Disclaimer: los personajes de Naruto NO me pertenecen, sino al mangaka Masashi Kishimoto.

Sobre la historia: esta historia contiene temas que pueden herir la susceptibilidad de ciertos lectores; tales como lenguaje obsceno, tortura, violación, muerte de un personaje, entre otras cosas. Leer bajo su propio criterio. Gracias. Actualmente en edición desde el 23/06/2023. Número de palabras en este capítulo: 7017.

Advertencia del capítulo: muerte de un personaje.

Miss Toto. ¡Gracias por comentar! Pues sí, con el comportamiento de Sasuke no se esperaba nada más que su barbarie. Algún día tendrá su merecido.

Guest. La verdad, su odio va más allá de ello, pero así como tú lo esperas, yo espero que toda la explicación de sus acciones te resulte concluyente. No se sabe mucho de Mito, pero en este universo alternativo le daré su espacio, tanto a ella como a su relación con Hashirama y Madara. Ya descubierto el secreto de quién es Sakura, ya habrá cabida para explicar muchas cosas (incluido el odio hacia las mujeres pelirrojas de ojos verdes en el Imperio del Hielo). Y en cuanto a lo demás, Sasuke siendo Sasuke. Macabro y bestia. ¡Gracias por comentar!

Ceritiana. ¡Qué gusto que hayas decidido leerla! Me apego a algunos conceptos del canon para que resulte más fácil que alguien que no suele leer UA se enganche, parece que funciona jaja. Espero que te guste la actualización. ¡Gracias por tu comentario!

Gab. Qué extraño, siendo que no he censurado nada y hasta he agregado (y pienso agregar cosas que solo dejé muy implícitas) ciertas descripciones más detalladas, pero qué bueno que te esté gustando la historia, ¡agradezco tu comentario!

Sin más dilación…

¡A leer!

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Capítulo 18: Desesperación

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Muralla del Reino del Este, Hogar de la Reina Tsunade.

12 años atrás.

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El sol apenas se había ocultado cuando los jóvenes Kakashi Hatake y Rin Nohara volvían de un día completo de entrenamiento, aunque parecía que ninguno de los dos estaba realmente cansado. Después de haber crecido como alumnos del príncipe Minato Namikaze, no había muchos impedimentos para ellos en el mundo. Les había enseñado a defenderse muy bien y tener una resistencia envidiable.

Rin había quedado devastada después de recibir la noticia de que su tierra natal, la Nación del Agua, había sido destruida por completo después de su huida. Ocho años después de aquel suceso, todavía recordaba con mucha nostalgia la infancia entre sus calles alegres y la algarabía incesante de sus habitantes. Suspiró. Según lo que contaban, su antiguo maestro había muerto, algo que ella no hubiese creído de no ser porque nunca más volvió a aparecer.

¿Rin?

Ella ladeó la cabeza en dirección a la voz. El rostro enmascarado de Kakashi acentuaba el leve brillo de preocupación en sus ojos, incluso si en su voz no lo denotaba.

Recordaba a sensei... hizo todo para que pudiéramos salir ilesos y él no pudo salvarse. Irónico, ¿no? —soltó con un repentino mal sabor de boca.

Recordaba al pequeño bebé regordete de profundos ojos azules y cabello rubio como él, pero con el rostro redondeado y las facciones de la princesa Kushina, que había tenido que pasar por el destino terrible de la muerte al igual que sus padres.

Sensei fue un gran hombre, pero eso no lo salvó de la destrucción —pronunció el joven a su lado, monótono en su seriedad.

Rin se sonrojó hasta la raíz del cabello cuando Kakashi se echó el cabello húmedo hacia atrás, empapado de sudor por el entrenamiento, pero él ni siquiera reparó en ella antes de seguir caminando. La reina Tsunade les esperaba.

Continuaron en la misma dirección hasta que notaron a la reina en lo alto de la muralla, vigilando lo que ocurría en el exterior de sus límites. No tardaron en saltar para llegar a su lado, y aunque la mujer no parecía haberse percatado, lo cierto era que estaba consciente de los movimientos a su alrededor, pero mantenía la vista crítica en el camino solitario que se extendía más allá de la frontera del Este.

Tsunade-sama —saludaron con formalidad mientras se colocaba cada uno a un costado de la mujer.

Ella solo demostró que los había escuchado a través de un breve asentamiento, y aunque Kakashi optó por permanecer en silencio, no fue así para Rin, quien mostró un semblante contemplativo antes de lanzar su pregunta.

¿Qué estáis haciendo, su Majestad? —inquirió con curiosidad.

Kakashi la miró. Sus ojos cansados le lanzaban advertencias. Era mejor no molestar a Tsunade cuando estaba pensando algo con tanta insistencia, tal como se veía, pero le sorprendió el hecho de que la mencionada respondiera tan deprisa.

Recibí una alarma de la patrulla del camino —dijo, alertando a ambos adolescentes —, dijeron que alguien venía directo a esta puerta, sin caravana o escolta. Ordené que no le detuvieran a pesar de que se veía tambaleante.

¡Pero debemos llamar a los guardias Tsunade-sama! ¡Parece una trampa! —exclamó la muchacha un tanto asustada.

Esta puerta dirige directamente a la entrada sureste del Reino del Norte. ¿No es una tentativa de provocación? —sugirió Kakashi con el ceño fruncido.

Yo misma he pedido a los guardias que se retiren —aclaró e hizo enmudecer a Rin—. Con Madara Uchiha siendo uno de los consejeros de su clan, solo puedo esperar lo peor, así que más que un intento de provocación, parece una imprudencia premeditada —respondió en dirección a Kakashi.

