CAPÍTULO 1
El sol se estaba poniendo ya por el horizonte cuando Sett llegó a su casa. Había sido un día productivo: Los combates habían fluído con normalidad, un par o tres de muertes en el estadio, nuevos campeones a su favor, las masas aclamando, la chicas besándole los talones... En fin, un día que en realidad era lo normal. Soltó un largo suspiro delante de la casa que lo había visto nacer, crecer y... mentir a su madre. Por supuesto que se sentía mal, pero era un mal menor. Mientras su madre viviera bien, eso era lo único que le importaba.
— Ya estoy en casa. —abrió la puerta con cuidado. No era de noche, por lo que su madre no estaba durmiendo. Al haber acabado antes (aquel día la gente moría muy rápido), y aunque los beneficios económicos se habían disparado, sintió la necesidad de volver. El tintineo de la bolsa de monedas le recordó qué era lo primero que deseaba hacer antes de nada: dársela a su madre.
— ¡Settrigh, hijo mío! —la madre se levantó de la mesa en la que estaba y corrió a abrazar a su querido vástago. Lo colmó de besos a tal punto que el hombre se sintió incómodo.
— Madre, ya no soy un niño. —la separó dulcemente. Su expresión estaba renovada, tenía una suave y sincera expresión que denotaba el profundo amor que sentía por su progenitora le decía a esta que no estaba molesto por la atención que recibía.
— Siempre serás mi pequeñín para mí. —le contestó—. Aunque me dobles en altura y envergadura.
Sett se encogió de hombros. Se sacó la bolsa del bolsillo y se la tendió.
— Me han pagado hoy también. Compra mañana lo que quieras para comer.
— ¿Qué has estado construyendo hoy? En realidad, ¿qué has mandado construir? Siendo el jefe de la obra... —soltó una risita orgullosa por lo bajo y el mestizo se sintió peor. Era el Jefe, de eso no cabía duda. Lo que su madre ignoraba era en qué.
— En realidad —no estaba muy inspirado, así que optó por algo sencillo—, hoy no hemos construido nada.
— ¿Ah, no? —la mujer se sorprendió.
— No. Hemos estado revisando todas las construcciones, repasado planos de futuros edificios. Ya sabes, lo típico. Me han dejado salir antes incluso.
— Qué chico tan bueno tengo. —la sonrisa de la madre se hizo más amplia—. Vamos, que hoy voy a hacer tu plato favorito.
¿Qué parte no entiende de "No soy un niño"?
— Eso es estupendo mamá, pero la verdad es que estoy un poco cansado. Tengo los músculos un pelín agarrotados. —se masajeó los trapecios fingiendo dolor—. ¿Te importa si me voy a dormir?
— ¡No sin haber comido nada! —la mujer era dulce, hasta que su hijo empezaba a saltarse comidas. No era la primera vez que lo hacía. Sett puso los ojos en blanco y se rindió.
— De acueeerdo. —gruñó—. Voy a echarme. Llámame cuando la cena esté lista.
La vastaya asintió, contenta de haber conseguido su objetivo.
— ¡Que no se te olvide lavarte las manos antes de sentarte en la mesa!
O.o.O.o.O
— ¡Hemos identificado la casa del híbrido! Todos sabéis lo que debéis hacer, ¿verdad?
Un coro de unos 18 hombres gritaron al unísono, provocando que una décimo novena persona tuviera que taparse los oídos. En comparación, esa persona destacaba por encima del grupo de mercenarios en todos los aspectos. Era delgada, esbelta y su pelo le llegaba hasta más abajo de la cintura. Pero ante todo, lo que más la hacía destacar era el hecho de ser mujer. Una mujer entre un grupo de hombres. Quizá ese era el motivo por el que estaba más orgullosa: Pese a ser la más joven y la más novata se había ganado el respeto de los presentes. Como noxiana huérfana, huyó de su ciudad natal al no verse identificada con sus ideales expansionistas, acción harta contradictoria dadas las circunstancias que la llevaron a unirse a un grupo noxiano de piratas que planeaban acabar con el reinado del tan temible bastardo híbrido que reinaba en la arena de Jonia. La muchacha, llamada Elda, tan solo quería descubrir cual era su lugar en el mundo.
Jonia era un lugar mágico y no solo en el sentido literal de la palabra. Tras llegar en barco al archipiélago pudo ver cosas que no había visto nunca, desde bosques frondosos con luz propia a criaturas distintas la mar de pintorescas. Siempre había algo por descubrir y cada noche Elda se separaba de sus compañeros para explorar. Pero no todo en la región era hermoso y místico: En su corta vida de casi dieciocho años los horrores de la arena la habían indignado a tal punto que evitaba por todos los medios acercarse a ese lugar mientras estuviera en las Tierras Primigenias. Quizá era una de las razones por las que había aceptado al final llevar a cabo la misión.
