Cuando se da cuenta, al menos tiene la cortesía de ralentizar su caminata para andar a la par de ella. Lleva una sonrisa pintada en el rostro que ella puede ver cada vez que le echa una mirada fugaz. Él en cambio la ha visto por completo. Lleva el cabello recogido y un traje con corbata, una camisa abotonada hasta el último botón y una chaqueta oscura, casi idéntico al traje que llevaba el día en que la conoció, pero con ligeros ajustes. Ha perdido la grasa infantil de sus mejillas y sus pómulos le hacen ver más madura. Satoru se pregunta si debería de hacer todas estas apreciaciones en su mente, que para él son de lo más natural, pero llega a la conclusión de que probablemente no, no debería hacerlas en absoluto.

—Ha pasado mucho tiempo, huh —comenta mientras camina un poco más despacio, alargando el trayecto hacia la puerta.

—Uh-huh —responde ella apenas asintiendo y siente la obligación de continuar—. Ocho años, ¿quizás?

—¿Ocho? ¿Dónde?

—Bueno… Hubo una reunión en la que estuve presente pero probablemente no haya notado mi presencia —contesta sonriendo y acomoda un mechón de cabello suelto detrás de su oreja.

Satoru se encoge de hombros, no lo recuerda aunque hace un pequeño esfuerzo que abandona luego de dos pasos. Le siguen unos segundos de silencio apenas incómodos que decide interrumpir.

—Miwa-san, ¿estás casada? —pregunta él tan repentinamente que una bola de saliva se agolpa sobre la garganta de su compañera y, tras recomponerse, contesta.

—¿A qué viene esa pregunta, Gojo-sensei? —El rubor reaparece, enardecido.

Él se encoge de hombros nuevamente mientras camina hacia la puerta de entrada del hospital.

—Supongo que es algo que la gente de nuestra edad suele preguntar, luego de verse después de mucho tiempo.

—Oh… —Miwa asiente, genuinamente convencida de que sólo se trata de una convención social—. En ese caso, no. No me he casado… tampoco he tenido hijos —agrega con aprehensión, presiona los labios y desvía la mirada. Al cabo de unos segundos de penoso silencio, ella continúa—. ¿Sería indiscreto preguntarle lo mismo?

—Quizás sí, ya que insistes en llamarme Gojo-sensei. Si me llamaras por mi nombre supongo que sería considerada una conversación entre pares, ¿no crees?

—Jamás podría… —confiesa apenada.

—Entonces mi estado civil permanecerá un secreto —dice en un tono de burla, abre la puerta y se hace a un lado—. Las damas primero.

En esta situación este gesto dista mucho de ser caballeroso,muy al contrario Miwa lo ve casi a punto de preguntarle si está bromeando pero abandona la idea y simplemente da un paso dentro del hospital.

—Y dime, ¿hay algún motivo por el que aún no te hayas casado?

Miwa siente un calor galopante subiendo desde la boca de su estómago hasta su pecho. Repentinamente los botones de su camisa están demasiado apretados, al igual que sus labios que se rehúsan a dejar salir una respuesta.

—¿Acaso te gustan las mujeres?

—¡N-No! —responde rápidamente—. No… No es que tenga nada de malo —intenta decir en un extraño tartamudeo.

—Huh, ¿acaso se debe a que eres muy tímida? ¿o estás obsesionada con tu trabajo? Las mujeres en este país suelen tener pocas opciones en ese sentido, ¿o es que simplemente prefieres estar soltera?

Este es un concepto que ilumina la imaginación de Satoru y que de hecho entiende demasiado bien. Le echa una mirada antes de adentrarse en el primer corredor, pasando la recepción y la encuentra hecha un manojo de nervios. Ella niega con vehemencia, como si el concepto de ser una soltera empedernida no fuera de su agrado en absoluto.

—M-Me gustaría casarme algún día.

—Huh… —murmura casi decepcionado—. En ese caso debes darte prisa, Miwa-san. ¿Qué edad tienes? Supongo que debes tener casi treinta años. No pierdas mucho el tiempo o tus años fértiles se irán por el inodoro y esos no se pueden recuperar.

El bochorno de Kasumi se transforma frente a los ojos de Satoru y su expresión ahora le recuerda bastante a la de Utahime.