Los dos jóvenes sopesaron aquella idea, aunque pronto se colocaron alerta cuando vieron la precaria y tambaleante silueta de alguien que se acercaba por el sendero. Rin jadeó en cuanto este entró en su rango de visión y ella lo detalló, lleno de sangre y con la ropa hecha jirones. Kakashi tensó los músculos, listo para inmovilizar al oponente a la par que Tsunade contemplaba su caminar con ojo crítico, pero no dio órdenes de moverse.

O está muy herido o está casi inconsciente —determinó en tono contundente.

Había visto demasiados casos clínicos en la vida como para que aquel actuar fuese considerado una especie de tentativa de reanudar los problemas entre ambos reinos, sin embargo, todo podía pasar cuando se trataba de ese odioso Clan Uchiha, la familia del odio. Con certeza, solo su amiga por correspondencia, Mikoto, era diferente al resto de su familia. No por nada se comentaba que el día de su nacimiento se vaticinó que ella traería el fin de la guerra.

Se concentró en los pasos irregulares de aquella persona, parsimoniosos y dolorosos. Parecía muy joven, quizás de la edad de Kakashi y Rin.

Se detuvo. —El susurro de la mujer más joven rasgó la tensión en el ambiente.

Cabizbajo y completamente paralizado, la figura al pie de la muralla parecía una estatua, fracturada y llena de impurezas. Así se quedó durante interminables momentos, solo hasta que sus manos se movieron con una temblorosa lentitud, la reina y ambos jóvenes tomaron verdaderas posiciones de combate.

Fue Kakashi el primero en percibir las intenciones del extraño.

¡Cuidado, Tsunade-sama! —exclamó hacia ella mientras él mismo extraía un kunai de su arsenal y se lanzaba hacia el extraño.

Rin saltó de igual manera, cayendo liviana en el suelo de tierra. Vio el brillo de la luna rojiza reflejarse sobre la superficie temblorosa del arma entre los dedos del extraño, pero cuando creyó que iba a atacar a Kakashi, la situación cambió completamente.

¡Sujetadle las manos, Kakashi! —La orden atronadora de la Reina del Este fue acatada con rapidez.

La propia Tsunade corrió en dirección a Kakashi y el extraño hombre, seguida muy de cerca por una cautelosa Rin, misma que no dudó en ayudar cuando vio la extraña situación que se estaba desarrollando.

Aquel hombre no había sacado un arma para defenderse de Kakashi, sino para apuñalarse a sí mismo en el cuello. La imagen a continuación era una que la joven médico del equipo recordaría por siempre.

Mientras Tsunade y Kakashi intentaban frenarle sin lastimarlo, Rin observó sus cabellos negros surcando su frente sudorosa, el pálido rostro ensangrentado, los labios agrietados y los ojos hundidos, en cuyos iris giraba furioso el Sharingan tan particular del Clan Uchiha. Murmuraba incoherencias mientras sus dos captores intentaban lidiar con su descomunal fuerza sin causar daños en su cuerpo. Tal arranque provenía de su irrefrenable deseo de morir según sus palabras, pues eso era todo lo que repetía en voz alta.

Debo morir, debo morir, debo morir —decía sin cesar, intentando clavarse el arma punzante en cualquier punto vital de su cuerpo.

Tsunade vio la oportunidad para propinar un golpe certero que le dejó inconsciente. Suspiró poco después. Aquel era un muchacho que no podía tener más edad que Kakashi y Rin. Pudo notar que no era dueño de sus acciones y que su Sharingan probablemente estaba descontrolado, podía decirlo incluso si nunca había tenido la oportunidad de estudiar el funcionamiento del glóbulo ocular de un Uchiha.

Era como si hubiese estado poseído —pronunció Rin completamente aterrorizada con su imagen.

¿Qué clase de afrenta es esta? —pronunció Kakashi.

Tsunade los observó a ambos. Rin se veía asustada y Kakashi, aún con la máscara de medio rostro, se notaba que tenía una mueca de disgusto que estaba pasando a ser de furia.

Lo llevaré al palacio antes de que cualquiera se dé cuenta —informó la rubia mientras cargaba al muchacho desmayado sobre el hombro.

Los ojos oscuros de Kakashi se afilaron.

Eso será muy peligroso para vos, Tsunade-sama. ¿Y si la guardia de los Uchiha lo viene siguiendo para recuperarlo? —argumentó él—. Puede ser parte de una trampa para vuestro reino.

Es lo único que queda, Kakashi. Si nos encuentran aquí con él o incluso si Tsunade-sama lo lleva de vuelta, puede servir de excusa para atacarnos —objetó Rin con rápido sentido común.

Vamos —instruyó la reina sin esperar a que ambos jóvenes se pusiesen de acuerdo. No tenía tiempo.

Ambos la siguieron hacia el palacio casi de inmediato.

No sería hasta el día siguiente que recaudarían algunas piezas para resolver el extraño suceso, pues la noticia de que el Clan Uchiha había sido masacrado casi por completo debido a un ataque de los miembros cautivos del Clan Hyūga, se regó por toda la región.

Tsunade, Kakashi y Rin tenían los primeros indicios de que aquella noticia ocultaba una macabra verdad detrás.

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Las primeras horas de la mañana transcurrieron entre murmullos, apuros, frustraciones y desesperaciones. La reconstrucción de las zonas que habían sido destruidas durante el ataque de Akatsuki, estaba avanzando tan rápido como se esperaría de la capital del Imperio, pero aquello solo había causado que se retrasara la coronación de manera indefinida.