— ¿Sabéis también que no será facil, no? —dijo ella, sin dejar que la preocupación empañara su voz—. "El Jefe" no será tan tonto como para caer en vuestra emboscada. He visto lo que le hizo a su antiguo campeón. Es una bestia. Estoy segura de que podrá acabar con todos nosotros en menos de lo que dura un parpadeo.
El líder de los mercenarios —aunque habría que catalogarlos más en la sección de bandidos—, se volvió hacia ella, arqueando una ceja.
— ¿Y qué sugieres que hagamos, exiliada?
Ah, sí. Se había ganado el respeto de todos... excepto del mandamás.
— Si queréis pillar a alguien con la guardia baja, primero tenéis que ganaros su confianza. Sencillo y rápido. Las puñaladas por la espalda suelen ser más efectivas que un enfrentamiento directo que no podemos ganar.
Ahora sí que contaba con la atención de los presentes. Uno de los más jóvenes a quien consideraba buen amigo, se puso detrás de ella y le sacudió el brazo.
— ¿Qué haces? ¡No deberías haber dicho nada! —murmuró.
— Calla, Thandel. Solo he propuesto una solución.
— Sí, pero... ya sabes como es el jefe...
— Tranquilízate. Estás poniéndome nerviosa.
Se aclaró la garganta a la espera de un veredicto a su plan. El hombre sonrió, dejando entrever unos dientes sucios y amarillentos.
— ¿Te ofreces tú entonces a llevar a cabo la misión?
Elda parpadeó.
— ¿Perdón?
Los murmullos entre la gente llenaron el lugar y la joven se cruzó de brazos, molesta. La macabra sonrisa del líder se hizo más amplia. Abrió los brazos y sacó pecho, mirando a su compatriotas.
— Chicos, ¡está decidido! Elda será nuestra conexión directa con el mestizo.
— ¿Qué? Ah, no. No. De eso nada. —negó vehementemente—. No pienso mezclarme con ese bruto. He visto lo que hace con sus "amigos". Que vaya otro.
— Vas a ir tú y no se hable más. A menos que quieras encargarte de las labores de mantenimiento de nuestro barco, empezando por el baño.
Elda se estremeció. Ni por todo lo sagrado del planeta se iba a encargar otra vez de ese lugar; La última casi se puso enferma solo de olerlo. Tampoco serviría de mucho seguir mareando la perdiz así que tras un exhalar un hondo suspiro, descruzó los brazos y asintió.
— De acuerdo. Dime qué tengo que hacer.
O.o.O.o.O
El plan era simple: tenía dos meses para que Sett confiara en ella, dos en los que debía asesinarlo y hacerse con los papeles de su propiedad de las arenas. Una invasión encubierta, como les gustaba llamarlo. ¡Cuánta ironía junta! Por vigésima sexta vez Elda se preguntó cómo había acabado allí. Quizá eran las risas de sus compañeros, el libre albedrío, las noches sin dormir contándose historias entre los más jóvenes, las palizas colectivas por desobedecer... quién sabe. Elda terminó de ensillar a su caballo y se acomodó encima para partir cuando el líder de los bandidos la detuvo.
— Recuerda: Tienes dos meses. Pasado ese plazo, o vuelves y afrontas tu destino o será mejor que corras. Y más te vale estar bien escondida.
— Bla, bla. —se mofó ella—. Esa amenaza la he escuchado miles de veces a lo largo de los años con vosotros. Búscate una mejor.
El hombre reguñó, una misteriosa mueca le decían a la chica que no tramaba nada bueno.
— Antes de que te vayas, ¿has pensado en cómo vas a ganarte la confianza del mestizo?
La muchacha miró al cielo con el ceño fruncido. No había caído en ello.
— Ya me las arreglaré. ¿Algo más?
— Voy a darte algo con lo que empezar. —sintió de pronto un dolor lacerante en el costado y vio que su líder le había clavado su propio puñal bajo las costillas. Se quedó sin aire. De las cosas que pensaba que podría haberle hecho, esa era la última.
— ¿Qué... narices...?
— Te hemos enseñado la ruta hacia la casa. Corre o te desangrarás. —el líder azotó al caballo y este salió al trote. De lejos, escuchó al hombre gritar—. ¡Dentro de dos semanas enviaremos a alguien a comprobar cómo va la cosa! ¡Tienes órdenes de reportarle cualquier ventaja que puedas darnos! ¡Eso, si no has muerto para entonces!
