Disclaimer: los personajes de Naruto NO me pertenecen, sino al mangaka Masashi Kishimoto.

Sobre la historia: actualmente en edición (23/06/2023). Número de palabras en este capítulo: 3929.

Advertencia: esta historia contiene y/o contendrá temas que pueden herir la susceptibilidad de ciertos lectores; tales como lenguaje obsceno, tortura, violación, muerte de un personaje, entre otras cosas. Leer bajo su propio criterio. Gracias.

Advertencia 2: los personajes podrían estar un poco OoC los primeros capítulos de la historia, sobre todo aquellos que no están editados aún; no obstante, los aspectos que mantienen o mantuvieron en el manga se irán mostrando a medida que pasen situaciones específicas en la historia. No desesperen por el prólogo, es solamente la introducción, la historia también se enfocará en otras tramas más allá.

Nota: si la han leído en cualquier otro lado, por favor, avísenme. Ya he sufrido el plagio.

Espero que la disfruten.

Las parejas serán variadas.

¡Espero que les guste mucho y me compartan sus más sinceras opiniones!

¡A leer!

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Prólogo

Favorita

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¿Lo tenéis?

El susurro de una voz grave hizo que el joven encapuchado diese un respingo, presa de la más infinita inseguridad.

Aquí está —respondió él mientras colocaba la pesada caja en una esquina del lúgubre callejón.

La floritura de la gabardina del hombre mayor sacudió el polvo circundante. Sus enguantadas manos tocaron la superficie rugosa de la caja y sus labios fueron surcados por una sonrisa tan encantadora como siniestra. Se giró hasta el encapuchado y le entregó una pequeña bolsa de terciopelo sostenida por un precario lazo negro.

El precio por vuestro buen trabajo —comentó, no sin un poco de burla, justo antes de chasquear los dedos para que la caja desapareciera en medio de una pequeña ventisca.

El muchacho afinó la vista con temor. El hombre lanzó una pequeña carcajada seca que se hizo eco en el húmedo ambiente.

¿Sorprendido? —Miró de reojo—, es mejor tenerme de amigo que de enemigo. Como veréis, no todos pueden hacer lo que acabáis de ver. ¿Verdad? —Giró y se acercó en una lenta zancada hacia la otra presencia.

El hombre más joven sintió el denso aire en sus fosas nasales. Aquellos ojos helados invitaban a las más horribles pesadillas a aquellos que le desobedecían. Había conocido infinidades de personas nobles que controlaban elementos de la naturaleza, e incluso había conocido gente que podía congelar corazones con sólo mirar a los ojos… Pero ninguna de esas personas le había causado tanto miedo alguna vez.

Este hombre era más perverso que cualquier otro demonio con el que hubiese tratado antes.

Estoy a vuestro servicio —dijo antes de inclinarse sin pensárselo mucho.

Su mirada fija en el sucio suelo fue lo último que pudo recordar antes de recibir la oscuridad y la agonía en la que se sumergió su mente.

Y otra carcajada rompió el sepulcral silencio.

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El silencio de la noche era implacable y el frío no ayudaba a que aquella temporada a mitad de invierno fuese más cálida. Lejos de todo lo malo que podría ocurrir en el mundo, los habitantes del Reino del Norte, el lugar más próspero del Imperio del Fuego, tenían unas excelentes y envidiables condiciones de vida. Desde la clase más alta hasta la más baja, se procuraba que todos los nacientes en el Imperio tuvieran la merecida educación y atención, sobre todo si estos nacientes eran del sexo masculino con el poder del fuego recorriendo sus venas. Este gran legado lo habían dejado el antiguo emperador: Fugaku Uchiha y su distinguida emperatriz, Mikoto, cuya nobleza procedía también del Clan Uchiha, sin embargo, nadie había puesto demasiado énfasis en el hecho de que un solo clan tenía el poder de aquel Reino en particular.

Todo estaba bien. O por lo menos, eso se le hacía creer a muchos.

—¿A dónde transportareis a mi niña? —preguntó angustiada por enésima vez la mujer mayor de ojos verdes.