Ino Uchiha, quien hasta hace poco había sido una Yamanaka, una más en la línea de sucesión del Imperio del Hielo, la hija de un respetado general, ahora se veía reducida a una cámara privada destinada a la princesa imperial, un título que había aceptado tener de buena gana cuando todavía no sabía el suplicio que tendría que vivir junto a Sasuke.

Se encontraba en la sala de bordado con el resto de las mujeres, algunas pocas nobles y las degradantes favoritas del emperador, a quienes Ino ni siquiera deseaba ver en eventos oficiales pero que, de alguna manera, la disposición de su palacio siempre se encargaba de recordarle que tenía que estar acompañada por ellas. De entre todas, probablemente solo soportaba a Hinata, y solo porque había sido una princesa antes de perder todos sus títulos y privilegios.

Estaba frustrada y terriblemente asqueada por todo lo que había tenido que pasar debido a su capricho inicial por el príncipe Sasuke, mismo que de príncipe solo llevaba el título. Su única esperanza, lo único que le aseguraría que este matrimonio no había sido en vano, es que ambos fueran coronados pronto, él como el nuevo Supremo, el gran emperador del Fuego y ella como su reina consorte, aunque su sacrificio hubiese válido más si la coronaban como emperatriz, casi con los mismos derechos que él, pero su título solo se limitaría al Castillo en Llamas, dentro del cual sería capaz de mandar en cuanto a organización...

La rubia apretó la balaustrada del balcón hasta que sus nudillos palidecieron. Profirió un bufido al viento, sintiendo la amargura de su pérfida suerte. Ella tendría que estar pensando en todo menos en títulos y coronaciones, tendría que estar pensando en formar una familia, en lo mucho que amaba a su marido o incluso (aunque fuese sumamente vergonzoso pensar en ello durante el día) en las manos de Sasuke recorriendo su cuerpo en su lecho nupcial; sin embargo, nada estaba más lejos de esos pensamientos sin fundamentos.

Su noche de bodas había sido infeliz, sin pizca de delicadeza. Sasuke no había hecho más que mantenerse callado mientras le levantaba las enaguas y ella había llorado en silencio por su virginidad perdida bajo sus toques bruscos, sin amor ni besos. Ni siquiera le había quitado el vestido, ni repartido caricias. No le había besado los labios ni pensado en ella como su esposa, una persona a la que debería tratar de una manera diferente a la forma en la que trataba con sus meretrices.

Y para terminar de adornar sus días de frustración, él la había dejado sola en el lecho para ir tras aquella muchachita de cabellos exóticos, persiguiendo a la favorita que se había escapado con uno de los capitanes de sus escuadrones de batalla. Vaya dicha matrimonial. Sentía vergüenza de su ingenuidad al conocer a Sasuke y sintió pena de sí misma por no haber sido capaz de burlar el compromiso.

«No había manera»; se dijo. Era un hecho desde que se firmó el pacto que ella formaría parte de la familia imperial del Fuego, queriéndolo o no; lo que le faltaba saber, era el porqué de haber sido prometida a Sasuke y no a Itachi como le había comentado su madre antes de casarse. Dudaba que Itachi la hubiese despreciado y que por ello el consejero Madara hubiese propuesto una alternativa.

—No deberíais apretar tanto vuestras manos. Os podríais lastimar.

Aquella voz la devolvió a la realidad, sacándola de improvisto de todo pensamiento. Solo bastó que levantara un poco la mirada para observar el semblante pálido y los ojos negros del ninja que se le había asignado como protector personal. Estaba acuclillado sobre la rama más cercana del árbol deshojado junto a su balcón, portando la sonrisa más artificial que podría haber visto jamás. Se preguntaba por qué razón él actuaba de esa manera incluso frente a ella.

Ino observó hacia atrás, justo sobre su hombro, solo para comprobar que todas las damas seguían enfocadas en sus bordados.

—Pensé que no estaríais por aquí a esta hora de rutinas femeninas. Estáis siendo invasivo en mi cámara privada, así que os ordeno que os vayáis —ordenó con un tono firme.

—Trabajo para Su Majestad, el emperador Itachi Uchiha, princesa, no para vos —respondió sin una pizca de duda ni delicadeza, con total desparpajo.

La rubia contuvo un jadeo por su osadía. No podía entender cómo él podía responderle de esa manera sin temer a la muerte. Era como si no midiera la magnitud de sus oraciones.

—Entiendo que debáis cuidar de mí, pero siempre aparecéis sin previo aviso en mi balcón. Antes era por las noches, pero ahora incluso aparecéis de día cuando estoy con el resto de las mujeres. No es el deber ser —reprendió con cierto reproche.

Sai asintió, aparentemente entendido y conforme, pero su instrucción entró por un oído y salió por el otro más rápido que un criminal escapando de su destino en el calabozo.

—Su Alteza.

La aludida tomó una profunda bocanada de aire al oír la voz femenina. Cerró los ojos unos segundos y volvió a abrirlos. Ya no había rastros de Sai, se fijó, pero se recuperó rápido para girarse hacia la nueva presencia en el balcón.

Aquel cabello espantosamente rojo y sus ojos de rubí al fuego, la enfermaban. Karin, así se llamaba aquella meretriz, la que siempre buscaba a Sasuke y pululaba a su alrededor como un mosquito, sin dignidad ni recato alguno. ¿Es que acaso no había exigido ya que solo Hinata tuviese permitido hablarle?

—¿Qué queréis? —Aunque molesta, Ino mantuvo la compostura de la realeza, con las manos juntas sobre la tela del incómodo obi del kimono, un tipo de atuendo que apenas se estaba acostumbrado a llevar.