—¿Dije algo malo? —pregunta con sinceridad—. No he dicho ninguna mentira, las mujeres nacen y mueren con el mismo número de óvulos y mientras más edad tengas, más viejos serán tus óvulos.

—Por supuesto que sé… ¿Podemos terminar con la maldición? Llevo más de cuarenta minutos esperando afuera y debo volver a casa, cenar y dormir un poco.

Satoru tuerce los labios, aunque comprende su urgencia por volver a casa y repentinamente siente un ligero pinchazo en el estómago. Quizás se trate de la culpa por no haber llegado a horario.

—Lamento haber tardado, Miwa-san. Me gustaría poder darte una buena excusa pero no tengo ninguna —dice casi desinteresadamente mientras voltea el rostro y observa el techo.

—Está arriba, esperándonos.

—¿Cómo escapaste? Es demasiado fuerte para ti —pregunta mientras sube la primera escalera y ella lo sigue de cerca.

—Sólo fue un golpe de suerte, tenía muy cerca la escalera de emergencias y pude salir antes de que me viera.

—¿Trabajas sola? ¿No eres demasiado débil?

Miwa parece doblarse sobre su pecho, como si una pequeña flecha le hubiera dado directo en el corazón.

—Suelo trabajar con Momo, pero ella salió herida en nuestra última misión y aún está recuperándose.

—Tal vez hubiera sido mejor esperarla, ¿no crees?

Ella asiente.

—No puedo darme ese lujo en este momento.

Satoru se detiene sobre sus pasos y ella choca contra su espalda. Él se voltea sobre las escaleras y la mira con cierto interés, esperando que ella elabore sobre su respuesta.

—Uhhh… —murmura—. Mi hermano irá a la universidad el próximo año y debo ahorrar.

—Ya veo —dice y continúa—, en ese caso me siento culpable por hacerte esperar. Para compensar la situación te daré mi parte del pago. ¿Qué dices?

—¡No podría aceptarlo! Ni siquiera pude eliminar a la maldición por mí misma, es más… ni siquiera soy de ayuda estando aquí.

—No aceptaré un no como respuesta —dice, continuando su camino y repentinamente su sonrisa se borra frente a la puerta de la azotea. En un parpadeo abre la puerta, toma la mano de Kasumi y la arroja del otro lado. Cuando abre los ojos, cubierta de polvo y el cabello desordenado ve a Gojo a unos pasos de ella, frente a él una nube de polvo y la puerta de la terraza completamente aplastada en un puño.

Hasta este momento, ni Gojo ni Miwa habían visto la apariencia de la maldición, simplemente habían logrado percibir su energía maldita al acercarse a ella. Una mano blanquecina con nudillos arrugados presiona lo que solía ser una puerta que ahora rechina como un llanto, más aprieta y más se dobla. Parece molesta por no haberlos atrapado a ellos.

Satoru siente otro movimiento y se voltea tan rápido que Kasumi no puede percibir sus movimientos. Antes de darse cuenta Satoru tiene su Katana sobre su mano derecha y cuatro dedos del largo de sus piernas caen al suelo emanando un líquido negro y un olor nauseabundo.

Las miradas de ambos observan el brazo gigante retraerse y desaparecer en un charco oscuro que desaparece ni bien la maldición se esconde aullando. Sus alaridos casi le rompen los tímpanos, pero no son lo suficientemente fuertes como para dejarlos inmóviles. Kasumi se apresura a ponerse de pie.

—Gracias —le dice suavemente.

—No te descuides —contesta y le entrega su katana y sin decirle una palabra la toma por la cintura y la estrecha contra su pecho.

El alarido de la maldición no es nada, comparado con este gesto que la deja completamente perpleja. Estática, Kasumi siente sus pies elevarse y perder contacto con el suelo. Un pequeño grito escapa de sus labios y se aferra avergonzada contra la chaqueta de Gojo.

Más portales se abren en el suelo y de cada uno sale una mano gigantesca de uñas negras que intenta desesperadamente atraparlos. Pero Gojo gana distancia rápidamente.

—¡Ahí! —grita Kasumi repentinamente y señala uno de los portales en los que se oculta un manojo de cabello con dos ojos ocultos en cuencas vacías, el mentón fino y pómulos anormales.

Satoru sonríe y extiende la palma de su mano.

