Capitulo XVII

Verdades

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Sora se asomó por el ventanal, las letras con el nombre del Café adornaban el vidrio, más allá de eso, no podía ver nada. La ventisca helada había cubierto toda Odaiba. Por precaución ante la tormenta, la ciudad se detuvo. Se cerraron calles, pidieron a las personas no salir de casa, a quienes estaban fuera, quedarse dónde estuvieran mejor resguardados, hasta que la tormenta pasara. Sora llevaba varias horas en el Café, Osamu y un par de clientes atrapados.

—Esto es una locura, debieron de haber suspendido las actividades desde ayer.

Osamu resopló.

—No hay mucho que hacer. Con algo de suerte tendremos electricidad…

Como si estuviera llamando la mala suerte, las bombillas comenzaron a parpadear.

Sora miro de reojo a su compañero de trabajo, casi le estaba echando la culpa de que pronto se quedarían sin luz con aquella mirada.

—Iré a buscar velas y ver si tenemos mantas e insumos. Quizás debamos pasar la noche aquí.

La idea no le agradaba. Miró el teléfono, todavía seguía sin tener señal en él. Alcanzó a avisarle a su mamá que estaba bien, a escribir en el grupo de los Elegidos preguntando cómo estaban los demás, todos estaban en casa, Taichi le estaba escribiendo al privado cuando la señal se perdió. De todas las personas en el mundo, habría preferido quedarse junto a él.

Las últimas semanas habían hablado mucho más, vivían pegados al teléfono. Su madre tuvo que ponerle un toque de queda a Sora para que no durmiera hasta hartas horas. Literalmente le quitaba el teléfono a las nueve de la noche, y se lo regresaba antes de salir al colegio. Hablaban de lo mucho que se extrañaban, de lo raro y nerviosos que estarían al encontrarse cara a cara después de acabar sus mensajes diciendo que se querían, después de al fin aceptar todo lo que se reusaban a decir, lo que sentían por el otro más allá de la emoción física, de sus pensamientos. Habían pasado un par de horas desde la tormenta y ya lo extrañaba a morir. Se sonrojaba al darse cuenta, no sabía que se podía estar tan feliz a causa de alguien.

—Ten —Osamu dejó caer una manta sobre los hombros de Sora. No se había dado cuenta de que estuvo abrazándose así misma a causa del frío—. También traje chocolate caliente. Encontré una vieja radio, funciona a batería, así estaremos informados un poco. La chimenea funciona, podemos usarla en última instancia.

Sora tomó asiento frente a la mesa. El chocolate caliente le ayudaba con el frío de las manos. Le agradeció a Osamu, la luz acabó yéndose. Las personas adentro encendieron la vela que el chico les hubo ofrecido con cerillos, tomó la cajetilla, la vela iluminó el rostro de Sora.

—Odio esto —dijo sorbiendo un poco de su chocolate—. No me gusta estar sin electricidad, sin cobertura en los teléfonos, sin saber de mis personas.

Osamu sonrió con sorna.

—Si lo miras de un modo positivo, es como viajar al pasado.

—No quiero viajar al pasado. No quiero vivir sin saber cómo están las personas que quiero. Tu lo llevas muy bien.

Osamu la miro insondable. Su mirada se clavaba sobre la suya.

—A veces es mejor que imaginar los peores escenarios —zanjó—. No sirve de nada angustiarse.

—Lo sé. Pero… —Sora hizo una pausa, sonrió—. Mejor háblame de algo agradable. Algo que no me haga pensar que mis amigos y madre están debajo de una capa de nieve odiándome porque no los he ido a buscar.

El otro pareció pensarlo un momento. Sonrió con nostalgia.

—Las pompas de jabón —dijo—. La mejor receta para que un niño no pare de reír por horas.

Sora, siendo tan gráfica como lo era, imaginó a muchos niños jugando con las burbujas, se sintió pequeña, sonrió como niña.

—El pasto verde —prosiguió el otro—. El sol cálido, pero no tanto como para quemarte.

—Pero sí lo suficientemente brillante para jugar todo el día con un balón y amigos.