La pelirroja pareció dudar unos momentos. Ino estaba conteniéndose para no gritarle.

—Se nos ha dado el aviso de que todas debemos estar en el patio interior del castillo —informó por fin.

La princesa imperial arqueó una ceja. ¿Todas? ¿Todas quiénes? Francamente. ¿Esa favorita la estaba colocando a la misma altura que ella y el resto de las mujeres dentro de ese palacio?

—¿A qué os referís con todas? —cuestionó con lentitud empleando un cariz mordaz.

Karin tragó grueso. La energía de la nueva princesa estaba más fuerte que nunca y eso la afectaba un poco, pero sabía que debía mantenerse estable frente a ella si no quería ser el motivo para que su furia contenida se agrandara. Había algo realmente aterrador en su apariencia. Quizás era ese cabello platinado, o tal vez sus ojos azulados que a veces parecían bailar entre las tonalidades de un frío gris.

—Quiero decir, que a las Favoritas se nos ha ordenado acompañaros a vos, Su Alteza imperial, al patio interior.

Con la corrección, el mentón de Ino se elevó. Aquella sentencia estaba mucho mejor organizada que la que había dicho en un inicio. Para ella era de verdad difícil tolerar tanta indecencia en un solo lugar, pero esperaba echar a todas las Favoritas a la calle en cuanto fuese reina.

—Bien, entonces vamos.

Todas se abrieron paso para hacerle el camino a la princesa y renovaron el caminar una vez que esta estuvo en la cabecera de la corte de damas. Cuando Ino cruzó la puerta de salida, lo primero que vio fue a Sai, mismo que se inclinó profundamente y con un estoicismo envidiable que la perturbó por unos segundos. Las expresiones de aquel ninja le daban escalofríos, pero continuó su camino presidiendo a las mujeres.

El camino hasta el patio interior fue corto, aunque se le pidió que se quedase en el balcón de la tercera planta por orden del emperador, aunque ella era incapaz de ver a Itachi desde su posición. El patio era amplio y podía ser visto desde algunos pasillos de cada planta en el castillo, pues estaba justo en el centro de la estructura que dividía cada camino hacia las diferentes cámaras de la familia imperial. Ya estaban presentes varios guardias en cada piso y otros tantos más en el patio. Parecía haber un revuelo repentino, mucho más que el que había envuelto al castillo después del ataque de Akatsuki.

Pronto se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo al escuchar el chirrido de los portones. La visión que obtuvo del prisionero fue atroz, encadenado y escoltado por dos enmascarados. Supo que Sasuke había vuelto, aunque demasiado deprisa, como si apenas hubiese tenido que moverse de la capital para capturar al desertor del ejército imperial; no obstante, no fue esa la imagen que se quedó grabada en sus pupilas, sino la de aquella muchacha de cabellos rosados, entrando justo detrás, también escoltada y encadenada, sucia y andrajosa. El estómago se le revolvió y quiso apartar la vista, tocada por una pizca de compasión, pero no lo hizo. Clavó de tal forma su mirada azulada en ella que creyó que iba a perforar su cráneo.

—¿Dónde está Hinata-sama? —preguntó una de las mujeres que le acompañaban, pero Ino apenas oyó sin prestar atención.

Cómo atraída por un imán, vio cómo la lastimada joven alzó su mirada directamente hacia ella, mostrándole sus llorosos ojos verdes.

Ino palideció sin razón aparente.

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Hinata había encontrado la menor de las oportunidades para escabullirse de la sala de bordado. Con sus pasos ligeros y su andar ceremonial, había logrado salir de las dependencias de la princesa Ino para ir al encuentro con Naruto. Parecía que había pasado una eternidad sin verlo, pero solo habían sido algunos días.

Su sorpresa fue que, al llegar al sitio, no lo encontró solo, sino con aquella embajadora de la Arena que era tan amiga de la nueva princesa imperial. Se sintió un poco intimidada por su imponente presencia y sus gestos marcados que parecían divertir a Naruto. Por un instante de impulso casi decidió devolverse por dónde había venido, pero como llamado por su presencia, el joven rubio ladeó la cabeza hacia ella y su sonrisa se ensanchó, iluminada por el mismo sol.

Hinata sintió que le fallaban las piernas, pero él corrió hacia ella y tomó sus manos con mucha delicadeza.

—Menos mal que habéis podido escabulliros para venir, de veras —pronunció con un tono aliviado que solo la hizo sonrojar.

—Todo parece estar de revuelo de repente —mencionó con su típico tono suave mientras la muchacha rubia se acercaba.

—Ah, vos debéis ser la famosa princesa Hinata. Hasta que al fin os conozco. Naruto lleva media hora hablando solo de vos. Yo soy Temari de la Arena —informó socarrona, solo para notar que Naruto y ella se sonrojaban hasta la raíz del cabello.

Vaya, Naruto había encontrado el amor en el otro extremo del mundo, muy lejos de la tierra en la que creció. Gaara estaría pletórico de saber este dato.

—B..Bueno yo... y-ya no soy princesa —corrigió ella por lo bajo, pero Temari sacudió su mano al aire.

—Naced princesa y seréis princesa toda la vida a menos que ascendáis al trono. No importa lo que un montón de usurpadores puedan deciros —habló sin desparpajo y sin miedo a que algún guardia del castillo pudiera escucharla.

Era así de sincera y honesta, a veces con demasiada franqueza.