Elda se cubrió el costado con una mano mientras maldecía de mil maneras diferentes a su jefe. No era una herida mortal (aunque dolía a rabiar) pero podría haberle, no sé, dado una paliza en vez de apuñalarla. Al menos podía conservar el puñal: Algún día le devolvería el gesto, claro que sí. El trayecto se le hizo mucho más largo de lo que pensaba, en parte por la herida que no dejaba de sangrar y que ya manchaba la silla, y en parte por los ojos que poco a poco se le iban cerrando. Parpadeó para seguir consciente.
A lo lejos por fin, divisó una gran casa escondida entre los árboles, lejos de la civilización. Según los informes, Sett y su madre habían decidido ese lugar para alejarse de los abusones que le recordaban que era un mestizo y que aunque ahora nadie se atrevía a mediarles palabra, entendía lo que era no querer ver caras amargamente familiares. Detuvo al caballo a pocos metros de la entrada, bajó como pudo y se dirigió cojeando a la puerta. Dio tres ligeros toques, casi sin fuerzas y esperó. Al principio no oyó nada salvo la suave brisa, el canto de los pájaros al atardecer y la sangre goteando en los escalones de piedra pulida. Estuvo a punto de dar media vuelta cuando la puerta de roble se abrió y una hermosa mujer vastaya de largos cabellos violáceos emergió de ella.
Elda esbozó una cansada sonrisa. Lo había conseguido.
— Discúlpeme señorita —dijo—. ¿No tendrá usted por casualidad unas vendas?
La mujer siguió el brazo de la muchacha hasta encontrar la mano cubierta de sangre y abrió unos ojos como platos. Se mordió el labio, debatiéndose claramente entre ayudarla y dejarla entrar o...
— Lo siento mucho —presionó—. No quisiera causarle ninguna molestia. Me han atacado unos bandidos noxianos cuando me dirigía a la ciudad y en mi huida fui a parar aquí. Me iré a la ciudad ahora, supongo que los bandidos se habrán ido ya.
Elda iba a darse la vuelta cuando la mano pálida y suave de la mujer la detuvo por el hombro.
— Espera. —susurró. Su voz, suave como el terciopelo hacía que cada sílaba fuera como una dulce melodía. ¿Era ese el poder de un vastaya? ¿Su esencia misma? Por un segundo se olvidó de su propósito y cuando entró en la casa ayudada por la mujer, se maravilló del exquisito olor que desprendía. Sentía que aquella dama podía rivalizar en belleza a cualquier noxiana que se preciara. ¿Qué noxiana? ¡Al mundo entero!
La punzada en el costado la devolvió a la realidad. Se encontró sentada en un espacioso sofá, la camiseta medio levantada y la señora a su lado, aplicando un misterioso ungüento a la herida.
— Chiquilla. —habló ella—. Han estado a punto de perforarte el riñón. ¿Dices que estabas huyendo? No veo rasgadura de movimiento.
Los labios de Elda formaron una fina línea. Tendría que haber sabido que la familia del mestizo no era estúpida.
— Me... —tragó saliva—. Me sorprendieron mientras daba de beber al caballo.
— Pero tu compañero parecía sediento, querida.
Mierda, mierda.
— No... no me dio tiempo a darle de beber.
— Entiendo. —la mujer se levantó. Después de cortar y pegar las vendas, dejó las tijeras en la mesa y la volvió a ayudar a incorporarse—. Descansa lo que necesites y recupera fuerzas.
— Muchas gracias, yo... me iré en cuanto pueda. No quiero molestar. —se reclinó y un suspiro escapó de sus labios. Quizá se debiera a la falta de sangre, pero se sentía tremendamente cansada. Al cerrar los ojos, su consciencia fue desvaneciéndose poco a poco hasta que la oscuridad se la tragó por completo.
Soñó con sus años en la banda. Cómo Thandel, Conrad, ella y los demás se hacían los dormidos en los camarotes para no ser descubiertos. Sin embargo, un demonio rojo entraba en la sala. Olisqueaba el aire en busca de sus presas. Quería gritar, huir... y allí seguía, debajo de las sábanas, temblando. El demonio rojo fijó su vista carmesí en ella a la vez que se iba acercando. Su nariz estaba muy pegada a su cuello. Sentía su boca abrirse, sus fauces casi cerniéndose sobre su cuello... y Elda despertó gritando.
El cabezazo que le metió a la persona que tenía delante fue tan colosal que se dice que fue escuchado en toda Jonia. El individuo cayó de bruces al suelo, soltando una buena sarta de improperios. La vastaya, que hasta ese momento tejía cerca de la ventana chilló y se tapó la boca con las manos. Cualquier conversación que el recién llegado y la mujer estuvieran teniendo se desvaneció igual que el humo de la chimenea, crepitando en un lado de la pared.