Con temor notó los uniformes del ejército monárquico mientras veía como los guardias escoltaban a su única hija hacia un lujoso carruaje con el símbolo imperial marcado en una de sus puertas.

—Ella estará perfectamente bien en el palacio imperial, a merced del emperador, mi estimada señora —avisó con un fastidio disfrazado de cortesía uno de los tantos guardianes que habían asistido a esa casa, especialmente para buscar a la nueva favorita del emperador, cuyo nombre era Itachi Uchiha.

Y es que ya a los veinticinco años, después de la repentina muerte de sus padres a manos de los casi extintos Hyūga, el primogénito de la familia imperial Uchiha, cuyo linaje era más antiguo de lo que se podía contar, aún no se había comprometido. Al parecer no tenía demasiados deseos de hacerlo, aunque ese leve problema lo compensaba hábilmente Sasuke Uchiha, su hermano menor.

El mencionado ya tenía dos años y medio de compromiso con una joven noble del Imperio del Hielo llamada Ino Yamanaka, hija de Inoichi Yamanaka, antiguo general de las fuerzas imperiales del Reino del Norte en el Imperio del Fuego, y su madre, Heira, era una dama de alta alcurnia, miembro distinguido de la realeza y la única hija mujer del Supremo del Hielo, quien gobernaba sobre las tierras del Imperio del Hielo.

Actualmente era un hecho un pronto casamiento después de su largo noviazgo. De ser ese el desenlace y la princesa conseguía darle un hijo varón a Sasuke antes de que alguna de las llamadas "Favoritas" del emperador diera a luz a un hijo de Itachi, el trono pasaría automáticamente a manos del menor de los Uchiha en conjunto con la unión absoluta de los dos fuertes imperios.

A nadie se le ocurría ni pensar en cuestiona el por qué de dicha sucesión impuesta por el finado Fugaku Uchiha.

—No es por mostrar objeción hacia las decisiones sabias de su excelencia, pero mi pequeña apenas acaba de cumplir sus dieciséis años. —La voz notablemente preocupada de Haruka Haruno, madre soltera, destilaba completo y puro miedo entremezclado con frustración hacia las intenciones mezquinas y perversas del joven gobernante.

Según había oído, Itachi Uchiha poseía alrededor de treinta "Favoritas" y ninguna bajaba de los veinte años ni sobrepasaba los veintiséis, decían. La señora, ya de experiencia, tenía una muy mala pasada en su imperio natal con el usurpador que le había quitado su virginidad solo para procrear hijos varones, pero al ver que había nacido aquella niña con esa extraña melena rosa como las flores del cerezo, la mandó a desaparecer enviándola lo más lejos posible, sin siquiera haberse asegurado del desafortunado futuro de su hija primogénita.

Había huido desde entonces. Siempre huía y ahora…

—Mi estimada señora, el emperador Itachi Uchiha es el actual Supremo del Fuego y nadie se opone a sus mandatos y decisiones —reiteró tajante mientras se alejaba de aquella casa.

Con resuelta habilidad se encaramó por detrás del fino carruaje, mismo que ya transportaba a la belleza más joven que jamás se había visto en aquella ciudad.

Piel nívea, larga melena lacia y rosada con ojos brillantes del color del jade. Espesas pestañas a juego con su cabello. Sakura era única y varios lo sabían. Había recibido propuestas a pesar de su corta edad, pero ninguno había podido ser tan desalmado como el emperador, quien la arrancaba de su casa y lejos de su madre. Después de haberla visto por primera vez mientras daba uno de sus paseos por la extensa ciudad, decidió que aquella chiquilla que llevaba por nombre Sakura Haruno sería la favorita más joven que jamás hubiera tenido.

«Que los dioses guarden a mi Sakura de las manos de aquel ser»; pensó la alarmada madre presa del temor, pero con cierta esperanza alojada en su corazón.