Naruto iba a agregar algo más, pero supo de inmediato que había otra presencia en el sitio, casi imperceptible pero que no resguardaba malas intenciones; no obstante, de todos modos, alzó la mano para pedirles silencio antes de que él pudiese ubicar al intruso en la conversación, pero él decidió mostrarse sobre la cabecera de una de las estatuas.

—No es bueno que os vean a los tres juntos. Una Favorita, una diplomática que no debería estar aquí y un guardia de bajo rango —dijo con ciertos tintes de pereza.

Naruto observó como Temari arrugaba toda la cara, dispuesta a responderle.

—Parece que la mala educación no solo se limita a la familia imperial —refunfuñó ella mientras clavaba su oscurecida mirada verde sobre el guardia que se equilibraba sobre la estatua.

Shikamaru se encogió de hombros.

—Tengo órdenes inmediatas de escoltaros hasta la frontera diplomática con el Imperio del Hielo, Temari-sama —anunció con simpleza.

Ah, ahora era eso, ¿no? Ahora la estaban corriendo descaradamente del Imperio del Fuego y ni siquiera había podido ver a Ino.

—¿Quién da las órdenes aquí? ¿El emperador o su odioso hermano menor? —cuestionó directamente y con sarcasmo de por medio.

—Son órdenes directas de Itachi-sama —contestó ya cansado de sus palabras.

¿No podía la gente simplemente seguir la orden por una vez en la vida sin rechistar? Estaba cansado, no había dormido nada debido a que viajó toda la noche y toda la mañana.

—Shikamaru-san —llamó la dulce voz de Hinata—, ¿sabéis por qué hay tanto revuelo?

—Es por la captura del capitán Sasori y la Favorita que escapó, Hinata-sama —soltó.

Hinata se llevó las manos hasta los labios y sus ojos se humedecieron. Naruto frunció el ceño, molesto. Temari elevó una ceja.

—Bueno, tal parece que en este castillo no falta la desgracia —soltó la rubia.

Ninguno podía estar en desacuerdo.

—Temari-sam...

—Ya voy, ya voy —cortó ella antes de que Shikamaru completara su llamado.

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El viaje fue corto, lo supo en cuanto uno de los guardias enmascarados del consejero la despertó con una bofetada. Parecía mediodía, pero al haber estado inconsciente, no sabía exactamente dónde se encontraba o cuánto tiempo había transcurrido entre un suceso u otro. ¿Francamente? No podía importarle menos lo que ocurría a su alrededor.

Todo lo que sus ojos podían ver era el cuerpo de Sasori, una y otra vez. Toda la sangre, los golpes, las heridas. Incluso cuando intentaba cerrar los ojos y esconderse de todo aquello, el telón oscuro de sus pensamientos se llenaba de aquella cinta otra vez, siendo ella incapaz de relegarla a otra parte. Ni siquiera sintió dolor cuando la levantaron bruscamente y la hicieron caminar a una distancia prudencial de Sasori, cuya visión de su espalda desvanecida le lastimaba el pecho.

Sin embargo, a pesar de todo lo malo, notó que él aún caminaba con precariedad. Su corazón se aceleró y sonrió, una brisa fresca de felicidad en medio del infierno, pues él seguía respirando. Estaba dispuesta a enfrentar el destino que le tocaba si eso asegurara al menos una parte de la supervivencia de Sasori, sin temor a enfrentar a la muerte incluso.

Después de todo, había sido su culpa que los hubiesen capturado. Ella no tenía el entrenamiento, la destreza, las técnicas o el chakra que tanto hacía gala en él. Estaba segura de que, si no hubiera sido por ella, Sasori hubiese podido escapar como lo había deseado, pero ella lo retrasó porque era débil, demasiado inexperta para poder ayudar en algo. Débil para protegerlo o protegerse a sí misma, desaprovechando totalmente la oportunidad que les había brindado el ataque de Akatsuki.

No tenían escapatoria, ¿verdad? ¿Vendría Akatsuki para salvar a uno de sus miembros?

No lo harán; escuchó decir a aquella voz que siempre le acompañaba.

A pesar de que ya lo sabía, se sintió desfallecer.

La entrada hacia aquel patio le causó náuseas. Había una algarabía ensordecedora, comentarios, pasos y ruidos de armas que repicaron en cuanto los guerreros presentes en el primer tramo moderaron sus posturas para presentar sus respetos al príncipe Sasuke y a Madara. Apenas pudo levantar un poco la mirada para observar el panorama, pero de inmediato le causó impresión observar que el emperador estaba en su trono externo, con la mirada más impasible y vacía que hubiese visto jamás.

Sintió la opresión de su presencia y algo de culpa por haber llegado a creer, por un remoto momento, que él no era solo una cáscara vacía sin alma. No había rastros de bondad ni en él ni en algún miembro de su familia. Todos eran tan despreciables...

Y entonces sintió ese tirón en su interior, la atracción insidiosa e irrevocable de una mirada llena de rencores y pensamientos de mala voluntad. Sus ojos de jade se alzaron en dirección a aquella presión y encontraron el camino directo a los ojos de la princesa Ino, cuya atención le hubiese perforado la cabeza de haber podido.

Sakura solo desvió la mirada nuevamente cuando halaron su brazo con brusquedad para colocarla frente al emperador. Itachi la siguió con la mirada muerta, oscura y desprovista de luz alguna. Le causaba escalofríos.

—Os hemos traído a los dos traidores, su Majestad. El ex-capitán de escuadrón, Sasori de la Arena Roja, y a vuestra favorita, Sakura Haruno, de origen extranjero. Ambos acusados de no acatar las reglas del Imperio del Fuego y de mantener una relación prohibida dentro de las dependencias del emperador.