—Sujétate fuerte —le dice, y aunque su tono es petulante ella sabe que no está bromeando.

Las pequeñas manos de Kasumi arrugan la chaqueta de Satoru mientras él levanta su mano izquierda para quitarse la venda de los ojos. Kasumi observa inevitablemente su rostro, el brillo perlado de sus ojos celestes revelados bajo la luz de la luna. Como un hechizo que rompe su hipnosis nace de la palma de su mano una esfera de energía con la fuerza de un huracán. Kasumi apenas puede abrir los ojos y lo único que puede ver al hacerlo es un halo púrpura que crece y ruge de tal manera que la deja tiritando.

Satoru apunta esta energía hacia aquella maldición que percibe su propia muerte e intenta crear un nuevo portal hacia otra dirección, pero ya es demasiado tarde. La técnica de Satoru viaja a una velocidad monstruosa y destruye todo a su paso en menos de dos segundos.

Kasumi esconde el rostro sobre su pecho, pero ningún escombro del ala sur del hospital los toca. ¿Acaso hoy es su turno de experimentar en primera fila los increíbles poderes de Gojo Satoru?

Duda al abrir los ojos, se queda sin aire al ver la perfecta circunferencia de lo que solía ser una parte del hospital. Mira los pequeños pedazos de vidrio y hormigón que aún se esparcen por el aire y se maravilla al ver que nada puede tocarlos.

Lentamente observa cómo Gojo desciende, no ha quedado rastro de energía maldita. Sólo un enorme cráter en lo que solía ser la unidad de primeros auxilios y la pediatría.

Satoru se da cuenta, incluso se enorgullece un poco de verla tan estupefacta. Aunque luego de unos segundos en el suelo se pregunta si no estará en shock, ya que su tierna mano sigue aferrada a su chaqueta como si continuaran en el aire.

—Oye, ¿te encuentras bien?

Indiscretamente la toma por el mentón y arrastra suavemente su rostro al de él. Al verlo, parece salir de su conmoción pero queda aún más perpleja luego de ver su mirada de frente. Repentinamente lo suelta como si él hirviera y cubre su boca con ambas manos. Un sonido sale de su garganta, uno de espanto.

—¡Lo siento mucho! —exclama, estirando la tela arrugada.

Satoru mira sobre su pecho todas las líneas que se han formado sobre la tela y sonríe. Una idea ingrata se cola entre sus pensamientos y hace el intento de no actuar sobre ellos.

—¿Temías que te dejara caer? —bromea él y se da cuenta rápidamente la dificultad que ahora presenta Miwa a mirarlo a los ojos, parece que se esforzara conscientemente a no hacerlo. Lo cual le parece de lo más encantador, aunque a la vez un poco molesto.

—Claro que no… —dice ella intentando estirar las líneas sobre la tela para luego darse cuenta de que debajo de todo aquello están sus pectorales, los pectorales de Gojo Satoru—. ¡Lo siento!

—Tranquilízate, si sigues pidiendo disculpas exigiré una compensación por los daños.

—Los daños… —murmura Kasumi y voltea al hospital medio destruido y su expresión de mojigata desaparece por completo. Se ha olvidado de Gojo Satoru en un abrir y cerrar de ojos.

Gojo observa algo que para él era totalmente inevitable. La maldición había crecido demasiado como para salir de ahí con un edificio intacto. Pero, como en cada ocasión en la que ha utilizado esa técnica, esta vez tampoco se marchará sin un reproche por haber destruido uno que otro edificio.

—No hay nada qué hacer —le dice él mientras ella continúa observando los escombros.

—Donaremos el pago —contesta sin mirarlo.

—¿Qué hay de la universidad de tu hermano?

—Ellos lo necesitan más que nosotros.

Tiene que admitirlo a sí mismo, está un poco conmovido por el gesto desinteresado. No lo suficiente como para sacar un poco más de su abultado bolsillo. Cosas que pasan, si el clan Gojo donara su fortuna cada vez que una maldición arruina un edificio serían el clan más pobre de los grandes tres.

El vientre de Gojo exclama, recordándole su presencia a Satoru. Kasumi vuelve a verlo a los ojos luego de escuchar su estómago gruñir y él le devuelve la mirada.

—¿Vamos por algo de comer?


Espero que les haya gustado y que tengan un tiempito de dejar un comentario. Nos leemos!