¿Cabía la posibilidad de que el emperador se arrepintiera de haber querido como su preferida a una muchachita inmadura? Tanto mentalmente como físicamente, su hija no estaba preparada para soportar los embates de la vida de la corte. Si bien Sakura se había criado en medio del trabajo duro y un panorama cruel para la clase más baja, ella aún quería aferrarse a vivir de sueños imposibles sin la más mínima esperanza de cumplir. Haruka siempre se preguntaba de dónde su hija había obtenido aquella alma pura y optimista que siempre observaba todo en positivo y al más vivo color si siempre se encontró rodeada de mucha crueldad.

Sin embargo, nadie decía nada. ¿Qué iba a decir ella que había tenido que acostumbrarse a todo aquello? Incluso se las habían arreglado para hacerles creer a los reinos exteriores y a otros imperios que en el Reino del Norte hasta los más pobres vivían como reyes, pero aquello era la blasfemia más grande que el Imperio del Fuego hubiera albergado jamás.

No obstante, ahora solo le preocupaba el futuro que le esperaba a su única e inocente hija. Ella no quería que repitiera su historia. No quería que viviera con miedo. Ella no quería que el destino se ensañase con su pequeña y joven Sakura. Por todos los medios que fuesen necesarios iba a impedir una cosa así. Si era necesario, moriría por su hija.

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Para una mujer como Ino Yamanaka los tiempos que corrían, épocas de guerra, no eran nada beneficiosos. Salir del Reino del Norte era sumamente difícil a causa de los rebeldes y sanguinarios guerreros del Reino del Sur, quienes seguían causando, ya desde hacía muchos años, estragos en las costas del Imperio del Fuego. Alegaban sin mucha repercusión real y sin mucho rumbo su descontento hacia el Reino del Norte y de su forma déspota de gobernar; sin embargo, tales daños beneficiarían mucho a su querida nación natal una vez estuviese casada con el príncipe del imperio.

La joven rubia de impresionantes ojos azules, sabía perfectamente que los hermanos Uchiha necesitarían de la influencia del Imperio del Hielo para subsanar los daños causados en su imperio luego de que los dos reinos restantes (el del Sur y el del Este), intentaran por todos los medios bajar del trono al Reino del Norte y derrocar al Clan Uchiha para hacerse con el poder absoluto del imperio entero.

La educada rubia se dio la vuelta y alcanzó a tomar entre sus manos de porcelana un pequeño espejo que había sido regalo de su madrina. Aquella despampanante castaña de sangre y porte digno del su Imperio, cuya esencia que seguía viva (a pesar de su desaparición física) ya era opacada por las interminables guerras en el Imperio del Fuego. Sus padres estaban ahora en sus tierras arreglando algunos asuntos que su noble madre tenía que rendir al presente emperador. Sabía de sobra que al Supremo del Hielo no le había agradado nunca que su única hija se hubiera casado con un militar del Imperio del Fuego, pero, ciertamente, ella misma se sentía muy a gusto con sus orígenes.

A pesar de que todas las orientales que había visto hasta ahora tenían rasgos bastante comunes, a ella le sentaba muy bien su largo cabello rubio platinado y sus ojos azules eléctricos, los cuales eran una herencia muy bien dada de parte de sus progenitores, sin contar que sus casi incomparables y bellos rasgos característicos del imperio de su prometido, eran perdición ante la mirada de cualquier hombre. Estaba completamente convencida de que aquello era la razón por la cual Sasuke Uchiha había caído rendido ante sus encantos, aunque al principio demostrara todo lo contrario y acusara al Imperio del Hielo de haberlos traicionado por actuar como intermediarios en la restructuración de su imperio, pues habían participado en el tratado que había dividido al imperio en cuatro Reinos debido a que compartían toda la frontera occidental.

—Mi señora —llamó una de sus doncellas en su habitual tono formal.

La voz apacible que aquella muchacha poseía le traía gratos recuerdos de su difunta y querida nodriza. Ella le había enseñado a usar su belleza e intelecto como arma de doble filo, y muy bien que aquellas clases le habían servido.

—Voy en un momento —respondió risueña al recordar a su querido y atractivo prometido de cabellos negros.

Estaba al tanto de que él no era un noble común y corriente, pues su familia le había dejado un gran legado territorial, intelectual y de poder, además, era el único hermano del emperador. Por cualquiera de los lados que se viera, el azabache era temible por su gran control sobre el fuego y su aterrador mirar de ónix.