La voz de Madara resonó fuerte y cruel, maliciosa, como si disfrutara el momento. Sasori apenas levantó el semblante hacia el hombre sobre el trono. Su vista nublada por los rastros de sangre en sus pestañas se desvió en un borrón en cuanto la mano de Sasuke Uchiha se ancló a los cabellos pelirrojos de su nuca para hacerlo alzar la vista y obligarlo a que se arrodillara frente al trono. Desde allí no podía ver a Sakura.

—Este desertor tuvo la osadía de robar un objeto perteneciente a su Majestad, a una de las mujeres de su corte. Se le acusa de colaborar con Akatsuki, no solo como uno de los cómplices en el reciente ataque sufrido, sino como un miembro activo de la organización terrorista, aprovechando la oportunidad para violar la integridad del imperio que le ofreció oportunidades únicas —relató Sasuke hacia todos los presentes y hacia su hermano en especial, pues era él quien debía dictar la sentencia.

Itachi Uchiha permaneció silencioso, acentuando la mirada sobre el acusado. Sasori se había integrado a las filas del ejército imperial desde muy joven, siendo un prodigio con sus técnicas. La mayor de sus cualidades era permanecer sereno mientras calculaba la mejor forma de ganar según el terreno de combate, así que era realmente una lástima tener que prescindir de alguien que ascendió tan rápido. Sasuke volvió a hablar.

—Movedla hasta allá.

El rostro de Sasori se ladeó solo un poco para observar cómo Sakura era colocada en su línea de visión. Tuvo que apretar la mandíbula para no estallar de furia al notar que también estaba herida y parecía encontrarse bastante débil, al punto del desmayo. No pudo evitar fijase en que sus ropajes estaban fuera de lugar, convertidos en trozos de tela que se sostenían precariamente sobre su cuerpo, como si alguien se los hubiese arrancado sin ningún tipo de delicadeza.

Había visto y vivido demasiado en la guerra entre los reinos como para no saber las implicaciones de todo aquello. Una cólera sorda empezó a bullir en sus entrañas al entender las implicaciones sobre el aspecto de su amada. Ellos le habían hecho daño, la habían lastimado de la peor manera posible. Aun herido y con dolor, se las arregló para dirigir una profunda mirada de odio hacia Madara y al mismo príncipe, los que habían impedido que él pudiese defender a Sakura para asegurar su escape.

—Por el poder que me confiere Imperio y en vista de vuestros numerosos crímenes listados por el príncipe imperial y el consejero—comenzó Itachi mientras se levantaba del trono—, mi veredicto para vos es condenaros a la muerte, sufriendo en la hoguera del fuego negro —decretó.

Un jadeo colectivo se escuchó. Murmullos llegaban de todos aquellos que presenciaban la escena y escuchaban las palabras del emperador. Morir quemado por el fuego negro de los Uchiha era lo peor que cualquiera pudiera imaginarse jamás. Algunos prisioneros aseguraban que una sola flama de esas desintegraba todo a su paso, como ácido.

—¡No podéis hacerle eso!

Toda la atención recayó en la muchacha de cabello rosado, quien forcejeaba con el agarre de Sasuke, casi escupiendo sus palabras en dirección a Itachi. Sin duda, iba a pagar por tanta osadía.

—Sakura. —El débil llamado de Sasori causó que dejara de forcejear y enfocará la mirada sobre él.

Le vio negar lentamente con la cabeza y hablarle a través de su mirada. Ella presionó sus labios, intentando contener las lágrimas de desesperación y los incontables insultos que tenía para decir. El nudo que empezaba a formarse en su garganta era doloroso. Incluso así, Sakura podía detallar el brillo profundo de su mirada del color de la arena, la luz que iluminaba sus días. Fue peor cuando él le sonrió, con esfuerzo. Ella vio más allá de toda la sangre que corría por su rostro y detalló sus facciones, como cualquier otro día, como si no estuviese a punto de morir a manos de la injusticia.

Ella intentó sonreírle también, pero más que ello, lo que salió de sí fue un sollozo largo y lastimero, y antes de que Sasuke se acercara y tomara su brazo sin pizca de delicadeza para apartarla del lugar, ella alcanzó a pensar qué sería de su vida si él ya no iba a estar presente. Lo conocía desde pequeña, siempre había estado a su lado cuando su trabajo no se lo impedía. Había sido el primer hombre en todo para ella y a él se había entregado sin condiciones, solo llevada por el más puro de los amores. Si pudiese dar su vida por él, no lo dudaría ni un instante.

La algarabía se alzó entre los diversos comentarios.

—¡Soltadme, maldito! —farfulló mientras era arrastrada hasta el primer tramo de las gradas en el patio.

A Itachi ni siquiera parecía importarle la forma en la que Sakura era tratada por Sasuke, pues este la arrastró sin la más mínima compasión y ordenó a los guardias cercanos que la mantuviesen quieta en el lugar.

—Callad, molestia —susurró él en su oído, con rabia ciega que pronto se convirtió en un tono macabro y burlón—. Presenciar la muerte de vuestro amante no es la única sorpresa que tengo para vos —pronunció lentamente antes de alzar la mirada—. ¡Traed a la prisionera más reciente!

Sakura tragó saliva. Alternó la mirada entre la presencia fría e impasible de Itachi, la soberbia maliciosa de Madara y la odiosa e iracunda de Sasuke antes de mirar hacia uno de los laterales del patio. Ahogó un jadeo llevándose las manos hacia la boca. Intentó caminar hasta el borde de la grada para salir corriendo y abrazar a su madre, pero los guardias se lo impidieron. Ella expulsó el aire y ladeó su cabeza hacia Sasuke. Su Sharingan activo se mostraba oscuro y malvado, hacía juego con su sonrisa mortífera.