—Solías jugar al futbol, ¿no? Algo escuché de tus amigos. ¿Cuál es tu historia?

El tiempo estaba horrible, pero la armonía dentro del Café era equilibrada, sutil, íntima.

—Así conocí a Taichi —Comenzaba a recordar y aquello la inundaba de emociones fuertes—. Íbamos juntos en el jardín de niños. Luego nos mudamos a Odaiba, él entró a la división varonil y yo a la de niñas. En ese tiempo tuve problemas con mi madre por el fútbol, luego con las chicas del equipo por un partido que no pude jugar y que perdimos, me echaron la culpa. Terminé abandonándolo. Pero Taichi me convenció de ingresar al equipo mixto y así pasaron los años, hasta que me di cuenta que no podía seguir en él. Había crecido, me comenzó a gustar vestir con faldas, mis rodillas tenían cicatrices a causa del juego y ya las notaba. Mi mamá me mostró un álbum de fotografías donde estaba ella jugando al tenis cuando tenía mi edad. Me dijo que podía enseñarme, si quería, y yo acepté para tener tiempo con ella. Me enamoré del tenis y no me dejaba marcas en la piel. Luego, un día, ya no jugué más fútbol y se acabó. Así sin más. Ni siquiera recuerdo la última vez…

Hubo un repentino silencio y, aunque sus ojos estaban cargados de añoranza, sonreía. Parecía haber hecho las pases con la chica que no le importaba tener marcas en las pantorrillas mientras correteaba un balón y, a su vez, con la que usaba faldas y blandita una raqueta. Ambas eran parte de ella, y estaba bien que convivieran, quizás en diferentes épocas, pero ambas eran ella y lo aceptaba.

—Pocas personas pueden decir que aman más de una cosa con tanta pasión así como tú. Me impresionas.

Sora sonrió.

—Bueno, a muchas personas no le gustó esa decisión.

—Déjame adivinar… ¿Taichi?

La risilla de la otra hizo sonreír a Osamu.

—No le gustan algunos cambios —Confesó—. Pero ya basta de hablar de mí o de mis amigos, ahora yo necesito la historia de las pompas de jabón. Tú turno.

La llama de la vela se movía, las sombras alrededor de ellos, también. Osamu pareció pensarlo, la miró como si intentara averiguar si podía confiar en ella. Bebió de su té, suspiró pesado.

—Mi historia con las pompas no tiene de mucho. A mi hermano le gustaban y nos divertíamos jugando con ellas.

—Buh —Takenouchi lo pateó debajo de la mesa—. Eso es trampa. Yo te dije algo muy personal.

—Si quieres que sea más íntimo, podría decirte que me gusta…

Sora rodó los ojos, volvió a patearlo.

—No quiero que comiences con tus tonterías. Habla, habla, habla…

—Pues, esa es la historia corta. Mi hermano siempre venía a mí, le encantaba que le soplara las pompas de jabón, ir al parque, cuando se raspaba la rodilla me buscaba a mí, no a papá, no a mamá, me sentía como un buen hermano mayor, estuve siempre para él, era como su héroe personal…

—Entonces creció y se volvió un adolescente cretino como todos.

Osamu bajó la mirada, lo que hizo que Sora se sintiera muy mal. Había metido la pata.

—Lo siento.

—Por qué. No está muerto ni nada.

—Puede que sea mucho más personal de lo que creí y no quería incomodarte.

El suspiro del otro fue sonoro. El viento silbaba afuera, Sora se estremeció. La tormenta seguía y el frío aumentaba. Osamu se levantó a encender la chimenea. El calor adentro se perdía. Sora lo acompañó, envuelta en la frazada que le habían tendido minutos atrás.

—Me dijiste que a tú mamá no le gustaba que jugaras fútbol —mencionó como si no quisiera saber—, ¿por qué?