Y sólo era de ella. Se relamió los labios y se acarició el talle a lo largo y ancho por sobre su delicado vestido extranjero. Pronto sería mujer de Sasuke Uchiha y lo disfrutaría al máximo.

Como que se llamaba Ino.

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Manos sudorosas. Ceño fruncido. Labios arrugados.

A pesar de llevar más o menos media hora en esa misma posición, Sakura aún era incapaz de articular palabra para preguntar cuál era la razón de tan inesperada visita de los guardianes del emperador, y ni siquiera la habían dejado despedirse de su madre. Una inquietud y rabia interna la corroía. Estaba dando su mayor esfuerzo para no explotar y empezar a repartir golpes e improperios.

La habían tratado con toda la fragilidad y delicadeza del mundo, tal como si fuese una señorita de sociedad a pesar de ser una simple plebeya. ¿Cuál era el motivo de tan sutil trato? ¿Por qué su majestad quería verla precisamente a ella? A una monda y vil campesina de dieciséis años…

A pesar de darle casi quinientas vueltas al asunto, la muchacha de ojos claros aún era incapaz de imaginarse y concluir el motivo de su señor para querer entenderse con ella, ya que no tenía ninguna importancia en la sociedad, solo era una sierva más.

—Os noto muy perdida en vuestros pensamientos —rompió el silencio un hombre con su voz suave pero fuerte.

El pelirrojo a su lado era consciente de cada mueca que se formaba en el angelical rostro de la niña que había amado desde que, de alguna manera, había aflojado su corazón. A pesar de haber vivido una vida triste y haber estado dispuesto a consagrar su vida a la venganza, Sakura había sido una luz en su vida, también su sombra. La enfermedad y la cura.

Desde muy joven se había autoproclamado como el protector y dueño del corazón de la joven (cosa que ya había logrado) y había asegurado que sería el primer hombre que besara sus castos labios. Pero éste último sueño aún no se le cumplía. Sasori había sido asignado como escolta personal de la nueva favorita de su señor amo y la tendría que acompañar hasta el final de sus días si la situación lo ameritaba. Le dolía en el fondo de su alma que precisamente ella tuviera que entregar su cuerpo al gobernante, pero él solo seguía órdenes. De lo contrario, su abuela, la única familia que le quedaba, sufriría las consecuencias de su desobediencia.

Ella no podía notarlo, pero Sasori, tan calculador como era, estaba maquinando algo en su cabeza.

—Aún no logro captar y canalizar alguna posible razón para estar sentada en este carruaje —mencionó por lo bajo. Sonaba confundida y atolondrada, pero Sasori la conocía lo suficiente para saber que se estaba conteniendo el temperamental carácter.

Entonces ella levantó su hermosa mirada jade y la posó sobre los ojos miel de su caballero andante, quien suspiró y cerró los ojos en señal de frustración. Tomó una de las pequeñas manos de la chica y la encerró como un tesoro entre las suyas. Se la llevó a la boca y depositó un casto beso en el dorso de su temblorosa mano. Dicho acto hizo sonrojar tenuemente a Sakura, quien aún no se acostumbraba a los galanteos que le hacía Sasori. En realidad, eran muy pocos, todo por respeto y porque su naturaleza solía ser estoica, pero en aquellas situaciones parecía destensarse y eso era lo que más le gustaba de él.

Con sólo una dulce mirada miel de aquel pelirrojo, su inocente corazón había quedado atrapado entre sus manos, no podía vivir sin verlo, aunque fuese de lejos, aunque solo fuese con la amistad que habían compartido desde niños… pero no fue hasta que una bella tarde él se había propuesto a hablarle con claridad y declararle sus sentimientos con toda la cantidad de palabras bonitas que se podían dedicar a una musa. El corazón de Sakura había dado un vuelco tremendo y lo había mirado con infinita ternura y adoración. Lo conocía desde los siete años y jamás lo había creído capaz de pronunciar tales palabras.