Haruka Haruno miró directamente a su hija mientras alzaba el mentón con orgullo, pese a sus cadenas y lo maltratada que había sido en los días previos. Ambos pares de ojos verdes se encontraron. Sakura nunca había visto a su madre estar tan altiva, nunca le había visto aquel porte que ahora utilizaba, en medio de todas aquellas miradas. Le recordaba a las mujeres de la realeza, a la princesa Ino, a Heira del Hielo o inclusive a Hinata, como si hubiese crecido entre lujos y sedas.

Pero eso no era posible. Al igual que ella, su madre era una simple campesina venida de otro lugar lejano. Sintió miedo, furia, tristeza y desolación, todo al mismo tiempo, todo mezclándose en su interior. Era imposible mantener la calma.

—Madre... —murmuró. ¿No se suponía que Akatsuki debió haberla llevado también tras su huida junto a Sasori?

La mencionada le dedicó una mirada profunda, una que le indicaba que se mantuviese fuerte, que debía sobreponerse a todas las dificultades. Esperaba que Sakura entendiera su destino a partir de ahora y que lo utilizara a su favor. Haruka ya había sufrido demasiado en la vida, desde muy joven. La destrucción de su nación, la destrucción de su familia, el arrebato de sus poderes, el ultraje cometido contra ella por parte del usurpador...

Entonces, inesperadamente, sus ojos se viraron hacia Madara, con tanta fuerza y odio que no hubo ser en ese lugar que no sintiese la repercusión de su mirada. Incluso Madara frunció el ceño casi imperceptiblemente.

Le mostraba esa expresión, una que ni siquiera demostró al momento de ser apresada y llevada al Salón del Trono. Nadie podría adivinar si sentía incomodidad o no, pero era innegable que algo en ella llamó de mala manera su atención.

Viéndola de aquella manera, no podía evitar recordar el rostro de Mito Uzumaki, aquella maldita mujer que alguna vez creyó conocer, perteneciente a un clan que solo se encargó de menospreciarlo una y otra vez en su juventud, un motivo más por el cual destruyó completamente a su familia y a la Nación del Agua, asegurándose de no dejar vivo a nadie de la familia imperial.

Sin embargo...

La mujer pelirroja sabía que aquel hombre no la conocía, pero ella sí que podía reconocer los rasgos del usurpador del trono de su nación en él, pues las facciones de los Uchiha eran muy similares. Madara Uchiha era un nombre recurrente incluso cuando ella estaba pequeña y estudiaba la historia de las Naciones Elementales. El terror había embargado la familia Uzumaki cuando empezaron los ataques, y a pesar de que Haruka nació como una Haruno debido a su padre, un poderoso comerciante, su madre seguía siendo una Uzumaki que tenía la orden de huir antes de que la desgracia llegara a ella, pero habían quedado cautivos en el palacio y Haruka había tenido que ver cómo sus padres eran asesinados por los invasores.

Habían sido meses difíciles, cautiva como la única sobreviviente de sangre real que ellos tenían bajo su poder. Los días se habían convertido en años de guerra y muerte hasta que el usurpador Uchiha que Madara había dejado a cargo, logró aplastar hasta el último vestigio rebelde.

Y luego la había forzado a estar con él.

«Sakura»; pensó poco después de volver a enfocar la mirada sobre su hija, impasible y cauta. «No os dejéis doblegar. Sois una princesa de sangre real, y aunque no lo hubiese querido así, también compartís sangre lejana con estos monstruos que ahora os tienen en su poder, pero vos... Vos tenéis un poder que yo ya no tengo. El broche que os mandé es el garante de vuestro linaje».

Hubiese querido decir todo en voz alta, pero alertar al sanguinario príncipe Sasuke y a ese maldito consejero, resultaría contraproducente. Estaba segura de que la carta que había escrito para ella después de hablar con el emperador y con la reina Tsunade, llegaría a sus manos.

Ahora era el momento de enfrentar a su destino.

—El castigo para las Favoritas que desobedecen a su Majestad es ver la muerte de todos sus familiares. Por decreto imperial y debido a la afrenta cometida, la madre de la Favorita Sakura Haruno será ejecutada limpiamente.

El consejero volvió a alzar la voz y Sakura no creyó lo que estaba escuchando. Su madre... por su culpa...

—No, no, no... Esto es una pesadilla —murmuró y cerró los ojos con fuerza.

Pero al volver a separar los párpados, seguía en el mismo lugar, con un inmenso dolor. Tuvo que bajar el mentón porque no podía sostener la mirada de su madre, con suma vergüenza y culpabilidad.

—¡Levantad el rostro, Sakura! —Fue Haruka quien la llamó. Su tono fiero la hizo elevar los ojos de inmediato.

Los ojos verdes de su madre, tan parecidos a los propios, brillaban. Nadie más que ella y el impávido Itachi Uchiha parecieron reparar en ello.

—¡No! —Sakura se impulsó hacia adelante, casi tropezando con sus propios pies antes de ser retenida con fuerza.

Con un kunai envuelto en fuego negro, Madara Uchiha cortó de lado a lado la garganta de Haruka sin esperar a que el emperador diera la orden. Cómo por impulso, casi sin control. Era raro ver a Madara tan ofuscado, no obstante, se notaba su mirada colérica y llena de ira.

Por primera vez actuaba por impulso frente a otras personas.