—Tenía altas expectativas. Quería protegerme. No lo sé. Ella siempre tuvo la idea de que yo podría ser su niña delicada y yo siempre fui terca, ¿sabes? Le llevaba la contraria siempre, no a propósito, pero sucedía. Ella se molestaba, yo me molestaba, nos sentíamos ignoradas… y al final todo eso nos llevó a como estamos ahora. Nos va mejor —El fuego se sintió agradable apenas se encendió— Oh, qué bien se siente.

Miró las llamas y luego a Sora.

—Mis padres siempre estuvieron orgullosos de mí… a un nivel que no podría explicar—Sora prestó atención—. Era alguien que hacia todo bien, estaba en el cuadro de honor académico, el primero de Japón, excelente deportista, educado con todos, decía lo que las personas querían escuchar siempre y eso hacia que todos me quisieran —Volteó a mirarla, parecía que se desinflaba, que perdía un peso, pese a que también daba la impresión de que le costaba hablar—. Pero no estaba bien, ¿sabes? Cambié. Odiaba la atención. Odiaba jugar con Ken, mi hermanito. Odiaba que me elogiaran. Todos a mi alrededor decían que era buen hermano, buena persona, bueno… Entonces comencé a sentir que nadie me conocía, que nada de lo que decían era cierto, que no merecía todos los halagos, no era así. Me arrojé frente a un auto.

Sora abrió los ojos sin decir nada, sin moverse ni un poco. Entendía un poco por qué Osamu a veces se volvía odioso con los demás, con ella. Pero aún así estaba en shock. Osamu había intentado…

—Casi muero —retomó la historia—. No pude con la presión. No fallé pero el miedo a hacerlo era terrible. Traté mal a mis padres, a mi hermano que de por sí ya me odiaba por las comparaciones "por qué no puedes ser como tú hermano" le decían constantemente. Y tras el accidente, Ken se aisló. Reconocí que le había hecho mucho daño a quienes amaba. Me fui de la casa. Es decir, ya me había graduado, cursaba el primer año de universidad, podía hacerlo, irme y lo hice.

—Lamento haber abierto viejas heridas.

—Para nada. Hace mucho no recordaba las pompas de jabón ni la sonrisa de Ken. Siento mucha nostalgia, tampoco había vuelto a pensar en su sonrisa.

—¿Lo has vuelto a ver? A Ken.

—Lo intenté. Pero resulta que ahora me odia. No importa. Porque han pasado muchos meses desde entonces y sé que están mejor sin mi.

Sora se acercó, puso una mano sobre su hombro, terminó abrazándolo.

—No es cierto —consoló—. No sé cómo funciona tu dinámica familiar y sería muy pretencioso de mi parte decir que entiendo todo lo que sientes y estás pasando, pero, si te puedo decir algo, quizás basada en mi experiencia, es que los padres a veces no saben lo que están haciendo —Osamu rió por lo bajo—. Ellos fingen que saben lo que hacen, pero no. Se equivocan igual o peor que nosotros bajo la lógica de no dejarse llevar por las emociones a flor de piel. A veces nos idealizan, ponen sus sueños y esperanzas en nosotros y simplemente no pueden ver que están siendo irracionales.

Sora y Osamu rieron juntos. Hubo un momento, como una revelación, Osamu no tenía esa máscara de pretensión que solía usar. Esa mofa, esa grandeza de saberlo todo y quererlo todo. Se veía frágil, expuesto como un enorme grano en la nariz, aunque menos asqueroso. Sora le brindó una sonrisa afable, estaba allí para él, quería ser una mejor amiga, que entendiera que estaría allí cuando la necesitara. Pero fue fácil leer mal el momento, entre las bromas del otro cuando le coqueteaba, el hecho de haber compartido historias tan personales… Conectaron y estaban muy cerca. Osamu se inclinó, pero se detuvo a nada de sus labios. Sora se quedó inmóvil incluso cuando el otro tocó sus labios. Fue en ese momento que reaccionó. Lo alejó. Definitivamente no lo veía así. No se sentía así, no lo quería así.

—Lamento… yo no quise…

Sora negó con la cabeza.

—No, está bien. Entiendo, pero yo no… no… no me gustas así.

Osamu tomó distancia, sonrió de medio lado, no parecía nada contento.