Fue a partir de ese momento, que la inexperta muchacha se había enamorado irreparablemente del joven caballero. Seguramente el amor más puro que nunca jamás se hubiera visto por esos lares. Inocente y fuerte, así catalogaba el pelirrojo al amor que sentía hacia la única mujer que lo había enamorado con aquella aura de paz, aun contra todo pronóstico.

—Quisiera poder expresar mis temores, pero temo que no soy yo el más indicado para dialogaros sobre vuestro futuro en el palacio —murmuró con furia contenida.

Sabría que dicha furia no era hacia ella, claro, sino furia hacia el emperador, aquel hombre proveniente del Clan Uchiha, aquel del cual solo provenía la desgracia. ¿Cómo ese maldito de Itachi podría haberla escogido precisamente a ella? A su Sakura. Aquella niña cándida que no conocía nada de la vida y que él se había encargado de proteger desde siempre.

—Ya lo he aclarado todo, seré una más de sus favoritas —aseguró portadora de semblante triste pero con un tono lleno de reproche y asco. Su voz y su expresión contrastaban a la perfección y, aun así, para Sasori, aquella imagen superpuesta era una clara prueba de sus armoniosas expresiones faciales, aunque hubiese preferido ver ese rostro en otras circunstancias más favorables para ambos.

«Tal vez en unos cuatrocientos años más»; se dijo lleno de impotencia.

Para Sakura todo había encajado brutalmente en cuanto se percató, pero su propia obstinación la había llevado por otros derroteros. El carruaje real en su búsqueda, casi diez soldados, un escolta dentro del carruaje… Sí, definitivamente si era lo que había estado pensando y posteriormente dicho. Apretó los puños. Cada vez se le hacía más difícil controlar su impulso de salir corriendo, de hacer algo estúpido y poner en peligro la integridad de Sasori como guardia imperial. No podía hacer eso.

¿Y qué le pasaría a su madre si cometía cualquier estupidez? Estaba atada de pies y manos y eso solo conseguía presionarla aún más.

Sasori la miró de soslayo y cerró nuevamente los ojos, su amada no se merecía aquello, no se merecía que el primer hombre en su vida fuese ese maldito. Él mismo había mantenido la esperanza de pedirle matrimonio cuando cumpliera la edad necesaria, ahora con todo el asunto de la favorita las cosas se le complicaban más de lo que ya lo estaban por naturaleza.

Su mano viajó del asiento hasta el blanco mentón de la joven con hebras exóticas, lo que causó que ella volteara su mirar hacia él. Su rostro era un poema contradictorio, sonrojado de furia y timidez por su contacto. Sasori pensó que se veía como la definición del arte que siempre se había preocupado por inmortalizar. Le sonrió con sutileza, sacando a relucir la pizca de dulzura muy rara en él, pero bastó recordar al emperador para que su ceño se frunciera y sus labios se comprimieran.

Prácticamente había crecido a su lado, cuidándola de cualquier cosa, aun si se decía en un inicio que la vida de ella no era su problema… pero no había podido evitarlo, había caído después de un largo tiempo de letargo.

—No quiero que él os toque —confesó. Su tono era bajo y casi colérico. Acunó entre sus palmas el rostro sonrojado de la chica—. Iba a pediros en matrimonio cuando fuese requerido y vos cumplieseis vuestra mayoría de edad —concluyó con sus pupilas viajando de los ojos hasta los labios sonrosados.

—Besadme. —Fue una petición sorpresiva y demandante de su parte, impulsiva como solo ella podía serlo.

Sasori se desconcertó, pero como guiado por la melodía de su voz, se acercó hasta que los centímetros entre ambos rostros fueron escasos.

—Nunca me habéis dejado besaros —susurró. Su cálido aliento hizo erizar la piel de Sakura.

Ella apoyó su frente contra la de él antes de expulsar el aire que había estado conteniendo. Se sentía molesta e impotente. El hecho de no poder hacer nada era una tortura.

—Ahora os lo pido, cabe la posibilidad de que este sea el primer y último beso que reciba de vos —respondió.