—¡Consejero! ¿Quién os dio la orden? ¿Estáis desafiando a vuestro emperador? —Itachi ni siquiera se levantó de su trono, pero su mirada estuvo llena de advertencias y amenazas—. Llevad al consejero hasta sus aposentos. Parece que no se encuentra en sus cabales —pronunció, arrastrando las palabras mientras su guardia personal, todos enmascarados, caminaron hasta rodear al consejero.

Madara clavó su mirada sobre Itachi, pero este ni se inmutó con sus intimidantes pupilas. Absteniéndose, aceptó con reticencia la escolta imperial y se retiró del patio mientras los sollozos de Sakura se alzaban con amargura y dolor.

Su madre acababa de morir y aún así ellos se las arreglaban para desviar la atención de la injusticia. Apretó los puños y no pudo evitar guardarse la imagen de su madre cayendo al suelo con la garganta ensangrentada. Tenía el corazón en la garganta, la tensión elevada y unas terribles ganas de vomitar, ¡pero esos malditos guardias la seguían agarrando! Miró con odio a los dos Uchiha presentes sin importarle nada más.

¿Por qué no la mataban junto con Sasori de una vez?

Apretó los dientes cuando el aludido por sus pensamientos fue arrastrado hasta el centro del patio. Se veía tan débil pero tan íntegro a su vez, que Sakura supo que él ya estaba resignado a morir.

—Seguimos ahora con vuestro amante, Sakura. —El murmullo del príncipe Sasuke junto a su oído le causó escalofríos tan desagradables como la imagen que tenía frente a los ojos.

Su amado a punto de morir. Lo vería perecer también tras su madre, todo porque ella era débil e incapaz de protegerlos. Contuvo otro sollozo lastimero a la par que Itachi caminaba hacia el ex-capitán. Quiso bajar la mirada, pero Sasuke le sujetó el mentón con brusquedad. Ella perdió la fuerza por completo.

—Tenéis derecho a decir vuestras últimas palabras, soldado —avisó al muchacho. Se veía que respiraba con dificultad.

Sasori levantó la mirada y observó el rostro lloroso de su amada, deformado por el brusco agarre de aquel bastardo. Hubiese podido decir cualquier cantidad de cosas y revelado información importante sobre los Uchiha, pero eso no serviría ni importaría para los que estaban presentes; en cambio, trató de humedecer sus labios y degustó el sabor metálico de la sangre goteando por su rostro.

—No desfallezcáis nunca, mi amada. No quiero ver lágrimas en vuestros ojos a partir de ahora. Yo siempre estaré con vos, aun cuando vos no podáis verme —dijo con un tono significativo, cargado de cariño y fortaleza.

Todo el Castillo en Llamas dio la impresión de estar conteniendo el aliento. Se hizo un silencio sepulcral, ceremonial y tan lúgubre como la desdicha que Sakura cargaba en su pecho.

Y fue en ese momento que las llamas negras surgieron de las manos de Itachi, se precipitaron hacia el acusado y crepitaron con fuerza al llegar al cuerpo de Sasori. Él apenas se quejó mientras era consumido.

La risa macabra de Sasuke se oyó potente y triunfadora; sin embargo, hubo un sonido aún más penetrante en el oído de todos aquellos que presenciaron tan macabro proceder.

Fue el alarido que estremeció a la tierra, el retumbar que resquebrajó los cimientos del último pilar que mantenía en pie todo lo que Sakura había sido hasta ahora.

El grito le desgarró la garganta en desesperanza y desespero, levantando finalmente el último velo de su poder oculto.

Allí en su dolor, todo se volvió negro.

.

Él escogió su camino, Chiyo-san, no hay nada que yo pueda hacer ahora.

Las palabras del Líder habían sido dagas para el corazón de una abuela preocupada. No importó cuánto pidió e imploró que rescataran a su nieto después de haberse enterado esa misma madrugada que había sido atrapado casi en la costa sur, a punto de cruzar hacia las Islas Hostiles que dividían el imperio en dos hemisferios, seguramente con la intención de ir hasta la guarida que Akatsuki tenía en el Reino del Sur gobernado por el Rey Guerrero Xiao Cheng Tsi, lo más lejos que se pudiera del Reino del Norte.

Ella ya estaba demasiado anciana y atrás habían quedado sus días de ninja de élite del Imperio de la Arena, así que había sido incapaz de ir a rescatarlo por su cuenta. Si tan solo le hubiese dicho sus intenciones desde un inicio. Haberse enterado por Deidara que llevaba a una muchacha con él, ya había sido suficiente martirio para su débil corazón. Los Uchiha no tenían escrúpulos y ella lo sabía muy bien, y de llegar a atraparlo...

De nada servía ahora, ya lo habían hecho.

—¡Chiyo-sama! —llamó Deidara de inmediato y su voz resonó en la cueva.

La aludida observó en dirección al sonido de la voz, afligida y sin ganas de escuchar demasiado a nadie.

Deidara apenas asomó la cabeza.

—¿Qué pasa, muchacho?

—¡Tenéis que venir a ver esto, um! ¡Ahora!

La anciana quiso obtener más información, pero Deidara desapareció inmediatamente y solo dejó la estela dorada de su cabello en el camino. Afiló aún más la mirada rasgada y marcó sus pasos con lentitud hacia el interior de la habitación.

—¿Qué...?

Lo que vio sobre el mesón la dejó con más preguntas que respuestas.

—¿Qué significa esto? —Deidara enfocó su ojo gris sobre la anciana señora, pero ella estaba tan confundida como él.

El pergamino que Sasori le había entregado a Deidara días atrás se había iluminado, pero ella no tenía ni la más mínima explicación para eso.

...

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Próximo capítulo: Augurio.