—Descuida, Sora. Sé que te gusta ser el plato de segunda mesa de tu amiguito.

—Estas siendo muy cruel.

—¿Por decirte la verdad?

—¿Tú qué sabes?

—Lo suficientemente como para ver que eres muy inteligente, pero en este momento estás siendo ridícula.

—Por supuesto que lo soy, pensé que eras una buena persona, pero es evidente que no puedes lidiar con un "no", ¿cierto?

Sora estaba muy enfadada, tanto que se había puesto como tomate, pero Osamu sonreía sin importarle lo mal que estuviera la otra, como si nada ni nadie le importara más que él mismo.

—Ni que fueras tan importante. Te conté una absurda historia y bastó para dejarte besar.

La indignación, el hecho de que no le importara herirla solo porque él lo estaba. Ella había sido amable y él muy cruel. Cómo es que no se había dado cuenta de que era esa clase de persona, del tipo que no le importaba más que parecer inmutable a costa del dolor de alguien más.

—Eres un… olvídalo —Sora se puedo de pie, dispuesta a alejarse de él—. No vales la pena. Quiero pensar que de verdad eres tan inmaduro emocionalmente que solo está hablando tu ego herido.

Se dio la media vuelta, pero Osamu no se quedó callado, levantó la voz:

—Al menos yo tengo algo de orgullo, podría darte un poco, así dejas de perseguir a un chico que hoy dice que te quiere y al día siguiente se lía con otra. Esa dependencia emocional es un asco. Deberías de quererte más.

—¿¡Y qué?! —exclamó, ya cansada del otro—. No es asunto tuyo. Si soy una idiota, si me gusta alguien que estuvo confundido o si tengo dependencia emocional. Yo no soy la que está siendo una imbécil, la que está sin amigos, la que vive en un cuchitril, probablemente, porque no es capaz de creer en sí mismo y le tiene miedo a fracasar mientras fracasa.

—¡Sí es mi asunto porque tú me gustas!, ¡¿bien?! Y el hecho de que no seas capaz de ver que te gusto solo porque estás obsesiona con él… ¿Cuántas oportunidades le tendrás que dar para notar que no es para ti?

—No es tu problema.

—Claro. Entiendo. Estás despedida.

Qué.

Sora caminó hacia Osamu, le hervía la sangre. Pero se tranquilizó y le sonrió una vez que estuvo cerca. El otro ni se inmutó.

—Entonces no hay motivo para no hacer esto —Sora movió con rapidez su mano y la asestó contra su rostro.

La cachetada resonó en toda la sala. Se dio media vuelta, el cuerpo le temblaba, estaba a punto de caer en llanto.

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La energía regresó, los mensajes comenzaban a entrar uno tras otro sin parar. Muchos de su padre, otros de su madre, la mayoría del chat grupal, de Taichi. Leyó algunos por encima, respondió a los más importantes. Taichi no tardó en hacerle una videollamada. Colgó. Estaba en el baño, sintiéndose la peor de las personas. ¿Por qué no se alejó de Osamu? ¿Por qué dejó que la besara? Sintió vergüenza, pena por aquél muchacho roto, aunque se portó como un idiota, una parte de ella comprendía el por qué lo hacía. No era justo, no podía sentir empatía por alguien así, la humilló, la insultó, la despidió y aún así sentía tanto miedo. Osamu la besó, ¿qué pensaría Taichi? No paraba de tiritar.

Taichi volvió a llamar. Sora atendió, apenas vio el rostro del otro, las lagrimas salieron.

Qué sucede, Sora, ¿estás bien? ¿Sucedió algo?

—Taichi, no me odies, por favor…

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Notas de autor.

Regresé con esta historia porque es una que comencé a hacer para sacar una idea y otras más. Es algo más para mí, por lo que no me exijo mucho. Comenzó desde una tablet y ahora desde un teléfono.

Sinceramente, recuerdo que no estaba planeado que el capítulo fuera así. Pero salió. Cómo dije, es más para mí por lo que sé que es imperfecto.