¿Quizás exageraba? ¿Quizás estaba siendo pesimista? Aún pensó largamente en ello, con los ojos cerrados y notablemente contrariada cuando su corazón empezó a latir frenéticamente. La cercanía de Sasori la embargó y le hizo olvidar todo por un segundo.

—Shh… no digáis eso. —La silenció con una inusitada suavidad, cuando ya su voz había perdido fuerza.

Sasori rozó su nariz con la de ella y luego selló sus labios.

Sakura dio un respingo al sentir aquel contacto, nunca había sido besada. No era para menos, las señoritas no iban por el mundo besando a todo aquel que lo pidiera. Ella no era una joven de sociedad, pero su madre la había criado con tanta devoción y cariño que se preocupó por inculcarle buenos valores a su única hija.

Se llenó de júbilo cuando el pelirrojo tomó su labio inferior entre los suyos y colocó una mano en su nuca para profundizar el (hasta ahora) inocente beso. De forma inconsciente, colocó sus delicadas manos en el pecho del chico y luego las subió lentamente hasta llegar a su cuello, rodeándolo así con sus extremidades. Él guio a Sakura y causó que abriera aún más sus labios para poder introducir su lengua y saborear todo a su paso. Ella emitió un suave gemido que murió en la boca de su compañero y Sasori afianzó el brazo libre alrededor de su cintura para apegarla aún más a él.

Como un soldado con una misión muy fija en mente, jamás había besado a alguien con tanto sentimiento. Parecía irrisorio, algo que no iba con su habitual personalidad. Había tenido algunas acompañantes, por deseo o por cumplir el objetivo, así que ninguna de ellas podía compararse con Sakura. Lo que sentían a ahora era imposible de describir en palabras, así mismo se sentía la muchacha, pues estaba segura de que no había letras que pudieran formar una palabra coherente para expresar lo que vivía en ese instante. Ella quería imaginarse una vida junto a Sasori, tener hijos, un hogar, ser felices…

Pero cada minuto que transcurría era un paso más a su calvario. Sus sueños se romperían de un momento a otro, el amor que sentían mutuamente era tan fuerte como frágil. Se amaban con integridad y fervor, sí, pero ella ahora sería única y exclusivamente de la propiedad de su emperador y pronto amo, sería una más de ellas, las Favoritas. Aquello era la más explícita muestra de fragilidad, ella nunca podría ser del hombre al cual amaba.

Tal vez Sasori la dejara de amar algún día, y en ese mismo instante ella moriría de puro dolor y tristeza. No quería imaginarse lo peor, pero era inevitable que varias situaciones acudieran a su imaginación. Presionó los dedos contra el pecho contario y ambos se separaron con la respiración entrecortada. Se limitaron a mirarse directamente a los ojos. Ella sollozó.

—No lloréis. —Su voz era el estoicismo que albergaba la cólera detrás. Estando aún cerca de sus labios, susurraba con voz apaciguada palabras de aliento.

—No quiero ser de él, no quiero —murmuró con asco y autocompasión. entremezclado con autocompasión. Sasori la estrechó fuertemente entre sus brazos para que, por al menos un momento, se sintiera segura.

—Yo seré vuestro escolta y os protegeré. Haré todo lo que esté a mi alcance para sacaros de allí hasta que pueda pedir vuestra mano —aseguró con fervor y determinación.

Aquellas palabras le dieron un poco de esperanza a la muchacha de hebras rosadas. Esperaría por Sasori. Sí, esperaría… hasta la muerte si fuese preciso, porque lo amaba y quería estar con él. Podrían poseer su cuerpo, ultrajarlo y hasta marcarlo; pero jamás alguien que no fuera Sasori llegaría a su alma y corazón. Nadie sería capaz porque sabía que ese lugar tenía su nombre grabado con fuego. Los sentimientos compartidos eran indescriptible, fuertes y duraderos, cimentados y cuidados durante años.

Su alma y su amor ya eran de Sasori. Su cuerpo y su inocencia serían del emperador Itachi.

Con todo el pesar del mundo.

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¿Opiniones? ¿Hay algún lector del 2011 por allí?

¡Saludos!