— ¿Qué demonios...? —la gran figura se incorporó masajeándose el tabique nasal, enrojecido del golpe.
— ¿Estás bien, Settrigh? —la madre sonaba preocupada por su vástago. La mente de Elda se esclareció por completo y por fin, pudo vislumbrar entre la penumbra al llamado Settrigh. Sett. La persona a la que tenía que matar.
Lo examinó, desde sus cortas y puntiagudas orejas enmarcadas por un cabello rojizo y desmelenado, pasando por unos ojos asalvajados, fieros y despiadados de tono escarlata, hasta llegar al voluminoso y musculado cuerpo, tonificado gracias a los años de entrenamiento y luchas en la arena. Era la viva imagen de un bárbaro con clase. Y la forma en que la miraba, como si la estuviera matando sin llegar a hacerlo... La chica reprimió un estremecimiento. Fingió ponerse tímida, bajó la cabeza y juntó las manos.
— Perdóname el golpe. Tenía una pesadilla.
— De eso no me cabe duda. —su voz rasgada le confería un aire amenazador. Ni quitándole todas las cicatrices de la cara podría deshacerse de esa sensación de peligro que lo envolvía. Sett arrastró una silla para sentarse delante de ella, el respaldo colocado entre los dos.
— Vamos a ver. —apoyó los antebrazos en la madera mientras clavaba sus profundas pupilas en las de la muchacha—. Empecemos por tu nombre, procedencia e intenciones.
El nombre era comprensible, pero, ¿procedencia e intenciones? ¿En serio?
— ¡Settrigh...!
— No. Esto es necesario. No sabemos quién es.
— Me llamo Elda. —los interrumpió—. Provengo de un orfanato de Piltover. Estaba de turismo hasta que los bandidos me atacaron. Vine De polizón en un barco. ¿Contento?
Era un error decirle su procedencia. Sabiendo que Sett odiaba a los noxianos. Su padre era un humano de Noxus y los había abandonado, algo bastante triste, la verdad. Tampoco sería acertado hablar de Demacia por su fama de intransigentes con la magia. Sett chasqueó la lengua y se incorporó un pelín.
— No me lo trago.
Ahí va con el espabilado. Era más perspicaz de lo que le habían contado. Elda se cruzó de brazos, disimulando el dolor que eso le produjo.
— ¿Qué parte no te tragas? ¿Que venía de turismo desde Piltover después de que me echaran del Orfanato? ¿Que vine en un barco pesquero de polizón? ¿Que robé un caballo del establo cercano? Venga, denúnciame. Llévame a las autoridades. Cualquier lugar será mejor que vivir en la calle. ¿Y tú quién eres, por cierto? ¿Eres el esposo de esta señorita?
Se la estaba jugando a una carta con tanta pregunta, pero no tenía más remedio. La habitación quedó en silencio hasta que la madre se echó a reír. Un suspiro exasperado por parte de Sett le dijo que se lo había tragado al fin. Por precaución, siguió fingiendo estar a la defensiva.
— Los humanos sois criaturas fascinantes. —dijo su madre. Sett la miró con cara de pocos amigos.
— Mi nombre es Sett. Esta mujer de aquí es mi madre.
— Vale, ahora que nos hemos presentado, ¿puedo irme ya? No quiero seguir aquí molestando cuando claramente no soy bienvenida. Además, siempre puedo conseguir una habitación en alguna posada.
— ¿Sí? —el mestizo se inclinó por encima de la silla—. ¿Con qué dinero?
Mierda. Otra vez.
— Venderé el caballo. Pediré trabajo. No lo sé.
Tanta improvisación le provocaba dolor de cabeza.
— Settrigh, hijo. ¿Por qué no la presentas en tu trabajo? Parece una chica fuerte, seguro que puede afrontar el desafío.
Sett se puso tenso. Oír hablar de su trabajo como "constructor" no le hacía gracia.
— No es un trabajo para alguien como ella. —se levantó, echó las cortinas y se dirigió a la habitación contigua—. Mañana por la mañana te acompañaré personalmente a la ciudad. Es un largo camino, y si hay bandidos, les pasaré la factura.
Bien. De alguna forma el plan iba viento en popa.
O.o.O.o.O
¡Primer capítulo! No creo que tenga demasiado éxito en esta plataforma, pero si lo leen un par de personas ya estaré contenta. El nombre de Elda es artístico. Pensad en ella como si fuera vosotras/os, ¿de acuerdo?
